Capítulo 94

Capítulo 94 – Aidan Sumer, 1.818 CIS (Calendario Solar Imperial)




No sentí ni frío ni miedo al cruzar el portal y adentrarme en un oscuro túnel lleno de estrellas que aguardaba en su interior. Tampoco sentí vértigo al ver que mis pies no pisaban nada salvo oscuridad, ni nervios al ver que los astros giraban a nuestro alrededor, destellando con fuerza. Tal era mi seguridad y determinación que no dejé que el espectáculo de luces me impresionara. En lugar de ello fijé la mirada en el horizonte, allí donde el camino llegaba a su fin, y paso a paso fui avanzando hasta alcanzar una puerta abierta.

La cruzamos.

Al otro lado del umbral aguardaba una estancia de tamaño medio circular de suelo de piedra. Una estancia cuyas paredes amarillas estaban cubiertas de estanterías sobre las cuales había cientos de frascos y botellas de cristal. Todos los contenedores eran distintos. Las formas eran parecidas, al igual que los colores, pero no llegaban a ser idénticos. Las formas, las curvaturas, su profundidad... había gran personalidad en ellas. Una personalidad que las hacía únicas. Y al igual que se diferenciaban entre sí por fuera, también lo hacían por dentro gracias a las pequeñas figuras que aguardaban en su interior. Figuras que, incluso en la distancia, pude identificar como seres humanos durmiendo. Algunos se encontraban en la base de la botella, acomodados en posiciones imposibles. Otros, en cambio, flotaban en nubes de humo, con los rostros cómodamente reposados sobre los cúmulos como si fuesen almohadas de algodón.

El techo de la sala era abovedado y había muchas imágenes pintadas en él. Partidas de caza, bosques, combates, recepciones reales... había mucha heroicidad en todas las escenas representadas, con guerreros de porte noble y reyes elegantemente vestidos acompañados de bellas damas de alta cuna. A simple vista había gran belleza en ellas. No obstante, había ciertos detalles en las imágenes que las distorsionaban hasta tornarlas un tanto crueles. Obscenas incluso. Lo que a simple vista parecía una partida de caza en realidad se trataba de un grupo de guerreros con armadura y cabeza de ciervo persiguiendo a venados con rostros humanos; el rey que con tanta solemnidad entregaba una medalla a uno de sus sirvientes tenía un cuchillo clavado en la espalda mientras que su reina, a cierta distancia, reía con complicidad con el que probablemente era su amante. Los caballeros se miraban entre sí con envidia... los bosques reían...

Era horrible. Escenas tétricas que nos contemplaban desde lo alto mientras que desde lo bajo, con los ojos llenos de sangre y el rostro moribundo, quedaban los restos de un maltratado Sol Invicto grabado en la piedra.

Sentí un nudo en la garganta al cruzar los ojos con los suyos. Apreté los puños, consciente de que no debía dejarme llevar por las provocaciones, y dirigí la mirada hacia el auténtico protagonista de la sala. El hombre que, vestido elegantemente de negro con una camisa de cuello alto, una casaca gris y guantes con las puntas de los dedos dorados, se encontraba en el centro de la sala, de pie frente a un caballete que sujetaba una bola de cristal iridiscente.

Sus ojos verdes de distinta tonalidad despertaron mi furia. El "Fénix" se mantuvo unos segundos con la mirada fija en la superficie reflectante del orbe, aparentemente distraído, hasta que ambos atravesamos el umbral. Una vez bajo su techo, nos miró con fiereza... con interés.

Con curiosidad.

Y no estaba solo. A su lado, alzándose como un gran titán de más de dos metros y medio, una figura esbelta vestida totalmente de negro y con el rostro oculto tras un extraño casco alargado de color blanco permanecía inmóvil. Entre sus largas manos de dedos finos había el pomo de una espada cuya hoja mis ojos no alcanzaban a ver. La magia que surgía de su filo, sin embargo, destellaba iridiscente a su alrededor.

—Aidan Sumer y Luther Valens... —dijo el "Fénix", desviando la mirada del uno al otro con interés—. Es una auténtica sorpresa veros. Sabía que tarde o temprano nuestros caminos volverían a cruzarse, pero jamás imaginé que sería aquí. No recuerdo haberos invitado a mi hogar...

—Y sin embargo, aquí estamos —respondí en tono cortante—. El juego acaba aquí y ahora, Orland Alaster. Has perdido.

—Pareces muy seguro de ti mismo, Aidan... —reflexionó Alaster cruzando los brazos sobre el pecho—. Demasiado... ¿Tú qué opinas, Luther? ¿Realmente crees que he perdido? ¿Crees que ya todo está hecho? Eres un hombre inteligente; un hombre reflexivo... me interesa especialmente conocer tu opinión al respecto.

