Capítulo 2

La oficina que los directores del FBI compartían era un espacio amplio, con grandes ventanales que dejan entrar mucha luz natural, pero que al mismo tiempo, los protegían de que nadie pudiese ver lo que allí adentro ocurría. Sus paredes, decoradas con fotografías enmarcadas de momentos importantes en la historia del FBI. Y hasta hace una semana, también contaba con imágenes del matrimonio de directores y su hermosa familia, así era hasta que por órdenes de Horacio, aquellas fotos fueron recogidas para ser guardadas... a excepción de una.
También habían allí dos escritorio de madera oscura ocupando un espacio del lado más alejado a la puerta, uno frente al otro, como mismo los directores se habían ocupado de colocar pero que ahora el moreno no estaba tan seguro de que dejarlos de esa forma hubiese sido buena idea.

— Esta es una foto de uno de los caso que resolvimos el año pasado — le decía Jones mientras señalaba una fotografía en la pared — usted dirigió la operación, señor.

— No... no me suena familiar — respondió el ruso frunciendo el ceño mientras intentaba recordarlo.

— Aquí están algunos de sus informes más recientes — dijo Brown — quizás leerlos le ayude a recordar algo.

— Lo siento, no recuerdo nada — dijo mientras observaba los papeles y comenzaba a desesperarse un poco.

— Tal vez necesitamos un enfoque diferente — propuso Hamilton — ¿Algún otro lugar que debamos mostrarle?

— Aprecio lo que están intentando hacer, pero siento que mi mente está bloqueada — respondió mientras dejaba de lado los informes en la gran mesa redonda que había en el centro de la oficina.

— Señor, hemos pasado por muchos casos juntos — continuó Lawson — siempre ha sido una inspiración para todos nosotros.

— Y lo aprecio... es solo que... — negó con su cabeza — nada de eso me resulta conocido... es frustrante.

De repente, la puerta se abrió dejando ver a Horacio ingresar junto con Alanna y Nina detrás, cada una a un lado del omega. Sin embargo, la expresión de preocupación que mostraba el moreno en su rostro, cambió o por lo menos eso intentó hacer antes de que alguno se diera cuenta.

— Señor — saludaron los agentes observando al omega mientras que Alanna continuaba revisando algo en su tablet y Nina colocaba unos informes en el escritorio de Horacio.

— ¿Me permitirían un minuto? — preguntó el omega mientras señalaba al ruso — debo hablar un momento con el director Volkov y la subdirectora Monnier.

— 10-4 señor — respondieron todos para luego marcharse, dejando a los tres a solas en la oficina.

Una vez estos salieron, Horacio volvió a señalar, en este caso hacia el sofá que había del lado opuesto de sus escritorios, indicando que allí comenzaría con la conversación. Ninguno podía negarlo, sobre todo el alfa que ya suficiente tenía con no recordar nada, ahora también se le hacía extraño las formas en las que sus compañeros se dirigían y actuaban con él.

— ¿Cómo te encuentras hoy? — preguntó Alanna al ver cómo a Horacio le costaba un poco más dar inicio.

— Confundido, abrumado... — inició soltando un suspiro — mi hermana y cuñado intentaron explicarme un poco cómo fue que llegué aquí... pero... lo último que recuerdo es llegar a Estados Unidos junto a ellos.

Aquello hizo que el corazón del omega doliese aún más. Una parte de él tenía algo de esperanza de que con el pasar de los días, su esposo recordase más. Sin embargo, venía de platicar con su cuñada y esas esperanzas se habían marchado junto con ella. Pensó que estaba preparado para verlo de nuevo, pero ahora se daba cuenta de que no tenía idea de cómo iba a sobrevivir a los siguientes días.

— Hablé con tu hermana — tomó la palabra el omega — me... nos... preocupa que no te sientas cómodo durante tus horas de servicio, así que tenemos varias propuestas para ti — finalizó ahora dándole el turno a su mejor amiga.

— Puedes hacer patrullaje ordinario siempre y cuando sea en trinomio — comenzó a explicarle esta — no porque no creamos que puedas defenderte, sino porque de esta forma nos podemos asegurar de que tengas el apoyo, orientación y reducción de estrés que necesites — puntualizó y este asintió — de esta forma podremos mitigar los riesgos, no sólo en contra de su trinomio sino en ayudarte a que se validen los procedimientos correspondientes.

— Por otro lado... — tomó la palabra Horacio — podrías quedarte aquí en la oficina... en la sede. Puedes hacer la revisión de los informes diarios, asistir a los briefing, ayudarme con la delegación de tareas y asistir con los entrenamientos.

