Capítulo 17
El latido en los oídos de Gustabo era ensordecedor, un ritmo frenético que se sincronizaba con su respiración entrecortada. La presión en su pecho no disminuía; al contrario, aumentaba con cada paso que daba hacia lo que aparentaba ser un almacén. No se trataba solo de un operativo más. No esta vez. Sam y Kiara estaban ahí dentro. Sus únicos y preciados sobrinos estaban allí adentro.
Apoyó la espalda contra la pared fría del pasillo y echó un vistazo a su equipo. Bishop, con su expresión severa, sostenía su arma con seguridad. Mizar revisaba su munición con rapidez, lista para la emboscada mientras que esperaba en su lugar tras su hermano. Eduardo, Brown y Nina por su parte, aguardaban en posición, cada uno preparado para lo que viniera.
— Silencio... — ordenó Gustabo en un murmullo.
Seguido a esto, apretó la mandíbula y levantó el puño, señal de que se prepararan. Cada segundo se alargaba en su mente. Sabía que del otro lado de la puerta, la mafia tenía a sus sobrinos. Los necesitaban con vida. No podía permitirse fallar. Así que con un rápido movimiento, sacó una granada de destello, le quitó el seguro y la lanzó al interior.
Dando paso a un estallido de luz y sonido que llenó la habitación. La confusión fue inmediata. Gritos de sorpresa, insultos en ruso, el chirrido metálico de cosas cayendo al suelo.
— ¡Adelante! — indicó Gustabo.
Irrumpieron en el lugar con rapidez, disparando con precisión. Los primeros hombres de Dmitry cayeron antes de que pudieran reaccionar. Bishop y Mizar se encargaban de cubrir los flancos mientras Brown y Eduardo aseguraban el área.
Mientras tanto, los ojos de Gustabo se clavaron en la imagen que destrozó lo poco de control que le quedaba, y es que sus sobrinos estaban en el suelo, con las manos aún atadas por las bridas y los ojos aterrorizados. Sus pequeños cuerpos temblaban. Sam, pese al miedo, intentaba colocarse frente a su hermana, protegiéndola.
— ¡Nina, las bridas! — le dijo a su compañera la cual corrió hacia los pequeños sacando una navaja para cortar las ataduras.
Sam sollozó de alivio cuando pudo moverse, envolviendo a su hermana en un abrazo protector.
— Tranquilos, pequeños... ya pasó — murmuró Nina con voz calmada. Pero aún no había pasado.
Gustabo sintió el cambio en el ambiente un segundo antes de que sucediera. La puerta trasera del almacén se abrió de golpe, y más hombres armados irrumpieron en el lugar.
— ¡Mierda! — gruñó Eduardo, buscando cobertura mientras que las ráfagas de disparos los rodeaban de nuevo.
El estruendo de balas llenó el aire. Y antes de que pudiera darse cuenta, Gustabo sintió el ardor en su costado, mucho antes de poder comprender lo que había pasado. Un impacto directo en su costado lo hizo tambalearse. El dolor le cortó la respiración, una sensación ardiente que se extendió por su abdomen.
—¡Gustabo! — gritó Bishop, cubriéndolo ahora desde el suelo mientras que su hermana lo arrastraba y ponía a cubierta.
La sangre caliente se filtraba por su chaleco, pero Gustabo solo podía pensar en una cosa. Lo cual no pasó por alto aún cuando su visión se nubló y escuchó un grito proveniente del pasillo.
— ¡Disparen! — escucharon ahora la voz de Volkov.
Haciendo que la esperanza renaciera en el pecho de Gustabo cuando lo vio aparecer, acompañado por su hermano, Hamilton y Gastón.
— ¡Papi! — sollozó Kiara al ver al omega.
— ¡Corran! — gritó Horacio desesperado mientras se aseguraba de cubrir a sus pequeños.
