🎩 Society men 🎩

🎩 Género: Romance | AU!Astrónomos
🎩 Palabras: 2.5K
🎩 Sinopsis: Eran lo que debían ser. Hombres de sociedad a la luz del día. Amantes secretos con la luna brillando en el cielo. Hasta que Chanyeol tomó valor y los descubrió a la sociedad.
🎩 Esta es la historia más larga que he escrito para esta colección, sin embargo, creo que merece estar aquí.

🎩

Corría el año de 1913 cuando la sociedad londinense fijó sus ojos en él, por primera vez. Había llegado a bordo del Carpathia — en el viaje de mitad de semana — desde la lejana América, por un asunto relacionado con las nuevas investigaciones de la Universidad de Oxford en materia de astronomía.

Su presencia en la ciudad había causado revuelo desde la helada mañana de jueves en que le vieron dejar las cómodas instalaciones del Hotel Moonlight y abordar el lujoso auto que había viajado con él. Según los rumores, la mansión del recién llegado aún no había sido acondicionada para su uso, puesto que se trataba de una de las propiedades más vistosas de toda la ciudad con poco más de cinco hectáreas para él solo.

La familia — como se había pensado — no había viajado con él, tal vez porque hacía solo unos meses su hermana mayor se había casado con el Duque de algo y radicaba en Escocia o tal vez porque sus padres se habían enamorado de la moderna sociedad americana, quedándose a vivir del otro lado del globo.

El profesor Park — de origen surcoreanofue un escándalo social desde su aparición en el viejo Londres y la historia que le precedía, todos los méritos que se le adjudicaron con el tiempo o la gran curva geográfica que dio su familia al radicar fuera de oriente, fue — por muy poco — olvidada del todo cuando el suceso ocurrió.

Todo comenzó aquella mañana de finales de abril, a sólo seis meses de su ajetreada llegada a la ciudad. La multitud ya había olvidado el asunto de la propiedad, más no así el furor que causaba su persona. Según las damas de sociedad, se decía por los salones que nadie nunca lo había visto bailando y los caballeros tocaban madera, al sorprender a los eruditos diciendo que el profesor Park, no aceptaba siquiera tomar un puro. No se diga pues, encenderlos y fumarlos.

Dentro de la Universidad, las clases que impartía se habían vuelto tan escasas como su desenvoltura social y cualquiera que le buscara, debería estar dispuesto a escuchar por largas horas acerca de sus investigaciones y todo lo que de su campo era conocedor. Nadie en todo el campus parecía adecuarse a su extraña forma de ser, por más que se le buscara para intentar sacarlo del nido de ciencia y estrellas en que estaba metido. O al menos nadie, que no fuera él.

Bajito y delgado, de cabellos como cobre y ojos como dos estrellas naciendo en la galaxia, Byun Baekhyun — asistente junior del aclamado astrónomo — parecía ser el punto y aparte al temperamento y forma de vida del profesor Park Chanyeol. Su falta de títulos parecía haberle adjudicado puntos, apenas escapó de sus labios la cruda realidad, puesto que — tal vez — sería el mismo profesor que le tomó bajo su guía, quien aprobara de una vez por todas, la elaborada tesis que nunca nadie había tomado enserio para permitirle graduarse.

— ¿Puedes verlo? Está y no está ahí. Las estrellas no giran como giran en la Vía Láctea y su esfera no rota como rota la nuestra. Posiblemente no sea un planeta, tal vez sea sólo una Luna más, un satélite que nos acompaña como nos sigue la piedra lunar. Pero... Yo nunca he visto una Luna a la que 12 estrellas rodeen como un anillo... A la que sigan como si la estuvieran cuidando... —

Así solían versar con frecuencia todas las suposiciones del profesor y aunque para muchos, se trataba solo de un astrónomo visiblemente incomprendido pero absolutamente rico, para Baekhyun era un genio. Un ser más allá de lo admirable, lejano por años luz a la mundana existencia del mundo a su alrededor. Un ente rodeado de luz de soles ardientes y polvo plateado de estrellas lejanas.

Tal vez fuera su amor profesado en silencio y su constante admiración expresada en sonrisas, porque algo hubo en su persona que más pronto que tarde atrapó la atención del despistadamente social profesor. ¿Su bonita sonrisa recubierta de luz de estrellas fugaces? ¿Sus pequeños ojitos deslumbrantes como dos planetas naciendo de la colisión de dos diminutas galaxias? Nadie lo supo con exactitud. Nadie, que no fuera Park Chanyeol.

Y fue justamente la atención que le brindó a su asistente, aquella que terminara por detonar en algo más. En algo más ardiente, mucho más intenso y absolutamente muchísimo más pasional. Algo que la ciencia no podía explicar sin hacer parecer que se trataba de una severa infección en el estómago o quizás un virus contraído en alguna lejana tierra del sureste de África. Tal vez un poderoso hechizo de los magos ambientalistas de oriente, quién sabía.

