Capítulo 10: Padres perdidos
Ciudad de Krasnodar, Rusia.
Sede secreta de la empresa Onyria.
Experimento número 539 (Continuación). Procedemos a continuar la transmisión del mismo recuerdo para realizar una reevaluación de los niveles de empatía y confianza del sujeto 08.
Doscientas y cinco horas dormidos.
Norak Ryder se acomodó en su nueva cama. El colchón era demasiado duro, y la tela de las sábanas tenía un desagradable tacto áspero. Esperaba tener que estar ahí tumbado lo menos posible. Prefería estar dando tumbos entre los enfermos, de aquí para allá con mascarillas y su bandeja de medicación, a permanecer ahí boca arriba, mirando al techo resquebrajado. Las grietas de la estructura le recordaban que estaba tan rota como su corazón. Las personas que se fueron de su vida habían rasgado distintas paredes de su alma. Klenn y Cora, su padre y su madre, dejaron un daño en su interior que podía compararse más con un vacío irremplazable. Él no había conseguido paliar ese dolor que le perseguía día tras día, esa culpa que le aplastaba al saber que no pudo llegar a despedirse. Sobre todo, al caer en la cuenta de que las mayores cosas de su vida le habían abandonado sin previo aviso. Así ocurrió con sus padres, al igual que con Astride. La única diferencia de la pérdida de ambas cosas fue el azar. El motivo de la muerte de Klenn y Cora fue un accidente de avión, pero la causa de que Astride se fuera... fue él mismo.
Algunas elecciones que hacemos pueden llevarnos a la ruina.
—Norak. —Una voz dulce interrumpió su letargo—. Levántate, tenemos que pasar la ronda nocturna. Avisaré a Kurtis y a Dumös para que nos acompañen.
El enfermero se levantó para encarar el rostro amable de su compañera, Gorgo Turión. Había trabajado como doctora desde que acabó la facultad, y sobrevivió a interminables guardias como intensivista en uno de los hospitales más saturados de Sudáfrica. Era más que apta para este puesto, aunque su aspecto era contradictorio. Parecía más bien una víctima de la moda que una renombrada médica. Llevaba un peinado que casi se podía comparar al de Norak, aunque tenía la cresta negra revuelta y apuntando hacia su frente, y uno de los laterales de su cabeza estaba rapado. Justo en ese lado, sobresalía un pendiente de color chillón y con forma triangular que colgaba de su oreja, casi rozando su hombro. Un complemento extravagante, pero con la fama de ser el último grito en Johanessburgo.
Norak frotó sus puños sobre sus pesados párpados.
—De acuerdo, pero antes deberíamos informar a los sindicalistas antiguos —contestó él.
—Sí —afirmó Gorgo—. Ve tú mientras yo busco a los demás.
Norak se fijó en el tatuaje que tenía ella en el centro de la espalda. Era la silueta de un casco griego, parecía el de un capitán espartano. En menos de unos segundos, el bonito dibujo dejó de estar visible en cuanto la médica se puso la chaqueta reglamentaria.
Gorgo se dio la vuelta, y comprobó que su compañero la observaba con un gesto dubitativo. Ella intuyó que se había fijado en la tinta que firmaba su piel. Y antes de que él le preguntara por su significado, ya que sabía que Norak era bastante curioso, ella se adelantó.
—Te has fijado, ¿eh?
—No he podido evitarlo.
Ella se rio, ladeando la cabeza. Cuando estaba de perfil, en su cara destacaba una nariz respingona, y unas esculpidas mejillas.
—¿Te suena la batalla de las Termópilas? —murmuró ella.
—Vas a tener que refrescarme la memoria...
—Pues esa dónde un puñado de espartanos se enfrentaban con un ejército de persas que les multiplicaban en número, ¿sabes? El rey de Esparta entonces era Leónidas, y su esposa se llamaba Gorgo.
—Vaya, vaya... ¿y de quién fue la idea de llamarte como la mujer de un rey griego?
—De mi madre. Ella es griega —respondió, nostálgica—. Me hice el tatuaje cuando cumplí dieciséis años. Fuimos de viaje a Creta, su ciudad natal. Así llevo un trozo de Grecia siempre conmigo.
—Menuda historia, me encanta. Podrías escribir tu propia tragedia griega. Gorgo contra un montón de refugiados rusos —bromeó Norak.
—Espero que no se parezca a la de Leónidas porque él acababa muerto, así que más vale que volvamos al curro para que esto no sea una tragedia griega de verdad. —Ella continuó la broma.
—Por supuesto, mi reina.
Gorgo le dedicó a su colega una sonrisa torcida.