Haciendo que sin pensarlo, Sam tomara la mano de su hermana y corrieran sin mirar atrás. Al mismo tiempo que Volkov y Horacio intercambiaron una mirada de entendimiento. Iban a seguirlos. Debían seguirlos. Pero entonces, Horacio se tambaleó. Su rostro se tornó pálido. Sus labios se entreabrieron como si intentara decir algo, pero antes de poder hacerlo, su cuerpo se desplomó.
— ¡Horacio! — Volkov lo atrapó justo antes de que golpeara el suelo. La respiración de su esposo era errática y sus ojos parpadeaban débilmente.
— Los niños... — murmuró apenas en un hilo.
— Te pondrás bien — susurró Volkov, aunque su propia angustia lo devoraba.
— Necesitamos sacarlo de aquí — le dijo Volkov a Hamilton al verlo acercarse — ¡Ya!
— Lo llevaremos a un lugar seguro — respondió este mientras que ahora Eduardo tomaba en brazos a su jefe mientras que Hamilton recargaba su arma para poder brindarles cobertura.
— Asegúrense de que sobreviva — ordenó el alfa para luego ver cómo Eduardo y Hamilton no perdían el tiempo y se lo llevaron fuera del campo.
Pero Volkov no podía irse. Sus hijos seguían ahí afuera, corriendo en la oscuridad, con mafiosos persiguiéndolos. Así que ajustó el agarre de su arma y avanzó, atravesando el caos. Pasó sobre cuerpos caídos, con el sonido de disparos aún resonando en el almacén.
Y entonces, lo vio.
Dmitry.
El líder de la mafia lo esperaba de pie, con una sonrisa torcida en su rostro. Su traje estaba impecable, como si la batalla a su alrededor no le afectara en lo absoluto.
— Vaya, vaya... — murmuró Dmitry con un tono burlón — justo a tiempo para la gran despedida.
Sin embargo, el alfa no le respondió. Solo lo miró con una furia que amenazaba con consumirlo. Haciendo que Dmitry sonriera con desdén y diese un paso adelante.
— Debo admitirlo, Volkov... me has impresionado. Pocos sobreviven después de traicionarnos. Pero tú... — chasqueó la lengua — tú sólo has sido una molestia.
— ¿Dónde están mis hijos? — lo ignoró por completo, yendo al grano, a lo que verdaderamente le importaba.
— Ah, ¿los pequeños? — Dmitry soltó una risa baja — son valientes, como su padre... esos mocosos corrieron muy rápido... pero dime, ¿qué estás dispuesto a hacer para encontrarlos?
— No estoy aquí para negociar — le dijo mientras sentía su sangre hervir.
— No — asintió Dmitry con un aire de falsa comprensión — no creo que lo estés.
Y con esa última palabra, la pelea comenzó. Dmitry se lanzó primero, olvidándose ambos de las armas y dispuestos a acabar todo de una vez por todas cómo lo debieron hacerlo desde el principio. Mano a mano, entre ellos dos.
Volkov lo esquivó por poco, sintiendo el filo de un cuchillo rozar su costado. Contraatacando de inmediato con un golpe directo al rostro del mafioso, haciéndolo tambalearse. Pero Dmitry no era un oponente fácil. Recuperó el equilibrio con rapidez y le propinó una patada en el estómago que lo hizo retroceder. Ambos hombres se miraron, jadeando. El sonido de la lucha a su alrededor se desvaneció. Solo existían ellos dos.
En un acto desesperado, Dmitry sacó su cuchillo de nuevo y lo lanzó en un movimiento rápido. Volkov lo desvió con su brazo, ignorando el dolor del corte. No podía permitirse fallar. Por lo que seguido a esto, Volkov lo golpeó con todas sus fuerzas. Haciendo que Dmitry cayera al suelo aturdido. Por lo que Volkov no le dio oportunidad de recuperarse. Se lanzó sobre él y lo inmovilizó.