Un algo que los filósofos y literatos de la época antigua, presente y futura, habían nombrado con afecto: amor.

— ¿Tú como lo llamarías? — preguntaba Baekhyun una tarde de otoño, con la noche sobre ellos y el mejor telescopio de la Universidad apuntando directamente al pequeño agujero de gusano que vislumbraba como continuación del telescopio, el bello planeta que los dos astrónomos habían descubierto.

— No soy nada bueno nombrando planetas — murmuró Chanyeol como rotunda respuesta y quizás si en ese momento, Baekhyun hubiera mirado en su dirección en lugar de a las doce estrellas que vigilaban su planeta, tal vez sus ojos se habrían encontrado con los dos luceros del profesor que le observaban completamente embelesados.

— ¿Ah, no?—

— No, en absoluto. Sin embargo... Si pudiera darle nombre a la estrella más brillante que gira en torno a él, a esa que parece irradiar más luz que las otras once... La llamaría Baekhyun —

Las malas lenguas dijeron más tarde — como suelen decir con frecuencia, mezclando mitad de realidad y mitad de ficción improvisada — que aquella noche el profesor sostuvo entre sus brazos a su pequeño asistente y selló su científica confesión con un desesperado beso que dejó sin aliento a su acompañante. Muchos escucharon que esa misma velada, ambos profanaron la santidad de la sala de investigaciones dedicadas a la ciencia y el conocimiento, y otro más que el auto del profesor trasladó dos personas en lugar de una, de vuelta a la villa que habitaba solitariamente.

Sin embargo, ninguno de los rumores alcanzó esa semana las buenas nuevas y nadie prestó atención a dichos murmullos cuando el Comité de Eruditos de Astronomía de la universidad se reunió la tarde del último miércoles del mes y se planteó la posibilidad de aceptar el hecho que un nuevo planeta había sido descubierto y que quiénes lo habían logrado, eran un joven profesor coreano aparentemente enamorado de Inglaterra y su no titulado asistente junior, extrañamente poseedor de un intelecto tan destellante como su belleza exterior.

Por supuesto — y como sucede con más frecuencia que el descubrimiento de nuevos planetas — las habladurías respecto a la cercana relación que mantenían aquellos astrónomos no desaparecieron y muy por el contrario, aumentaron con el tiempo, cuando alguien dijo haber apreciado a Byun Baekhyun bajando del auto del profesor Park, frente a la puerta de la villa que este habitaba y que no dejó hasta la mañana siguiente, en compañía — claro está — del mismo profesor. Las voces que extendieron aquellos rumores, decían con más frecuencia que el asistente junior no conocía la vergüenza y que si tan solo supiera del compromiso del profesor, dejaría de liarse con él y aceptaría que simplemente, se trataba de un mero asistente.

Ante dichos rumores hubo — en efecto — quienes se preguntaron de qué clase de compromiso se hablaba al referirse al profesor y no faltó quien aclarara que lo pareciera o no, Park Chanyeol estaba comprometido con la hermosa Lady de apellido pomposo. Tuvo que ser el mismo astrónomo, aquel que respondiera con voz firme y más desdeñosa que de costumbre que:

— No he tenido el infortunio de conocer a la susodicha prometida que rumorean tengo. Pero estoy seguro que cuando lo haga, serán los comunicativos, por no decir chismosos, los primeros en saberlo... —

Si alguien esperó que por sus palabras, los rumores se acabaran, por supuesto — por supuesto — murió aguardando, porque los meses pasaron y las doce estrellas se volvieron la noticia del día al advertirse que poseían características propias y muy lejanas a las observadas en otras estrellas y con el pasar del tiempo y el avance de las investigaciones, las habladurías cobraron fuerza y alcance entre la sociedad.

El asistente junior del profesor Park solicitó formalmente una sala privada para preparar su nueva tesis — esa con la que esperaba, finalmente graduarse — y el Comité, hastiado de las habladurías que lo incluían, se la concedió casi con el mismo entusiasmo con que prometió leer su tesis una vez presentada. Park Chanyeol alcanzó entonces un nuevo nivel de anti-sociabilidad y aunque nadie le pregunto directamente acerca del pequeño asistente que se refugiaba en su sala, todos pudieron apreciar que el nuevo rictus aisladus del profesor, se debía justamente a la lejanía impuesta entre los dos.

Los días de habladurías parecieron cesar, y la vida del profesor Park dejó de ser de interés. Los ojos de la sociedad estaban puesto entonces en el nuevo extranjero llegado de China. Un tipo de apellido Wang que causo mucha menos conmoción, pues no era más que un extraño aristócrata con problemas severos de consumo de opio que a nadie parecía preocuparle mientras se refugiara en su sala de filosofía avanzada. Y aunque fue por muy poco tiempo, aquella interrupción a la vigila que ponían sobre él, permitió al profesor Park colarse a escondidas en la sala privada del letrado Byun.

