Capítulo 7: El hijo de un presidente
Noche trece sin Luna.
El salón permaneció sepultado bajo la misma ausencia de sonido, aquello hizo que el aire contenido en la habitación pareciera un ahogante peso que caía sobre cada Confederado. Todos observaban a Zenda Tribez como una diosa, tenían un concepto de ella bastante alejado de la vulnerabilidad que definía a los humanos. Solo entonces, y como una excepción, un humano era visto como el portador de una idea que podía cambiar el sentido de todo el universo. Pero aun así, todavía permanecía una potente duda sobre aquel aire viciado, y esa cuestión era la que provocaba el peso del silencio interminable: ¿Podrá la mente de Zenda superar a la de Dacio Krasnodario?
Solo ella tenía la respuesta que lo demostraría todo.
—Sé que ahora mismo parece imposible acabar con Dacio, e impensable destrozar cada cosa que ha construido a base de un plan tan astuto como malévolo. Ser así le ha colocado varios pasos por delante de toda nuestra especie, y por consiguiente, es lo que le va a catapultar a ser aceptado en la Comisión Galáctica como el resto de sangrientos magnates que la gobiernan. Os recuerdo de nuevo lo que ha sostenido sobre esto el arann. —Zenda recalcó esa última palabra, que significaba «excelencia», conforme clavaba su brillante mirada en Victoplus—. De esta manera, Dacio ha dejado bastante en claro que no tiene ninguna humanidad. Y la solución que nosotros debemos imponer en su contra debe ser aquella que nos una como los humanos que somos, sin caer en las atrocidades que él cometió. Pero como sabéis, si jugamos limpio, sin parecernos a él en absoluto... el asunto se complicará, será más difícil de lo que para él fue a pesar de hacer trampas. De esta forma, nuestras posibilidades se reducen.
Aquellas alternativas se volvieron mínimas tras el monólogo de Zenda, tanto, que de nuevo el silencio reinó en la sala. Esa vez más intenso, hasta el punto de que cada respiración daba la ilusión de poseer diminutos pinchos que se clavaban en la garganta para hacerles enmudecer. Era el resultado de un afilado discurso que no transmitía esperanza alguna. Quizás el hogar que todos conocían se había vuelto irrecuperable.
—Claro que hay pocas posibilidades —insistió Vera—. Pero los mayores logros se han concebido así a lo largo de nuestra historia.
Epicuro fue el único que sonrió tras oír a la ex presidenta. Incluso en los momentos en los que no cabía ninguna palabra, ella era capaz de construir las frases más oportunas, y por supuesto, sin dejar de tener en cuenta el mensaje que transmitía la ideología de su partido. Nunca dejaría de tenerla presente.
—Leed cualquier libro del segundo o tercer milenio, ya fuera del año 1900 o del 2500... y observad cómo era tratada la raza africana. Recordad cómo la mujer nunca había ocupado un cargo tan importante como el mío. Haced memoria de que lo imposible que parecía entonces reconocer a una mujer como la representante del planeta, o ver a toda África colmada de riquezas cuando sus habitantes no tenían ni una gota de agua que llevarse a la boca.
—A ese punto quiero llegar con este plan que tengo en la cabeza, de eso que no le quepa duda —interrumpió Zenda—. Pero debe tener usted en cuenta que lo que hagamos, no serán ejemplos parecidos a los que ha expuesto. Es una situación que va más allá de un prejuicio racial o la brecha entre dos sexos, es algo que debe englobarnos a todos. Y recapacite, ya que a usted le gusta tanto la historia. Dígame, ¿cuándo ha estado el ser humano unido por un único motivo, sin distinciones? —Zenda se puso en pie, y Vera enmudeció en respuesta.
—Nunca —susurró Epicuro, sentado al lado de la ex presidenta.
—Ya tengo bastante claro que el plan que os propongo volverá a radicalizar a la especie humana en dos bandos: los que apoyan nuestro movimiento y los que no, que por ende, serán los que sigan a Dacio —continuó Zenda.
—Muy a mi pesar, estoy de acuerdo —aprobó Vera, y añadió rebosante de optimismo—: Solo que una vez acabe esta guerra, dudo que existan más motivos en nuestra especie para originar otro conflicto. Esta guerra que está por librarse será la primera que incluirá a aliados y enemigos de planetas distintos al nuestro. Podría ser la última guerra que presenciará nuestra especie.
—La única manera de que reine la paz tras el conflicto es que nos extingamos, a este paso... —rebatió Epicuro.
