En Llamas

- Agente Bryant, acompáñeme, por favor.

Will pestañeó y se levantó de su cómodo sillón. Siguió a la secretaria por un amplio pasillo de paredes blancas. Observó por los ventanales su nueva ciudad de residencia, El Paso. Era diametralmente opuesta a su Londres natal y a cualquier otra ciudad donde hubiera vivido: sol, polvillo y grandes espacios abiertos. Lo incomodaba. Las oficinas de la DEA en Texas eran como la ciudad que las alojaba, amplias, luminosas y secas. Si tan solo lloviera un poco.

Se había mudado a El Paso hacía solamente quince días. Sus oficiales en Seattle lo habían recomendado para la transferencia fervorosamente, y la transición hacia una división aún más intensa que la de Seattle era su sueño: combatir el narcotráfico en una zona realmente caliente. Estaría cerca de la frontera, involucrado en los casos de tráfico más relevantes, en la primera línea. En su primer día de trabajo no había acabado de quitarse el abrigo cuando le lanzaron un chaleco antibalas y se lo llevaron a su primera redada. Había vuelto con la adrenalina por las nubes, completamente exaltado. Sus compañeros le recomendaron que quemara la energía en el gimnasio, y aún más importante, que se acostumbrara: iba a tener días como ese muy seguido. Era cierto, había participado en un par de redadas más, pero no como la primera. Los papeles se apilaban en su escritorio, y pasaba más tiempo tipeando en su laptop que empuñando un arma. Comenzaba a inquietarse. Le era casi imposible mantenerse quieto, necesitaba tener algo que hacer a cada momento. Su madre solía decir que no se detenía por miedo a que su sombra lo alcanzara, y en cierta manera, era cierto. William Bryant tenía que estar un paso adelante, siempre, sin excepción.

Se detuvieron frente a una puerta de roble inmensa. La secretaria le indicó que estaban esperándolo, y sin dudar la abrió. Se encontró con tres agentes esperándolo. Uno era el agente a cargo de la división, y los otros dos eran completos desconocidos.

- Por favor, tome asiento, agente. 

Se sentó y observó atentamente al hombre que tenía delante. Era muy rubio, mucho más que él, además de alto. Estaba cerca de los cuarenta años. Tenía la mirada dura, el rostro anguloso y un aire de desdén. Inglés. Quedaba más que claro que con ese tipo no se bromeaba. - ¿Tiene una idea de por qué está aquí?

Ni la más mínima. - No, señor.

- Perfecto. Bien, para cualquier fin práctico puede llamarme Parker, y ése es Dallas - Señaló con un movimiento de cabeza al agente a su lado. Will lo observó, y percibió una inmesa antipatía. ¿Qué demonios hice? - Dígame, ¿cuántos años lleva en la DEA?

- Cinco años.

- Y antes de la DEA trabajó para el MI6... bastante impresionante. ¿Por qué no se quedó en el Reino Unido? 

- Trabajé en un caso conjunto con oficiales de Washington y me ofrecieron un puesto aquí. Era el próximo paso lógico para mi carrera.

El tal Dallas sonrió socarronamente. - ¿Está aquí para hacer carrera, agente Bryant?

- Estoy aquí para combatir el narcotráfico, si a eso se refiere, señor. - Definitivamente no le gustaba ese tipo.

Parker miró al otro y lo hizo callar. Se volvió a Will. - Necesito hacerle unas preguntas antes de contarle por qué estamos aquí. Dígame, dice aquí que se especializó en ingeniería en la universidad. ¿Qué título obtuvo?

- Ingeniero Químico.

- ¿Sigue interesándole la química?

- Sí, señor.

- Mmm... - Parker estaba absorto en sus papeles. Era, evidentemente, su currículum vitae entero. - ¿Mantiene un récord como tirador? Fantástico... ¿sabe artes marciales?

¿ARTES MARCIALES? - Practico artes marciales mixtas, pero...

- ... es decir que no sabe ninguna. - Parker frunció el ceño, y Will no quiso mirar a Dallas. No necesitaba verlo, sentía su satisfacción golpeándolo en la cara. - Tiene experiencia en perfiles psicológicos, eso es bueno... ¿ha hecho vigilancias alguna vez?

- Sí... en muchas oportunidades.

- ¿Y se siente cómodo con eso?

