Hopeless

—¡Señor Eastwood! ¡Están aquí, han vuelto! ¡Ahora son doscientos atacantes! — anuncio el vigilante sobre el muro que rodeaba al castillo esmeralda.

Un hombre pelirrojo con una resiente herida en la mejilla se acercó, sus ropas estaban manchadas de sangre, la guerra no había sido gentil, su reducido grupo de guerreros se mantenía intacto, pero el cansancio estaba presente.

—¡Malditos! — grito furioso — no nos han dejado de azotar sus oleadas de guerreros desde hace dos días, sin respiro alguno…

—Mi señor descansé, dudo mucho que esté grupo pueda atravesar las defensas — uno de sus hombres con mayor experiencia le aconsejaba, se trataba de Marlon, un guerrero destacado, el cual se le ofreció servir al Conde Roland— ellos buscan desgastarnos, debemos tomar turnos hasta la llegada de los refuerzos.

—Asumiendo que logro evadir al bando agresor, debemos suponer que los refuerzos no llegarán — Eastwood carecía de experiencia en el campo de batalla, pero era de rápido pensamiento — manda a cinco de tus hombres a buscar en el interior del castillo, con suerte encontrarán algo útil.

—¡Como diga señor!

—Y que la mitad de sus hombres tomen sus arcos para proteger el castillo, el resto tomarán un descanso — dio unas palmadas al hombre y se fue al muro.

—Solo espero acabe está disputa antes que nuestro alimento — Marlon sabía bien lo que era el hambre y no deseaba volver alli, menos en medio de la batalla.

—¡Sablon, Dimos, Relgon, Lermin y Erina, vengan de aqui! — cinco guerreros fueron a él, todos estaban desgastados a causa de la falta de sueño.

—¿A qué nos manda hablar el gran Marlon, azotador de pestes? ¿Quieres que nos infiltremos en el ejercicio contario y sembremos el caos? — la audaz boca de Sablon solía ser un cansancio para él y el grupo, ahora podía deshacerse de ella.

—No, ustedes exploraran el castillo, busquen todo material útil para el combate — la noticia no le agrado a Sablon.

—¿Y yo por qué debo ir con ellos? — alegaba Erina, ella estaba gustosa de ser de utilidad en el muro como arquera — ¿Es por ser mujer? ¿O es por ser tu hija?

—Es por orden del señor Eastwood — mentía, su deseo era proteger a su hija, ella no tuvo más que callar.

—Bien, Relgon estás a cargo del grupo, necesitaremos todo material, esto no pinta nada bien, ahora marchen — sin mirar atrás se retiró del lugar.

—Esto es injusto — continuaba su queja la joven.

—Llegara tu momento de brillar, ahora asegurémonos de sobrevivir este asedio — Relgon sabía lo necesitados que estaban por algo que cambiará el rumbo de la batalla.

El pequeño grupo entro al castillo esmeralda, con la esperanza de encontrar algo capaz de ayudar en la batalla, los guerreros en el muro disparaban sus flechas contra el números grupo, ellos bloqueaban las flechas con sus escudos, transportaban un ariete, para derribar las puertas del muro.

—No de nuevo.. — musitó desanimado el Barón Eastwood —¡Enciendan sus flechas! ¡Traen un ariete a nuestras puertas!

A la lejanía dos jinetes observaban como se llevaba a cabo el encuentro, las flechas fallaban con mucha diferencia al blanco, además los escudos dificultaban acabar con ellos, pero los atacantes se veían afectados por la gran cantidad de cuerpos esparcidos por todo el campo de batalla, hombres acribillados por las flechas, otros con heridas de espada, incluso algunos con el cráneo destrozado por las rocas que ahora carecían.

—Creo que ya es momento para preparar a nuestro grupo señor Solomon — le aconsejaba el hombre sin ningún arma, era un hombre entrado en sus treinta.

Las ansías dominaban al guerrero, sentía la necesidad de tomar el castillo

—No, no debo arruinarlo, si me vuelvo impulso arruinare mi oportunidad — serenaba su mente — si he podido aguantar tantos años, que son unas horas.

—Ciertamente, al anochecer rodearemos el castillo, tu “Stone man” serás el testigo de como conquistamos está tierra para el Conde Demetry — intentaba no ser tan obvio.