Luther no respondió. En lugar de ello desvió la mirada hacia la delgada figura que se encontraba junto al "Fénix" y clavó los ojos en su casco blanco. Parecía de piedra, o quizás de hueso, y no había señal alguna en ella. Era totalmente liso, como si lo hubiesen pulido para la ocasión. El Centurión lo observó durante unos segundos, en completa tensión, y cerró ligeramente los dedos alrededor de la empuñadura de su espada.

La figura, en cambio, ni tan siquiera se inmutó. Desvió ligeramente el rostro hacia él, inclinando la barbilla, pero nada más. Ni habló ni se movió, sencillamente permaneció estático, probablemente atento a cada uno de nuestros movimientos.

La sonrisa del "Fénix" se quebró ante el silencio de Luther. Apretó ligeramente los puños, incómodo, y desvió volvió la mirada hacia mí.

—Habéis llegado lejos —admitió—. Era cuestión de tiempo que lo intentarais, pero me sorprende que lo hayáis conseguido. Aquí no puede entrar cualquiera.

—¿Fallos de seguridad, Alaster? —repliqué con acidez—. A estas alturas deberías ya saber que la luz del Sol Invicto llega a absolutamente todos los rincones de la creación.

—De la suya sí, de la mía... —El "Fénix" recuperó la sonrisa—. Este lugar es único, Sumer. Nadie hasta ahora ha podido crear nada parecido a este universo. Lo han intentado, pero todos han fracasado en sus intentos. Yo, por el contrario, no solo lo he conseguido, sino que, además, día a día lo estoy extendiendo, cruzando más y más líneas. Primero fue la de la realidad, después la de los sueños. Le siguió la de la muerte... y ahora la de la vida. Vosotros sois el claro ejemplo de que mi poder va más allá de los límites del velo.

—Lo seríamos si hubiésemos llegado hasta aquí gracias a ti —le corrigió Luther, sombrío—. Pero no ha sido así. Tu poder es innegable, pero hay seres que te superan capaces de quebrar tus defensas sin que te des cuenta, "Fénix".

Incómodo ante el comentario, Alaster frunció el ceño.

—Eso no es del todo cierto, Valens —replicó en tono cortante—. Habéis logrado llegar hasta aquí sin mi invitación, sí, pero no os equivoquéis: alguien os ha abierto la puerta desde dentro. Alguien que ha fallado a su palabra... debí suponerlo.

El "Fénix" alzó la mano derecha e hizo un ademán complejo en el aire, dibujando unas runas con las puntas de los dedos dorados. Inmediatamente después, atraída por una fuerza invisible, una de las botellas blancas de los estantes saltó a su mano. Se trataba de un frasco de cuello grácil y silueta delicada que recordaba a un cisne. Alaster le quitó el tapón, despertando una nube de humo en su interior, y sopló. Una puerta blanca se desdibujó a pocos metros de él, abriendo en la realidad un nuevo acceso por el que entró una mujer.

Mi mujer.

Esbelta, de altura media, con la larga cabellera azabache dibujando bucles en la espalda y los ojos negros llenos de luz, Jyn Valens atravesó el umbral, empujada por un lazo dorado que rodeaba sus muñecas. Vestía con un traje vaporoso de color blanco que dejaba entrever las líneas sinuosas de su cuerpo. Unas líneas que, tal y como había pasado el primer día en que se había cruzado en mi camino, aceleraron el latido de mi corazón. La miré de arriba abajo, sintiendo el nerviosismo crecer en mi interior, y sin poder decir palabra alguna vi cómo, sacando el extremo del lazo de la nada, Alaster tiraba de ella y la atraía hacia él.

Jyn me dedicó una fugaz mirada de ojos entrecerrados justo antes de chocar con el pecho del "Fénix". Su hermano, a mi lado, ni se inmutó.

—¡Hay que ver lo bruto que eres! —se quejó Jyn en tono meloso—. Solo tienes que pedirlo, y me acercaré, ya lo sabes.

—¿Has visto a quién tenemos aquí, Jyn? —respondió él, apoyando las manos firmemente sobre sus hombros y girándola hacia nosotros, como si de una muñeca se tratase—. ¿Los has visto? Vamos, no finjas sorpresa... sé que han llegado hasta aquí gracias a ti.

—¿Gracias a mí? —preguntó ella con sorpresa, y rápidamente sacudió la cabeza—. ¡Por tu alma, Orland! No digas bobadas... sabes perfectamente que hace tiempo que me desvinculé de ellos. Desde... —Jyn volvió la mirada hacia Alaster y le sonrió con calidez, apoyando la mano sobre su pecho—, desde que me mataste, ¿recuerdas?

Había complicidad entre ellos. Sus miradas, sus sonrisas... había una relación estrecha. Demasiado estrecha. Sus gestos denotaban algo que preferí ni imaginar. Tantos años atrapada en su poder podía haberla arrastrado a la locura...

