Capítulo 19: Portal de Retorno

Noche ciento noventa y cinco sin Luna.

Nedi paseó por su desierta habitación. Había llegado a acostumbrarse al desorden que solía haber en ella, y recordó la ajustada residencia que tuvo durante sus días en el Sindicato. Allí apenas tenía tiempo para poner un poco de orden entre tantos exámenes y turnos de guardia, y aquí sucedía algo similar, aunque solo tenía un único examen y mucho ejercicio que hacer. En esos años, pensaba que esos exámenes eran las pruebas más duras a las que se había enfrentado en su vida, pero entonces no tenía ni idea de lo que le esperaba. Aun así, no dejó de presentarse a ninguno a pesar de no haber estudiado u, algunas veces, tener muy poca idea del temario. Esa vez tampoco pensaba dejar de enfrentarse a su examen final.

Sin esperar más, metió la chaqueta reglamentaria de los Segundos Confederados en su maleta y terminó de ajustar la cremallera de su mono gris. Descabezado estaba detrás de él y recorría cada rincón de la habitación con su escáner.

—Amo Nedi, ¿está seguro de que no se deja nada? ¿Ha revisado que lleva el cepillo de dientes en el neceser?

—Llevar el cepillo de dientes es mi última preocupación ahora mismo, Des.

—¡Yo no tengo dientes, amo! Pero la salud bucodental es muy importante para los humanos, sobre todo para usted y sobre todo en este momento. No le conviene tener una sonrisa en mal estado ahora.

—¿Qué insinúas?

—Es que he visto que al príncipe Painrais le gusta verle sonreír. Cuando usted sonríe, él sonríe.

Nedi se puso tan colorado como los láseres de Descabezado, y fue al reducido cuarto de baño con prisa. El cepillo de dientes estaba en el lavabo.

—Al final voy a tener que llamarte «Vidente», y tú vas a tener que llamarme a mí «Descabezado» —farfulló Nedi con una sonrisa tonta, y metió el cepillo en el neceser. Cuando regresó a la habitación se encontró a Kilara que acariciaba al robot como si fuera un caniche. Los ojos de Descabezado se pusieron como dos pequeñas ondas y emitió unos zumbidos alegres—. ¡Kilara! Me alegra verte.

—A mí también, Nedi. Quería despedirme antes de que os marcharais.

Descabezado rodeó una de las piernas de la extraterrestre con sus brazos de metal.

—¡No! —sollozó el robot.

—Descabezado me está representando ahora mismo.

—Me encataría regresar, pero Arann Victoplus quiere que me quede. Mandará a su hijo en mi lugar para que aprenda sobre la Tierra, y también asistirán un par de miembros de la corte real.

—Creí que Kazrar no vendría...

—No hay nadie mejor que él para representar a Arann Victoplus. Vuestro presidente se quedará pasmado cuando le vea en la Humexpo. Los plutonianos no hemos recibido invitación.

—Vosotros no necesitáis ninguna —contestó Nedi con una sonrisa torcida.

Kilara le devolvió la sonrisa, y compartieron una pausa incómoda. Nedi pensó en darle un abrazo, pero los plutonianos se guiaban por el lenguaje de la proxémica, según publicaron los hermanos Nuka en uno de sus numerosos artículos sobre ellos. Un gesto amistoso en la Tierra podía considerarse atrevido allí.

—¿Cómo os despedís de los amigos en Plutón? —preguntó el chico.

La plutoniana colocó su mano en su hombro, y le señaló con la mirada para que él repitiera lo mismo. Nedi permaneció confuso por unos segundos, pero tocó en el hombro a Kilara. Hubo silencio, pero las voces de su interior gritaban promesas de amistad que durarían para siempre.

Nedi se separó, atravesó la puerta con su petate cargado en el hombro y con el cuerpo insistente de Descabezado que le empujaba para ir hacia el hangar. Tenía las lágrimas al borde de los ojos, y se volteó para mirar a Kilara.

—Algún día volveremos a vernos.

—Quizá muchas cosas hayan cambiado para entonces, Nedi.

—Espero que para mejor.

