Corazón del bosque


Se cuenta que hace mucho tiempo, no se sabe cuánto exactamente, existió un enigmático bosque al que todos le temían. Se decía que ocultaba un secreto que permitía al hombre controlar la naturaleza y conocer sus misterios. Por su puesto, muchos fueron los osados que intentaron apoderarse del don mágico, pero todos perecieron.

Un joven de apenas veinte años, cuya valentía nunca había sido puesta a prueba, se atrevió a entrar en los prohibidos parajes y retar a la fuerza de la naturaleza. Deseaba poseer el poder oculto que guardaba con recelo el bosque y convertirse así en el más aclamado de los hombres. Gracias a su coraje hoy podemos conocer esta leyenda.

El viajero penetró en el sendero encumbrado y haciendo uso de su espada fue apartando de su camino la maleza que entorpecía el sendero. Avanzó por más de tres horas, lleno de energía, no sintió necesidad de beber agua de los arroyos ni de detenerse a descansar. Su objetivo era claro y deseaba cumplirlo lo más rápido posible.

Algunas horas después, vio una luz frente a él y supo que el espesor desaparecía. Caminó más deprisa, desesperado por saber que encontraría al final. Divisó entonces un nuevo paisaje cargado de misterio y hermosura. Lo detalló desde la penumbra, ocultándose entre las ramas.

Había un lago de aguas cristalinas, adornado con nenúfares y flores silvestres. El césped relucía con su color verdoso y la frescura del rocío. El sonido de las ramas meciéndose estaba acompañado del canto de los pájaros y de una suave brisa embriagadora. El paisaje deslucido y prominente había desaparecido y ahora se observaba un paraíso natural. Pero eso no era lo que realmente había sorprendido al joven, sino una extraña figura, que parcialmente sumergida dentro del agua, recitaba un ritual con los brazos extendidos hacia el cielo. Por su fisionomía supo que era una mujer. De lejos solo se observaba su cabello largo y tan rubio que parecía blanco. Ropas claras obtenidas de la piel de un animal, figura esbelta y de talle fino.

Fue tanta la impresión al ver aquella criatura tan sorprendente que no pudo evitar hacer ruido. El sonido hizo voltearse a la extraña muchacha. Él no tuvo miedo de salir de su escondite y acercarse a ella, muy despacio. Entonces reparó en su belleza. Era tan hermosa como una brillante joya, o como la luna en las noches frescas y claras, observada desde lo más alto de una torre. Su piel delicada y débil le recodó a las ninfas que habitaban en los bosques. Aquellos ojos asombrados, pero a la vez fijos le parecieron, a su juicio, tan vaporosos como la espuma del mar. Eran grises como la niebla y fríos como la nieve de la pradera, aunque una bondad casi de ángel hizo rendir al joven ante tanto encanto. El cabello que se abatía como el viento le llegó más al corazón, solo por lo volátil de sus hebras, simulaban un ave libre, y lo espeso, al bosque virgen en donde estuviera anteriormente. En realidad una criatura tan perfecta merecía llevar trajes de seda y las mejores joyas, pero no lo necesitaba, pues bastó con lo natural de la selva para que fuera elevada más allá de los celajes, más arriba que los dioses.

El joven sacó su espada con lentitud, sin dejar de reparar en la doncella. Ella no esperó otro movimiento, con rapidez extrajo de sus rústicos ropajes una daga. En cuestión de segundos los aceros se juntaron formulando un beso y los verdaderos labios estuvieron a punto de tocarse por entre las armas.

De un tirón el forastero cayó al suelo, abatido. La fuerza de aquella criatura tan inocente era incalculable, parecía tener un poder oculto.

—¿Quién eres? —preguntó ella apuntándole con la daga. Su acento simulaba un gruñido feroz.

—He venido a buscar "El Corazón del bosque"

Estas palabras hicieron estremecer el entorno. Una brisa aterradora invadió el ambiente y las copas de los arboles se agitaron, arrojando hojas secas y marchitas. De pronto, una manada de lobos apareció y comenzaron a rodear al muchacho. Gruñían molestos, como si entendieran lo que ocurría.

—Vete, aquí no eres bienvenido. Si lo haces te perdonaré la vida— dijo la doncella, acercándole aún más el puñal.