Apreté los puños con fuerza. La aparición de Jyn me estaba afectando negativamente. Cada vez estaba más tenso, más nervioso, y temía perder el control. Luther, sin embargo, parecía indiferente a su hermana. Era como si, en el fondo, no le sorprendiese su presencia allí...

Como si ya se hubiesen visto antes.

Me pregunté si Jyn se habría presentado ante Luther tal y como Davin había hecho con nosotros. El Centurión siempre había sido una persona tremendamente fría con todos, incluida su propia esposa, pero no con su hermana. A ella siempre la había tenido en un pedestal. Aquel cambio de actitud resultaba muy sospechoso.

—Me gustaría creerte, pero tengo la sensación de que me estás mintiendo, Jyn... —replicó él, acercando la mano a su rostro para acariciar su pómulo en un gesto lleno de complicidad—. A mí no me mentirías jamás, ¿verdad, Jynny? No lo harías porque sabes lo que te pasaría en caso de que lo hicieses... tanto a ti como al resto de tu familia...

—¿Cuántas veces hemos hablado esto, Orland? —respondió Valens, arrugando la nariz—. ¡Ya sabes que estoy contigo! ¡Lo sabes perfectamente! ¡Tus dudas me ofenden!

—Pero son comprensibles, ¿no te parece? Alguien les ha traído hasta aquí. Alguien...

—¿¡Y por qué tengo que ser yo!? —le interrumpió, alzando aún más el tono de voz—. ¿¡Por qué demonios siempre dudas de mí!? ¿¡Acaso no te he demostrado suficiente!? ¿Acaso...? ¿Acaso necesitas otra prueba de mi lealtad? ¿De mi fidelidad? ¿De mi amor?

Aquellas palabras me dejaron en shock. Vi a Jyn dedicarle una mirada llena de picardía al "Fénix", acercarse a él y depositar un tierno beso en sus labios, como si de dos amantes se tratasen. ¡Dos malditos amantes! Sol Invicto... empezó a arderme la sangre.

Satisfecho ante la provocación, pues era evidente que aquel teatrillo buscaba acabar conmigo, Alaster la rodeó por la cintura y la atrajo hacia sí, amoroso. La apretó contra su pecho...

Y yo sentí que el corazón se me rompía. Sí, suena dramático, pero aunque hubiese perdido a aquella mujer hacía ya décadas, seguía queriéndola. De una forma diferente, sí, pero aún albergaba muchos sentimientos por la madre de mis tres hijos. Ella había sido la primera chica de la que me había enamorado y verla en los brazos de otro hombre me dolió. Es más, me destruyó. Sentí que me faltaba el aire... y seguramente habría muerto ahogado de pura angustia de no ser porque, de espaldas al "Fénix" y al extraño ser que le acompañaba, Jyn me miró y me guiñó el ojo.

—Como ves... —prosiguió el "Fénix", pletórico—, han pasado muchas cosas durante estos años, Aidan. No te lo habría explicado, no lo creí necesario, pero dadas las circunstancias... —Ensanchó la sonrisa—. Preferiría no darte demasiados detalles igualmente. Imagino que no es necesario.

—No es necesario, no —admití—. Es repugnante. Es un crío, Jyn, podría ser tu hijo. Y eso sin contar que fue el hombre que te asesinó. Tanto a ti como a tu hijo mayor.

—Sí, y que lleva años intentando acabar contigo y el resto... —replicó ella, indiferente en apariencia. Cruzó los brazos sobre el pecho, adquiriendo una expresión sombría—. Parece raro, y probablemente lo sea, pero cuando llevas aquí décadas abandonada... cuando sabes que ya no hay vuelta atrás; que tu marido es incapaz no solo de acabar con tu asesino, sino que pasan años y ni tan siquiera se molesta en buscarlo... y que no solo te ignora, sino que además rehace su vida con la misma golfa con la que lleva toda la vida flirteando... —Jyn negó con la cabeza—. En fin, todo pierde un poco el sentido, ¿sabes? Y sí, Alaster es un asesino, un perturbado... pero joder, Aidan, al menos él cuida de mí. Se interesa por mí... me hace la muerte más fácil. No quiero pasarme el resto de la eternidad sola mientras tú andas por ahí, contento y feliz con tu nueva vida.

Preferí no responder. No sabía si estaba siendo sincera o si simplemente estaba intentando provocarme, pero poco importaba. La muerte cambiaba a las personas. Lo había notado en Olivia y en Davin con tan solo unos minutos de conversación, y con ella no era diferente. Jyn había atravesado la línea.

Apreté los puños con aún más fuerza, desesperado. No entendía qué estaba pasando. Quería creer que aquel guiño era de complicidad, que estaba de nuestro lado, pero también podría formar parte de su juego...

Era terrible.

—¿No dices nada? —insistió Jyn—. ¿Qué pasa? ¿Te he dejado sin palabras, Aidan? Inesperado, ¿eh? Esperabas otra cosa... normal, yo también esperaba más de ti. ¡Mucho más! Y de ti, Luther. Sinceramente, hermano, me cuesta creer que después de todo lo que te ha hecho sigas a su lado. Es... —Negó con la cabeza—. Es asqueroso. No conocí a Danae, pero apuesto a que no merecía morir en sus manos.

