3ª. Lucci - Interés felina (3)

INTERÉS FELINA (3)

Desde que huimos de las instalaciones, al principio fue muy duro porque no teníamos comida ni un lugar donde vivir. Y con mi embarazo se complicada la situación. Recorrimos toda esa selva en búsqueda de una carretera y la ciudad más próxima. Lucci se dedicaba a cazar animales porque era su instinto. Con una hoguera cocinábamos, pero no era suficiente. Yo estaba cansada, me dolían todos los huesos porque ya los pequeñines estaban en posición de salir. Tenía dificultades en caminar y el híbrido no le importaba cogerme en brazos. Incluso me animara a que aguantara con leves lamidas en mi rostro.

No fue una buena idea de marcharse, pero no tenía otra opción. No deseaba que mis hijos fueran experimentos del gobierno. Sería una mala madre si lo permitiese. Un día me desperté muy mal. Mi frente estaba ardiendo, como si tuviera fiebre. Esto no era bueno. Pensé que la comida me estaba sentando mal. A lo mejor cogí una infección. Mis bebés estaban en peligro y no teníamos un médico con quién ayudarnos. El moreno estaba un poco nervioso porque no paraba de ronronear muy cerca de mi rostro. Pasaba por todas las hojas teniendo cuidado conmigo en no tropezar con las rocas. Ojalá encontrar a alguien que nos pudiera ayudar

De repente, escuché agua fluir muy cerca de nosotros. ¿Un río quizá? Sí era así, significaba que encontraremos algún pueblo. Lucci salió de los matorrales y distinguí un poblado. Era nuestra esperanza. Él dudaba si aproximarse allí por miedo a que sean gente que trabaja en las instalaciones, pero lo dudaba mucho. Oí un grito proveniente de una señora que nos habrá visto, sobre todo al moreno con sus orejas y cola de leopardo. Los aldeanos se acercaron para ver lo que ocurría y miedo observé en sus miradas. Yo solo murmuré la palabra ayuda. Un anciano, que era médico, se aproximó a nosotros. Sin embargo, el instinto protector de Lucci se activó, gruñendo al hombre.

—Lucci —murmuré su nombre—, por favor.

Estaba débil y no podía articular palabra alguna. Él debía comprender que era su labor, no debía desconfiar. El moreno dudaba mucho. Finalmente, dejó que el anciano se acercara a mí e inspeccionara mi estado. Le pidió a Lucci a que lo siguiera, aunque con mucho cuidado porque no sabía si él lo iba a atacar. Todos no paraban de mirarlo. Era normal, nunca habían visto algo así. No obstante, comprendían su comportamiento porque me estaba protegiendo de unos desconocidos. El señor entró en una de las casas y sospeché que era una especie de hospital porque había camillas. Lucci me acostó en una de ellas y el doctor, llamado Nako, inspeccionaba mi estado.

Ordenó a una de las enfermeras para que trajese una toalla húmeda y todos los medicamentos necesarios. Mi mano descansaba en mi vientre muy preocupada que los pequeños se encontrasen mal. Ya estaba muy cerca de dar a luz. Malo tuvo que ponerme una vía para recibir suero en mi cuerpo porque me comentó que estaba deshidratada. Era obvio porque habíamos pasado unas semanas así. El moreno no se separó de mí, incluso colocaba su cabeza para estar seguro que los bebés estén bien. El médico trajo consigo la máquina de la ecografía para revisarlo. La crema estaba fría que me quejé un poco. La máquina mostraba a los dos moverse y en posición de salir.

Aún no rompí aguas, pero notaba como los huesos se movían, creando un dolor increíble. Nako me dijo que hará todo lo posible para que me fiebre baje y pueda dar luz sin ningún problema, aunque me confesó que la presencia del híbrido lo estaba incomodando. Yo le dije que no se preocupara, era su instinto. Él no se iba a separar de mí porque no confiaba para nada. Gruñía por lo bajo por cada movimiento extraño que veía en el médico o en los medicamentos que me daba, que no harían daño a los bebés.