Él joven sonrió, pensando que podría engañarla para así librarse de una muerte segura. De todos modos, no pensaba darse por vencido. Por lo que aceptó irse, sin protestar si quiera. Se levantó del suelo y dio media vuelta en dirección a la salida. Su objetivo era encontrar "el Corazón del Bosque" una reliquia que nadie había visto jamás, pero que se sabía habitaba en lo profundo de aquel bosque, custodiada por las fieras.

Anduvo toda la noche y cada vez se extraviaba más, ni siquiera veía por donde iba. De pronto, entre las tinieblas del tenebroso bosque vio varios ojos rojos y escuchó un fuerte gruñido que lo hizo caer de espaldas al suelo. Sacó con nerviosismo su espada, pero algo lo atacó muy fuerte haciéndolo rodar por la hierba. A penas pudo percibir que se trataba de un perro salvaje y tras él habían muchos más. El pánico no se apoderó de él, al contrario, empuñó su arma y se batió con sus atacantes. Sin éxito alguno, pues casi es devorado. Varios golpes, una mordida, y arañazos lo hicieron rendirse, estuvo seguro de que moriría. Antes de cerrar los ojos, divisó una figura distorsionada que disparaba algunas flechas desde lo alto de los árboles. Los perros corrieron despavoridos como si de un demonio se tratase, muertos de miedo.

Despertó al siguiente día, ya no se encontraba perdido en la oscuridad de la noche. Se hallaba en una casita de madera en la copa de un árbol. Estaba desnudo y un poco adolorido. En varios lugares de su pecho tenía hojas medicinales y una especie de pasta verdosa que parecía curativa. Se sentó con cuidado y encontró a su lado la daga de la muchacha que había visto en el lago. Se sorprendió grandemente al verla, tenía grabada en la empuñadura la cabeza de un lobo plateado.

En aquel instante apareció la joven que había trepado hábilmente por la corteza del árbol. Ella se sorprendió al verlo consciente y lo obligó, sin decir palabra, a acostarse.

—¿Tú me salvaste, cierto? —preguntó él recordando lo ocurrido aquella noche del ataque de los perros.

–Sí. 

Su voz era fuerte y continuaba sonando como un gruñido salvaje.

—¿Quién eres? ¿Por qué vives aquí sola?

—No vivo sola. Vivo con mi familia: los lobos.

El joven soltó una carcajada. La muchacha se estremeció, poniéndose a la defensiva, como si nunca hubiera escuchado aquel sonido. 

—¿Estás loca? No puedes ser familia de lobos porque eres una humana.

—¡No! —gruñó llena de rabia—. Soy una loba, jamás seré una maldita humana.

Ambos jóvenes quedaron uno frente al otro, el uno confundido, el otro airado. Él jamás había escuchado algo tan absurdo, una humana que creía ser un animal. Parecía una broma de mal gusto.

—Está bien— terminó cediendo—, pero tienes nombre ¿verdad?

Ella se quedó pensativa durante algunos segundos, como si tratara de recordar su nombre. Por fin respondió con la voz frágil y la lengua enredada.

—Soy Mai. 

El joven no había escuchado antes aquel nombre tan corto y simple. Se figuró que no era real. Comenzaba a preguntarse como aquella muchacha había terminado en un desolado bosque con una manada de lobos salvajes.

—Yo soy Mattew.

Mai frunció el ceño. No recordaba otro nombre que no fuera el suyo e incluso ese se le olvidaba, pues no había identidades en la manada, todos eran lo mismo: lobos. Mattew la miraba enternecido, sin comprender que era realmente aquella criatura delgada y de piel blanquecina que parecía una humana, pero se comportaba como un animal.

Entonces se escucharon algunos aullidos que provenían de lejos. Mai se agitó como si la estuvieran llamando. Enseguida se dispuso a marcharse, bajando por el tronco. Mattew intentó seguirla, con las pocas fuerzas que tenía.

—¿A dónde vas? No puedes dejarme aquí solo.

La muchacha ya estaba en el suelo y lo miraba desde allí, dubitativa. Él seguía en la cima del árbol, esforzándose por bajar. Con arduos esfuerzos logró estar a su lado, no sin caerse antes de una altura considerable. Por suerte solo sufrió escasos rasguños.

—Sígueme. Hay una ceremonia, quiero que conozcas a mi madre.

