Capítulo 1: El universo del silencio
Posición desconocida. Año 3514 d.C.
Lo primero que vio Nedi Monter al abrir los ojos fue su propio reflejo en el cristal de su cápsula de criogenización. Las ojeras habían desaparecido, y se observó a sí mismo de una forma diferente, a pesar de que su aspecto no hubiera envejecido lo más mínimo aunque según la cronología terrestre hubieran pasado cuatro años. Los recuerdos que tenía seguían tan intactos como antes, ni siquiera el tiempo había sido capaz de matar todas las fotografías dolorosas de su mente; pero el tiempo era sabio, le había hecho ser más fuerte.
Esa fortaleza invadió de nuevo su cuerpo cuando recuperó el conocimiento. Al despertar, sintió como si su espíritu se colara por los poros de su piel y ocupara cada trozo de su carne hasta que recuperó el aliento. Era una sensación maravillosa, esa de abrir los ojos tras haber recibido el descanso que tanto merecía.
Durante los primeros segundos sin abastecimiento de oxígeno artificial, notó que un escalofrío le recorría de los pies a la cabeza tras dar su primera bocanada de aire. Los músculos adormilados volvían a funcionar, el vello se le erizaba porque la cápsula se apagó y el interior de la nave parecía desprender el inhóspito frío del universo. El chico pensó que era maravilloso volver a recobrar los sentidos, parecía que le habían devuelto a la vida. Podía tocar la suave superficie de cuero blanco sobre la que estaba tumbado, oler el lejano perfume de Vera, observar con nitidez cada detalle de su alrededor y saborear su pesada saliva entre sus labios. Solo hubo algo que echó en falta: el sonido.
Creyó que estaba sordo, pero solo durante los segundos previos a oír el ligero «crac» del pestillo de su cápsula al abrirse. Cuando se levantó, anduvo con dificultad hasta la primera ventana que le permitía ver el exterior de la Nostradamus II. La visión de su planeta Tierra se había convertido en uno de los diminutos astros que conformaban su horizonte, negro e infinito. Contemplar esa imagen le produjo tranquilidad, sobre todo le dio paz el hecho de no escuchar ningún ruido en absoluto. Había oído demasiadas malas noticias, y Nedi no echó de menos las palabras. Pero algunas de ellas tardaron muy poco tiempo en llegar hasta él:
—Ya hemos llegado. —Nedi reconoció la voz de Faith.
El muchacho se dio la vuelta para encararla, y recordó cuando ella le encargó formar parte del Código 3-12 en Rusia. Se dio cuenta de todo lo que había madurado desde hacía cuatro años. Sobre todo porque, al observar la enorme ventana que se encontraba detrás de la teniente, vio el planeta a donde se dirigían y no sintió ningún temor a esa tierra hostil.
Había algo en Plutón que le recibía con un entusiasmo especial. Pensó que podía ser su superficie de un color entre dorado y cobre, o la forma de corazón que se dibujaba sobre su superficie. Se moría de ganas de saber qué nombre tendría para sus anfitriones ese esbozo sobre la tierra.
Pero todo lo que tenía que descubrir no se encontraba fuera de la Nostradamus II, también había mucho que conocer en su interior.
—Confederados al puente de mando.
Una voz robótica resonó por la Sala Crio, y Nedi apartó la vista del horizonte para volver a encontrarse con el resto de sus compañeros. Comprobó que la mayoría de las cápsulas estaban vacías y que había sido el último en despertarse. Apretó los puños mientras caminaba, ansioso por asistir a la reunión y saber las cosas que habían pasado durante su descanso. Recorrió los monótonos pasillos negros con las luces en forma de barra violeta en el suelo, hasta que llegó a la extensa sala donde le esperaban muchas caras conocidas. Todos vestían el mismo pijama blanco, y por un solo instante, Nedi no fue consciente del paso del tiempo. Pero entonces, el chico se fijó en sus rostros. Aunque las caras fueran iguales a las de antes, había una expresión en común para todas: la esperanza. Ese sentimiento era bastante diferente al que acostumbraban a tener.
—Grabación emitida en directo desde... —Se oyeron unas interferencias—. Posición censurada por razones de seguridad. Canal de radio provisional, vía Tierra. Duración... inconclusa.
El holograma que proyectaba la figura de Larissa Wuon se hizo nítido.
—¡Por fin un canal de radio libre! Los programas de detección de Krasnodario están por todas partes —celebró la muchacha—. Vaya, qué alegría veros a todos juntos. Ya estaba empezando a acostumbrarme a hablar con Faith o Enzo cada seis meses...
