Capítulo 17: La Base Órgano

Ciudad de Krasnodar, Rusia.

Sede secreta de la empresa Onyria.

El Experimento 540 había sido el último, pero no en el sentido de que había tenido éxito y lo acababan de realizar, sino porque había alguien en la sala de Proyección Onírica que se había jurado a sí mismo que no se volvería a repetir ni uno más.

El sujeto 09 estaba tan sorprendido por la visita del sujeto 05 que no se observaba ninguna reacción en él. Se encontraba igual de paralizado que durante sus sesiones de hipersomnia. Dacio podría haber logrado su objetivo, ese castigo que deseaba producir en Norak: No distinguir los sueños de su propia realidad. Parecía imposible que Yafus estuviera frente a él. Estaba despierto y podía acercarse, tocarle y respirar el mismo aire que el suyo. Pero también pudo hacer lo mismo durante esas excursiones obligatorias a los recuerdos que tuvieron juntos.

Reiseden contempló la confusión de Norak con una sonrisa ácida. El doctor Zoilo Falan, en cambio, apretaba con tanta fuerza el diminuto mando que controlaba su voz por megafonía que casi lo trituró. Pero retuvo su ira y camufló sus sentimientos mediante unas palmadas de satisfacción que dio a Reiseden en el hombro. Esconder lo que pensaba era algo que había practicado muchas veces, pero hasta ese instante no se percató de que esa habilidad se había convertido en una salida para engañar al presidente. Falan se había codeado con el maestro de las mentiras, y aprendió a mentir mejor que él.

—Las grabaciones de este experimento volverán locos a los invitados de la Gala Ilusoria de la Humexpo —indicó Reiseden—. Debo decir en nombre de mi padre que ha sido un placer trabajar contigo al frente de la empresa Onyria.

La Gala Ilusoria se celebraría durante el primer día de la Humexpo. El calendario del evento se extendería durante dos meses, pero la bienvenida, como no podía ser de otra forma, seguiría un itinerario lleno de novedades y lujos. Unas monstruosas instalaciones rodeaban la Bona Wutsa, casi triplicando el tamaño del complejo presidencial. Las especies que viajarían a la Tierra tendrían allí su residencia, previamente adaptada para ellos si se informaba de algún requerimiento. Aunque los peces gordos de las especies que más interesaban a Dacio convivirían con él bajo su propio techo. El presidente tenía claro que quería ofrecerles un espectáculo sin igual, que empezara con un almuerzo al aire libre en los jardines naturales. Contar con una fauna no artificial supondría un gasto carísimo, pero Dacio estaba dispuesto a pagar lo que fuera para contentar a sus invitados. Después de mostrarles cómo era la gastronomía de la Tierra, aunque algunos de ellos no disponían de aparato digestivo para probarla, les llevaría a una sala de Proyección Onírica donde mostraría a todos las mejores imágenes del Proyecto Hipersomnia. Sí estaba seguro de que, si todos tenían algo en común, es que compartían cosas parecidas a un sentido de la vista que les permitieran ver o percibir esos vídeos. Había especies que no tenían ojos, pero como decía Dacio, en el universo había infinitas formas de ver.

—Zoilo —pronunció Reiseden para captar su atención—, ¿crees conveniente que hagamos un pequeño examen a los sujetos de prueba?

—No es conveniente según mis apuntes. Esperaba una reacción mucho peor por parte del sujeto 09, pero viendo su estado tras el Trauma Rojo, no parece tan afectado.

—¿Eso es malo...?

—Todo lo contrario. Eso significa que hemos escogido bien la progresión de sus recuerdos traumáticos y que los ha asimilado sin dificultades. Por ahora no parece que haya secuelas mentales.

—De acuerdo. Pues iré después de ti, doctor —afirmó Reiseden mientras señalaba a la salida.

