Capítulo 5: Flores extintas
Ciudad de Krasnodar, Rusia.
Sede secreta de la empresa Onyria.
Experimento número 523. Procedemos a transferir archivos de memoria con anterioridad de diecisiete años a ambos sujetos. El objetivo es comprobar qué evocan los recuerdos a las imágenes mentales, si se tratan de sentimientos como el amor y el odio, respectivamente.
Cien horas dormidos.
Cualquier hogar era válido para esas dos personas que deseaban compartir sus vidas, aunque se tratara del lugar más simple del mundo. Porque si esos días se aprovechaban entre risas, abrazos y palabras que les alentaban a despertar con más ganas a la mañana siguiente, no era necesario vivir en un palacio para ser felices. De hecho, no necesitaban nada excepto el uno al otro para serlo.
Pero cuando uno de ambos faltó y vio que sus días estaban vacíos, incluso si hubiera vivido en un palacio le habría parecido un cúmulo de escombros.
Ese podía ser el resumen de lo que ocurrió entre Norak y Astridia. Dos personas que se conocieron por casualidad, porque la mayoría de esas historias surgían mediante algún imprevisto. La suya comenzó hacía trece años.
Norak estrenaba sus veinte, y Astridia tenía veintiuno. Él estaba a punto de terminar la carrera, y ella se había graduado con honores en sus estudios de Microbiología. La joven doctora estaba en camino de convertirse en la brillante científica que salvó el mundo, aunque aquellos honores fueran casi anónimos. Uno de sus primeros pasos al finalizar la universidad, fue aceptar un contrato en el Sindicato de Paz y Salud Retrospectivo. Su función sería encargarse de investigar sobre las bacterias que afectaban a los heridos en las Zonas Hypo, a las que el Sindicato enviaba grupos de paz para rescatar a quienes pudieran sobrevivir. Norak eligió esas misiones como su destino prioritario de prácticas. Y fue durante su tercera guardia en la UUH, Unidad de Urgencias Hypo, cuando conoció a Astridia Orbon.
Intercambiaron contadas palabras durante su primera conversación. Ella solo le pidió que recogiera unas muestras de las heridas de algunos pacientes para poder hacer un cultivo en el laboratorio. Pero cuando él se reunió con ella, no solo le dio aquellas muestras, también el número de su intercomunicador y una gran sonrisa que invitaba a iniciar una amistad.
A partir de ese momento, sus conversaciones se hacían cada vez más largas y las continuaban fuera de las horas de trabajo desde Clocktick. Después, intentaban buscar alguna excusa tonta para verse en un bar y quejarse de lo cansados que estaban del Sindicato, pero de cómo al mismo tiempo les encantaba lo que hacían. Aquel fue el primer punto en común al que se sumaron muchos más en cuestión de pocas semanas. No tardaron ni un mes tras conocerse en darse un beso, ni en prometerse muchos más. Prometieron demasiadas cosas y cumplieron muchas de ellas.
Dos años después estaban viviendo juntos en Johannesburgo. La sede del Sindicato no quedaba muy lejos de su casa. Estaba en Yeoville, un barrio de las afueras de la ciudad. La residencia se encontraba en la calle Backer en concreto. Era un apartamento de poco menos de cien metros, con escasos muebles para que la estancia fuera lo más espaciosa posible. En aquel mobiliario predominaba la madera, el color blanco y el afán porque cada pieza se decorara con lo básico. Con una descripción así, se podía llegar a pensar que vivían en un entorno poco hogareño, pero el llamativo color amarillo de todas las paredes hacía más acogedor el sitio. También había una buena cantidad de macetas desperdigadas por todas las vitrinas del salón. Astridia realizaba un curso por aquella temporada donde tenía una peculiar asignatura de botánica molecular, y por lo visto, hacer experimentos con flores era una de sus exigencias. Norak adoraba la fragancia a jazmín, rosas, geranios e incluso el perfume desconocido de flores extintas que, gracias al ingenio y la ciencia, Astridia hacía que volvieran a crecer.
