Welcome To The Masquerade
Verónica se incorporó de la nada en mitad de la noche ella respiraba agitada, tras un momento en silencio percatándose que seguía en su cómoda cama y su amplia habitación, pero ella no podía evitar sentirse mal aún sabiendo que su seguridad era un hecho, estaba fuertemente protegida por guardias a las afueras de su puerta, incluso Efesto daba sus constantes revisiones por pedido de su señora.
—Eastwood — susurraba en medio de la oscuridad llorando recordando su doloroso sueño.
Ella paseaba por la parte prohibida del castillo Esmeralda, decretado por su ahora marido Sebastián, era la biblioteca donde ella merodeaba esperando encontrar alguna pista del destino de su amado pelirrojo, pronto pudo percatarse de un extraño sonido, era como si alguien se arrastrará y no solo eso sino que estuviera empapado de algún líquido el cual le hacía sonar de forma desagradable.
—¡¿Quién está allí?! — advertía temerosa y por un breve instante rogaba fuera su esposo, el peor de los males — ¿Sebastián?
“Ayuda”
Aquella inconfundible voz era de Eastwood, ella no podía dejarle así sin más, necesitaba ayudarlo, se acercó de dónde provenía aquella débil voz adentrándose entre las repisas de libros, su ánimo subió esperando volver a encontrarse con él, sin tener paciencia corrió, pero al hacerlo cayó de espaldas. Al abrir los ojos se encontró con una sustancia viscosa compuesta de sangre y suciedad, con ella había resbalado.
—Un rastro — pensó esto incorporándose para ir en búsqueda de su amado siguiendo el camino.
Siguió adelante notando como el camino parecía no tener fin por más que seguía y seguía, inmediatamente se preocupo por el estado del Barón, tomo velocidad para ayudarlo logrando ver qué la mitad de su cuerpo se arrastraba a otro pasillo sonando aquel desagradable sonido que revolvía su estómago.
“No sigas, no me busques más, solo ayúdame a qué vivas bien”
La voz dolida de Eastwood casi parecía suplicar esto, causándole un gran dolor en el pecho de la mujer, ella tomo todas sus fuerzas incapaz de dejarlo atrás fue con el herido pelirrojo, encontrando el decadente cadáver de su antiguo amado, su cuerpo estaba ennegrecido y casi consumido por gusanos, siendo un espectáculo macabro para su vista.
“Sal de Hill’s Mortem, vive.”
Salía una voz triste del cadáver sin vida, esto carcomió el corazón de Verónica, quien no esperaba descubrir a Eastwood sin vida, ella cayó arrodillada ante el cuerpo carente de vida. La biblioteca de a poco en poco era invadida por la bruma negra, la cual comenzaba a rodear a la mujer y al muerto, consumiendo todo lo demás, Verónica lloraba desconsolada imaginando a Sebastián detrás de la muerte de su prometido, sin percatarse del peligro inmediatamente, era la presa idónea desprevenida, absorta en su propio sufrimiento y aquella perversa presencia estaba lista para librarla de su agonía.
“Solo sal de aquí”
—¡No puedo! ¡No puedo hacerlo sin ti! — no aguanto más el no poder guardárselo, aquello que le pedía le era imposible.
“No cometas mis mismos errores, eres mejor que yo.”
Las palabras que emanaban del aire intentaban levantar a Verónica pero tenían el efecto contrario, sus palabras le daban mayor peso volviéndole imposible el ponerse en pie.
“El te tragara y vivirás tormentos innombrables hasta dejarte seca, pero eso solo indicara un nuevo comienzo sirviendo como un ente sin voluntad, un mero cascarón vacío que añorara la muerte, que nunca se te será dada.”
—¡Si estoy a tu lado no me importaría! Está agonía que vivo sin ti es una pesadilla interminable — ella se acostó a su lado esperando ser consumida, solo así dándose cuenta de la amenaza a su alrededor.
Una violenta sacudida fue lo que sintió al ser sepultada entre la obscuridad, su visión no le era de utilidad, su sentido de la orientación también se vio perdido al ser revolcada por la tenebrosa marea, pero el roce de algo con su mano era evidente como si se tratara de una señal que daba un claro mensaje: no estás sola.
