"Vinos y Licores" rezaba aquel viejo letrero todas las tardes despues de las cinco. Claro que estaba allí desde antes, un par de décadas antes; pero solo existía despues de las cuatro y antes de las 11 de la noche. Así tenía que ser.

Checo el viejo Casio en mi muñeca y por arte de una magia negra el letrero se manifiesta. Suspiro un poco, me acomodo la camisa y me aviento a la corriente.

Un intercambio, un par de palabras, quizá una descolorida sonrisa y todos a casa. Con la culpa en las manos, desbordantes de emoción por destapar los regalos.

Es cuando la puerta se cierra que comienza el añejo ritual; hielo, vaso, silla, música y un interruptor impaciente que transmuta todo.

Uno no se da cuenta cuando el tiempo se vuelve agua y terminas sumergido en la laguna del sopor. La niebla cubre las lejanías y entonces uno puede ser feliz, aunque sea una vil mentira.

Por que al final de todo ¿cuanto cuesta la risa? ¿Que precio tiene la carcajada libre de plomo y de metal en el paladar? ¿Que más debo pagar si doy tres centavos de salud, un kilo y medio de mi tiempo y media vida en sociedad?

Cuando encuentro las respuestas ya estoy de nuevo frente al reloj. Observando de pasada el callejón, esperando al invisible.

Faltan cinco para las cinco y nuevamente estoy de pie, frente al tablón de madera que esta tarde se me antoja eterno. Se alimenta de mi.

"Vinos y Licores" reza.
"Vinos y Licores" dice.
"Vino y Lo perdimos" va.

-Gendou