The Envoy From The Dungeon

—¿Gendel? — pregunto asustada Leilla al ver su temible aspecto.

Este la miro sujetando una maza con picos, los tres se pusieron en guardia intentando estar listos para el extraño guerrero, Gendel se acercó amenazante.

—¡Aquí estás! Únete al velo negro que todo envuelve — estiraba su mano a la mujer, ella lo miraba atemorizada, al verlo su expresión cambio por una llena de irá — ¡Ya no esperes la luz de Alastor! ¡El ya no está en la mazmorra!

Su maza era descargada contra la guerrera, es empujada por Dhorcas quien para el arma con sus manos al haber perdido su enorme espada, Ernes va con todo con su espada oxidada, la cual se rompe al contacto con Gendel, recibiendo un puñetazo, logra moverse a tiempo para recibir el menor daño posible del golpe, el orco desvía el arma de su agresor y entra en combate físico al igual que Ernes, su enemigo suelta la maza para poder lidiar con ambos, el gancho del orco conecta con la barbilla del enemigo, pero este no retrocede ni parece cobrarle efecto, le propina un golpe en su rostro, echándolo para atrás, Ernes descargo su pierna con todo su peso sobre la mitad de la pierna enemiga, rompiéndola al instante, no aquejo a Gendel pero si lo obligó a arrodillarse, la mano de ultratumba sujeto el cuello de Ernes, alzándolo del suelo, con desesperación golpeaba el brazo con ambos puños, era inamovible no parecía suficiente para librarse de su agarre tan firme.

—Si está sigue así yo..

Dhorcas apareció oprimiendo el cráneo de Gendel desde atrás, en un intento para detenerlo, pero seguía sin causarle alguna molestia, la visión de Ernes empezaba a fallar, el orco intentaba arrancarle la cabeza en un último esfuerzo, inesperadamente Leilla apareció con su espada, cortándole el brazo, de la herida emanaba una siniestra e inusual bruma negra, se tiró de espaldas liberán dose del agarre de Dhorcas y tomando su maza.

—No nos lo podrá fácil — musitó el orco mientras Ernes tosía intentando recuperar el aliento..

—¡Acepta a Lord Walter! — agitaba su arma en el aire.

—¡Dhorcas.. mata a la bestia! Usaremos nuestros números en su contra — Ernes hablaba con dificultad.

El orco busco algo que usar para matarlo, terminando con una lanza en sus manos. Gendel se movía torpemente para intentar detenerlo, Ernes se interpuso contando únicamente con sus puños, el guerrero de la mazmorra lo tomo del cuello ya molesto de su intromisión.

—¡Detente! ¡Este no eres tú! — vociferaba desesperada la mujer, no deseaba matar a su antiguo camarada.

—Leilla yo.. — su agarre careció de fuerza, dándole la oportunidad a Ernes de soltarse y propinarle un par de puñetazos.

—Siempre te miraba, admiraba tu belleza y tu fuerza, eras como pocas, solo quería que me mirarás, si tan solo dejaras de ver a Alastor — pensaba dolido, mientras la bruma negra salía de su cuenca sin ojo, alejando a sus oponentes.

La neblina envolvió a Gendel, Dhorcas subía en el lomo de la bestia, dispuesto a acabar con ella, el tiempo era importante, alzo la lanza para liquidar al monstruo y en ese instante una jabalina se clavo en su pecho, era obra del renovado Gendel, quien había sanado su pierna con un aspecto cadavérica, en esa pierna llevaba amarrada una cesta con varias jabalinas rojas y en su mano un lucero del alba, el cambio más notable fue que ahora poseía un casco negro que ocultaba su rostro, por las rejillas del visor una luz roja salía.

—¡Esto no me gusta! ¡Protege a Dhorcas debe terminar su labor! — bramó preocupado por este nuevo aspecto de su adversario.

El orco de tambaleaba, pero no sé desplomaba, Gendel saco unas cadenas del suelo, el garfio parecía pedir la piel verde de Dhorcas, Ernes tomo una vara del suelo y lo atacó desesperado, el garfio se enterró en el hombro derecho del guerrero, siendo llevado al siniestro heraldo de la mazmorra.

—No podemos dejar que hiera a Dhorcas ¡Usaré mi cuerpo como escudo! — levantó el arma en sus manos apuntando a la cabeza del agresor.

