Capítulo 2: Camino giratorio
Ciudad de Krasnodar, Rusia.
Sede secreta de la empresa Onyria.
Experimento 522. Procedemos a transferir archivos de memoria con anterioridad de cuatro años a ambos sujetos. El objetivo es comprobar qué evocan los recuerdos a las imágenes mentales, si se tratan de sentimientos primitivos de carácter maternal o paternal, respectivamente.
El sueño era tan profundo que ni Astridia ni Norak escucharon la voz por megafonía del doctor que les acompañaba. El hombre programó una grabación que databa del año 3510, que su ordenador convirtió en impulsos sinápticos para que recorrieran las mentes de sus dos sujetos de prueba. En cuanto el pequeño brote eléctrico cruzó los parches transdérmicos que ambos tenían en sus sienes, la respuesta fue inmediata dentro de sus cerebros.
La imagen de un extenso pasillo de color blanco se extendía frente a ellos. La sensación de estar allí era tan real que podían sentir el frío tacto del suelo bajo los pies descalzos. Pero aquel camino comenzó a distorsionarse hasta que su rectitud se convirtió en una enredada senda que parecía conducir a un recuerdo desagradable. A pesar del misterio que embriagaba cada centímetro del sitio, ninguno de ambos se sintió perdido en él. Solo había una única dirección que seguir: hacia adelante. Aunque el suelo que pisaran adoptara formas imposibles, el destino tras él era el mismo. Y lo que vieron al final fue algo que habían vivido antes.
—Mamá. —Una voz débil se oyó, lejana, como si las vocales de aquella palabra quisieran implorar ayuda.
Eso despertó algo dentro de Astridia, un profundo sentimiento que la desgarraba, que le resultó tan familiar como la voz del niño que había hablado. Pero deseó que tanto el sentimiento como aquella voz se volvieran unos extraños para ella. Porque había vivido esa situación, la recordaba con tanta claridad que no quería volver a experimentar una vez más lo mismo; aunque eso significara que fuera en sueños, pero no por ello el dolor al evocarlo sería menos intenso.
Existían imágenes en las pesadillas que venían del mundo real para ponerles a prueba; para comprobar cuánto tardarían en despertar o si ya estaban despiertos, viviendo, para ver su rendición.
Y aunque aquella voz despertara tanto dolor en la doctora Orbon, eso no logró que se despertara, al igual que tampoco provocó que se rindiera. Ella se enfrentó a ese recuerdo de la misma forma que lo hizo cuando lo vivió por primera vez.
Astridia corrió mientras escuchaba la misma palabra que se repetía hasta parecer el compás que marcaba sus pasos. El sonido se escuchó tan cerca que se detuvo para contemplar desde donde procedía. Una pared le impedía avanzar más, y la voz estaba justo detrás de ella. La doctora acarició la superficie rugosa, y divisó un pequeño cuadrado de cristal. Cuando se asomó a la ventana, vio unos finos dedos al otro lado. Después, una cara, y luego contempló unas lágrimas que dibujaban círculos en la transparencia que les separaba. Una vez más, se oyeron esas dos sílabas desde los labios del niño:
—Mamá.
La doctora oyó un chasquido, y unas líneas formaron un rectángulo sobre la robusta pared que le permitía avanzar hacia el interior de aquella fría celda. Justo cuando vio una forma de llegar hasta allí, notó que alguien la retenía y agarraba sus hombros y sus brazos. No logró ver su rostro, pero sí las mangas de su bata blanca. Solo podía concentrarse en los gritos de aquel niño indefenso que no merecía vivir encerrado. Pero distinguió una palabra más que dijo el científico que no la soltaba:
—Ryder, entre en la habitación.
Norak se opuso:
—¿Por qué yo? ¡Debería entrar su madre! ¡No sabemos cuándo volverá a tener la oportunidad de verle! ¿Acaso no lo cree justo?
Antes de que Norak pudiera seguir hablando, otro secuaz de Krasnodario esprintó desde el largo pasillo hasta que le obligó a entrar. Cerró la puerta tras su paso.
—En realidad es justo... —musitó Astridia—. Él también es su padre...
Entre lágrimas, ella se asomó a la ventana y comprobó cómo su hijo miraba a Norak igual que a un completo desconocido. Esa era la primera vez que ambos se veían tan cerca, que él podría tocarle sin que un terrorista le llevara como rehén. Pero Norak no consiguió desengañarse. Tomkei continuaba prisionero, solo que entonces no tenía una pistola que le apuntara a la cabeza, sino goteros llenos de fármacos y la promesa en las venas de ser un niño perdido en un mundo de adultos.
