The Hidra
Una presencia perversa de paseaba por la colina, deambulaba hambrienta, con un apetito insaciable, todo era llevado a su interior, cada cadáver, incluso la sangre, dejando impecable todo lo que en un momento fue una zona de guerra, la agonizante presión del lugar se libero tras la intensa batalla, la tierra se abrió dejando libres a entes de ultratumba, cadáveres reanimados, esqueletos armados y con los restos de armadura, todos se alzaron de su martirio con una sola orden, tomar toda vida en sus tierras, marcharon al castillo al unísono, este era rodeado por estos muertos-vivientes sin dejar brecha abierta para el escape, el ambiente se volvió más frío tras la aparición de los muertos, su cantidad era superior, teniendo una ventaja de uno a cinco, el vigía pudo observar a la armada de los muertos, mostrándose imparable y poderosa. Las campanas sonaron advirtiendo a todos de la amenaza próxima.
En el retorcido interior de la mazmorra, una luz prevalencia luego de la doceava hora, está ardía con intensidad, poco a poco desvaneciéndose y dejando atrás unas figuras, entre las misteriosas figuras aparecía Dhorcas el orco con una gran cuchilla que necesitaba de ambas manos, a su lado una Leilla con ambos brazos y conciencia propia, también estaba Relgon, Dimos y Sablon a salvo, ninguno sé explicaba el motivo de su salvación.
—Tremenda expresión la que llevan ustedes humanos — se burlaba Dhorcas, dándoles una revisión atenta, su rostro cambio por una con bastante coraje — les falta la humana. ¡¿No pudieron protegerla?!
—¡Ella! Ella.. — Sablon se quedó pensativo recordando que cayó de la torre, desconociendo el estado de Erina — la salve, pero no sé..
—Todo esto es muy confuso ¿Qué está pasando Leilla? No me contaste lo que pasaba y aún así yo te apoye al buscar a ese tal Alastor — replicaba Dimos tras recordar cómo las espadas lo acribillaron.
Relgon intentaba no llamar la atención, a sabiendas de su fatal desempeño, todos estaban demasiado centrados buscando respuestas.
—Yo en aquellos momentos no era capaz de actuar libremente, él nos deja muy breves instantes para hacer lo nos plazca, ahora mismo su control escaso — explicaba la guerrera.
—¡¿Cuál es la salida de este sitio?! — interrumpió Relgon buscando ser libre.
—No existe una “salida” en la mazmorra — contesto el orco — si buscas ser libre debes matar al amo del calabozo.
La respuesta dada solo logro encorvar al guerrero, sujetándose la cabeza con ambas manos, no quería verse obligado a enfrentar nuevamente a los cadáveres.
—¿El cristal? — pregunto recordando lo que existía sobre la torre.
—Si, en el corazón de la mazmorra, la sala del tesoro, pero únicamente está abierta en la doceava hora, es imposible entrar antes de ese momento — respondió Leilla, ella mira a su alrededor, notando la falta de otra persona — ¡No puede ser! ¡¿Dónde está Alastor?!
—¿Espera que dices? — el orco miro a todos lados en búsqueda del guerrero.
—¿Tampoco está aquí? Es demasiada coincidencia — expresó intentando llegar a una conclusión.
—El debe estar “vivo” por eso es que nosotros estamos a salvo —contaba el orco — nunca paso algo así en cuarenta años. ¿Es cosa suya?
—No, pero debemos buscar respuestas — Sablon sonaba muy comprometido en saber el paradero de Erina.
—Si es así, tendremos que bajar veintiocho pisos, talvez están en la sala del tesoro, atrapados — Dhorcas decía lo que pensaba sin medirse.
—¿No te parece extraño Dhorcas? — le preguntaba Leilla al no ver a nadie en la mazmorra.
—Tienes razón, no han venido a atacarnos — todos observaron a su alrededor notando únicamente el infernal aspecto del calabozo.