El mafioso intentó hablar, pero Volkov no lo dejó. Dejándolo inconsciente en menos tiempo de lo que Dmitry pensaba. Impidiéndole tan siquiera pensar en cómo zafarse de su agarre cuando ya no podía moverse.
Volkov se levantó lentamente, su pecho subiendo y bajando con fuerza. Miró el cuerpo inconsciente de Dmitry por un largo segundo antes de levantar la vista. Sacó sus esposas para asegurarse de que este no podría escapar.
— ¡Jefe! — escuchó a Bishop acercarse apresurado. Su rostro estaba sudoroso, manchado de suciedad y sangre.
— Ya todo está bajo control — le informó con firmeza — aseguramos el área y abatimos a todos los hombres de Dmitry. No queda ninguno en pie.
Mizar y Gastón llegaron justo detrás de él, sus expresiones reflejaban agotamiento y tensión. Al mismo tiempo, Smirnov se acercaba para revisar al jefe mafioso en el suelo y hacerle seña a Gastón para sacar a este de allí.
— Estamos terminando de hacer un último barrido — añadió Mizar a lo dicho por su hermano — pero la zona es segura.
Volkov asintió lentamente, pero su mente no estaba en la victoria.
— ¿Los heridos? — preguntó con voz áspera — ¿Horacio, ¿Gustabo?
Los agentes intercambiaron miradas antes de que Nina diera un paso adelante.
— Ambos están estables — informó — las ambulancias ya llegaron y los paramédicos los están atendiendo fuera del recinto. Horacio está aún inconsciente, pero su pulso parece ser estable. Gustabo perdió bastante sangre, pero lograron estabilizarlo.
Un suspiro pesado escapó de los labios de Volkov. Al menos estaban vivos. Lo que lo llevó a percatarse de algo que hizo que esa sensación de alivio durase solo un segundo.
— ¿Y mis cachorros? — preguntó de inmediato generando un silencio tenso.
— ¿Dónde están Sam y Kiara? — insistió, su tono ahora más duro, más peligroso.
Sin embargo, nadie respondió al instante. El pecho de Volkov se contrajo con una presión insoportable. Sus ojos recorrieron a cada uno de los agentes, esperando que alguien diera la respuesta que debía escuchar.
— No los encontramos... aún — finalmente habló Bishop haciendo que Volkov sintiera como el suelo se hundía bajo sus pies.
— ¿Qué demonios significa eso? — gruñó, avanzando hacia ellos con una furia incontrolable.
— El jefe Pérez les dijo que corrieran — continuó Mizar — estos debieron esconderse, pero los encontraremos pronto...
— Revisamos las zonas cercanas y no hay rastro de ellos — dijo Brown llegando junto con Nina — no sabemos si salieron corriendo más lejos o si...
Se interrumpió antes de decir algo que solo empeoraría la situación. La mente de Volkov se nubló con mil escenarios posibles. Dmitry estaba inconsciente, sus hombres abatidos. Entonces, ¿dónde estaban sus hijos?
— Revisen cada maldita esquina — ordenó, con la voz cargada de desesperación — ¡No nos iremos hasta que los encontremos!
Los agentes no dudaron ni un segundo. De inmediato, todos se movilizaron, esparciéndose por el recinto y sus alrededores. Volkov sintió un nudo en la garganta. Sus hijos debían estar cerca. Debían estar a salvo.
Los pasillos del recinto ahora parecían más oscuros, llenos del eco de las pisadas apresuradas de los agentes del FBI que se movían con precisión para asegurar la zona. El alfa avanzaba entre ellos con una única preocupación en la mente: Horacio y sus hijos.