—O que se extinga una de las dos partes que conforman este problema, querrás decir. Tampoco veo necesario que nos vayamos a ese extremo. Haz memoria de que este mundo ya lleva veintiséis guerras mundiales causadas por opiniones dispares en terrenos como la religión, el desacuerdo entre políticas distintas, incluso cosas más primitivas y simples como el hambre o la falta de electricidad por la crisis de combustibles fósiles de hace cuatro siglos. Pero ninguna de ellas ha tenido como problema el concepto que tenemos de nuestra especie, ni tampoco involucraban especies de otros mundos como en este caso. Han sido problemas que nos han dividido entre nosotros, no que nos hayan unido.
—Y esa unificación, como tú dices, traerá la división que dijo Zenda antes. ¿Es que no te das cuenta, Vera? ¿Nadie se da cuenta? —Epicuro se encogió de hombros—. Los humanos no estamos hechos para estar de acuerdo en una misma idea, y nunca lo estaremos. Aunque este problema vaya a unirnos como especie, nos radicalizaremos en el Partido Prospectivo que encabeza Dacio o en los Confederados. Siempre es la misma cantinela.
Enzo Villalobos se levantó de su asiento en un salto, dispuesto a defender el destello de optimismo que transmitió Vera.
—¿¡Y qué quieres que hagamos al respecto!? Ya, claro, gran Epicuro, tú nos observas desde tu inteligencia superior y vomitas ese discurso sin ningún escrúpulo, riéndote de nosotros, pobres mortales que no llegaremos a nada, ni siquiera a la paz que no hemos alcanzado en tres mil quinientos años que lleva nuestra especie existiendo en el universo. ¿Sabes cuántas especies más habrá ahí fuera que ni siquiera se plantean la palabra «paz»? ¿Sabes que hay otras especies que nos superan en antigüedad con creces y a base de años, años y años, han conseguido esa paz? Las habrá por miles. El universo es infinito y enorme, y nosotros somos un diminuto punto poblado por personas minúsculas pero con un fallo, que para mí, es más grande que todas las estrellas... y es que necesitaremos mucho tiempo para entender qué significa la paz. Necesitamos comprender cómo aplicarla en nuestras vidas, en la de los demás, en la de todo lo que nos rodee. Así que, por mucho que te moleste formar parte de esta especie torpe, tú eres uno de nosotros. Tú cuentas, como todos los que estamos aquí sentados o los que no lo están. —Enzo paró de hablar por varios segundos, mientras golpeteaba su dedo índice contra la mesa, hizo así una clara énfasis en lo que iba a decir para acabar—: Y si estamos aquí es porque podemos buscar la manera definitiva de hacer entender lo que significa la paz de una vez por todas.
Epicuro se levantó en respuesta, dedicó un breve aplauso a su compañero y asintió sin enmascarar la expresión irónica que solía ocupar su rostro.
—Si me dices que ahora mismo vas a formar tu propio partido político y tú eres su cabecilla... No lo dudes, amigo, te votaría a ti. Creo que hablo por más de uno de nosotros —supuso el informático.
—Sin duda —completó Faith, desde el extremo opuesto de la mesa.
—Pues dejadme deciros que no será necesario formar ese novedoso partido político —interrumpió Zenda—. Porque me hubiera gustado llegar a ese planteamiento desde el inicio de esta reunión. Este debate moral debe alcanzar la misma conclusión que ha expuesto el señor Villalobos. Esa ideología es la que tendría que aplicarse a nuestra causa y a los Confederados.
—Recapitulemos. Una vez que hemos llegado a esta causa en común en la que presupongo que todos estamos de acuerdo... —Vera clavó sus penetrantes ojos oscuros sobre cada uno para obtener una afirmación por su parte—. ¿Qué solución planearemos?
—Pues no puedo pensar en una idea que consiga llevarnos a la victoria de un modo limpio —expuso Kurtis de forma entrecortada.
—¿Insinúas con eso que debemos ponernos a la altura de Dacio? —farfulló Faith.
El agente Slade asintió.
—¡Me parece ridículo e insultante! —Faith se puso de pie—. ¿Entonces para qué sirve esta reunión? ¿Es que ni siquiera lo que dijo Enzo antes te hizo entrar en razón, Slade? Si vamos a obtener el poder de la misma manera que Dacio, toda nuestra revolución no servirá de nada en absoluto.
—Por supuesto que no. Pero piensa que no nos quedan otras posibilidades.