—No deberías pasar por esto. Yo viviría por ti cada cosa que te han hecho para que estuvieras libre, aunque eso signifique vivirlas por duplicado —murmuró Norak mientras se arrodillaba para alcanzar la altura de su hijo.
Tomkei no dijo nada. No le preguntó a Norak quién era ni porqué estaba allí. Tenía un padre, siempre lo había sabido, aunque su madre evitara contestarle cada vez que él preguntaba por su identidad. Lo que no imaginaba era que iba a conocerle durante el peor momento de su vida.
Norak se acercó un poco más a él, que apenas podía moverse por el sistema de suero que tenía conectado. El niño puso todos sus esfuerzos en rodear el cuello de su padre con la mano que tenía libre, y miró al exterior de la habitación. Buscó a su madre con la mirada, y Astridia le dedicó una sonrisa a pesar de la tristeza de una manera casi inconsciente. Ver aquello era un momento que siempre había soñado, pero no algo que le hicieran soñar.
Ese instante en que Norak abrazó a su hijo era el único alivio que había sentido mientras era prisionera de Dacio, y no tardó en desaparecer. De repente, un fogonazo de luz borró las imágenes. El silencio se apoderó de cada rincón de su mente. Cuando abrió los ojos y miró a su izquierda, vio a Norak en la camilla contigua con la mirada fija en el techo. Astridia estuvo atenta a los milímetros de piel de la tímida lágrima que caía desde el rabillo del ojo de su compañero.
—Experimento 522 concluido.
La misma voz por megafonía interrumpió la calma.
Tras cada experimento siempre volvían a sedarles para retomar sus ciclos de sueño casi interminables. Por eso ninguno de ambos intentaba ponerse en contacto con el otro para intercambiar alguna palabra. No tenían conversación ni momentos nuevos vividos para debatir sobre cualquier cosa, aunque el tema fuera encontrar una posibilidad para escapar. Se habían rendido desde hacía tiempo. Habían pasado cuatro años desde que les capturaron.
Sin embargo, aquella vez no sintieron el escozor bajo la piel que provocaban las dosis de tranquilizantes. Pero sí un escalofrío al escuchar la conversación en la habitación de al lado:
—Entonces, ¿puedo entrar? —preguntó una conocida voz.
—Claro que puede, ¡usted puede hacer lo que quiera! —contestó el responsable del experimento con una risa nerviosa.
—Lo sé, pero no quería importunar su trabajo —contestó en un tono sosegado.
—Acababa de finalizarlo, señor presidente. Llega en buen momento, como siempre. Estoy ansioso por mostrarle los resultados.
Alguien abrió la puerta.
—Pase, por favor —invitó el científico.
Dacio entró en la habitación y observó con rapidez a sus viejos conocidos. Una sombra se esparció por su mirada cuando se reunió con Astridia. Una mujer tan brillante se redujo a un apagado cuerpo sin vida. En cierto modo, el presidente llegó a sentirse culpable, pero no tardaba en enterrar ese sentimiento en lo más profundo de sí mismo con el único fin de progresar.
El científico charlatán encendió el monitor del centro de la sala, y explicó a su jefe los datos más recientes de su investigación:
—Ahora mismo está viendo el último sueño de Norak Ryder. Si se fija, la oscuridad de las imágenes que lo conforman refleja el deterioro cerebral que...
—No les llame por su nombre, doctor Falan —corrigió Dacio—. ¿Acaso usted llama así a cualquiera de sus ratas de laboratorio? Use números.
—¿Por qué... debería? Se-señor presidente... —tartamudeó el hombre.
—Los números no suelen referirse a nada bueno. Ponemos cifras en todo lo malo: el número de bajas de una pandemia, las fechas sobre nuestros ataúdes, los minutos que nos quedan por vivir o incluso el saldo de nuestra cuenta.
—¿Y el dinero es algo malo? —preguntó el hombre, temblando.
—Sí que lo es. Aún no he visto a nadie evitando su muerte usando el pin de su fondo bancario. Lo más triste de todo es que la gente de mi mundo vive para ganar dinero, como si eso fuera a salvarles. ¿Es que esperan sobornar a alguien en el más allá? Solo somos humanos. Si fuéramos infinitos, creo que cada uno nos llamaríamos por un número en vez de un nombre.
—Entonces habla de la humanidad como algo bueno... —Astridia luchó por decir aquella frase.
Dacio se volvió hacia ella y sonrió por dentro, le parecía imposible que aún tuviera fuerzas para construir una frase.
