Capítulo 11: El heredero

Nota de la autora: ¡Hola a todos, mis confederados! Es importante que hayáis leído Disomnia antes de empezar este capítulo. Como siempre, si veis algunos términos raros o que no entendéis, podéis echar un ojo al Glosario del final del capítulo para aclarar las dudas. ¡Disfrutad de la lectura!

Johannesburgo, Sudáfrica.

Una ligera brisa elevaba la cortina del ventanal situado en el centro de la habitación. El viento tibio alcanzó a Reiseden, tumbado boca arriba y enredado entre las sábanas. La alarma había sonado varias veces pero estaba tan cansado que la apagó sin apenas ser consciente. Estaba sometido a un entrenamiento un tanto estricto que comprendía desde una dieta especial hasta una serie de ejercicios que realizaba durante horas. Ese era el precio que debía pagar si quería ser la cara de la victoria durante las próximas Olimpiadas Verticales. Aunque él era una de esas personas que estaba tan seguro de que iba a ganar que incluso celebraba sus logros antes de que se produjeran. La noche pasada organizó una fiesta en una villa privada cercana a un terreno restringido de la Bona Wutsa. El cansancio que le mantenía inmóvil sobre su colchón no se debía a su día a día como atleta, sino a esa juerga como el heredero del presidente.

Reiseden sabía demasiado bien lo que conllevaba su diversión. El establecimiento a rebosar de gente que deseaba codearse con él, las copas llenas de bebidas caras y el exceso de otras sustancias cuya riqueza se medía en gramos. Una velada de las suyas podría costarle miles de soles, pero esa sensación de poder manejar a todo el mundo a su antojo no tenía precio. Bastaba con dar la impresión que quería reflejar en cada persona que le interesaba. El futuro presidente, el atleta, el alma de la fiesta, el terrorista. No importaba qué faceta usara. No necesitaba la máscara del Líder REM para obtener el mismo efecto en la gente que consiguió hacía cuatro años. Podía tener lo que quería con o sin ella. Sabía que cualquiera iba a seguirle aunque le inspirara miedo u adoración.

La persona que dormía a su lado también le siguió desde la madrugada. Bastó con unas palabras, un baile y media copa de ese famoso vino azul.

—Tebin, ¿estás despierto? —preguntó Reiseden.

Tebin estaba tumbado boca abajo. Los marcados músculos de su brazo cubrían la mitad de su rostro, y su flequillo rubio tapaba el resto. Tan solo se podía ver su ojo cerrado y el atisbo de una pacífica expresión. La anchura de la cama obligó a Reiseden a moverse varias veces con torpeza para avisarle.

—Buenos días —susurró en su oído.

—Mmm..., serán buenos para ti —replicó Tebin con una risa débil—. La cabeza me va a estallar.

—Beber agua antes de dormir es el mejor remedio contra la resaca.

—No salir contigo es el mejor remedio contra la resaca.

—Hablas como si no lo hubieras pasado bien.

—Lo he pasado muy bien, Rei. Es solo que no todos podemos despertar como una rosa después de un fiestón así. Parece que has olvidado que no llevo un ritmo de vida como el tuyo, y que el salón, la cocina y el dormitorio de mi apartamento son más pequeños que esta habitación.

—No sabía que el tamaño de una casa influyera en tu capacidad de divertirte y ver la vida —ironizó Reiseden mientras se levantaba y se ponía una bata roja y de tela fina.

—El tamaño de una casa es directamente proporcional al dinero que tiene la persona que vive en ella. Ya sabes lo que se dice sobre la gente que tiene mucho dinero. Los ricos no suelen tener gustos baratos.

—Vaya, creí que eras un escritor en vez de un sociólogo. Aunque parece que es cierto lo que dices. Fuiste el autor del libro más vendido del año pasado, al fin y al cabo. Supongo que siento atracción por gente como tú porque arrastras mucha ambición contigo.

