No hacía demasiado tiempo que Pieck había fundado en su cabeza el pensamiento de que la felicidad son pequeños momentos de felicidad que la vida le otorgaba. Quizás era porque, a pesar de ser muy inteligente, podría frustrarse debido a la presión de su madre por sacar siempre notas perfectas, aunque después disfrutar con su amigo Porco tardes que se le hacían las más divertidas de toda la semana, y que sin duda alguna compensaban las reprimendas de su progenitora.

Su vida en el instituto no le fue mal con esa forma de vivir, pero sin darse cuenta, esos momentos que llamaba felicidad habían desaparecido. Porco se marchó de la ciudad, debido a que sus padres no podían permitirse seguir viviendo en aquella zona y se vieron obligados a mudarse a un lugar menos urbano y más barato.
Ahora, cuando hablaba con su amigo por medio del portátil, sentía más tristeza que felicidad, y con el tiempo el contacto entre los dos fue disminuyendo tanto que dejó de estar ahí.

Por si no fuera poco, seguía teniendo una única madre que hizo que sus inseguridades incrementaran, ya que no tenía a una persona como Porco en la que apoyarse en los momentos más tristes y desesperantes.

Esta situación fue catastrófica y pensaba que ya no podría seguir conviviendo con los gritos de su madre, a la que ya ni siquiera llamaba así. Sin embargo, como pensaba Pieck, la vida se trataba de situaciones inesperadas y oportunas que te llenaban de mariposas el corazón, la misma presentación de Zeke Jeager, la única persona que parecía poder comprenderle, le hizo recordar eso, pero de una manera muy diferente.