Capítulo 25: Una nueva revolución

Séptimo día de la Humexpo. Despacho presidencial de la Bona Wutsa.

Dacio estaba sentado en el sillón situado tras el escritorio. Atendió a los cambios que hubo en el despacho desde que dejó de ser suyo. La foto holográfica que tenía puesta en la mesa con Clisseria no estaba, en su lugar había una imagen de Reiseden dando la mano a uno de los emisarios de la especie Avala. El color de las paredes había cambiado al blanco, y las tablas de madera del suelo estaban pintadas de negro. La decoración también era distinta, más minimalista y vacía: esculturas de metal con la forma irregular de un cuerpo humano, un globo terráqueo de plástico transparente o la figura de un esqueleto que daba la ilusión de moverse si lo mirabas desde lados opuestos.

Por un momento, Dacio cerró los ojos y visualizó su alrededor tal y como recordaba antes. Escuchó unos pasos en el interior de su cabeza que se aproximaban a él. Se centró en el tacto de una mano que le tocaba en el hombro.

—Clisseria... —susurró, como si la voz se rompiera dentro de la garganta.

Pero cuando levantó la vista, vio que Reiseden acababa de llegar.

—Traigo noticias, padre. Me han informado de que Larissa Wuon ha publicado varios artículos en Clocktick sobre Nedarien. Pero mientras esa ilusa prentende endiosar a los Confederados y saca nuestros trapos sucios, el mundo evoluciona. Los Confederados siguen escondidos, viendo cómo nosotros ganamos detractores y ellos obtienen adeptos. Pero seguimos teniendo la iniciativa. He enviado a la teniente Faith a Terinado. Ya sabes que tengo planes para ella, pero el Organismo Gea puede esperar de momento. Primero quiero que sufra hasta contar cada detalle sobre los Confederados. Terinado es la prisión adecuada, ¿no crees?

Dacio tenía los labios comprimidos en una línea. Oyó las afiladas palabras de su hijo, del monstruo que había creado. Esa mente perfecta pronunció un discurso que carecía de sentimientos, pero así eran los Prójimos, programados para alejarse de las cosas que hacían vulnerable a la especie humana.

—¿No crees, padre? —insistió él, con la voz más dura.

Pero Dacio seguía ensimismado. Buscaba un lugar en esa mesa que no le pertenecía para colocar la foto que tenía con Clisseria. Pensó que la única manera de estar junto a ella era a través del pasado. Una de las peores costumbres del paso del tiempo era la rapidez que tenía para borrar la realidad y convertirla en un recuerdo.

—Tu problema se solucionaría si fueras un Prójimo —adivinó Reiseden—. No sé por qué has pospuesto tu evolución, pero esta espera me parece absurda. Ella no va a volver.

—Estando aquí sentado, aprendí que hay muchas cosas que no van a volver —dijo Dacio con una sonrisa falsa—. Pero los Prójimos siempre permanecen.

Reiseden le devolvió la sonrisa, y pasó un rato mientras revisaban unos documentos sobre el ingreso de Faith en la cárcel de Terinado. Unos miembros del gabinete del Partido Prospectivo acudieron al despacho más tarde, y Poortun, el guardaespaldas de confianza de los Krasnodario que también había completado con éxito su transición a Prójimo, les informó de que algunos periodistas asistirían a la rueda de prensa.

—Señor presidente, la rueda de prensa empezará dentro de veinte minutos. La idea es que sea la despedida de la Humexpo, unas horas antes de que el evento acabe. Luego habrá una ronda de preguntas. El gabinete de prensa me ha cedido unos informes para que preparéis las posibles respuestas.

—Bien, Poortun. Aunque no necesito preparar nada. Podemos adelantar la rueda de prensa si es preciso.

El presidente tenía la seguridad de que, mientras estuviera en disposición de ese cuerpo evolucionado, nada podría salir mal. Mientras tanto, Dacio deseaba posponer su cambio a Prójimo. No quería dejar de ser un humano si eso significaba olvidar lo que sentía por Clisseria.

Séptimo día de la Humexpo. Apartamento 136 de la Base Órgano.