Will lo miró a los ojos. Comenzaba a entender a qué venía esta entrevista: lo querían para vigilancia personalizada. Era, honestamente, un dolor en el trasero: lo pondrían a seguir a alguien hasta que cometiera un error y pudieran apresarlo. En su experiencia no tardaba más de dos meses, pero el tiempo que invertías siguiendo a un idiota no se recuperaba. Te transformabas en una extensión del sospechoso, dormías, comías y vivías a su ritmo. Y generalmente no valía la pena: si  seguías a alguien que no te percibía por días, de seguro era un eslabón débil dentro de la cadena. Prefiero tipear la Biblia antes que hacer una vigilancia en esta ciudad.

- No, no me siento cómodo. Prefiero otro tipo de trabajos.

Parker le sonrió. - Excelente, porque si me decía que no le molestaban, ya estaría fuera de la sala. Ya debe haberse dado cuenta que la idea aquí es que vigile a alguien, pero no como cree. Sería una especie de guardaespaldas.

- ... ¿guarda... espaldas? Discúlpeme, pero no me interesa. Le repito: prefiero otro tipo de trabajos, gene--

- Agente Bryant, ¿ha escuchado hablar de Diego Martel? 

Claro que había escuchado hablar de Diego Martel. Todos los oficiales de la DEA habían oído de él. Estaba prófugo desde hacía treinta años. El cartel que manejaba había cometido al menos seis asesinatos de agentes en suelo mexicano, y esos caídos en el deber eran ahora considerados héroes. Martel era un fantasma, todas las pistas y las apariciones que le atribuían solían quedar en la nada. Los años pasaban y el cartel seguía siendo fuerte en Centroamérica, y aunque no se lo viera, él estaba detrás. Juzgar y encarcelar a Diego Martel era el sueño de todos y cada uno de los agentes en los Estados Unidos. Deben estar bromeando... no pueden tener a Martel.

- Claro que sí... es el primero en todas las listas.

- ¿Cuántos hijos tiene Martel, agente?

- Tres en México y dos en Colombia.

Parker le sonrió y levantó las cejas. Le estiró una carpeta color amarillo. - Buen trabajo agente, sabe más que la mayoría, pero está equivocado... es una pena que no le interese este tipo de trabajos, porque es el que hace la diferencia...

--

Otra ciudad infernal más. Houston era más grande, ruidosa e interesante que El Paso, pero igualmente calurosa y aplastante. Prueba de eso fue que Will llegara al hotel con la camisa prácticamente tatuada al cuerpo. Eso no era algo malo en absoluto, y las empleadas del hotel que lo ayudaron a registrarse agradecieron las altas temperaturas miles de veces ese día. Recibían extranjeros con mucha frecuencia, pero pocas veces tan guapos. Además de ser evidentemente inglés (el acento era inconfundible) y tener una camisa clara adherida a cada músculo de su torso, su barba naciente y una sonrisa para el infarto, tenía ojos increíblemente azules. El cabello castaño rojizo y la piel pálida. Algunas pecas tímidas se dejaban ver en su nariz recta tostada por el sol. Tan delgado y alto, le era difícil pasar inadvertido. Le daba algo de vergüenza que lo notaran siempre, pero ya casi se había acostumbrado a la típica pregunta "¿Eres británico?". 