—No como algo bueno, más bien como algo importante —replicó el presidente—. El planeta Tierra será conocido por las especies más prósperas del universo dentro de poco. Supongo que os habréis enterado mediante algún experimento donde os introduzcan información nueva para ver cómo la digerís. Por eso necesito educar bien a mis terrícolas, sujetos 08 y 09. Quiero que este mundo cause buena impresión durante la Humexpo.
—¡Pues presentar los resultados de este experimento le hará quedar muy bien, señor presidente! —interrumpió el doctor.
—Lo sé, doctor Falan. Fue idea mía, y tenía los resultados claros desde un principio, no hace falta que vuelva a explicarme nada. Si busca un ascenso, solo basta con cumplir los objetivos que yo le mande. No es necesario que me haga la pelota también.
Falan tragó saliva con incomodidad, y realizó un extraño gesto con la cabeza que Dacio interpretó como un forzado «sí».
—Retomando el tema... —murmuró Krasnodario—. Las imágenes del sujeto 08 son más oscuras que las captadas por el 09. Podríamos achacar la culpa de esto a la teoría del apego, madre e hijo en este caso. La mente intenta censurar las imágenes usando un filtro más sombrío y apagando el sueño. Es fascinante. —Dacio buscó los análisis neuronales en la pantalla—. Y aquí está la causa...
—¿A qué se refiere, señor presidente?
—A que disminuye la actividad de la sinapsis. Creo que son pruebas suficientes para dar el experimento por concluido. Inducir sentimientos de pérdida en relaciones tan cercanas provoca este entorno tan peculiar. Fíjese en lo enrevesado que es ese pasillo, la inclinación del suelo, el grosor de las paredes... El cerebro se convierte en una fortaleza para evitar ver lo que ya vio una vez.
—He apuntado todo lo que ha dicho, se-señor... —respondió Falan tras desconectar el panel holográfico de su muñeca—. Ya estoy imaginando esta noticia en varios titulares horarios de Clocktick.
—Eso espero. —Dacio sonrió—. Otro pequeño avance más en el misterioso mundo del sueño.
El presidente miró el moribundo aspecto de Norak y Astridia. Se sintió poderoso al comprobar el efecto que pudo conseguir en ellos, además de lo que podía conseguir en el resto de la población de la Tierra. Comprobó cómo ellos, con las miradas perdidas en el vacío, observaban el techo de la habitación. Recordó cuando les capturó y les mostró un trozo de cielo azul a través de una trampilla de los laboratorios. Tal como prometió, esa fue la última vez que lo verían.
—Sedadles otra vez más —mencionó Dacio—. Que se reinicie el ciclo de sueño y sigan realizando impresiones mentales. A ser posible con el mismo estímulo. Espero que consigamos imágenes mejores para venderlas a la prensa.
Dacio se acercó a Norak mientras le introducían el sedante. El antiguo enfermero no mostró ni un titubeo.
—Ya no tienes miedo a esto, ¿verdad, sujeto 09? —preguntó Krasnodario.
En respuesta, él apretó la mandíbula para retener su rabia y masculló:
—El miedo siempre avanzará conmigo. Pero ya he aprendido a mirar hacia otro lado. Y si durante algún momento reaparece algún pensamiento que me lo recuerde, sé eliminarlo en un segundo.
—Bonita reflexión. Una lástima que cuando vuelvas a repetirla deba ser mientras estés dormido. Adivino cierto optimismo tras lo que dices. Aunque hayas elegido no tener miedo, recuerda que eso no te sacará de aquí.
—Tal vez no salga yo, alguien lo hará por mí. Y hablando de elecciones, no creo que usted sea el más indicado para hablar de libertad sobre ellas. Recuerde usted también que es presidente porque no quedaba otra opción, no porque la gente le eligiera.
Dacio soltó una carcajada.
—¿Y acaso ves que la gente se haya quejado sobre mi mandato? De lo contrario, ya se habría organizado un referéndum. —El presidente ladeó la cabeza conforme hablaba e indicó a su secuaz que aumentara la dosis de sedante—. Además, no pienses que tus amigos vayan a encontraros. Es imposible que lo hagan.
—Tan imposible como que tú... les encuentres a ellos. —Norak luchó por decir eso antes de volver a dormirse.
—¡Mantenles dormidos... durante cuatrocientas horas! —gritó Dacio.
Él sabía que aquella cifra era demasiado, pero en comparación con el total de horas que habían pasado dormidos durante esos cuatro años la convertía en una minucia. Dacio sabía que jugar sucio le traería como consecuencia que algunos de sus planes se le escaparan de las manos. Aunque intentara jugar con las mentes de sus subordinados, jamás podría controlar sus deseos o sus sueños. Y el ser humano siempre había soñado con explorar lo desconocido.
Por esa misma razón, jamás podría encontrar a los operantes desaparecidos.
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