¡Lo Prometiste!

Sebastián bajaba las escaleras en una penumbra casi inquebrantable aún con su antorcha, en su descenso podía oír como en esta tranquilidad caían gotas de agua cada tanto, la temperatura era baja en las entrañas de la montaña, su capa le era útil para este inconveniente pero aún así acercaba el fuego para mejorar su situación, en la oscuridad estaban bultos de piedra sobresalientes con una forma casi perfectamente esférica, al seguir bajando pudo ver perfectamente por un enorme hueco en la pared su mazmorra, un sitio repleto de cadáveres y alimañas que se alimentaban de ellos formando un manto gris, al mirarlas solo podía sentir náuseas de dichos carroñeros.

—Soy el legítimo dueño por la palabra del antiguo señor de Hill’s Mortem — se decía sacando el pecho, llenándose de una falsa seguridad y poder así mirando su antorcha y pensar — incluso podría quemar estás tierras desde sus entrañas.

El tener está posibilidad tentaba terriblemente al hombre ya de por sí débil, sus manos tentaban está posibilidad al acariciar el mango de la antorcha con su pulgar, su rostro reflejaba el ansia al apretar su labio inferior, cerraba sus ojos para imaginarse traicionando a muerte a Walter en su ausencia, está imagen sumida en una oleada incesante de fuego contaba con una fuerte carga de éxtasis, buscaba hacerse con una clara representación del espectro, de su gesto de horror al darse cuenta de la amarga traición realmente intentaba imaginarlo pero le era imposible doblegar a esa entidad de aparente naturaleza perfecta.

«Hola pequeño Sebas.»

Recordaba bastante bien su encuentro con el maestro de las tierras en la batalla por el castillo Esmeralda, siendo llamado a un sitio a una sala plateada con pilares adornadas con relieves de serpientes las cuales parecían estar bajando del techo, el marfil del piso era solo ocultado por una alfombra larga que marcaba el camino hacia el trono dónde yacía un hombre pálido de largo cabello castaño claro, portaban una corona dorada delgada con pequeñas incrustaciones de zafiros casi pareciendo espinas con manchas de sangre, tenía un impecable aspecto carente de toda arruga, su ropa la cual consistía de un camisón blanco con holanes al final de sus mangas, un peto castaño encima con un grabado de un sol del cual brotaba una mano, también llevaba una camisa negra y una piel de lobo sobre todo, parecían estar hecha de un material imposible al tener un brillo y un tono tan vivido que incluso el propio color parecía incapaz de permanecer solo en las prendas, esto le otorgaba un aura más mística a su dueño quien parecía estar en un estado de aburrimiento perpetuo al tener su mentón apoyado en su puño, sus ojos parecían vibrar con un anheló pero a la vez se le notaba impotente de aquel cometido. Tras un breve instante de mutua observación el sujeto en el trono arqueo sus cejas ante la falta de educación de Sebastián.

—¿Ninguna reverencia o siquiera una presentación formal? ¿No te das cuenta de que fuiste llamado por mi? — preguntaba sin enojo en su voz, ciertamente parecía carecer de emociones o voluntad.

—¡¿Qué es esto?! ¡¿Dónde estoy?! ¡¿Quién es usted?! — Sebastián estaba sobresaltado ante lo desconocido, buscando alguna congruencia desesperado comenzó a recapitular — estábamos.. estábamos en una persecución. ¡Si! ¡Si! Pero al estar contra la pared yo..

—Tu conciencia fue atraída a esta remota parte de la inexistencia, una jaula para tu servidor lo único bueno de ella es que es traslúcida haciéndome capaz de ver lo acontecido en el plano material — le dio una breve explicación a su perturbado invitado quien pareció necesitar un momento para asimilarlo.

—¿Dices que no existe el paraíso? ¿Solo un limbo tras la vida? — el joven apenas podía mantener la compostura y eso se debía a qué sentía un aura peligrosa emanando del anfitrión siendo lo único que evitará que estallara en gritos.

Este planteamiento le parecía bastante conveniente ser con la corona quitando su postura previa para inclinarse a su invitado con un pequeño brillo en sus ojos.