— Bueno yo... — comenzó a plantear una respuesta que le convenciera — quizás puedo dividirme y hacer algunas cada día. Podría cumplir con todas sin problema.

Al finalizar con esto el moreno no pudo evitar sonreír para sí mismo. Su esposo podría haber perdido la memoria pero su adicción por el trabajo no entraba en eso.

— Nos imaginamos que ibas a decir algo así — comentó Alanna con una sonrisa — pero necesitamos que te tomes las cosas con calma, por ti y por todos nosotros. No queremos que te sobrecargues.

Horacio asintió, respaldando a su amiga. — Lo último que queremos es que te sientas abrumado o que algo pueda salir mal porque no te sientes al cien por ciento. Queremos darte tiempo y espacio para que te adaptes y, eventualmente, recuperes tus recuerdos.

El alfa se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras de sus compañeros. Apreciaba la preocupación y el apoyo, pero también sentía la frustración de no poder recordar y de sentirse limitado

— Lo entiendo, y se los agradezco — fue sincero — sólo quiero ser útil y no ser una carga.

— No eres una carga, jamás lo serás — dijo Alanna con firmeza. — Todos estamos aquí para ayudarte. Es cuestión de tiempo, y mientras tanto, estaremos contigo en cada paso.

El alfa asintió nuevamente, agradecido por el apoyo. — Está bien, aceptó la propuesta. Intentaré hacer un poco de todo y ver cómo me siento. Si en algún momento siento que es demasiado, prometo decírselos.

— Esa es la actitud que necesitamos — afirmó Horacio, sintiendo un poco de alivio. — Estamos en esto juntos, y te vamos a apoyar en lo que necesites.

Con eso, la reunión se dio por concluida. Los tres se levantaron del sofá, y mientras se dirigían a sus respectivas tareas, el alfa no pudo evitar sentir una mezcla de emociones. Tenía una larga recuperación por delante, pero con el apoyo de sus compañeros y su familia, se sentía un poco más esperanzado. El día continuó con el alfa intentando adaptarse a su nueva rutina. Comenzó revisando algunos informes en la oficina, tal como le había sugerido Horacio. Al principio, se sentía torpe y desorientado, pero poco a poco las cosas empezaron a tener más sentido. La familiaridad de ciertos procedimientos y la jerga policial parecían despertar algo en su memoria, aunque aún no lo suficiente.

Volkov estaba en su oficina, revisando informes en su computadora, cuando escuchó un suave golpeteo en la puerta. Levantó la vista y vio a Horacio asomándose con sonrisa tímida, sosteniendo varias bolsas de comida.

— Pensé que... quizás tuvieses hambre — dijo el moreno mientras tomaba asiento en la gran mesa de en medio, haciendo a un lado los papeles e informes que habían allí — esta semana me tocaba cocinar en casa... así que hice algo extra por si alguien no traía almuerzo — utilizó una pequeña mentirita blanca — ¿te apetece?

— No quisiera... molestar... — comenzó a negarse pero el moreno ya había comenzado a colocar los envases de comida sobre la mesa.

— Tú hermana me hizo prometerle que me encargaría que comieses — le señaló el lado opuesto para que esté tomase asiento.

— Pensé que sólo hablaron de mis oficios durante el servicio — dijo dudoso mientras que ahora se acercaba, dejando al descubierto al omega y haciendo que sus nervios aumentasen.

— Bueno es que... — comenzó a decir mientras le daba la espalda para ir hacia el pequeño refrigerador que tenían allí para sacar las bebidas — debes saber cómo es tu hermana — finalizó riendo nerviosamente.

— En eso tienes razón... — tomó la bebida que este le ofrecía — gracias, le devolveré el gesto.

— No tienes porque hacerlo — dijo para finalizar la breve conversación y comenzar con la comida.

Esto ocurría al mismo tiempo que Horacio miraba con disimulo a Volkov, a su esposo, a su alfa... mientras que este se concentraba en su comida. El omega estaba agradecido por tenerlo de nuevo a su lado, sin embargo, la tristeza lo envolvía constantemente. Después de todo, llevaban ya ocho años juntos y tenían dos cachorros que habían sido los resultados de su amor, pero ahora, esa conexión que como destinados los había unido y hecho fuertes durante todo ese tiempo, ahora parecía un recuerdo lejano y frágil.

