Miles de estrellas
En el siglo XXI es imposible para los seres humanos creer que existen otras galaxias con vida, pobladas de civilizaciones más avanzadas que nosotros y con el poder de ayudar o destruir el planeta Tierra. Pasarán siglos o tal vez milenios para que el ser humano logre descubrir los secretos del cosmos y dejar de lado el mito de que somos los únicos seres inteligentes del universo. Yo, un adolescente de dieciséis años, tuve la oportunidad de conocer otra galaxia antes de que la ciencia sospechara que existen máquinas capaces de volar a la velocidad de la luz y recorrer todo el espacio. Esta es la historia de ese viaje.
Un sábado en la noche me encontraba solo en mi habitación y me aburría sin hallar nada que hacer. Prendí la televisión intentando distraerme. Al principio el canal de noticias pasaba los mismos acontecimientos de siempre: asesinatos, violaciones, política, campañas electorales, nada nuevo. De pronto las luces de la habitación parpadearon y el canal se cayó. Me senté de golpe en la cama, un poco asustado. Segundos después, todo volvió a la normalidad, con la excepción de que el canal ahora mostraba una noticia espantosa. La presentadora exponía, con rostro aterrado, como un meteorito gigante amenazaba con caer en la tierra y destruirla en cuestión de horas. No podía creer lo que escuchaba, tenía que ser una broma de mal gusto.
Intenté salir de mi recamara para llamar a mis padres, pero las luces se apagaron de golpe dejándome a oscuras. Se acaba de ir la luz eléctrica. Busqué a tientas una linterna que guardaba en una de las gavetas de mi closet. Cuando logré prenderla noté que mi cuarto había sido sustituido por otro totalmente nuevo. Casi dejo caer la linterna de la impresión. Era como el interior de un puesto de mando espacial, lleno de botones y palancas. Frente a mi había una pantalla donde se encendió una luz. La imagen de una criatura apareció en ella. Era muy parecida a un humano. Tenía dos ojos redondeados con pupilas plateadas y largas pestañas blancas. Su rostro sera como el nuestro con la excepción de que su nariz solo contaba con dos orificios y carecía de tabique. La piel era entre rosada y blanquecina, como si nunca hubiera sido expuesta al sol. Dos pies, dos manos, cabello rojizo. Me habló en mi propia lengua por lo que pude entender cada palabra, a pesar de su extraño acento.
—Bienvenido Mario. Has sido escogido para salvar dos planetas al mismo tiempo. Si presionas el botón verde que está frente a ti viajarás automáticamente a Thea, mi planeta. Si no lo presionas regresarás a tu habitación como si esto hubiera sido un sueño.
Tartamudeé intentando decir algo, pero estaba atónito. Las palabras se atoraron en mi garganta.
—Tienes veinte segundos terrestres para responder.
Un reloj con la cuenta regresiva apareció en la esquina de la pantalla y eso me desesperó. No sabía qué hacer y estaba demasiado turbado para decidir en tan poco tiempo.
—Espera. ¿A dónde voy a ir?
—Mi planeta Thea, en otra galaxia desconocida para ustedes los terrestres. Necesitamos tu ayuda, si te decides serás recompensado y salvarás a tu planeta de la destrucción.
Quedaban menos de diez segundos en el reloj, sin pensarlo de nuevo presioné el botón con un golpe seco. No sabía que pasaría exactamente, pero no podía quedarme sin hacer nada mientras mi planeta era amenazado con la destrucción. Tenía la remota oportunidad de salvarlo.
Luego de presionar el botón sufrí un mareo repentino, sentí que daba vueltas en una montaña rusa y de pronto todo se apagó. Perdí la conciencia, al parecer por largo rato.
Desperté en un sitio totalmente desconocido para mí. Era una sala redonda, de paredes de un material parecido al platino y no había ventanas. Me encontraba en el centro de la habitación, dentro de una cápsula de cristal sellada. Desde mi posición vertical podía observar a mí alrededor. Un grupo de seres extraños me detallaban desde cerca, todos con los ojos fijos en mí. No hablaban entre sí, pero parecían comunicarse de una manera atípica. Intenté moverme sin éxito; la capsula era demasiado angosta.
Un hombre, al parecer anciano, se acercó. Se preguntarán como pude diferenciar su sexo y su edad. Pues, como expliqué al principio, aquellas criaturas no eran tan diferente a nosotros. El viejo llevaba una túnica roja que hacía relucir su piel pálida y compaginaba con sus cabellos colorados. Tenía una barba, con tonalidades diferentes, y tejida en la punta. Me miraba preocupado como si intentara preguntarme alguna cosa.
