Dos muertos y dos engaños
—Entonces, cuénteme los hechos, señorita.
—Eh, bien, ya sabe, todo ocurrió hace unas horas. —La señora Cornish mantenía la vista fija al suelo mientras hablaba—. Estábamos todos en el patio, claro, excepto, ejem, el señor Rutherford, él estaba trabajando en su oficina, ya sabe, ¿no?, claro que no, qué tonterías mías. —Su voz era entrecortada y nerviosa.
—No se desvíe—le pedí amablemente.
—Sí, como le decía estábamos en el patio, la señora Rutherford, su protegida, la joven Thalía...
—¿Qué relación guardan?
—Thalía es hija de una antigua amiga de la señora, fallecida ya hace unos años, desde entonces esta se ha tomado la responsabilidad sobre la joven.
—Continúe.
—Estaban también el sobrino del señor Rutherford, Elías, y la joven Lucie, señorita de compañía de la señora Rutherford.
—Muy bien, prosiga.
—Yo estaba leyendo el diario cuando vino María, la chiquilla estaba aterrada, nos obligó a seguirla, y ¡Dios!, usted no sabe, estaban en el suelo, ¡muertos!, el señor Rutherford y Thalía, con un agujero de bala cada uno. Luego de eso pedí que lo llamasen a usted, sabe que le encomiendo la solución a este engorroso incidente.
La señora Cornish era una mujer dramática, estaría ya cercana a la última etapa de la vida, y sus emociones ya iban disparándose. Había llegado a mí con tal problema que no pude negarme, un asesinato bastante gráfico, y complicado, pero yo me sentía dispuesto para darle solución, tan solo era necesario hacer las preguntas correctas.
—Tranquilícese, escuche y responda ¿Qué hacía Thalía en la habitación?
—Arthur, digo, el señor Rutherford, la había llamado.
—Correcto, ¿y escuchó usted el sonido de los disparos?
—No, no, a ver, escuché algo, sí, un sonido extraño, pero no le presté mucha atención.
—¿Todos se encontraban en el patio en ese instante?
—No, recuerdo que Elias fue al cuarto de baño y que Lucie subió a su habitación. La señora Rutherford y yo, éramos las únicas, aunque pronto todos nos reunimos.
—¿Podría ver la escena y de paso hablar con la familia?
—Claro, claro, faltaría más.
La oficina de Arthur Rutherford era una cabaña en forma de granero, el hombre era biólogo y coleccionista de pasión, por lo que prefería trabajar cerca de la naturaleza.
Al llegar no pude obtener mucha más información. Desgraciadamente el pésimo trabajo de las personas que habían movido los cuerpos, dificultaron mi labor, y aun así, mis mayores esperanzas reposaban en las entrevistas siguientes:
(Entrevista 1)
—Miss María tengo entendido que usted fue la última en ver a las víctimas.
—Sí, señor, a eso de las once le llevé su café al señor Rutherford, y ahí encontré a la señorita Thalía.
—¿Cada día le llevaba el café al señor?
—Sí, así hacía.
—¿Escuchó usted el ruido de los disparos?
—Sí, señor, fue un estruendo terrible, un ¡pum! y salí corriendo.
—¡Ah! Y a qué hora sucedió esto.
—No harían veinte minutos.
—Gracias, eso es todo.
(Entrevista 2)
—Miss Allen.
—Llámeme Lucie, por favor.
—Bien, Lucie, sé que usted no se encontraba formando parte del grupo del jardín, o sí, pero dijeron que usted subió a su habitación un momento, y cuando se unió al grupo la tragedia ya había ocurrido. Entonces, ¿sabe si alguien la vio subir?
—No, creo que nadie.
—¡Qué mal! ¿Escuchó los disparos?
—Sí señor, claro lo hice, no olvidaría ese sonido.
—Perfecto. Gracias.
(Entrevista 3)
—Hace cuánto es usted jardinero en la casa.
El hombre se inclinó, sacó un papel y comenzó a escribir.
"Soy sordo"
Saqué por mi parte un papel y escribí una serie de preguntas:
¿Cuánto tiempo lleva de jardinero en la casa?
¿Vio a alguien salir o entrar de la oficina del señor?