Volkov por su lado, ajeno a los profundos sentimientos de Horacio, se sentía perdido. Cada día era una lucha contra la confusión y la frustración de no poder recordar su vida anterior. Sin embargo eso no se comparaba a los sentimientos que lo habían invadido desde que llegó a la sede durante la mañana. Una extraña mezcla de curiosidad y tristeza.

—¿Cómo es que te conocía antes del accidente? — preguntó Volkov, haciendo esa pregunta que Horacio pensó se demoraría más en formular. Por lo que Horacio sintió que su corazón se rompía un poco más cada vez que alguien le hacía una pregunta relacionada al estado actual de su matrimonio, pero ahora... debía responderle a su propio esposo de una manera que no era la que le gustaría ofrecerle. Sabía que no era la primera vez que Volkov trataba de recobrar fragmentos de su memoria, pero siempre sin éxito. Por lo que respiró hondo, tratando de mantener la compostura antes de contestar.

— Éramos colegas muy cercanos — respondió el omega, usando la única verdad que podía permitirse decir pues cada palabra era como una daga que se clavaba más profundo en su alma.

Volkov asintió lentamente, su mirada perdida en el espacio. Sabía que Horacio le ocultaba algo, sentía que todos le ocultaban algo, pero no tenía las herramientas para desentrañar el misterio. Se sentía atrapado en una vida que no reconocía, rodeado de personas que, aparentemente, lo conocían íntimamente, pero que para él eran casi extraños.

— Siento que debería recordar más — murmuró el alfa mientras que el gris en sus ojos reflejaba una tormenta interna.

Horacio dejó su tenedor en el plato y se inclinó hacia adelante, queriendo reconfortarlo pero sabiendo que no podía. Por lo que fue en ese momento estando tan cerca físicamente, que recordó aquella barrera invisible que los mantenía distantes. Así que retiró su mano antes de que pudiese entablar contacto con el contrario.

— No te presiones demasiado, Volkov — dijo con suavidad, usando su apellido, como siempre hacía desde el accidente. Ya no podía llamarlo por su nombre o algún apodo como solía hacer, eso conllevaría que este se sintiese incómodo y reconocía que ahora aquello sería demasiado doloroso de hacer — Estarás bien... lo estás ahora.

La comida continuó en un silencio algo incómodo. Horacio pensaba en sus hijos, en cómo esperaba que no llegase el momento de tener que explicarles la situación, en cómo mantener la esperanza cuando cada día parecía más difícil. Sabía que debía ser fuerte, pero la carga era abrumadora. Veía a Volkov y recordaba los momentos felices, las risas compartidas, las noches de insomnio con los cachorros, momentos que eran solo de ellos dos pero que ahora solo él recordaba. Ahora todo eso parecía un sueño lejano.

—Gracias por estar ahí para mí, Horacio — finalmente, Volkov rompió el silencio — si éramos colegas cercanos como usted dice, significa que ha estado para mi cuando lo he necesitado, y me alegra saber que mi pérdida de memoria no ha sido la excepción.

Horacio esbozó una sonrisa triste y asintió, pero por dentro su corazón gritaba. Quería decirle que lo amaba, que eran más que colegas, que eran esposos, que tenían una vida juntos, pero no podía. No todavía.

— Siempre estaré aquí para ti, Volkov — respondió, tratando de mantener la voz firme. Pero cada día que pasaba, la carga de ese secreto se hacía más pesada, y Horacio no sabía cuánto más podría soportarlo.

— A veces siento que hay algo más... algo que no me están diciendo — dijo con voz inquisitivo mientras lo observaba fijamente — ¿Hay algo que deba saber?

Horacio sintió un nudo en la garganta. No podía soportar la idea de seguir mintiendole, pero tampoco podía decirle la verdad.

— Volkov, hay muchas cosas que no recuerdas, pero estamos aquí para ayudarte. Con el tiempo, espero que todo vuelva a su lugar — respondió, tratando de no comprometerse demasiado. Haciendo que el contrario soltara un suspiro y se pasara una mano por el cabello.

— Es tan frustrante — confesó — es como si tuviera piezas de un rompecabezas pero no la imagen completa para saber cómo encajarlas.

— Lo sé, y desearía poder hacer más para ayudarte — dijo Horacio, sintiendo una desesperación creciente. Quería decirle todo, abrazarlo, asegurarse de que supiera cuánto lo amaba. Pero no podía.

— ¿Recuerdas algo en particular? — preguntó Horacio, tratando de cambiar de tema para aligerar la conversación.