Otro ser se acercó y le hizo compañía al anciano. Esta vez era una mujer. Se veía muy joven y menuda. Su piel era tan blanca como la del resto de las criaturas, pero más tersa y reluciente. Su rostro era perfilado, con una fisionomía casi perfecta, a mi parecer. El talle fino y ajustado, ceñido con un vestido exótico que jamás había visto en la tierra. El modelo dejaba ver una de sus piernas casi hasta el trasero y resaltaba sus pálidos muslos. Llevaba el cabello suelto. Era de un rojo mezclado, logrando una tonalidad más clara que la del resto de los presentes. En su frente resplandecía una tiara plateada con brillantes piedras de colores que hacían resaltar más su belleza. Pero lo que más me sorprendió y lo que me dejó perturbado, fue el tono etéreo de sus pupilas que pasaban de plateado a dorado y luego a un color naranja como un fuego ardiente. Aquella criatura era casi perfecta, no podía hallarle ningún defecto. Desde el instante en que la vi por primera vez supe que su recuerdo quedaría grabado en mi memoria por toda la eternidad.
Ella tuvo la osadía de acercarse aún más a la capsula, mirándome fijamente con sus ojos cambiantes. Me escudriñaba como si intentara descubrir algo de mí. Estuvo así largo rato, sin cambiar de postura ni pestañear. Yo permanecí inmóvil, solo observándola.
De pronto se apartó, con un movimiento súbito que me hizo estremecer. Me dio la espalda y se colocó frente al grupo que nos observaba, como si quisiera decirles algo. Pasaron algunos minutos y seguían todos así, fijos y con los rostros preocupados. Luego, cuando menos lo esperaba, la joven me volvió a mirar y la capsula se abrió. Caí al suelo torpemente y quedé de rodillas a sus pies. Ella me miró y sonrió, fue la expresión más humana que había visto hasta ese momento.
—Bienvenido a nuestro planeta terrestre, gracias por tu valentía.
Su voz sonó como una melodía tierna que acaricia los oídos y te convida a dormir sobre un cómodo almohadón de plumas. Estaba temblando, tantas miradas a mi alrededor, un planeta desconocido. Todo esto me parecía irreal y quería despertarme, pero me aferraba a sus ojos, los ojos más bellos que podrían existir en toda la galaxia. Por fin intenté hablar, mis palabras brotaron sin problemas.
— ¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde estoy?
El anciano se apresuró a responder, su voz era áspera y su acento enredado como si no practicara mucho mi idioma.
—Estás en Thea, un pequeño planeta de las Galaxias Gemelas. Nosotros somos sus habitantes y yo soy el gobernante de este planeta. Mi nombre es Loren y esta es mi hija Maribella.
Volví a observar a la muchacha que me saludó soplándome en el rostro. Fue extraño, pero mi cuerpo reaccionó erizándose de la cabeza a los pies. Me preguntaba cuanto tiempo estaría allí y si sería para siempre, me preocupaba mi planeta a punto de explotar.
—Estás aquí para cumplir una misión importante. Fuiste escogido para salvar a nuestro planeta y el tuyo al mismo tiempo. Si tienes el valor suficiente podrás librar a la Tierra de la destrucción y devolverle el calor a Thea.
—¿De qué habla? No entiendo...
—Nuestro planeta carece de calor, fuimos castigados hace mil años por el Rey de la Estrella en Llamas y nos quitó el calor que nos permitía sobrevivir. Cada día este planeta es más frío y solo nos mantenemos vivos gracias a una fuente de energía que solo mi hija controla— explicó el anciano rápidamente, mientras caminaba de un lado a otro.
—¿Y qué tengo que ver yo con eso?—pregunté, sonando un poco irritado.
—El rey de la Estrella en Llamas nos prometió devolvernos nuestra energía y brindarnos calor solo si un terrestre se presenta ante él y entrega su vida por nosotros. Si tú lo hicieras nos devolverías la energía que antes controlábamos y con ella recompensaríamos a tu planeta destruyendo el meteorito que amenaza con desaparecerlo.
Quedé helado y totalmente aturdido. Debía morir para salvar a mi planeta, pero eso si estos seres decían la verdad y tenían el poder para destruir al meteorito. No sabía si podía confiar y ya no podía seguir pensando, pues estaba exhausto.
—¿Ustedes no pueden usar su energía para salvar mi planeta?