Todo entre ellos era bienestar, respeto y confianza, pero faltaba un gran detalle que oscureció su vínculo: el compromiso. Astridia, con veinticinco años, iba a aceptar un contrato en los laboratorios de Dacio Krasnodario. Norak, solo un año menor a ella, trabajaba como personal fijo en el Sindicato. Por ambas partes, ya fuera por el trabajo de la futura doctora Orbon o por la cantidad de misiones a las que él debía asistir, su relación parecía tener cada vez menos futuro. Y ese futuro era un tema de conversación que los dos evitaban bastante.
El colofón de su historia, si se le podía llamar así, porque ninguno tuvo oportunidad para despedirse del otro, fue una discusión que tuvieron justo antes de que Norak se marchara a Novosibirsk. Se trataba de una misión importante en Rusia. Si la realizaba obtendría el puesto de Jefe de Enfermería en Urgencias Hypo. Mientras, Astridia le insistía en ir con ella a Australia para poder marcharse a Geelong y aceptar su ansiada oferta de trabajo. Dar ese paso, según confesaba ella, no solo significaba convertirse en una gran científica, incluía comprar una bonita casa cerca del mar, tal vez un anillo que simbolizara una alianza permanente y que esa nueva casa la ocuparan un par de niños para corretear por ella sin parar.
Cuando ella le contó todo eso, algo que Norak veía tan lejos que ni podía llegar a imaginar, solo recogió el equipaje que tenía preparado y se encaminó hacia la puerta para marcharse. Dijo una frase antes de irse: «Lo hablaremos cuando regrese. Adiós, Astride». Sin tener la menor idea de que al volver, no encontraría nada igual que antes. Y como en un acto involuntario, justo al dar un sonoro portazo, una maceta que estaba al borde de la repisa se cayó al suelo.
Astridia se asomó para ver el destrozo. La cerámica de la maceta estaba dividida en varios pedazos, se veía el interior de barro y la parte externa turquesa. La tierra que contenía creó una pequeña montaña, y al rascar bajo ella, encontró una orquídea extinta que hizo para un proyecto de su asignatura de botánica molecular. Pensó en lo paradójico que era que, mediante la ciencia se podían volver a crear cosas que ya estaban muertas, pero esa maravillosa ciencia no era capaz de sanar un corazón roto.
«Él se ha ido, pero yo no pienso quedarme», esa fue la frase que la doctora repetía en sus pensamientos mientras hacía las maletas, tiraba a la basura cada recuerdo que tenía con Norak e incluso desechaba todas esas flores que tanto amó en su momento. Pero aquel momento pasó, y ella decidió destruir pétalo por pétalo antes de que se marchitasen por completo. El apartamento se quedó vacío, y ni el vivo tono amarillo de las paredes otorgaba felicidad a un sitio que, a partir de entonces, solo traería dolor y soledad.
Al día siguiente, Astridia se había marchado a Geelong.
El final de todo fue cuando Norak volvió de Novosibirsk y se encontró vacío aquello que llamaba «hogar». Lo único que vio fue la maceta rota, con la tierra como ceniza en el suelo y los restos secos de una orquídea sobre ella. Después, se echó a llorar mientras pensaba en cada mala decisión que tomó. Cada una estructuró una introducción, nudo y desenlace que marcó las sonrisas que no volverán a repetirse, las lágrimas que se volverían una costumbre...
Astridia intentó dar un paso más allá, pero Norak estaba tan centrado en él mismo que no dejó de lado su carrera. Pero ella fue egoísta hasta un extremo que él jamás habría alcanzado. No eligió su propio futuro, también el de su hijo. Ese fue el secreto que se llevó a Geelong, algo que Norak intuyó en su momento, a pesar de que ella le insistía en que era imposible que se planteara ser madre si no estaban juntos. Gracias a esa excusa, él pensó que sería imposible que él fuera padre al paso que iba.
Norak pasó nueve años sin saber nada de ella ni de su hijo. Astridia decidió criarlo lejos de su padre, lejos de la persona que más apreció en toda su vida. Construyó el futuro que deseaba sin él, le bastaba con su hijo Tomkei. Incluso compró la casa con vistas al mar. Sus sueños parecían cumplidos, pero siempre le faltaba la persona cuyo nombre no quería volver a pronunciar.