Las dos puertas de acero se separaron para cederles el paso a un estrecho ascensor que bajó un par de niveles. Entraron en la sala y vieron que cada sujeto de prueba estaba sentado al borde de su camilla a excepción de Yafus, que se había acomodado en una silla de plástico algo pequeña. Hablaban en voz baja, de una forma entrecortada, como si sus lenguas estuvieran aún adormecidas. Pero se callaron al instante en que Reiseden y el doctor Falan les saludaron.

Zoilo llevaba una estilográfica ALZEN en la mano, uno de los últimos modelos en artefactos de seguridad empresarial y desarrollo de investigaciones, y cuando apretó uno de sus extremos con su pulgar, las cámaras situadas en varias esquinas del techo y las paredes se volvieron hacia él. Una pantalla holográfica se reflejó desde la punta de la pluma, y mostró las imágenes recogidas en directo.

—Proseguimos la grabación para el Experimento 540 con un breve examen físico y neuronal de los sujetos 05, 08 y 09. Empezaré por el sujeto 08. Orbon, Astridia.

—Qué caballeroso, doctor Falan. Las damas primero, ¿no?

Falan ignoró aquel comentario y se acercó a la antigua doctora. El color blanco del pijama no le favorecía, y su piel casi parecía una continuación de aquella tela. Pero no tenía tan mal aspecto, en parte porque su rostro lucía despejado por el exceso de sueño.

—Veamos... —Zoilo apuntó la luz de su bolígrafo en sus ojos verdes y comprobó la contracción de sus pupilas—. Respuesta pupilar espontánea. ¿Sientes algún hormigueo o entumecimiento en alguna parte del cuerpo?

Astridia asintió. Su pelo anaranjado estaba revuelto alrededor de sus hombros.

—¿Dónde?

—Los dedos de los pies.

—Apunte: La hipersomnia prolongada ha provocado una disminución en el tono muscular de la sujeto 08. Ahora voy a comprobar el nivel de respuesta al dolor —informó Zoilo, se agachó y sacó un diapasón de su bolsillo.

Chocó el alargado trozo de metal contra el barandal de la camilla para que vibrara y lo aproximó al pie derecho de Astridia. Al principio no hubo ninguna respuesta y mantuvo el tobillo firme sin moverse ni un centímetro. Pero en cuanto él lo apretó un poco, percibió la molestia y se apartó de inmediato.

—Una respuesta un poco tardía. Imagino que este efecto de entumecimiento será pasajero si las hipersomnias no se repiten.

Ella tragó saliva con incomodidad, y Zoilo interpretó su nerviosismo como algo bueno.

—Háblame de ti. ¿Quién eres?

—Soy... la doctora Astridia Orbon. —Llegó a resultarte extraño hablar de sí misma después de tanto tiempo, y el mero hecho de decir algo también—. Licenciada en Microbiología por la Universidad Global de Jonahessburgo. Especializada en Botánica Molecular y doctora en Inmunología y... Manipulación Genética...

—He leído en su expediente que tiene treinta y ocho años —intervino Reiseden—. Parece poco tiempo de vida para haber logrado tantas cosas.

Astridia sintió un pinchazo en el estómago que casi le hizo perder el equilibrio. Las lágrimas asomaron en sus ojos. Parecía que esas gotas se habían creado en un profundo rincón de sí misma que habría querido olvidar. Hacía veinticuatro años de aquello y aún suponía una tortura en su mente. Era uno de los tantos experimentos de Dacio donde se había involucrado. Ella era demasiado brillante para su juventud. Dacio sabía que, llegado el día, cambiaría el mundo. Pero no dejó escapar la oportunidad de hacerla su becaria para que, esa vez, el cambio fuera en su vida y la de Clisseria. Cuatro niños nacerían en úteros confeccionados, y Astridia se lamentó cada día porque practicaron la eugenesia a los equivocados. Pero al menos se alegraba de que había salvado a uno. El parecido entre Reiseden y Nedi era evidente, aunque solo se limitaba a lo físico. El color avellana del pelo, la forma alargada de los ojos, la nariz recta, los hombros altos...

—Podría haber logrado mucho más si no hubiera perdido estos cuatro años.

