Una pasajera inesperada


Austin estaba repostando en una gasolinera con destino a Wiscosin. Hacía frío y un viento gélido atravesaba su ropa. Se subió la cremallera del abrigo. Cerró el tapón del depósito y se dirigió a la puerta de la gasolinera, pero antes vio a una joven sentada en el bordillo con una mochila a sus pies.

Cogió una chocolatina de Mars y una lata de Coca-Cola y se aproximó al mostrador. El coste total fue sesenta y tres dolares con cuarenta centavos. Sacó la tarjeta de American Express de una cartera negra y la pasó por el datáfono. Abrió la puerta y salió.

Miró de nuevo a la chica sentada en el bordillo. Tenía el pelo moreno, una bonita cara, un abrigo amarillo y unas Converse blancas desgastadas. En ese instante se acordó de su hija, practicamente tenían la misma edad.

Se acercó a la joven.

-Sería mejor que entraras en la gasolinera -dijo-. Aquí te vas a congelar.

La chica alzó la cabeza y miró al hombre.

-Gracias por tu interés, pero necesito ir a Lafayette.

Nunca había subido a ningún extraño a su vehículo. La chica era delgada y no parecía peligrosa. Él iba en esa dirección.

-Podría dejarte, voy camino de Milwakee.

La joven se levantó, se sacudió la parte de atrás del pantalón vaquero y le tendió la mano.

-Le estaría muy agradecida -dijo mientras estrechaba su mano derecha-. Me llamo Faith.

-Encantado Faith. Mi coche está ahí mismo.

Ambos se dirigieron al vehículo. El viento soplaba con fuerza. Faith se sentó en el asiento del copiloto. Austin encendió el motor y la calefacción y metió primera.

A los pocos segundos Faith se quitó el abrigo.

-Puedes dejarlo en la parte de atrás -aconsejó Austin-. Parece un buen abrigo.

Durante un instante posó los ojos en su cuerpo. Esa delgadez en apariencia mostraba unos pechos generosos. Rápidamente volvió la vista a la carretera.

-Lo es, llevo más de cuatro años con el mismo abrigo -respondió dándose cuenta de la mirada de él.

-Y cuéntame, ¿cómo has acabado en esa gasolinera?

-Una serie de malas decisiones.

Faith se acomodó en el asiento y bajó unos centímetros la cremallera de la sudadera. Austin volvió a mirarla. Su belleza resaltaba bajo los últimos rayos de sol. Tenía un brillo resplandeciente en los ojos, unos labios gruesos y una bonita piel.

-Tenemos por delante muchas horas de viaje -dijo Austin-. Si te apetece me gustaría oir tu historia.

-Me fui de casa con mi novio. Y después de una fuerte discusión, me dejó tirada -soltó de manera rápida-. Esta es mi breve historia.

-Vaya, lo siento. ¿Y ahora a dónde vas?

-Voy a ir unos días a la casa de una amiga antes de regresar de nuevo a casa de mis padres -dijo tocándose el pelo y mirando fijamente al hombre-. Y tú, ¿cúal es el motivo de tan largo viaje?

Durante unos segundos estuvo a punto de decir la verdad. Regresaba a su casa con su mujer y su hija de dieciséis años. Sin embargo, tomó otro camino.

-Trabajo.

Estuvieron hablando durante un par de horas.

Una densa niebla surgió en mitad de la carretera. Los vehículos de delante aminoraron la velocidad. Austin reduzco una marcha.

La visión era muy reducida. No se veía más allá del coche de delante. Los coches iban en fila india.

-Con esta niebla es muy peligroso conducir. Y dentro de poco anochecerá -dijo Austin-. Necesitamos buscar un sitio y pasar la noche.

Faith miró por la ventanilla.

-Estaré atenta por si veo un sitio para hospedarse.

Ella deslizó suavemente la lengua por sus labios humedeciéndolos. El coche no avanzaba. Austin la miró mientras ella bajaba la cremallera de la sudadera y dejaba al descubierto una camiseta blanca. Comenzó a sentir como la polla dura.

-Allí hay un cartel -dijo Faith.

Avanzaron unos quinientos metros.

-Estamos de suerte, en unos mil metros hay un motel.

Austin tenía la boca seca y la polla dura. Imaginaba sus cuerpos desnudos en la cama, él encima de ella, las manos en esos deliciosos pechos, apretándolos, retorciendo los pezones, embistiéndola una y otra vez, hasta perder el aliento, hasta llegar al éxtasis.

Abandonaron la carretera. A unos metros se encontraba el motel. El nombre de Starlight resplandecía con unas luces de neón rojas. Aparcó el coche enfrente de la caseta de recepción.

-Ahora recemos porque todavía queden habitaciones libres -dijo Austin.

Se dirigieron a la puerta de recepción. Austin abrió la puerta y dejó pasar a Faith. Entraron.

Detrás del mostrador estaba una mujer de unos sesenta años, con canas, su cara mostraba una autopista de arrugas y tenía abierta una revista encima del mostrador.

-Buenas noches, señora -dijo Austin-. ¿Quedan habitaciones libres?

Al instante, Austin miró por encima de la cabeza de la señora y vio cinco llaves colgando a una tabla de corcho.

-Claro, señor -dijo la mujer.

En su mente se agolpaban sentimientos opuestos. Austin y Faith se miraron. Él cerro con fuerza el puño derecho. Y se dio la vuelta mirando a la mujer.

-Denos dos llaves.

Salieron juntos por la puerta. Caminaron hasta sus habitaciones. Cruzaron las miradas justo cuando abrían sus cuartos y se despidieron.

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