9ª. Shinazugawa Sanemi - Fetiche raro

Advertencia: este capítulo contiene contenido sexual. Si no te gusta este tipo de contenido, no sigas leyendo, aunque eso implique que perderás información de la historia.

FETICHE RARO

—¡Pedazo de basura!

—¡Eres un tolete!

—¡Vuelve a faltarme el respeto y te aseguro que te llevaré ante el director!

—¡Tú tampoco deberías faltarme el respeto, pollaboba de mierda!

Uno se pensará: ¿qué estaba pasando? ¿Por qué discutían, Princess? ¡Era obvio! Este tolete se cree mejor que nadie por el simple hecho de ser profesor de la Academia Kimetsu. Un profesor que daba clases de matemáticas. Su aspecto daba miedo para todos los escolares que se enfrentaban, incluso para aquellos que decían que las matemáticas no servían para nada. Escuché rumores que los lanzó por una ventana por sus estupideces. ¡Este tipo era peligroso!

Estaba discutiendo con Shinazugawa Sanemi. Yo era de los pocos alumnos que se enfrentaban a él porque no le tenía miedo. Todo lo contrario. Este tipo no tenía derecho a faltarnos el respeto cuando le diera en gana. Rengoku-sensei siempre decía que él era muy bueno con las mujeres, con los niños y con los ancianos. ¿Y con los adolescentes? A la mierda, ¿verdad? 

—Para, Laura-chan. —Shinobu me agarraba del brazo para que dejara la discusión—. No vale la pena enfadar a Shinazugawa-sensei.

—¡Él se lo buscó por decir que mi último examen de matemáticas ha sido un desastre! ¡Él no sabe cuánto tiempo me esforcé para aprobarlo!

—Pues ya se nota —me escupió.

—¡Eres la persona más odiosa que he conocido en mi vida!

Todos los varones de la academia me respetaban por tener un temperamento muy peligroso cuando me hacían cabrear. En sus cabezas se les pasaba la idea de que tenía los ovarios bien puestos por enfrentarme a un maestro. A los únicos que respetaba era a Rengoku y Uzui porque me trataban muy bien. Este me trataba como si fuera una basura. Se notaba que respetaba a las mujeres. ¡Ni una mierda!

Shinobu me miraba, pidiéndome que parase de una vez. Acepté a regañadientes no quedándome satisfecha por ello. Las miradas de todo el mundo estaban puestas en mí y en el profesor de matemáticas. Sí, la discusión comenzó en el pasillo cuando salí de la sala de profesores con una rabieta increíble. No entendí el porqué saque tan mala nota y fui ahí para aclarar las cosas educadamente. Y él soltó, diciendo: «Si te hubieras esforzado un poco más, habrías sacado mejor nota que cualquier otra personas. Estás en tus lagunas». Ahí se detonó la bomba. ¿Cómo se atrevía a decirme eso? No lo soportaba. Ojalá el director lo echase por su mala conducta. Caminé en dirección contraria echando humo por las orejas. Quién se acercase a mí es una persona muerta.

Todo esto era un show. Un montaje.

Lo explicaré.

🦋🦋🦋🦋

Hace unos seis meses llegué a la Academia Kimetsu porque la anterior no me iba muy bien debido al bullying que recibía por mis compañeros. No me sentía incluida por ser una persona rara y diferente en cuerpo. Eso provocó cierta inseguridad hacia mi persona. Cuando llegué, temí que sería igual. Todo lo contrario. Los compañeros me trataron súper bien, incluso me querían mucho y algunos me respetaban por lo que comenté anteriormente. Me hice buena amiga de Shinobu y de Mitsuri. Éramos uña y carne porque nos confiábamos ciertas cosas. La pelirrosa no paraba de comentar lo apuesto que eran los profesores, pero sus ojos estaban puestos en uno que se llama Iguro Obanai, el profesor de química. No negaba que tenía cierto misterio, pero no era mi tipo. Para mí lo más atractivos eran:

Rengoku Ryojuro, profesor de historia. Me encantaba su energía esporádica que animaba a todo alumno. Tenía un sentido de la justicia tan enigmático. Ese color de cabello le quedaba muy bien porque representaba el fuego mismo. Recuerdo el día en que nos contó una historia y que los chicos fueran caballeros y las mujeres princesas. Al no tener compañero, Rengoku se ofreció. ¡Era tan lindo!

Uzui Tengen, profesor de arte. Este definitivamente era un dios completamente. Que belleza. Qué extravagancia. Las alumnas estaban locas por él por su forma de ser y por ser atractivo ante los ojos de cualquiera. En las clases me ponía nerviosa ante su mirada varonil. Esos ojos granates eran capaces de leer tu mente. Como los otros dos anteriores, era muy atento, incluso me dijo que era una gran estudiante y tenía dotes interesantes. ¡Eso me alegraba muchísimo!

Y el último, el más extraño de todos y con un aire de misterio, Shinazugawa Sanemi, profesor de matemáticas. Esas cicatrices le sentaban de maravilla. Lo malo era cuando se acercaba daba mucho miedo por esa mirada tan petrificante y sin vida. No obstante, era muy bueno. No le hacía difícil resolver los problemas. Sus clases me gustaban muchísimo porque no tenía que hacer memoria, sino simplemente saber cuándo realizar cierto cálculo en el problema. Gracias a ello me atrevía a alzar la mano para resolver la ecuación. Él, en un principio, no tenía ningún problema en darme la tiza porque sé que en sus adentros me veía alguien desinteresada. Eso cambió cuando le demostraba que estaba atenta a sus clases y resolvía los problemas sin problema. Asombrado se quedó. Me acuerdo perfectamente de un evento de un alumno quejándose de que las matemáticas no sirven de nada. Shinazugawa iba a decir algo, pero yo me adelanté:

—¡Las matemáticas sirven para algo! ¡¿Cómo estudiamos las estrellas?! ¡¿A base de vocabulario?! ¡Hay que saber perfectamente donde se ubican exactamente y demás! ¡Así que no digas que no sirven, pollaboba de mierda!