Gendel le propinó un puñetazo al mismo instante que la vara impacto contra su casco, Ernes retrocedió ante el golpe al tener nublada su vista, antes de siquiera recuperarse es tirado nuevamente hacia su adversario, obligado a ir por el garfio en su hombro, recibiendo otro golpe, su mente estaba en blanco solo continuaba recibiendo el castigo. Erina era espectadora de los consecutivos golpes, la sangre brotó en un instante, logrando que Ernes cayera arrodillado ante su enemigo.

—Combatí contra diferentes clases de bestias y guerreros, pero nada tan inhumano como él — pensó al tener sobre si a Gendel, quien lo sujetaba con una mano y la otra continuaba su castigo — moriré, no cabe duda de ello, solo deseo que Dhorcas acabe con la hidra.

Leilla en su desesperación acudió en su ayuda con espada en mano, no deseaba usarla, pero el deber se lo exigía, el arma iba directamente por la cabeza del emisario de la mazmorra, este último levantó la cabeza y la luz rojiza parecía observar a la guerrera, su espada cumplió su meta, decapitó sin miramientos a Gendel, su casco salió desprendido rodando por el suelo, su cabeza salió de este, pero al ver su rostro quedó atónita, se trataba de Dhorcas, la guerrera cayó al suelo sin palabras, el cuerpo cambio, volviéndose verde y su ex-compañero tomo el lugar del orco sobre la hidra, Leilla no podía comprender lo ocurrido.

—La jabalina, el instrumento de la mazmorra — Ernes musitó adolorido.

—Dhorcas.. yo lo mate — lloraba la guerrera, sin evitar sentir repudio por matar nuevamente a uno de los suyos.

—¡Esto no es tu culpa! Fue obra de este lugar, no puedes dejarte vencer — su sentir no coincidía con sus palabras, perdiendo la oportunidad de matar a la hidra, seguramente también la de salvar a sus compañeros.

—Es imposible, sin la fuerza del orco no podremos matar a la hidra, incluso distraer a ese guerrero es una tarea fuera de nuestras capacidades — pensaba derrotado.

—Únete a Lord Walter, deja que toque tu corazón — insistía Gendel extendiéndole la mano.

—¡No lo haré! ¡Nunca podría hacerlo! ¡No sucumbiré a esa cosa! — bramaba desesperada, sabía que estaban en un callejón sin salida, no existía salida alguna de la habitación, únicamente volviendo a pasar lo por las cabezas de la hidra — ¡Debes detenerte! ¡Para está locura!

—No, esta es la única manera de estar juntos, por toda la eternidad — Gendel tomo una de sus jabalinas, preocupando a los guerreros — estarás segura con el maestro Walter, solo acepta tu única opción, no te reúses.

—¿Realmente es el fin? Alastor ayúdame — temía de lo que estaba por venir.

Una poderosa luz surgió desde el otro lado de la habitación, se trataba de unas temibles llamas, las cuales devoraban la carne del monstruo y seguía avanzando, hasta el cuerpo junto a Gendel, Ernes y Leilla quedaron asombrados al ver semejante milagro, los alaridos de la bestia llenaron el cuarto, pero rápidamente callaron, de entre las llamas aparecieron Sam, Firel y Sablon, estos últimos lucían extenuados, el mago parecía que caería en cualquier segundo, ambos guerreros lo sostenían, sus ropas de Sam estaban hechas añicos revelando su decadente cuerpo repleto de heridas mortales, desnutrición y su collar con la runa del penitente, la única cosa que lo mantenía vivo.

—¡Están vivos! — festejaba la guerrera, al ver a sus recientes compañeros con vida.

—A duras penas — respondió Firel con un par de heridas en los brazos — si no fuera por Sam estaríamos en el vientre de la hidra.

Inmediatamente las miradas se posaron en el bulto de carne ahumado, tenía una gruesa capa de carne quemada de la cual salió Gendel, su armadura se quebró del lado izquierdo revelando su actual apariencia, la de un esqueleto, ya no existía ningún rastro de humanidad en él.

—¡Desgraciado sigues con vida! — bramó Ernes con su cara molida a golpes, Leilla lo detuvo, aceptando la realidad, ella debía vencer al heraldo.

Los guerreros dejaron a Sam a un lado de Ernes, Dimos dejaba un rastro de sangre, su cuerpo estaba cubierto de heridas, pero ambos fueron a apoyar a la mujer en la contienda contra el ser aparentemente inmortal, el cual bajaba de la pila de carne.

—Cuídense de las jabalinas, es capaz de usarlas para cambiar lugares, así mato a Dhorcas — advertía la guerrera a sus compañeros.