—Cállate —le espetó Luther.

Jyn clavó la mirada en su hermano, aquellos grandes y brillantes ojos negros que tanto le habían caracterizado, y apretó los puños, furiosa. La palidez habitual de su piel se tornó en un rojo fuego a la altura de las mejillas.

—No me mandes callar, Luther... —murmuró entre dientes, amenazante—. No miento en lo que digo. Sabes perfectamente que...

—No me obligues a matarte a ti también, Jyn —replicó él con frialdad—. Llevas décadas encerrada aquí dentro: entiendo que estés trastocada, pero eso no te da la libertad de decir según qué cosas. Alaster, ella no pinta nada en todo esto: sácala.

—¿Sacarla? —El "Fénix" ensanchó ligeramente la sonrisa—. Aún no ha demostrado estar limpia de la acusación. ¿Sabes, Jyn? Sigo creyendo que, en el fondo de tu alma, aún guardas algo de amor por estos hombres... que aún no ha pasado suficiente tiempo como para que olvides tu pasado. Es más, estoy casi convencido de que tú estás detrás de su llegada.

Jyn palideció aún más si cabe. Alzó las cejas... y abrió la boca, dejando caer la mandíbula teatralmente.

—¿De veras no me crees? —preguntó con perplejidad, apartándose unos pasos. Nos dio la espalda para mirarle a la cara—. ¿¡De veras crees que arriesgaría la existencia de los míos por ellos!? ¡Por favor, Alaster! ¡No me lo puedo creer!

—Está mintiendo —interrumpió de repente la figura del casco—. Es falso, se nota.

—¿Mintiendo...?

Jyn apretó los puños con rabia. Hasta entonces la figura había permanecido estática, en silencio, observando cuanto sucedía como si de una estatua se tratase. En cierto modo había parecido un observador externo; alguien que contemplaba la escena desde otro lugar. Con sus palabras, sin embargo, todo cambió. Mi mujer volvió la mirada hacia él, con los ojos muy abiertos, fingiendo sorpresa. Trataba de mantenerse fuerte, pero en lo más profundo de su corazón percibí miedo. Una chispa de terror que rápidamente fue eclipsada por el inquietante aura de poder que surgió del ser al dibujarse en su casco dos ojos afilados.

A mi lado, Luther se movió con inquietud. Cerró los dedos alrededor de la empuñadura de su espada, pero no llegó a alzarla. En lugar de ello sacó paciencia de donde ya no le quedaba para esperar un poco más. Su autocontrol era admirable. Yo, por contra, no fui capaz de aguantar tanto. Alcé mi arma, situando el filo a la altura de mi rostro, y la extendí hacia el ser, colocando la punta a tan solo unos metros de su pecho. A su lado, con Jyn aún entre ambos, el "Fénix" me observó en silencio, con la sonrisa quebrada en los labios.

Había algo en aquella situación que no le gustaba... que no lo convencía. Estaba perdiendo el control y eso era algo que no podía soportar.

—¡No miento! —insistió Jyn con nerviosismo al ver que nadie decía nada—. ¡Lo juro! ¡Orland, por favor, sabes que no miento! ¡Sabes que...!

El rostro del "Fénix" se ensombreció. Entrecerró los ojos, con la mirada clavada en Jyn, y dio un paso atrás para mantener la distancia entre ellos. Alzó el dedo índice, amenazante, y la señaló.

—¿Insinúas que Mórbida está mintiendo? —preguntó con tono amenazante—. ¿De veras la estás acusando de estar engañándome?

El ser del casco, Mórbida, desvió la mirada momentáneamente hacia el "Fénix", con curiosidad por ver lo que sucedería a continuación. Jyn estaba cada vez más nerviosa, era evidente. Miraba de un lado a otro, sintiéndose atrapada entre las acusaciones, lo que, conociéndola, solo podía tener un desenlace.

—¡Lo juro! —chilló. Había desesperación en su grito—. ¡Alaster, te prometo que no estoy mintiendo! ¡Soy leal a ti! ¡Soy...!

—Demuéstralo entonces.

En la mano de Jyn surgió un puñal. Ella lo miró por un instante, cerró los dedos a su alrededor y volvió la mirada hacia mí. Hubo una sombra en sus ojos. Inmediatamente después, girando con velocidad sobre sí misma, volvió a mirar al "Fénix" y le arrancó de la cintura el cuchillo que cargaba consigo. Lo empuñó con la otra mano con inesperada agilidad, experta en la materia, y se abalanzó sobre mí con ambas armas.