Ambos pensaron en llamar a la puerta de la habitación próxima a la suya para avisar a los otros sindicalistas, pero al final, ni siquiera hizo falta. En cuanto el reloj digital de la pantalla de la pared marcó las 00:00, se escuchó el deslizante sonido de la puerta corredera contigua a su estancia. Esperaban la entrada inminente de los tres sindicalistas que faltaban, pero solo vieron a uno. Entró en su habitación conforme bostezaba, y sus ojos rasgados apenas se veían en ese rostro cansado, con unos reveladores rasgos asiáticos. Acto seguido, comprobaron que alguien más salió de la habitación como una bala, cruzando el pasillo hacia la sala común, sin ni siquiera seguir a su compañero. La misteriosa persona no advirtió nada más allá de su sola presencia.
—Así que vosotros sois los nuevos. Os doy la bienvenida, ya hacían falta unas cuantas manos más por aquí. —El hombre se presentó dando un formal apretón de manos a Norak y Gorgo—. Me llamo Hatankka-Li, soy el enfermero.
—Norak Ryder, enfermero también.
—Yo soy Gorgo Turión, la intensivista.
—Un placer —afirmó Hatankka.
Segundos después de la breve presentación, entraron en la sala unos pocos miembros del cuerpo de seguridad. Entre ellos estaba Dumös, Kurtis y una mujer desconocida más.
—Ya veo que os estáis conociendo —dijo la señora—. Yo llevo un rato charlando con Dumös y Kurtis, y estoy encantada con ellos. Creo que haréis una gran labor aquí. Estoy ansiosa por seguir trabajando con más gente así de preparada... —La mujer hizo un ademán mientras les mostraba una sincera expresión de felicidad—. Por cierto, podéis llamarme Nini.
Todos intercambiaron sus nombres para presentarse unos con otros. Había una agradable sensación en el ambiente. Era alivio por parte de los sindicalistas antiguos. Por fin, después de tantos años, les llegó su turno para descansar.
—Oye, os advierto... Que no os confunda el adorable nombre de esta mujer. —Hatankka se refirió a Nini—. Puede parecer alguien entrañable, pero como guardaespaldas es una auténtica fiera. Si os estáis preguntando cómo hemos seguido vivos aquí después de varios años, sin duda es por ella. Podría reducir a cualquier ruso con un brote psicótico en un pestañeo.
—Sí, sí... Me ha tocado ser la leona en una jauría de zorros.
Nini tenía una cicatriz que cubría casi toda su cara, desde su mejilla hasta la parte más inferior de la barbilla, incluso atravesaba sus labios. Era imposible no fijarse. A día de hoy, tener una marca como esa era algo rarísimo. Tuvo que hacérsela durante estos años de servicio, si le llega a ocurrir en cualquier otro lugar que no fuera este infierno, sin duda la empresa habría cubierto los gastos estéticos.
—Pero vosotros tenéis más pinta de leones, ¿verdad? —habló Nini con Kurtis y Dumös—. Ah... —Suspiró—. ¡Lo que yo habría dado para que alguien me echara una mano aquí! Este equipo trae más guardaespaldas que el nuestro cuando vino... Eso es una suerte, os vais a evitar muchos sustos si estáis bien preparados.
—A ti no te ha hecho falta nadie, Nini... Aquí todos sabemos que tú vales por unos cuantos —bromeó Hatankka.
—Venga, viejo zorro, vayamos a la sala común. Seguro que el jefe ya estará allí para cantarle las cuarenta al encargado de este nuevo grupo —dijo Nini mientras le daba unos amistosos toques en el hombro a Hatankka.
—El jefe tiene que estar bastante cabreado —contestó él.
—A Hanro le espera una buena... —murmuró Dumös.
Norak dedujo que ninguno de esos dos tenía la pinta de entrar en el perfil del Cuervo. Tal vez, Nini y su siniestra cicatriz le hicieran guardar una pequeña similitud con la turbia frase que contaba el refugiado, pero Norak pensaba que sus intenciones eran buenas. Imaginó que una persona apodada así por el refrán de «cría cuervos y te sacarán los ojos», no sería alguien precisamente agradable.
El enfermero esperó a que todos avanzaran un poco para hablar con Gorgo a solas.
—¿Ese jefe del que hablan es el que ha cruzado el pasillo como un rayo sin saludarnos antes?
—Tiene toda la pinta de que sí.
Gorgo y Norak intercambiaron una mirada telepática. ¿Es que les iba a tocar trabajar con un loco? Y si así lo era, ¿cómo habían aguantado sus otros dos compañeros vivir con él durante estos años? Pero preguntarse cosas así era contradictorio. El tipo no podía ser tan malo si esos niños refugiados que encontraron antes de venir imploraban su nombre para pedir ayuda.
Pero terminó el tiempo de la intriga para dar comienzo al momento de la realidad. Ambos se incorporaron al grupo, y se abrió un espacio de breves conversaciones entre los antiguos sindicalistas y los recién llegados. Pero sin duda, un diálogo destacaba sobre los demás por el tono acalorado con el que se intercambiaban las palabras.