—Usted los ha perdido pero nosotros lo hemos ganado. Debería acostumbrarse a esa premisa, doctora, el Partido Prospectivo siempre gana. Y usted tendría que hablar en pasado respecto a sus logros.

—Sigamos con el examen —cortó Falan—. Dime dónde estamos, Astridia.

—En Krasnodar.

—¿Qué año es?

—3514.

—Bien. Flexiona las piernas, por favor.

Ella se movió y trató de apartar la vista de Reiseden para ocultar sus sentimientos.

—Perfecto. El estado de la sujeto 08 es normal. Aunque la función muscular tardará un poco en recuperarse. Continúo el examen con el sujeto 09. Ryder, Norak. —Zoilo repitió el mismo proceso y acercó la diminuta luz de su estilográfica a sus ojos—. Respuesta pupilar... anómala. El sujeto 08 presenta una miosis.

—¡Ni se le ocurra tocarme, pedazo de inepto! —reaccionó Norak, y le dio un manotazo que envió ese bolígrafo por los aires—. Estoy de Haloperidol hasta las cejas. No sé a quién de los suyos se le habrá ocurrido la brillante idea de poner una perfusión de Haloperidol a un sujeto de prueba si quería hacerme un examen neurológico. Pues claro que saldrá alterado, ¿qué esperaba?

—¿Halo... qué? —preguntó Reiseden con el ceño fruncido.

—Es un antipsicótico. Dije a uno de los auxiliares de la sala de Proyección Onírica que se lo administraran tras el Trauma Rojo para disminuir los riesgos, ya sabes... que podría haber sufrido un brote de psicosis. Se me había olvidado que estaba puesta la perfusión.

—Sois unos malditos incompetentes, pero no es de extrañar viendo quién es vuestro jefe —dijo Yafus de brazos cruzados.

—Así que se te ha olvidado. Hasta mi antiguo robot tenía más memoria que tú.

Norak y Yafus empezaron a reírse de Falan, e incluso Reiseden soltó unas carcajadas, aunque él más bien se burlaba de ellos dos.

—Los invitados de la Gala Ilusoria van a quedar sorprendidos con el sentido del humor de los humanos. Es curioso cómo lo conserváis a pesar de llevar cuatro años aquí metidos sin esperanzas de escapar.

Y se acabaron las risas para dar paso a ese silencio que caracterizaba aquella sala de sueños.

—Apunte: El estado de los tres sujetos es normal. —Falan recogió el boli del suelo y puso en marcha su micro para actualizar la información—. Viendo su lucidez a la hora de hablar está más que comprobado que no hay daños neurológicos. La sala de Proyección Onírica queda cerrada por hoy. Abrid la compuerta para que los sujetos pasen a sus habitaciones. Inicio su receso hasta nueva orden.

—Abriendo compuerta —enunció una voz metálica—. Sujetos 05, 08 y 09, pasen a sus dependencias.

Las puertas se cerraron, pero Falan no tardaría en volver a abrirlas.

Cuando Zoilo regresó a su apartamento, comprobó que estaba tan desierto como de costumbre. Su marido se había vuelto a marchar un par de días a un viaje de negocios, esta vez fue a una nueva reserva natural que habían abierto en Mozambique. Tenía una entrevista pendiente con la Ministra de Defensa de Flora y Fauna, la señora Aricia Pariss.

Desde que se había casado con Mat, Zoilo nunca había tomado ninguna decisión sin consultarle. Habían pasado más de doce años desde entonces y agradecía tener a una persona para contribuir en su vida y compartir sus secretos más oscuros. Pero la situación era demasiado delicada. Si hacía de una vez por todas lo que tenía en mente desde hacía dos años, Dacio podría ir a por él para borrarle del mapa. O aún peor, podría ir a por Mat. Zoilo sabía muy bien que Dacio no se limitaría a ordenar que le ejecutaran. Las vidas tenían valor para él, y no desaprovecharía la ocasión de convertirle en uno de sus sujetos de prueba. Y después de haber visto por lo que habían pasado los sujetos que tuvo a su cargo desde que empezó como su cargo de director de Onyria, solo se le ocurría una alternativa para escapar.