No pude reaccionar. Podría haberla detenido; es más, podría haberla no solo frenado, sino ejecutado ahí mismo, desarmándola y atravesando su pecho con mi espada. No obstante, no fui capaz. A pesar de todo, aquella mujer, enloquecida o no, seguía siendo la madre de mis hijos y jamás podría alzar el arma contra ella. Así pues, no solo no la detuve, sino que dejé que hundiese uno de los cuchillos en mi pecho, cerca del corazón. Jyn hundió el primer arma hasta la empuñadura, lanzando un grito al chocar contra mí, y el segundo en mi costado. Apretó con fuerza los cuchillos, clavando sus grandes ojos negros en mí... y dos chorros de sangre roja fluyeron como fuentes de las heridas.

De nuevo me guiñó el ojo.

Retrocedí, con el metal enterrado en mi piel, y dejé caer mi espada al suelo para llevarme las manos a las heridas. Los dedos no tardaron más que unos segundos en mancharse de sangre. Sangre caliente y roja, muy roja... brillante incluso. Jyn retrocedió un paso, con varias gotas carmesíes manchando el rostro, y volvió la mirada hacia el "Fénix".

—¿¡Me crees ahora!? ¿¡Lo has visto!? ¿¡Me crees ahora o...!?

—Esto es mucho mejor de lo que jamás imaginé —respondió él a media voz, sin apartar la mirada de mí. Me vio caer de rodillas, gemir de dolor y, por último, dejar caer la cabeza hacia delante—. Jyn...

—¡Miente! —Volvió a gritar Mórbida, interrumpiendo al "Fenix"—. ¡Está mintiendo! ¡Esta mujer...!

—¡Está loca! —chilló Jyn, encarándose con el ser del casco—. ¡Orland, Mórbida está loca! ¡Lo has visto! ¡Lo acabas de ver con tus propios ojos! ¡Lo he matado para ti! ¡Me lo has pedido, y...!

Me dejé caer al suelo, empapado ya en mi propia sangre, justo al lado de mi espada. Extendí la mano lentamente hacia ella, gorgoteando entre dientes. A mi lado, Luther miraba con fijeza el cada vez más acalorado enfrentamiento entre Jyn y Mórbida.

—¡¡Intenta ponerme en tu contra!! —insistió Jyn, cogiendo al "Fénix" por el brazo—. ¡¡Me odia!! ¡Me envidia! ¡Ella...!

—¡¡Mientes!! —volvió a estallar el ser—. ¡Es todo mentira! ¡Alaster...!

No pude evitar que una sonrisa se dibujase en mi rostro manchado de sangre cuando Jyn, fuera de sí, se abalanzó sobre Mórbida y el "Fénix" no tuvo más remedio que intervenir. Trató de separarlas, interponiéndose entre ambas, momento en el que Jyn, interponiéndose de nuevo entre ellos, salió disparada contra el caballete que sujetaba el orbe, derribándolo.

Jyn lo miró con los ojos muy abiertos, se incorporó... y volvió la mirada hacia el "Fénix".

Y ensanchó la sonrisa.

Mi mujer se abalanzó sobre la esfera y la recogió del suelo. Inmediatamente después, rodando sobre sí misma, se incorporó justo a tiempo para, recién surgida de la nada, meterse en el interior de una puerta blanca. Cruzó el umbral no sin antes mirarme por última vez y, dedicándome un rápido guiño, se esfumó en su interior. Acto seguido, Luther cargó contra Mórbida, apartándola del "Fénix" mientras que yo, ya en pie, alzaba la espada contra él. Porque amigos míos... aunque la sangre había brotado de mi piel, los puñales que había hundido Jyn en mi pecho y estómago tenían una hoja de tan solo un centímetro. Perfectos para hacerme sangrar, pero nada más.

La sala se tiño de rojo. Liberándose por fin de su estática postura y casi silencio absoluto, Mórbida se enzarzó con ferocidad con Luther, empleando para ello su arma sin filo. Era rápida, mucho más rápida de lo esperado, y sus movimientos precisos. Se movía con gracilidad, como si su cuerpo fluyese con la misma realidad, cambiando de un lugar a otro con un parpadeo, pero Luther no era un rival fácil precisamente. Incluso a punto de cumplir los setenta años, Valens seguía siendo uno de los mejores Centuriones vivos que quedaban de la Casa de la Noche. Alguien a quien la muerte no temía, ni muchísimo menos un enfrentamiento a espada frente a lo que fuese que era aquel ser.

—¡Mátalo! —exclamó justo cuando el filo del arma de Mórbida chocaba con violencia contra su espada ceremonial—. ¡Mátalo de una maldita vez!

El impacto de los metales lanzó a Luther hacia atrás, empotrándolo contra una de los muebles llenos de botellas. Los recipientes bailaron sobre las estanterías y varios de ellos cayeron al suelo, rompiéndose en mil pedazos y llenando de gritos de angustia la sala. Desesperado, el "Fénix" chilló al ver sus tesoros caer. Me miró con los ojos llenos de rabia, furioso, y negó con la cabeza. Inmediatamente después, utilizando para ello una portezuela oculta en la parte trasera de la sala, entre dos de los armarios, salió de la estancia, dejando tras de sí una estela de luz azulada.