Atravesó el pasillo que conducía hacia el hangar de la Nostradamus, pero antes oyó un barullo que procedía de la Médula de Comunicaciones. Los cristales tintados que rodeaban la sala no le permitían ver nada desde fuera, pero la puerta estaba entreabierta. Aprovechó ese hueco para asomarse, y vio que la gran pantalla de la pared central estaba encendida y repetía la última conferencia con Zenda Tribez. Esa noticia produjo un gran revuelo entre todos los Confederados de Plutón hace unos días, y Nedi estuvo tan ansioso tras oírla que la noche en que se enteró no pudo pegar ojo.

—¡Pero dejadme apagar esto que aún tengo que empaquetar tres discos duros! —Se quejó Epicuro.

El informático estaba sentado en su silla con un largo respaldo. Vera estaba de pie a su izquierda, toqueteaba su panel de control, casi aplastándole, y repetía una y otra vez la frase de Zenda que por poco se convierte en su motivo de muerte: «Norak Ryder y Astridia Orbon han regresado a la Base esta mañana».

—¡Aún sigo sin creérmelo! —exclamó Vera—. Oye, ¡ponlo otra vez!

—¡Que tenemos que irnos! —gritó Epicuro.

—Volvemos a casa, Descabezado —susurró Nedi—, con Norak.

Descabezado utilizó su nuevo propulsor para dar unos saltitos de alegría, y Nedi recorrió un par de pasillos hasta llegar al hangar. La Nostradamus II tenía la trampilla abierta, y varios plutonianos ayudaban a cargar cajas y baúles de metal en la bodega. Enzo estaba en un lateral, y revisaba el voltaje de los cables que rellenaban las baterías del motor. Había una enorme compuerta frente al morro de la aeronave.

—Aviso de descompresión para los terrícolas de la sala —avisó una plutoniana por la megafonía del edificio—. Por favor, colóquense sus equipos de aislamiento espacial.

Nedi se encontró con Enzo, Kurtis y los hermanos Nuka en una zona de la sala que tenía preparadas sus escafandras con el oxígeno incorporado.Vera y Epicuro llegaron con retraso. El informático dejó su maletín sellado con una cerradura magnética en la bodega de la nave, y luego se puso su escafandra. La única que faltaba era Faith, pero teniendo en cuenta cuál era su nuevo cargo, sus compañeros intuían dónde estaba. El sonido de su voz a través de los altavoces de la nave confirmó sus sospechas.

—Aquí, Capitana de la Vía Láctea. Nostradamus II lista para el despegue. A la espera de que embarquen los Segundos Confederados.

En cuanto los demás estuvieron preparados y ella finalizó su aviso para preparar la salida, oyeron un estruendo que procedía de la compuerta. Las pestañas de metal se separaron hasta descubrir una circunferencia de chispas azules y un gran diámetro. Su interior parecía de plasma, con un potente foco en el centro que desprendía rayos de colores fríos.

—¿Qué es eso? —preguntó Nedi.

—El Portal de Retorno —contestó Vici Nuka—. Es el regalo de bienvenida que da la Comisión Galática a todos sus integrantes. La Tierra tendrá el suyo para asistir a sus reuniones universales si todo va bien durante la Humexpo. Permite el desplazamiento de ciertas naves a la velocidad de la luz con destino libre.

—Es decir, ¿podríamos plantarnos en el despacho de Dacio en la Bona Wutsa para matarle si quisiéramos? —preguntó Kurtis.

Herman Nuka se rio a carcajadas, pero su hermana mantuvo la seriedad.

—Los problemas que hay en la Tierra ahora mismo no se van a solucionar con un magnicidio, agente Slade.

—Puede, pero yo me sentiría mejor si le metiera un tiro a ese cabronazo.

—El destino es la Base Órgano —corrigió Vera.

Un sonoro pitido estableció una cuenta regresiva de tres minutos. Arann Victoplus entró en la sala, acompañado de su hijo y los dos miembros de la corte que Nedi ya sabía que vendrían. Se llamaban Giza y Lins. El rey se despidió del príncipe de una forma distinta que Kilara mostró a Nedi, cada uno tocó el centro del pecho al otro y pronunciaron una frase en plutoniano, como una oración. De seguido, acudieron los Confederados en fila para mostrarle sus respetos y despedirse también.

