Capítulo 20: El inicio de la Humexpo

Dos días antes de la Humexpo.

El salón Mesogastrio de la Base Órgano solía estar siempre lleno a ciertas horas del mediodía; era la única área de descanso decente que había. Los Confederados solían pasar por allí para comer algo en el bufé libre o simplemente para sentarse y charlar con sus compañeros antes de volver al trabajo. Aquel día era especial, y no solo porque no había ni un sitio vacío allí, sino porque, según las órdenes de Zenda, se tomarían el penúltimo día libre antes de la Humexpo. La señora Tribez tenía unas cuantas y buenas razones para darles a sus compañeros ese descanso que merecían, sobre todo a aquellos que habían recuperado un trozo de sí mismos desde que entraron en esta base.

Vera presidía una de las mesas centrales. Algunos de sus colegas tomaban bebidas energizantes y otros optaban por algo con un poco de alcohol, y también había quienes comían los famosos purés de verdura adulterada. Pero aunque hubiera diferencias en sus menús, todos absorbían lo mismo: la historia que contaba la teniente Faith.

—Imaginaos qué opciones tenía yo estando sola a los diecisiete años. No sabéis lo que es tener que cambiar de ciudad cada pocos meses y dormir con una pistola de plasma bajo la almohada.

—No olvides que también teníamos joyas bajo el colchón. Creo que incluso una vez llegamos a dormir sobre unos cuantos millones de soles. No sabéis lo incómodo que es intentar pegar ojo sobre tantos billetes, aunque suene fantástico —bromeó Zoilo.

—Y por supuesto, solíamos estar siempre a la espera de que algún poli se colara en nuestros escondites. Alguna que otra vez pasó, pero mi madre les maniataba o les pegaba una paliza. Tampoco estamos hablando de que vinieran a vernos unos tan polis agradables como Kurtis, por ejemplo. —Faith le buscó con la mirada—. Por cierto, ¿dónde está?

—Ni idea —repuso Norak.

—Bueno, a lo que iba... —continuó ella—. En el fondo, Zoilo y yo sabíamos que en cualquier momento iban a detener a mi madre. Yo empecé a participar en golpes con ella desde los quince años, y el bruto de mi hermano no tenía ni catorce cuando aprendió cómo disparar un revólver de balas láser.

—Todo lo que sé sobre ser un ladrón me lo enseñó ella —agregó Zoilo—. Creo que es bastante obvio que no teníamos un padre con el que contar. Mi madre no solía confiar en sus parejas, y la verdad que no sé cómo se las arregló para criarnos ella sola y estando en busca y captura. Pero lo cierto es que lo hizo, y no necesitó a nadie. Ser una criminal de sangre fría no es un antónimo de ser una gran madre, al parecer.

—Entonces —interrumpió Vera con una sombra de duda—, ¿no conocéis a vuestros padres?

—Solo un poco. Sé que mi madre se cargó a mi padre de un balazo en la sien porque iba a soplarle a la policía a dónde íbamos a ir después de un atraco en París —dijo Faith con total tranquilidad.

—Pues yo no tengo ni idea de mi padre —contestó Zoilo—, y tampoco es que me interesara saberlo, ni entonces ni ahora.

—Así que sois hermanastros —concluyó Vera.

—Técnicamente sí —afirmó Faith.

—¿Y qué pasó con vuestra madre? ¿Cómo habéis terminado separados y luego aquí? —Enzo se metió en la conversación con un tono de intriga.

—Su madre es Faria Revady —respondió Gunter, esa vez de un modo distinto al que solía utilizar cuando se dirigía a su anterior prisionero—. Seguro que habéis oído hablar sobre ella hace unos quince años.

—No me fastidies —balbuceó Norak.

—Esa mujer es una leyenda. Robó los últimos diamantes que había en las minas de Botsuana y los vendió en el mercado negro. Regaló parte de la fortuna a las Zonas Hypo de Rusia, China y Argentina. Fue un escándalo tremendo... —explicó Enzo, aunque le costaba hablar por la sorpresa—. ¡Por el amor de la ciencia! ¡Vosotros participásteis en ese robo siendo solo unos críos!