Luego de varios largos minutos buscando en el interior, tuvo que salir del edificio, chocando con el aire frío de la noche que golpeó su rostro, pero no fue suficiente para calmar la adrenalina que aún recorría su cuerpo. A lo lejos, las luces de las ambulancias iluminaban la escena, y pudo ver a Gustabo siendo atendido por los paramédicos. Sin embargo, su vista cambió de inmediato al ver cómo su esposo, pero algo no estaba bien. Horacio estaba con la espalda apoyada contra un vehículo blindado, rodeado por algunos agentes que intentaban acercarse a él.
— ¿¡Dónde están mis cachorros?! — rugió el omega haciendo que sus agentes retrocedieran.
— Hache... los estamos buscando... — Alanna intentó razonar con él — usted le dijo que corrieran y ellos...
Seguía hablando la omega pero Horacio ya no la escuchaba. Su cabeza le decía que debía buscar a sus cachorros, y ante las palabras de la omega, su cabeza dio inmediatamente con lo que podría ser la respuesta. Así que sin decir nada más, salió corriendo hacia el interior del edificio. Pasando de largo de todos y siendo seguido por la gran mayoría.
Horacio iba apresurado, alerta y con la desesperación gritándole que se apresurara, diciéndole que iba muy lento y que si no se apresuraba, los perdería de nuevo. Por lo que una vez ingresó en aquella habitación en la que lo habían tenido apresado junto a sus cachorros durante horas, no dudó en acercarse ahora con cautela hacia aquel rincón.
— Sammy... Kiara... — los llamó con tranquilidad — soy yo... estoy aquí... — continuó diciendo mientras que su corazón se aceleraba más al no obtener respuesta por parte de estos — por favor... díganme que están aquí...
Se acercó removiendo aquellas cajas que le bloqueaban su campo de visión. Solo para en cuestión de segundos, poder apreciar a dos de los seres que más amaba en su mundo, sus cachorros.
— Ay mis pequeños... — dijo mientras que las lágrimas comenzaban a salir nuevamente al ver a sus cachorros.
— ¿Ya podemos salir? — preguntó aún algo asustado Sammy mientras abrazaba a su hermana pese a lo incómodo que aquel escondite era para ambos — dijiste... dijiste que pasara lo que pasara... escucháramos lo que fuese... no saliéramos...
— Sí mis bebés — su corazón se rompió en mil pedazos recordado y a la vez agradeciendo haberles dado aquellas instrucciones — ya estamos a salvo — les dijo abriendo sus brazos para recibir a estos.
— Teníamos miedo papi — le dijo ahora Kiara mientras se abrazaba al cuello de este.
Haciendo que dichas palabras continuaran resonando en cabeza, haciendo que aquel estado de alerta en el que estaba antes, cambiara ahora por uno más... ofensivo.
— ¡Señor, están aquí! — el grito de Hamilton lo alertó.
Los demás agentes que estaban en los alrededores se acercaron rápidamente. Volkov por su parte al ingresar en el lugar, no pudo evitar sentir un escalofrío. Pues al ver el lenguaje corporal de su esposo, supo inmediatamente que este no estaba en calma. Su omega estaba temblando, su pecho subía y bajaba con respiraciones rápidas y entrecortadas. Sus pupilas estaban dilatadas, su mandíbula tensa, y su cuerpo, aunque visiblemente herido y agotado, estaba en una postura completamente defensiva.
Los paramédicos llegaron e intentaron acercarse, pero en cuanto uno de ellos alargó la mano, Horacio gruñó ferozmente.
— ¡No lo toquen! — gritó Volkov, deteniendo a los médicos justo a tiempo. Haciendo que por instinto, sus agentes también dieran un paso atrás, confundidos.
— ¿Qué demonios...? — murmuró Gastón.
Volkov lo entendió de inmediato. Nunca le había pasado pero había escuchado de otros omegas que sí.
Horacio había caído en un estado de agresividad extrema.
El instinto omega de protección había tomado el control. Y es que los omegas, en circunstancias normales, eran seres que irradiaban calma y dulzura, pero cuando sus cachorros estaban en peligro, podían volverse letales. Su cuerpo no reconocía la diferencia entre amigos y enemigos. Para Horacio, todos los presentes eran una amenaza.