—Los terceros en orbitar se despiden —dijo Vera.

Victoplus captó esa referencia sobre lo que solían decir los plutonianos: «Los últimos en orbitar se despiden».

—Ha sido un placer acogeros en este mundo, presidenta Somout. Viajaremos a la Tierra en cuanto sea precisa nuestra ayuda.

—No sé cómo podré compensarle en un futuro, pero por ahora solo puedo darle las gracias. He aprendido que no es necesario el apoyo de todo el universo para la Tierra, porque eso se queda corto en comparación a un planeta tan maravilloso como el suyo.

Vera se acercó a Victoplus, puso la palma de su mano hacia arriba y él colocó la suya sobre ella sin llegar a rozarla. Otro gesto que Nedi ya había visto antes cuando Kilara saludó a Vera la primera vez que la vio. El significado era diferente, esa señal de respeto que usaban como saludo se había convertido en un adiós.

El resto de Confederados desfiló frente al rey para mostrar su agradecimiento, y él solo tenía palabras de esperanza para ellos. Con la promesa de volverse a ver, todos entraron en la nave y la trampilla se cerró. Caminaron hasta sus respectivos asientos, y se colocaron los cinturones de seguridad. Incluso Descabezado lo hizo, y por un momento sus circuitos emitieron unas interferencias. Su sistema estaba tan acostumbrado a tratar con su auténtico dueño que casi se aproxima a Nedi para calmarle y ofrecerle unos ansiolíticos; se le podían olvidar muchas cosas, pero nunca el miedo que Norak tenía a volar.

Enzo se sentó en el asiento del copiloto, y Faith tomó los mandos de la Nostradamus II. La luz gigante que tenían enfrente succionó la nave y desaparecieron en la infinidad de las estrellas.

Los pasajeros de la Nostradamus II habían realizado el viaje más largo de sus vidas una vez, y duró cuatro años. Pero con la tecnología que la Comisión Galáctica facilitó a Plutón cuando era una potencia universal, el mismo recorrido solo duró poco más de tres horas. El Portal de Retorno conectaba el palacio de Victoplus Equis y la Base Órgano, dos puntos separados por una gigantesca distancia donde tenía cabida casi todo el Sistema Solar. Recorrerían mil millones de kilómetros por hora. Cualquier criatura, aunque fuera de una poderosa especie extraterrestre, no podría soportar esa velocidad. Ocurría lo mismo con los objetos, aunque fueran irrompibles ante circunstancias catastróficas. Una burbuja brillante rodeaba la Nostradamus II, conocida como el Aislante Relativo, una especie de escudo que protegería tanto la nave como su contenido. Tenía la función de crear un espacio separado del exterior para evitar las alteraciones temporales que producían los viajes a la velocidad de la luz. Aquel escudo parecía una vagoneta enganchada al raíl de partículas que el Portal de Retorno estableció hasta su destino.

La sensación de viajar a la velocidad de la luz era similar a pasear por el ojo de un huracán. Una calma absoluta se respiraba dentro del Aislante Relativo, aunque cruzara a través de miles de astros y asteroides. Los destellos cegadores de su superficie apenas permitían a los pasajeros ver más allá. De no ser por ese escudo que aislaba el espacio que comprendía la nave, podría incluso cambiar el concepto del tiempo. Segundos que se transformaban en años o años que desaparecían. Podrían llegar a la Tierra y que los Confederados fueran unos ancianos de no ser por el Aislante Relativo, o ni siquiera haber aguantado más de dos segundos de viaje sin dividirse en miles de átomos.

Transcurrieron tres horas hasta que alcanzaron la Tierra con los rayos del amanecer. El Aislante Relativo se desvaneció cuando el mapa confirmó su objetivo. Estaban bajo el agua. El azul oscuro del Océano Pacífico se extendía ante ellos como un cielo pesado e infinito. Apenas notaron la diferencia entre estar en el espacio exterior o bajo cientos de leguas submarinas. El aterrizaje ocurrió como un parpadeo, hacía un segundo estaban en la estratosfera y luego rodeados de burbujas. La Nostradamus II emitió un estruendo, y Faith cambió de inmediato al modo submarino para que el motor filtrara el agua. Un pitido se oía cada vez más intermitente, similar a un sonar que rastreaba un tesoro sumergido. El ruido sonaba fuerte y seguido cuando las luces delanteras de la nave señalaron la entrada a la Base Órgano.