Nadie nunca supo — ni llegaría a saber — lo que ocurrió en ese lugar, pero hubo al menos un par de despistados oídos que escucharon vagamente los estruendosos gritos que se liberaron esa tarde. Byun Baekhyun no calló nada cuando Park Chanyeol — el admirado profesor de astronomía — lo interrogó sobre su lejanía, ni ocultó el dolor y el corrosivo llanto que escaba de sus ojos y de su corazón mientras lo enfrentaba.

Tal vez fue en ese momento que ambos caballeros aceptaron que su amor era inalterable, más no así, una fortaleza de acero puro, inmune a los rumores y el veneno social del círculo al que pertenecían.

Tal vez fuera en esa ocasión que ambos lo decidieron y al ojo público se convirtieron en los hombres de sociedad que suponían ser.

Cruzaban saludos amistosos al encontrarse en el patio principal de la Universidad y evitaban miradas lo más que podían, por miedo a delatar sus sentimientos por el embeleso que les acometía. Acudían a las fiestas científicas de la Academia y se relacionaban con el gremio con visible soltura y comodidad. Incluso se escuchó decir por los alrededores, que el profesor Park felicitó amablemente al ahora graduado profesor Byun, la tarde que su tesis fue aprobada, su examen rendido y su título entregado. Y en ese entonces, eran exactamente lo que se suponía que debían ser.

Hombres de sociedad a plena luz del día. Amantes secretos con la luna brillando en el cielo.

Porque quizás, podían fingir ser dos letrados centrados en sus propios asuntos cuando la sociedad miraba en su dirección. Más por la noche, al salir la luna y alinearse las doce estrellas en torno a su descubierto planeta que jamás volvieron a mencionar a la comunidad, eran solo dos amantes deseosos de probarse los límites de su pasión y entregados al dulce néctar de las palabras de amor y los actos románticos que no podían tener en público.

Hasta ese día. El día del suceso.

El día que la tormenta estalló y el mundo ardió.

La temporada de monzón había comenzado y aquella mañana húmeda en la ciudad de Londres — a primera hora del día — la sociedad entera se dirigía a sus sitios de labores o a los lugares destinados a los que debían llegar porque era así como estaban escritos en sus ocupadas agendas. Las damas danzaban por las aceras con las narices apuntando al cielo y los ojos cerrados, como si no temieran encontrar un agujero a sus pasos y caer por ellos. Mientras que los caballeros se trasladaban de un sitio a otro, pensando en cuantos puros podrían fumar después de la cena, mientras bebían un buen brandy o en el cabaret más cercano que podrían visitar antes de volver a la casa que mantenían como caja fuerte de todas sus fortunas.

El profesor Park había salido de casa con la firme convicción de decirle adiós al hombre que amaba, excusándose en el hecho de no poder soportar más el tenerlo a escondidas y a puerta cerrada. Sus pasos vacilantes que con miedo avanzaban por la ciudad con rumbo a la Universidad, alcanzaron el alto solo cuando la mata castaña de cabellos finos que el profesor Byun poseía en su pequeña cabeza apareció frente a él y advirtiendo que — de hecho — se hallaban a cada lado del cruce faltante para la avenida principal en que se hallaba la entrada a la escuela, el profesor Park perdió la cabeza y se dejó envolver por el fuerte sentimiento que le acometía siempre que sus ojos chocolate chocaban con los color cobre del pequeño que una vez había sido su asistente.

— Que arda el mundo y me reciba el infierno, porque nada me interesa si no puedo estar contigo —

Hay quienes dicen que tras esa frase, el profesor Park cargó en brazos al profesor Byun. Hay quienes aseguran que el más bajo de ambos lloró en silencio sin saber que decir. Nadie recuerda con exactitud las acciones de los astrónomos que esa mañana se rebelaron contra la sociedad y atentaron contra la ética y la moral pública, pero — al menos — todos recuerdan como si hubiera sido ayer, el flamante beso que compartieron y con el que gritaron al mundo que en gustos, se rompen géneros. Y que ellos no sólo se gustaban físicamente.

Había algo tan ardiente como el astro rey llameando en sus interiores y algo incluso más brillante que sus doce estrellas descubiertas irradiando luz en sus ojos al mirarse. Había algo más fuerte que el peso de la crítica social entre ellos y algo absolutamente más importante que todo cuanto pudieran decir de ambos, gobernando sus mentes y sus corazones.

La historia que te cuento la escuche de mi difunto abuelo una noche antes de encontrarlo durmiendo entre estrellas, en su cálida cama mientras abrazaba aquella fotografía. Es una historia absolutamente cierta, una historia de un amor que todo lo superó y todo lo enfrentó. Es la historia que contaba mi padre al recordar a los suyos, la historia que mi abuelo narraba cuando le preguntaban del amor.

La historia que te cuento es la que olvidó al planeta custodiado por sus doce estrellas, la que olvidó a los dos astrónomos que les descubrieron. Pero, créelo. El planeta, sus doce estrellas y el amor más sincero nacido entre dos astrónomos, existieron. Y aún existen, en las estrellas.

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