—Creo que no deberías decirme cómo tengo que gestionar a mis sindicalistas —decía Hanro Vlaj mientras hacía un gesto tajante con su mano.
Parecía que Hanro iba a expulsar unos rayos láser de sus ojos rojos. Usaba lentes de contacto de Aigle-Garrè, era una marca francesa de lentillas especializada en ofrecer una visión ampliada y detallada de todo lo que sucedía a su alrededor. Para un piloto como él, era toda una ventaja.
Sin embargo, la persona con la que mantenía esa conversación no se rebajaba lo más mínimo. Si Hanro iba a disparar rayos láser, este señor estaba preparado con una artillería el doble de pesada.
—¿Cómo? ¿Acaso crees que no debo decírtelo? —contestó el hombre, su voz era gutural, como si sus palabras rasparan su garganta—. Primero, déjame preguntarte quién de tus superiores ha sido tan memo como para nombrar Sindicalista Superior Jefe a un piloto. ¿Qué vas a aportar tú? ¿Acaso sabes cómo curar una úlcera pulmonar a un niño de seis años por respirar este maldito aire? Pero claro, la funcionalidad importa poco. Perdóname por ser tan estúpido. Es lógico que los malnacidos de tus superiores te nombraran a ti como máximo responsable. Porque si la cosa se pone igual de fea que la última vez que fuimos más de tres personas aquí, tú puedes dar la orden de retirada. Tú puedes poner en marcha la nave, y tú puedes largarte de aquí arrastrando a todos los cobardes que quieran dejar morir a toda esta pobre gente.
—Te has respondido tú solo. No me importa en absoluto que tú tuvieras ese puesto antes que yo. Pero ahora las cosas han cambiado, y tú no llevas esta chapa. —Hanro señaló una reluciente placa de metal con forma de rombo, que llevaba en la zona pectoral de su chaqueta, dónde se leía el grabado de «Sindicalista Superior Jefe»—. Así que tendrás que acatar mis órdenes. Y te ordeno que te guardes tus batallitas pasadas, te centres en el trabajo, y pases la ronda nocturna con tus nuevos compañeros. No estás aquí para darme lecciones.
—¿De veras tienes los huevos para decirme que no tengo que darte lecciones? ¡Hemos sido tres personas todos estos años! ¿¡Acaso crees que necesito que un piloto me dé órdenes!? ¡Fue un piloto el que nos dejó tirados la última vez!
El Cuervo apretó los puños, quizá se le había pasado a la cabeza recurrir a la violencia con Hanro Vlaj. Más de una vez. Podía ser capaz de hacerle mucho daño, lo sabía. Ya lo había hecho antes. La única diferencia por esta vez era su edad. Los años le habían vuelto menos impulsivo pero más sabio. Aunque el hecho de ser impulsivo no era un sinónimo de tonto, solo que su experiencia le enseñó que arriesgando no siempre se gana. Era una realidad que las cosas que no están previstas tienden a salir mal. Y un día como hoy, no entraba en su agenda darle una paliza al que podría ser su sustituto. De todas maneras, él pensaba que era mucho más valioso que aquel piloto condecorado. Los años que había pasado encerrado en este refugio transcurrieron como décadas para él, le habían dado muchas historias que contar y lecciones que enseñar, aunque un tipejo arrogante como Vlaj se negara a oírlas. Su vida podía dar la ilusión de que se detuvo desde que quedó atrapado aquí para ayudar a centenares de rusos. Sin embargo, el tiempo avanzó, y causó mella en él. Su cabello se volvió gris, y las pocas canas de su barba puntiaguda se multiplicaron por cada hora que pasaba salvando vidas mientras perdía la suya. Podía tener el aspecto de un viejo cascarrabias, o de un señor cansado que pedía una jubilación en un silencioso grito. Tenía la pinta de alguien con un pasado igual de oscuro que su mirada gris y pétrea. Aunque no entrara en la descripción de héroe, lo era por ser alguien que se había sacrificado por una causa perdida. A pesar de no tener un carácter agradable, no llevar un uniforme reluciente, o de pasearse por ahí sin un cuerpo tan musculoso como el de Hanro, era mucho más héroe que él.
—¡Suficiente! —gritó Hanro—. Vuelve a tu puesto, y organiza la ronda nocturna...
—Voy a agachar la cabeza por esta vez porque al contrario que tú, soy un profesional. Y me importa esta gente. Así que organizaré la ronda nocturna. Lo único que pido es que me dejes independencia a la hora de decidir las cosas que conciernen al equipo médico, porque no conoces este campo, y hay personas en juego. No quiero errores.
—Tienes mi permiso —aprobó Hanro en un tono menos agresivo.