—Nunca antes nos ha dado tanta libertad, algo está pasando —el orco con el gran arma avanzó, todos le siguieron, detrás de todos iba Relgon quien solo caminaba pálido ante el miedo.
En su camino al piso treinta y uno no veían a nadie, ese sitio quedó sin un solo rastro de los muertos, piso tras piso solo notaban que estaban solos, incluso la mazmorra no contaba con sus grotescos ojos en las paredes, toda esta tranquilidad resultaba estresante, era tan atípico que apenas era soportable, Relgon grito desesperado su frágil mente colapso finalmente, todos miraron estupefactos al hombre, si bien sabían que no tenía las agallas suficientes ni el temple para afrontar la situación actual, sus compañeros se negaron a impedir que se fuera, el orco miro a los humanos sorprendido de con cuánta frialdad actuaron.
—¿Debería matarlo? — pregunto Dhorcas siendo piadoso.
—No, es lo que se merece — respondió Dimos rencoroso.
Continuaron avanzando hasta el nivel veintiocho, donde escuchaban ruidos de combate, alguien estaba peleando, dudaron en primera instancia, pero no podían ignorarlo, cabía la posibilidad de que fueran sus compañeros extraviados.
—Cuidate de estos dos Sablon, dicen haber estado aquí por más de cuarenta años. ¡Es una locura! — musitó Dimos desconfiando de estos dos guerreros.
—¿Quieres enfrentarte al orco? ¿No verdad? — esperaremos el momento indicado, hasta entonces copera.
Dimos se sorprendía del gran crecimiento de su compañero, anteriormente lo veía como un tipo problema, pero ahora demostraba ser alguien de confianza, capaz de tomar grandes decisiones.
Llegaron a una cámara llena de cadenas colgantes, algunas tenían ganchos, pero la mayoría estaban oxidados, el olor era un claro indicador, en el lugar estaba Sam, quien corría detrás de unos grandes pedazos de lo que en algún tiempo fueran pilares, Firel estaba al descubierto, preparado para atacar, a su lado se encontraba también Ernes, mostraba tener mayor experiencia encarando monstruos, la hidra con sus ocho cabeza atormentaba a los guerreros, sus cabezas amenazaban con devorar de un bocado la mitad de sus cuerpos, sus largos cuellos se extendían por toda la habitación, siéndoles imposible ver el cuerpo, únicamente veían sus escamosos cuellos verdosos, más allá de sus amarillentos dientes y sus grandes ojos negros capaces de ver todos los movimientos de los hombres, bocado tras bocado intentaban las múltiples cabezas alcanzar a sus víctimas, las espadas de sus oponentes eran solo mondadientes para el reptil, lograban causar pequeñas heridas.
—¡Es inútil nunca podremos llegar al otro extremo! — vociferaba Firel, quien fue el segundo en darse cuenta de la presencia de la extraña compañía.
Sam les invitaba a ocultarse de las imponentes mandíbulas, Ernes estaba sumamente concentrado en las cabezas, estás intentaban rodearlos y apartarlo de sus camaradas, pero el esquivaba los gruesos cuellos, saltando sobre ellos, apenas veía a una cabeza mandaba una estocada a uno de sus ojos, los guerreros se asombraban de sus habilidades y su infinito valor para encarar a semejante criatura, logro cegar cuatro cabezas y un ojo izquierdo de otra.
—¿Qué veo? Es capaz de darle batalla ¿Quién es este tipo? — Dimos se quedaba boquiabierto ante tal despliegue de habilidades.
—No sé, lo encontré en el campo de batalla, antes de ser arrojados a este infernal calabozo — musitó el mago, intentando ocultar sus heridas fatales.
—¡¿Batalla?! ¡¿Afuera?! — gritaron Sablon y Dimos al escuchar tales noticias.
—¡Espera eres del ejército enemigo! — Dimos bramó preocupado.
—La batalla entre Barones debe ser el último de tus problemas — Sam le dejaba en claro al guerrero — ¿Ustedes también estaban en la batalla?