La entrada estaba incrustada en una pared rocosa. El símbolo de los Segundos Confederados ocupaba el metal; algunas partes del emblema, como el dibujo de Plutón y sus cinco satélites, estaban ocultas por algas que habían crecido ahí igual que las enredaderas. Dos láseres situados en los extremos de la gran puerta apuntaron a la nave y escanearon su silueta.

Los Confederados del interior de la base iniciaron el contacto por radio.

—Nave Nostradamus II, reconocida. Aquí, Confederado Emir de la Base Órgano. Abriendo entrada. La plaza de aterrizaje asignada para la nave es la C-6, Hangar Hipocondrio Izquierdo.

—Aquí, Capitana de la Vía Láctea. Nostradamus II entrando en el Pasillo Esófago.

—¡Sed bienvenidos, compañeros! Corto y cierro.

Cruzaron un túnel bien iluminado hasta alcanzar una gran cámara, donde la nave regresó a la superficie. El Pasillo Esófago tenía una estructura ascendente hasta superar el nivel del mar. Las siguientes instalaciones parecían reforzadas de metal y hormigón, pero igualmente situadas en las entrañas de la tierra. La nave flotó en el aire y siguió las señalizaciones hasta llegar al Hangar HI, donde había hueco de sobra para al menos dos decenas de vehículos aéreos. Aparcaron en la sexta plaza, y vieron que había unas siete ocupadas en total con naves de menor tamaño, aunque había una con un aspecto deportivo que parecía de una gama superior a las demás.

Los Confederados empezaron a dar saltos de alegría cuando el motor se apagó. De inmediato, una pasarela de acceso se acopló a la puerta situada en el puente de mando. La teniente Faith y el señor Villalobos iban a ser los primeros en salir, pero se detuvieron.

—¿Señora presidenta? —preguntó Faith.

Vera, que aún se estaba quitando el cinturón de seguridad, se puso de pie en un salto.

—Usted debería ser la primera en pisar tierra después de todo este tiempo.

—Gracias, teniente. Pero prefiero que todos salgáis antes que yo —dijo Vera—. ¿Qué clase de presidenta sería si no dejara al pueblo caminar en primer lugar? El mundo no habría llegado a nada sin las grandes personas que lo habitan, y yo tampoco estaría aquí sin los Confederados que me apoyaron.

Faith le puso la mano en el hombro a Vera y compartieron una mirada de recuerdos, la despedida típica de los plutonianos cruzó la mente de ambas tras aquel gesto; pero estaban en la Tierra, en su casa, se habían despedido del exilio para dar la bienvenida a la revolución.

Salieron de uno en uno y desfilaron por la pasarela en dos filas. Vera, tal como dijo, caminó en último lugar. Hubo silencio hasta que llegaron a la sala de embarque. Oyó los vítores y los aplausos de sus compañeros, algunos conocidos y otros no. Había recibido ovaciones durante su vida política, pero le habían enseñado a no mostrar sus sentimientos, pues cualquier lágrima de emoción podría significar un signo de debilidad para sus enemigos. Pero allí no tenía rivales, y se dejó llevar por ese momento que comprimió su corazón durante un segundo. Los Confederados de la Base Órgano celebraban su regreso, agradecidos por haber recuperado un pedazo de esperanza.

—¡Bienvenidos, Confederados! —gritó Zenda—. ¡Esto hay que celebrarlo!

—Somout, ¿estás llorando? —Larissa Wuon se adelantó un paso—. Mira que te he visto en innumerables ruedas de prensa y te he entrevistado con preguntas sensibles...

—Disculpadme todos, pero es que... no imaginaba lo emocionante que iba a ser esto.

—¿El qué?

—Volver a casa.