Reiseden se acercó al sillón que estaba frente al escritorio. Algunas prendas de Tebin estaban colocadas sobre el respaldo, y le dio su pantalón y la camisa. Admiró el libro que se encontraba en la superficie de cristal y abierto por la primera página. El propio autor lo había firmado para él hacía unas pocas horas. Sus letras estaban desordenadas por los efectos del alcohol que bebió de más. La dedicatoria decía: «Un futuro presidente debe saber cómo no comportarse». Parecían unas palabras acordes para la temática de su novela, Raza eliminada, que se convirtió en un éxito, pero ni siquiera vender su arte le haría amasar la misma fortuna que a él. Muchos decían que la realidad no podía superar a la ficción porque la imaginación no tenía límites, pero el joven Reiseden se compadecía de ellos. Los tipos como Tebin Ludelan conocían tan poco la realidad que les era imposible definir los límites de la raza humana. Esa era una de las frases que Tebin usaba para promocionar su historia. Hablaba de ella como algo original pero impensable al mismo tiempo, basado en esas dictaduras del pasado pero con ese toque de distopía que tanto conquistaba a sus lectores. El protagonista era un chico que se abría paso desde los suburbios de Nakuru, una importante urbe de Kenia, hasta codearse con los altos cargos del gobierno africano. El muchacho acabó como el presidente del mundo porque reinstauró la discriminación racial. Muchos compraron ese libro porque era como revivir el Holocausto en su época actual. Sabían que una figura como Adolf Hitler solo podría repetirse entre las páginas de una novela. Ignoraban que se habían creado figuras nuevas con otros nombres y que defendían ideales parecidos pero con un trasfondo tan radical y sucio como antaño. Esa descripción encajaba mucho con Reiseden Krasnodario, aunque nadie se daría cuenta de ese peligro hasta que se descubirera su masacre.

—Así que... estar a tu lado es como verme reflejado en un espejo —insinuó Reiseden con una sonrisa torcida.

—Debería tomarme eso como un cumplido.

—Y uno muy bueno, además... ¿Se te ocurre algo mejor que decirte que tienes una actitud similar al próximo presidente de este planeta?

—Hasta el protagonista de mi libro es menos narcisista que tú —bromeó Tebin.

—Podrías haberte inspirado en mí.

—Aún estoy a tiempo de escribir una autobiografía sobre ti. Creo que contar todo lo que pasó ayer me daría material para unos cuantos capítulos. Tendré que pensar en otro título diferente a Raza eliminada.

El mesías del universo. ¿Qué te parece?

Tebin soltó unas carcajadas de golpe, y dio a Reiseden un largo beso en los labios.

—Me gusta, Rei, pero... ¿es que el mundo no es suficiente para ti?

—Este mundo solo es el primer paso —indicó él, y se dirigió al extenso balcón de la sala para observar el alba—. Hay muchos mundos ahí fuera. Me estoy preparando para dar muchos pasos más. Me queda un largo camino por delante. El universo es infinito.

—La vida humana no lo es.

Reiseden se dio la vuelta con lentitud. Tebin observó su silueta alta y esbelta. Si le comparaba con el paisaje parecería demasiado pequeño, y pensó que el ser humano era tan insignificante como una partícula de polvo en el cosmos. Pero el efecto que producía, por diminuto que fuese, era como ver un potente foco de luz. Una estrella en la oscuridad que guiaría a la Tierra hacia el puerto más próspero, aunque esa luz se apagaría algún día. Eso creía Tebin, que la humanidad tenía un fin.

—Si la eternidad existe podemos hacerla parte de nosotros —concluyó Reiseden.

El escritor se quedó callado. Aún no era consciente de la amenaza que conllevaba aquel discurso.

—Pero dejemos a un lado los planes del futuro para ceñirnos al presente. Tengo una reunión esta tarde en uno de los laboratorios de mi padre.

—Entiendo... —susurró Tebin mientras se sentaba en una silla transparente de la terraza—. Esa investigación de ese tal doctor Falan está dando bastante de qué hablar.

—Para bien, espero.

—Todo lo que involucra al Partido Prospectivo siempre se habla para dar alabanzas. Se rumorea que esas imágenes mentales que está sacando la empresa Onyria podrían comercializarse en un futuro. No quiero imaginar cómo sería obtener una película a través de mentes como la tuya, Rei. Cambiarías la industria del cine.

—Será mejor que nadie sepa las cosas que sueño. También tengo muchas pesadillas, ¿sabes? —espetó Reiseden, y una sombra se extendió por sus ojos. Tebin no captó ese gesto, y él cambió de tema—: Hoy tengo un día ocupado. Tengo que desayunar, entrenar y prepararme para el viaje. ¿Te apetece comer algo?

—Cómo no.

Reiseden avisó al servicio. Tres sirvientes avanzaron en fila de manera ordenada, y realizaron una serie de movimientos con sincronía. Una de ellos, ataviada con un traje de chaqueta más formal, colocó un mantel blanco en la mesa, y la tela quedó colocada sin una arruga. Otro puso los platos y los cubiertos de forma milimétrica, y dobló una servilleta con una figura extravagante. La persona restante, que llevaba un delantal negro, se encargó de llevar una bandeja consigo con la comida preparada. El artilugio, uno de los últimos modelos en hostelería, tenía unos pequeños propulsores debajo que permitía ceder el plato a los comensales para servir su ración y mantenía el contenido caliente o frío según la receta.

Tebin se relamió los labios con disimulo cuando reparó en el amplio surtido que tenía ese desayuno. El suyo solía resumirse a un café, alguna tostada o un pastelillo de cereales.