La misma luz que en aquel entonces dibujaba entre sus manos una afilada espada curva.

Fui tras él. Mórbida intentó detenerme interponiéndose en mi camino, dispuesta a combatir con ambos, pero Luther intervino. El Centurión se incorporó, aún con varios cristales clavados en el brazo y la espalda, y se abalanzó sobre ella, apartándola de mi camino con la fuerza de su cuerpo. Ambos cayeron al suelo, donde rodaron, y retomaron el forcejeo.

Tuve la tentación de agacharme a ayudarle. Luther había perdido su arma en la caída mientras que Mórbida seguía con la suya, pero un grito seco de mi compañero me recordó mi auténtico cometido.

—¡¡Date prisa, maldito seas!! ¡¡No le permitas que huya!! ¡¡Mátalo!! ¡¡Mátalo!!

Y aunque hubiese preferido no hacerlo, pues sabía que parte de mí se quedaba en aquella sala, no tuve más remedio que obedecer sus órdenes. Cerré los dedos con fuerza alrededor de la empuñadura de mi espada, asentí con la cabeza y, sin mayor demora, salí tras el "Fénix".




Marcus Giordano, 1.818 CIS (Calendario Solar)




La luz apenas me dejaba ver lo que me rodeaba. Iba a tientas, siguiendo el instinto y la estela de perfume que había dejado a su paso. Era un olor muy débil que se mezclaba con el extraño aroma a nubes que lo envolvía todo, pero suficiente para que mis pies se movieran.

Casi no tenía fuerzas. Me movía maquinalmente, arrastrando las botas mientras con las manos sujetaba las heridas por las que poco a poco se me escapaba la vida. Mi mente estaba aturdida después de todo lo que había vivido en los últimos minutos. No podía pensar con claridad; de hecho, apenas podía concentrar ningún pensamiento salvo uno. El único pensamiento que había logrado darle sentido a mi vida en momentos como aquél en los que únicamente deseaba dejarme caer al suelo y descansar. Dejarme llevar por el agotamiento...

Jyn.

La había visto tan solo durante unos segundos, pero su visión había sido más que suficiente para comprender que aún no había acabado mi misión. Ella estaba en algún lugar, preparándose para cometer alguna estupidez, y no iba a permitirlo. No podía perderla.

A ella no.

Avancé entre la luz durante unos minutos, sin saber hacia donde iba. El instinto me decía que debía continuar, que estaba eligiendo el camino correcto, pero era complicado saberlo cuando era únicamente luz lo que había mi alrededor. Ni suelo ni techo, ni paredes ni camino: simplemente luz. Una luz que me acogía en su seno a cada paso que daba, invitándome a que me relajase, a que me dejase caer... A que me rindiese.

Buen intento. Lástima que yo fuese tan cabezota, ¿no?

Seguí avanzando hasta vencer a la luz y lograr que en la lejanía surgiese una pasarela metálica. Me detuve por un instante, tratando de ver qué aguardaba en ella. La luz seguía siendo demasiado fuerte como para poder ver con claridad qué me esperaba al otro lado. Para ver si se trataba de un engaño o de una trampa. Por suerte, la oscuridad de mi Magna Lux no tardó más que unos segundos en eclipsarla. Concentré las pocas fuerzas que me quedaban en ello y, cayendo de rodillas al suelo del esfuerzo, conseguí al fin ver que me aguardaba.

Y la vi a ella.

Jyn no estaba muy lejos. De hecho, estaba en la pasarela, recorriéndola a grandes zancadas... y parecía desesperada, como si le apremiase algo. La observé durante unos segundos, sintiendo el corazón encogerse en mi pecho al ver que se alejaba, y grité su nombre. Lo grité con todas mis fuerzas, pero ella no me oyó. O si lo hizo, fingió no escucharlo.

Siguió alejándose...

—Mierda —maldije entre dientes—. Espérame.

Me incorporé. Me dolía enormemente el cuerpo y apenas tenía fuerzas para tenerme en pie, pero incluso así empecé a correr. Recorrí a la carrera la distancia que me separaba de la pasarela y, una vez en ella, seguí avanzando, arrancando gemidos al metal bajo mis pies.

La estructura vibró con mi llegada, lo que provocó que Jyn se detuviese por un instante. Mi bailarina volvió la mirada hacia atrás, desconcertada, y al verme en la lejanía abrió mucho los ojos.

—¡Marcus! —gritó.

Un escalofrío recorrió mi espalda al sentir sus ojos negros clavarse en mí. Jyn alzó las manos, llevándoselas al pecho, a la altura del corazón, y se mordió los labios con nerviosismo en señal de debilidad. Agradecido, aminoré la marcha. No habría podido seguir con aquel ritmo eternamente. De hecho, dudo que hubiese aguantado un minuto más.