Norak se levantó cuando sonó la alarma a las nueve de la mañana. Dejó que Astride siguiera durmiendo y le dio un beso en la mejilla antes de marcharse. Preparó algo para desayunar: unas tostadas con mantequilla y mermelada de melocotón ecológico y un café cargado. Mientras se tomaba la tostada con un sorbo de cafeína, puso un poco más de leche a hervir y abrió el bote con el cacao en polvo. En cuanto tuvo lista la taza de cacao, se sentó en un sillón y esperó a que Tomkei viniera. El olor del chocolate caliente recién hecho era lo que solía despertarle todas las mañanas.

—Amo Norak, ¡si tuviera sentido del olfato le diría que eso huele muy bien! —dijo Descabezado, que estaba cargando sus baterías en la centralita cuadrada situada en un lateral del salón.

—¡Buenos días! —exclamó Tomkei desde el pasillo, que corrió a sentarse en la silla y probar el chocolate.

—¡Pero no te lo bebas de un trago! —reprendió Norak.

Tomkei sonrió enseñando los dientes manchados de marrón cuando acabó la bebida. Tenía el bigote cubierto de chocolate, una parte del pelo revuelta y la otra estaba aplastada por haber dormido toda la noche de lado. Norak sacudió la cabeza, soltó una carcajada y le peinó los rizos negros de la cabeza con los dedos.

—Hoy no toca ir al psicólogo, ¿verdad, papá?

—Hoy no. Ya sabes lo que significa. Vístete y prepara el guante y el bate de béisbol. Te espero en el jardín simulado, colega.

—¡Ya voy!

Tomkei recibió atención psicológica desde que llegó a la Base Órgano, aunque su estancia de cuatro años en Onyria no fue tan dura como la de Norak y Astridia, el impacto de pasar los últimos años de su infancia en un entorno científico tan hostil le pasó factura. Los psicólogos que le trataron, que se graduaron como Confederados hace unos tres años, decían que el chico progresaba muy bien. Aun así, Norak y Astridia solían estar siempre atentos a cualquier cambio, por mínimo que fuera.

Norak abrió la puerta de la terraza y salió al jardín simulado que varios apartamentos de la misma planta compartían. A esas horas de la mañana no solía haber nadie, y siempre aprovechaba para jugar un poco al béisbol con Tomkei. La Base Órgano era submarina, pero Zenda y los suyos se las ingeniaron durante años para construirla sin que pareciera un lugar agobiante. El jardín simulado tenía unos paneles holográficos en el techo y las paredes con el paisaje de un bosque y una cascada. El suelo estaba hecho con césped artificial, y había unas gotas de rocío sobre él que procedían de unos aspersores situados bajo la superficie verde. La brisa era fresca por el aire acondicionado. La representación de ese escenario natural no se asimilaba al entorno hermético de la base submarina.

—Papá, ¡estoy listo! —Tomkei llegó con un chándal gris puesto y el guante negro de béisbol preparado.

—Venga, tú lanzas primero y yo bateo. Luego cambiamos.

—¡Vale! ¡Dame la pelota, Descabezado!

Descabezado tenía un compartimento en la caja metálica donde guardaba varias pelotas de béisbol blancas con las costuras azules. Lanzó una a Tomkei, que la agarró al vuelo. El chico preparó el brazo, inclinó el hombro y tiró la pelota con el impulso del cuerpo. Norak tuvo que moverse con rapidez para golpearla con el bate gris. La pelota salió disparada contra la cascada. El impacto hizo que la imagen del agua en caída se desvaneciera por un instante. Empezaron a reír mientras Descabezado iba a recoger la pelota.

—¡No quiero acercarme mucho a esa amenaza acuática! —gritó el robot.

—Ven aquí, Descabezado, que no pasa nada. ¡Es una cascada artificial, ya te lo he dicho varias veces!

—Se me ha vuelto a olvidar, amo Norak... ¡Tenía miedo de que se mojaran mis fuselajes nuevos!

Tomkei dio unos toques a Descabezado como agradecimiento por traerle la pelota, e insistió:

—¡Otra vez, papá! ¡Otra vez!