La señora del delantal negro y el camarero se marcharon, y la muchacha que faltaba se dirigió a Reiseden antes de irse con sus compañeros:

—Señor Krasnodario, la vicepresidenta Fiya Estilia ha dejado un mensaje para usted. Está en el buzón de mensajería urgente de su intercomunicador personal. Me ha insistido en que se lo recuerde antes de que se marche. Tiene que ver con su reunión de esta tarde.

—Gracias, señorita Bosara.

—Espero que disfruten de su desayuno, señor.

Reiseden asintió con la cabeza y se mantuvo en silencio, a la espera de que volvieran a estar en solitario para retomar la conversación.

—Rei, ¿no vas a escuchar ese mensaje?

—Lo haré más tarde. Tengo que estar solo, si no te importa.

Tebin bajó la mirada y se retorció en su asiento. Miró los platos que tenía enfrente, ese variado menú con algunas recetas africanas cuyo sabor desconocía. A pesar de contar con la posibilidad de escoger el plato que quisiera, se limitó a tomar un café y un cuenco de cereales al igual que cada mañana en su apartamento. De algún modo sabía que nunca podría probar esos nuevos sabores desde su posición social, al igual que nunca podría saber el contenido del mensaje que envió la vicepresidenta. Se había sentido alguien importante desde anoche. Creyó que estar con Reiseden en privado le había transformado en algo más. Pero no era nadie. Tan solo el mismo autor que vivía en un apartamento que tenía tantos metros como aquel lujoso dormitorio.

Ambos tomaron su desayuno en silencio. Reiseden observaba las noticias y otros mensajes de menos importancia en su intercomunicador, apenas atendía a la presencia de su acompañante. Tebin, sin embargo, con el buzón de su dispositivo vacío, miró con atención cada movimiento que realizaba Reiseden. La elegancia con la que asía su taza con una infusión de olor a hierbas frescas, la clase que desprendía aun estando con el pelo revuelto y una bata. Sin decir mucho más, el servicio volvió a entrar al balcón para limpiar la mesa cuando terminaron.

—Señorita Bosara, me gustaría que avisara a nuestro chófer para que lleven al señor Ludelan a donde desee.

—Gracias... —intervino Tebin con una sonrisa débil.

—Es hora de despedirse. —Reiseden se acercó a él como si fuera a besarle.

Tebin retrocedió con vergüenza. No quería que los sirvientes vieran esa muestra de afecto que podrían vender a cualquier revista rosa. Reiseden se rio, y chasqueó los dedos. Esas tres personas se quedaron congeladas como estatuas. Aprovechó la confusión de Tebin para estrellar un último beso sobre sus labios. Cuando volvió a realizar ese pequeño chasquido, ellos abandonaron esa pausa inmóvil para volver a sus tareas. La señorita Bosara acompañó al escritor a la salida de la habitación, quien creyó en vano que ese encuentro le serviría para conocer más a su próximo presidente. Pero solo sirvió para que tuviera más preguntas sobre él. La única certeza que descubrió fue que esa mujer que le acompañaba tenía la sangre de hierro.

Pensó que Reiseden podría estar en lo cierto sobre la eternidad de los humanos. Si una persona se convertía en un robot podría durar para siempre.

Ciudad de Krasnodar, Rusia.

Sede secreta de la empresa Onyria.

La sala de Proyección Onírica estaba rodeada de pantallas con imágenes poco nítidas y hologramas con la forma de un cerebro. Unas pocas luces formaban pequeños destellos para indicar la actividad cerebral durante el sueño de los sujetos de prueba. Reiseden había estudiado sus ficheros clasificados antes de realizar esa visita a esos laboratorios de su padre. Llevaba dos años esperando para ver ese experimento con sus propios ojos. Tras haber leído esos gruesos manuales sobre los estudios del sueño que habían escrito los jefes de la empresa Onyria, podía decir que estaba preparado para entender y participar en sus actividades. El doctor Zoilo Falan, que lideraba el Proyecto Hipersomnia, estaba especialmente nervioso en esos momentos. Había pasado más de catorce meses entregado a su proyecto científico y preparando la capacidad mental del sujeto 09 para llegar a uno de los puntos más cruciales de su investigación. Se trataba del Experimento 540.

—Doctor Falan, ha pasado mucho tiempo.

—Eso parece, Reiseden. —Algunos trabajadores se estremecieron al comprobar que su jefe se había atrevido a tutearle—. Espero que en estos dos años tanto tú como yo hayamos podido avanzar en nuestros proyectos.

—No sabe cuánto... —masculló el joven de forma respetuosa—. Aunque tendrá que esperar un poco más para ver mis resultados.