La joven comenzó a caminar en cuatro patas sin percatarse de la lentitud de su acompañante. Atravesaba la maleza sin problemas, esquivando los pantanos con un salto ágil. Su destreza en el bosque era envidiable, como la de cualquier otra fiera de aquella selva. Mattew logró seguirla, con mucha dificultad, recibiendo golpes y magulladuras tras cada paso. No le agradaba la idea de conocer a un lobo, no eran animales confiables según su experiencia.

Media hora después llegaron a una zona más desierta, de escasa vegetación que solo poseía una cueva, que parecía la guarida de los lobos. Mientras más se acercaban, Mattew más se asustaba. Un grupo de lobos blancos y grises los esperaba mientras comían pedazos de carne ensangrentada. Enseguida reaccionaron ante la presencia del desconocido y abandonaron sus actividades, acercándose a ellos. Gruñían con los colmillos afuera y las orejas paradas. Mattew no pudo ni retroceder, pues estaba paralizado del miedo. Mai gruñó, como si les advirtiera que no debían atacar al desconocido. De entre la multitud de lobos apareció un lobo más grande que los demás, con el pelaje entre gris y marrón, este parecía estar comunicándose con Mai de alguna manera. Ella lo miró a los ojos y gruñó enfadada, él le respondió del mismo modo. Estuvieron así unos segundos hasta que por fin el macho se retiró y el resto de la manada hizo lo mismo. Todos volvieron a sus actividades, pero sin quitarle los ojos de encima al recién llegado.

—Vamos — ordenó ella y se abrieron paso entre la manada. Nadie se atrevió a gruñir ni mucho menos a atacar.

Se colocaron en un rincón del lugar, un poco apartados del resto, pues Mattew continuaba nervioso ante la presencia de aquellas fieras. Mai entró a la cueva y le trajo frutas frescas con las que pudo saciar su hambre.

En ese momento apareció una loba tan blanca como la nieve, venía de la oscura cueva. Su figura era imponente debido a su gran tamaño. Todos los lobos se echaron a sus pies y dejaron de comer. Mai hizo lo mismo, solo Mattew permanecía en su sitio, sin valor para moverse.

La atípica reverencia duró unos segundos, donde solo se escuchó el soplido del viento contra la copa de los árboles. Luego todo continuó como antes con la diferencia de que unos pequeños cachorritos, que salieron de la cueva, jugaban y se mordían entre sí.

Al caer la noche Mattew y Mai se marcharon. La manada se encontraba más tranquila, aunque nunca dejaron de mirarlos con un poco de inquietud. Pasaron la noche en una colina donde la brisa pegaba más fuerte y se podían observar las estrellas. Se recostaron uno al lado del otro, intentando conciliar el sueño.

 —¿Qué sucedió exactamente?—preguntó Mateo, todavía conmocionado por todo lo vivido minutos antes. 

—Mi padre cree que eres un peligro para la manada pues eres humano, los humanos cazan lobos para obtener su piel o simplemente por maldad. Tuve que convencerlo de que eras diferente, aunque no creo que sirviera de mucho, continúan desconfiados.

—No todos los humanos son malos— expuso él.

—No estoy tan segura de eso, pero tú pareces de confianza—respondió Mai. Mattew se sentó y trato de encontrar sus ojos a pesar de la oscuridad, ella hizo lo mismo.

 —¿Cómo llegaste aquí?— preguntó por fin, tenía demasiada curiosidad por saber el pasado de aquella joven tan misteriosa.

—No lo recuerdo.

Él le tomó una mano, ella no se apartó solo comenzó a temblar ante el contacto.

—Puedo llevarte a la civilización, podrás vivir como una persona normal, usar vestidos, andar en carruajes y conocer a personas como nosotros. Eres una humana, no perteneces a una manada de lobos.

Mai apartó la mano súbitamente. Negó con un gruñido, alegando que su hogar estaba en el bosque y que su deber era cuidar a su familia de los humanos. No quería conocer aquel mundo que ella consideraba terrible. Sin decir más se recostó de espaldas al joven y se quedó dormida. Mattew no podía conciliar el sueño pensando en cómo ayudar a aquella joven que odiaba tanto su propia especie sin siquiera tener una razón lógica. Pensó y pensó hasta ser vencido por el cansancio.