—No, nosotros estábamos en el castillo, cuando nos trajeron aquí — contaba Sablon, su compañero no estaba contento al haberles dado información.
—Nosotros llevamos más tiempo aquí — hablo Leilla, un tono triste la acompañaba — hace cuarenta y siete años atrás yo y mis compañeros morimos por culpa de está mazmorra, al final también Alastor murió, pero el en ese momento era usuario mágico he intento salvarnos delas garras de esta entidad. La doceava hora es el momento final, donde la mazmorra expone su corazón en forma de un gran cristal, pero nosotros no podemos hacer nada, estamos atrapados en un bucle infinito, donde siempre repetimos nuestros actos, mientras el maestro de la mazmorra nos observé.
—¡Fue eso a lo que enfrentamos Firel! ¡Combatimos contra la entidad maestra! — sacudía el hombro del mercenario — ¡Por eso no murió luego de decapitarlo! ¡Por eso desea la runa, debe querer engañar a la muerte! ¡Quitarse de encima a ellos!
—No lo creo, esa cosa tiene una visión más amplia, nosotros somos nada para él — hablo molesto el orco, observando a Ernes, quien entretenía a la bestia — creo que debemos huir, podemos hablar de esto después.
—¡Aturdelo con tu magia, nosotros iremos por su corazón! — le pedía Dimos a Sam.
—No puedo, es por ello que Ernes pelea con ese monstruo — explicaba el mago, quien ocupaba su magia en si mismo.
—Apoyemos al humano, puedo ver qué está dejando sin vista a la bestia — exclamó Dhorcas.
Las cabezas sin visión se movían por todos lados, intentando encontrar al enemigo, eran fáciles de evitar para Ernes, pero dos cabezas más aparecieron delante de este, no podía escapar por atrás estaban los cuellos de otras cabezas, Sablon lanzó dos daga intentando acertar a uno de los ojos, logrando acercar con uno de estos, deteniendo el avance de una, la otra abrió sus fauces estaba lista para devorarlo. Una gran placa de acero se interpuso, era Dhorcas, quien metió su arma entra las fauces del monstruo, los guerreros retrocedieron, las demás cabezas fueron con la otra intentando agarrar a los humanos, sin embargo ya se habían escapado.
—Tenemos que cegar las demás cabezas, solo así avanzaremos hasta la próxima sala — les indico Ernes, al buscar otra cabeza.
—Eso suena demasiado peligroso — musitó Dimos — ¿No podemos ir por otro lado?
—No — respondió Sam de inmediato — el camino es por allí.
—La cámara del tesoro no es por allí — aclaraba Leilla, no comprendía sus motivos.
—El ente nos trajo aquí por un objeto y me temo desea el otro que poseo — respondía pero no mostraba la runa — si él usa la runa, será nuestro fin.
—Pero si tal objeto estuvo en la batalla ¿Cómo está el Barón Eastwood y su grupo? — la preocupación de Sablon era obvia.
—Me temo que no iba bien, Solomon entro — contó Ernes, la noticia conmocionó al guerrero — debemos separarnos en dos grupos, cada uno irá por un extremo diferente, hasta llegar al otro lado.
—¿Esta bien esto de ir por ese objeto? — le pregunto el orco a la mujer, parecía respetarla.
—Si, tenemos tiempo y además nunca fui por este lado o al menos no existía.
—¿Pero realmente es así? Ni yo misma se con certeza cuánto tiempo fui de mi misma o de cuando tomaba el control la mazmorra — se atemorizaba Leilla con tales pensamientos, pero sabía que era una posibilidad — incluso recuerdo con tanta vivacidad como le arrebato la armadura a Alastor y como mi mano toca su cálido corazón, son detalles tan claros en mi mente, que me asustan.
Leilla sentía como un velo la envolvía restringiéndola, su cuerpo se heló por un instante, desapareciendo en poco segundos dicha sensación desagradable.