No supe cuánto tiempo estuve en la enfermería, pero ya rompí aguas. Un dolor intenso crecía ahí abajo y yo intentaba respirar todo lo posible. Yo era una madre primeriza y no sabía cómo afrontar esto. Preferiría que me diesen un epirudal, sin embargo, no había tiempo porque ya los pequeñines estaban en posición. Hacía todo mi esfuerzo de empujar y que saliesen. El doctor Nako estaba conmigo junto con otras enfermeras y Lucci a mi lado. Él intentaba calmarme con lamidas en mi rostro. ¡Pero no eran suficientes, joder! Quince minutos de tortura en el parto y, finalmente, nacieron.

Eran dos gemelos varones preciosos que heredaron el cabello de su padre, pero no tenían indicios de tener cola y orejas. Sospechaba que será por su ADN, es decir, que el rastro de leopardo era poco. Me tenía que Lucci los rechazaría por no parecerse a él, sin embargo, me sorprendí al verle lamer sus cabezas, incluso ronronear. Su olfato no le engañaba, eran sus hijos. Ahora el problema era que, cuando me diesen de alta, nos teníamos que ir del pueblo Cocoyashi. No era nuestro hogar. Sin embargo, los aldeanos nos pidieron que nos quedásemos por el bien de los bebés.

Y llevamos cinco meses viviendo en el pueblo. Teníamos una casa propia que nos lo regalaron. Lucci estaba trabajando de carpintería, ya que Genzo, el guardia, vio al híbrido tener unas habilidades increíbles que le podían facilitar en ir más rápido en la construcción. Yo me dedicaba a cuidar a los gemelos, Lewvhart y Cheet. Los pequeñines eran un tanto revoltoso y unos glotones. Sus maullidos eran señal de hambre y me buscaban. Un día por la noche entré en su cuarto y me asusté al verlos transformados. Aunque se pareciesen a un humano normal y corriente tenían comportamientos de leopardo. Lucci los "malcriaba" a su modo.

Me era raro verlo con una camisa. Estaba muy acostumbrada a verlo con pantalones. Él odiaba los calzados. Le gustaba ser veloz y sentir los pies en el suelo. Ser madre primeriza estaba siendo muy difícil porque los gemelos no se estaban quieto o lloraban por comida. Detestaba esos momentos en que tiraban mi pezón para sacar más leche materna. El doctor me recomendó que era hora de que tomen a través de un biberón, pero era difícil. Con Lew, que era el mayor, lo tiraba al suelo, pero el otro lo aceptó con creces. Las noches se me hacían duros por sus llantos. No podía dormir. Encima no podía pedir ayuda a Lucci porque él tenía que descansar para trabajar. Imaginaos las ojeras que tenía. Debía estar horrible.

Un día estaba sentada en una silla mecedora afuera con los bebés en brazos. Estaban sumamente dormidos, algo que me era relajante. Desde mi posición veía al híbrido trabajar duramente. Nuestra relación no estaba siendo buena, es decir, el híbrido me ignora a cada momento. Solo hacía caso a los pequeños, enseñándoles a comportarse como un verdadero leopardo. Un vacío estaba sintiendo en mi interior. Y más aún cuando las mujeres de Cocoyashi se le acercaban con intenciones de ligárselo. Lucci las ignoraba o las gruñía con mucha molestia. Él era atractivo ante los ojos de las bellas mujeres que vivían en este pueblo.

Yo me estaba volviendo fea al tener dos hijos de por medio. En mi mente pasada ideas de que Lucci encontrará a una mejor que yo y me abandonará. Me entristecía eso. No quería pensar que yo solo era un objeto para tener crías y encontrar a una nueva. Entré a la casa no queriendo ver esas escenas, dejar a los gemelos en la cuna y llorar en silencio. Admitía que era insegura conmigo misma porque no tenía una figura de diez. Yo era tan diferente a todas las mujeres. ¿Me equivoqué al dejar que Lucci tuviera relaciones sexuales conmigo? Yo ya no estaba segura con todo esto. Me dolía el pecho una barbaridad.

La noche cayó y los pequeños dormían plácidamente. Yo no podía dormir. Mi mirada estaba fija en un punto concreto en la pared. Lucci no había llegado todavía. Ya me temía lo peor. Seguramente que se estará acostando con una. Con ese pensamiento en la cabeza me acosté en la cama con unas cuantas lágrimas caer en mi rostro. Pero escuché el ruido de la puerta de casa. Recién llegó y no estaba de humor para verlo. Estaba segura que su camisa olerá a otro perfume de mujer. Sus pasos se acentuaban y un gruñido suave realizó, advirtiéndome de su llegada. Yo me hacia la dormida porque, de verdad, no quería verle. Hacerlo me dolerá aún más.