—La energía que nos queda solo nos sirve para calentarnos y mantenernos vivos, con ella no podríamos ni defendernos en caso de guerra. Pero si el calor de la estrella nos fuera devuelto recuperaríamos la energía y podríamos salvar tu planeta.
El rey se volteó y dio una orden al parecer con su mente al resto de los presentes, estos se dispersaron y se marcharon de la sala. Con un gesto me ordenó que lo siguiera y caminamos los tres hacia otro lugar. Una compuerta se abrió y estuvimos frente a un cristal inmenso que mostraba toda la galaxia como si voláramos en una nave espacial. Otras criaturas controlaban un puesto de mando y de pronto apareció la imagen de un reluciente sol.
—Esta es la Estrella en Llamas, le da calor a todo el sistema de planetas menos a nosotros que fuimos desterrados de la órbita. Ahora vagamos por la galaxia sin puesto fijo y sin calor.
Sonaba tan imaginario que empecé a preguntarme si no estaría en coma o muerto. Luego me percaté de que todos mis sentidos estaban activos y supe que esta aventura era la más real de mi vida.
Pasaron otros sucesos que son muy largos de relatar en tan pocas páginas. Podría resumirlo diciendo que me mostraron su galaxia mientras viajábamos tan rápido como la propia luz. Me enseñaron la forma de vida en su planeta. Se alimentaban solo de nexar algo parecido a una energía invisible que extraían de las estrellas y los mantenía vivos. Nunca sufrían hambre, podían hablar por telepatía y aunque estaban decadentes eran mucho más avanzados que nosotros. Viajaban en pequeñas naves a otros planetas y se movían en vehículos voladores controlados por la energía que poseía Maribella. El pueblo theano era muy unido y jamás sufrían guerras, trabajaban siempre en equipo. Era un planeta mucho menor que la tierra. Me encontraba en la ciudad real, la menos fría. El rey y su hija vivían en un palacio construido de platino un material muy abundante en Thea. Las casas eran parecidas a cuevas y los habitantes trabajaban purificando el agua para poder beberla. Era una comunidad como cualquier otra, solo que con costumbres muy diferentes a las nuestras.
—Los terrestres siempre me atrajeron, son criaturas sorprendentes—confesó Loren—. Llevo años observándolos y comprendiendo sus lenguas, costumbres y culturas. Les gusta sobreponerse a las dificultades, controlar la naturaleza, explorar lo desconocido. En pocos años han logrado más que nosotros en siglos. Desean controlar la galaxia, los océanos, los planetas...Quieren usurpar todo lo inexplorado, y estimo que en pocos miles de años lo lograrán y serán los conquistadores del universo.
—Si no nos destruimos entre nosotros mismos antes de eso—opiné por fin, pero no impedí que el rey siguiera soñando con la supremacía de los terrestres.
Nos encontrábamos sobre la torre más alta del palacio donde una capa de hielo cubría toda la superficie y se podía ver el cielo oscuro cargado de estrellas, cometas y planetas que se movían a nuestro alrededor y en pocas horas eran sustituidos por otros nuevos. Era increíble viajar tan rápido por aquella galaxia sin siquiera sentirlo, algo con lo que muchos humanos aún sueñan.
Maribella y yo quedamos solos tiempo después. Tuvimos la oportunidad de hablar más sobre Thea y sus atípicas costumbres, que cada vez me parecían más inconcebibles. Ella sentía curiosidad por conocer mi planeta. Deseaba saber cómo era el mar que describían algunos exploradores como maravilloso e inmenso. Si era verdad que existía algo llamado comida y para qué servía. Explicarle esa parte fue muy difícil, pero creo que logró entender al menos lo más importante de la idea. Le interesó mucho la historia de cómo llegué allí y quiso saber qué era una televisión y si servía como portal para viajar de un lado a otro. Por su puesto mis explicaciones le resultaban tan distantes como para mí las de ellas, pero creo que se deleitaba solo con escucharme hablar.
—¿Cuándo debo irme? — le pregunté cuando supuse que habíamos pasado más de ocho o doce horas hablando.
—Pronto llegará una nave a buscarte, el viaje no debe tardar mucho tiempo, solo cuatro estrellas pasando.
Esa era su forma de medir el tiempo, con las estrellas que pasaban. Dos estrellas debía ser una hora para nosotros según mis cálculos. Tenían aparatos que medían las estrellas pasando y calculaban de ese modo el tiempo.