Enzo dio un paso al frente para hablar por los demás.
—Desgraciadamente, ¿verdad? —ironizó Enzo—. No te culpo, tanto Faith como yo estábamos desesperados por llegar de una vez. Cada día que pasábamos fuera de la cápsula para hablar contigo pasaba como una eternidad, pero es un consuelo que ya hayamos pasado por eso. Así que... más vale ponernos al día pronto.
—Bueno, iré diciendo poco a poco lo que ha pasado, que Faith y tú estáis más al tanto de todo, pero el resto... no —murmuró Larissa.
—¡Suelta por esa boca! Dime algo malo que le haya pasado al presidente, a ver si así me alegro —bromeó Kurtis.
—El presidente continúa su mandato tal como el día en que os fuisteis, y cada vez cuenta con más apoyos —respondió ella como en una sentencia—. Lo único bueno de que Dacio esté sentado en la misma silla que Vera es que por lo menos vemos el sol y se puede respirar. Tras el último filtrado de la máquina, el aire está más que puro. Por el resto... sigue sin solventar muchos problemas. Las Zonas Hypo, a pesar de que ya no tienen la polución a la que estábamos acostumbrados, continúan siendo los mismos focos de pobreza y crisis que salían en las noticias de Clocktick. Y bueno, en sus declaraciones, Dacio sostiene que al Partido Prospectivo le resulta imposible invertir su capital en las antiguas Zonas Hypo, ya que tiene otros objetivos que requieren más atención. —Larissa citó esa línea de memoria—. ¿Sabéis qué es lo peor? Que solo un puñado de personas sabemos que ese dinero va para sus experimentos y su departamento de investigación y desarrollo. Tiene la excusa de gastar los fondos públicos en la celebración de la Humexpo.
—¿Humexpo? Pero si desde el atentado que hubo en esa expo del 2416 ya no se celebran eventos donde se concentren tantas personas... —discutió Epicuro.
—Esto es diferente. El gobierno aún no ha dado mucha información, pero prometen que será un nuevo concepto de expo. No va a estar dedicada para nosotros mismos como humanos, sino para otras especies que quieran viajar y conocer la Tierra. A saber qué es lo que harán... —explicó Larissa—. Según dicen, se celebrará como conmemoración por el primer lustro del Gobierno Prospectivo.
—Pues menuda falta de respeto a todas las víctimas que hubo entonces... —espetó Epicuro—. ¿Es que Krasnodario no ha pensado en eso?
—No pienses que celebrar esa expo es algo estúpido, Epicuro... —habló Vera—. Estoy segura de que no le habrán faltado las críticas por tomar esa decisión, pero ha sido muy astuto al pensar así. Cuando el mundo ha estado tan roto después de la pandemia, no solo es necesario reparar todos los daños materiales, también hay que hacer lo mismo con las personas que lo habitan. Unir a la gente mediante una celebración de ese calibre es algo que viene de lejos, como las luchas de gladiadores de la Antigua Roma después de una guerra. Y eso sin contar la popularidad que ganará la Tierra a nivel universal. Ya formamos parte de la Comisión Galáctica. Vendrán razas de todas partes para asistir a ese acontecimiento. Krasnodario ha hecho una inversión. Gastará después los fondos recaudados en las Zonas Hypo, y nadie tendrá nada que objetar al restablecer una sociedad del bienestar. Eso sin olvidar que cambiará el concepto de las expo por el de una fiesta que engrandece sus honores como presidente y de los humanos como especie. Solo conseguirá que la gente le adore más.
El resto del equipo permaneció en silencio. Incluso la imagen de Larissa titubeó tras oír las certeras palabras de Vera, como si el pequeño discurso que relataba el plan maestro de su enemigo en común lo formaran trozos de acero que impactaban contra ella.
—Seguimos teniendo posibilidades, aunque parezca imposible —animó Larissa—. Por lo menos seguís vivos.
—Los Primeros Confederados siempre seguiremos adelante... —respondió Epicuro.
Enzo le dedicó una mirada alentadora.
—Ahora somos los Segundos Confederados. Esa es otra de las novedades que Larissa nos contó hace seis meses. Firmaremos un acuerdo con Plutón cuando nos establezcamos allí y se unirán a nuestra alianza. Los Primeros Confederados se disolverán para ser los Segundos, y estableceremos nuevas reglas y objetivos.
