Si hacemos una analogía entre la relación de la vida  y el tiempo, con la tierra y el viento; nos daremos cuenta que las piedras erosionadas no se dieron cuenta de sus cambios hasta demasiado tarde, y que las acciones súbitas son pocas pero en su mayoría mortales.

Quedaría claro el pensamiento modulado de hoy, las inquietudes de ayer, las libranzas del mañana y la infinita espera de que nada traiga todo. Por que sí lo hace, la nada levanta monumentos; pero la nada, esa que percibimos como nada y que es un todo una vez que cae el último grano de arena del reloj.

Si hacemos una analogía seremos piedras o árboles aparentemente inmunes. Hasta que una rama cae, un rayo quema o un temblor nos degüella.

En ese momento en que abrimos los ojos al tiempo somos capaces de ver la verdad, pero sólo un segundo, un instante que arrancamos de la memoria lo más rápido que sea posible.

Si hacemos una analogía, preferimos ser troncos llevados por la corriente, eternamente dormidos; a terminar en una caja blanca sabiendo nuestro destino. Y no podamos parar de reír por la irónica presencia de la vida y de llorar por la inevitable cercanía de la muerte.

-Gendou