Ahí todos vieron mi carácter explosivo. Ahí cometí el grave error de entrometerme en algo que no era mi deber. Shinazugawa me dedicaba una mirada de desaprobación a lo que yo me senté y agaché la cabeza apenada. 

—Hablaré con usted después de clase —dijo, muy seriamente.

«Me va a echar de la academia», pensé para mis adentros llorando.

Todos se fueron de la clase, salvo yo que quedo hasta el final porque el profesor me iba hablar de lo sucedido de antes. No llegaré a mi casa hasta las nueve de la noche. Tenía miedo. Mucho miedo. Sería la primera vez que iba a hablar con él a solas. Tranquila, Laura. Solo asiente y discúlpate. Cogí mi bolso y caminé hacia la gran mesa con mi cuerpo temblando cual gelatina. Esperaba que no me comiese con la mirada. Shinazugawa estaba echando un ojo a la tarea que marcó para recoger y se le notaba en la cara el desagrado, no obstante, retiró la mirada para fijarse en mí. Ahora o nunca.

—Siento mi comportamiento de antes, Shinazugawa-sensei. No volverá a repetir.

Lo único que quería no era irme de aquí. Estaba muy agusto de tener muchos amigos y saber que podía contar con ellos. El profesor se levantó de su asiento bordeando la mesa para quedarse justo enfrente de mí. La diferencia de altura era notable y el calor que emanaba era capaz de derretirme. Mis ojos estaban fijos en el suelo porque ver la camisa abierta mostrando su pecho cicatrizado me ponía nerviosa. ¡En cualquier momento eso iba a desaparecer! 

—¿Sabes? Pensaba que eres una chica reservada, pero tienes ovarios para enfrentarte a alguien.

¿Eso era un halago?

—¿Gracias?

—Sin embargo, no lo vuelvas a repetir. Soy quien doy clase y soy quien patea a esos inútiles por no tomarse en serio mis clases —bufó.

—Sí, lo lamento —me disculpé de nuevo.

—Ah, y por cierto —iba a recitar la última oración y estaba esperando una buena bronca. Él agarró mi corbata para atraerme y estar muy cerca de su rostro—, si vuelves a gritar y enfadarte en mi clase, verás que yo me encargaré de desahogarte.

¿Cómo? No entendí a lo que se refería, pero no quitaba el hecho de que me puse tan roja al tenerlo cerca de mí. Me soltó suavemente y me dijo que ya podía irme. Yo salí corriendo por patas de la academia no queriendo encontrarme con el profesor.

Ese incidente provocó que me volviera un poco más tímida de lo normal y no lo miraba en la clase. A más de uno le extrañó demasiado, aunque escuchaba rumores de que sería debido a lo ocurrido. Pues por ahí iban los tiros. Shinazugawa estaba como si nada y yo en un estado de nerviosismo puro y duro. Me daba miedo el simple hecho de esa pequeña amenaza. ¿Desahogarme? No me gustó nada como sonaba eso y no quería averiguarlo. Yo lo evitaba y él me buscaba. El peliblanco aprovechaba los momentos de silencio de la clase para preguntarme por la respuesta de la ecuación. Yo le contesté, pero con un toque de tartamudeo y él proseguía la clase con total normalidad. Era raro de narices.

Mitsuri no paraba de preguntarme lo ocurrido de aquel día y yo simplemente quería olvidarlo porque no valía la pena. Solo tenía que centrarme en el resto de las clases y no en el pecho casi descubierto de Shinazugawa. ¡Laura, reacciona! ¡No debes pensar en ello! Imagínate el rostro de Uzui. Del profesor sexy de arte. ¡Tampoco! Aparecía la imagen miedosa y misteriosa del profesor de matemáticas. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué estas cosas me pasaban? Solo quería llorar en una esquina. 

Un día, un chico de la academia me quería molestar por mi físico. El bullying comenzó de nuevo. No iba a permitir que las cosas se repitieran. No esta vez. Mis ojos se clavaron en el muchacho que no paraba de burlarse de mí y le dije de todo menos bonito. Todos los presentes me habían escuchado, incluso los profesores. Por favor, que Rengoku-sensei no piense mal de mí, solo me defendía por un gilipollas que no tenía remedio alguno. Entonces sentí una mirada clavarse en mi cuerpo. Cuando giré mi cuerpo vi a Shinazugawa con una mirada sombría y sin vida alguna. Me daba mucho miedo. Me dijo: «Princess, acompáñame». Ay, no. Esta vez me iba a echar. Eso pensé. 

Una clase vacía me llevó, apartada de todo el mundo para que no estorbaran su castigo hacia mi persona. Yo estaba llorando internamente queriendo morir en vez de recibir una riña. Shinazugawa movió una silla para colocar justo enfrente de mí y se sentó. Ahí va. Solo agáchate y acepta el castigo. De pronto, sentí su mano agarrar mi muñeca y tirarme. Mi cuerpo estaba boca abajo, encima de las piernas de mi profesor y con el culo levantado. ¡¿Esto qué demonios era?! Y lo siguiente que no esperé era que él me levantase la falda y se atreviera a golpear mi trasero cual niña chica. Un pequeño quejido salió de mis labios. Luego una caricia para luego convertirse en otro azote. No sé cuántas lleva. Mi cuerpo se calentaba sin ningún motivo ese tipo de trato. Con su cometido realizado, me colocó la falda y me ayudó a levantarme. Dios, estaba temblando de gelatina.

—Te lo he advertido.

—¡¿Por qué hizo eso?! —le grité sin importar las consecuencias.

—¿Vas a seguir elevando la voz, mocosa? —Su voz se volvió amenazante.

—¡No tiene usted derecho a tratarme de esa manera! ¡Usted es mi profesor y yo soy su alumna! ¡Me quejaré al director!