Volkov sintió un nudo en la garganta. Sabía lo que debía hacer. Por lo que avanzó lentamente, asegurándose de que su postura no fuera amenazante.
— Horacio... — comenzó con un tono de voz bajo y calmado, pero firme.
El omega alzó la vista, y Volkov vio el miedo y la furia reflejados en sus ojos bicolores. Horacio tenía los brazos rodeando a Sam y Kiara, sujetándolos contra su pecho con una fuerza casi desesperada. Sus cachorros estaban temblando, pero no lloraban. Sabían que su padre los estaba protegiendo.
— No... no se acerquen... — la voz de Horacio era un susurro áspero, pero su tono estaba cargado de peligro.
Volkov sintió un pinchazo en el corazón al verlo así. Cubierto de heridas, exhausto, pero dispuesto a pelear hasta la muerte si alguien intentaba arrebatarle a sus hijos.
— Horacio, mi amor... — dio otro paso, con las manos levantadas — están a salvo... no hay nadie más aquí que quiera hacerles daño...
Horacio no respondió, solo apretó más a sus hijos contra su pecho. Su respiración era irregular, y su aroma estaba descontrolado, una mezcla entre su aroma a cereza y miel más el terror que aún lo invadía.
— Horacio, escucha mi voz... — Volkov se arrodilló lentamente a una distancia prudente. Tenía que calmarlo — soy yo... Viktor...
Los ojos de Horacio titilaron con algo parecido al reconocimiento, pero su cuerpo aún no cedía.
— Nos iban a matar... — murmuró mientras que ahora tocaba su vientre — iban a... a lastimar a mis cachorros...
Volkov sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se obligó a no reaccionar con furia, porque eso solo empeoraría la situación.
— Pero no lo permitimos... yo no lo permití — le continuó diciendo — los protegimos, Horacio. Tú los protegiste.
El omega parpadeó lentamente, como si su mente estuviera procesando cada palabra. Su agarre sobre Sam y Kiara no se aflojó, pero su respiración pareció volverse un poco menos errática.
— No dejaré... que nadie los toque... — susurró el omega con la voz temblorosa.
— No tienes que hacerlo solo... — continuó mientras se acercaba a ellos — estoy aquí... siempre estoy aquí...
Horacio sollozó. Su cuerpo aún estaba tenso, pero algo en su expresión cambió.
— Mi amor... querido mío... — Volkov se acercó otro poco — déjame ayudarte... déjame protegerlos contigo...
Le pidió y finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el instinto del omega comenzó a ceder. Horacio respiró hondo, su agarre se relajó levemente, y sus ojos se llenaron de lágrimas. La señal que el alfa necesitaba para cerrar la distancia que los separaba y los envolvió en sus brazos. Horacio no resistió y por primera vez en mucho tiempo, se permitió sentirse a salvo.
El ruso sostuvo a Horacio con firmeza, pero sin presionarlo demasiado. Podía sentir cómo su omega aún temblaba, su cuerpo vibrando de adrenalina y agotamiento. Aún así, no lo soltó. Solo comenzó a dejar que su aroma a canela comenzara a intensificarse, buscando calmar a su pareja.
— Ya está... — susurró contra la cresta de este — ya pasó, mi amor...
Horacio escondió el rostro en su cuello, respirando su aroma con desesperación. Su instinto aún se aferraba a la necesidad de proteger a sus hijos, pero su cuerpo simplemente no podía más. Había llegado al límite.
Sam y Kiara se quedaron en silencio, sintiendo la tensión en sus padres, pero sin moverse. Ambos pequeños también estaban asustados. Sam, a pesar de su madurez, tenía el rostro pálido y los labios apretados. Kiara no decía nada, solo apretaba los puñitos contra el brazo de Horacio.