La paz la colmo en su totalidad al sentir a la persona que siempre idealizo a su lado, la conexión con las demás espíritus que conformaban la bruma inicio, ellas pudieron vislumbrar su vida, sus tragedias y su dolor provocando una reacción insólita en los confines infinitos de aquella densa nada, un burbujeo, un eco entre todas esas almas atormentadas, era como un himno un último vestigio de aquello a lo que llamamos humanidad, en un último éxodo de las almas atrapadas impulsaron a la superficie a la humana, ella intento coger la mano consumida de su prometido, pero todo paso tan rápido perdiéndolo nuevamente en aquel abismo lúgubre, retornando a la luz y a su cuerpo.
Está era la primera vez en cinco años que pudo dar con Eastwood, siendo un amargo trago para su larga búsqueda.
—Crei que si podía buscar en los sitios recónditos podría hallarte — la mujer lloraba al notar que el desdoble de su alma no lograba el resultado deseado, pero arrojo una verdad irrefutable — pero parece que ya no vives.
Efesto quien permanecía del otro lado de la puerta podía oír el llanto de su señora, muchas veces la acompaño en su sufrimiento y por ello sabía que no le podía brindar la calma que requería por ello no se entrometió, siguió su recorrido dejando a los guardias montando su vigía.
—Como todo a cambiado en cinco años, puede que algunas cosas no parezcan afectadas por el tiempo — se refería a Verónica y su dolor — pero allá afuera se montó un pueblo que luce prometedor, incluso Sebastián a sorprendido con su don de mando, realmente me sorprendió, pero..
No podía evitar pensar aquella tarde en dónde Sebastián se ergio como el vencedor sobre el cadáver del Conde Roland, le daba rabia saber que le arrebato su tan esperada recompensa, ya todo parecía gris, ningún brillo parecía apaciguar sus adentros solo era un gran nudo de desesperación y ansias deseando liberarlas para tomar su merecido descanso.
—Varias ideas han cruzado mi mente, pero todo es tan cuestionable, tal vez sea algo tarde para dudar de ello cuando me he llenado de tanta mierda para estar aquí — se decía mentalizándose para lo que estaba por venir asomándose por el ventanal que mostraba el pueblo creciente de Esmeralda.
Tras la batalla por el castillo Sebastián no reparo en dar lo que fuera por renovar las murallas defensivas, volviéndose más altas y robustas, contando incluso con un camino interno que permitía a los arqueros disparar con mayor seguridad, al tener dos niveles, el inferior a unos tres metros de alto y el otro a siete, este último estaba expuesto a los ataques de otros tiradores, pero tenían a su favor calderas para preparar el aceite hirviente, incluso pequeñas catapultas a las que tenían pensado cambiar a unas mayores en un corto periodo de tiempo, a la vista de todo el mundo el castillo se volvió una fortaleza creciente, las granjas establecidas en su tierra daba resultados notables y no hacían más que mejorar con los años causando envidia entre sus vecinos quienes comenzaban a carecer de sus ganancias a un ritmo preocupante; la minería también fue explotada al haber tantas montañas alrededor, descubriendo una inaudita clase de gema preciosa a la que llamaron Gelida Ignis, cuya mayor tonalidad era de un azul cielo y bordes carmín, asemejándose a una flama, venían en distintos tamaños, pronto las de mayor cantidad de tono rojo fueron las más codiciadas, no solo por los coleccionistas y artesanos, sino también por los dotados con el privilegio de la magia, quienes pudieron detectar que está amplificaba su cercanía al Axis Vitae, con todo esto Sebastián subió los impuestos sin temor a represalias por parte de sus pueblerinos, al tener tan codiciadas mineral los mercaderes visitaban con mayor frecuencia pidiendo ser los únicos distribuidores de este preciado fruto de las entrañas de la montaña.