—Entonces tu podrás lograr tu cometido ¿no es cierto? — Solomon miro la bolsa, tenía que asegurarse de aún tenerla en su poder.

—El deseo de mi madre… — tras este breve pensamiento cabalgaron de vuelta con su ejército.

—¿Estas listo para desempeñar tu papel? No te pague solo para mirar — Solomon le dejaba en claro, al notar la calma del mago.

—Yo hare mi parte, he ignorare las faltas que lleguen a realizar —parecía no ser nada para el mago, Solomon no podía evitar mirarlo con desagradó.

El sonido de la batalla se intensificaba, los constantes golpes del ariete contra la puerta ya resentida, los gritos de dolor y ánimos, los atacantes caían uno a uno, no podían superar la puerta, los guerreros desesperados atacaron con sus armas la puerta.

—¡No podemos seguir de está manera, seremos acribillados como los otros grupos de ataque! — gritaba uno de los hombres mientras castigaba la puerta con su hacha, su arma no mostraba ser mejor que el ariete.

De los muros cayeron cuerdas, las cuales los hombres del Barón Eastwood usaron para bajar y rodear a su enemigo, incluso la puerta se abrió, mostrando al Barón y sus guerreros detrás suyo.

—¡Peleen! ¡Peleen hasta su último aliento! —el grito encendió el coraje del grupo invasor.

Las espadas ansiaban la sangre de sus oponentes, pero eran bloqueados por los escudos.

—¡Mantengan a raya a esos infelices! — exclamaba el líder del grupo.

La defensa del grupo era buena, pero los guerreros de Eastwood eran más, cuando bloqueaban un ataque otra espada atacaba, el número de enemigos disminuía con rapidez.

—¡Quítense del camino! — el ariete apareció de entre el grupo, los hombres de Eastwood fueron sorprendidos, cayendo derribados.

El Barón se vio asombrado por la indomable voluntad del enemigo, ellos no intentaron huir con ese ataque, solo quitaban guerreros de su camino para llegar con él.

—Esplendido.. — su asombro no le hizo contenerse al encarar a los enemigos.

Sus movimientos con la espada eran rápidos, sus contrincantes solo podían tocar su espada una vez antes de sentir el filo de su arma en sus intestinos, entre la matanza apareció un hombre pelinegro con una desafortunadamente mirada, tenía un hacha en sus manos, su reluciente armadura plateada con detalles azules asombraban a todos sus adversarios.

—Sin dudas, tu debes ser él Barón Eastwood, he escuchado de tu talento con la espada, incluso te alaban por tu ingenió — la pelea alrededor de ellos paró, todos querían ser testigos del enfrentamiento de sus líderes.

—Pero para mí solo eres un cobarde.. — el enemigo levantó su hacha — yo creo que temes encontrar a alguien superior a ti en el campo de batalla.

—No creo haber escuchado tu nombre, pero lo que si sé, es que no tu lengua es muy filosa — al igual que su enemigo levantó su espada a su dirección — déjame ver si tú arma está a la altura de tus palabras.

—Ernes de Dorin, pero poco importa, tu morirás aquí mismo — el guerrero se precipitó con su hacha.

Eastwood le paró con su espada, tuvo que usar ambas manos para frenarlo.

—Es fuerte, si me descuido lo lamentare.. — su preocupación le hacía temblar la espada.

Ernes pateó en el estómago al Barón, al notar que no ganaría por su fuerza, Eastwood casi cae de espaldas, el aire se le escapa sin tener fuerzas para recuperarse.

—Mierda… no lo vi venir — sus piernas temblaban, levantó la mirada, siendo testigo de como Ernes volvía al ataque.

El hacha iba a partirle el cráneo al representante del Conde Roland, la espada volvió a parar el bestial ataque, no sin poner a Eastwood de rodillas resistiendo el imponente golpe.

—Lo sabía, careces de la valiosa experiencia de un combate real — Ernes sentía la victoria a su alcance.

Siguió atacando, sin darle oportunidad de ponerse de pie, el cuerpo del Barón se sacudía en cada golpe, pero no le quitaba la vista de encima al hacha.

—¡Miren todos a su glorioso líder! ¡Miren como lo tengo de rodillas! — se regocijaba de su ventaja.