—Hablando de Plutón... —mencionó Vera en un tono que rebosaba curiosidad—. El tanque que transportábamos ya habrá llegado al cien por cien, ¿no?
—La barra de progreso se completó la penúltima vez que Enzo y yo nos despertamos —respondió Faith.
—Hace casi un año —completó Enzo.
—Entonces... ¿ese plutoniano ya ha salido del tanque? ¿Está aquí y podemos verle? —Epicuro se emocionó.
—En realidad, es ella. —Faith recalcó ese pronombre—. Y no podríamos verla. En cuanto comprobamos que su progreso se completó, lo dejamos en modo suspensión para que no despertara hasta que llegáramos. Enzo, tan precavido como siempre, construyó el tanque con unos programas parecidos a la criogenización que ya conocemos —continuó con una sonrisa burlona—. Así que alguien debería ir a desactivarlo para darle la bienvenida a nuestra nueva compañera.
Hubo un silencio incómodo. Nadie se atrevía a alzar la voz para ofrecerse como voluntario y saludar a la extraterrestre que viajaba con ellos. Pero al mismo tiempo estaban deseando hacerlo para descubrir cómo era, saber cuál sería el sonido de su voz al hablar su mismo idioma, si compartían el mismo color de piel o el tono blanco de los ojos. Tenían las mismas ganas de contemplarla para encontrar similitudes, pero también, miedo de encontrar parecido con los fallos más grandes que tenía la humanidad; como ese que cometían entonces: la cobardía.
—Creo que es hora de irme. El canal está perdiendo cobertura —interrumpió Larissa.
La imagen del holograma disminuyó su calidad hasta que la cara de la chica terminó como una mancha.
—No olvidéis contactar conmigo tras aterrizar. Finalizo la emisión, Confederados.
—Llamada finalizada —indicó la conocida voz robótica—. ¿Inicio automático de maniobras de aterrizaje?
—Procede, Nostradamus II. —Enzo le dio permiso, y ordenó al equipo—: Por favor, que alguien vaya a desconectar el tanque y a decirle a nuestra amiguita que se abroche el cinturón de seguridad. Me pondré al mando de la nave porque aún no me fío del piloto automático. —El ingeniero hizo una seña con la cabeza a Faith—. ¿Viene conmigo, teniente?
—Por supuesto —respondió ella.
Kurtis, aún acomodado en su asiento, se quejó a gritos antes de que se marcharan sus compañeros:
—¡Eh! ¿Y qué se supone que vamos a hacer ahora? Yo no pienso acercarme a ese tanque, a ver si esa... cosa va a tener pinchos en la espalda o algo. Además, los tentáculos y eso me dan bastante grima. Prefiero ni saber cómo es.
—¡Silencio, Slade! —habló Vera—. ¿Dónde está el tanque...?
—En el botiquín de la planta baja. Es una sección contigua a la bodega, al igual que la Nostradamus antigua —explicó Faith.
—Echémoslo a suertes... —sugirió Kurtis—. ¡Pero espera un momento! Has dicho que está en el botiquín, ¿verdad, Faith?
Todos los tripulantes miraron a Nedi casi de forma inconsciente. El chico, distraído y apoyado sobre la pared de metal, se sintió amenazado por un instante. No supo a qué ojos dirigir su mirada, por lo que terminó observando sus propios pies y el ligero titubeo de sus rodillas conforme su cabeza se preguntaba qué era lo que estaba pasando por la de sus compañeros. Hubo un pensamiento que cruzó su mente a la velocidad de un pestañeo, y le hizo adivinar cuál era el propósito de la última frase que mencionó Kurtis.
—Sé que... el botiquín era un sitio bastante frecuentado por los enfermeros durante las misiones —aclaró Nedi—. Un sitio que Norak visitaba bastante.
El chico miró al frente después de pronunciar el nombre de su amigo. Esperaba encontrar muchas miradas atentas, pero todos mostraron una expresión cabizbaja.
—Iré yo al botiquín para recibir a la extraterrestre —habló Nedi.
—Ojalá Norak pudiera ver esto —dijo Kurtis, esas palabras pesaban como el acero.
—Me enseñó para que fuera yo quien pudiera verlo —interrumpió el muchacho.