—¿Me vas a decir que no te gustó? —me preguntó—. Ni siquiera has pedido ayuda cuando tuviste la ocasión.

¡Maldita sea! De todos los profesores guapos que había en la academia me tenía que tocar él. Yo hubiera gritado, pero mi cerebro no reaccionó. No estaba entendiendo nada. Shinazugawa se levantó del asiento para tomar mi corbata y obligarme a acercarme a él, como la otra vez.

—Te diré algo, mocosa. Nunca en mi vida me he sentido tan maravillado de escuchar a una mujer gritar de esa manera. Llena de energía, con mala uva y con un vocabulario sucio.

—Shinazugawa-sensei… —No podía gestionar palabra alguna por los nervios.

Sus labios estuvieron a punto de rozarse con los míos e inconscientemente yo los iba abriendo poco a poco queriendo ser besada por él. Ese momento se rompió cuando escuchamos el sonido de la puerta abrirse y Shinazugawa me soltó la corbata y se distanció un poco de mí. Rengoku había entrado para ver si todo iba bien. ¡Mi héroe!

—¿Todo bien por aquí?

—Perfectamente, Rengoku. Solo estaba advirtiendo a Princess que su comportamiento no es adecuado en esta academia.

—¡Ahí te doy la razón! —lo apoyó. El pelirrubio de mechas rojas no era idiota. Seguramente que estaba notando este ambiente tan pesado entre el peliblanco y yo—. ¿Hay algo más que no sepa?

—Estuve a punto de comentarle que me encargaré de darle clases particulares porque he notado cierto desinterés y desmotivación en mis clases en estos últimos días. Y me es extraño porque ella era la primera en levantar la mano y responder el problema.

Ah, ya claro. Espera, ¿qué dijo? ¿Clases particulares con Shinazugawa? Mi rostro estaba completamente rojo no quería imaginar lo que ocurriría si me daba clases extra. Solo esperaba que Rengoku no aceptase esa aprobación.

—¡Buena idea! —Mi héroe no me salvó—. Últimamente noté a Princess un poco desmotivada en mis clases también. ¡Seguro que con tu ayuda, irá de perlas!

—Yo no… necesito clases… —me defendí, temblando cual gelatina.

—¡Piénsalo! Es una forma de adelantar a tus compañeros y una manera de trabajar el cerebro —comentó Rengoku con esa sonrisa suya tan característica—. Por cierto, ¿cómo piensas darle clases? —preguntó. ¡Ajá!

—Yendo a mi casa o a la suya. —¡Ah, no! ¡De eso nada!

—¿Te parece bien eso? Le pregunto porque ella es tu alumna y tú su profesor.

—Entonces, para que te quedes más tranquilo, las daré en la academia después de terminar las clases —dijo con desgana completamente.

—¡Eso está mucho mejor!

Mi gran héroe me vendió como si fuera un saco de papas. Quería llorar en una esquina porque no podía creer la mala suerte que estaba teniendo. Ahora tenía que soportar todos los días y todas las tardes a Shinazugawa Sanemi. El profesor me dijo que empezará mañana mismo a darme clases extra. Eso significaba que no saldría de aquí hasta las tantas de la noche y no podré acompañar a Shinobu y a Mitsuri a sus casas. Ellas tendrán sospechas de ello. Mi pregunta era por cuánto tiempo seguiré así.

Tres de la tarde. La única que quedaba en la clase. Todos se marcharon. Rengoku estaba ahí conmigo recogiendo la tarea que nos mandó hace unos días. No se marche. Quédese. Se lo suplico. No quería estar a solas de Shinazugawa por miedo a lo que iba a suceder. Esa tensión que hubo entre nosotros dos ayer no era sana. Para colmo era mi profesor y yo una alumna. No era posible ir más allá de esa relación, solo dejar que la imaginación fluyera. 

La puerta se abrió dejando pasar al cicatrizado con un libro en la mano y una bolsa. Esperaba que en esa bolsa no hubiese látigos o algo. El pelirrubio de las mechas rojas le pidió amablemente que no fuera duro conmigo y que solo estuviera conmigo dos horas. ¡Tortura! Dos horas eran una tortura. El otro chasqueó la lengua, una forma de decir: «lo que tú digas». Rengoku se despidió de mí y yo le miraba con súplica para que no se marchase. Estaba segura que Uzui aceptaría mi petición.

Otra vez a solas. Otra vez esa tensión que se cernía entre nosotros. Mis ojos estaban fijos en la puerta deseando huir de aquí. El ojigris dejó las cosas en la mesa para luego acercarse a una silla y colocarla al lado del mueble. Me miró, indicando que me acercara. Mala señal. Mala señal. Al levantarme de mi sitio noté mi cuerpo flaquear por un momento, pero pude mantenerme de pie. Caminé con pasos inseguros y lentos hacia la gran mesa y me senté en la silla que me correspondía. Me quería morir. Tenerlo cerca era demasiado para mí.

Él estiró el brazo hacia la bolsa para sacar algo. Yo mantuve mis ojos cerrados no queriendo saber. Entonces un olor peculiar llegó a mis fosas nasales. ¿Comida? Los abrí, encontrándome un tupper de ramen de carne de cerdo y verduras. Me sorprendió demasiado. Pensándolo bien, no he almorzado ni siquiera. Shinazugawa me entregó unos palillos.

—Primero almorzamos y luego nos centraremos en las clases.

Así fue todas las tardes entre semana. Él me traía el almuerzo y yo hacía los ejercicios que me marcaba, incluso me hacía repetir cinco veces el mismo hasta que lo había memorizado y aprendido como se realizaba. Ahí me di cuenta que era muy bueno con las matemáticas. No le hacía falta una calculadora porque ya lo era. Inteligente. Tendrá una inteligencia intelectual superior. Ojalá pueda ser él, pero este aparato con números me ayudaba bastante porque me hacía sentir segura a la hora de calcular.