— Solo fragmentos. A veces sueño con una casa, risas de niños... pero no sé si son recuerdos o solo imaginaciones — confesó Volkov, mientras que su voz temblaba levemente.

El corazón de Horacio dio un vuelco. Sabía que Volkov estaba recordando su hogar, sus hijos. Pero no podía decirle, no sin poner en riesgo su recuperación. La doctora y su psicóloga habían sido bastante claras, no podían intentar acelerar el proceso de recuperación. Volkov recordaría, pero poco a poco.

— Podrían ser recuerdos. Es un buen signo que tengas esas imágenes en tu mente — dijo Horacio, tratando de sonar esperanzado.

— ¿Tú tienes hijos, Horacio? — preguntó Volkov de repente.

Horacio sintió como si el aire se le escapara de los pulmones. La pregunta lo desarmaba por completo, y su mente corría tratando de encontrar una salida sin revelar la verdad.

— Bueno... — comenzó tratando de mantener la calma—. Yo... — aclaró la garganta y miró hacia su plato — No, no tengo hijos — mintió, sintiendo un dolor punzante en el pecho por negar a sus pequeños y más aún, negárselos a su propio esposo. Solo se repetía a sí mismo que esto era necesario para proteger a Volkov, pero cada mentira lo desgarraba un poco más.

Su respuesta hizo que Volkov frunciera el ceño, claramente confundido por la vacilación de Horacio, pero no insistió.

— Oh, lo siento. Supongo que solo lo asumí — se disculpó sinceramente — no sé porque hice eso.

Horacio rió nerviosamente, tratando de desviar la conversación. Claramente sabía a qué se había debido eso, pero ya había hecho que su corazón doliese más de lo que se había propuesto al despertar ese mañana.

— Supongo que sí. Siempre he tenido una buena conexión con ellos — dijo, intentando sonar casual y finalizando con toda la conversación.

Volkov asintió, pero la duda permanecía en su mirada. Horacio sintió que necesitaba cambiar de tema rápidamente o marcharse de allí, por lo que optó por lo que parecía lo más conveniente antes de que las preguntas se volvieran más incómodas.

— En fin — habló mientras se ponía de pie — tómalo un día a la vez. Estamos aquí para apoyarte — dijo Horacio, deseando que esas palabras pudieran aliviar algo del peso que ambos llevaban — me marcho a asegurarme que todo siga yendo bajo control.

— De acuerdo, gracias, Horacio — dijo el Alfa confundido pero aceptando la extraña manera en al que la conversación se había terminado — Realmente aprecio todo lo que están haciendo por mí — dijo esto último con una sonrisa triste.

Horacio por su parte sonrió, aunque su corazón seguía pesado. Miró a Volkov, deseando poder abrazarlo y decirle todo lo que sentía, pero sabía que debía ser paciente. El amor que sentía por Volkov y la esperanza de que algún día recuperara sus recuerdos eran lo único que lo mantenía fuerte.

— Para eso están los amigos —respondió, tragándose el dolor y la verdad para luego cruzar por la puerta y dejar al ruso en la oficina junto a los demás informes.

Horacio por su parte, caminó acelerado por el pasillo hacia las escaleras. Haciendo caso omiso de los agentes con los que se cruzaba y aquellos que querían llamar su atención para aclarar alguna duda. Ingresó a las escaleras de emergencia y se recostó en la pared mientras intentaba calmar su agitada respiración.

— Hache... — escucho la voz de Alanna la cual lo había visto ingresar y supuso lo que ocurría — quieres... hablar o solo...

— No... — respondió recomponiéndose — ya hablé demasiado hoy... no... no debí haberme acercado tanto a él... mi corazón... yo no puedo... no puedo soportarlo teniéndolo tan cerca... mi omega interior simplemente podría hacer algo de lo que me arrepienta...

— Está bien... lo entiendo — lo abrazó para luego verlo — encontraremos una forma de que todo funcione mientras recuperamos al ruso que queremos. Todo estará bien.

Le hizo aquella promesa que se repetía ella misma de igual forma. Los dos ya habían pasado por eso antes, pero en esa ocasión aún no estaban casados, ni tenían a sus cachorros de por medio. La última vez Horacio no se tuvo que preocupar por alguna relación sentimental con el alfa que no fuese la suya, ahora tenía que cuidar la suya y resguardar a sus pequeños de un encuentro con su padre. Tenía mucho en que concentrarse como para tener una recaída emocional cada vez que hablase con el ruso. Así que eso iba a tener que comenzar a cambiar...

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