Limpieza
Una mueca apareció en el bello rostro mientras otra púa de erizo era retirada de su larga cola. El gesto se acentúo cuando Shura soltó una pequeña risa.
—Lo siento —dijo sin perder la sonrisa—, pero de verdad fue muy divertido ver como te sumergiste solo para volver a salir en seguida y con esto incrustado en tu cola —volvió a reír mientras mostraba la púa de un erizo de mar—. No me entiendes, pero igual te enfadas porque me rio, supongo que es algo universal —continuó reflexivo—. Aquí hay otra —señaló retirando otra púa.
Afrodita relajó su semblante y miró al hombre que no paraba de hablarle a pesar de no recibir respuesta de su parte y sacaba las púas de erizo de mar qué accidentalmente se había incrustado hacia unas horas atrás.
Había estado observándolo desde la distancia como casi siempre, pero había notado algo diferente en él, un aura de violencia qué lo había estremeció y su temor fue a más cuando de un movimiento varias plantas fueron derribados, salpicó por el susto que había sentido al ver aquello y para su mala suerte captó su atención. Sus ojos se encontraron por un momento y lo vio bajar su brazo. Tenía que admitir qué había actuado un poco tonto, pero de verdad pensó que podía hacerle daño así que de un momento a otro se sumergió y nadó sin ver su camino realmente y había llegado a una zona poblada por erizos, logró detenerse pero al girar, su cola los había tocado accidentalmente causándole un tremendo dolor. Nadó de nuevo a la superficie y se sentó en una roca para retirar las espinas, pero él lo había visto y se acercó, para su sorpresa, la peligrosa aura había desaparecido y en su lugar había preocupación.
Escuchó su voz, pero no entendió lo que dijo así que permaneció en silencio, le oyó de nuevo, pero siguió sin responder, porque no sabía que decir. Sus ojos se fijaron en su cola y sacó una púa mostrándosela. Él pareció entender, le dijo algo y regresó a la playa dejándolo solo. Había pensado que no volvería así que su atención se puso en su cola, cuando estaba a punto de comenzar de empezar la ardua tarea de retirar los pinchos, él había vuelto apartó con delicadeza sus manos e hizo la tarea por él. Pudo apreciarlo de cerca. Su piel bronceada, su cabello negro, corto y peinado hacia atrás; sus ojos oscuros, profundos y penetrantes; su nariz recta, pómulos altos; el mentón fuerte y cuadrado completa, sus labios finos qué siempre estaban en línea recta, pero que le daban encanto cuando sonreía, pensó Afrodita sin dejar de observarlo. Lo oyó otra vez y esta vez se desesperó por no entenderlo, si tan solo pudiera decirle que si le dice su nombre ambos podrían entenderse.
Shura siguió con su tarea, ajeno a los pensamientos de el tritón.
—Me gustan los colores de tus escamas —pasó un dedo por la zona qué acababa de limpiar, se sentían rígidas al tocarlas, pero si la acariciaba se sentía suave a su tacto. Lo volteó a ver —¿Se escucharía raro si te digo que me gusta tu cola? —soltó una risa baja— pero es la verdad, es muy bonita, igual qué tú, parece multicolor con los rayos del sol, pero si se ve de cerca tiene el color de tus ojos, tal vez por eso me gusta.
Shura seguía sacando espinas con el mayor cuidado posible, algunas eran difíciles y tenía que tirar con mayor fuerza de la qué le hubiese gustado implementar ya qué, para su horror cuando esto sucedía se desprendían alguna escamas, cuando esto sucedía, miraba en dirección a su rostro para ver si le había dolido, pero solo se topaba con los celestes ojos en él sin variar su expresión. Así que siguió su tarea confiando en qué él estaría bien. El sol estaba por ocultarse cuando finalmente pudo dejar su cola libre de púas. Afrodita la movió con cuidado y le sonrió ampliamente a modo de despedida. Shura le devolvió el gesto.
—Por cierto, mi nombre es Shura —gritó mientras el tritón se alejaba.
Afrodita alcanzó a oírlo y mientras se dejaba llevar el mar saboreó el nombre de aquel encantador humano.
—Shura —pronunció con su cantarina voz.
Shura a la luz qué ofrecía la fogata qué había encendido para asar su cena se afanaba en enhebrar una aguja cuidando qué las cuatro escamas qué guardaba en la bolsa de su pantalón no se fueran a caer, había notado qué a pesar de su rigidez, realmente eran blandas, así que pensó atarlas en un hilo y conservarlas, quizá si pusiera algo barniz sobre ellas pudiera conservarlas mejor, así siempre podría recordarlo.
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