Alanna que observaba la escena desde un par de metros a distancia, intercambió una mirada con Nina y Mizar. Sabían que tenían que mantener la distancia. Si se acercaban demasiado o intentaban tocar a los niños, Horacio podría volver a reaccionar con agresividad.
— La zona está asegurada — dijo Hamilton por lo bajo — no queda ningún enemigo en pie.
— ¿Los heridos? — preguntó Volkov sin soltar a Horacio ni a sus pequeños.
— Gustabo sigue estable... pero los paramédicos... — hizo una pausa — los médicos dicen que necesita atención inmediata...
Volkov cerró los ojos un momento, sintiendo cómo su mandíbula se tensaba. Sabía que Horacio estaba mal. Demasiado mal. Y le preocupaba tanto su estado como él del pequeño que este llevaba en su vientre.
— Amor, tienes que dejar que te atiendan — le dijo mientras que acariciaba su cresta con cuidado.
— No... no podemos separarnos — respondió mientras negaba con la cabeza, volviendo a tensarse mientras buscaba abrazar mejor de nuevo a sus cachorros.
— No, no nos vamos a separar — aseguró Volkov con firmeza — yo me quedaré contigo, me quedaré con ustedes.
— Los cachorros... — Horacio tembló de nuevo. Su cuerpo no quería ceder, su instinto no lo dejaba.
— Yo los cuidaré — Volkov rozó su frente contra la de él en un gesto de afecto — confía en mí — le pidió mientras colocaba su mano en la mejilla de este y lo acariciaba con delicadeza.
Los labios de Horacio se separaron ligeramente, su respiración aún errática. Quería creerle. Quería responderle y decirle que sabía que a su lado iban a estar bien... pero algo en su cabeza le decía que no. Que debía abrazar a sus cachorros y no soltarlos nunca más.
— Papi... — la voz de su primogénito lo sacó de sus pensamientos, haciendo que de inmediato se ganase toda su atención — podemos ir con los tíos Brown y la tía Nina mientras te atienden. — dijo con seguridad en un tono suave — no te preocupes por nosotros, ellos nos cuidarán como siempre.
El omega volteó a mirar a su pequeña, Kiara lo miró con aquellos ojos que tanto amaba, mostrándole el miedo pero al mismo tiempo, asintiendo con la cabeza y confirmándole que estaba de acuerdo con aquello que había dicho su hermano. Haciéndole que tragase con dificultad. Era su instinto el que lo hacía dudar. Estaba muy consiente de eso y su mente sabía que sus cachorros estarían bien, pero su cuerpo simplemente no quería soltarlos.
Fue el aroma de su alfa el cual continuó envolviéndolo como una manta cálida luego de varios minutos, lo que finalmente lo hizo ceder y con un suspiro tembloroso, cerró los ojos y aflojó su agarre.
Volkov intercambió una mirada con Nina y Alanna, quienes se acercaron con movimientos lentos y cuidadosos. Sabían que tenían que hacerlo bien. Pues a pesar de ser omegas, Horacio podía volver a salirse de control. Sam y Kiara soltaron a su papá y caminaron hacia sus tías quienes los recibieron con suavidad. Horacio de inmediato sintió que ya no estaban entre sus brazos y su pecho se contrajo con angustia, pero Volkov lo sostuvo con fuerza.
— Los tenemos, amor... — lo abrazó mientras que colocaba ahora por primera vez, una de sus manos en el vientre de este — los tenemos a los tres... están a salvo con nosotros... — aseguró haciendo que el corazón del omega se sintiera abrazado.
Sin embargo, a diferencia de lo que ambos esperaban como respuesta a aquella acción, fue también el mismo momento cuando el cuerpo de Horacio finalmente colapsó. Su respiración se volvió errática, sus párpados pesados y su piel, demasiado fría.
— ¡Horacio! — Volkov se asustó mientras que lo sostenía mejor al sentir como este perdía la fuerza.
