La loca del gato negro
—Mira qué bonito gatito— señaló una pequeña de más o menos cinco años. Su madre al ver el animalito, toma de la mano a su hija y sale corriendo sin explicarle porque no desea tener contacto con ningún gato negro. Es que en Forks los gatos no son bien vistos. La gente aún recuerda la loca del gato negro, esa mujer desquiciada que solía merodear la plaza y que nadie sabía dónde vivía. Algunos dicen que dormía en el bosque, otros en la antigua casa abandonada a la salida del pueblo, alguno más supersticiosos creían que se trataba de una aparición.
La gente más vieja sabe quién era pero no desean hablar de aquella muchachita que enloqueció por culpa de su gato.
—Voy a poner veneno— dice una mujer obesa mirando a los dos gatos negros que merodean la zona.
—Tengo una pistola de perdigones, si se aparecen por mi techo les vaciaré todas las salvas— contesta su vecina. El pueblo entero parece despreciar cualquier gato negro que se cruce en su camino y no es porque piensen que traen mala suerte.
—Voy a sacar mi agua bendita por si acaso – la primera mujer entra a su casa asustada.
¿Qué es lo que ocurrió realmente en Forks? ¿Por qué los vecinos no toleran a los gatos negros?
Después de mucho investigar, encontré a una anciana que dice ser la tía de la "loca del gato negro" ella me contó lo que deseaba saber aunque no puedo probar si sea cierto. No importa al fin y al cabo sólo quería satisfacer mi curiosidad, ya que la casa en la que vivo con mi papá queda en la misma calle donde la "loca del gato negro" vivió, o eso dicen.
No soy miedosa, no creo en cosas sobrenaturales, crecí en Phoenix, una ciudad grande, no en un pueblito que cree en hechicería, magia y mal de ojo.
Soy Isabella Swan, todos me llaman Bella, es como un diminutivo de cariño. Llegué el a acompañar a mi papá pues Renée, mi madre, se ha vuelto a casar y creo que necesita tiempo a solas con su nuevo marido. Papá se ha mantenido soltero y solo, así que pensé que Foks era un buen lugar para pasar mis últimos dos años de preparatoria. Ya estoy por empezar el último año, voy bien en mis estudios, saco buenas calificaciones, no doy problemas, no salgo a fiestas, en general soy buena hija. Además me gusta estar en casa, prepararme enormes y humeantes tazas de chocolate en invierno y leer un grueso libro junto a la chimenea. En verano me voy a La Push, con los hijos de los amigos de Charlie. Bueno eso hacía hasta que conseguí novio, es muy reciente apenas tenemos dos semanas
Todo es tranquilo aquí en Forks, salvo por la leyenda de la "loca del gato negro"
Su nombre era Esme Platt, se embarazó muy joven de un médico local que estaba haciendo prácticas. Bueno creo que la historia comienza mucho antes, cuando Esme tenía 15 años...
Una noche, la joven caminaba de la escuela a su casa acompañada de su abuela. Sus actividades extracurriculares la mantenían ocupada algunas tardes por eso a veces la hora la ganaba y alguien debía ir por ella. Sus padres no vivían en Forks, habían emigrado a Seattle pero no podían tenerla con ella pues ambos tenían jornadas de trabajo muy largas por lo cual dejaron a su hija al cuidado de la abuela paterna, una anciana muy querida en el pueblo pero que no tenía licencia de conducir, sus ojos le fallaban y su nieta con solo 15 años era muy pequeña para sacar un permiso. Así, cuando Esme demoraba mucho su abuela la esperaba y juntas emprendían el regreso a casa. Desde la preparatoria hasta la casa de la señora Platt debían pasar cerca del cementerio, ambas apuraban el paso cuando se hacía de noche, hablaban poco y sólo caminaban apuradas. Pero aquella noche Esme escuchó los maullidos de un minino. Intrigada por el sonido buscó entre la maleza y allí al lado de la reja del cementerio encontró una caja.
—No niña, deja eso. Si alguien lo dejó junto al cementerio debe estar maldito— advirtió la abuela.
— ¿Cómo puede estar maldito un gatito?— preguntó la inocente niña.
—Hay gente mala que hace conjuros y atrae el mal, a veces usan animales pequeños. Déjalo Esme, es mejor que no toques eso— tomó a su nieta de la mano y se alejaron de allí.
