Un sábado especial

Era sábado, otra vez. Solo los sábados hacíamos esas cosa. Eran tareas difíciles, y el sábado parecía un buen día para realizarlas. En aquella ocasión le tocaba a Homer. Había sido un buen chico, aunque se había intentado escapar un par de veces, pero claro, acaso no lo intentaban todos. Al final lo tuvimos que atar con doble nudo, pues tenía fuerza.
Pero nada de eso importaba ya, porque ese sábado le tocaba a Homer. Lo visité una última vez. Fuimos dos a esa esquina de dudosa limpieza y lo sostuvimos. Lo intenté calmar, como hago con todos, pero no surtió efecto y se puso a gritar. Pensaba darle una muerte más tranquila, algo más calmado. Era un sábado tan bonito, pero qué le iba a hacer. Si no hubiera gritado... Le tuve que cortar la garganta. Comenzó a retorcerse un poco, pero hizo silencio, por suerte. La última vez pasaron cinco minutos desde que le pasé la navaja hasta que terminó de gritar. Puede pasar, a veces no presiono lo suficiente y no llego a las cuerdas vocales. Ocurre poco, pero ocurre.

A Homer lo cargó mi compañero. Lo llevó hasta mi mesa mientras yo leía el pedido. Era lo de siempre, la gente casi siempre pide lo mismo, aunque he visto algunos pedidos más extraños que otros. El cerebro, por ejemplo, casi nadie lo quiere. Quizás la gente piense que el alma sigue ahí, o que si les dejo el cerebro, de pronto se levantarán otra vez y quién sabe, podría ocurrir cualquier cosa, lo que sería silencioso. Por más cerebro que lleven, cuando les cortas la garganta, como les dije, se suelen callar.

Cuando revisé el pedido y elegí los cuchillos comencé a trabajar. Tenía que ir cortando con cuidado, sin estropear el material. Cortes limpios, primero con el cuchillo más fino levantas la piel de la cabeza, luego hundes el cuchillo horizontalmente y la arrancas. Si quieres cortar el cráneo debes utilizar un cuchillo más grande y más fuerte. Desde ahí solo resta sacar el cerebro, envasarlo y volver a poner todo en su sitio. Como nuevo. Los órganos que sobran también se sacan, normalmente suelo abrirlos por las costillas y sacarlos por ahí. Es el método más limpio y el que conlleva menos sangre, porque la sangre es la peor parte. Si gotea por la mesa y cae al suelo, se forma una especie de fango rojizo que se te pega en las botas y luego no hay dios que lo quite por completo.

Cuando termino con Homer, lo envuelvo bien y mi compañero se lo lleva. Las entregas casi siempre son recogidas con prontitud, pues es mejor así.
Al final estoy listo para quitarme la bata, la dejo por ahí ya que no suelo limpiarla; las manchas de sangre son imposibles. Después de trabajar siempre me entra hambre. Es un sitio bonito, aunque macabro, pero no hay nada como un sábado para endulzarlo todo. Al final trabajo en un matadero de animales, no en cementerio de personas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top