Ante tan altas horas de la noche Sebastián permanecía en su trono, con una tiara de oro con forma de hojas incluso con incrustaciones de la gelida ignis en cada hoja como señal a dos de sus tres fortunas en su poder, el tercer símbolo era un anillo de plata en su dedo anular, tenía grabado las iniciales de ambos y una “d” entre ambas señalando que uno era dueño del otro, perteneciéndose el uno al otro. Llevaba ropa ajustada debajo de su chaqueta el hombre parecía absorto en sus pensamientos dado que aún ahora carecía en plenitud de aquello con lo que toda su vida deseo Verónica, ella no oponía resistencia a sus deberes de esposa, pero al haberlo intentado se percató que ella no tenía el deseo ni la entrega que el soñaba, aquel apetito solo existía en sus deseos carnales de su imaginación, ella en la realidad no era más que un muñeco sin vida, carente de voluntad y reacción, ello lo frustró perdiendo aquel fuego que ansiaba consumir, todos en la aldea iniciaban rumores de como Sebastián no podía concebir un heredero, incluso existían rumores de ser un hombre muy blando, chiste usual entre las sirvientas y mozos.
—Necesito un heredero, la consumación total de mi amor por ella — pensaba acariciando el aire con su mano como si en aquel sitio estuviera el rostro de su esposa, pronto esté rostro se llenaría de desaprobación dando como resultado un berrido patético suplicante — solo ámame.
Un cascabeleo replico en la sala del trono, apareciendo un peculiar individuo no mayor al metro de alto, de huesos anchos, uno de sus ojos le bailaba en contra de su voluntad y tenía una nariz pronunciada, su vestimenta ostentaba de múltiples colores como si alguien hubiera tejido pedazos de telas de colores llamativos para aquel peculiar traje, incluso llevaba una gorra de estos mismos tonos con cascabeles en las puntas siendo casi una parodia de la corona de Sebastián, el extraño individuo portaba diversas cosas en la cuerda que usaba por cinturón, bolsas, pequeños frascos y algo que solía desentonar con su arreglo en general, un pequeño martillo.
—¿Meras? ¿Qué haces despierto? — le increpo el señor del castillo, sabiendo que aún no eran horas adecuadas.
—El trabajo de un bufón no termina hasta que su señor descanse — respondió dando una reverencia, para luego mirarle fijamente con su ojo bueno, para luego lucir desorientado observando los alrededores — ¿Voces? ¡¿Voces azotan mi cabeza?!
Esto en un principio alarmó a Sebastián, pero se limito a mirarle, notando que Meras prestaba atención a aquella voz ajena e imperceptible a su oído.
—¿Un corazón? ¿Una mujer? ¡¡¿Bu-bu-burlas?!! — levantaba la voz el hombre deforme molesto al enterarse de aquello, se froto la base de su nariz como si estimulando aquella zona surgiría una respuesta — ¡Callen! ¡Callen! ¡Silencio! ¡Basta!
La chillona voz del bufón inundaba la sala, pero era profunda, como si tuviera la facultad de penetrar hasta la mente de aquel desprevenido espectador, siendo este una puerta a un mundo de anormalidades, a punto estaba Sebastián de hacerlo callar hasta que este mismo paro de improviso.
—¡Una máscara! ¡Si! ¡Si! ¡La máscara oculta amargas verdades y da un mensaje a los demás! — se impresionaba con una tremenda sonrisa torpe a la par que mostraba una máscara con un gesto sonriente, el brillo de inocencia que irradiaban aquellos inquietos ojos se perdieron para dar lugar a una voz sería de un adulto cuyas épocas de juventud le otorgaron conocimiento — Pero usted desea el corazón de su señora, es un camino largo, pero puede llegar a ello, es cuestión de un juego de máscaras.
Con un rápido movimiento hizo bailar la máscara sonriente sobre su palma, al dar varias vueltas el gesto cambio a uno de tristeza, incluso una lágrima acompañaba a la falsa cara.
—¿Esta listo para este juego mi señor? — le hizo la pregunta cubriéndose con aquel objeto y de vuelta con su voz infantil.
Sebastián parecía dispuesto a aceptar al verse envuelto por tal seguridad en su habla, sin dudas sabía cómo tener la atención de los hombres con poder.
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