Sin decir más, comenzaron los esperados reencuentros entre los que se fueron y los que se quedaron. Abrazos y sonrisas, lágrimas y gritos de alegría. Presentaciones entre nuevos miembros del equipo, como Emir o Yafus Hulén. Asombro entre los terrícolas que se codeaban por primera vez con el príncipe Kazrar de Plutón y su corte. Pero hubo un instante que sobresalió entre todos los demás.

—¡Amo Norak! —chilló Descabezado, y se abalanzó sobre su dueño.

Norak llevaba muletas y le costó trabajo agacharse para apretujar a su amigo metálico entre sus brazos.

—¡Ya veo que aún me recuerdas! ¡Pero yo casi ni te reconozco con esos fuselajes nuevos! ¡Qué bien te sienta el color púrpura!

—Es el color de los Confederados —agregó Astride con una sonrisa amplia.

—¡La becaria Orbon! ¡Cúanto me alegro de verla!

—La doctora Orbon, Descabezado —corrigió Norak—. Ya veo que aún no has actualizado eso.

—Creo que sí me actualizó usted, pero olvidé esa actualización. Es que el amo Nedi también me ha actualizado varias veces y entonces me hago un lío...

Cuando Norak miró hacia arriba, Nedi estaba de pie frente a él. No tenía el pelo corto y la cara afeitada como antes, más bien parecía un ex presidiario que se había pasado demasiado tiempo haciendo flexiones. Pero sus ojos eran inconfundibles, sobre todo por esa expresión que tenían desde la última vez que se vieron. Había algo en su mirada que nunca iba a borrarse cuando observaba a Norak: el agradecimiento por haberle salvado la vida.

—Ya veo que Descabezado no es el único que ha cambiado —murmuró Norak.

—Hay cosas que nunca cambian, sobre todo las que hemos aprendido a llevar dentro.

Nedi y Norak se abrazaron. Ambos habían vivido lo suficiente para convertirse en dos personas diferentes durante aquellos años, pero la amistad que compartían seguía intacta.

—Vas a tener que aguantar que vaya a darte las gracias todos los días por obligarme a subir a la Lanzadera —recordó Nedi.

—Madre mía, el sufrimiento que me espera —bromeó Norak—. No hagas que me arrepienta, ¿eh?

—A ver qué pasa. Creo que me instruiste demasiado bien en su día como para arrepentirte conmigo ahora.

—Me va a costar acostumbrarme a dejar de llamarte «novato».

—Ahora puedes llamarle «el cachas» —intervino Kurtis.

—Tío, ¿ya estamos otra vez con la bromita? —protestó Nedi.

—¡Kurtis! —exclamó Astridia.

Norak rio a carcajadas y se unió al abrazo de Kurtis y Astridia.

—Me alegro mucho de veros —mencionó Kurtis—. Oídme, una cosita, que han pasado unos años desde que nos vimos la última vez. Espero y deseo que hayáis tenido tiempo para hablar y juraros amor eterno. ¿Ya tenéis fecha para la boda? Yo me pido ser el padrino.

—Ahora mismo tenemos otros asuntos más importantes que atender... —dijo Astride mientras se separaba.

La doctora cogió a Norak de la mano, y buscó a su hijo con la mirada. Charlaba tímidamente con Epicuro y le enseñaba uno de los juegos que tenía instalados en su intercomunicador de pulsera. Ella sonrió y le avisó para que viniera. Tomkei se había convertido en un chico de pocas palabras, y tal como sus padres había recibido atención psicológica desde que llegaron a la Base Órgano. La ansiedad y el estrés postraumático resumían el estado mental de los tres, y aunque les quedaba una buena temporada para dejar atrás las secuelas de su cautiverio en la Sede Secreta de Onyria, esa reunión con nuevos compañeros fue como un soplo de aire fresco.

—Creo que tenemos que ponernos al día con un montón de cosas. —Kurtis se quedó de piedra cuando le vio, y Astridia le hizo una seña para dejar las explicaciones para otro momento—. ¡Tomkei, choca esos cinco, chaval!

Tomkei chocó la mano de Kurtis, pero después se quedó cabizbajo para ocultar una sonrisa. Abrazó a su madre y escondió medio cuerpo tras ella.