El Cuervo asintió, sin dejar de fruncir el ceño. Unas cuantas arrugas dibujaban olas en su frente, y líneas en el rabillo de sus ojos. La sola imagen de su expresión, severa y con esos rígidos contornos, era intimidante.
—Una sola advertencia, Vlaj...
—Tienes toda mi atención.
—Si veo un indicio en ti de que has aceptado esta misión para volver, y que te pongan una medallita, estate preparado. La gente habla, ¿sabes? Ya te enterarás mediante los refugiados por qué me dicen el Cuervo, pero si eres un hipócrita que está aquí solo por los méritos... lo descubrirás porque te lo haré saber yo.
—Sigue por ese camino, y te aseguro que te ataré en un misil para mandarte derecho al hogar del jubilado —amenazó Hanro con el dedo índice en alto.
El Cuervo se rio a carcajada limpia.
—¡Me necesitas en este refugio! No sabes cuánto me necesitas —exclamó de forma sarcástica.
Hanro Vlaj se remojó los labios, preparado para volver a atacarle. Pero se calló. Descubrió que su rival era incansable, a pesar de casi doblarle la edad.
—Equipo de seguridad, conmigo. Repasaremos vuestras posiciones durante la ronda nocturna —ordenó Hanro.
El piloto sabía que le sería imposible quedar por encima del Cuervo, aunque por derecho, él tuviera el título oficial de jefe.
—Faith, te quedas aquí para supervisar al equipo médico —terminó Hanro—. No te pienso quitar los ojos de encima, Cuervo.
—Eso espero. Así vas a ver lo bien que hago mi trabajo.
El piloto abandonó la sala junto al cuerpo de seguridad. Los demás se quedaron alrededor de aquel señor, algunos de pie y otros sentados, pero todos igual de petrificados.
El hombre, muy tranquilo, fue a la encimera de la cocina y llenó un vaso con dos partes de agua, y echó una pastilla de leche efervescente en él. La discusión le había dejado sediento, pero también satisfecho. Bebió un buen sorbo de leche que mojó de blanco su bigote gris, hasta que se formó un degradado de ambos colores sobre una sonrisa sucia. De seguido, frotó su mano sobre su boca para secar los restos de su bebida.
—Soy partidario de que cada uno tiene que tener su sitio. Si pensáis lo mismo que yo, nos llevaremos bien. —El Cuervo soltó una carcajada mientras movía el vaso, y la leche restante danzaba en su interior—. Si no, pues nos llevaremos así...
Tiró el vaso contra el suelo hasta que quedó hecho añicos. La leche formó un charco blanco en la superficie.
—Podríamos terminar a golpes si nos llevamos mal, ¿me explico?
El hombre captó la absoluta atención de todos los presentes, hasta el aire que se respiraba parecía llevar escrito su nombre.
—Me llamo Yafus Hulén, soy médico especializado en Hypoxología. Ah, y alias el Cuervo.
Silencio.
—Estoy encantado de conoceros —añadió, amable—. Espero que el sentimiento sea mutuo.
Nadie dijo nada.
—Respecto a la ronda nocturna... Pues estoy bastante seguro de que os han preparado bien para saber qué hacer. He leído informes sobre vosotros, y sois unas auténticas máquinas. Así que será un placer que compartamos este trabajo.
—¿Entonces no hay nada que repasar? —Qeri fue la única que se atrevió a cruzar palabras con él.
—Tú eres... la enfermera Qeri Navas, ¿cierto? Me estudié vuestros nombres antes de que vinierais.
—No le falla la memoria, señor.
—Verás, Qeri, le he pedido a ese muermo de Vlaj que se largara porque no me gusta su manera de actuar. Eso de que iba a explicaros cómo trabajar era una excusa. Sé que estáis preparados de sobra. Así tenemos unos minutos para conocernos antes de volver ahí fuera con ese imbécil al que tenéis por jefe.
Qeri asintió, y se le escapó una risa nerviosa. Yafus no tenía pelos en la lengua.
—Si alguien tiene alguna duda antes de empezar... —indicó Yafus.
Faith levantó la mano como una colegiala.
—No es una duda, es un consejo —murmuró la copiloto.
—¿Acaso tengo cara de aceptar consejos? A ver si acabo contigo igual que con Vlaj.
—Eso me da igual. Me va a escuchar igualmente. —Faith se enfrentó—. Solo le digo que le dé una oportunidad a Hanro. Está sometido a mucha presión. No le conoce, pero nosotros sí. Nadie ha saltado a defenderle por respeto a que usted es una eminencia. Pero ahora no pienso callarme. Y estoy segura de que él sería capaz de darle su placa de Sindicalista Superior Jefe en menos de una semana. Esto no se trata de ganar medallas, sino de ganar vidas.
—Él se va a tener que ganar esa oportunidad. No me vale que vengas tú en su lugar a conseguir mi confianza. Así que ya veremos. Depende de él.