Después de un merecido baño y una siesta reparadora, se dispuso a salir a cenar con un amigo de la universidad que estaba trabajando en una compañía petrolera cercana a Houston. Tenía que matar el tiempo hasta la tarde siguiente, en la que tendría una nueva reunión con Parker. "Alguien más tiene que evaluarte". le había dicho en tono misterioso. Era en el fin de semana, así que no perdía nada con intentarlo. La entrevista con Parker, y más que nada el brief de información que le habían pasado lo tenía completamente absorto en el cartel de Martel. Había datos, encuentros e investigaciones sobre las que no había oído jamás. Evaluaba sus opciones, y si haciendo vigilancia tenía la posibilidad de involucrarse en ese caso, sin duda lo haría... pero eso era tema para el día siguiente, ahora estaba ocupado en llegar a un bar de la zona. Se acercó nuevamente al mostrador del hotel para pedir indicaciones, y cinco minutos después se fue sonriendo a tomar un taxi dejando un tendal de chicas suspirando en el camino. Su amigo estaba esperándolo, y después de un abrazo fraternal se ubicaron para cenar. Will nunca supo cómo, pero de repente pasaron de ser dos comensales a ser cinco, luego ocho, y finalmente, once. La cerveza y el tequila corrían como un río. Estaba divirtiéndose mucho, controlándose en la bebida, a los treinta y dos no te recuperas como a los veintidós, Will cuando sus compañeros sugirieron ir a un club. No recordaba cuándo era la última vez que había ido a bailar a un lugar así, tal vez desde la secundaria. Le incomodaba que lo empujaran, luchar por tener que conseguir una bebida y fingir que estaba divirtiéndose mientras escuchaba música a un volúmen atronador. No era lo suyo, pero no lo dejaron irse. Lo metieron de cabeza en un taxi y se bajaron en manada en un club especializado en shots. ¿Quién hubiera dicho que había tantas combinaciones de tequila y ron posibles? pero así era, de alguna manera esos señores empresarios habían conseguido explotar al máximo el rubro en el local más pequeño de la tierra. Will no era un amante de los tragos, pero sí de la cerveza. Lo enviaron a él y a otro muchacho a buscar unas jarras mientras sus amigos tomaban posesión de una mesa cercana. Tardó quince minutos en conseguir que el bartender le diera lo que quería (haber bebido anteriormente no ayudaba en términos de expresión en general). Había tomado su jarra y estaba tratando de alejarse hacia la mesa, cuando un muchacho se resbaló del banco en el que estaba sentado. Intentó como pudo asirse del sweater de Will, pero lo único que logró fue empujarlo en el medio de los omóplatos. Lo tomó por sorpresa, y aunque consiguió mantenerse de pie, la jarra de Will golpeó de lleno la espalda de la chica que tenía delante. Se escuchó un grito, un splash!!, y de pronto se encontró con un par de ojos verdosos que lo observaban con estupefacción. Se quedó helado con la jarra entre las manos y los ojos abiertos como platos.

- ¿Qué... oye... qué clase de idiota eres?

- Discúlpame, lo siento... fue un accidente, me golpearon la espalda... créeme, fue sin querer... ay no, por favor no llores... - Estaba listo para ser insultado, empujado y hasta golpeado, pero de ninguna manera esperaba que se le llenaran los ojos de lágrimas. Hubiera preferido un cachetazo. Vio que se contenía para no llorar, pero lo único que estaba logrando era un puchero tan enternecedor que lo descolocó por completo. Por favor pégame un cachetazo. Todo lo que había bebido se evaporó, y encontró un par de neuronas funcionales. Las puso a trabajar, y se le ocurrió una idea.

- Por favor, ven conmigo. No llores, tengo una idea, ven.

La chica estaba tratando de escurrirse la bebida, pero era inútil. Chorreaba por sus piernas. Tenía su vestido corto empapado. Lo miró indignada. - ¡Déjame en paz!

Will la tomó del brazo con suavidad. - Hay un baño subiendo las escaleras, te ayudaré a secarte. Por favor, ven.

Hubo algunas protestas más, pero logró convencerla. Treparon al piso siguiente, y le indicó dónde estaba el baño de hombres. No había nadie esperando para entrar (por suerte, tampoco había hombres dentro). Se metió con ella y se quitó de un tirón el sweater gris que tenía. A continuación se quitó la remera. La chica lo miraba con ojos aterrados, y de pronto se dio cuenta de lo rara que era la situación. La había encerrado en un baño y se estaba quitando la ropa. SOY UN IDIOTA

- Elige lo que quieras, sweater o remera. No puedes quedarte así, empapada. Puedes usar el que prefieras, al menos estará seco... no soy un pervertido, no grites - Adivinó la intención en sus ojitos verdes.

- Si no eres un pervertido tienes una forma pésima de demostrarlo.

- No me lo vas a creer, pero no suelo ser tan idiota...

La vio dudar. El temor en su mirada comenzaba a disiparse. - ... ¿puedo tener el sweater?

- Claro que sí, ten. - Will sonrió y se lo alcanzó. La puerta del baño se abrió de repente y un brazo se asomó por la abertura. Se apresuró a sacar la cabeza y convencer al muchacho que trataba de entrar de que era una emergencia. Cuando logró cerrar la puerta, se giró y la vio quitándose el vestido empapado. Tuvo una visión fugaz de flores y encajes color coral antes de escuchar un chillido y tener que girarse y cerrar los ojos.

Hubo que discutir con un par de personas más, pero finalmente terminó de alistarse. Los que esperaban fuera se miraron significativamente cuando los vieron salir: un chico despeinado y con la remera puesta de cualquier manera, y ella vestida con un sweater. No era tan largo como habían pensado en un principio, y llegaba a cubrirle el trasero de pura casualidad. Le había pedido el cinturón que llevaba y se lo había ceñido con un lazo extraño. Podría haber pasado por un vestido, si no fuera porque tenía escote en v y era de lana fina, además del hecho innegable de que parecía, y era, un sweater de hombre.