En una de esas tardes se complicó la situación. Me quedé trabada en el mismo ejercicio intentando averiguar la solución del problema. Este cálculo no era mi punto fuerte, eso lo tenía claro.

—Tienes que calcular en base a la teoría de colas —me explicaba, mientras hincaba el diente a una papa frita de bolsa—. Acuérdate: averiguar el tiempo de espera o la capacidad de trabajo sin que llegue a colapsar.

—Pero es que no lo veo. No me da en el cálculo.

—Pues estás fallando en algo. ¿Has revisado el número de personas de la fila A, B y C?

—Diez, cinco y siete. Los he contado repetidas veces —dije a regañadientes. Se notaba que se hinchaba la vena de mi sien.

—¿Y cuáles son los minutos de espera de cada fila?

—Veinte, quince y diez.

—¿Estás segura?

—... Ya no lo estoy por esa pregunta que me hizo, Shinazugawa-sensei.

—¿Por qué? No debes dudar de tu capacidad. Sabes bien que lo estás haciendo muy bien —me animó a su manera.

—¿Diciéndome esa pregunta? —alcé la voz sin darme cuenta—. Usted lo que quiere es retenerme aquí hasta el fin del mundo. Si en media hora no lo soluciono, me largo.

Claro. Cómo él ya sabe la respuesta pues se negaba a decírmelo. Maldita sea, yo quería llegar a mi casa para ver el siguiente capítulo de mi serie favorita que iba a ser interesante. Entonces la silla se movió a causa de Shinazugawa. Su cuerpo estaba muy cerca del mío. ¿Qué pretendía con eso? No estaba entendiendo nada. Su comportamiento raro me provocaba un mar de dudas.

Yo seguí centrándome en la tarea, no obstante, todo mi vello corporal se erizó al notar una pequeña respiración en mi oído. Me quedé quieta cual estatua. Mi mano no paraba de temblar. Ni siquiera podía escribir con esos estúpidos tembleques. El peliblanco agarró un mechón de mi cabello para jugar con ella. 

—¡¿Qué cree que está haciendo?! —le grité, levantándome de la silla con intención de alejarme del profesor—. ¡No tiene derecho a tocarme! ¡Se supone que me está dando clases extra y se dedica a tocarme y a molestarme! ¡Eso no es ser profesional!

El silencio reinó en la clase. No sé si alguien me escuchó aparte del profesor y desconocía si había alguien más aparte de él. No podía ver su mirada a causa de sus cabellos alborotados. Mis mejillas seguramente tendrán un color rosado que me daba hasta vergüenza. Mi cerebro trabajaba para comprender la situación. Ese comportamiento inusual y no profesional por su parte. 

La mejor opción era irme cuanto antes porque ya no me gustaba sentir esa tensión entre nosotros. Me acerqué a la mesa y recogí con mucha rapidez para guardar en el bolso. Entonces, Shinazugawa agarró con firmeza mis muñecas y me acostó sobre la mesa dejándome invulnerable. Su rostro daba mucho miedo. ¿Me iba a violar? No. Por todos los dioses. Todo menos eso. Lágrimas resbalaron por mi rostro no queriendo llegar a eso, incluso cerré los ojos para no verlo.

Qué calidez. Ardía demasiado. Espera, ¿qué era lo que estaba notando en mis labios? Poco a poco iba abriendo mis párpados encontrándome a mi profesor besarme. Mi rostro ardió como nunca. No llegué a pensar que este hombre me besara. Un chasquido sonó a la hora de separarse del beso. Un sonido que me erizó el vello y que deseaba más. El peliblanco limpió mis lágrimas con sus manos.

—Joder. No aprendes, ¿verdad? 

—No… no entiendo a lo que se refiere…

—Mira que he intentado no pensar en ello, pero me es imposible. Nunca vi a un alumno tan interesado en mis clases y, encima, tener un comportamiento explosivo cuando alguien le molesta o hace alguna estupidez —confesó. Espera, ¿esto era una especie de confesión?

—Mi… mi intención no era gritarle, Shinazugawa-sensei —me disculpé.

—Que grites a alguien me enciende, pero que me grites directamente me enciende aún más.

¡¿Cómo?! ¡El Dios que esté arriba me lance un rayo y me haga desaparecer de esta situación!

—No me temes. Eso demuestra tu personalidad, Princess.

—Shinazugawa-sensei, yo no lo puedo atraer físicamente. Es usted mi profesor y yo soy su alumna —comenté para que recapacite.

—¡Eso me jode, maldita sea! —me gritó con furia.

Se separó de mí dejándome todo el espacio suficiente y se sentó en la silla más próxima. No podía creer que uno de los profesores más atractivos de la academia le atraiga. A ver, seamos honestos, no tenía el cuerpo perfecto en comparación con cualquier otra chica o con mis amigas. Ellas tienen buenos atributos.

—De todas las mujeres me tenía que fijar de una mocosa —chasqueó la lengua—. ¿Sabes lo frustrante que es? No es bien visto. Tú eres aún menor de edad y yo soy un aprovechado de mierda.

—Bueno, técnicamente me faltan seis meses para cumplir los dieciocho —comenté, mientras me sentaba y me arreglaba la falda.

—¡Peor me lo pones, joder!

—¿De verdad le gusto?

Quería que me dijese la verdad y dejase de tonterías. Su rostro me indicaba enojo. Creo que metí la pata preguntando eso.

—¿No es obvio? —gruñó por lo bajo—. ¿Qué más quieres? ¿Qué te traiga flores? No me van esas cosas.

—Solo preguntaba —aclaré.

—Intenté de todas las maneras posibles en no mirarte, pero me es imposible. Me siento estúpido por caer tan fácilmente. —Un color rosado se adueñó de sus mejillas a modo de vergüenza.

—... Es la primera vez que a alguien le gusto.

Llamé su atención porque me miró con esa intriga en sus ojos. Yo simplemente miré hacia otro lado con algo de timidez. No mentía. De todos los chicos que he conocido a lo largo de los años ninguno se fijó en mí. Yo solamente fantaseaba de estar con esa persona y luego me daba cuenta lo idiota que era. Shinazugawa se levantó de su asiento para acercarse a mí acortando esa distancia.