Jugaron durante un rato y rotaron las posiciones varias veces. A Tomkei se le daba mejor lanzar la pelota que batearla, pero como decía Norak, todo era cuestión de práctica. Cuando pasaron un par de horas, bateó tan fuerte que Descabezado dio un grito porque creía que le había hecho un boquete a la pared. Tras el golpetazo y las risas, Astridia se asomó a la puerta de la terraza. Llevaba el pelo naranja suelto, algo poco común en ella, y vestía una chaqueta con hilos gruesos y trenzados. Norak y Tomkei estaban vestidos con camisetas de manga corta, pero ella no se despegaba los brazos del pecho porque estaba muerta de frío. Norak dejó que Tomkei jugara un poco más con Descabezado, y esperó que Astride se acercara a él. Tenía la cara pálida pero había un brillo especial en sus ojos verdes. Norak le tocó una de las mejillas y torció el gesto con preocupación.

—¿Estás bien? No tienes buena cara. ¿Quieres desayunar algo? Creo que voy a bajar a la enfermería para buscarte alguna pastilla.

Norak iba a irse, pero ella le agarró de la mano.

—Sé lo que me pasa, Norak. Estoy bien, ¿vale? ¡Está todo bien! ¡Tranquilo! Ya me he hecho la prueba esta mañana.

—¿La prueba? ¿Qué prueba?

Astride sonrió con amplitud y se llevó la mano a la barriga.

—¿Me estás diciendo que vamos a ser cuatro en la familia? ¿Es eso? ¡Háblame claro porque me va a dar algo y al final vas a tener que restar a uno!

—¡Oye, que vamos a ser cinco! ¿A qué viene eso de no contar a Descabezado?

—¡Astride! —exclamó Norak mientras le daba un abrazo. Tomkei se unió, y el pequeño Descabezado se puso a dar vueltas, loco de alegría.

Cuando estaban en Onyria, durante uno de esos días de tantos experimentos donde revivían los recuerdos, Norak le prometió a Astride que si salían de aquella base, lo harían como una familia. La Base Órgano se convirtió en la casa que todos los Confederados necesitaban. El mundo que se encontraba externo a aquellas paredes estaba condenado a llenarse de seres inertes, y aquel lugar submarino era el único lugar seguro para vivir, pero también para nacer. Norak y Astride querían olvidar toda esta guerra para centrarse en ser esa familia que se rompió hacía casi una década.

Más tarde, Norak recibió un mensaje por correo que Descabezado le retransmitió. Era un aviso de Zenda para que todos los Confederados se reunieran en el Salón Mesogastrio y vieran en directo el discurso del presidente. Aún faltaba media hora para que empezara, y decidió ir a ver a Nedi primero. El apartamento de Monter era el 110, y quedaba cercano al suyo. Tardó pocos minutos en llegar hasta la puerta, donde encontró a Lins, una de las acompañantes de Kazrar, sentada en uno de los bancos del pasillo.

—Hola, Lins. ¿A qué esperas ahí sentada?

—Hola, Norek. —Lins no sabía pronunciar bien el nombre—. Príncipe Kazrar estar en apartamento con Nedi.

—¿Y... por qué estás aquí fuera?

—Príncipe ordenar a mí estar aquí.

—Bueno, vale... ¿Y podré pasar yo? Me gustaría ver a Nedi antes de la reunión.

—Tú llamar puerta, terrícola.

Norak tocó la puerta, se encendieron unas luces azules alrededor del marco y sonó un pitido desagradable. La puerta se abrió sola, y Norak entró en el apartamento. Era un poco más reducido que el suyo porque solo vivía Nedi en solitario. Vio unas cuantas cajas de plástico apiladas en la entrada. Las siguientes salas eran el salón y la cocina, separadas por una barra americana con un par de taburetes. Había varios cacharros sucios en la encimera, y el robot de limpieza ayudaba a organizar aquel desastre. Nedi estaba sentado en el sofá mientras tomaba un zumo, y Kazrar esperaba de pie frente a él.

—Norak —dijo Kazrar—, me alegro de verte. Menos mal que has venido. Creo que voy a tener que irme ya. Así os dejo.

Nedi ni siquiera dijo «hola». Tenía una pinta descuidada, y aún llevaba algo parecido a un pijama puesto pero tenía los ojos muy abiertos, como si no hubiera dormido en toda la noche. De brazos cruzados, se recostó en el respaldo del sofá.

—Kazrar, gracias por todo... —susurró Nedi con la cabeza agachada.