Nedi abandonó el puente de mando con el pesado silencio de sus compañeros tras su espalda. Bajó las escaleras hasta la bodega, despacio. Hubo una simbiosis de vivencias y recuerdos, entre lo que veía con sus ojos y dentro de su mente. La arquitectura de la nueva nave y la antigua era casi idéntica. Pasear por esos pasillos le evocó la memoria del Código 3-12, de Norak obligándole a aprenderse el protocolo de emergencias en Zonas Hypo letra por letra, de él abrochándose el cinturón de seguridad mientras aterrizaban y tranquilizaba el miedo a volar de su instructor. Solo le bastó pasar unos minutos con él para tener la sensación de que se convertiría en una persona relevante de su vida.
Cuando abrió las puertas del botiquín, la imagen que vio era diferente a la antigua Sección R. No había camillas llenas de refugiados rusos. Estaba ese tanque del que tanto habían hablado todos, el mismo que temían y deseaban contemplar por igual. Nedi no sintió nada al acercarse a él, aún estaba demasiado anclado en sus pensamientos para dar importancia a lo que sucedía a su alrededor, pero en cuanto pulsó el botón para apagar el modo suspensión, todo cambió.
Retrocedió unos pasos mientras veía que el tanque se abría por la mitad, y un potente calor se desprendía desde su interior. Parecía que residía lava allí dentro. El color no era como el fuego, sino oscuro y lúgubre como si hubiera alquitrán derretido pero con unos tonos algo más brillantes que el negro. El humo le rozó la piel. Notó que le pinchaban los ojos y tuvo que parpadear repetidas veces para seguir mirando. Tenía las mejillas tan rojas que las sentía a punto de explotar, pero ni esa sensación le hizo apartar la vista de la figura que salía poco a poco del espeso líquido hirviendo.
Nedi inspeccionó que la extraterrestre no lucía muy distinta a los humanos: dos piernas, dos brazos, pies y manos, tronco esbelto, cabeza y un delgado cuello que formaba una silueta de complexión media, sin superar el metro setenta. Pero fueron los detalles los que marcaron la diferencia, aquellos que descubrió cuando ella avanzó unos pasos hasta él y el líquido oscuro se desprendió de su cuerpo hasta que no quedó ni gota. Su piel parecía de metal fundido entre un color dorado y cobre que Nedi comparó con la superficie de Plutón. Había formas que se dibujaban sobre ella, que con lentitud se volvían de un color más rosado y anaranjado. El chico pensó que era el color de su sangre lo que teñía esos trozos de su carne.
La extraterrestre mencionó algo que Nedi no pudo entender, pero sí llegó a comprender sus expresiones. Sus ojos del mismo tono de la arena, negros en el centro, trasmitían entusiasmo por estar viva. Sus labios carnosos se curvaron hacia arriba. Cuando el chico le devolvió la sonrisa, interpretó que ese gesto significaba también lo mismo en la otra punta del sistema solar.
—¿Tú no hablas... mi idioma? —preguntó ella.
Nedi se quedó congelado, y se rio con nerviosismo al escuchar el peculiar acento de la desconocida.
—No, no lo hablo. Pero veo que tú sí, y muy... bien. El tiempo que pasaste en la Tierra lo has invertido bastante... bien. —Nedi se rascó la nuca, incómodo—. Aunque pobre de ti... En realidad has pasado más tiempo encerrada en ese tanque que en la Tierra. —El chico volvió a reírse pero corrigió lo que dijo—: ¡Pero tranquila! ¿Sabes dónde estamos? En una nave que te llevará a casa. Así que la espera ha merecido la pena, y ya no tendrás que pasar una década dormida ni tendrás que aguantar charlas de humanos estúpidos... como yo.
La extraterrestre sonrió, esa vez mostrando los dientes y abriendo sus alargados ojos al preguntarle:
—¿Cómo te llamas?
—Eh... Nedi... Monter. Nedi Monter. Solo Nedi, si quieres.
—Nedi —repitió ella, y se trabó al pronunciar las consonantes.
—Eso es. Encantado. —Él le tendió la mano y ella no se movió en respuesta, pero no apartó su sincera sonrisa.
—Soy Kilara.
Ambos compartieron el mismo gesto, detenidos en el tiempo, durante unos segundos que pasaron como las horas que querían invertir en asimilar lo parecidos y distintos que eran, en comprobar los detalles que les hacían ser dos especies contrarias o dos seres que vivían bajo el mismo astro que les daba luz y calor. Tal vez el Sol fuera quien les había enseñado a sonreír.
Muchísimas gracias a todos los que habéis llegado hasta aquí después de Insomnio.
¡Feliz año, confederados!
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