—Dicen que lo bueno se hace esperar. Mi proyecto se ha hecho esperar dos años. Espero que el resultado sea de tu agrado y que esos millones de soles invertidos en mi departamento no hayan sido en vano. He de decirte que este experimento no me parece ético. Estuve en su contra desde que se promulgó la idea, pero tu padre ha insistido tanto para que compartamos los avances en la Humexpo...

—Lo sé, doctor. No se apure. Pero no intente hacerme creer que es una persona con empatía y bondad. Si ha seguido a mi padre, significa que ha dejado eso a un lado para avanzar en la ciencia. En eso nos basamos. Por eso hemos indagado en esas mentes hasta alcanzar el punto para introducir el Trauma Rojo.

Zoilo tragó saliva, e hizo un gesto a uno de sus colegas para que el equipo se fuera de la sala. Anduvo hasta el monitor central. Su rostro enjuto se reflejó en la pantalla apagada. Puso una de sus manos sobre su barbilla. Tenía la barba puntiaguda con el mismo pelo negro con unos detalles grises que adornaba su cabeza. Introdujo una larga contraseña para activar un archivo cifrado que pertenecía al sujeto 09. Incluso bajó la mirada cuando vio a un demacrado Norak Ryder con una camisa de fuerza en el vídeo. A veces no podía creer que su trabajo como científico conllevara tanta crueldad.

—Estas imágenes pertenecen al sujeto 09. Realizamos varias entrevistas antes de los experimentos sobre sus recuerdos, ya fueran memorias felices, tristes o traumáticas. Esta información en concreto se clasificó para el punto que conocemos como Trauma Rojo. El sujeto se hizo incluso un tatuaje tras vivir ese recuerdo en su día. Hemos reconstruido algunos archivos de memoria para inducirlos en su cerebro. La sinapsis acelerada hará el resto del proceso y podremos proyectar la imagen para ver uno de los momentos más traumáticos de su vida sin riesgo de alteraciones en su sistema nervioso.

—Imagino que ya habrán preparado su cerebro para este impacto, doctor.

—Mediante los experimentos anteriores... —agregó Zoilo—. No olvides que este punto de la investigación sigue siendo crucial aunque estemos preparados. Sabes mejor que nadie que el cerebro humano es impredecible.

—Lo sé. La humanidad conlleva muchas imperfecciones, pero la ciencia es perfecta. Por eso estamos aquí. Sabe que este proyecto es una mínima parte del plan que mi padre está llevando a cabo para presentar en la Humexpo. Construiremos un sistema nervioso programado hasta su último átomo, perfecto e infalible como una máquina nueva.

El doctor conoció esa idea desde una cena que tuvo con el matrimonio Krasnodario y su hijo en el Sol de Esperanza, uno de los mejores restaurantes del mundo situado en Ciudad del Cabo, al sur de África. Pretendían hacer que el Derecho de Tecnotanasia fuera público. Cualquiera podría convertirse en un robot si deseaba vivir para siempre y con un funcionamiento que rozara lo idílico. Él estaba en desacuerdo porque eso significaba dejar a un lado la mayor esencia de la humanidad. A la vez, comprendía que debían alcanzar ese objetivo para estar al mismo nivel de las especies más avanzadas de la Comisión Galáctica que pronto les harían una visita.

—Doctor Falan. —La voz de Reiseden le hizo reaccionar—. He visto el resumen que el equipo de Onyria me envió sobre los experimentos anteriores. Parece ser que los últimos recuerdos del sujeto 09 fueron los inicios de la Cruz Cuervo.

Zoilo asintió. Estaba a punto de llorar pero reprimió sus lágrimas. Reiseden sonrió, y a diferencia del doctor, sus ojos brillaron con una macabra expectación por contemplar esa vivencia que formaría la conocida Cruz Cuervo, una organización sanitaria que se encargaba de prestar su atención a las Zonas Hypo más peligrosas del planeta. Ignoró el dolor que debería soportar el sujeto 09 para proyectar esas imágenes de su mente. Todo el sufrimiento que había soportado durante más de quinientos experimientos y cuatro años había sentado las bases para llegar a ese momento.

—La secuencia del Trauma Rojo está iniciada —avisó el doctor.

Soles: Moneda internacional que utilizan los planetas que forman parte del Sistema Solar y están afiliados a la Comisión Galáctica, en este caso son la Tierra y Plutón. Esta moneda lleva en vigor desde las primeras elecciones por la presidencia mundial, desde el año 3500.

Trauma Rojo: Recuerdo catalogado como un trauma grave para los sujetos de prueba en hipersomnia. Podría provocar un coma o un infarto cerebral por el impacto que puede producir en la persona que lo revive si no se toman las debidas precauciones.

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