Cementerio de ovejas

Pock era un chico especial, él recolectaba piedras. Pock tenía un hermana, a ella no le gustaban las piedras, pero cuando Pock se decidía por ir de aventura al barranco, que se veía desde el patio de su casa, su hermana le debía acompañar.

—Cuídalo, que si algo le pasa no te lo perdonarías —le decían siempre sus padres.

Los hermanos escalaban con dos sogas atadas a una piedra al final del barranco, se las enredaban en las manos e iban usando las demás piedras del camino para impulsarse.

El barranco formaba parte de un bosque escalonado, cada un par de cientos de metros la tierra se elevaba y se convertía en una pendiente.

Los pastores llevaban a sus rebaños a pastar por el bosque, pero a veces algunas ovejas resbalaban por la tierra húmeda y caían ladera abajo hasta la primera planicie, por eso los hermanos habían llamado al barranco: el cementerio de ovejas.

Allí Pock había construido una caseta con las tejas extras que quedaron cuando construyeron su casa. Adentro tenía su colección de piedras colocadas en un estante, algunas pegadas en trozos de madera y otras encerradas como barcos en botellas.

Una vez por semana Pock las visitaba, le tenía mucho aprecio a su colección y con el paso de los años la fue aumentando hasta terminar con piedras colgadas por cables en el techo donde las tejas se unían.

Pock se sentaba al centro de la casa y se quedaba horas mirando sus piedras, su hermana cargaba con algunos cojines hasta la cima del barranco, los acomodaba en el suelo y se ponía a leer.

—Me gustaría tanto siempre estar rodeado de piedras —decía Pock.

—¿Por qué no se lo pides al espíritu del bosque? —le respondía su hermana.

—¿Hay un espíritu del bosque? Nadie me había hablado de él.

—Claro que lo hay. —Su hermana cerró el libro y se acomodó a su lado—. Siempre hay un espíritu del bosque, si te has portado bien le puedes pedir deseos.

—¿En serio?

—De verdad, por ejemplo yo quiero, veamos, vender tus piedras y ganar mucho dinero con ellas.

—Nadie va a querer comprarlas.

—Por eso se lo pido al espíritu, no seas tonto.

—Pues yo quiero estar cerca de mis piedras por siempre.

—Menudo deseo, hay tantas otras cosas que pudiste pedir. Todo el día con las piedras, si es que no te cansas.

En el noveno otoño de Pock le había tocado vivir la primera gran tormenta que azotara al pueblo. La lluvia no había sido lo peor en esos días, sino el viento, que lograba desenterrar robles y sepultar muros. La casa de Pock se balanceaba como un barco cuando este despertó, desde su ventana se veía el cementerio de ovejas como un nubarrón.

—¡Mis piedras! —había sollozado Pock.

Sus padres dormían en la otra habitación, y a esas horas ya habían alcanzado un sueño tan profundo que ni la tormenta lograba despertarlos.

Pock se escurrió por el salón hasta el comedor, en el perchero de los abrigos alguien había dejado un chubasquero. Pock se abotonó la prenda y le robó al jardinero sus botas.

La puerta del patio retumbaba por el viento. Cuando Pock la abrió llegó a pensar que el aire lo elevaría por los aires.

Caminó por su jardín hasta alcanzar el barranco. Una de las sogas se había roto, pero la otra aún seguía ajustada a la roca.

Pock comenzó a escalar con lentitud, cada vez que el aire azotaba muy fuerte, se detenía y se sostenía del pasto por temor a que la cuerda se rompiera.

Desde abajo una luz se reflejó en los montes. Pock alcanzó la cima, se abrazó a un árbol para evitar caer por la ladera y rebuscó con la vista en su jardín. La luz había desaparecido, pero ahora la soga no se movía con el viento.

Pock se acostó en el suelo y se arrastró por la tierra hasta llegar al borde del barranco. No muy lejos una mancha de luz ascendía por la cuerda.

—¡El espíritu del bosque! —gritó Pock.

Avanzó hasta el árbol y de ahí se lanzó a correr. Atravesó el bosque hasta alcanzar su casa de tejas y se encerró allí, arrastrando una piedra para hacerle de puerta.

Sus piedras estaban bien, el viento no había logrado moverlas.

Pock escuchaba el sonido de los árboles cuando una de sus ramas no resistía más y caía al suelo. Pock se quedó allí, callado, rezándole en silencio al espíritu del bosque.

Afuera en medio de la tormenta su hermana era arrastrada a través del fango. Varias veces le gritó su nombre, pero el sonido al salir de su boca era transportado por la corriente en otra dirección.

Ella contempló como uno a uno los árboles caían y la tierra se aflojaba. Ella estaba a pocos metros de allí cuando vio la planicie abrirse y una ola de tierra caer desde la parte alta del bosque como una avalancha, llevándoselo todo consigo: su bosque, su barranco y su hermano.

Pock descansaría con las piedras por siempre, porque el espíritu del bosque siempre cumple sus promesas.

Cuando la mañana llegó el barranco se veía distinto, su carne había sido desollada y sus huesos estaban expuestos. Un río dorado cubría la roca. Era la mina más grande que cualquiera pudiera llegar a ver. Una fortuna por cada piedra. Piedras de oro, como de otra forma no podía ser, porque una vez más lo repito, solo por si no queda claro, el espíritu del bosque, siempre cumple.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top