La princesa soltó un suspiro conmovedor y miró al espacio con los ojos más tristes que había visto hasta ese momento. Había notado que sus pupilas solo estaban plateadas cuando se encontraba tranquila y sin preocupaciones, se volvían doradas al estar nerviosa y ahora que estaba preocupada se mostraban de un tono entre rojo y naranja que me hicieron comprender su aflicción. Ella no deseaba que me fuera y yo tampoco quería irme. Me atreví a tomarle la mano, estaba fría como un hielo, ella se asombró y me miró nerviosa.
—Quisiera quedarme en este planeta...contigo— solté sin pensarlo dos veces. Ya nada me daba miedo, no después de aquella experiencia increíble.
—¿No te da miedo morir por tu planeta?
—Creo que me da más miedo no verte más.
Ella cambió el tono de sus pupilas a dorado brillante. Cada vez me gustaban más sus ojos sublimes. Me acerqué a su rostro, ella preparó sus labios para soplarme en los míos, pero yo la besé provocando que todo su cuerpo se estremeciera. Estaba seguro de que sentía lo mismo que yo y de que aquel sentimiento perduraría venciendo a la inmortalidad.
Fue un beso largo y sin preguntas. Seguido de muchos otros y de dulces soplidos en mi rostro. Creo que esa era su forma de darme afecto y me gustaba. Pero mis besos eran correspondidos con igual intensidad como si ella supiera qué significaban. Así pasaron dos estrellas o más, ambos abrazados junto a los copos de nieve que caían sobre nuestras cabezas. Mirábamos al cielo de cuando en cuando hasta que una estrella fugaz pasó.
—Pide un deseo —susurré en su oído. Ella no entendía a qué me refería, yo me adelanté a pedir uno—. Deseo que este momento nunca termine.
Maribella me apretó la mano y me preguntó si los meteoritos cumplían deseos. Le dije que sí, que a veces lo hacían. Entonces pidió uno y me abrazó con fuerza. No pude escuchar que fue lo que deseó.
Cuando la nave aterrizó en el suelo del planeta Thea, Maribella se desprendió de un colgante que tenía escondido en su pecho, cubierto con su vestido ajustado. Era dorado, con un cristal transparente en la punta. Destelló una luz blanca cuando lo colocó en mi pecho. Ella me miró por última vez, con los ojos vidriosos como si fuera a llorar. Luego depositó un beso en mis labios, un beso que jamás debí terminar.
Me marché en la pequeña nave, despedido por una multitud de theanos que me aclamaban como si fuera un dios. El viaje fue muy aburrido, solo podía distraerme viendo por las escotillas la galaxia en movimiento, los planetas de colores, estrellas enormes y otros cuerpos espaciales. Era una experiencia envidiable, pero mi corazón no se había montado en la nave sino que seguía en Thea, junto a Maribella. Cuando menos lo esperaba divisé el sol que ardía con inclementes llamas. La nave se dirigía a él, sin miedo a quemarse ni a explotar. Pensé que gritaría cuando traspasáramos el aro de fuego, pero continué impasible, como si nada me importara.
Para mi sorpresa las entrañas de la estrella no ardían, aunque su superficie era de lava como el interior de un volcán. La barrera de fuego era su protección, pero no dañó la nave sino que disminuyó para dejarnos pasar. El aparato se detuvo sobre el suelo árido y dorado. Se abrió la nave y me dispuse a salir. No sabía si el piso estaría demasiado caliente por lo que probé colocando un solo pie sobre él. Si, ardía, por lo que permanecí dentro de la nave. Un sendero de oro, o de un material parecido, surgió frente a mí y me condujo hacía la entrada de una edificación de cráter ardiente. Era una maravilla verla desde mi posición, pues sobrepasaba el tamaño de cualquier construcción terrestre. Describirla me sería casi imposible, pues solo podía ver pequeños fragmentos sin forma debido a su inmensidad.
Entré sin más preámbulos y lo único que encontré fue una cámara inmensa donde habitaba el ser más extraño que pude conocer en toda mi existencia. No pude distinguirlo, pues las luces resplandecientes me cegaban los ojos. Caminé, tapándome el rostro, por un pasillo iluminado con un fuego brillante. Este era diferente al de la tierra, no quemaba solo encandilaba la vista. Intentaba ver si había alguien allí, pero me fue imposible; mis pupilas eran muy sensibles a la intensa luz.
—Si continuas intentando verme quedarás ciego—habló una voz terrorífica—. Además pierdes tu tiempo porque soy incorpóreo. No tengo cuerpo, ni huesos, ni músculos solo soy un montón de polvo que no puedes percibir con tus débiles ojos.