Él pensó durante una temporada que Astridia volvería, pero cuando pasaron más de cinco años, su esperanza de volver a verla casi se perdió por completo. Ella había cambiado el identificador de su intercomunicador, y en los laboratorios de Geelong no daban información de los trabajadores, por lo que apenas había forma de entablar contacto con ella. Tuvo que suceder la tragedia del secuestro a manos de Pesadilla para que Astridia pidiera ayuda a Norak. De un modo u otro, él sabía que algún día, ella iba a llamarle y a decirle la verdad, sabía que tarde o temprano tenían que reencontrarse. Él no cambió su identificador durante todos esos años, esperando la llamada durante cada día. Porque, después de todo el daño, ambos eran los únicos que podían salvarse el uno al otro.
Acabaron juntos en un laboratorio experimental de Dacio Krasnodario, donde les mantenían dormidos tanto tiempo que el principal sueño que compartían era salir de allí para cumplir esa última promesa.
—Ciclo de cien horas de sueño cumplido. —Una voz indicó por megafonía que un breve despertar estaba próximo para ellos. Poco a poco, les indujeron un fármaco que interrumpiría su letargo—. Iniciando receso.
Según las normas que promulgó la empresa Onyria para los experimentos que involucraban la hipersomnia, no se permitiría a los sujetos de prueba pasar más de cien horas en coma inducido. Cuando estos ciclos se cumplieran, debía realizarse el llamado «receso», un proceso en que obligaban a despertarles durante un tiempo para evitar el riesgo de que el coma inducido se convirtiera en permanente.
—Sujetos 08 y 09 despiertos. Receso iniciado. Tiempo estimado para comenzar la siguiente hipersomnia: 5 horas —dijo la misma voz.
Norak fue el primero en levantarse de la camilla. Estiró los músculos de su cuello hacia un lado y el otro, para crujir los dedos de sus manos después y disfrutar de la sensación de estar despierto. Pareció haber olvidado cosas tan simples como notar el frío del suelo bajo sus pies descalzos.
El estímulo que le espabiló por completo fue la caricia que le dedicó Astridia en su hombro izquierdo.
—Dime que has podido ver en aquel sueño todo lo que yo he visto —murmuró ella.
Él asintió mientras contemplaba los vistosos ojos verdes de la doctora Orbon, y cómo sobre ellos aún yacía el recuerdo de esa historia que tenían en común.
—Es increíble que hayan podido modificar nuestra mente de tal manera... que parece que acabo de vivir todo lo que pasó —contestó Norak con una sombra de decepción—. Pero debo confesarte que ni los años que han pasado me han hecho olvidar todo lo que vivimos juntos, tanto lo bueno como lo malo.
—Lo sé. —Astridia le tocó en la mejilla, y le resultó raro ver su rostro tan descansado y sin las contrastadas ojeras que solía ver en él—. Ya intentamos discutir esto hace cuatro años, cuando hice que Kurtis probara el Plan Morfeo, ¿recuerdas...? Pero había cosas más importantes...
—Sí, ya, como salvar el mundo y todo eso. Si nos ponemos así, ahora también hay cosas más importantes —argumentó él, fiero—. Salvar a nuestro hijo, por ejemplo.
—Y salvarnos nosotros... —interrumpió Astride—. Por eso ahora es el momento de hablarlo.
Norak bajó la mirada, y su acompañante se sentó de nuevo sobre su camilla. Ella atrapó un trozo de las sábanas de la misma entre sus manos, e imaginó por un segundo que agarraba las manos de él. Había un muro de orgullo entre ambos que les impedía acercarse un centímetro.
—Deja el ego a un lado por una vez y dime cómo te sientes, cómo te has sentido...
Astridia insistía demasiado, y él tenía un cúmulo de ideas en la cabeza que no sabía cómo expresar. Decirle cómo se sentía era fácil, bastaba con mencionar algo como: traicionado, abandonado, decepcionado y lleno de las dudas que ella nunca llegó a resolver. Pero el verdadero reto estaba en explicarle porqué se sentía así. Ese era el discurso que había pensado durante trece años, y la oportunidad para convertirlo en palabras estaba justo delante.