Si estuviera otro profesor presente lo más seguro era que no estaríamos en esta situación. Mi rostro era tomado por sus manos calientes sacadas de un horno. Las yemas de sus dedos acariciaban sutilmente mis mejillas y yo poco a poco me sonrojaba. Esos ojos grises eran tan profundos. No como los míos. Diría yo que no compaginaba porque estaban llenos de vida o a veces.

—¿Soy el primero? —Asentí. Surcó un poco el labio—. Me siento afortunado.

Yo pensaba en Rengoku o en Uzui porque ambos eran la mar de atractivos, pero Shinazugawa tenía un aire misterioso que me llamaba mucho la atención.

—¿Y a ti te gusto, mocosa?

Ahí estaba la pregunta. El mote que me puso se quedó para siempre y me llamará así en los días en que estemos a solas. ¿Qué responderle? De verdad, ya dije que los hombres con ese aire me atraían demasiado, incluso si tiene un par de cicatrices. Se les veía más rudos y fríos. Chicos malos para variar.

—No lo niego, sin embargo, ya sabe cual es el problema.

—No hace falta que me lo repitas dos veces —farfulló.

—Solo quería asegurarme…

—Pero podemos hacer una cosa —dijo—. En la academia seguiremos con nuestro rol. Ya fuera del horario tomaremos otro.

—¡La gente se dará cuenta, Shinazugawa-sensei!

—¡No me alces la voz, joder! Como te gusta gritar cuando te molesta algo.

—¡Porque es la verdad! —me quejé.

—A no ser que nos demos asco.

¿Perdón?

—Ya sabes, faltandonos el respeto, pero sin llegar a palabras mayores.

—¿Eso va a colar? —cuestioné con una gota resbalar en mi sien.

—¿Se te ocurre otra idea?

—¿Y si nos comportamos como personas normales? Tampoco es plan insultarte todos los días. No me parece correcto —le sugerí.

—Con lo que a mí me gusta oírte exaltar la voz… —murmuró por lo bajo.

—¡Prefiero respetar a un profesor que gritarlo!

Me robó otro beso callándome completamente. Ya me lo advirtió. Le gustaba oírme de una manera tan inusual en mí. Todo su cuerpo me atrapó en la mesa no teniendo oportunidad de escapar. Rompió el beso no separándose de mí y me miró directamente a los ojos.

—Cuando estemos a solas, llámame por mi nombre.

Esa fue la decisión que tomamos para no levantar sospechas de nuestra relación. Lo ocultamos ante los ojos de las personas. En la academia nos comportamos como profesor y alumna, pero fuera nuestra conducta cambia a una de amantes. No salíamos mucho por el mero hecho de que cualquier alumno o profesor nos viesen juntos. Nuestras quedadas eran en mi casa o en la de él, sobre todo, si no estaba su hermano menor, Shinazugawa Genya. Eso solamente ocurría en los fines de semana porque entre semana seguíamos con esas quedadas por la tarde y algún que otro beso me robaba.

No iba más allá por el simple hecho de que era un menor de edad y era delito. Al menos era consciente de ello. Me gustaba ese lado tierno cuando estábamos a solas. A veces soltaba palabras un poco sucias debido a su carácter temperamental. No me molestaba para nada. Sabía perfectamente cómo era él y me gustaba también. Ya en la clase era todo lo contrario. No todos los días nos echamos la bronca del siglo por una estupidez que dije o porque él se dedica a decir burradas hacia los alumnos. Ahí ya la gente murmuraba ciertas cosas de que los dos acabaríamos muy mal.

¿Mal? Todo lo contrario. Una vez le grité tan fuerte que esa misma tarde no se pudo controlar mucho. Sus besos fueron bruscos y llenos de deseo. Sus manos recorrieron por todo mi cuerpo queriendo memorizar cada parte de mí sin quitarme las ropas. No. Aún era pronto. Solo me faltaba poco para cumplir la mayoría de edad. Ese momento me dejó exhausta. Qué fetiche más raro tenía Sanemi. Con sólo oírme gritar no era capaz de contenerse de ninguna manera.

Mi cumpleaños llegó con la grata sorpresa de que mis amigos me felicitaron con una gran bienvenida y una tarta de cumpleaños en la academia. Shinobu y Mitsuri se pasaron con los regalos: una mochila pequeña, unas cuantas fotos que habíamos sacado, un álbum de fotos, dos perfumes, una caja de bombones… Me iba a hartar cual cochino negro. Nezuko fue quien preparó el pastel de chocolate y galleta que tenía una buena pinta. ¡Y lo tenía! Tanjiro, Zenitsu e Inosuke me regalaron tres libros de aventura y acción. No me esperaba eso, sobre todo, del último miembro del grupo.

Sin embargo, mis verdaderas sorpresas comenzaron después de terminar las clases de Rengoku y Uzui. El primero de ellos me entregó una bolsa grande a lo cual no me esperaba. Cuando lo abrí me encontré un oso blanco y enorme. Me puse roja como un tomate porque no me esperaba que él me regalase eso. No. Lo peor venía después. El otro profesor me dedicó un cuadro que pintó él. Una imagen de mí. Me fijé que fue en uno de esos momentos en que estaba embobada por él que mis ojos brillaban cada momento. ¡Qué vergüenza!