—En efecto, sí. —Faith asintió con una sonrisa burlona e intercambió una mirada de complicidad con Zoilo—. Sacamos cincuenta millones de soles. Ese habría sido nuestro mejor atraco si la Globalpol no nos hubiera seguido la pista después de entregar un cargamento con el dinero a un refugio chino. Estuvimos ocultos en las Zonas Hypo durante un tiempo, allí éramos recibidos como los descendientes de Robin Hood.

—Creo que hasta ese nombre perdió potencia después de lo que hizo Faria Revady.

—Tú lo has dicho, Enzo. Pero cometer un crimen, aunque sea por una buena causa, no te exime de ser un criminal. Si a mi hermana y a mí nos hubieran atrapado, habríamos ido a un reformatorio hasta cumplir la mayoría de edad, y en cuanto tuviéramos veinte años nos habrían mandado derechos a la cárcel.

—O a una prisión de alta seguridad como Terinado, que es el nuevo Guantánamo. Allí estará nuestra madre, probablemente en una celda sin ventanas y a oscuras, aislada y torturada. No pasa un día sin que deje de pensar en ella y en cómo sacarla de allí, aunque luego recuerdo que podría estar enterrada en una zanja.

—Nunca se sabe —respondió Zoilo con un ápice de esperanza—. También podrían habernos encarcelado a nosotros, y al final hemos vivido nuestras vidas al margen de esto... e incluso nos hemos reunido.

—Parecía impensable que fuéramos a coincidir después de tantos años, pero aquí estamos. El mundo es más pequeño de lo que parece.

—El mundo no es pequeño, es solo que, a veces, hay grandes personas que lo habitan y al final acabamos encontrándolas —respondió Zoilo con una sonrisa, y se dirigió a ella como si nadie más les escuchara—. Aún recuerdo el último día que nos vimos en ese refugio de Suzhou. Tuvimos que pasar la noche escondidos en un edificio lleno de escombros. Si cierro los ojos todavía oigo el ruido del helicóptero de la policía. Sabíamos que iban a atraparnos, nunca habíamos estado tan al límite, pero como siempre había ocurrido, ella cruzó ese límite. Esa vez lo hizo para darnos la oportunidad de vivir como personas normales...

Faith hizo memoria de aquel instante. Era diciembre, y en Suzhou hacía un frío que calaba hasta los huesos. Ella y Zoilo pasaron más de cuatro horas ocultos en los restos de un museo en ruinas. Podía ver las vitrinas vacías y distinguir los grabados de algunas vasijas rotas que estaban allí expuestas. Llevaba fajos de billetes en cada bolsillo de su abrigo y ocultos bajo la ropa, pero no era el peso de ese dinero lo que le impedía moverse. La certeza de que esa sería la última vez que iba a ver a su hermano fue la razón que la mantenía inmóvil.

—Fue una noche muy dura —explicó Faith—. Con el dinero que llevábamos fue fácil comprar otras identidades, pero tuvimos que separarnos para no correr riesgos de que pudieran relacionarnos. La política estaba en auge entonces. Decidimos que cada uno iba a entrar en un partido, y yo siempre quise hacer carrera militar. Así fue cómo acabé en el Sindicato de Paz y Salud Retrospecivo.

—Yo me decanté por estudiar medicina e investigar el sueño. Decían que ese tal Krasnodario era un tipo intachable y que estaba bastante entregado a las ciencias de la salud, pero nadie se imaginaba en esos años que el Partido Prospectivo financiaría en secreto un atentado biológico.

—Varios de los que estamos aquí hemos trabajado para él, Zoilo —dijo Astridia—. Si te sirve de consuelo, la ciencia es un campo muy atrayente, sobre todo cuando a tu jefe no le importa la ética. El avance está asegurado.

—Sí, ¿pero a qué precio?

—A uno tan alto como la vida de la presidenta —discutió Enzo mientras se ponía de pie.

—Mi vida vale tanto como cualquier otra, Villalobos.

—Yo también trabajé para Dacio —continuó Enzo, e hizo caso omiso a Vera porque tenía la firme convicción de que su vida valía mucho, sobre todo para él—. No estaríamos aquí si hubiéramos seguido sus ideas, así que me alegro de que Zoilo, aunque haya tardado más que Astridia o yo mismo, se haya decidido a dar este paso. Hoy los Confederados pueden conseguir más gracias a lo que hicimos.