—Si nos ponemos al nivel de los malos, pues había opciones por miles... —mencionó Enzo—. Organizar un atentado en la Humexpo, unir fuerzas militares con empresas enemigas de Krasnodario y hacer un golpe de estado, o incluso tomar a su querido hijo y sucesor como rehén. Pero claro, todo ello empleando la violencia y haciéndole tragar de su propia medicina.
—Y todas esas opciones llevan escrita la firma de Dacio, como si su modus operandi estuviera grabado con sangre sobre ellas. Hacer cosas así nos convertirían en lo mismo. No marcaríamos ninguna diferencia —espetó Zenda.
Vera observó la reacción a la conversación por parte de Enzo Villalobos desde el otro lado de la mesa. El hombre realizó unos movimientos circulares con su dedo meñique sobre su barbilla. Era un gesto bastante común en él cuando estaba pensativo. La africana se preguntó qué palabras rondaban por su cabeza porque ella conocía bien esa expresión. Tuvo la oportunidad de verla repetidas veces, y sabía con claridad su significado. Él tenía cosas importantes que decir pero no sabía cómo exteriorizarlas. Algo parecido le ocurrió a Enzo que Vera jamás olvidaría; cuando estuvieron a solas en el búnker perdido de la Bona Wutsa, compartiendo la bebida y hablando sobre sus vidas, cuando él se debatía por protegerla o asesinarla bajo las órdenes de Dacio. Esa decisión que el señor Villalobos tomó entonces condicionaría cada palabra que estaba a punto de decir.
La única opción que les quedaba era una dañina arma y un bálsamo regenerador al mismo tiempo, una daga de doble filo que alguna vez les había atacado. Pero cada herida que producía su hoja era limpia, tanto que permitía ver los secretos ocultos en el recoveco más profundo de sí mismos. Eran heridas que sanaban y crecían puras y transparentes, sin ningún halo de sombra. Se trataba de la verdad.
—Deberíamos decir la verdad sobre Dacio. Si somos capaces de atacar bien con nuestra versión, el daño ocasionado será inimaginable. Podríamos manchar esa falsa imagen que transmite. El orden se restaurará cuando los nuevos políticos que ocupen el cargo no tengan que ganarse su puesto a base de mentiras —dijo Enzo, absorbido por una misteriosa tranquilidad, como si antes hubiera ensayado ese discurso, pero en realidad era el resultado del sentimiento y la inspiración a igual medida.
—¿La... verdad? ¿Qué verdad tenemos? ¿Con qué podríamos atacar al presidente? —preguntó Zenda, la segunda cuestión fue casi un grito de socorro.
—La tenemos justo aquí.
Enzo señaló a Nedi. En pocos segundos, ninguno apartó la vista del muchacho.
—¿Yo? Creo que ese término de la ver-verdad no de-debería tener nada que ver conmigo —balbuceó el chico.
—Claro que tiene que ver. Es más, todo el asunto tiene que ver contigo. Dacio es tu padre —contestó Enzo, y a pesar de que se había corrido la voz acerca de los orígenes de Nedi entre todos los miembros del equipo, la mayoría quedaron boquiabiertos al escuchar ese dato que antes parecía imposible.
Nedi se quedó paralizado. La imagen de su infancia en el Internado Robaffi cruzó su mente. Recordó que pasó una tarde entera castigado en la cabaña de los trastos. La lluvia se colaba por las rajas del techo de madera hasta que el agua fría caló su rasgado uniforme. Sintió que aquellas gotas parecían reales y le atravesaban como puñales gélidos. Eso fue unos años antes de que le adoptaran. Pensó la mala vida que llevaba cuando era niño y que su hermano se llevó lo mejor sin merecerlo. Imaginó cómo habría sido una tarde cotidiana de Reiseden durante su niñez. Veía a Dacio y Clisseria a su lado, llenos de amor y de orgullo hacia su hijo, en una habitación lujosa sin goteras en el tejado. No podía soportar la idea de que unos malditos genes le habían privado de tener una vida tan acomodada como la de Reiseden.
—No puedo —musitó Nedi.
Se levantó de su silla, y en un santiamén abandonó el salón. Rompió a llorar mientras miraba para todos lados con el objetivo de buscar una salida. Encontró un balcón. Corrió hacia las puertas de cristal. Empujó el acceso al exterior con sus puños cerrados hasta sentir la brisa congelada. La piel de un humano no estaba preparada para soportar el frío de un planeta tan alejado del sol. Por un solo segundo, estuvo casi a punto de quitarse la mascarilla, de dar una bocanada de un aire tóxico para él.