Cuando los primeros rayos de sol iluminaron el rostro de la princesa de los lobos ya Mattew se había marchado. Ella despertó buscando su presencia y al abrir los ojos se sintió abandonada. Recordó entonces cada palabra pronunciada por el joven y deseó por un momento estar allí con los que eran como ella aunque aún les temía.

De repente algo oscureció el cielo y unos aullidos de dolor se escucharon a lo lejos. Mai se estremeció al ver como los arboles se agitaban y algunos caían abatidos por el despiadado viento. Echó a la carrera preocupada por su aldea.

Tras correr varios minutos llegó a donde estaba la manada lamentándose. Lo primero que apreció fue a su padre rugiendo de rabia junto a su madre que yacía herida en el suelo. Se echó junto a ella, intentando contener la hemorragia con sus manos, mientras derramaba algunas lágrimas.

—¿Quién te hizo esto? — preguntó con un débil rugido, su única forma de comunicación.

La loba miró al cielo y cerró los ojos dolorosamente. Había muerto en los brazos de su hija humana. Mai estalló en sollozos mientras abrazaba el cuerpo sin vida. Su padre lanzó un aullido de dolor seguido de muchos otros, toda la manada se lamentaba.

—Fue el sucio humano—dijo uno de los lobos, causando el sobresalto del resto de la manada. Mai no podía creerlo y miró a su padre interrogativamente.

–Se han llevado el "Corazón del Bosque". —respondió con varios gruñidos rabiosos. Entonces la joven comprendió todo. Mattew la había engañado, siempre quiso el Corazón del bosque y lo había obtenido gracias a ella. Su madre estaba muerta por su culpa.

—Lo mataré. Lo juro — gritó mientras se secaba las lágrimas.

Diciendo esto apareció Mateo que a duras penas había encontrado el escondite de los lobos. Cuando Mai lo vio se segó de ira y fue hacia él con la daga en la mano. Violentamente lo hirió en el rostro, por suerte él pudo sujetarla a tiempo.

 —¿Qué pasa contigo? — preguntó sin comprender, luchando por contenerla.

 —¡Tú la mataste! —gritó Mai liberándose de él.

Mattew miró el charco de sangre, a la loba muerta y al resto de la manada gruñéndole.

—¿En serio crees que sería capaz de matarla?

—Descubriste que su corazón era el "Corazón del Bosque", la reliquia más preciada de este mundo. Por eso la mataste.

Estas palabras aturdieron al joven. Lo que tanto había buscado estaba justamente en las entrañas de un lobo. Jamás lo hubiera imaginado. Estuvo cerca de él todo el tiempo.

—Yo no lo hice. —dijo seriamente, sin apartar su mirada de la de ella.

Ya los lobos estaban listos para devorarlo en venganza por lo ocurrido, solo esperaban la orden de la muchacha. Ella se mordió un labio, como si no pudiera soportar el dolor interno por lo que pensaba hacer. Estuvo a punto de dar la orden para matar al joven, pero una voz desconocida la detuvo.

—Él no fue, fui yo quien mató a tu madre.

Mai se giró de golpe y buscó al culpable con su mirada, por fin lo halló sobre la copa de un frondoso árbol. Por un momento, los ojos de la princesa loba quedaron clavados en los de aquella criatura. Era un humano, pero su rostro inspiraba temor. Vestía con una capa negra y su piel blanca resplandecía con el sol. Sus pupilas reflejaban un infierno de crueldad, los labios mostraban una sonrisa vengativa.

—Mátame a mí, Maibeline...

Aquel nombre zumbó por algunos segundos en los oídos de la joven. Le era tan familiar que le provocó un terrible mareo. Algunos recuerdos la pusieron a viajar a un pasado que ella creyó que no existía. El pasado de la chica humana que se convertiría en lobo. Las telarañas de su desahuciada memoria comenzaban a disiparse poco a poco, según su mente se alejaba de la realidad.

Estuvo en el desván de un hermoso palacio en donde se respiraba un suave olor a fresas y a lirios. Jugaba tiernamente con una muñeca de porcelana de cabellos rubios y vestido de seda. El piano sonaba en el fondo de la habitación, lo tocaba diestramente una mujer elegante. Cerca de ella una puerta se abrió, entró un hombre joven que traía una espada con la empuñadura en forma de lobo. Y tras él se acercó un animal muy similar, un lobo blanco, pero no era salvaje, estaba domesticado por aquella familia.