Enzo alzó el botellín de cerveza que llevaba en la mano, y bebió un sorbo. El resto de sus compañeros imitó su gesto. Varios con bebidas más fuertes y los demás con agua o zumo vitaminado. En cambio, Nedi no tomó nada porque estaba nervioso perdido con su próximo viaje a Johannesburgo.

—Estás inquieto, Nedi. ¿Te encuentras bien? —preguntó Norak.

—Sí, es que... —Nedi desvió el tema—. ¿Qué hora es?

—Son las tres y media.

—Larissa me dijo que esta tarde nos íbamos ya a la capital, ¿sabes? Hay una especie de «campamento» que han preparado para los participantes de las Olimpiadas Verticales, y tenemos que irnos un día antes.

—¿Ya? ¿Tan pronto? Vaya, no estaba enterado de esa parte de los planes. Creí que vendrías con nosotros a la Humexpo. Ya me entiendes, todos juntos.

Nedi se quedó desconcertado y permaneció varios segundos en silencio para buscar las palabras adecuadas.

—Norak, no quiero que suene mal lo que voy a decir, pero debo ser sincero contigo porque te aprecio mucho.

—¿Y bien?

—¿Crees que estás en condiciones de venir? ¿Y Astridia también? Después de todo lo que habéis pasado, no me parece una buena idea. Tenéis que tomaros un tiempo...

Norak agarró a Nedi del brazo con delicadeza para que le acompañara a hablar en un rincón más privado.

—Si voy a tener la mínima ocasión para plantar cara al desgraciado del presidente, lo voy a hacer. Quiero que obtenga su merecido. Quiero ver su cara cuando los medios te presenten al mundo entero y la gente ate cabos sobre ti y sobre él. Dentro de dos días comenzará su declive, y yo estaré ahí para verlo. Tengo mis razones para arriesgarme.

—Sí, unas razones estupendas. La venganza es tu puñetera razón. Tienes otras razones mejores, ¿no lo entiendes? Tu familia. Astridia y Tomkei te necesitan. No puedes ir a la Humexpo con la diana que Dacio te ha puesto en la cabeza.

—No se van a atrever a matarnos. No seas ridículo. Eso le haría quedar peor ante la opinión pública.

—Sabes que cuando Dacio tiene enemigos, lo mejor que te puede pasar es que te maten.

Nedi se acercó a Norak y apretó una solapa de su chaqueta.

—¿Qué vas a hacer? ¿Darme un puñetazo como cuando te dije que eras huérfano? No entiendes nada aún, chico.

—Si eso me sirve para que espabiles, soy capaz hasta de darte una paliza. Kurtis me lo contó todo acerca de ti y de Astridia. Estuvieron saliendo juntos cuando trabajó en Geelong, y luego coincidió contigo en la misión de Kazán. El planeta es un pañuelo, ¡qué sorpresa! Mira lo que ha ocurrido también con Falan y Faith. Pero no todas las casualidades pueden ser buenas, y tú ahora mismo tú puedes controlar lo que te va a pasar sin que intervenga el jodido azar.

—No me entero de nada.

—Dejaste a Astridia una vez. No vuelvas a hacerlo ahora. Eso es lo que quiero que entiendas. Ella te necesita.

—Los Confederados también me necesitan.

—Ahora mismo no.

Norak se giró con disimulo, y miró a Astridia. Tomkei estaba sentado en su falda, y ojeaba unos tebeos virtuales en su intercomunicador. Ella leía alguna viñeta en voz alta y sobreactuaba algunas voces. Él se reía y la abrazaba. No hacía mucho rato acababa de volver del psiquiatra, y había tomado la medicación con su almuerzo. Ambos parecían alegres, pero no existían pastillas para aumentar la felicidad. Solo las personas tenían ese poder de cambiar su alrededor. Norak lo tenía, y no fue consciente de cuál era su auténtico deber hasta que aquel chico se giró y le saludó con la mano. «¡Papá! ¿Has oído lo que ha dicho mamá?», gritaba Tomkei con una carcajada.

