Ver
Una mujer caminaba por la costa con lentitud. Nada parecía perturbarla en su viaje. A mitad del camino un hombre vestido de traje, que la había observado desde lejos por largo tiempo, se le acercó y le preguntó: «¿Necesita ayuda madre?»
La mujer sin dirigirle la vista le respondió: «Busco una piedra para sentarme».
El hombre algo confundido observó las varias docenas de piedras esparcidas por la costa.
He aquí una loca, se dijo a sí mismo, mejor dejarla en su locura. De esta forma el hombre se fue y la mujer sin inmutarse continuó caminando.
Poco rato después apareció una anciana por el camino contrario, y habiendo visto a la mujer desde que no era más que un punto en el horizonte, se le acercó y le preguntó: «¿Necesita algo hermana?».
La mujer sin detenerse ni observarla le respondió: «Busco una piedra para sentarme».
La anciana se detuvo al instante y meditó aquella respuesta por unos segundos. Al ver que la mujer ni se detenía a su vez ni le dirigía la mirada llegó a la conclusión de aquella no era más que una persona arrogante, y que al responderle de tal modo no había hecho otra cosa más que burlarse. De esta forma la anciana se alejó y la mujer no se detuvo en su viaje.
Unos minutos después un joven apareció en el camino. Al ver a la mujer caminar con trabajo se le acercó y le preguntó: «¿Se encuentra bien?».
La mujer sin girar a verle le respondió: «Busco una piedra para sentarme».
Al instante el joven la tomó de las manos y la encaminó a la piedra más cercana. La mujer soltó un suspiro de alivio al sentarse y con los dedos buscó el rostro del joven. Te agradezco, le dijo mientras leía sus facciones de esa manera especial que tienen para leer los ciegos.
El joven se quedó a su lado, observando el océano y pensando, pensando de esa manera especial que tienen para pensar los jóvenes. No son tan ciegos aquellos que nada ven, se dijo, como aquellos que creen verlo todo.
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