La niña no dejó de pensar en el pequeño minino toda la noche. Al amanecer salió a su patio por huevos, su abuela criaba unas cuantas gallinas para poder comer huevos frescos. Volvió a escuchar ese desesperado maullido, esta vez dentro de su casa. Sin pensarlo buscó entre la maleza hasta encontrar en un rincón a un hermoso gatito negro, de un mes de nacido o menos. Estaba muy desnutrido, parecía que había sido golpeado. Ella lo sostuvo con una manta y lo llevó adentro. La abuela preparaba el desayuno por eso no se dio cuenta cuando Esme subió al gato a su habitación y le llevó leche y un poco de pescado.
—Tienes que estar calladito, si nani te descubre te vas a tener que ir— le advirtió. Luego salió hacia la escuela.
Esa tarde no se quedó a practicar voleibol, regresó rápido con la esperanza de encontrarla gato. Y allí estaba el pequeño, en la misma cajita que le preparó envuelto en su manta. Durante días la muchacha tuvo miedo que el gatito sea descubierto, se atrevió a ponerle nombre al pequeño, lo nombró Aro.
Cuando el gato ya tenía casi dos semanas viviendo con ella decidió decirle a su abuela, con suerte ya se había olvidado del gato que oyeron cerca del cementerio además este gatito posiblemente ni era el mismo.
—Nani tengo un gatito por favor déjame quedármelo— pidió Esme a su abuela.
— ¿Un gato? Pero hijita, esos animalitos dejan pelos en todos lados, se suben a los muebles, a las camas. A mí me dan asco— la abuela intentaba hacer entrar en razón a su nieta.
—Pero me siento sola nani, a veces cuando hago la tarea miro a la carretera pensando porque mamá y papá no vienen me pongo triste. Entonces Aro se acerca y me hace cariño— confesó Esme. Eso terminó por convencer a la abuela quien dejó que su nieta tuviera una mascota.
El tiempo pasó, el pequeño gatito se hizo un gato adulto muy posesivo. La abuela a veces tenía que amenazarlo con la escoba porque no la dejaba entrar a la habitación de Esme a barrer.
Cuando Esme cumplió 17 años se rompió una pierna al tratar de sacar manzanas de un árbol al lado de su casa por lo que fue llevada al hospital. Allí conoció a un practicante de Port Ángeles, quien la atendió, le colocó el yeso y la trató mientras se recuperaba. El romance surgió de inmediato, Carlisle venía a visitarla con el permiso de su abuela. Todo iba bien en el romance salvo que Aro no desperdiciaba oportunidad de importunar al novio. Vomitaba sobre sus zapatos, le arañaba el pantalón, lo mordía e interrumpía constantemente sus conversaciones con sus fuertes maullidos.
Pocos meses después, cuando aún era menor de edad Esme quedó embarazada. Los padres de los jóvenes se reunieron y decidieron que aún no se casaran, sino que los apoyarían mientras ella terminaba la escuela y él sus prácticas. Si todo iba bien y estaban realmente enamorados, podrían casarse e iniciar una vida, juntos. Así es como Carlisle el estudiante de medicina se fue a vivir en casa de Esme.
Pero el gato Aro no dejaba en paz a Carlisle, con Esme era un encanto de minino mientras que con él se portaba mal, le ensuciaba sus libros, sus papeles. Las discusiones no se hicieron esperar, Carlisle exigió que el gato durmiera fuera de su habitación, que sólo se limitara a ciertos lugares de la casa, que no entre en los dormitorios ni en la cocina, por un principio de salud. Esme argumentaba que era un gato limpio, que tenía buenas costumbres.
La abuela le insistía a Esme que haga caso a su pareja pues una mascota no podía ser la razón para tantos malos entendidos.
Así pasaron los meses, cuando Esme tenía 7 meses de embarazo, una mañana, Carlisle encontró excremento en una de sus pantuflas. Eso terminó con su paciencia y exigió que el gato se fuera de la casa. Esme lloró pero comprendió que quizás era lo mejor, si Aro se iba a lo mejor su relación mejoraría. Contactó a una amiga que siempre le había tenido cariño a Aro, Carmen estuvo encantada de llevarse al gato.
Esme preparó entre lágrimas la canasta con una mantita, sus juguetes favoritos y la comida de Aro y antes del mediodía Carmen pasó por él.