—Ya te digo que, como hijo, odiaría que mi padre no estuviera a mi lado.

—Me va a costar dejarte solo en esto, Nedi.

—Ya lo hiciste en su día cuando te ibas por ahí a tomar café y me dejabas de guardia en la Unidad de Síndrome de Hypox, ¿no te acuerdas?

—Vas a hacer que me sienta culpable, chaval.

—Qué va. Hasta cuando no estabas aprendía cosas de ti.

Norak le dio un abrazo, se rio y le miró con el vago recuerdo del tiempo que había pasado entre ellos.

—Nos veremos cuando regrese, ¿vale? Voy a buscar a Larissa.

—Sí, genial. Por cierto, ¿dónde narices se ha metido Kurtis? Es tu entrenador. ¿No debería ir contigo?

—Debería, sí. No le he visto en todo el día.

—Bueno, chico. A ver si se digna a aparecer. Que tengáis un buen viaje.

—Gracias. Cuidaos mucho, ¿eh?

Nedi salió del Salón Mesogastrio, y cruzó unos cuantos pasillos para llegar a la zona residencial de la Base Órgano. La habitación de Larissa era la 207. La puerta era blanca y el número estaba situado en el centro con unas luces led azules. En cuanto los sensores detectaron su presencia, sonó un pitido intermitente. La entrada se abrió hacia un lado poco después, pero no era Larissa quien le recibía.

—¡Kurtis! —exclamó Nedi—. ¿Pero qué haces aquí...?

Comprendió que no hacía falta preguntar mucho cuando vio que Kurtis llevaba un albornoz que le quedaba muy ceñido. No era su talla, ya que esa prenda pertenecía a Larissa.

—¿Tú qué crees?

—Sí, vale. Ya. Lo he captado.

—Tío, quita esa cara de atontado. ¿Qué pasa?

—No sé, déjame que lo asimile un segundo porque no esperaba encontrarte aquí, y mucho menos con un albornoz puesto con el que se te ven los calzoncillos.

—No me habrías encontrado aquí si hubieras venido a la hora que te dijo Larissa.

—Venga, Kurtis, que tampoco pasa nada. Aquí somos todos adultos.

—¿Nedi? —Larissa se asomó a la puerta. La sudadera reglamentaria de Kurtis que llevaba puesta le llegaba hasta la mitad de los muslos.

—Mejor me voy, así os dejo para que os sigáis intercambiando la ropa.

—Podrías ir a ver al príncipe Painrais y decirle lo mismo —bromeó Kurtis.

—¡Oye, ya vale! —intervino Larissa—. Nedi, ¿ya tienes el equipaje preparado?

—Sí.

—Genial, pues arréglate un poco. Habrá una pequeña fiesta de atletas esta noche en Johannesburgo. Saldremos de aquí en un par de horas. Nos vemos en la Ferfellini, mi nave. Está en la plaza C-3 del hangar Hipocondrio Izquierdo.

Nedi se marchó sin decir nada. Mentiría si no hubiera pensado en la broma que le dijo Kurtis.

El Hotel Iwayini de Johannesburgo estaba reservado al completo para alojar tanto a atletas que participarían en las Olimpiadas Verticales como a invitados extraterrestres. Las habitaciones de la Bona Wutsa estaban reservadas para individuos con títulos más importantes, como los emisarios de la especie Avala, o para gente como Reiseden. Pero aunque él no fuera a quedarse en aquel pintoresco hotel, no pensaba dejar de asistir a la fiesta.

No conocía a nadie allí, pero todos sí le conocían a él. En menos de media hora se había ido a la habitación de un muchacho llamado Irsa. Cuando se puso los pantalones y la chaqueta, rebuscó en los bolsillos hasta encontrar un pequeño recipiente circular. Había unas pocas pastillas rojas en el interior, y tomó un par de ellas junto a un sorbo de tónica. Percibió el efecto inmediato. Sus músculos se relajaron como si se hubiera sumergido en una bañera de agua caliente. La deliciosa sensación le invitó a tumbarse en la cama boca arriba y exhalar un suspiro de placer. Irsa se sentó en las caderas de Reiseden; solo ese tacto se sintió igual que el roce de un millón de espinas. No era doloroso, pero cada sensación había multiplicado por diez su intensidad.