—De nada, darzen.

En cuanto Kazrar se fue, Norak le quitó a Nedi el zumo que bebía y lo olió. Tiró el contenido por el fregadero enseguida.

—Un zumo de naranja con unas gotas de Clonazepam. A mí no me engañas.

—¿Y qué otra cosa voy a hacer? Mira lo que ha pasado. No pude hacer nada.

—Hiciste mucho. Ganaste una medalla de plata en las Olimpiadas Verticales, y desde hace una semana, tu cara y tu nombre aparecen siempre en la primera tendencia horaria de Clocktick. Esto está enturbiando el gobierno de los Krasnodario, y muy pronto se van a ahogar en su propia mierda.

—Eso me da igual ahora mismo. Ellos no han vuelto...

Había varias personas encerradas en ese pronombre, y eso había causado pesadillas a Nedi desde que regresó a la Base Órgano.

—Ellos también han hecho mucho por los Confederados, como tú. Cada uno aporta lo que puede a este mundo, ¿recuerdas?

—Una vez me dijiste que nuestro trabajo consistía en decidir cuándo salvar a alguien y cuándo no —dijo Nedi con lágrimas en los ojos—. ¿Qué pasa si las personas que deberías salvar deciden otra cosa antes de que puedas hacerlo?

—En ninguna academia pueden prepararte para eso.

—Pues me habría gustado saber cómo prever lo que iba a pasar. Ellos no tenían que sacrificarse, no por mí. Sigo siendo un estúpido, Norak. ¡El mismo niñato estúpido que tú salvaste!

—Tú eres importante, pero el resto de Confederados también. Todos por igual. Los Confederados representamos la humanidad que le queda al mundo. ¿Qué clase de humanos seríamos si no entregásemos la vida por nuestra causa? Esta vez, te tocó vivir a ti, pero la próxima, quizás, seas tú quien deba decidir a quién salvar.

Nedi arrugó la barbilla, se secó las lágrimas con los puños de la camiseta y apoyó la cabeza en el hombro de Norak. Él le rodeó con el brazo.

—Estén donde estén, estoy seguro de que ellos han defendido la Base Órgano para no ver cómo se rinden Confederados como tú. Hay que seguir luchando cada día, Nedi. Por ti, por mí, por los Confederados y por la humanidad.

El chico se quitó el collar que Faith le dio antes de que las seminaves se separasen. No se lo había quitado desde que descubrió que era de ella.

—Faith me dio esto y me dijo que tenía que dárselo a Vera.

Norak enarcó una ceja, y ambos leyeron el nombre de la chapa con rapidez.

—Scarla Revady —susurró Norak—. Faith nunca nos contó su nombre, pero sí su historia. Es curioso lo poco que importa un nombre cuando los llevan personas como ella. Creo que deberías dárselo a Vera. No esperes más porque será peor.

—Vale, pero prefiero que vengas conmigo cuando vaya a dárselo.

—De acuerdo. Solo si antes te das una ducha para quitarte esa pinta de vagabundo. Luego iremos al Salón Mesogastrio para tomarnos unas cervezas con Kurtis y los demás, como en los viejos tiempos en el Sindicato. Astridia y yo tenemos algo importante que deciros.

—¿Qué es?

—Lo sabrás más tarde. Haz lo que te digo.

Cuando Nedi se marchó, Norak se rascó la cabeza con incomodidad porque se sintió como si le hubiera hablado a Tomkei. Vagó por el apartamento para distraerse mientras esperaba que Nedi terminara de arreglarse. El robot de cocina limpió los estropicios de la encimera con la balleta que tenía en una de las manos. Norak curioseó la estantería de Nedi, con unos pocos elementos decorativos que había traído de Plutón, un par de fotos holográficas con sus padres adoptivos y la estantería digital con una mezcla de manuales de enfermería y literatura fantástica.

Norak desplegó el menú luminoso y ojeó las páginas de un libro digital titulado como La emperatriz marcada, una novela de fantasía que escribió Narisa Stregol, una autora polaca que se convirtió en las grandes personalidades del género durante el siglo actual. Pasados unos minutos, Nedi salió de la habitación como nuevo. Indicó a Norak con un gesto que ya podían marcharse, y durante el camino hasta el Salón Mesogastrio hablaron sobre el libro y su singular protagonista, una chica ciega de nacimiento que descubría ser parte del linaje real.