Si quería detener la cadena de desgracias que se avecinaba, ser cauto era un requisito indispensable. Tendría que eliminar sus propias huellas, y en esos días del año 3514, la tecnología no era una buena amiga si había cosas que ocultar. Cualquier mínimo movimiento quedaría reflejado en alguna base de datos, y eso daría a Dacio un hilo del que tirar para encontrarle. Debía buscar a los mejores aliados si quería huir, y había ahondado tanto en las mentes de Norak y Astridia que sabía cómo encontrarles. Hacía meses que se había encargado de no grabar esa información, por lo que la única copia de seguridad sobre ese paradero al que iba solo estaría en su cabeza.

El plan no tenía fisuras. Los informes quedarían perdidos, su destino y el de los sujetos de prueba sería desconocido. Solo él tendría acceso a esa ala del laboratorio durante la madrugada. Las cámaras no le grabarían porque destruiría su estilográfica ALZEN, que controlaba el sistema de seguridad del edificio. Utilizaría su propia nave para la huida, otro vehículo que por supuesto mandaría al desguace en cuanto llegaran a algún punto seguro. Dacio no conseguiría encontrarle.

Lo único que necesitaba era una manera de avisar a Mat para que él acudiera en su encuentro. Un mensaje privado a través de Clocktick era una alternativa penosa. Hacer trizas su intercomunicador también era un requisito necesario.

Entonces, sentado en el sillón de tapizado de charol del salón, se quedó mirando durante unos instantes al cuadro que tenía enfrente. Los padres de Mat se lo regalaron cuando hicieron su tercer aniversario de casados. Era un folio en blanco. Provenía de uno de los últimos robles de la península ibérica. Tras la promulgación de la Ley para la Conservación Forestal del 3153, estaba prohibido talar árboles para la producción de papel o productos similares. Solo se usaba con fines muy concretos, y su comercio se realizaba entre gente exquisita. Tener un trozo de papel estaba visto como algo excepcional, una pieza de arte.

Zoilo sintió que iba a lamentarse, pero dejó que su instinto le guiara. Abrió con cuidado el envoltorio de metacrilato que enmarcaba el papel y lo sacó. Utilizó su estilográfica y programó el modo de escritura digital. Eso solía usarse para escribir en el aire o en otras superficies como el metal o el plástico. Disminuyó un poco la presión de los trazos para que no rasgaran el papel, y escribió una nota para su marido.

«Querido Mat:

Existe una manera de frenar la corrupción de Krasnodario. Cualquier rumor que hayas oído sobre él, por descabellado que parezca, es cierto. Yo conozco todos sus secretos, pero él ha ignorado que yo tenía los míos. A partir de ahora soy un Confederado.

Si crees que los Primeros Confederados se acabaron, es mentira. Su revolución continúa. Lo he visto en las mentes de Norak y Astridia, mis sujetos de prueba.

Tú y yo llevamos más de doce años dando juntos cada paso. Este paso debemos darlo por separado porque si vienes conmigo ahora te expondrías demasiado. Reunéte conmigo en la Base Órgano. He escrito las coordenadas al pie de esta carta. Destruye este mensaje en cuanto lo leas.

Prometo compensarte cuando volvamos a vernos,

Zoilo».

Falan destruyó la estilográfica y se marchó de su apartamento sin hacer las maletas.

La nave estaba aparcada en la entrada trasera del edificio de Onyria. El motor se programó en el modo nocturno para emitir el menor ruido posible, por si acaso había algún segurata vigilando los alrededores.