—¿Qué te has tomado? —preguntó Irsa.

—No preguntes, y pruébalo.

—¿Estás loco...? La competición es dentro de un día. Si detectaran la droga en un análisis podrían descalificarme o insinuar que me he dopado...

—¿Crees que un tipo como yo consume drogas cutres? Recuerda el año en el que vives y con quién estás hablando. Los laboratorios Krasnodario experimentan en muchos ámbitos. El entretenimiento del ser humano es uno de ellos. Drogarse para que te pillen no es entretenido, ¿verdad? Por eso esto es indetectable.

A Irsa se le secaba la garganta solo con imaginar cómo debía ser probar aquello, y con una sola mirada afirmó el permiso que él necesitaba. Reiseden usó una sola pastilla, la puso entre sus labios y con un beso hizo que Irsa la probara. Las pupilas del atleta se dilataron al instante; habría abierto la puerta a una avalancha de sensaciones nuevas. Reiseden recorrió el labio inferior de él con su dedo pulgar, un pequeño roce que percibía como el aliento de la lava.

—La liberación de estas pastillas es prolongada, así que el efecto puede durar toda la noche —informó Reiseden.

—Es lo mejor que he probado nunca...

—Eso deberías decirlo por mí, ¿no?

—No seas tan egocéntrico...

—Ni tú tan mentiroso.

Irsa volvió a besarle, esa vez agarró su pelo castaño entre sus manos para atraparle. Quería que esa noche fueran una única persona. Pero alguien llamó a la puerta, y ellos ignoraron los golpes.

—¿Señor Krasnodario? —dijo un hombre al otro lado—. Ya han llegado todos los atletas a la fiesta, y le esperan para recibirles.

—¿Quién es?

—Poortun, mi guardaespaldas —masculló él, se levantó en un salto y se dirigió al espejo de la entrada para arreglarse el pelo y algunas arrugas de su ropa—. Vamos, Irsa. Tranquilo, la dosis puede repetirse más tarde.

—Eso espero.

Reiseden esbozó una sonrisa ácida. Cuando abrió la puerta, Poortun le esperaba con sus habituales gafas negras que casi cubrían la mitad de su rostro. Llevaba una copa de vino azul que le cedió a su jefe.

En cuanto llegaron al salón, los invitados aplaudieron. Los siguientes minutos fueron muy aburridos para Reiseden. Dio un breve discurso de bienvenida, propuso un brindis y distinguió las miradas de sus acompañantes. Estaba acostumbrado al gesto de admiración de los desconocidos. Esa noche llevaba un traje gris, una media capa roja, guantes grises y el pelo demasiado ordenado para haber tenido ese encuentro con Irsa hacía menos de unos minutos. Ni siquiera la droga hirviendo en su cuerpo le haría dar una mala imagen, porque se le daba bastante bien fingir que estaba sobrio. De hecho, esa sustancia incrementaba un poco más su labia natural para dirigirse a los demás. Pero hasta alguien como él perdía la compostura si se daba la situación inadecuada.

Nedi se acercó a él. Kurtis, Larissa y el príncipe Painrais le acompañaban. Hablaron sobre la Humexpo e intercambiaron unas frases cordiales. Reiseden se desestabilizó cuando reparó en la presencia del plutoniano. Luego se fijó en su hermano. La barba y esa forma física distinta hicieron que tardara más en reconocerle. Un brillo diabólico ocupó sus ojos cuando lo hizo.

—Así que los rumores eran ciertos —espetó Reiseden mientras estrechaba la mano de Nedi con fuerza—. Los Segundos Confederados continúan sus revoluciones a la sombra de nuestro gobierno. Creo que incluso resulta poético este movimiento que estáis haciendo. No va a servir de nada mientras tengamos a la Comisión Galáctica de nuestro lado.

—No te servirán de nada los aliados que tengas fuera de este planeta, porque cuando la gente que vive aquí sepa la verdad sobre ti te quedarás solo. Ningún humano apoyaría lo que estás haciendo —replicó Nedi—. No vas a tener ningún mundo que gobernar cuando todo acabe.