Los paramédicos reaccionaron de inmediato, trayendo una camilla. Al mismo tiempo que Volkov sentía nuevamente el pánico apretar su pecho cuando vio a su esposo inconsciente en sus brazos.
"No. No ahora. No después de todo esto" pensó el alfa.
— ¡Necesitamos llevarlo al hospital ya! — ordenó firme pero con un temblor que delataba su miedo.
Los paramédicos comenzaron a estabilizarlo. Volkov no se apartó de él ni un solo segundo y cuando levantaron la camilla para llevarla hacia la ambulancia, Volkov fue con él, sin soltar su mano.
— Nosotros nos encargamos de los niños — le dijo Bishop antes de que la puerta se cerrara — los veremos allá.
La puerta de la ambulancia se cerró, y el sonido de la sirena resonó en la noche mientras se alejaban.
El camino al hospital fue una batalla entre la razón y el miedo. Volkov se mantenía firme junto a Horacio, sosteniendo su mano con fuerza, pero su corazón latía frenéticamente en su pecho. Lo que más le aterraba era la palidez de su omega. Aquella hermosa piel canela que tanto amaba, ahora había comenzado a cambiar por una más pálida. Horacio siempre había sido fuerte, más de lo que muchos podían imaginar, pero ahora... se veía frágil.
Los paramédicos trabajaban con rapidez, monitoreando sus signos vitales, ajustando el flujo de oxígeno, asegurándose de que no perdiera más sangre.
— Presión baja — informó uno de ellos con voz tensa — necesitamos estabilizarlo antes de llegar.
— Estoy aquí, amor. No te vayas, ¿me escuchas? — Volkov se inclinó más cerca de su esposo, susurrando en su oído — aguanta un poco más.
Horacio no reaccionó, su respiración irregular y su cuerpo sobre la camilla. Volkov apretó los dientes. Nunca se había sentido tan impotente. Había vencido a Dmitry, había acabado con la amenaza que los perseguía, pero nada de eso importaba si ahora perdía a Horacio.
"No. No voy a perderlo. No puedo perderlo"
— ¿El bebé está bien? — preguntó de repente dejando notar su preocupación.
Los paramédicos se miraron entre sí antes de que uno de ellos revisara rápidamente con un pequeño aparato portátil. Hubo unos segundos de silencio que hicieron que el corazón de Volkov se detuviera. Entonces, un sonido suave, un latido débil pero constante, llenó la ambulancia.
— El bebé sigue con vida — informó el paramédico — pero su esposo necesita atención urgente. Su cuerpo está en estado crítico.
Volkov cerró los ojos por un breve instante, dejando salir el aire en un suspiro tembloroso. Era un milagro que su bebé siguiera ahí. Por lo que en cuando la ambulancia finalmente llegó al hospital, Volkov no soltó a Horacio ni por un segundo. Se aseguró de que lo trasladaran con rapidez y extremo cuidado, con su mirada fija en los médicos que los recibieron.
— Trauma severo, pérdida considerable de sangre, signos de agotamiento extremo. Está embarazado de alto riesgo — le informó a aquellos médicos que los habían recibido.
Los médicos asintieron y comenzaron a moverlo hacia la sala de emergencias.
— Señor, tiene que esperar afuera — dijo una de las enfermeras, deteniéndolo antes de que pudiera seguirlos. Volkov gruñó, su alfa rugía dentro de él. No quería apartarse. No podía.
— Por favor — su voz, aunque firme, tenía un matiz de desesperación — es mi esposo.
La enfermera dudó por un momento, pero luego negó con la cabeza.
— Harán todo lo posible por él, pero necesita esperar aquí.
Volkov cerró los puños, sus instintos gritando en su interior. No quería soltarlo. No después de todo lo que había pasado. Pero no tenía opción.
Cuando vio las puertas de la sala de emergencias cerrarse frente a él, sintió un vacío insoportable en el pecho. Odiaba sentirse así. Odiaba no tener el control.