El hombre recibió el papel y respondió sin problemas:
Soy jardinero hace cinco años, fui soldado en la guerra, desde entonces mi sordera, y mi capitán me consiguió este trabajo, pues era conocido del señor de la casa. En cuanto a la otra pregunta, solo vi salir dos veces a la mucama.
¿Cómo sabía que era ella? —agregué a la hoja.
Llevaba su ropa de siempre, el delantal blanco y el vestido gris —escribió a su vez.
Cuando pasé por el patio de detrás de la oficina vi que habían arbustos recién plantados —anoté y recibí su última respuesta:
Así es, los planté yo mismo hoy.
Perfecto, muchas gracias por su declaración.
(Entrevista 4)
—¿Elias Rutherford?
—Exactamente.
—Tengo entendido que usted fue el único de la familia que llegó a analizar los cadáveres, podría decirme qué recuerda.
—Sin duda, cuando me acerqué, y lo hice primero a Thalía, observé que tenía el vestido chamusqueado, o sea, le dispararon a quemarropa, pero en cambio, mi tío, se nota que le dispararon a cierta distancia y por eso...
—¡Chist!
—¿Disculpe?
—Usted no me comprende, esa información ya la conocía, ahora lo que le pido a usted, es que me diga lo que verdaderamente recuerda, lo que más le llamó la atención.
—Pues no lo sé, aunque, sí, recuerdo que me quedé por unos segundos observando la mano de Thalía, tenía dos uñas rotas, y se notaba que eran heridas recientes porque estaban manchadas de sangre, pero claro, he deducido que debió, no sé, rompérselas al caer.
—Muy bien, gran trabajo señor, se lo aseguro, gran trabajo. Sé además que usted no se encontraba en el patio cuando todo ocurrió, acaso sabe si alguien lo vio mientras estaba ausente.
—No estoy seguro, recuerdo ver regresar a María, pero no podría afirmar que ella me vio a mí.
—Bien. Eso es todo.
(Entrevista 5)
—Señora necesito que respire, ha de parar de llorar.
—Lo... siento tanto.
—Escuche y responda, después del interrogatorio puede seguir llorando su pérdida.
—Le escucho —me respondió haciendo un esfuerzo por calmarse.
—Su esposo nunca le comentó, a su muerte, cómo se distribuiría la herencia.
—Pensaba dejármelo todo a mí, excepto la casa, que deseaba dejarla al cuidado de su sobrino, porque ya sabe, a mi edad no es tan sencillo.
—¿Cómo era la relación entre su esposo y la joven Thalía?
Ante mi pregunta la señora se sonrojó de vergüenza.
—Thalía, pues, nada, usted imagina, se llevaban... bien.
—Señora, ha de contármelo todo.
—Él en este último mes ha estado, ejem, muy apegado a la chiquilla.
—¡C'est! E imagino que a usted tal situación no le habrá sentado muy bien.
—Yo, él, ya ve, a veces le odiaba demasiado.
Eso fue todo de las entrevistas, después de eso fui en busca de María una vez más.
—¡Miss María! Venga acá, la necesito.
—Dígame, señor.
—¿Ha visto usted las hermosas horquillas que lleva Miss Lucie?
—Claro, señor, yo misma se las puse esta mañana.
—¿Y no habrá sobrado alguna que me pueda prestar?
—Déjeme ver, en un segundo bajo.
Un minuto después María regresaba sosteniendo entre dos dedos una horquilla.
—Aquí tiene, ¿algo más?
—Solo no le diga nada.
En la cocina me tomé la facultad de esterilizar una aguja y con esta me hice un pinchazo en el brazo; una gota de sangre corrió y terminó por salpicar la horquilla.
***
—¿Quería verme?—me preguntaba Lucie.
—Así es, acaso esto le parece conocido —le cuestioné blandiendo la horquilla ensangrentada.
—¿Dónde encontró eso?
—Señorita creo que usted me ha estado mintiendo, y según esta prueba, puedo asegurar que usted se encontraba en la escena.
—¡No! ¡No! Se equivoca. —La joven comenzó a sollozar, pero en pocos segundos se esforzó y recuperó la compostura.
—Yo entré, sí, no le voy a mentir, pero cuando llegué los cuerpos ya estaban tirados en el suelo.
—A qué entró.