Parecía una mula cargando todas estas cosas. Menos mal que Sanemi me dio la tarde libre por ser mi cumpleaños. Mis amigas me ayudaron con las bolsas, pero se sorprendieron de que esos dos profesores me regalasen algo. Mitsuri exclamó: «¡les gustas!». Lo que faltaba ya. En vez de tener a uno detrás de mí, venían otros. ¿Qué tenía de especial yo? Pero mis ojos estaban puestos en Sanemi que, como siempre, nos evitamos o nos insultamos. La pelirrosa siempre me decía que los polos opuestos se atraen. El odio pasa al amor. Si yo le contara…

Al llegar a casa noté un olor a incienso muy relajante para mi gusto, pero también se mezclaba con la comida que alguien estaba preparando. Oh, cierto, siempre se me olvidaba que le di una copia de mi llave a Sanemi por si me pasaba algo. Cuando abrí, me encontré el pasillo lleno de flores que me guiaban hasta el interior de la zona del comedor. Espera, ¿esto lo hizo él? No me lo creía por lo que me apresuré, viendo la mesa decorada con ramos de flores en un jarrón y la comida ya emplatado. Las bolsas se me resbalaron por la impresión.

El peliblanco hizo acto de aparición con una bata de cocina y limpiándose las manos con un trapo. Él me miró y yo le miré.

—¿Qué? —Su enojo hizo acto de aparición—. Si no te gusta, dilo.

—Creo que… te has pasado un poco —confesé—, pero no niego que me guste.

Sanemi chasqueó la lengua mirando hacia otro lado con total vergüenza. Definitivamente él podía ser cierto cuando quisiese. Ambos disfrutamos de la cena, yo más porque la comida estaba exquisita. El ojigris me preguntó por las bolsas a lo que tuve que enseñarle los regalos. Oh, cierto, el pastel que sobró. Debería ponerlo urgentemente en la nevera antes de que se estropee. Me ausenté un momento corriendo a la cocina. Era un pequeño paseo. Y cuando volví me quedé helada porque Sanemi sacó los dos regalos que me hicieron Rengoku y Uzui.

—«Feliz cumpleaños, Princess. Hoy es el gran día en que te conviertes en toda una mujer y de conseguir nuevos propósitos en el futuro. Yo, Rengoku Kyojuro, me siento muy orgulloso de tenerte como alumna. ¡Ah! Y una de mis preferidas, por cierto. Este oso es un regalo para que te acuerdes lo mucho que te aprecio». —Estaba leyendo el pequeño mensaje que tenía el muñeco en su collar.

—Sa… Sanemi… —tartamudeé porque vi que su rostro se endureció demasiado.

—«Un gran regalo para el dios de los festivales y amante de la extravagancia. Tú serás mi musa y mi alumna preferida. ¡Qué mi obra refleje esa belleza tan característica y enigmática de ti! Firmado por tu profesor preferido, Uzui Tengen».

—¡De… De verdad! ¡Yo no me esperaba que esos dos me regalasen algo el día de mi cumpleaños! ¡Los tuve que aceptar! ¡Era muy feo no hacerlo! —iba explicando con los nervios apoderarse de mí.

Sanemi se quedó callado. No dijo ni una palabra. Se notaba que se estaba enfadando porque le creció una vena bastante molesta. No deseaba que pensase que me gustan. Bueno, secretamente, pero solo tengo ojos para él porque fue el primero en confesar sus sentimientos. Dejó los regalos en la mesa y se levantó de la silla. Ya está. Ya estaba cabreado. No me iba a hablar durante unos días.

No obstante, no esperé un beso de él sujetando mi cintura con fuerza. Fue tan brusco que nuestras lenguas se encontraron y danzaron sin descanso. Se agachó un poco para colocar sus brazos detrás de mis muslos y elevarme. Automáticamente crucé mis piernas en su cintura. Me estaba cargando porque notaba movimiento a mi alrededor. Yo estaba centrada en sus besos y en su manera de tratarme. De repente me dejó en la cama atrapándome cual depredador. ¿Dije cama? ¡¿Estábamos en la cama?!

—Yo te daré el mejor regalo que ellos no te pueden dar.

🦋🦋🦋🦋

A

hora me encontraba en el baño calmando mis nervios y pensando con claridad lo que había hecho. Llevamos casi ocho meses de relación y todavía seguimos ocultando. No me parecía justo haberle gritado de esa manera, pero me dio tanta rabia saber que suspendí ese examen porque no me lo esperaba para nada. Todas las tardes con él para nada. ¿Será porque estaba lo suficientemente enamorada y eso provocó desconcentración? Si fuera así, entonces le daba la razón.

Diablos, Laura. Deberías disculparte porque realmente no se merecía esos gritos tuyos. Era una persona horrible en todos los sentidos. Entonces escuché la puerta del baño abrirse encontrándome con el ojigris. ¡¿Qué hace él aquí?!

—Shinazugawa-sensei, no debería estar aquí. Este es el baño de mujeres —le eché un poco la bronca.

En vez de hacerme caso, me ignoró completamente y se puso a mirar en cada puerta de los aseos por si había alguien más. Yo juraría que no, pero no me atreví a decir su nombre de pila estando en la academia. Era ahora o nunca.

—Quisiera disculparme de mi comportamiento de antes —hablé—. Si suspendí el examen era porque estaría desconcentrada y no porque usted me suspendiera así sin más —continué—. Mis disculpas no son suficientes, pero por algo tuve que empezar.

Ese silencio que tanto conocía me ponía muy nerviosa. Eso significaba que estaba molesto conmigo por lo de antes.

—Shinazu…

No dejó que terminase de recitar su nombre porque me besó salvajemente y me sentó a horcajadas en el lavamanos para estar casi a su altura. Sus manos recorrían sin descanso todo mi cuerpo mientras me seguía besando. Me estaba doliendo la boca ante esa brusquedad. Nunca se comportó de esa manera. En el sentido de estar demasiado necesitado de quererme besarme y tocarme sin importar que estuviésemos en la academia.

Sus brazos fuertes me elevaron del lavamanos caminando en dirección hacia una de las puertas de los aseos. La última de todas. Me senté en el retrete mientras él salía un momento para buscar una cosa. En sus manos portaba un cartel diciendo «baño inoperativo». La colocó en la puerta y cerró el seguro. Espera…

—¡Sanemi no podemos hacerlo aquí! 

