Annie y yo

Mi madre murió hace siete meses de un derrame cerebral, o como lo llamaron los médicos "ataque cerebrovascular"; fuese como fuese, yo sé el por qué exacto de su muerte.

Mi madre tenía sobrepeso, cuando falleció había alcanzado los 84 kilogramos y su cuerpo no resistió más. ¿Parece injusto?, pues lo era. Era injusto que tu madre te dejara cuando aún tenías dieciséis años, era injusto que no hubiera pensado en ti y que le hubiera prestado más atención a una hamburguesa, era injusto, pero ya no había vuelta atrás, y de igual manera yo amaba la comida casi tanto como ella, yo había heredado sus genes lo lógico es que hubiera heredado su amor por la grasa, pero desde su muerte había comenzado a pasar por situaciones extrañas. Había comenzado a sentirme culpable de comer, pues no quería seguir el camino de mi madre, mas aun así mi apetito no se detenía con nada. Había llegado a comer en una hora lo que una persona normal comía en tres días, y me había asustado, recuerdo correr hacia el baño y obligarme a vomitarlo todo, yo no podía subir de peso como ella, no podía quedarme postrada en la cama, no podía morir. Era tan difícil la pelea entablada en mi interior.

Sobre eso estaba soñando en la noche, me encontraba en una cama de hospital, repleta de cables y tubos por todas partes, era una pesadilla terrible que me hizo despertar con la respiración agitada.

De un salto salí de la cama, y en un salto terminé con la frente pegada en el suelo, por algún motivo la distancia entre mi cama y este había crecido considerablemente en la noche, aunque observando los alrededores, la cama no era lo único que había cambiado. Toda la habitación en la que me encontraba era distinta, y lo más aterrador, la "yo" del espejo tampoco era yo, aunque tan aterrador no era, el cuerpo que me encontraba usurpando no estaba del todo mal, era una joven delgada y de caderas pequeñas, con el cabello rubio y los ojos grises, seguro ella no tenía los genes de una madre con sobrepeso. Intenté acercarme al espejo, pero el cuerpo no respondía a mis indicaciones, aunque me encontraba en los pensamientos de la joven, el control físico de su cuerpo no era mío.

La chica se vistió en un segundo y bajó las escaleras de dos en dos, abajo el desayuno estaba servido, pero omitiendo la creciente necesidad de ingerir alimento, que conmigo en su mente crecía al doble, la joven solo se detuvo por un vaso de agua antes de salir por la puerta en busca del bus.

El día con ella se tornó cada vez más aburrido, y cada vez más tormentoso a medida que avanzaba, pues la chica, (a la que ahora reconocía a causa de varios comentarios escuchados, como Annie) no parecía tener la intención de comer algo durante todo el día, y yo necesitaba urgentemente comida, estaba como dije, en mis genes, cuando comenzaba a comer no podía detenerme, era una versión de mí a la que ciertamente le temía.

Al final del día había aprendido varias cosas sobre Annie, la primera es que estaba en el equipo de gimnasia y que a la vez era presidenta de la clase, era una chica inteligente aunque parecía no tener muchos amigos cercanos, pero de cualquier forma lo más extraño en Annie era su negativa a comer.
Cuando llegaba la cena ella pedía que le dejaran subir la comida a su habitación, pero su madre se negaba y la obligaba a sentarse a la mesa, para mi satisfacción Annie se decidía por comer, pero para mi disgusto apenas y probaba bocado alguno.
Decepcionada ante la cena regresaba al piso de arriba, o debería decir regresaba ella, se encerraba en el baño, cerraba la cerradura, se inclinaba ante el inodoro apoyando los brazos en este, y hasta ese momento toda la situación me parecía en extremo conocida, era exactamente lo que hacía yo después de mis atracones: vomitarlo todo, pero lo más asombroso es que Annie tenía algo que vomitar, con lo poco que comía no tenía mucho sentido, y aun así allí estábamos, con los dedos provocándonos arcadas hasta el vómito.

Pobre Annie, pensaba antes irme de dormir, en el equipo de gimnasia las chicas debían ser así de delgadas, y si quería continuar siendo popular debía mantener la misma figura, pero el sacrificio era muy grande, y la pobre había comenzado a perder su vida.

«¡Cuánto me gustaría ayudarla!», exclamé esa noche en mis propios pensamientos, antes de quedarme dormida.