—Pienso que también depende de usted, pero bueno. No voy a intentar hacerle entrar en razón. Visto lo visto es imposible. Así que si no hay nada más que decir, por mí podéis empezar ya la ronda nocturna —argumentó Faith.
—En marcha —ordenó Yafus.
Todos le siguieron, y tras salir al área vulnerable del refugio, se incorporó el cuerpo de seguridad con ellos. Faith y Hanro se quedaron en la sala común del área operativa. El piloto pensó que lo más sensato para ganarse la confianza de Yafus era confiar en él, y el mejor camino era dejar que hiciera su trabajo a su aire. Aunque tendría más gente de la que acostumbraba para atender a los pacientes. Pero todos estaban tan preparados como él, y además, contaban con cinco escoltas. Era impensable no sentirse a salvo.
Al principio, Yafus se codeaba solo con los médicos. Beres y Gorgo le acompañaron mientras reconocían a los pacientes por orden de prioridad. Primero, los niños. Después, iban las embarazadas y mujeres en edad fértil. Por último, el resto de refugiados en edad adulta y avanzada. Los enfermeros se encargaban en primer lugar de la fila de los no-neumo, ya que la labor que se hacía con ellos era de cuidados paliativos. Había poca esperanza de vida para enfermos tan graves, excepto algunos que tenían la suerte de vivir un milagro. Luego, repartían la medicación en el mismo orden que los doctores reconocían a sus pacientes.
Norak vio que Yafus pasaba por las camas en las que estaban ingresados los dos niños que rescataron en la entrada del refugio. Se acercó después de decírselo a sus compañeros, ya que le interesaba bastante el caso. Kurtis también le acompañó.
—Señor Hulén, ¿le importa si me quedo con usted? Estos niños me interesan bastante. Encontramos al chico en la entrada del refugio. Estaba inconsciente —dijo Norak.
—Y yo encontré a la niña. Creemos que los críos son hermanos —completó Beres.
—No hay problema. De hecho, iba a avisar a alguno de los enfermeros porque este niño está deshidratado. Necesito que le cojas una vía venosa, de buen calibre si puedes —mencionó Yafus mientras miraba fijamente a Norak—. Ahora no recuerdo tu apellido... Pero tu nombre es Norak, ¿cierto?
—Sí, señor —contestó el enfermero.
—Bien. Pues al lío, muchacho.
Norak canalizó la vía al primer intento en la muñeca del pequeño. Colocó en ella un gotero de suero fisiológico.
—Esto no me gusta... —afirmó Yafus al ver el brazo del chico, y las características heridas que había en él—. Acompañadme un momento.
Yafus y los demás se apartaron para hablar en privado. El médico carraspeó su garganta con incomodidad para preparar su explicación. No sería algo agradable de escuchar.
—Creo que sois conscientes de las condiciones que hay aquí. Muchas veces los refugios no dan abasto, y hay familias que viven desperdigadas en asentamientos externos sin supervisión médica. Imagino que estos chicos pertenecen a uno de estos sitios que os digo. No llevamos una lista de la localización exacta de los asentamientos porque suelen cambiar... Son como nómadas. Pero puede haberlos en todas partes, tanto a unos metros de aquí como a varios kilómetros. —Yafus respiró hondo—. Me encantaría poder salir ahí fuera para salvarlos a todos, pero la ley nos lo prohíbe. Ellos son los que tienen que acudir al refugio. Estos chicos han tenido suerte porque tenemos camas libres, pero hay ocasiones en las que esto está a rebosar. Y tenemos que cerrarles las puertas por aforo completo.
—Es inhumano... —bramó Beres, sin aliento.
—Deduzco que el asentamiento en el que vivían estos chicos estaba a unos días de camino. Su familia estará muerta, o ilocalizable. Así que no se puede hacer nada. Imagino que les dijeron que se llevaran la poca comida que tenían, e intentaran llegar al refugio más próximo... Pero son niños. No saben racionar las cantidades de alimento, y tampoco contaban con una buena salud de base al respirar tanto aire tóxico sin mascarillas aislantes. Así que... —Yafus bajó la voz aún más—. Es posible que el chico le dijera a su hermana que comiera carne de su brazo para que no muriera de hambre. Ambos están bastante afectados por el síndrome de Hypox, pero creo que tienen expectativas. Lo principal es una buena dieta, agua enriquecida, el tratamiento médico tres veces al día pero sin descartar que introduzcamos algún fármaco de rescate. ¡Y esto es importante! Asignaremos una botella de oxígeno a cada uno por día. Llevarán gafas nasales hasta que su saturación de oxígeno mejore.
—Bien —aprobó Beres—. Nos queda mucho trabajo por delante.
—Esto es el pan de cada día —respondió Yafus—. Y Norak, encárgate de curar la herida del brazo de ese chico. Tiene un aspecto ulceroso que no me gusta nada. No quiero tener que amputarle.