—Formáis una familia estupenda. —Faith se incorporó a la charla e intercambió una sonrisilla con Tomkei.

—¡Pero si es mi teniente favorita! —exclamó Norak.

—Me alegra verte de una pieza, Ryder —respondió Faith, luego se acercó al chico y le acarició la mejilla con el reverso de los dedos—. ¿Sabes? Te pareces mucho a papá y mamá.

Tomkei bajó la mirada con vergüenza, y Faith se apartó para no presionarle a seguir con la charla. Entonces Zenda Tribez acudió a ellos para recordarles que había algunos deberes por hacer antes que celebrar una fiesta hasta la madrugada.

—Siento romper el momento —transmitió Zenda con el ceño fruncido—, pero, como suele decirse, primero va la obligación antes que la devoción. Somout y tú, como Capitana de la Vía Láctea, tenéis que acompañarme para ver a ese doctor que ayudó a Norak y Astridia a escapar. Vosotras habéis sido los cargos más altos durante vuestra marcha en Plutón...

—Tú también has sido la jefa del cotarro aquí, no deberías quitarte los méritos.

—Por eso me parece justo que las tres decidamos qué hacer con el prisionero.

—De acuerdo.

Zenda avisó a Vera, y Faith las acompañó hacia la salida de la sala de embarque del Hangar HI. Pero antes de que se marcharan, una voz llena de admiración gritó algo:

—¡Y usted, Capitana de la Vía Láctea, parece una superheroína!

Tomkei estaba en mitad de la sala, con el pelo revuelto y los ojos verdes idénticos a los de su madre, tenía los mofletes colorados y había luchado por decir esa frase como si la confesara a esos fantásticos héroes que salvaban al mundo de caer en las garras de los villanos. No necesitaba leer sobre ellos porque había conocido a la teniente Faith, la Capitana de la Vía Láctea, una de tantas que hacía frente a los males del planeta Tierra sin lanzar rayos por los ojos o destruir cosas con una sola mirada. Era tan humana como cualquiera, pero eso no la hacía menos excepcional.

Faith, tras escuchar esas palabras, se sintió como el corazón de los Confederados. Guiñó un ojo a Tomkei, y se reunió con Vera y Zenda, que la esperaban fuera. Entraron en un ascensor de cristal que descendió varios niveles. El diseño de las instalaciones era estructurado y concebido para iniciar la revuelta que estaban planificando. Se notaba que Enzo Villalobos dejó asentada la idea del proyecto para la Base Órgano, basada en la Base Cerebro del antiguo Sindicato de Paz y Salud Retrospectivo, y que también estaba involucrada la brillante cabeza de Epicuro en su arquitectura y seguridad, aunque fuera a a kilómetros de distancia.

—¿Y dónde está ese tipo? —preguntó Vera.

—En el Flanco Derecho. Allí hemos adaptado una zona... apartada, dedicada a interrogatorios y demás, por resumirlo de alguna manera.

—¿Interrogatorios y demás? —repuso Faith—. Espero que me desmientas lo que se me está pasando por la cabeza ahora mismo.

—No habéis estado aquí durante estos años, ¿vale? Allí en Plutón todos son vuestros amigos, pero aquí no debéis olvidaros que Dacio nos lleva la delantera... y eso crea enemigos, o aún peor, amigos que te traicionan a la mínima oportunidad de ganar más. Hemos pasado rachas muy duras, y ya ha ocurrido varias veces que uno de los nuestros ha tratado de largar cosas sobre los Confederados a los Prospectivos, ya sea por dinero o para asegurarse un buen puesto en la Bona Wutsa, o incluso para ser uno de esos robots que según dicen por ahí duran mil años, ya puestos. Nada me sorprende viniendo del egoísmo que tiene nuestra especie. Creo que tengo unos motivos bastante justificados para no fiarme de un tío que se ha pasado más de veinte años trabajando para Krasnodario y financiado directamente por su jodido gobierno.

—Por lo que vi en las grabaciones que mostró Epicuro, ese doctor no parecía un mal tipo. —Vera se mantuvo neutral.