—Es una larga historia. Mi padre, hace muchos años, tenía negocios con el señor Rutherford, lo sé porque él mismo hablaba de ello, pero el muy, el muy... usted entiende; estafó a mi padre y se quedó con todo, por eso señor, yo solo vine a esta casa porque sé que si recupero ciertos papeles, puedo demostrar en el tribunal, que todo fue una farsa.
—Ya veo, es una historia compleja, pero ahora hábleme del momento del crimen.
—Sí, pues ya ve, el señor Rutherford colgaba su llave, la llave de su habitación, en una pared de su oficina, yo misma la había visto, así que ideé un plan para hacerme con ella, entrar a su dormitorio y allí sí tenía suerte podría encontrar los papeles. No era una tarea tan difícil, por lo menos conseguir la llave no, yo bien sabía que María llevaba al señor, cada día, una taza de café, siempre la entregaba a la misma hora, y la recogía media hora después, por eso tomé prestado uno de los uniformes de la servidumbre, me recogí el cabello como la muchacha, y esperé, oculta en la caseta de al lado de la oficina hasta que María entrara, habían pasado diez minutos cuando escuché el espantoso ruido, ¡Pum!, no esperé más, salí corriendo y entré a la oficina. Usted no sabe qué susto, estaban en el suelo, con la sangre corriendo, pero en ese instante mi cabeza trabajó más rápido que nunca, tomé la llave en la pared y escapé del lugar, me quité el uniforme, me solté el cabello y me uní con actitud de asombro al grupo que recién descubría los cadáveres.
—Sabe, la verdad es que esta horquilla no estaba en el suelo de la oficina, en realidad la tomé de su habitación.
—Pero, ¿por qué? ¿Cómo usted...?
—Sencillo jovencita, siento decirle que el jardinero la vio salir, o más bien vio salir a una mucama, y con esa información era suficiente para descifrar el resto, pues descontando toda la servidumbre, en la casa solo hay dos muchachas jóvenes y parecidas a María, esas eran Thalía y usted, y claro está, la primera no pudo ser. He de indicar que si no hubiese ocurrido tan trágico hecho, usted, sin problemas, habría logrado su cometido.
***
—¡Señor! ¡Señor! —me llamaba mistress Cornish.
—Diga usted.
—Oh le pido, por favor, ¡le ruego!, que me de una solución, sé que es mucho pedir, lo comprendo, pero no sabe usted qué terrible es sentarse a la mesa sabiendo que uno de los comensales puede ser un asesino.
—La entiendo a la perfección, sin duda, pero aún hay detalles por resolver, entre ellos una pequeña carta que he enviado a cierta persona, y dos preguntas que todavía, por torpeza mía, olvidé realizar.
—Pregunte lo que sea.
—¿Era Arthur Rutherford, un hombre con un afán a la bebida?
—No en los últimos tiempos, aunque recientemente había llegado a encontrarle en estados graves.
—O sea, capaz de perder el conocimiento, la razón, o de quedar indefenso. Interesante. ¿Y el arma?
—¿El arma? No lo sé, no estaba allí, y ahora podría incluso haber sido destruida.
—Es demasiado poco tiempo, ese revolver debe andar aún por ahí, y yo creo ser capaz de hallarlo. ¡Mire!, por allí, se acerca el joven Elias. Le agradezco su tiempo mistress, y no se preocupe, yo me encargaré de tener pronto una respuesta.
La señora se alejó, nerviosa hasta el tuétano.
—¿Y el arma? —le repetí la pregunta al nuevo señor Rutherford.
—Oh, bueno, yo, no, no lo sé —le observé escéptico mientras se alejaba.
Esta última conversación me dejó un poco confundido, puesto que la desaparición del arma podía ser un problema en mis planes; de ahí que comencé la búsqueda, mis sospechas, nada infundadas, sino, basadas en la lógica, me indicaban que el arma debía de haber sido escondida por la única persona que tendría motivos, persona cuya identidad era clara.
Una hora después, y con la ayuda de uno de los oficiales, conseguí un arma. Acto seguido busqué al joven Elias que se encontraba en uno de los pasillos, le pedí que entrase conmigo a una habitación pues debía de hacerle una confesión.
—Mire aquí —le enseñé el arma—. La he encontrado en la habitación de María, ¿quién se lo esperaba, verdad?
—¿Qué dice? Esperar qué.