—Por supuesto, señor Hulén. Pero supongo que en cuanto lleve unos días con el oxígeno y las gafas nasales mejorará. La causa de esa úlcera es el síndrome. Es una señal de alarma de que está avanzado por haber afectado al aporte de oxígeno de los tejidos. Era de esperar que la herida se necrosara. Al menos lo hemos pillado a tiempo.
—Muy listo —habló Yafus con aprobación.
El resto del cuerpo médico y de seguridad continuó con la ronda nocturna hasta acabar exhaustos. Esa noche, Norak se ofreció voluntario para hacer guardia en el cuarto de medicación. Yafus quedó impresionado con el trabajo del enfermero, así que no pudo evitar ofrecerse para hacerle compañía, y conocerle mejor. Kurtis también se unió al dúo por si la cosa se ponía fea durante la solitaria madrugada.
Pusieron un holograma en el centro de la salita con la forma de una llama. Parecía la típica hoguera que se encendía durante una noche de campamento. Solo faltaba el cielo estrellado, la brisa veraniega y una guitarra para que el momento fuera perfecto. La idea de montar ese tinglado fue de Yafus. Era una forma más llevadera de pasar la noche, así lo decía él. Su toque final era un dispositivo plegable, que a simple vista parecía una navaja de plástico negro, pero al soplar sobre ella, se convertía en el holograma de una harmónica.
—Compré esto hace unos diez años... Es una armónica holográfica de Honner. La uso cada noche que tengo guardia. A muchos refugiados les ayuda oír la música cuando van a dormir —explicó Yafus.
Kurtis y Norak empezaron a reírse a la vez.
—No me imaginaba a un tipo duro como usted tocando la armónica —rio Kurtis, estaba casi llorando.
—Es cierto, que yo sepa, a los cuervos no se les dan bien las melodías bonitas. Creo que ese apodo le viene mal. Deberíamos llamarle ruiseñor. —Norak siguió la broma.
Yafus terminó por reírse también. Hacía una temporada que no se reía así.
—Creo que ya es hora de que nos tuteemos y cojamos unas bebidas. Tengo pastillas efervescentes de cerveza guardadas por ahí —propuso Yafus.
—Me parece un plan de escándalo. Iré a la cocina a por las bebidas —mencionó Kurtis, ni se lo pensó dos veces.
—Yo tomaré leche, Kurtis —pidió Yafus—. No tengo edad para soportar alcohol a estas horas sin dormirme.
—De acuerdo —dijo el agente antes de marcharse.
Mientras tanto, Yafus tocó una canción que le sonaba familiar a Norak. Era alegre, y tenía un trasfondo melancólico al mismo tiempo. Escuchar música como esa en un lugar así, era como ver crecer unas rosas en medio de un bosque quemado. Esa melodía le encogió el corazón, le hizo sentir esperanza. Por unos segundos, creyó que esas cuatro paredes eran su casa. Y que esa música era la banda sonora del paraíso.
Era «Stand by me» de Ben E. King.
Kurtis llegó con unos vasos medio llenos de agua, y echó las pastillas efervescentes. El líquido se volvió dorado, y la espuma creció despacio hasta que rebosó por los bordes. Entregó también a Yafus el vaso de leche que le había pedido.
—Gracias, Kurtis —murmuró el médico, que dio el primer sorbo.
Norak bebió la cerveza, y advirtió que no sabía igual que una de barril, pero estaba fría y él, sediento. Para noches como aquella, tanto cerveza como música eran ingredientes necesarios.
—He de confesarte, Yafus... Que el crío que atendimos esta noche mencionó tu apodo varias veces antes de perder el conocimiento. Repetía «cuervo» una y otra vez, como si fueras un mesías... Y me gustaría preguntarte de qué viene ese nombre. —Norak retomó la conversación.
—Bueno... Creo que una noche así es la apropiada para contar esta historia —dijo el hombre con un tono de intriga.
Yafus estiró su cuello, y se recolocó en el sillón. Su mirada oscura se intensificó bajo la luz anaranjada del fuego falso. El solo hecho de hacer memoria de esa batalla le desgarraba porque la había perdido. Las lágrimas se encerraban en sus ojos, eran las gotas prisioneras de un recuerdo que ojalá hubiera podido olvidar.
—Empezaré desde el principio. Vera Trêase Somout ganó las elecciones en el 3500, y reformó la Ley General Anti-contaminantes. En ese mismo año, nosotros fuimos el primer grupo que mandaron al refugio recién construido de Kazán. Ya que Rusia era una de las peores Zonas Hypoxigenadas, el gobierno sudafricano envió a muchos grupos a las distintas capitales del país. Tuvimos la mala suerte de ser inexpertos en el tema, y de que nuestro refugio se llenó en cuestión de pocas horas. Solo éramos siete personas. Yo fui nombrado Sindicalista Superior Jefe, y me encargaba de dirigirlos a todos. Era un sistema parecido al que tenemos ahora mismo, pero estábamos más saturados y menos protegidos, ya que solo había un escolta, que era Nini... Ya la habéis conocido.