En la mañana un resplandor me despertó,  algo aturdida abrí los ojos y observé como un rayo de luz se colaba por una abertura en la ventana.
Salí de mi cama y caminé hacia la cocina.

«Esperen». ¡Era yo de nuevo!

Se sentía tan bien caminar sobre mis pies, mover mis brazos, ser dueña de mis palabras.

Fui entre saltos hasta la cocina y comencé a comer, era como mi rutina diaria, mi padre nunca estaba en casa para ver lo que hacía, así que tenía vía libre para comer cuanto quería, aunque..., aunque no quería, o más bien sí que lo hacía. Mis genes me querían obligar a comer hasta lo imposible, pero había algo que me detenía, y esa vez no era el miedo a engordar, o el arrepentimiento, o el temor a la muerte, no, era Annie. ¿Qué estaría haciendo?, ¿acaso habría pasado otro día sin comer?

Pensaba en Annie y su negación por comer, pensaba en mí y mi incesante necesidad por darme un atracón que solo llevaría al arrepentimiento, en realidad no éramos tan distintas, ambas teníamos los mismos miedos, solo que ella dejaba de comer y yo comía en exceso.

De camino al instituto estuve pensado en mi primer atracón, fue una semana después de la muerte de mi madre, todavía no había comprendido qué estaba sucediendo, ni siquiera había llorado por ella, tuve un choque emocional y decidí parar de comer, pero tal estado no duró mucho tiempo, después de tres días de ayuno, ocurrió, comencé a comer y no pude detenerme, y así el proceso comer-vomitar se volvió parte de mi vida diaria.

Cuando llegué al instituto no logré encontrar a Annie, conocía su número de salón pero no estaba allí. La joven se había retrasado ese día así que tuve que esperar hasta el tiempo libre para hablar con ella, al principio se asustó mucho al descubrir que yo sabía cosas de su vida que nadie más sabía, pero luego que comencé a hablar sobre la comida, y sobre nuestras vidas, cualquier recelo que me tuviera se desvaneció. Annie era una chica hermosa, que como yo había creado una barrera alrededor suyo que la separaba del mundo, y no fue hasta que nuestra conexión nos unió y nos dio la fuerza necesaria, que pudimos romper la barrera y hablar de nuestros problemas.

Annie me hizo comprender muchas cosas, por ejemplo que mis genes no eran más que una excusa para comer sin cesar, y que mi madre había luchado fuertemente por mantenerse a mi lado, aunque hubiese perdido la pelea. También yo logré abrir los ojos de Annie, esa joven debía entender que habían otras formas de mantenerse en un peso específico, y no solo dejar de comer, sé que no era la persona en mejores condiciones para dar consejos, pero aun así sentía la necesidad de hacerle comprender lo peligroso de sus tendencias.

Luego de nuestro primer encuentro, vino otro, y otro, y muchos más, y Annie y yo nos convertimos en buenas amigas, lo suficientemente buenas como para brindarnos la fuerza necesaria para tomar una de las decisiones más importantes de nuestra vida. Dos semanas después ambas estábamos en la consulta de nutriología, y luego en psicología, justo en la puerta de al lado. Parece una locura, ¿verdad?, yo nunca imaginé terminar así, pero de cualquier manera me siento feliz por mis decisiones.

Yo fui diagnosticada con bulimia y Annie con anorexia nerviosa, ambos, trastornos alimenticios que podían acabar con nuestras vidas, pero de los cuales no era imposible escapar, y aunque la pelea había sido difícil, las dietas, los suplementos, la psicoterapia, nos ayudaron a volver a ser las mismas, incluso visité la tumba de mi madre y logré cerrar ese ciclo abierto en mi vida.

En todo momento Annie y yo estuvimos juntas, apoyándonos, porque nadie con problemas como los nuestros debía de superarlos solo, y tú tampoco, siempre hay personas a tu alrededor dispuestas a ayudarte, no temas romper la barrera, tus problemas pueden ser los problemas de alguien más.
Se ha encontrado que alrededor del 2% de las mujeres padecen de anorexia nerviosa, y un 3% padecen bulimia nerviosa. No estás sola o solo en esta batalla, somos muchos los que peleamos, somos muchos los valientes, los fuertes, los que no tememos luchar por nuestra vida. Únete a nuestro ejército de cambios, eres bienvenid@.

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