Di unos cuantos pasos más y me detuve. La miré con anhelo... y caí de rodillas al suelo, agotado. Ella hizo ademán de acercarse, pero no lo hizo, manteniendo las distancias. Ambos sabíamos que, en caso de que nos juntásemos, no iba a dejarla hacer lo que fuese que tuviese en mente.

—No sé qué pretendes, pero... —dije en apenas un susurro—, no lo hagas.

—¡Pero si no lo sabes! —exclamo ella sin poder evitar que en sus labios se dibujase una sonrisa divertida—. Marcus...

—Pero te conozco... y seguro que es alguna locura. En momentos así eres demasiado Sumer.

Jyn no respondió Me miró con fijeza durante unos segundos, con una de esas miradas que decían mucho más que mil palabras, y negó suavemente con la cabeza. Seguidamente, retrocedió unos cuantos pasos, se volvió a detener para coger aire y reinició la marcha.

—¡¡Jyn, no!! ¡¡Espera!!

Me incorporé y traté de seguirla, pero no pude avanzar más que unos cuantos metros antes de que la debilidad me hiciese caer de rodillas de nuevo. Apoyé las manos en el suelo, allí donde el sudor dibujaba círculos al caer, y apreté con fuerza los dientes. Ella siguió unos cuantos pasos más, pero al no escuchar los míos al seguirla se detuvo y volvió la vista atrás.

Su expresión se ensombreció al verme en el suelo.

—Maldito seas, Giordano, siempre tan cabezota... ¡no me sigas!

—No me pidas tonterías —murmuré, aferrándome a la barandilla para ponerme en pie—. Sabes que no me voy a rendir tan fácil...

Lo que aguardaba más allá de la baranda impidió que pudiese acabar la frase. Apoyé la otra mano y me asomé, sintiendo el corazón encogerse en mi pecho. Más allá de una nube de niebla que enmudecía la escena, había una estrecha sala llena de arena en cuyo interior, combatiendo ferozmente sobre una gigantesca sombra alargada en forma de serpiente, se hallaba Damiel. El Centurión movía de izquierda a derecha su espada, deteniendo los incesantes y fugaces ataques del monstruo, protegiendo con su propio cuerpo a Lansel, el cual se encontraba en el suelo malherido. El combate era encarnizado, con brutales acometidas del monstruo y movimientos cada vez más lentos por parte de Sumer. Mi buen amigo intentaba hacerle frente; trataba con todas sus fuerzas hacerlo retroceder, pero no lo lograba. Al igual que me sucedía a mí, después de tantas horas de operación las fuerzas le estaban abandonando...

Sentí miedo al imaginar cuál sería el final en caso de que el combate se alargase mucho más.

Jyn soltó un grito ahogado al asomarse y ver la escena. La bailarina apretó con fuerza el metal, con nerviosismo, y lo golpeó con la palma de la mano.

—¡¡Haz algo!! —me gritó de repente—. ¡¡Tienes que ayudarlos!!

—Debería hacerlo, sí, pero... —respondí con apenas un hilo de voz, y volví la mirada hacia ella—, no puedo hacerlo si sigues adelante. No puedo frenarte y ayudarlos a la vez. De hecho, dudo mucho poder hacer cualquiera de las dos cosas...

—No quiero que me detengas, Marcus —confesó ella con amargura—. A estas alturas mi madre ha debido arrebatarle ya el orbe al "Fénix"... sin él no puede escapar de aquí. No puede huir. Es el momento perfecto para matarlo...

—¡Pues adelante! —exclamé alzando el tono de voz—. ¡Que lo mate tu padre! ¡Es la idea! No entiendo qué tienes tú que ver en todo esto... de hecho no entiendo ni tan siquiera qué haces aquí.

Jyn sonrió sin humor. Lanzó una fugaz mirada hacia abajo, allí donde Damiel seguía respondiendo a los ataques de la serpiente con la espada, y negó con la cabeza.

—Yo no soy un Pretor —dijo en apenas un susurro.

—Espero que no te des cuenta ahora de ello, bailarina —repliqué yo, incapaz de morderme la lengua.

Irónicamente, a pesar de las circunstancias, logré arrancarle una carcajada.

—Imbécil. —Me espetó—. Siempre lo he tenido muy presente... pero ahora más que nunca. El Sol Invicto tiene planes para vosotros: tenéis que sobrevivir a esto. Yo, en cambio soy una más. Soy prescindible.

—No sé de dónde demonios has sacado esa estupidez —me apresuré a decir, iniciando el acercamiento—, ¡pero no quiero oírtelo decir nunca más! Tú no necesitas tener un trozo de cristal en el corazón para ser imprescindible. ¡Te necesitamos!