—Pues tendré un mundo vacío entonces. No me va a temblar en pulso en extinguir a cada persona que esté en contra de la evolución de nuestra especie. Ya sabes lo que hice una vez con una máscara puesta, esta vez no necesito ninguna para obtener lo que quiero.

—La Comisión Galáctica es una organización de genocidas —gruñó Kazrar—. Eso es lo que sois.

—Estarás de acuerdo conmigo en que es mejor ser un genocida poderoso que un príncipe en un mundo considerado una potencia... minúscula, por no decir irrelevante.

—Ninguno estamos a tu favor. La gente tampoco lo estará cuando publiquemos toda la basura que tenemos sobre los Prospectivos —intervino Larissa, que elevó la voz de más—. Disfruta del tiempo que te queda como el «hijo predilecto de la Tierra». Ese truco electoral no te va a servir pasado mañana.

—Os sorprendería saber que la gente apoya a quienes les ofrecen más progresos.

—Creo que tenemos conceptos distintos de progreso —discutió Kurtis.

—Ya lo descubriremos. Espero que disfrutéis de la velada mientras ese progreso no os afecte.

Reiseden regresó con Irsa y se fueron a la pista de baile. Nedi procuró hacer cualquier cosa para olvidar aquel encuentro. Kazrar intentó animarle, pero le dejó solo en cuanto comprendió que eso era lo mejor. El chico tenía esa expresión en el rostro que indicaba que había llegado al borde del colapso. Tomó tres copas de vino azul de una sentada para contrarrestar su desesperación, pero solo consiguió ir al baño a vomitar. Insistió en que nadie le acompañara. Larissa y Kurtis disfrutaron de la fiesta por su cuenta. Kazrar no necesitaba su compañía porque para el resto de humanos presentes era como una exótica atracción de feria.

Nedi esperó unos segundos apoyado en la taza del váter y luego se acercó al lavabo. Abrió el grifo y utilizó el agua fría para despejar sus sentidos. Cuando se secó el agua con unas toallas amarillas que había en la encimera, oyó un portazo. Luego escuchó el crujido de un pestillo recién cerrado.

Reiseden estaba frente a él. Nedi sintió que esa habitación se había convertido en una celda.

—¿Qué vas a hacer? ¿Vas a matarme?

—Ese no es el estilo de nuestra familia, Nedarien. Es un insulto que seamos de la misma sangre si no se te ha ocurrido pensar eso. Ahora mismo tengo un millón de ideas que te harían más daño que un balazo en la cabeza.

Nedi retrocedió hasta que su espalda chocó contra las baldosas blancas de la pared. Reiseden se movió tan rápido que él apenas vio el puñetazo que le dio en el abdomen, pero sí lo sintió. Fue un golpe duro y centrado que le hizo vomitar una segunda vez.

—Deberías haberte quedado en Plutón. Ese planeta es un vertedero y no me habría planteado perder el tiempo en buscarte. Pero ahora que estás en mi mundo, me has dado los motivos que necesitaba para hacerte la vida imposible.

Krasnodario le dio una patada en el pecho.

—Venga, pégame en la cara. Me darías más motivos para respaldar mis acusaciones a la prensa sobre el monstruo que eres. No quieres hacerlo porque eres un puto cobarde como tu padre.

—También es tu padre. Eres mi hermano. ¡Somos hermanos! ¿Te has olvidado?

Reiseden agarró a Nedi por la chaqueta para levantarle y le estampó contra la pared.

—Hermano, ¿no me vas a dar un abrazo?

Antes de que se abalanzara sobre Nedi, él le dio un puñetazo en la cara. Percibió el crujido del cartílago sobre sus nudillos y la humedad de la sangre. Le había roto la nariz. Reiseden empezó a reírse, y se acercó a Nedi por la fuerza para darle un beso en la frente. Después, sin pronunciar ni una palabra, se marchó. Nedi observó los restos de la sangre que había en su piel. Era un sello de muerte, un gesto de hermanos.

Globalpol: Organización mundial de policía criminal.

Aquí os dejo un dibujito de Reiseden. <3 Será un sociópata, pero la verdad es que el niño nos ha salido con mucho buen gusto para vestir. (?)

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