Para un Sueño Reciente
No hubo un dejo de placer en el lecho caído de tu alma siniestra, ni sombra nada más, ni canción, ni escalera. Despego de sueños la esperanza enmohecida y en el cielo, arriba, el techo de agua que nos sumerge aquí. En el lecho mortecino de mar.
Refugio de luna en manto, que, serpenteante al viento del desierto, reseca el amor, la piel y los huesos. Allí, en la boca del estómago, doblado de presión; se tuerce el hombre con cara a la arena. Espejo en polvo, cristal del alma, clon de una vida extraña, nueva, misteriosa
Si la tierra se niega a entregarme, la dulce hada naciente de la rosa es porque los robles se hablan entre sí. Aborrecen a las entidades que son capaces de moverse; envidia, le dicen. Debilidad, lo traducen. Llanero el sonido del agua que nunca se detiene, y la lluvia de hojas petrificadas escarchan la luz. Quisieran hablarme, pero no hay traductor para su lengua. Y solo crujen las ramas y el follaje, con intensidad.
Se tejen sus luces tintineantes de paz, traslucen los párpados del muerto temporal. Revisan sus sueños como libélulas brillantes, como luciérnagas gigantes, buscando anidar. No hay noche sin silencio abrumador y asfixiante, ni luna, ni bebida de un sorbo, ni más. Me quedo pensante en solo una duda; suspiro de niebla, alimento del mar.
Eres tú. Eres tú y nada más.
Gendou
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