—¿Sabes, Norak...? No se puede compartir la vida con alguien que no tiene la intención de compartir la suya contigo. La confianza se rompe. ¿Y sabes qué ocasiona eso? Que la otra persona, en este caso yo, que fui quién se abrió a ti por completo... salga corriendo. Porque empiezas a pensar... ¿qué clase de secretos tienes para no compartirlos conmigo? ¿Es que acaso hay algo de ti que pudiera superar mis mayores fallos? Por esa incertidumbre, ese silencio, esas palabras que nunca dijiste por miedo a que te juzgara, por eso mismo te juzgué. Y te juzgué mal.
—Yo no te oculté nada. Pero tú si lo hiciste. No me dijiste algo en su momento que podría haber cambiado la situación por completo —reprochó Norak—. Si me lo hubieras dicho, te habría apoyado para que supieras que no estabas sola. Fuiste tú quien guardó silencio, no yo. Fuiste tú quien se fue, y fui yo quien se quedó después. Fui yo quien te dijo que los planes de futuro se hablarían en otro momento, y fuiste tú quien decidió no esperar a que volviera de la misión. Yo no te abandoné para que salieras huyendo a la otra punta del mundo. Trabajé mucho. Trabajamos los dos para construir nuestro propio mundo... aunque eso se resumiera al cuchitril de la calle Backer. Pero era nuestro.
Norak sintió alivio al soltar aquel discurso, pero también debilidad. Sus piernas temblaban, y tuvo que apoyarse en la camilla de Astridia para seguir hablando.
—El secreto que me ocultaste fue lo que más decía de ti. —El sudor caía por su frente mientras decía esa frase.
Astridia rompió a llorar.
—Sé que hice mal en marcharme, en pensar en mi futuro y dejarte de lado, pero no entendiste que eso era algo temporal. No me esperaste. Te marchaste, cortaste toda comunicación conmigo y no me dejaste otra opción excepto estar solo. No me contaste la verdad. Y si te callaste algo tan importante como que estabas embarazada, no quiero pensar qué más cosas, aunque fueran tonterías, no me dijiste. Tú tomaste la decisión de echarme de tu vida al no decírmelo, al mirarme a los ojos y mentirme cuando te pregunté si era cierto. En cierto modo, siempre supe que mentías y esperaba que lo reconocieras antes de que me fuera a la misión. Pero no lo hiciste. ¿Cuál fue mi respuesta? Tomar mi propio camino. Total, tú tampoco me dejaste mucha alternativa de seguir el tuyo si ya me habías excluido de él. —Norak ladeó la cabeza e hizo una dolorosa pausa—. Las cosas habrían cambiado si me hubieras dicho que iba a ser padre, porque por ti y por mi hijo renunciaría a lo que fuera necesario. Me habría quedado contigo. Pero comprende que no podía quedarme con alguien que se marchó sin dar explicaciones.
Ambos se miraron durante unos instantes eternos hasta compartir el abrazo que tantos años llevaban esperando.
—Dices que fui egoísta por pensar en mi futuro e irme, pero ¿y tú? —Norak llenó el hombro de ella con unas pesadas lágrimas—. Tú hiciste lo mismo cuando te fuiste a Geelong. Me duele tanto que hayamos errado con lo mismo.
Ella apretó el cabello de Norak en su puño, y él jadeó contra su cuello mientras acariciaba un mechón de su pelo anaranjado. Ninguno podía parar de llorar.
—A mí también me duele que me haya llevado tantos años sin ver mis propios fallos. He privado a Tomkei de la oportunidad de tener un padre... —confesó Astridia.
—¡Ni se te ocurra decir eso! —gritó Norak mientras la encaraba—. Siempre seguiré siendo su padre, incluso aquí dentro, estando separados. Y te juro que si logramos escapar saldremos de aquí como una familia.
Tras pronunciar esa última palabra, tan corta pero con tanto significado, se hizo un silencio que duró justo el breve momento que tardaron en darse un beso en los labios. Al separarse, Astridia susurró algo a Norak que él recodaría para siempre.