Nedi, que se había llevado varios días sin salir del apartamento, descubrió que la Base Órgano no estaba igual. Había un trajín de gente desconocida que caminaba por los pasillos y le saludaba, y cuando llegaron al Salón Mesogastrio vio que estaba abarrotado. Sus compañeros estaban sentados en una mesa redonda rodeada por un sofá circular que era bastante cómodo. Kazrar y Lins estaban sentados al lado de los hermanos Nuka mientras revisaban unos ficheros sobre el proyecto del Bihogar. Kurtis bromeaba sobre algo con Yafus y Epicuro. Astridia y Tomkei acababan de llegar con Descabezado. Larissa, sentada en el centro y casi sin parpadear, revisaba las últimas noticias en Clocktick desde su intercomunicador.

—¿Nos hacéis un hueco? —preguntó Norak.

Norak se puso al lado de Astride, y Tomkei se sentó sobre sus rodillas. Nedi se fue al lado de Kurtis, que le dio unas palmadas en el hombro en cuanto le vio. Zenda Tribez se acercó con una bandeja de bebidas para todos los gustos: zumos de fruta, cerveza roja o agua con gas. Todos agarraron un vaso, y Astridia se puso de pie para hablar.

—La Base Órgano se ha convertido en una casa para todos nosotros, es como una ciudad donde estamos seguros de que nadie nos obligará a dejar de ser humanos, y al mismo tiempo somos libres. Quiero agradecer a Zenda la labor que inició hace años, cuando los Segundos Confederados eran solo un puñado de personas. Todos hemos crecido gracias al empeño que ella puso en encabezar la construcción de esta base, y no podemos olvidar nuestro esfuerzo por hacer que haya tanta vida aquí dentro. Me siento afortunada de estar aquí después de todo lo que ha pasado. Sé que las cosas no serán fáciles más adelante, pero mientras tanto vamos a celebrar que pronto habrá uno más en esta familia.

—¡Yo me pido ser el padrino! —gritó Kurtis.

—Oye, ¿y yo qué? —dijo Yafus.

—Tú vas a ser el abuelo Cuervo —replicó Epicuro.

—Suena bien —susurró Norak con una lagrimita de emoción.

—Brindemos, compañeros —dijo Zenda mientras levantaba el vaso—. Brindemos para que, al menos de aquí a unos años, todos sigamos aquí para celebrar los mejores momentos de nuestras vidas.

Todos brindaron y bebieron un sorbo. Faltaban personas en aquella mesa, pero todos los que estaban sentados les tenían muy presentes. Intercambiaron abrazos y palabras de aliento, divagaron sobre cuál podría ser el nombre de ese niño o esa niña que dentro de unos meses se sentaría con ellos.

—Si es un niño, podríamos llamarle Zoilo —dijo Astride—. No estaríamos aquí de no ser por él. Y si es una niña...

—Scarla —completó Norak—. Es el auténtico nombre de Faith. El de Zoilo tampoco es su verdadero nombre.

—Pues si llegamos a descubrirlo, le llamaremos como él.

Astridia sonrió, y Kurtis se acercó a la tripa de ella mientras susurraba algo:

—A ver si puedo convencer a tu madre para que tengas el nombre del tío Kurtis.

—¡Kurtis! —exclamó ella con una carcajada.

El discurso del presidente comenzó unos minutos después. Una pantalla enorme se encendió, situada sobre el mostrador donde se ofrecía el bufé libre. El emblema del Partido Prospectivo con las letras pe enfrentadas apareció durante unos segundos, junto al símbolo del átomo que estaba grabado en las medallas de las Olimpiadas Verticales. Luego, Reiseden Krasnodario salió en primer plano con los ojos brillantes y el pelo castaño dividido en dos mitades perfectas.

—Según las antiguas escrituras, Dios creó a los humanos. ¡Eso es mentira! El azar nos puso en este mundo, pero el ser humano creó la ciencia y eso le ha convertido en un dios. Aquel Dios necesitó siete días para crear este mundo. La última pandemia tardó cuatro días en destruirlo, y este gobierno pasó cinco años para recrearlo como el hogar de los Prójimos.