Con la estilográfica ALZEN destruida, Zoilo tuvo que abrir las puertas manualmente. Introdujo la contraseña con rapidez en el monitor y abrió la primera puerta. Solo tenía que cruzar dos pasillos y bajar por las escaleras de emergencia, ya que el ascensor estaba apagado, para llegar a las habitaciones de los sujetos de prueba. Caminaba casi a tientas. La poca luz de la noche que entraba por los ventanales y las bombillitas cercanas al techo guiaban su camino. No llevaba ningún dispositivo encima que le sirviera de linterna, se fiaba tan poco de Dacio que creía que podría encontrar un modo de rastrearle incluso si llevara una tostadora consigo.

Las puertas de las habitaciones tenían una diminuta pantalla que indicaban el número de cada sujeto de prueba. Dacio solía escoger doce individuos para sus experimentos, pero desde el percance que ocurrió al perderlos a todos cuando trabajó con el Surbiro de Baggos, solo seleccionó a menos de nueve. Los cuatro primeros fueron descartados. Falan desconocía dónde estaban, aunque apostaba su sueldo a que estarían muertos. Lo mismo ocurrió con el sujeto 06, aunque nunca llegó a conocerle. Iba a entrar en el estudio pero denegaron la solicitud unas semanas antes de empezar. Sus habitaciones estaban vacías, pero igualmente preparadas por si llegaban a ocuparse algún día. Los únicos sujetos que se encontraban en esas instalaciones eran el 05, 07, 08 y 09.

Falan se acercó a otro monitor situado en el centro de la pared, marcó un código de diez dígitos y todas las puertas se abrieron a la vez. El sonido se escuchó demasiado. Debía darse prisa. Quizás algún vigilante lo habría oído.

Yafus fue el primero en asomarse.

—Doctor, ¿otra vez usted? Debería respetar un poco más el receso de Astridia y Norak.

—No estoy aquí para iniciar otro experimento —dijo con una voz certera, como si estuviera diciendo un discurso—. Habla más bajo, y despiértales a ambos.

—Estamos despiertos. ¿Crees que después de tantas siestas tengo ganas de dormir? Tengo los ojos más abiertos que un cocodrilo cazando —protestó Norak, apoyado en el marco de la puerta.

Tomkei se levantó, y en cuanto Astridia comprobó que su habitación estaba abierta, se lanzó a abrazarle como si hubiera sentido su presencia sin decir ni una palabra. Tenía el tiempo contado con él, apenas le permitían verlo unos minutos cada pocos días. Ella no lo sabía, pero Falan era el responsable de esos encuentros. Dacio habría preferido que esa madre ni siquiera hubiera visto crecer a su hijo.

—¿Qué ocurre...? —mencionó Tomkei.

Norak se quedó helado cuando le vio. Vivían pared con pared casi a diario, y en sus cuatro años de cautiverio solo le había visto en sueños o alguna vez cuando se cruzaban por los pasillos. Lo máximo que había podido conseguir Falan eran las reuniones de madre e hijo. A Norak le habían prohibido verle siquiera.

—Nos marchamos —dijo Falan con un nudo en la garganta.

—¿Qué? —gritó Norak, y en pocos segundos agarró a Zoilo por las solapas de su chaqueta para estampar su espalda contra la pared—. Aún no he recuperado del todo las fuerzas, pero te juro que no me harán falta muchas para estrangularte. ¿A dónde nos vas a llevar? ¿Vas a mandar que nos maten? ¿Estás mintiendo?

—Llevo mintiendo mucho tiempo, pero juro que a vosotros no.

—¿No te han dicho nunca que no se debe confiar en las promesas de un mentiroso?

—Las mentiras tienen un alto valor si se usan para salvar todo lo que amamos.

Pasaron varios segundos hasta que Norak decidió soltarle. Sus ojos pedían a gritos que Falan le diera una explicación.

—He estado pensando cómo podría hacer esto durante mucho tiempo. Cuando Dacio entró en la presidencia en el 3510, yo solo era un científico más por aquí, pero cuando me puso al frente de la investigación hace dos años supe que esto iba más allá de los humanos. Nuestra especie se caracteriza por cometer errores, no por la crueldad. Y nuestras vidas valen mucho más de lo que él cree. He visto la salida que necesita el mundo en vuestros sueños. En algún punto perdido del Pacífico están los Segundos Confederados... Siento que nos están esperando.