Al terminar de viajar se subió en el lomo de uno de los lobos y persiguió a su enemigo en una carrera por el bosque. Empuñaba su daga, lista para acabar con la vida de su enemigo. Mattew la siguió, sobre el lomo de otro lobo gris, en un instante su miedo por aquellos animales se había convertido en respeto.

El hombre era un mago, pues usó sus poderes para crear remolinos de viento que arrasaban con los árboles y bloqueaban el paso de la manada, pero los lobos los esquivaban con diestros saltos sin perder de vista al enemigo. Por fin, el hechicero se detuvo en el mismo lago donde se conocieron Mai y Mattew y usó sus poderes para agitar el agua creando olas gigantescas. Los lobos intentaron acercarse a él, pero eran derribados por la fuerza de su magia. Él sonreía complacido, pero su objetivo era Mai por lo que no tardó en derribarla del lomo de su lobo. Cayó con violencia, quedando aturdida. Recordó entonces otro suceso de su pasado, le pareció escuchar voces que gritaban en sus oídos.

¡Maibeline! ¿Dónde estás, Maibeline?

Se hallaba oculta en la chimenea de un elegante salón del que parecía su hogar. Delante de sus ojos asesinaron a su hermano mayor y a una sirvienta. Casi estalla en sollozos al ver como un cruel hechicero los atravesaba con su espada. Fue entonces cuando una mano le tapó la boca y la sacó de allí por una compuerta tras la chimenea. Aquella tarde la dejaron en el bosque sola, sin más protección que las encinas y los lobos.

Mattew se batió contra el mago sin éxito, pues fue derrotado y herido en el pecho. Mai lo vio sangrar y jadear desde el suelo y se sintió encolerizada. Arremetió contra el hechicero y de una sola patada lo lanzó a varios metros de distancia, como si su fuerza se hubiera incrementado junto con su rabia. Luego fue corriendo fue hacia Mattew, que jadeaba en el suelo. Lo estrechó entre sus brazos, ayudándolo a levantarse. Así permanecieron, juntos, muy juntos. Unidos por un fraternal abrazo y extendiendo sus manos le devolvieron la luz al bosque sin saber cómo ocurrió realmente. Lo cierto es que cada criatura que allí vivía pudo sentir la fuerte energía que brotaba de aquellos dos simples cuerpos. El mago fue destruido, con la misma facilidad con que se destruye un bicho cualquiera, sin dejar ni un solo rastro.

El Corazón del Bosque se había salvado y estaba ahora dentro de su nueva reina, pues eso era Mai. Los lobos cayeron a sus pies y la aclamaron tanto a ella como a Mattew, pues él había contribuido a salvar su hogar. Ambos permanecieron abrazados mucho tiempo más sin poder separase. La escena se interrumpió cuando Mai le confesó a su compañero quien era realmente.

—He recordado quien soy. El lugar de donde vengo es Liberia, soy una princesa. Alguien me dejó aquí para salvarme del mago que acabamos de derrotar. Alguien que jamás regresó por mí. Mi verdadero nombre es Maibeline.

Mattew sonrió lleno de alegría. La joven tenía un hogar y seguramente querría conocerlo. Él la ayudaría a encontrar a su familia. La abrazó lleno de alegría, deseoso de emprender el viaje hacia aquel lejano reino.

—¿Regresarás a tu hogar, cierto?

—Mi lugar está aquí en el bosque. Jamás olvidaré de donde vengo, pero tampoco cual fue mi refugio todo este tiempo. Más que la princesa de Liberia soy la Princesa de los Lobos.

Aquellas palabras turbaron al joven que sintió una punzada de decepción. Mai estaba decidida a continuar en el bosque y liderar su manada, no pensaba buscar a sus padres ni mucho menos intentar ser una humana. Estaba claro que su lugar siempre estaría en el bosque, apartada de la civilización junto a la que ella consideraba su verdadera familia. La joven le sonrió como si le diera certeza a sus pensamientos y sin más depositó un beso en su frente, luego murmuró un dulce "gracias" con una voz tan delicada que a Mattew le pareció irreal y se marchó junto a los suyos para nunca más volver a ser vista. 

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