—Très clair, ella fue la asesina, solo piense, todo encaja, es la última persona en ver a la pareja viva y la primera en verla muerta, esta arma solo confirma sólidas sospechas.
—¡Qué dice! ¡Qué locura! ¡Mi María nunca haría algo así! ¡Dios qué mal hice! Debe comprenderme, yo mismo le regalé ese revólver, nunca imaginé que alguien lo usaría para matarle, debe creerme señor, yo lo escondí, pero no lo hice por lo que los demás creerían, y mi María menos, pobre muchacha.
—Tranquilícese, usted la ha salvado, vaya y dígaselo, yo procuraré que nadie le haga daño.
Esa misma tarde llegó a mí un telegrama, la última pieza del puzzle había sido encajada.
—Ahora que estáis todos, he de contarles qué sucedió verdaderamente esta mañana.
Varios ojos se posaron en mí.
—Como bien sabéis, entre las once y las once y veinte, ocurrieron dos asesinatos dentro de la casucha, por la puerta de atrás, según el jardinero que trabajaba a esa hora, salieron solo dos personas, en distintos intervalos de tiempo, una de estas fue miss María, quien acababa de entregar una taza de café y regresaba a la cocina por la puerta del servicio, al otro lado del jardín, minutos después, la joven Lucie, entraba a la cabaña.
—¿Lucie? —preguntó extrañada mistress Rutherford.
—Solo pasaba por allí señora, escuché el ruido y entré, lo siento mucho, pero me dio un ataque de pánico y salí corriendo. No sabe cuánto lo siento.
—Oh Lucie, me hubieras dicho, es tan comprensible.
—Ejem, prosigo. Sabemos que Lucie entró a la habitación unos quince minutos después de salir María y acto seguido abandonó el lugar, igualmente por la puerta de atrás, estas dos fueron las figuras que observó el jardinero. La puerta de entrada no tenía a nadie que la custodiase, pero sabemos que Lucie actuó casi de inmediato al ruido, por lo que necesariamente el asesino se hubiese chocado con la muchacha de haber utilizado la entrada para escapar; este, señor y señoras, fue mi primer punto importante, el segundo han sido dos uñas rotas en la mano de la joven Thalía, una herida recién hecha, según lo comentado por Elias, y que contrariando a este, aseguro, no pudieron ser provocadas al caer, la única manera restante es como resultado de una pelea, en la que la joven entre arañazos y golpes, se hiciera tal daño; este ha sido el segundo punto, el siguiente podemos observarlo por nosotros mismos, como ya dije la entrada nunca pudo constituir un escape, pero quizá podría pensarse que el asesino ha logrado esconderse por el tiempo necesario en los arbustos del jardín, utilizando un segundo en que el jardinero no observase, nuestra persona se ocultaría y esperaría para luego con todo el revuelo, aparecer, pero ante esto también tengo objeciones pues según sé, el jardín está recién plantado, la tierra ha sido movida, y hay barro por todas partes, e incluso así, si observamos, solo dos personas tienen el calzado manchado, claro está, María y Lucie; este fue mi tercer punto importante; el cuarto y el quinto los voy a resumir, tenemos un arma dejada en la escena del crimen, y un reporte del médico de cabecera del señor Rutherford, en el que afirma que este había acudido ya varias veces a su consulta y había sido diagnosticado con cáncer, una enfermedad que acabaría con su vida en poco tiempo. Desde este punto, señor y señoritas, no hay nada más claro. En la mañana tenemos al señor Rutherford en su oficina, ha bebido bastante y está fuera de sus cabales, en especial porque ha recibido la noticia de que pronto su estancia en esta tierra acabará, por lo tanto se decide por darle rienda suelta a sus deseos, llama a la joven Thalía, que acude de inmediato, una vez allí, este la amenaza con su revólver, le pide, no, le ordena, que satisfaga sus morbosos y terribles deseos, pero la joven se resiste, comienza una pelea, él logra atraparla y encarcelarla con los brazos, su une a ella, y dispara, atravesando el cuerpo de la pobre muchacha con una bala a quemarropa y provocándose a él mismo, la muerte. Y, si queda alguna duda, todos vosotros, inconscientemente, habéis asegurado que escuchasteis un "Pum" o un ruido extraño, pero solo eso, "un" ruido, pues claro está, solo hubo, "un"'disparo.
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