—Se ve una mujer admirable. Aprenderé mucho de ella —susurró Kurtis con admiración.
—El resto del grupo estaba formado por un par de médicos, contando conmigo. Y tres enfermeros, uno de ellos era Hatankka. También había un piloto —dijo esa palabra con recelo—. Pasamos en el refugio un total de tres meses. Fueron días difíciles, y solíamos discutir bastante entre todos. Durante la semana del incidente, el número de pacientes no-neumo se triplicó. Murió gente de todas las edades. Era frustrante que estuviéramos tan entregados con nuestro trabajo, y no recibiéramos buenos resultados a cambio. Muchos refugiados empezaron a desesperarse. El SPSR tuvo un problema por ese entonces con los envíos de medicación, y para colmo, nos vimos obligados a racionar las cantidades solo a los niños, y a la única embarazada que teníamos ingresada. Un refugiado se llevó varias noches amenazándonos para conseguir medicación para él y su hija, que estaba bastante grave, pero no podíamos dársela ya que la muchacha entraba en edad adulta —continuó Yafus, con un suspiro—. Durante una guardia, el cuarto de medicación lo vigilaba un único enfermero. Nini se paseaba de vez en cuando por si había algún problema. Aquella noche, la chica enferma distrajo a Nini mientras se peleaba con otra refugiada. Mientras Nini las separaba, el padre de la chica entró en la habitación, y apuñaló en el cuello al enfermero con unas tijeras que robó del carro de curas. Tardó pocos minutos en desangrarse. Cuando Nini volvió al cuarto, entró en pánico cuando vio que todo estaba desvalijado, y los refugiados estaban dispuestos a matarse para conseguir la medicación. En cuanto ella vio el cadáver de su compañero... se vio obligada a recurrir a la violencia. El fallecido se llamaba Bax Prons.
—Joder... ¿Y qué pasó cuando los demás os enterasteis del jaleo? —preguntó Norak.
—No tengo palabras... Fue algo horrible. Nini tuvo que verse obligada a disparar su arma, y no usó una pistola de castigo. Utilizó su revólver eléctrico. Disparó hasta quedarse sin cargas. El sonido de los disparos y los gritos nos despertó. Cuando llegamos y vimos el brutal escenario... Puedo decirte que recordar eso me sigue poniendo el vello de punta. Bax estaba muerto. Nini en el suelo, de rodillas, sin parar de temblar. El hombre que inició la revuelta tenía un disparo en la cabeza. Algunos refugiados más estaban heridos, al borde de acabar igual que hombre. Al ver la reacción de Nini, la gente paró de robar la medicación, y la miraban como si fuera un animal. Supimos que no se plantearían volver a repetir algo así. No mientras Nini estuviera aquí, protegiéndonos.
Norak se echó las manos a la cabeza, y observó que Kurtis ni siquiera pestañeaba. Estaba helado, el mero hecho de pensar que esa misma situación podría haberla vivido él... No sabía cómo Nini pudo seguir aquí, y lidiar con esa culpa. Debía de ser alguien muy fuerte.
—El pánico no solo se extendió entre los refugiados, sino también en nosotros. Parecía que Nini había controlado la situación, pero el desenlace fue fatal. Sentíamos como si dentro de aquel refugio hubiera una bomba de relojería que estallaría en cualquier momento. Fue ahí cuando comenzaron los problemas entre los miembros del equipo. El piloto fue el primero en sugerir que abandonásemos la misión. Yo le ordené que no lo hiciera. No podíamos volver a casa después de algo así, cuando necesitaban nuestra ayuda más que nunca. Recuerdo que pasamos esa noche limpiando todo y atendiendo a los heridos. También incineramos a Bax Prons, e informamos al Sindicato de lo ocurrido para que hablaran con sus familiares. Prometieron mandarnos suministros en pocos días. El asunto parecía que iba a aclararse, pero todo se torció cuando escuché un estruendo que provenía del hangar pocas horas después. El piloto estaba calentando los motores de la avioneta. Pretendía marcharse, y dejarnos tirados a los demás. Sorprendí al tipo llenando el tanque de gasolina. Recuerdo que yo llevaba una gruesa aguja de drenaje en la mano, porque tenía que hacer una toracocentesis. La ira me consumió. Empujé al tipo contra la avioneta, y le clavé la aguja en un ojo. Ya podéis imaginar el resto, y porqué viene mi mote del Cuervo. Me gané el respeto de los refugiados a base de violencia contra alguien que quería abandonarles.
Yafus hizo una pausa durante unos segundos. Parecía que lo que estaba a punto de decir sería peor.
