La herrera y su lingote
La Guerra que casi le había costado la vida a la madre del metal por fin había acabado. Trozos de aquel enorme ser metálico y corrupto caían desde el cielo, causando un potente terremoto durante unos segundos que se sentiría en toda Rescania. Los cadaveres de los adoradores de la madre del metal y el ahora denominado padre del metal eran aplastados por el cuerpo de la máquina, tintando la arena del desierto de un color negro por la mezcla de la sangre de los soldados caídos y la sangre corrupta del padre.
Con Foriel aún de pie no había duda de que la guerra había acabado. Con ánimos renovados los adoradores e hijos del metal arremetieron contra los últimos hijos del padre del metal, pero sin ningún resultado, pues los hijos del padre del metal junto al cadaver de la gigantesca máquina, desaparecieron en un potente brillo de color negro. Se transportaron a las estrellas, donde buscarían refugio y cuidarían de su Dios durante milenios, o almenos hasta que sus cuerpos y mentes quedaran destruidos por aquellos poderes oscuros a los que adoraban.
En el momento que todo el ejército enemigo desapareció de un instante a otro, los adoradores de la madre se giraron a mirarse entre ellos para buscar donde estaba el lingote de plomo, el jefe militar de los hijos del metal y segundo al mando después de la madre del metal, pero en estos momentos ninguno se atrevía a hablarle a la diosa, ni si quiera se atrevería a mirarle dentro de aquella capucha oscura y vacía donde dos luces flotaban uno de los hijos del metal, esta guerra había ocurrido por su culpa y no la de la diosa, y por culpa de eso la mitad de los lingotes habían desertado y muerto.
Por lo que pasaron minutos de total silencio en los que los sacerdotes del metal comenzaron a curar a todos los heridos mientras que los ingenieros arreglaban las armaduras de los guerreros que podían mantenerse aún en pie y los guerreros buscaban a los supervivientes del campo de batalla.
Pero entre todos los muertos y heridos por fin encontraron al lingote de plomo, quien se movía arrastrándose por el suelo, un brazo parecía haberle explotado pues el metal que rodeaba al hombro estaba abierto hacia fuera, una pierna estaba cercenada con un corte limpio en mitad del muslo haciendo que los cables colgaran soltando chichas por todos lados y la otra parecía no funcionar pues no la movía ni un centímetro, solo se desplazaba con su brazo izquierdo clavando sus garras en la arena.
Entonces la madre comenzó a moverse, su armadura estaba destrozada mostrando hasta partes del cuerpo de la diosa, heridas profundas de las que caía un líquido de color blanco brillante, la sangre de un arcángel, las gotas que caían al suelo devolvían la fertilidad al desierto pero la suplantas que aparecían de marchitaban al instante.
Finalmente la diosa de brillante armadura dorada y capucha de tela la cual ocultaba completamente su rostro solo dejando que se viera el brillo que sus ojos emitían que llevaba un gran martillo en la mano derecha de color negro con adornos rojos, pero este no aprecia de guerra parecía casi un martillo normal y corriente pero de dos metros de altura y con una cabeza más grande.
Y ahí estaban la madre del metal junto a uno de sus lingotes de metal, ella bajando la mirada pues el lingote no se podía levantar, más bien no podía ni levantar su mirada para verla. La diosa y su mayor adorador e incluso mayor fanático se quedaron quietos sin decir nada, pero el poderoso guerrero finalmente con su brazo aún operativo intentó sentarse en el suelo para poder mirarla, o al menos hasta que la diosa piso la mano mecánica de su súbdito abollándola completamente y dejándola inservible.
-Dime hijo mío tú que eres- diría la diosa comenzando a gotear encima de su siervo, pero el metal es perfecto por lo que no se curó solo se quedó igual
-Yo soy tu herramienta para mantener el orden- respondería cabizbajo por la reacción de su señora
-No, tu eres un lingote de plomo y yo una Herrera, y si veo que el metal es de mala calidad, lo tiro- diría y con un rápido movimiento de su martillo aplastaría la cabeza de su más leal sirviente -Espero que seas recordado como el lingote de plomo que permitió que dañaran a su madre y que en vez de morir luchando moriste arrastrándote por el suelo-
Después de eso la diosa se fue caminando para volver a su forja en el cielo mientras sus soldados recogían los restos de aquel lingote de plomo para fundirlos y que no quedaran ni restos de el aparte de susurros de tristeza que el aire llevaría por haber defraudado a su diosa
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Bueno y hasta aquí, con este capítulo de he intentado transmitir un poco de la personalidad de una d e las mayores deidades de mi mundo, Foriel la Arcángel Herrera una chica mala jiji a la vez que hablar ligeramente de su religión aunque claro no se entiende anda pero bueno eso es lo que pretendo jeje si sigo el libro creo que me centrare en los adoradores del metal o a lo mejor los hijos del padre del metal tendré que ver.
Por cierto no estoy mucho por la labor de rolear últimamente lo siento
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