Acabar con todo.
De repente, notó que le estiraron del brazo para que volviera dentro. Escuchó un sonoro portazo, y luego una potente voz.
—¡Eres un loco, Nedi Monter! —exclamó Kilara—. ¡Tienes miles de metros disponibles de este palacio para andar por ahí a tus anchas, con la temperatura y el aire preparado para vosotros los humanos, y... tienes que salir! ¡Parece una broma!
—¡¡No sé qué estoy haciendo, Kilara!! ¡Estoy en un planeta extraño en el que ni siquiera puedo respirar aire fresco si no es con una mascarilla o en una habitación artificial! ¡Tú no lo entiendes! ¡¡Quiero volver a casa!! —La zarandeó—. ¡Mírame!
Nedi vio su rostro lleno de lágrimas reflejado en la pulida pared que estaba tras ella.
—¿Acaso entiendes a los humanos? ¿Sabes qué es el concepto de llorar? No tienes ni idea.
—No... Solo conozco lo que es... sonreír —respondió la plutoniana en voz baja.
—Pues no puedo sonreír sabiendo que abandoné a mis padres adoptivos en mi planeta, y a más personas importantes que han demostrado más amor por mí del que había recibido en toda mi vida. Soy incapaz de vivir conmigo mismo desde que sé que mi padre es el monstruo que hizo mi vida imposible desde que nací. Sí, ya no solo soy un puñetero huérfano, también tengo una familia biológica que me habría matado sin titubear por contar con pensamientos como el que tengo ahora. Nací programado para ser un error y llorar por las esquinas. Pero qué voy a hacer si cada vez que lucho por lo que me importa, mi padre viene a quitármelo y a recordarme ese despojo que soy desde que fui concebido. ¡¡No sirvo de nada!! ¡Y ahora viene Enzo a decirme que yo tengo el poder para destrozar a mi padre! ¿¡Cómo voy a hacerlo!? ¿Cómo voy a destrozarle si ya me destrozó él a mí primero? Me lleva veinticuatro años de ventaja... Así que no tengo nada que hacer.
Kilara no fue la única confidente de esa declaración, los demás también le oyeron.
Enzo abandonó el salón para encarar a su compañero. Sin decir nada, le puso la mano en el hombro. Intercambiaron un enigmático juego de miradas, que junto con el gesto, fue suficiente para recargar sus fuerzas y volver a entrar ahí.
La discusión no terminó entonces. Enzo, con más liderazgo que nunca, colocó su otra mano en el hombro contrario del muchacho. Él se sintió encerrado en una cárcel de culpabilidad por lo que había dicho, y los barrotes que formaban su prisión se convirtieron en los brazos de su compañero. No obstante, el joven ignoró que encontraría un aliento de liberación en lo que estaba por escuchar.
—Él te destrozó. Al igual que hizo lo mismo con los demás sujetos descartados. Ya conoces la historia, y creo que hablo por todos al suponer que también la sabemos. Pero sé que solo hablo por ti y por mí al decir que fuimos quienes la vivimos. —Enzo contuvo el aliento—. Sí, a ti te tocó ser el protagonista, pero el papel que jugamos tanto la doctora Orbon como yo, no puede reducirse a algo insignificante. Pudimos salvarle la vida a uno de esos niños inocentes, y tuviste la suerte de ser el que escogimos. Ahora tienes la responsabilidad de utilizar el nombre que te dio entonces tu padre, aunque sea el de un experimento.
—No puedo...
—Sí puedes. Acabarás con todo esto. Tú, Nedarien... serás conocido, respetado y resonado por cada rincón de este planeta hasta que todos entiendan que ese nombre significa igual al de tu hermano, pero con adjetivos tan contrarios como sus letras... Su orgullo se sustituirá por tu humildad, su fuerza se verá opacada por tu bondad, y su torpeza de verte como inferior ante él le hará perder contra ti. ¿Y sabes una cosa? En esta vida, la mayoría de personas recordadas como importantes son las que obtuvieron algo sin tener nada. Ese es el mérito que te hace pasar de no ser nadie a ser alguien.
—Pero estoy rivalizando contra alguien que sí lo tiene todo.
—Exacto. Justo eso es lo que debes aprovechar. No tienes nada en tu genética que te asegure un éxito, y con esa baza puedes llegar a convertirte en algo que Reiseden jamás será. —Zenda Tribez reclamó su turno para hablar—. Y nuestro objetivo será contar tu verdad hasta que la gente te ame por lo que eres.