—¡Al diablo si estamos en la academia! Estoy muy excitado. Nunca me habías gritado e insultado de esa manera.

—¡Deja de lado tu fetiche hacia mis gritos y céntrate!

—¡Laura, mírame! —Tomó con brusquedad mi rostro para que me mirase directamente a sus ojos—. ¡Ahora, tócame! —Lo siguiente fue agarrar mi muñeca y colocar mi mano en su entrepierna. ¡Por la Virgen del Pino!

—¡Aún así espérate hasta que lleguemos a tu casa!

Ni caso. Él prefería escuchar su instinto que a mí. Hacerlo en el baño de las chicas era una locura. Cualquiera podría escucharnos y más yo que era una escandalosa. Sanemi me levantó del retrete para estampar mi cuerpo en la pared buscando mis labios desesperadamente. Hemos tenido encuentros sexuales un poco fuertes, pero este llegaba a otro nivel. Esto era hardcore. Una mano colocada en mi trasero y otra en uno de mis pechos para agarrarlos con firmeza a lo que respondí con un simple gemido. Mierda, este desgraciado me estaba calentando a cada momento. La boca me empezaba a doler. Menos mal que se dio cuenta porque se separó, creando un hilo fino de saliva. No dejó que respirara cinco segundos porque atacó mi cuello a base de lametones y mordidas. Mis manos estaban agarrando con firmeza su camisa una manera de empujarlo o suavizarse, pero él respondía todo lo contrario.

Botones desabrochados para tener mayor acceso a mi pecho un poco caído y escondido detrás de un sujetador. Mi cuerpo se encogió por mucha vergüenza. Si es verdad que me vio desnuda unas cuantas veces y vio toda imperfección: un poco de barriga, caderas un poco anchas, estrías y celulitis. Pero aún así todavía estaba en proceso de que a él le gustase realmente. En mi piel aún quedaban marcas provocadas por él debido a su excitación hacia mi persona o hacia mis gritos. Ya no estaba segura, solo sé que yo era la causante de todo esto. Manoseaba con desesperación mis pechos robándome algún que otro gemido, mientras presionaba con su rodilla mi entrepierna. Esta era la desventaja de ser pequeña a su lado. Bajo un poco las copas de mi sostén para pellizcar con gusto mis pezones. Llevé una mano hacia mi boca para no alzar mucho la voz. No quería que alguien apareciera y supiera lo que estaba pasando.

—Princess-chan da mucho miedo cuando se enfada.

¡Maldita sea, mi suerte!

—Pero eso demuestra su carácter —habló la segunda de las chicas.

—Ya me gustaría ser ella y tener mucho coraje para enfrentarme a los chicos.

Tres. Tres alumnas estaban en el baño. Y yo aquí escondida con Sanemi. Él no dejó de jugar conmigo porque estaba centrado en mí. Apreté los labios con fuerza cuando sentí sus dedos rozar por encima de mis bragas. ¡Ahora no!

—¿Pensáis que Shinazugawa-sensei y Princess-chan se lleven mal?

—¿Nunca has oído hablar de que el odio llega al amor?

—¿Eh? ¿Esos dos juntos? No los veo.

Si vieran mi situación ahora mismo. Sanemi apartó las bragas para tener mayor acceso a mi intimidad. Ahogué un gemido cuando empezó a estimular mi clítoris y se centraba en devorar uno de mis pechos. Yo solo me limitaba a agarrar sus cabellos con fuerza.

—Además, piensa que es difícil porque él es profesor y ella alumna. 

—¿Y si tienen una relación en secreto?

—¡No digas tonterías!

Esto me daba mucha vergüenza. Escuchaba la conversación, mientras Sanemi se encargaba por todos los medios de sacarme algún que otro gemido. Sus dedos invadieron mi ser empezando a moverse con algo de violencia. ¡Joder! El maldito estaba tocando la pared superior de mi cavidad acariciando mi punto G.

—Oye, Shinazugawa-sensei es muy atractivo.

Lo era. Demasiado. No me iba a quedar atrás por lo que bajé un poco la bragueta de sus pantalones accediendo a su miembro viril ya erecto desde antes.

—Pero da miedo —confesó una de ellas—. A mí Princess-chan me da mucha envidia.

—¿Por qué?

—¿No te fijas que Uzui-sensei y Rengoku-sensei están muy pegados a ella? Como si le gustaran.

Siempre me pregunté lo mismo. Buenas personas que solo deseaban estar cerca de mí, pero mi cabeza estaba centrada en Sanemi. Casi solté un gran gemido y el peliblanco se dio prisa besándome con furor. Su tortura me estaba matando demasiado. En cualquier momento iba a llegar al orgasmo. El idiota se dio cuenta de ello porque detuvo sus movimientos. Me quejé por lo bajo que lo miré muy mal. Sanemi, sin embargo, se sentó en el retrete e iba buscando de sus bolsillos el envoltorio de un condón. ¿Eh? ¿Siempre lo tenía? El color del látex era de color rosado por lo que me daba entender que era de sabores. Un recuerdo me vino en la cabeza cuando le hice una felación con el cordón. Fue muy bueno y excitante. Agarró mi muñeca para colocarme encima de él dándole la espalda. A mis bragas las hizo a un lado para que no fueran un estorbo e iba entrando poco a poco. Mierda. Casi suelto un gemido. 

—Yo creo que Shinazugawa-sensei también le atrae Princess-chan.

Sanemi no esperó un segundo más para  acomodarme porque empezó a moverse en mi interior. Sus manos sujetaban mi cintura con fuerza y las mías en sus hombros.

—Los polos opuestos se atraen —dijo una de ellas riéndose por lo bajito.

Mierda. ¿A esto lo llamaban morbo? Porque era demasiado excitante. Tener sexo sabiendo que te podían pillar in fraganti.

—Pero ¿no se supone que Shinazugawa-sensei se siente atraído por Kochō-sensei?

¿Eh? Me detuve en seco al escuchar eso.