—No pienso pasarme el resto de años que me quedan a tu lado para esperar que callemos todos nuestros fallos, incluso las cosas que nos hemos hecho que podrían hacernos daño. Pienso pasarme todo ese tiempo contigo porque te voy a seguir queriendo a pesar de que podamos cometerlos. Vamos a tener el coraje y la decencia de decirnos a la cara las cosas malas. Porque en esto del amor no es mejor el que más calla y más perfecto parece. Es mejor el que más dice, más imperfecto es pero no teme a reconocerlo y que a pesar de los fallos ama al otro por ser la persona correcta, no la perfecta. La perfección no existe y no somos nadie para buscarla.
El doctor Falan, encargado principal de los experimentos que involucraban a Norak y Astridia, abrió las puertas de la habitación para encontrarse con sus sujetos de prueba. Ambos esperaban el examen rutinario que hacía el médico tras cada experimento, pero entonces fue distinto. Una vez más, el presidente venía a visitarles.
Dacio acompañó a Falan hasta ellos mientras aplaudía con lentitud e interrumpía la felicidad que compartieron sus sujetos de prueba durante su anterior charla.
—Supongo que debo felicitaros por vuestra reconciliación —dijo el presidente en un tono de burla—. Apunte, Falan, los recuerdos de ruptura de un vínculo amoroso evocan al arreglo de dicho vínculo.
—De a-acuerdo, señor. —Falan anotó lo que mencionó su superior en la tableta de su antebrazo.
—Es curioso cómo funciona el corazón del ser humano... —masculló Dacio—. Aunque nos hagamos daño entre nosotros, siempre queremos ver que las cosas terminan con final feliz. Lástima que vuestro final feliz se resuma a pasar aquí el resto de vuestros días, y por supuesto, separados de vuestro hijo. —El presidente puso la mano encima del hombro de Norak—. Así que, estimado sujeto 09, eso de escapar y volver a ser una familia... es una idea que se pasa de optimista, ¿no?
Norak lanzó una rápida mirada a Astridia, y evitó en todo lo posible el contacto visual con Dacio. Era como ver su mayor miedo hecho carne.
—Qué pareja —murmuró el hombre—. Confieso que me causa cierta incomodidad tener que grabar en vídeo todo lo que hacéis, incluso haber escuchado vuestra emotiva conversación, pero qué le vamos a hacer... Hay que tener pruebas de todas nuestras teorías sobre el sueño inducido y sus consecuencias para progresar. Creo que quedará bastante enternecedora vuestra pequeña historia a ojos de la prensa.
Norak se movió para que Dacio le quitara la mano de encima. Cerró los ojos con fuerza, lo último que quería era verle porque tenía suficiente con escuchar su voz, el aullido de sus pesadillas...
—Doctor Falan, ya puede acabar el receso para los sujetos 08 y 09. Puede proceder a inducirles otro coma con las siguientes cien horas. Llámeme cuando despierten. Esta vez enviaré a Reiseden para que compruebe su estado por mí. Yo estaré ocupado con la organización de la Humexpo.
—Lógico, se-señor. Reiseden tiene que aprender mucho de su padre... —respondió Falan con un evidente sentimiento de admiración hacia su jefe.
Dacio Krasnodario se marchó, y Falan volvió a su puesto para obedecer lo que su superior le había encomendado. Antes de inducir las siguientes cien horas a Norak y Astridia, informó del próximo experimento por megafonía.
—Receso finalizado. Duración: media hora. Inducción comenzada al coma transitorio. Duración estimada del coma: cien horas. Duración acumulada del actual ciclo de sueño: cien horas. Experimento 535 comenzado. Lo siento, sujetos 08 y 09...
Oyeron la respiración agitada de Falan.
—Lo siento, Norak y Astride —corrigió.
Antes de dormir, pensaron que aún quedaba algo de piedad en el doctor.
—Familia... —susurró Norak cuando cerró los ojos.
Astridia le agarró con fuerza de la mano. Así tenía la certeza de que nadie les separaría durante cien horas más.
Receso: Período de tiempo en el que se mantiene despierto a cualquier sujeto que haya superado las cien horas de hipersomnia. Dura entre 5 y 10 horas. Su utilidad principal es que el coma al que se inducen a los sujetos para permanecer dormidos no se vuelva permanente.
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