Pasaron tres días en los que las peleas cesaron pero Esme estaba muy triste. Una mañana escuchó maullidos en su patio, bajó asustada y allí estaba Aro. Con el pelaje sucio, algunas heridas en el cuerpo y bastante maltratado. Lo hizo pasar, lo bañó y alimentó entre palabras de cariño.
Por la tarde cuando Carlisle regresó no estuvo complacido pero al ver que su pareja sonreía, decidió aceptar al gato nuevamente en casa.
Aquella noche mientras ambos dormían juntos, Esme sintió gemidos a su lado. Al girar hacia Carlisle pudo ver en la oscuridad dos ojos rojos que enfurecidos, brillaban. Encendió la lámpara y encontró a Aro intentando ahogar a Carlisle con sus garras en el cuello de su amado. Chilló, tomó al gato del lomo, tiró de él, le habló, intentó apaciguarlo pero el felino estaba fuera de sí.
— ¡Aro! ¡Aro no por favor! ¡Suéltalo!— gritaba la jovencita. La abuela llegó en ese momento y con la ayuda de su bastón logró liberar al muchacho que apenas pudo ponerse en pie aventó al gato por la ventana.
— ¡Maldita bestia!— tosió mientras iba al baño a limpiarse la sangre y desinfectarse las heridas. –Te dije Esme, te lo dije, ese gato no es normal, está endemoniado. Y me odia. No me quedaré si él regresa— repetía el joven mientras sacaba su maleta de primeros auxilios.
—No sé qué le pasa, Aro siempre ha sido muy cariñoso, es tierno. ¡Él no es así!— lloriqueó la jovencita. –Quizás te odia porque le hiciste algo— murmuró. Una nueva pelea estaba por empezar cuando intervino la abuela.
—Ya déjalo hija, ese gato está trastornado, no es normal. Me da mucha pena pero es peligroso, hay que dormirlo.
— ¿Qué? ¿Matarlo?— la joven lloró lágrimas amargas pero en el fondo aceptaba que la abuela tenía razón, Aro se comportaba de manera salvaje a veces y odiaba a Carlisle. Pero matarlo era demasiado.
Carmen llamó al siguiente día para avisarle a Esme que Aro se le había escapado antes de llegar a Vancouver.
—Él está aquí— respondió Esme aterrorizada.
— ¿Qué? No puede ser— exclamó la amiga.
— ¿Estás segura que no se te escapó cerca de aquí?
—Claro que no Esme, estoy segura. Estaba en su canasta pero lo saqué para que coma algo, ya llevábamos más de 7 horas viajando. Y apenas abrí el cierre, salió disparado, me arañó y me asusté.
—Atacó a Carlisle anoche, intentó sofocarlo. No sé qué hacer amiga, mi abuela me ha sugerido dormirlo pero tú sabes cuánto quiero a Aro. Sé que el pobrecito está celoso por mi relación con Carlisle y el no parece entender.
—Esme, llevas meses discutiendo con Carlisle por culpa del gato. Creo que es mejor hacer algo con Aro, no es sólo un gato celoso, hace cosas malas. Tu misma me contaste que vomita y defeca en los zapatos de Carlisle, que le orina la ropa y le araña. Y ahora esto. Aro odia a Carlisle y vas a tener que decidirte por uno de ellos y yo te aconsejo que sea por el padre de tu hijo. Lleva a Aro a una veterinaria, que alguien te ayude amiga, no dejes pasar más tiempo. Imagínate cuando nazca tu hijo.
Las palabras de Carmen calaron profundo en Esme pero ella estaba segura que Aro amaría a su hijo y no lo dañaría.
Las semanas pasaron, el gato no volvió a la casa, al menos en horario en los que estaba Carlisle. Se aparecía a media mañana o por las tardes. Esme le había sacado su plato de comida y agua a la parte trasera de la casa para que Aro pueda alimentarse. A veces salía a acariciarlo y a hablarle. Le decía que era libre, que podía buscar otro hogar o ir al bosque para que nadie lo moleste ni le haga daño. Lloraba pasando sus manos por el lomo de su gatito.
El tiempo de dar a luz llegó, fue un hermoso niño algo prematuro pero muy saludable. Esme permaneció cuatro días en el hospital. De vez en cuando pensaba en Aro ¿Quién estaría alimentándolo?