El hacha volvía a bajar una vez más, fue en ese momento donde Eastwood se levanto y de un tajo corto el hacha de Ernes, este último miro incrédulo el palo en qué se había convertido su arma, el filo de la espada del Barón se acercó al cuello del líder de los atacantes.

—¡No me mates! ¡Puedo serte de utilidad! — sus palabras molestaron a Eastwood, quien golpeo con su codo el rostro de Ernes.

—¡No tienes honor! ¡Tú…! — pensó un momento la situación y miro a sus hombres, ellos tenían rodeados a los guerreros de Ernes —¡Maten a esos desgraciados!

El líder de los hombres no esperaba tal acción, con su sangrante nariz se acercó al Barón.

—¡No necesita matarlos! ¡Solo tómenos! — suplicaba Ernes, pero sus palabras eran ignoradas, sus hombres fueron masacrados — ¡Basta!

Eastwood le propinó una patada en el vientre, obligándolo a agacharse, continuó golpeando su rostro, Ernes intentaba levantarse, pero al intentarlo le esperaba otro puñetazo, hasta terminar tirado en el suelo con el rostro vuelto una masa sangrante. Los enemigos del Barón murieron, solo quedaron un montón de cadáveres.

—Amarren a este hombre, le interrogaremos, mientras tomen las flechas de los enemigos caídos, ya no tenemos suficientes — ordenó Eastwood, sus hombres obedecieron.

—Esta victoria debe darnos lo necesario para ganar la guerra — miro el cielo pensando en su prometida — quiero volver a verte mi amada. Aún si tenga que dejar atrás una pila de muertos.

Sus hombres se apartaban de su camino, el sujeto irradiaba una presencia imponente.

No muy lejos una gran armada descansaba, tenían sus tiendas ya armadas, los guerreros bebían y comían, muchos sabían que podría ser su último atardecer. Un hombre permanecía en su tienda mirando su mapa, donde había marcado la ubicación del castillo esmeralda, se trataba de un hombre en sus treintas, de una densa barba negra, la cual tenía la mala costumbre de acariciar al pensar, portaba su cota de malla, una liguera armadura.

—Desconocemos el campo de batalla, incluso el número de enemigos, pero tenemos suficientes provisiones para un asedio, si los privamos de alimentos y el correcto ataque ellos nos darán las tierras — el hombre sonaba muy entusiasta con la idea pero algo le molestaba.

Pronto la calma de su tienda fue irrumpida por un tipo alto y delgado, tenía unas largas orejas, una larga cabellera castaña echada para atrás, la cual  parecía estar moviendo, como si fuera el flujo de un río, el cual acababa en su espalda, el extraño hombre tenía una gran cicatriz, está cruzaba todo su rostro de forma diagonal, era un elfo.

—Veo que sigues con tu mala costumbre de no apreciar una buena fiesta — el elfo le ponía una mirada acusatoria.

—Para ti Cilan es bastante fácil, solo vas por allí buscando la próxima batalla, no se trata de una oportunidad para esposar a una hermosa damisela — el hombre se sentía extraño al decirlo en voz alta.

—¿Realmente quiero casarme? — se cuestionaba en sus adentros.

—Si me lo preguntas mi querido amigo — Cilan tomo asiento sobre la mesa mostrando sus ropas de verde esmeralda — es raro, tanto el hecho de que tú, el Barón Emil busque sentar su cabeza, tanto como que el Conde Roland te ofreciera la mano de su hermanita.

—Si.. — parecía no asimilarlo del todo.

—¿No estabas bien con fornicar con toda bella dama que encontramos? — Cilan realmente no podía creerlo.

—Si, pero talvez deba tener descendencia legitima, además ella lo tiene todo, un cuerpo tan voluptuoso, después de todo yo no viviré por siempre como tú — parecía molestarle saber la realidad de sus razas.

—Nadie es eterno pequeño Barón Emil, nadie, incluso yo que te conocí desde tu infancia, pero yo también perezco —su voz parecía invitar a una desgracia, ambos callaron ante el nefasto tema.

Mírate, incluso llevas tu armadura — el elfo volvió hablar con entusiasmo.

—Estamos en territorio enemigo, gracias a la información del Conde Roland sabemos que Solomon debe tener el castillo — el Barón miraba nuevamente el mapa, Cilan se asomó.