Lucci empezó a acostarse lentamente en la cama y yo le daba la espalda. El dolor en el pecho aún continuaba. Quería seguir llorando, pero en silencio. No soportaba tenerlo muy cerca, así que decidí levantarme para ir en dirección al salón con la almohada y una sábana. De verdad, no quería girarme y que mi nariz distinguiera un perfume que no era el mío. Mi mano estuvo a punto de tocar el pomo, pero alguien me detuvo. Me giré para encarar al responsable y era Lucci. Su rostro mostraba confusión no entendiendo mi comportamiento.

—Déjame ir al salón —le ordené para que me dejara.

Sus ojos analizaban los objetos que yo portaba. Menos mal que las persianas ocultaban la luz de la luna porque estando transformado me daba miedo y no podía encararlo. Me sobresalté al sentir su lengua pasar por mis mejillas y su cola enroscarse en mi cintura. No. No debía caer. Apoyé las manos en su pecho para alejarlo completamente de mí. Más confusión creaba en su rostro.

—No empeores las cosas, Lucci —le dije—. Sé que te acostaste con otra y yo no voy a ser un objeto sexual que embarazas y la tiras.

Yo era sincera con mis pensamientos. El moreno analizaba con detalle mis palabras queriendo comprender. Sin embargo, reaccionó al escuchar la palabra "otra" porque me arrinconó en la puerta. No sabía que reaccionar si gritar o huir en ese mismo instante. Colocó una mano en mi espalda para acercarme a su cuerpo. ¿Qué estaba haciendo? Entonces me di cuenta el por qué. Su camisa no olía a perfume de otra mujer, si no la mía propia. ¿No estaba con otra? ¿Todo fue mi imaginación? Pero esto no iba bien porque él solía ignorarme. Ahora no sabía si creer a mi cabeza o a mi corazón.

Sí, me enamoré de este híbrido frío y salvaje. Ronroneos escuchaba muy cerca de mí oído y ampliaba sus fosas nasales para oler los poros de mi piel. Cerré los ojos para calmarme y dejar que me acaricie. Poco a poco me iba guiando a la cama para acostarnos nuevamente. No dejó de abrazarme. No tenía ese pensamiento de separarse de mí. Su barba me hacía cosquillas por mi rostro que no dejaba de reír por lo bajo.

—Yo sentir —susurró. Me quedé asombrada al escucharlo hablar—. Princess ser mía.

—Yo tengo que pedir disculpas por desconfiar en ti. Es que... te distanciaste de mí.

—Cuidar bebés, cansa —me dijo—. Darte espacio.

—¿Por qué me escogiste? —pregunté, aprovechando que estábamos hablando.

—Ser diferente a otras. No gustarme muy melosas. Princess ser bella y buena conmigo —comentaba, mientras su nariz rozaba con el mío—. Me temías y yo me esforzaba para que Princess sea mi pareja. Princess ser mía. Yo ser tuyo.

No evité apoyar mi mano en su mejilla para acariciarla con mucha suavidad. Lucci cerró los ojos y emitía sonidos característicos de un felino grande. Yo me quedé sin palabras. La verdad no sabía que decir. Tal vez aceptar sus palabras y quedarme más tranquila. Los leopardos se les conocen por ser solitarios la gran mayoría de su tiempo, menos en época de reproducción. Lucci tenía esas características, quitando la parte en que preferiría estar conmigo. Su parte humana estaba ahí. Nunca se esfumó.

Después de esa conversación la relación iba relativamente bien. Llevábamos viviendo cinco años en la isla Cocoyashi. Los gemelos habían crecido muy rápido y las ganas de Lucci aparearse conmigo no se los quitaba nadie. Le dejaba, pero con una condición: usar condones. No quería volver a estar embarazada. A él no le agradaba la idea, pero no lo discutía. Estábamos tranquilos porque ningún miembro de aquel laboratorio pasó por aquí. Era posible que desistieron en la búsqueda. Preferiría eso mil veces.

¿Quién iba a pensar que el interés felino de Lucci se convertiría en algo más?

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