—Eso dicen los rumores. Kochō-sensei es una buena persona y es capaz de calmar a fieras como el profesor de matemáticas.

—¡A mí me parece que hacen buena pareja!

—Cierto, ¿quién se fijaría en Princess-chan? Más aún con esas ropas tan holgadas. Y esa falda no le sienta bien por sus muslos grandes.

Una chica casi gorda que no se merecía el amor de nadie. Una chica que se veía horrible usando gafas. Solo ser un objeto de usar y tirar. ¿Así me veía? Era por ello que nunca nadie se atrevió a decirme que le gustaba. Era fea en todos los sentidos. Unas lágrimas resbalaban en mi rostro pensando que nunca seré querida por nadie. Que estaré sola.

Unos besos tiernos noté en mi espalda, incluso unas caricias surgieron por la zona de mi pequeña barriga que lo apretaba sin ningún pudor. Sanemi tomó mi rostro para girarlo y estar enfrente del suyo. Continuó besándome ahora ahí por lo que me sonroje un poco antes ese tierno momento.

—Es cierto —susurró bajito, muy cerca de mi oído para que no lo escuchasen—, a mí me gustaba Kanae, pero sé que no seremos nada. Además, ya tengo los ojos puestos en alguien. —Me beso en mis labios una y otra vez—. En ti. Y eso fue antes de que empezaras a gritar. A mí me gustan tus imperfecciones —continuó hablando, esbozando una pequeña sonrisa.

—Sanemi…

—Y me siento feliz de que te gustase. Soy un tipo raro y malhumorado. Quiero estar contigo. Quiero estarlo, a pesar de que nuestra relación no sea la correcta.

—Yo también… quiero estar contigo.

Me abrazó tan fuerte que no deseaba soltarme en ningún instante. Su cabeza se acomodó en el hueco de mi cuello para aspirar el dulce aroma de mi perfume. Mis sentimientos por él eran reales. Nunca mentiría por ello. Casi di un gemido porque Sanemi volvió al pequeño baile de antes, pero me calló con un beso sabiendo que había gente en el baño.

—¡Princess-chan es bonita también! —gritó una de ellas—. Lo único que… a lo mejor es insegura con su cuerpo.

—¿Quién sabe? Cada uno tiene sus motivos para odiar su cuerpo.

El mío por el simple hecho de no tener buenas curvas o pecho pronunciado. A Sanemi no le importaba porque le gustaba tocar todo de mí. Agarrar más carné de lo normal. Él se levantó bruscamente a lo que me puse de pie apoyando las manos en la pared de mi derecha, mientras Sanemi elevó mi pierna izquierda para profundizar más. Este tipo de posiciones de estar mucho tiempo de pie no eran muy fuertes porque una de mis piernas se flaqueen en cualquier momento, aunque él me sujete con fuerza. Sus movimientos se volvían más erráticos advirtiendo que estaba a punto de acabar. Yo también. Si no se van, no aguantaré el próximo grito. De pronto, sentí la corbata en mi boca para acallar aún más mis gemidos. Sanemi me lo colocó con ese pensamiento.

—Vamos a llegar tarde a la clase de Tomioka-sensei —dijo. ¡Váyanse, mierda!

—¡Cierto! ¡Vamos!

Escuche pasos alejarse y la puerta abrirse y cerrarse. Zona segura por ahora. Iba a soltar la prenda, pero Sanemi me lo impidió poniendo la mano libre en mi boca. No podía más. No podía. Los dos llegamos a la cúspide del placer en su máximo esplendor. El peliblanco me agarró con más fuerza para asegurarse de no caerme. Mierda, eso ha sido demasiado intenso para mi cuerpo. Nuestras respiraciones eran agitadas buscando oxígeno en cualquier lugar. Yo necesitaba sentarme. Él me leyó la mente atrayendo mi cuerpo al suyo. Me sentó como una niña pequeña queriendo ser acuñada por su madre o por su madre. Estaba agotada. Necesitaba dormir. Y más aún cuando Sanemi empezó a dedicarme pequeñas caricias en mi cabeza.

—Si te duermes ahora, perderás clase —me susurró.

—Se está bien en tus brazos —le respondí con los ojos cerrados.

—Lo sé. Me lo has dicho cómo unas… ¿veinte veces?

—Y lo seguiré diciendo. Oye, hablaba en serio. Quiero disculparme por lo de antes.

—Quien debería de disculparse soy yo por no controlarme. —A veces esa timidez me gustaba de él—. No solamente me gustan tus gritos, sino todo de ti. Eres una chica interesante.

—Entonces, ¿no debería preocuparme por Kochō-sensei?

—No.

—¿Seguiremos con nuestro rol? —pregunté—. A veces me cansa tener que discutir casi siempre.

—A mí me divierte —se sinceró.

—Oh, claro. Por tu fetiche.

—¡No es fetiche!

Reí bajito sabiendo que yo tenía la razón. Sanemi chasqueó la lengua, un poco molesto ante mi respuesta.

—¿Y yo debería preocuparme por Rengoku y Uzui?

—Puedo admitir que son guapos, pero no puedo negar que quien me gusta eres tú —le dije, mirándole a los ojos—. Y seguiré eligiéndote hasta que nos aburramos.

—¿Eh? ¿Cómo que hasta que nos aburramos? —empleó un tono más molesto y malhumorado.

—Era por decir, tolete.

—Pues a mí me da la impresión de que lo dijiste en serio.

—Mira, no voy a discutir contigo por lo que lo más probable es que grite y no salga del baño por mucho tiempo.

Esta vez quién rió fue Sanemi porque tenía razón. Me besó la coronilla con dulzura, mientras me daba un último abrazo antes de marcharnos del baño. Me aseguré de que no había nadie para que Sanemi pudiera salir sin ningún problema. Nuestros roles seguirán manteniéndose para no levantar sospechas. Yo seguiré amándole en secreto y él hará lo mismo. 

Quiero a ese profesor raro y atractivo.

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