—Es correcto no existe nada más allá de esto que llamas vida, todo lo trabajado por ello cae en el sin sentido en el vacío perpetuo haciendo a uno lamentarse por la inmensa eternidad de allí yace la energía del mundo — narro con emoción y convicción está idea la cual creía en mayor parte, está supuesta verdad derrumbó al joven cayendo sobre sus propias piernas ya abatido, ese resultado excedía las expectativas de Walter pero seguía complacido con ello — no temas pequeño niño yo puedo darte algo para lidiar con esto.

—¿Usted? — la duda expresada irritó a Walter quien tuvo que tragarse su orgullo para seguir, aún con ello el ambiente se torno hostil por ese instante, ese sentir era tan fuerte que sentía que su columna se doblaría de forma antinatural con el mero deseo de su anfitrión, movió la boca pero ningún sonido salía de ella con cada segundo que pasaba podía presentir como el disgusto crecía y sus nervios también.

—¡Habla! ¡Habla! ¡Discúlpate ya! — se decía a si mismo con insistencia ya sudando por los nervios haciendo que se arrodillara por su insolencia.

—P-Per.. perdone — tartamudeo de forma lamentable y continuo tras aclararse la garganta — es solo que nada tendría sentido ni siquiera la vida misma sin Verónica.

—¿Te refieres a la mujer a la que solo podrías casarte si le das a su hermano el castillo Esmeralda? — hablaba ya más complacido al tener su miedo, Sebastián asintió con la cabeza — debes saber bien que el nunca te dará su mano, te mando a morir y lo sabes. Más importante yo no se la daré.

—Quiere decir que usted es..

—Si el señor legítimo de Hill’s Mortem, pero creo que ustedes le llamaron el castillo Esmeralda — el ser reflexionaba para continuar la conversación — no me gusta pero es bastante ventajoso luego de marcar bastante el nombre de estas tierras.

—¿Intenta decirme que está guerra es un sinsentido? — al decirlo sentía como sus fuerzas le abandonaban.

—Para ustedes si pero puedo otorgarte una vida única llena de privilegios quizás sea un viaje sin sentido pero vivirás respetado con todos los lujos y esa particular mujer — esto captó el interés de Sebastián quedando con una sonrisa estúpida.

—¿Lo haría? — avanzó con su sonrisa y ojos perdidos aún arrodillado deleitando.

—¿Harías todo lo que te pidiera sin protestar? — está propuesta tenía un tono perturbador indicando la naturaleza de aquel ser.

Sin pensarlo dos veces asintió haciendo reverencias al misterioso señor.

—¡Hare lo que sea por tenerla! ¡No me importaría si usted fuera un demonio, le seguiría mientras Verónica este a mi lado!.

—Tus palabras son bastante dulces pero necesitaré más para tenerte la confianza necesaria — llevo su mano al mentón haciendo como si pensara en una solución, pero era una simple tetra para quitarle toda clase de apoyo — me entregaras las vidas de tus subordinados aquellos a los que contrataste.

—¡Lo haré! ¡Se los daré! — dijo entusiasmado pero está desapareció con rapidez — pero será difícil son talentosos.

—Yo me encargaré de ellos solo debes permitirlo no debes inmiscuirte — le dejo en claro su anfitrión poniéndose de pie — si ocurre esto volverás a tener audiencia conmigo, Walter el amó de Hill’s Mortem.

En el presente Sebastián se sentía insultado por no tener el corazón de Verónica, llegando incluso a aborrecerse al rememorar como se humilló ante otro haciéndole querer arrancarse la cara con sus manos desnudas valiéndose únicamente con sus uñas y la fuerza que la pena le otorgó. En un vaivén de emociones el hombre golpeó de improviso la columna dónde la escalera de caracol se apoyaba, sus ojos dejaban salir lágrimas de frustración teniendo bien en claro que la mujer a la que entrego todo solo le repudiaba, este peso le aquejó por bastante tiempo hasta ya no poder contenerlo.

—¡Lo prometiste! ¡Me lo prometiste Walter! — vocifero sin poder retenerlo más, se derrumbó dejando caer la única luz, así en la oscuridad lloro amargamente.

En el pasado Sebastián volvió a ser llevado a la sala del trono dónde estaba un Walter satisfecho al entregar las almas de su grupo.

