Tantas Veces, Casi
El tejido hispanohablante no me da para hilar ni siquiera un efímero cuento. Me veo en la necesidad de desperdiciar los sueños en falsas historias aferradas a una vida verdadera.
No hay manera de bajar el espíritu de esa torre en que amaneció; y, desde tierra, las bellas plebeyas historias se mueren por desposarlo.
Pero no hay ni siquiera una gota de amor. Destripe del tiempo que cada vez es más a madera y menos a mar. Cada vez más bajo tierra.
Que desperdicio de horas. Que desperdicio de espíritu.
Nos arrastramos por lo lozano del simbolismo y de la metáfora, anáfora de costras viejas y percudidas. Ya no dan placer pues, cuando la vida se roza con el alma, las velas en el Danubio se detienen, y cesa el vaivén del poeta.
Se vive del "hubiera", del "ojalá" y un poco del "sin embargo". Sin embargo, ojalá estuviera mi yo de hace 10 años. De hace 15. Él sabría qué hacer para sobrellevarlo, o, sin saberlo, tomaría una pluma de albatros y sobre las olas que en espuma rompen lentamente a las piedras, recrearía un poema en vida, y pararía a la muerte.
Ese era yo. Ese casi soy.
Casi.
Tantas veces, casi.
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