III


Amanece. Los rayos matinales se cuelan por mis párpados cerrados.

Desgarran la dalmática que uniforma a la noche borrascosa.

Mis pupilas reaccionan y se abren a aquella claridad restauradora.

Que de mi mente aleja deseos execrables, pesares ominosos,

Como negros murciélagos retornan a su luctuosa fosa.

Me incorporo, dispuesto a proseguir con mis fieles rutinas.

No hay mejor distracción que la usanza mundana,

Tareas que se ejercen de manera continua y automática.

¡Es inútil! Aun en lo asequible de esa monotonía,

Su imagen aparece; vivaz en el recuerdo emana.

¡Me derrumbo! Rendido nuevamente a su reminiscencia,

Otra vez ruego al cielo por verla aparecer en esa puerta.

Diciéndome que "todo estará bien, que no es prohibido"

"Que el amor no sentencia, no enjuicia, ni aprisiona"

"Y que son las personas aquellas que censuran poniéndole etiqueta"

Pero en el fondo sé que son falacias, excusas de una mente atormentada.

Si un querer como el mío fuera puro, no se hubiera marchado de mi vida,

Y hoy no estaría sufriendo su abandono, ni llorando en silencio su partida.

Si un querer como el mío fuera bueno, la vería por fin en carne y hueso,

Sonriendo en el umbral sin pena alguna, tratando de ocultar en su alma herida.

Entonces lo improbable: resonando en la puerta un golpeteo.

Una silueta regia que aparece grabada en el vitral como un augurio.

Imposible es errar con tal encanto: ¡Es ella! ¡Mi Isabella! ¡Estoy seguro!

Mi corazón entona un himno en mi esternón, mis manos bailan trémulas.

Y al abrir el portal, en su seráfica faz, se expían mis pecados uno a uno.

"Hermano estoy aquí" dice sonriendo, y no sé si es real...

No sé si estoy dormido o me encuentro despierto,

No sé si sigo vivo o si ya he muerto, si acaso esto es el cielo o el infierno.

Quizá la vida sea solo eso: un confuso espejismo de Morfeo,

La oscura fantasía de algún durmiente dios, Hýpnos eterno.

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