—¡Leilla apúrate! — le reprendía Dhorcas, quien ya estaba en una fila con el resto, estaban por desafiar sus posibilidades.
La guerrera se preparaba para abrirse camino entre las cabezas ciegas de la hidra, sabiendo que entre ellas estaban unas capaces de notarlos, Leilla iba con Dhorcas, Dimos y Ernes, en el otro extremo veían como corrían adentrándose entre el mar de piel de serpiente, los golpeteos de las cadenas avisaban a las cabezas sin vista que había alimento cerca, el corazón de la guerrera latía con fuerza.
—¡Vamos! — dio la señal Ernes teniendo en cuenta de que su grupo llamaría la atención por su número.
La corpulencia del orco hacia golpear las cadenas colgantes, llamando a las cabezas de la hidra, dos cabezas se aproximaban yendo de lleno a la pared, Dhorcas tomo a Leilla y se fueron por en medio de la sala, Dimos quedó muy atrás de Ernes, al echarse atrás para evitar el impacto de las cabezas contra la pared, las cadenas en toda la sala se sacudieron, poniendo a la hidra en confusión, sus cabezas sin ojos chocaban contra las otras, generando que más cadenas se vieran afectadas, Dhorcas y la guerrera corrían presurosos al ser acosados por los cuellos del monstruo, su camino se volvía más y más chico, recordándole a Leilla como perdió su brazo, detrás de ellos estaba Dimos quien se vio en la necesidad de seguirlos, sus hombros sentían la presión generada entre los dos cuellos al unirse.
—¡Corre! ¡Vamos! —vociferaba Dhorcas al humano, quien no dejaba de mirar.
El humano vio como una cabeza de la hidra sobresalía dispuesta a devorarlos, estaban atrapados, si se mantenían sin moverse serían aplastados por los cuellos, si continuaban sin precaución serían engullidos por la cabeza capaz de ver. Dimos pensó por un instante en no decir nada, así talvez podría sobrevivir si la bestia comía a esos dos, pero recordó a Relgon.
—¡Cuidado! ¡Viene una más! — advirtió corriendo más a prisa.
La cabeza descendió abriendo su hocico, Dhorcas sabía que en su posición le era imposible salir intactos, la espada de Dimos fue liberada, este salto sobre uno de los cuellos, arrojándose a la mortífera boca de la bestia escamosa, rápidamente volvió a levantarse para masticar, el orco molesto e inspirado por tal gesto noble se preparó para ayudarlo, pero es llevado del brazo por Ernes, quien vio lo acontecido.
—¡Estamos cercas! ¡Somos los únicos! ¡No desperdicien la oportunidad que les dieron el resto! — les gritaba señalando atrás.
Sablon fue rodeado por dos cabezas, las mantenía a raya con su arma, Firel era engullido por otra y el mago tomo la decisión de usar su magia, sufriendo por las dolencias de sus heridas, pero quemando cuatro cabezas con las llamas que salían de sus palmas.
—¿Quieren ayudar? ¡Vamos al cuerpo principal! — indico el diestro guerrero, el orco y la humana lo siguieron.
El fondo de la habitación era oscuro y no tenía más cadenas, Leilla al acercarse supo por qué no habían, la hidra estaba sujeta con las cadenas con garfios incrustados en su piel, imposibilitando su escape, incluso tenía grandes clavos de acero, era una escena difícil de mirar.
—Es horrible, no me extraña cuan violento es — musitó Leilla impactada con cuánta crueldad estaba sujeto.
—¡Cuidado! —advirtió Dhorcas al ver una figura moverse cerca del cuerpo de la hidra.
De la oscuridad apareció una cara familiar para Leilla, pero quedó pálida al ver su estado insólito, era Gerdel con una armadura violeta y detalles en las orillas plateadas, su rostro traía una enorme cicatriz sobre su ojo izquierdo, el cual tenía una apariencia putrida.
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