—Ya lo veréis. No solo decidiré yo qué hacer con él. Aunque si fuera por mí, no me arriesgaría.

—Yo aún no le he visto, así que no puedo opinar —contestó Faith, con las manos apoyadas en la barandilla del ascensor—. Estuve tan liada ultimando los detalles del viaje de vuelta con el Portal de Retorno que no pasé para ver la dichosa grabación de Epicuro.

—Tampoco te pierdes nada. Podría estar mintiendo como un bellaco.

—¡Zenda! Vamos a centrarnos, ¿vale? —reclamó Vera.

El ascensor se detuvo y sus puertas se abrieron de par en par. Tras cruzar un par de pasillos extra, llegaron a una habitación con puertas blancas, paredes resquebrajadas con goteras y una luz típica de hospital que parpadeaba de vez en cuando. Parecía un zulo de mala muerte, ni siquiera tenía ventanas. El prisionero estaba sentado en una silla de aluminio, atado de pies y manos, con un ojo morado y el labio reventado. Había una bandeja de plástico con un trozo de pan seco y unas verduras con bastante mala pinta que de seguro no probó. Ese tal Gunter, el tipo con casco de soldado y cara de muy pocos amigos, no se separaba de su lado.

—Doctor Falan, ¿qué tal se encuentra? —preguntó Zenda de brazos cruzados.

Zoilo levantó la cabeza un poco, y asintió con debilidad. El color celeste de sus ojos apenas se veía entre sus párpados hinchados.

—Este no tiene mucho más que decir, Tribez —masculló Gunter mientras se frotaba los puños—. Hoy me ha soltado que Faria Revady es su madre, ¿te lo puedes creer? Esa mujer que ya lleva más de treinta años cumpliendo condena en Terinado por el robo de los últimos diamantes de Botsuana.

—Y le quedan aún bastantes años por cumplir. Está sentenciada a cadena perpetua —respondió Zenda, y se acercó a Zoilo para agarrarle por la barbilla y espabilarle—. Ahora entiendo que pudieras apañártelas tan bien para escapar de los laboratorios de Krasnodario con los sujetos de prueba. Una ladrona de talla mundial es tu madre. Parece que lo llevas en la sangre. Razón de más para que no me parezcas de fiar. Podrías pegarnos la patada después de desmantelar nuestra base. ¿Es que eres un agente doble? ¿Como Ima Boscor? Habla, cabrón.

—No soy un espía, joder... No trabajo para nadie...

Las intenciones o los sentimientos de cada integrante de aquella sala estaban contrastados, y Zoilo sentía la tensión en el ambiente como una avalancha de piedras. No se le había ocurrido otra comparación mejor ya que Gunter se había asegurado de molerle a golpes y sonsacarle cada recuerdo que tenía sobre Dacio y su labor como director de Onyria. Sabía que Zenda estaba deseando que alguien dijera en voz alta que le pegaran un tiro para ahorrarse futuras traiciones, pero ignoró ese presentimiento cuando vio a Vera Trêase Somout. En el año 3510, en plena pandemia del Insomnio S.B., la noticia de su supuesta muerte causó un gran revuelo para la humanidad. Pero cuando se adentró en las mentes de Norak y Astridia comprendió las mentiras de su presidente, y entre ellas estaba la jugarreta de asesinar a su rival política durante la inventada catástrofe. Pero ni siquiera le sirvió saber con antelación que Vera estaba viva, porque su reacción fue igual que si acabara de conocer a un fantasma. Apenas se creía que ella estaba ahí, que era real, y que encima de todo, le miraba como si sintiera lástima por él.

Pero hubo otra mirada que no despedía la violencia de Gunter, ni la desconfianza de Zenda o la empatía de Vera. Fueron los ojos de Faith, esos ojos celestes que se encontraron con los suyos.

—Vaya... —Zoilo soltó unas carcajadas y arqueó su espalda por el dolor—. Qué apropiado que tú y yo nos reencontremos en una celda. Es algo que nos viene de familia.

Faith retrocedió unos pasos y se llevó la mano al pecho.

—¡Soltadle ahora mismo! ¡Es mi hermano!

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