- Dios, esto es tan vergonzoso... - Había visto que algunos de los tipos de la fila le palmeaban el hombro a Will.

- Quédate cerca para que pueda cubrirte... allí hay un lugar, ¿quieres sentarte?

Ella lo observó desconfiada. - La verdad, quisiera irme a mi casa... dime, ¿cómo puedo devolverte esto?

- No te preocupes por eso, estoy de paso en la ciudad, te lo obsequio... si tomas algo conmigo.

- Por favor no te ofendas, pero no confío en tí... y mucho menos con un trago en la mano... puedo hacerte llegar el sweater a primera hora, si me dices...

- Es un obsequio, de verdad... - Una camarera se acercaba a toda velocidad con una bandeja repleta de tragos. La miró a los ojos y la retuvo cubriéndola con su cuerpo mientras la chica pasaba por su espalda. Ella sonrió por primera vez en toda la noche, y Will le devolvió la sonrisa.

Se les fue la noche entera hablando sentados en un sillón. Logró convencerla de sentarse a charlar con él, y mientras él ocupaba el asiento, ella se había sentado en el apoyabrazos. Estaba incómoda, y ninguno de los dos dijo nada cuando Will le pidió que se sentara en sus piernas. Aceptó sin dudarlo. Se dio cuenta que estaba acurrucada en su pecho cuando sintió sus pestañas acariciándole el cuello. Se sentía como lo más natural del mundo. Hablaban sobre todo y nada, y tenían muchas cosas en común. Supo que era ingeniera en materiales, y que trabajaba para una petrolera. La charla tomó un rumbo imprevisto, y la gente junto a ellos los observaba sorprendida mientras discutían sobre polímeros. Will no podía dejar de acariciarle el cabello ¿cómo es que llegué a acariciarte?. Sentía sus dedos suaves rozando su pecho. El corazón le latía con fuerza. Inclusive ella lo notó, y se sentó derecha en sus piernas. Apoyó su mano pequeña en su pecho y le preguntó si se sentía bien.

- Me siento fantástico... eso es culpa tuya, preciosa. - Le acarició con suavidad la mejilla, y estaba a punto de acercásele para besarla cuando una chica salió de la nada.

- ¡Cori, gracias al cielo! Tenemos que irnos, es una emergencia... 

- ¿Qué quieres decir?

- Max llamó al apartamento y quiere hablar contigo.

- ¡¡Noooooo maldita sea!!

Cori saltó de las piernas de Will como si la impulsara un resorte. Will no entendía nada. Presionó la mano que tenía entre las suyas. - ¿Qué sucede?

- Tengo que irme... lo siento, de verdad tengo que irme ya mismo.

Will no quería que se fuera. Una profunda desazón lo invadió. - ¿Cómo te llamas? ¿Tienes que irte ya? Puedo acompañarte a donde quieras... - Sintió que se escurría de su lado.

- Lo siento... discúlpame, lo siento. - Desapareció entre la multitud en un parpadeo.

Se quedó aturdido, con las manos ardiendo. Tocó su cuello en donde ella se había recostado. Se giró hacia los lados sin saber qué hacer, cuando la vio aparecer a su lado. Ella se colgó de su cuello, y Will la abrazó con fuerza. Se hundió en su cuello.

- ¿Cómo te llamas, bonito? 

- William... ¿cómo te llamas tú?

- Corina...

Will le besó el cuello con timidez. Los dedos de Cori le acariciaban el cabello. - Cori, quédate conmigo, por favor

- No puedo... solo vine a decirte que eres hermoso, pero ya debes saberlo

 La miró a los ojos y le sonrió. Se acercó a sus labios, pero ella se alejó de su boca. - Will, no... aguarda... solamente quería decirte eso, y gracias...

En el estado de aturdimiento que tenía no supo reaccionar. Se hundió nuevamente en su cuello y le rogó que se quedara con él. Cori se separó suavemente de sus brazos. La sintió suspirar junto a su oído, y notó que estaba lamiendo con suavidad la piel de su cuello, trazando la línea de su mandíbula.

- Corina, aguarda... quédate, te lo pido...

Cori lo miró a los ojos por última vez. Sonrió con dulzura mientras le acariciaba las mejillas. - Adiós, Will... gracias por todo... no tienes idea, pero me salvaste la vida esta noche...

Se escabulló entre la gente antes de que pudiera detenerla, y así lo dejó, paralizado, perdido entre la gente y la música atronadora, con el corazón en llamas.

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