—Lo hiciste bien, creí que lo arruinarías para serte sincero — le confesó para agitar su mano apareciendo la silueta de la mercenaria — en especial por ella.

—Ella no es Verónica — respondió sin pesar o lamento por su perdida.

—No pero ella fue la primera en interesarse por ti, por tenerte afecto, ese dulce sentimiento que has estado buscando tan desesperadamente — explicaba acercándose al hombre quien se negaba a ver las cosas como le eran dichas.

—No, estoy destinado a Verónica y ninguna mujerzuela tomaría su lugar — está declaración le hizo esbozar una sonrisa a Walter.

—Que así sea entonces, veo que estás en apuros frente a tu némesis — con un ademán Walter hizo aparecer un portal donde se visualizaba Roland — si bien hasta entregaste a Eastwood el hombre quien te reconoció es algo para aplaudirte y tras replanteármelo te acepto como mi representante en la tierra.

Walter estiró su mano al aire para materializar una espada de hoja pálida pero con tres ojos en ella, los cuales se movían de un lado a otro, la espada liberaba una atmosfera funesta acompañada de un fuerte aroma a sangre, su portador dejo caer el arma al hombro de Sebastián quien temió ser partido a la mitad pero misma prudencia le ordenaba no moverse ya que al menos así tendría una muerte instantánea e indolora.

—Yo Walter te nombró señor temporal de Hill’s Mortem, que tu reinado te sea grato — añadió con cansancio en sus ojos — debes saber que se te transferirán conocimientos y técnicas de combate para que tengas el calibre necesario para el puesto.

—¿Significa que podré derrotarlo? — pregunto estupefacto.

—Mi niño tu ahora eres el castillo — le contesto retirando la espada para hacerla desaparecer — volveré para cobrarte, espero no olvides tu palabra.

Una luz blanca lo cegó por un momento cargándolo de diversos saberes expandiendo a si su mente.

De vuelta en el presente algo se movía en el pilar de la escalera algo grande y extenso con múltiples extremidades moviéndose sin parar en el mismo tiempo en que el hombre lloraba en la negrura, el escándalo parecía alertarlo de su letargo haciendo que sus extremidades tantearan las escaleras desde la cima hasta abajo, la inspección iba acercándose lentamente al indefenso hombre.

—Te a sentado bien los años es una pena no poder tocarte — escucho la voz femenina de una vieja conocida parando si llanto y dejando caer sus manos para verla.

—¡¿Tú?! ¡No! ¡No puede! ¡No puede ser! — vocifero aterrado de la visión.

Sasha estaba bajo las extremidades sujetándose del pilar para evitar salir corriendo al encuentro del ahora noble, sus ojos no cargaban resentimiento solo melancolía pese a esto le sonreía a quien en algún momento juro servir, seguía con su mismo atuendo de la última vez que la vio. Una mezcla de emociones encontradas aquejaban al hombre por una parte le era grato verla pero también la culpa le oprimía el pecho, su garganta le dolía ante la necesidad de decir algo pero se contrariaba a cada segundo.

—No hagas una tontería — le pidió la mujer pero su cuerpo desapareció ante el movimiento de las extremidades las cuales golpearon accidentalmente al hombre en la cabeza haciéndole rodar por las escaleras las patas intentaron empalarlo para luego consumirlo pero reaccionaron lento pasando antes Sebastián hasta llegar a la mazmorra junto a su antorcha.

—No puede ser verdad — suspiro tomando la antorcha pero sin la voluntad para incorporarse dándole el tiempo suficiente para que la cosa entre los muros le encontrará.

Unos pasos se escucharon en la mazmorra, yendo a toda prisa hasta Sebastián, el hombre con una herida en la cabeza temió que volviera a aparecer Sasha, pero para su sorpresa una figura pequeña de cabello largo y aspecto bastante sucio apareció portando algo largo en una mano y con su otro brazo se sujeto al herido, las otras patas reconocieron la extremidad y se retiraron para el alivio del par.

—Se fueron por ahora señor — le dijo la niña volviendo al herido — ¿Puede ponerse de pie señor?

—S-si — hablo dudoso con aquella niña — ¿Pero dime quién eres tú?

—Perdone mi imprudencia mis padres estarían avergonzados de mi educación — se disculpo apenada sobándose la cabeza — soy Irene, mucho gusto.

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