—Sabe usted que mi gente hablaba de unas tierras malditas, un páramo desolado, dónde se erguían las ruinas de un castillo maldito — las miradas del elfo y el humano se cruzaron, el ambiente se volvió enigmático, como si alguna especie de criatura se hubiera metido a la tienda a rastras, trayendo consigo un halo de muerte y misticismo —se contaba que en el interior de las mazmorras existía un increíble tesoro, uno con el cual un hombre podría vivir diez vidas sin haber gastado ni la mitad de la fortuna.

El Barón Emil sentía un escalofrío recorriendo su espalda.

—Pero era custodiado por un terrible mal, algo hambriento, un ser perverso sin forma  y con gran poder sobre las almas débiles.

—¿Tú crees que se trata del castillo esmeralda? — Emil sentía nervios de tan solo pensarlo.

—Yo.. realmente no sé, tan solo dije que me recordaba a aquel tenebroso relato, pero aquí todo parece muy próspero — sus calmadas palabras calmaron al Barón.

Un estruendo alarmó a al Barón y al elfo, gritos de horror, junto una peste en el aire parecido al olor a cerdo quemado, sin titubear salieron para encontrarse con la fatídica respuesta, estaban bajo ataque.

—Nos encontraron — susurro con un aire derrotado.

El fuego sobre las tiendas cobraba vida, tomando forma de una serpiente, está atacaba a los hombres del Barón Emil, un solo roce bastaba para prender en llamas a los guerreros, la criatura de fuego se reproducía con velocidad, su fuego se propagaba sobre otras tiendas, dando vida a otra serpiente, su vida era tan larga como el material resistiera el fuego, los guerreros intentaban buscar alguna manera de combatirlos, pero al instante de tocar a las criaturas de fuego con sus armas eran consumidos por las llamas.

—¡Aléjense de las criaturas conjuradas! — advertía Cilan al ver lo poco efectivo que resultaba atacarlos.

—¿Si no podemos herirlos como los venceremos? — le preguntaba el Barón al ver cómo cientos de sus hombres morían a manos del hechizo mortal.

—¡Busquemos al mago! O solo dejemos que el fuego se apague solo, aún podemos salvar a una parte de nuestro ejército — el elfo prefería reagruparse.

—Tu saca a todos los hombres de la zona, yo me adentrare entre este hechizo, allí debe estar el mago — el Barón era osado en su actuar, era algo habitual en él, pero eso no hacía que Cilan dejase de preocuparse.

—Solo ten cuidado — le pidió el elfo a su amigo.

Emil corrió entre las tiendas en llamas, las serpientes intentaban atraparme, saltaba del fuego esparcido por el suelo, en ese momento una serpiente atacó, el Barón sintió el calor de la criatura, pero fue empujado por uno de sus hombres, salvándose de morir incinerado, el guerrero cayó al suelo como una masa negra, Emil miro atónito.

—Pude haber sido yo… — musitó sintiendo su corazón latir con todas sus fuerzas.

Se volvió a incorporar, solo para ver la silueta de un hombre, caminaba sin prisas, le daba la espalda, parecía que no se había dado cuenta de su presencia, el Barón Emil saco una daga, se preparaba para arrojársela.

—¡Te tengo bastado! ¡Pagarás tu atrevimiento! ¡Mis hombres! —

Sus gritos parecieron llegar al mago, este miro al Barón, el cual sin piedad le lanzó la daga, metió la mano, evitando la muerte y una de las serpientes fue en su auxilio, ya sin remedio tuvo que huir del lugar, dejando que su enemigo se escapara.

—¡Juro que te atrapare bastardo! —gritaba a todo pulmón apenas se alejo lo suficientemente.

Cayó derrotado, junto los desechos de tiendas, sus caballos quemados y sus guerreros convertidos en bultos negros humeantes, Cilan lo acompaño en su desgracia.

—¡Mataré a Solomon y a su maldito mago! ¡No veré el descanso hasta lograrlo! — se puso de pie, ayudado de su fiel amigo, observando que tenía aún alrededor de mil quinientas personas a su disposición, esto lo llenaba de ánimo.

No muy lejos se acercaba un pequeño grupo de guerreros bajo la protección del velo de la noche, entre el grupo de siete estaba el joven Sebastián.

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