En respuesta, el chico ocupó de nuevo su asiento. Puso sus manos sobre la mesa, y tragó saliva con incomodidad al entrelazar sus fríos dedos. Echó la vista al frente, cara a cara con la imagen de la videoconferencia que retransmitía Zenda Tribez, desde una peculiar casa llamada Tierra. Y aunque estuvieran a millones de kilómetros de distancia... juró en sus pensamientos que le enviaría cada fragmento de su ímpetu hasta que ella sintiera que estaba más que dispuesto a volver a su hogar y salvarlo. Él envió esa fuerza a través de una mirada, y ella la recibió. No importó la lejanía, ni las estrellas que hicieran un muro entre ellos, ni siquiera los horizontes de sus mundos que no proyectaban el infinito universo para hacer que ambos pudieran encontrarse. Ella encontró la esperanza en el vacío, en la caricia imperceptible de una persona que a pesar de no estar a su lado, hizo notar su presencia más cerca que en cualquier realidad posible.
—Dígame cómo voy a salvar mi hogar, señora —dijo Nedi.
Ella permaneció inmóvil. Antes de decir nada a la ligera, su compañera periodista le habló al oído conforme le mostraba unos documentos en la pantalla de la mesa.
—Larissa me informa de que tenemos una posibilidad. Uno de nuestros espías que más se ha acercado al gobierno de Krasnodario consiguió más folletos promocionales de la Humexpo, horas previas a que fueran publicados. Obviamente, ese agente fue liquidado poco después. Al menos consiguió información sobre sus planes. Realizarán actividades para entretener a las visitas de la Comisión Galáctica, ya os podéis imaginar. Habrá convenciones, fiestas de alto lujo, galas benéficas... Se habla incluso de ferias de demostración de última tecnología, recreaciones virtuales de la historia de la humanidad y grandes exhibiciones. —Zenda se detuvo al hacer énfasis—. Entre ellas están las Olimpiadas Verticales, una especie de reunión de pruebas de atletismo en contra de la gravedad para impresionar a los turistas con las capacidades de los humanos. Se ha filtrado que Reiseden participará en varias de esas pruebas, una es los cien metros verticales.
—Creo que puedo intuir qué objetivos tenéis. Lo que haremos abarcará cada actividad de la Humexpo por mínima que sea. Todos conocerán a los Confederados, tanto los nativos de nuestra tierra como los de otro lugar. Y lo más importante es que conocerán a Nedi. —Vera se rio a carcajadas—. No sé cómo reaccionarían si es nuestro muchacho quien arrebata las medallas al hijo del presidente.
—¿Me estáis diciendo que voy a participar en las Olimpiadas Verticales y que pretendéis que gane a Reiseden? ¡Si él está mucho más preparado que yo! No podéis hacer que mi genética defectuosa supere a la suya. Es imposible.
—No se trata solo de ganarle como único objetivo, de lo que se trata es de que la gente quiera que seas tú el ganador —replicó Vera.
—Ya que esto está decidido, empezarás tu adiestramiento a partir de mañana. Arann Victoplus se encargará de proporcionarte los medios para entrenarte. Será Kurtis Slade quien supervisará tu entrenamiento —explicó Zenda—. Él practicó atletismo en la modalidad vertical durante su formación en la academia del Sindicato, antes de que ese tipo de ejercicio se hiciera oficial como ahora.
—Será un placer —aprobó Kurtis.
—¿Y por qué no es él quien participa? —protestó Nedi.
—Porque yo no soy el hijo de Dacio Krasnodario, chico —replicó Kurtis con una sonrisa burlona.
—Lo único que debo decir para finalizar esta conversación es que los humanos sois un poco torpes, pero habéis sabido ganar mi admiración —intervino Victoplus.
Los Confederados sonrieron porque sabían que ese rey estaba en lo cierto. Nedi Monter también sonrió, y se mordió los labios con nerviosismo. Su mirada se perdió en el vacío. Se visualizó en un podio, con su hermano al lado portando una reluciente medalla. Él estaba en segundo lugar, y desde esa posición podía ver a Reiseden elevando una copa. Pero sintió el clamor de miles de personas del público gritando un nombre: El suyo.
«¡Nedarien, Nedarien, Nedarien!», oía en sus pensamientos.
Entonces entendió que la victoria no significaba nada si nadie te acompañaba para celebrarla. Supo que también había quienes amaban a los perdedores.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top