Minutos más tarde, unos pasos apresurados se escucharon detrás de él. Cuando volteó, vio a Bishop y Alanna llegar con rostros tensos.
— ¿Cómo está? — preguntó Alanna de inmediato.
— Mal — admitió Volkov, en un tono bajo — perdió mucha sangre...
— Acaso él... — comenzó a decir asustada la omega, confundiendo a su otro compañero presente — perdió a...
— ¡No! — respondió de inmediato — no por ahora al menos...
— Gracias Dios... — dejó salir un suspiro de alivio — eso es algo bueno.
— ¿Y Gustabo? — preguntó Volkov luego de pasar una mano por su rostro, tratando de despejar su mente.
— Está siendo tratado — respondió ahora Bishop — su herida no es grave, pero lo tienen en observación.
Volkov asintió lentamente — ¿Y los niños? — pregunto ahora.
— Están bien — dijeron ambos a la vez.
— Le dije a Nina y Brown que se los llevaran a su casa y los pusieran a salvo mientras se resolvía todo por acá — le explicó la subdirectora — estarán al pendiente mientras tanto para saber cómo sigue todo por acá.
— Esperemos que las buenas noticias lleguen más pronto que tarde — dijo este soltando un suspiro.
Mientras tanto, Horacio estaba acostado en la camilla, con varias vendas en el rostro y un tubo de oxígeno ayudándolo a respirar. Su piel estaba pálida y había moretones visibles en sus brazos y cuello. A pesar de la calma aparente que le daba el sedante, su cuerpo aún reflejaba tensión, como si en cualquier momento fuera a despertar listo para defenderse.
— Familiares de Horacio Pérez — escuchó cómo uno de los doctores lo llamaba.
Habían pasado ya varias horas en las que no había obtenido ninguna respuesta por parte de los médicos, y esto sólo lo preocupaba más. Varios de sus agentes habían ido a hacerle compañía en la sala de espera mientras aguardaban por saber cómo seguía su jefe. Por lo que al escuchar como llamaban a su otro jefe, todos inconscientemente no pudieron evitarlo y se pusieron de pie.
— Soy su esposo — anunció dando un paso más adelante — ¿Cómo está?
— Su estado es delicado — respondió con cuidado — tuvo un episodio de ansiedad extrema al llegar, combinado con agotamiento físico y pérdida de sangre. Su cuerpo entró en estado de alerta máxima debido al trauma.
— ¿Y el bebé? — preguntó el alfa cerrando sus ojos por un momento y sorprendiendo a sus compañeros que escuchaban atentamente.
— El bebé sigue estable... por ahora — suspiró el doctor — pero necesitamos que el señor Pérez se mantenga calmado cuando despierte. Si vuelve a entrar en un estado de estrés extremo, podríamos perder al bebé.
Volkov sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No. No iba a permitirlo.
— ¿Cuándo despertará? — preguntó de inmediato — ¿hay forma de saberlo?
— En unas horas — respondió no muy seguro — pero cuando lo haga, será muy importante que esté en un ambiente seguro. No podemos permitir que se altere.
— Estaré ahí cuando despierte — dijo con firmeza.
Habían pasado por mucho durante los últimos meses. Había recuperado su memoria, descubierto que iba a ser padre de nuevo y descubierto lo increíblemente enamorado que estaba de su omega. Y si de algo estaba seguro era de que no lo iba perder, no lo iba a permitir. Ni ahora ni nunca.
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~•~ Creo que este ha sido uno de mis capítulos favoritos de escribir de toda la historia. Espero que para ustedes sea igual, ya sólo queda un capítulo (o dos, aún no lo tengo muy claro) más y el epílogo. Ha sido todo un viaje esta historia y espero que ahora en su recta final lo estén disfrutando tanto como yo.
Gracias por leer ❤️ ~•~
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