Tenía razón, pues lo sentí a mi lado, muy cerca, pero no podía verlo ni parparlo. Aquella criatura era inmaterial y eso me daba más miedo aún. Entonces hice lo que me sugirió, me cubrí bien los ojos y no intenté mirarlo de nuevo. Solo escuchaba su presencia a mí lado.
—Muy bien terrestre, dime algo ¿Por qué estás aquí?
—Por Thea, necesita tu energía, se está congelando.
—¿Por Thea?—rio, una risa totalmente diferente a la nuestra, como diminutas campanillas que suenan al mismo tiempo—. No lo creo. ¿Por qué debería importarte ese planeta devastado? —se acercó aún más a mí —. Sé que vienes por tu planeta, tus pensamientos gritan en mis oídos—se alejó de nuevo tan rápido que se agitaron las llamas —. O no, tal vez vengas por una hermosa princesa theana que ha cautivado tu corazoncito humano...Los terrestres siempre tan sensibles y estúpidos a la vez.
–No importa eso—sentencié con voz firme—Lo importante es que te estoy ofreciendo mi vida para que le devuelvas su calor a Thea y le dejes regresar a su órbita junto al resto de los planetas de esta galaxia.
No sé si rio o gruñó, pero el sonido que hizo provocó que mi piel se erizara.
—Podría matarte y no cumplir mi palabra o cumplirla y que ellos no salven a la Tierra. ¿Por qué quieres morir sin estar seguro de que sirva de algo? Además ningún terrestre ha hecho nada bueno por su planeta desde que poblaron la Tierra. Tu planeta se merece la destrucción, pues ustedes mismos se la han buscado con sus inventos nocivos y su inmenso egoísmo. Si la tierra es destruida nadie, en toda la galaxia, lo va a lamentar.
—Puede que tengas razón, hemos sido egoístas y despreocupados. No hemos pensado nunca en el bienestar de nuestro planeta, pero estoy seguro que si otro terrestre tuviera la oportunidad de salvar la Tierra lo haría, sin pensarlo dos veces. Si los terrestres conocieran toda la galaxia y los planetas poblados podrían aprender de ellos y comenzar a trabajar en equipo. No somos tan malos como crees, solo pensamos que somos los únicos en el universo por eso nos matamos y odiamos entre nosotros mismos. Pero yo apuesto por mi planeta y estoy dispuesto a dar la vida por él porqué sé que aún queda algo por lo que luchar.
El ser calló por unos segundos, que me parecieron interminables, luego sentenció.
—Hice una promesa y la cumpliré. Tomaré tu vida y le devolveré lo que hace mil años le quité a Thea. Volverá a ser parte de mi sistema espacial y podrá recibir mi calor—Hubo un silencio breve—. Espero que tengas razón y realmente valga la pena salvar a tu planeta.
El suelo se tambaleó y todo comenzó a temblar como si se tratara de un terremoto. Las luces se aplacaron y pude ver lo que sucedía a mí alrededor. A mis espaldas se abrió un agujero negro y quedé en el borde de un acantilado. Un paso en falso y caería a la infinitud del espacio. Un fuerte viento me hizo tambalear, pensé que moriría y me aterraba la idea de perderme en el vacío. Cuando por fin pensé que caería algo vibró en mi pecho. Era el colgante de Maribella que se iluminaba y se desprendía de mi cuello. La luz era tan intensa que volví a perder la visión. El rey de la Estrella en Llamas soltó un chillido de asombro y escuché sus palabras como un eco de terror.
—Te dio su mayor tesoro: la inmortalidad. Con ella mantenía vivo a su pueblo y le daba el calor que necesitaba para sobrevivir. Maribella te ha salvado la vida, no puedo matarte.
Caí de bruces en el suelo, el agujero negro se había disipado. El cristal se apagó de golpe y volví a estar como antes, en un reino en llamas. Pensaba en Thea, su gente, mi planeta y sobre todo en Maribella. ¿Si me dio su energía estarían bien o perderían del todo su calor?
La criatura inmaterial volvió a hablar, sacándome de mis desesperados pensamientos.
—Sacrificó su pueblo por ti. Los theanos se enamoran para siempre. A diferencia de los terrestres ellos si saben lo que es amar por toda la eternidad y sacrificarse por quien aman— Se alejó despacio—. Debes irte, te daré la nave más rápida que tengo, llegarás en media estrella pasando y espero puedas evitar la muerte del pueblo de Thea. Yo cumpliré mi palabra...