Al regresar a casa, los jóvenes padres decidieron que por un par de meses el bebé dormiría en su habitación, trajeron la cuna del cuarto del bebé y lo instalaron junto a su cama.
Esa noche Esme estaba en la sala, conversando con su abuela mientras Carlisle les preparaba una pasta. Escucharon el grito del bebé, a través del monitor.
—Ya se despertó— sonrió la joven madre con los pechos rebosantes de leche. –Debe tener hambre.
Su risa decayó cuando a través del aparado escucharon un maullido.
— ¡Carlisle!— gritó la abuela. El padre salió de la cocina aún con una sonrisa en el rostro pues no había escuchado nada. – ¡Es el gato! ¡Corre!— pidió la anciana.
Esme llegó antes por poco, a pesar del dolor que sentía pues no había pasado ni una semana de su alumbramiento.
Encendió la luz para darse cuenta que Aro estaba sobre el bebé mordiendo su cuello. La sangre mojaba la mantita celeste del recién nacido.
La madre lanzó un grito escalofriante, el padre tomó al gato entre sus manos en su intento desesperado de liberar a su hijo y hundió sus pulgares en los ojos del felino.
Gritos, llanto y desmayos fue lo que llenó la casa esa noche. La abuela cayó desmayada de la impresión y todo se tornó en un alboroto.
La joven madre fue ingresada en el hospital en estado de shock, la abuela sufrió un paro cardiaco y falleció rumbo al hospital. El pequeño bebé no resistió el cruel ataque animal.
Esme fue trasladada al psiquiátrico de Port Ángeles, donde Carlisle podía cuidarla. El tiempo pasó, un día ella escapó y no pudieron encontrarla. Dicen que volvió a Forks a buscar a su hijo y que su gato negro, ahora tuerto cuidaba de ella y nunca se separaron.
Eso me ha contado la señora que dice ser la tía de Esme, aunque una mujer de la juguería que está al lado de la prepa dice que el niño sobrevivió pero nadie sabe qué fue de él.
De eso ya ha pasado más de veinte años. Algunos aseguran que hasta ahora la loca del gato negro aún se aparece en Forks por las noches pero son solo cuentos para asustar a los niños y hacer que los adolescentes no estén fuera de sus casas hasta tan tarde.
Eso es todo lo que sé. Yo no le veo lo terrorífico, la verdad creo que todo tiene una explicación científica no se puede estar asustado por un accidente que le pudo pasar a cualquiera. El gato enloqueció de celos y atacó a los que creía que le estaba quitando el cariño de su humana.
De todas formas yo prefiero no tener gatos, ni perros. Tuve un periquito pero murió de viejo hace años.
—Bella— llamaron a mi puerta. –Te buscan.
Ese tono de voz de Charlie es tan predecible, debe ser Edward, mi novio. No sé qué le ve de malo, que yo salga con alguien o que sea mayor para mí. Debe ser lo último, Edward tiene 23 años y trabaja en una constructora de Seattle que tiene sucursal en Forks. Pero yo ya soy mayor de edad, cumplí 18 hace un par de meses.
O quizás sea... ¡No! Papá no es de los que discriminan a alguien por su apariencia. De todas formas apenas se nota.
— ¡Ya bajo pa!— respondí terminando de cambiarme. Hoy Edward me llevará a una trattoria a comer ravioles. Y luego quizás vayamos al cine. Pero debemos estar aquí antes de la media noche sino nos podemos encontrar con la loca del gato negro. Sonrío al pensar en esas tonterías.
—No regresen tarde— advierte Charlie, se despide de Edward con un apretón de manos y le doy un abrazo para tranquilizarlo. Me le quedo mirando feo cuando veo como mueve los bigotes. Ya le he explicado una docena de veces que la enorme cicatriz que tiene Edward en el cuello es producto de una quemadura que sufrió de niño y no producto de peleas callejeras o porque haya estado en prisión. Qué padre tan sobreprotector tengo.
******************
¡Qué miedo!
Esta historia me la contó mi mamá, la leyó en una revista de vanidades de hace más de cuarenta años así que he tratado de relatarla lo más parecido a lo que me dijo. Agregando que posiblemente Bella esté saliendo con el niño de la loca del gato negro.... que miedito.
Gracias por leer
PATITO
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top