—Ahí no termina la historia, porque al final ese puñetero cobarde se salió con la suya. Estaba tuerto, pero también dispuesto a hacer cualquier cosa por huir. Tras este nuevo alboroto, vinieron más compañeros a ver qué había pasado. La primera en llegar fue la otra doctora, y el piloto vio una clara salida en ella. Cogió a la mujer por el cuello, y la apuntó con su pistola láser a la cabeza. Todavía recuerdo sus palabras...
«Me la pienso llevar a ella para que testifique en un juicio contra ti. No descansaré hasta que te vea pudriéndote en la cárcel por lo que me has hecho. Y eso sin contar las cosas que puedo inventarme con un testimonio falso... Será tu palabra contra la mía, y tú tienes todas las de perder.»
—Ella gritaba mi nombre una y otra vez. Yo no podía hacer nada para ayudarla. Ese desgraciado la metió en la avioneta. Yo me quedé ahí parado con las manos llenas de sangre, viendo mi futuro tambalear frente a mis ojos. Ni siquiera reaccioné cuando llegó corriendo el marido de la doctora... Él también formaba parte del equipo como enfermero, y se vio obligado a subir a ese avión. Prefirió ser un rehén más porque sería la única forma de estar junto a su mujer.
Yafus dejó el vaso de leche en el suelo, y las lágrimas que había guardado durante tantos años atravesaron sus mejillas, como acero fundido quemando su piel. Su carga era tan pesada que había inundado el ambiente. Era un sentimiento que arañaba la garganta hasta romper a llorar, que pronto se contagió entre Kurtis y Norak.
Pero Norak no sabía el daño que le iba a producir escuchar el final de la historia.
—Todos se marcharon en el avión, y solo nos quedamos Hatankka, Nini, y yo. Hemos permanecido juntos hasta ahora, casi seis años después de lo ocurrido. En parte, fue un alivio para todos que ese piloto terminara por no salirse con la suya, pero aún seguimos culpándonos porque arrastrara a dos inocentes consigo.
—¿Qué pasó, Yafus...? —Norak hizo la pregunta con la voz quebrada.
—Ese desgraciado estrelló el avión antes de llegar a Moscú. No estaba en condiciones de pilotar por la herida de su ojo... La herida que yo le hice.
—¿Y todo esto ocurrió en el año... 3500? Ese accidente de avión... —Norak estaba sudando, tartamudeaba.
Un escalofrío recorrió la espalda de Yafus, y le puso la mano en el hombro al joven enfermero, con un mal presentimiento que tornó ácida su propia saliva.
—No deberíamos haber hablado de esto... Sus padres fallecieron en un accidente de avión —informó Kurtis, sin caer en la cuenta de nada, ya que apenas conocía detalles acerca de los padres de Norak.
—No puede ser... —musitó Yafus mientras colocaba su mano temblorosa sobre sus labios boquiabiertos—. Tu apellido, chico... ¿Cómo era tu apellido?
—Mi apellido es Ryder.
Cora y Klenn Ryder fueron los secuestrados por aquel piloto que nadie merecía recordar. Ellos fueron los inocentes que murieron a manos de un cobarde. Ellos eran la familia de un muchacho que, sin saberlo, trabajaría en el mismo sitio donde sus padres vivieron sus últimos días. Nunca le dijeron a Norak el destino de sus misiones para no preocuparle. Él solo supo que se fueron a Rusia y que volverían en pocos meses, pero ese tiempo de espera se volvería eterno.
Norak solo recuerda que alguien le llamó para darle la noticia de que sus padres murieron en un accidente de avión en Moscú. Sin más detalles. No se le había ocurrido pensar que conocería esta historia en este lugar inhóspito, y que esa temida persona apodada como el Cuervo se la contaría.
Yafus Hulén abrazó a Norak con todas sus fuerzas, cada uno lloraba sobre los hombros del otro. Había lágrimas de pérdida y de culpa, pero mezcladas resultaban en una potente unión entre dos desconocidos. Ambos habían perdido demasiadas cosas, y justo eso estableció un vínculo inmediato entre ellos. Tal vez, Yafus pudo contribuir en la muerte de sus padres por herir a ese piloto, pero Norak no le veía como un culpable. Todo lo contrario.
Los héroes podían ser tachados de villanos por hacer el mal contra los cobardes que dejan vidas en juego. Así era Yafus, y eso inspiraba lástima a Norak.
Yafus hizo todo lo que estaba en su mano para salvar a muchas personas, pero también perdió a algunas durante ese mismo camino. Lo bueno de haber tomado aquel sendero, fue que al final de él se encontró con Norak. Ese muchacho era el punto final de su triste historia.
Durante ese abrazo, Yafus sintió que ese chico era el hijo que nunca tuvo, y Norak creyó que estaba entre los brazos del padre que había perdido.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top