—¿Y qué propones? —preguntó Astridia con la voz temblorosa.

Se escuchó el lejano sonido de una compuerta que se abría, y después, un ruido intermitente. Un vigilante avanzaba hacia ellos a través del único pasillo que conducía a la salida.

—Viene alguien —murmuró Astridia y agarró a Tomkei con fuerza.

—No hay tiempo para más charla... —contestó Zoilo.

Tener un testigo de la huida no era buena idea, e intentar reducirle acabaría mal. Parecía que no tenían otra salida, pero Falan conocía cada recoveco de esas instalaciones. Había un conducto de ventilación sobre la puerta del sujeto 03.

—¡Por ahí! —Falan señaló al conducto—. ¡Rápido, vamos!

De inmediato, Norak apoyó su espalda en la pared y aupó a Tomkei. El chico abrió la tapa de metal del conducto y entró. Astridia fue la siguiente en subir, y Norak se quejó por el sobreesfuerzo de cargar su peso.

—Aparta, Norak. Tus músculos están fastidiados aún. Déjame a mí.

Falan se colocó en su lugar, e insistió a Yafus para que subiera. El Cuervo emitió unos sonidos de dolor cuando se metió por el conducto. La prótesis que llevaba en el fémur tras el disparo que recibió hace años era una herida rebelde.

Norak situó su pie entre las manos del doctor y repitió el movimiento.

—Debe haber una bifurcación del conducto unos metros más adelante. Da la vuelta por ahí y ayúdame a subir. Di a los demás que salgan por el desvío de la izquierda.

Sin decir más, Norak entró en el conducto. Se sintió afortunado de que su miedo fuera a volar y no a los espacios cerrados. Cualquier claustrofóbico se habría infartado ahí dentro. Tomkei era menudo y había avanzado sin problemas, al igual que Astridia. Yafus iba más despacio que los demás. El peso de su propio cuerpo sobre sus ancianas rodillas no ayudaba mucho. En cuanto siguieron la indicación de seguir a la izquierda, Norak fue hasta esa bifurcación que se dividía en cruz y dio la vuelta para avanzar de frente hacia la salida. Tendió la mano a Zoilo, y ese último movimiento castigó los músculos de su brazo. Pero solo bastó con esa pequeña ayuda para que él se agarrara al borde y se introdujera con agilidad en el angosto espacio.

—¿Y ahora qué? —farfulló Norak.

Estaban uno frente al otro. Desde su posición, Norak vio la luz que proyectaba la linterna móvil del vigilante. Pero no era una persona, sino un dron. Típico de Dacio.

—Ni se te ocurra moverte. —Falan habló sin voz—. Esos malditos cacharros de acero reforzado tienen sensores de movimiento. Tendría que haberlo previsto...

La luz de la cabeza del dron giró alrededor de la sala, despacio. Norak estaba quieto como una piedra. Unas pesadas gotas de sudor caían por su frente. Falan casi no respiraba. Sus hombros chocaban con el recubrimiento de metal del conducto. Por suerte aquel hueco era tan justo para ambos que parecían dos sardinas enlatadas.

Pasó medio minuto hasta que el dron volvió por donde había venido. Norak se movió de espaldas hasta la bifurcación y aprovechó el espacio extra para dejar que Falan pasara primero. Llegaron exhaustos al tramo final porque hacía un calor insoportable. Los demás esperaban abajo, escondidos tras unos matorrales de hojas falsas. Falan se dejó caer primero. Las plantas artificiales que había en el jardín amortiguaron su caída. Luego le siguió Norak.

Caminaron medio agachados hasta llegar a la nave, que no tardó en arrancar para dejar aquella pesadilla atrás. La pantalla situada sobre los mandos marcó un punto amarillo en el océano Pacífico. «Destino: Base Órgano», decía.

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