Apenas Gendel toco tierra fue atacado por Leilla, este interpuso su esquelético brazo y con su otra mano agarro una jabalina, listo para apuñalarla.

—¡Te salvaré! — exclamó el heraldo al aproximar su arma a la desprevenida mujer.

Sablon detuvo el ataque con su espada, molestando a Gendel, el cual dio una patada al guerrero, quitándolo de en medio, Leilla no podía retirarse debido a que su espada estaba atrapada entre los huesos del brazo de su excompañero.

—¡No se interpongan en mi deseo! — advertía a sus oponentes al ansiar la compañía de la mujer.

—Los muertos tenían un punto débil, cuando les cortaba el vientre expulsaban una misteriosa neblina — recordaba Dimos antes de actuar.

El guerrero arremetió contra el ignorante Gendel, siendo su espada capaz de abrirle el vientre, el heraldo no podía creer su terrible error.

Sam se retorcía de dolor al dejar de aplicar su magia como alivio, sus ojos iban de un lado a otro sumidos en una terrible agonía, Ernes intentaba detenerlo, al ver anteriormente a compañeros morir o hacerse lesiones.

—¡No podrán ganar! — vocifero en pleno dolor — el está repleto de la misma fuerza mágica, al igual que el hombre encapuchado.

—¡¿Pero que dices?! — su preocupación era obvia, pese no entender todo lo dicho por Sam.

—La mazmorra lo protege, seremos asesinados por él — musitó aún estremeciéndose por el dolor.

Gendel seguía intacto, pese a su herida, atacando al débil hombre con la jabalina, enterrándola en su costado, en un acto desesperado atravesó el cuerpo del heraldo con su espada.

—¡Deprisa mátennos! — bramó Dimos, revelando la naturaleza de su acción, sus compañeros no estaban preparados para un acto de tal magnitud.

—El tiene razón, no podemos desperdiciar está oportunidad — se levantó el mago, dispuesto acabar con la batalla.

El guerrero de la muerte libero a Leilla, con la intención de asesinar a Dimos con sus propias manos, consiguiendo sujetarlo la cabeza sin problema alguno, Sablon no podía levantarse debido a sus heridas ante la batalla contra la hidra.

—¡Basta Gendel! ¡Detente! — llamaba su atención Leilla sintiendo el peso que la espada daba con cada acción realizada.

—Es imposible, Lord Walter es imparable — resonaba la voz espectral del siervo de la mazmorra.

Con ambas manos oprimía el cráneo de Dimos, sus gritos no le causaban remordimientos a Gendel, Leilla se quedó observando sin hacer nada al respecto.

—¡Leilla detenlo! — gritaba Sablon dolido al escuchar los lamentables alaridos de su compañero.

—Ernes en caso de que yo pierda la conciencia o la razón, tu deber será traerme devuelta, no puedes creer lo que te diga esa mujer, tengo mucho que contarles — le revelaba el mago al guerrero, este asintió, Sam avanzó aprovechando su oportunidad — su cuerpo físico es lo único que lo mantiene en este plano.

—El tiempo otorga vida, la milla se extiende hasta el ocaso, justo paladín gris otórgame tu guadaña del adiós — pronunció este cántico extendió sus brazos.

Una increíble luz cegaba a los presentes, Gendel soltó a Dimos al conocer la naturaleza del resplandor, el heraldo esqueletico se despedazaba con rapidez, intento dar un paso adelante para arrojarle una jabalina, pero cayó al suelo al perder sus piernas, la luz era tiempo, el cual le pasaba factura al guerrero de ultratumba, su armadura sé desplomaba al perder su cuerpo.

—¡Leilla no me dejes! — vocifero la antinatural voz, su cuerpo se volvía polvo, su voluntad luchaba por mantenerse vivo, pero su esfuerzo fue inútil, pereció nuevamente, dejando atrás su equipamiento, pero poco después tuvo el mismo destino.

Sam tras lograr derrotar al enviado de la mazmorra se desplomó al suelo perdiendo la conciencia ante el intenso dolor, Ernes logro sostenerlo y vio como detrás de ellos el cuerpo de la hidra se convertía en humo, dejando al descubierto una puerta.

Sablon se reunió con su compañero, este último estaba en sus últimas, se mostraba satisfecho tras conseguir la derrota del monstruo y el muerto-viviente.

—Encuentra a Erina, sálvala de este infierno — le pidió Dimos antes de fallecer, su compañero lloro su pérdida y una figura desconocida apareció sobre ellos, era Marlon, quien tenía restos de sangre en el rostro.

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