No recuerdo mucho que sucedió luego, solo sé que estuve en otra nave más pequeña que se movía a la velocidad de la luz. Ese tipo de viaje puede agotar terriblemente el cerebro y las fuerzas humanas. Al aterrizar en Thea no podía ponerme en pie y no recordaba los detalles del viaje.
El planeta estaba aún más frío, sin vida. La nieve cubría las casas y naves estacionadas en la superficie. No se escuchaba el sonido de los vehículos transitando ni la presencia de seres vivos. Me arrastré por la nieve, hundiéndome casi completamente y sin fuerzas para apartarla de mi camino. Fue entonces que escuché un grito de ayuda y vi a un hombre dentro de una de las naves que moría de hipotermia. Me acerqué como pude, asfixiándome con la gruesa nieve y abrí la puerta del vehículo. El hombre me miró y me señaló al colgante. Lo saqué y él, con mucho trabajo, lo tomó en sus manos, luego se lo colocó en el cuello haciéndolo brillar. Vi como su semblante cambiaba y recuperaba su fuerza.
—¿Está mejor?
—Sí—me dijo con la lengua enredada, no hablaba muy bien mi idioma. Con señas me pidió que subiera a la nave. La prendió con la energía del cristal haciéndola reaccionar. Sobrevolamos la ciudad que se veía como el polo norte o una montaña terrestre cargada de nieve. El palacio estaba enterrado en la nevada y lucia como la punta de un iceberg helado. Penetramos en él y le pedí que me condujera hacia la princesa. Me costó mucho que me entendiera, pues a diferencia de los soberanos, el pueblo no entendía los idiomas terrestres.
Buscamos en el inmenso palacio con la nave, pues este era tan grande que los que allí vivían se transportaban con vehículos voladores. Encontré, por casualidad, al rey que estaba tendido en el suelo de platino, inmóvil y más pálido que de costumbre. Bajé y me arrodillé junto él. Estaba casi congelado. Usé el colgante para revivirlo, por suerte aún no había muerto. Cuando por fin pudo hablar me dijo.
—Sálvala, sálvala...
—¿Dónde está?—pregunté desesperado.
—En la torre, donde la dejaste. No quiso refugiarse dentro del palacio.
Habló con los los ojos llenos de lágrimas. Luego de estas palabras cerró los ojos y se desvaneció. Estaba vivo, solo necesitaba descansar. Corrí hacia la torre, por suerte recordaba donde quedaba y no estaba muy lejos. Me coloqué en un conducto metálico que servía como elevador y lo prendí con el colgante. Cuando por fin estuve en la cima pude divisar el cuerpo de Maribella enterrado en una capa de nieve donde solo sobresalía su tiara plateada. Corrí desesperado hacía ella y la tomé en brazos, lleno de terror. Le quité el hielo de su rostro y sacudí los copos de nieve. Le puse el colgante para intentar revivirla y la abracé. Me eché a llorar, el cristal no brillaba y su corazón no se escuchaba en su pecho. Pegué un grito de rabia y dolor, mientras la mecía en mis brazos. De pronto, los rayos del sol iluminaron el cielo devolviéndole la luz y la vida al planeta. Quemaba con tal fuerza que la nieve comenzaba a derretirse tan rápido como un trozo de hielo en una estufa. Deseé con todas mis fuerzas poder decirle a Maribella lo mucho que la amaba y que la seguiría amando por toda la eternidad. Lo último que vi fueron sus ojos plateados abriéndose y sus labios intentando pronunciar alguna palabra. Su rostro demacrado se nubló, desapareciendo para siempre, mientras un mareo me hacía perder la conciencia.
Desperté, para mi sorpresa, en mi habitación. La televisión prendida y el reloj marcando las doce de la noche. En ese mismo instante pasaban una noticia cualquiera sin ninguna importancia. Me levanté sobresaltado, necesitaba volver para saber qué había pasado con Maribella. Grité desesperado, sollocé y me revolqué sobre mi cama. Mis padres corrieron a auxiliarme pensando que había tenido un ataque de pánico. Terminé en el hospital y conté la historia que resultaba absurda para todos los que me escuchaban. Me enviaron al psicólogo que intentó convencerme de que era una alucinación producto de mis deseos de sentirme especial. No les creía, ni les creo. Sé que fue real, sé que viajé a Thea, sé que salvé a la Tierra de la destrucción, pero sobre todo sé que Maribella existe y está allí, en la misma torre, esperando que pasen miles de estrellas para poder volvernos a encontrar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top