Nedi dio un golpe a la mesa con el vaso y se levantó de la silla de golpe.

—Me largo. Paso de escuchar una palabra más —protestó de mala gana, y agregó una pregunta—: A propósito, ¿dónde está Vera? Tengo que decirle algo.

—Está reunida en el Despacho Umbilical con Clisseria.

—Espera, Nedi. Te dije que iría contigo —añadió Norak.

Norak y Nedi fueron hasta el Despacho Umbilical, y Descabezado corrió detrás de ellos igual que un cachorro. Entraron en un ascensor que se comunicaba directamente con la sala. Cuando entraron, vieron que Vera estaba de pie y miraba por una alargada ventana desde donde se veían las naves aparcadas en el Hangar Hipocondrio. Clisseria estaba a su lado y hablaba con efusividad sobre algo relacionado con su puesto como embajadora terrestre, pero se calló en cuanto comprobó que no estaban solas. Aneiva estaba sentada en una de las sillas cercanas al escritorio, en silencio como siempre.

—Nedarien —susurró Clisseria, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla—, me alegra verte así. Intenté ir a visitarte, pero Kazrar me dijo que lo mejor era dejarte solo...

—Lo sé, y te lo agradezco. Habría seguido con mi voto de clausura de no ser porque Norak me ha arrastrado hasta aquí.

Clisseria sonrió, y le agarró la mano a Norak con cariño. Él se puso un poco nervioso, e incluso se ruborizó un poco. La duda y la rabia formaron un cóctel dentro de su pecho. No estaba acostumbrado a ver a una Krasnodario como una Confederada.

—Te lo agradezco mucho, Ryder. Nedarien siempre habla muy bien de ti.

—Creo que exagera... —Norak carraspeó la garganta.

—Vamos, Norak. Si faltaras tú también aquí dentro, no sabría cómo superar lo que ha pasado... —Nedi se quitó el collar de Faith, rozó el nombre grabado en la chapa con los dedos y se lo dio a Vera—. Ella me dijo que te lo diera a ti.

—Ha sido un duro golpe para todos, Nedi —interrumpió Vera—. Pero esto significa que Faith se ha entregado a esta causa para que los Confederados sigamos creciendo durante esta nueva revolución. Mira cuántos Confederados viven en la Base Órgano desde que empezó la Humexpo. Habrá que hacer unas reformas para agrandar las instalaciones, pero ese no será el único cambio...

Vera señaló a Nedi que abriera una caja situada sobre la mesa. Había unas chaquetas blancas con las mangas grises, cremalleras gruesas, el cuello en varios tonos rojos y emblemas en el pecho, la espalda y los brazos: la Cruz Cuervo, un símbolo distinto de los Confederados y un dibujo tallado de la Nostradamus III. El nuevo emblema de los Confederados tenía un número tres en el centro, y estaba rodeado de los destinos de las misiones más importantes: la máquina de limpieza atmosférica; Plutón junto a sus satélites y los aros de las Olimpiadas Verticales; y el último, que sería su próximo objetivo, era la Bona Wutsa. Nadie que viviera en la Base Órgano iba a parar hasta que Reiseden Krasnodario dejara de ser el presidente mundial.

Nedi sonrió a Norak mientras se probaban las nuevas chaquetas del uniforme. El chico fue con Vera hasta la ventana, y admiró la cantidad de naves aparcadas en el Hangar Hipocondrio. Había vehículos aéreos grandes y pequeños, con alerones alargados y adornos en la carrocería, de carreras o de combate, e incluso algunos de categoría familiar con un aspecto más simple. Si cada una de las personas que llegó a la base iba a colaborar con una gota de esperanza, la marea humana sería imparable para los Krasnodario.

Aneiva agarró de la mano a Nedi, entrelazaron los dedos y le dedicó una sonrisa.

—Somos los Terceros Confederados... —pronunció Aneiva, con una voz tan fina como la melodía de un arpa.

Miraron a las naves una vez más, pero atendieron a los huecos libres que había entre ellas. La Nostradamus II no estaba, pero ningún Confederado dejaba de formar parte de la nueva revolución aunque se hubiera ido.

¡La historia de los Confederados seguirá en Despertar!

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