Creí ver un brillo de duda en sus ojos. Jyn me miró con el rostro ensombrecido y la mente llena de interrogantes y durante un instante permaneció en silencio, reflexionando. Pensando en mis palabras. Seguidamente sus ojos volaron de nuevo hacia Damiel y Lansel y negó con la cabeza.

—Sálvalos de una maldita vez, Giordano —dijo.

Y aunque le grité que no lo hiciera, que no me abandonase, que yo sí que la necesitaba, ella no me escuchó. En lugar de ello siguió corriendo hasta perderse al final de la pasarela. Después, desapareció...

Y no la seguí. No valía la pena: no podría detenerla. Lo que hice, sin embargo, fue volverla mirada de nuevo hacia Damiel y Lansel, los cuales seguían al margen de todo en su feroz combate, y me encaramé en la barandilla.

En el fondo, aquél era mi auténtico lugar. De hecho, aunque hubiese podido, no la habría seguido. Lo habría deseado con toda mi alma y seguramente mi corazón me habría suplicado que lo hiciese, pero mi mente no me lo habría permitido. Ella me habría guiado por el camino correcto: el camino que en aquel entonces, forzado por la situación, apenas sin fuerzas y con el corazón roto, tomé.

Desenfundé mi espada y salté.




Jyn Corven, 1.818 CIS (Calendario Solar)




Yo te necesito.

Aquellas fueron las tres palabras que necesitaba escuchar para recuperar las fuerzas que me faltaban para recorrer los últimos metros. Sin ellas, no habría podido. Sin ellas me habría quedado atrás, aferrada a la mentira que hasta entonces había creído que me había llevado hasta allí. Convencida de que un simple humano no podría cambiar las cosas, me había dejado llevar por la petición de Somnia y de mi madre creyéndome prescindible. Creyéndome una pieza dañada cuyo destino era únicamente ser una carga para los mios. Después de escuchar a Marcus, sin embargo, la realidad al fin acudió a mí. Abrí los ojos, como solía decir mi tío, y al fin comprendí que, efectivamente, yo también era imprescindible. No era un Pretor, ni quería serlo. Era una simple humana, una bailarina para ser más exactos, una Corven, una Sumer y una Valens, y como tal tenía un destino grandioso. El Sol Invicto había diseñado un gran plan para mí, y ese plan era acabar con el "Fénix". Había nacido para ello, para proteger a los míos, para alargar sus vidas y conseguir que luchasen por nuestro país bajo el escudo del sol ardiente, y al fin había llegado de cumplir con mi labr.

Corrí con todas mis fuerzas los últimos metros, atravesando ahora losas de metal, de fuego y de sombras; de hielo, de energía solar y de electricidad. Descendí una larga escalinata de piedra alrededor de la cual mi tío luchaba ferozmente con un ser cuyo rostro estaba cubierto por un casco blanco ahora cubierto de sangre; a través de un laberinto de luz por el que mi madre corría con una esfera entre manos y una gran sonrisa en los labios; por un prado lleno de estrellas donde Olivia y Davin combatían contra dos Archeones cuyo poder parecía ilimitado; junto a la acera de una calle lluviosa donde una figura permanecía agachada, a la espera de que Misi abriese los ojos al mundo de los muertos; entre las nubes de polvo que despertaban Damiel y Marcus al pelear espalda contra espalda contra el gran monstruo que se alzaba ante ellos...

Descendí una a una todas las escaleras, sin mirar atrás, sin detenerme, hasta al fin llegar al último peldaño. Me adentré entonces en un amplio escenario de teatro en cuyo corazón, intercambiando espadazos con gran elegancia y gracilidad, había dos figuras. Una de ellas se alzaba como un gran brujo, intercambiando estudiados movimientos de esgrima con hechizos que surgían de la punta de sus dedos con brutalidad; la otra poseía la luz del Sol Invicto. Estaba bañada por una luminiscencia dorada que le rodeaba, dibujando estilizados rayos de luz a su alrededor mientras que, paso a paso, ataque a ataque, iba avanzando y debilitando la defensa de su adversario.

Eran como dos bailarines a los que miles de espectadores invisibles observasen. Dos guerreros, uno de luz, el otro de oscuridad, que tras décadas de espera al fin llegaban al final de su historia...

Y allí estaba yo. Desenfundé el puñal que mi madre me había entregado minutos atrás, tras explicarme el gran plan, y avancé hasta el centro del escenario, allí donde los dos luchadores danzaban a mi alrededor, cortando el aire allí donde el filo de sus armas volaban. Estábamos tremendamente cerca, prácticamente en el mismo lugar, pero en dos dimensiones distintas en las que ni yo podía tocarlos, ni ellos verme.

Los observé durante unos cuantos segundos más, comprendiendo que el final se precipitaba, y atravesé el escenario hasta la pared del fondo. Allí, oculta tras el decorado de la obra que deberíamos haber representado la noche en la que Lisa Lainard y el resto de mis compañeros fueron asesinados, había una puerta blanca.

Apoyé la mano en el pomo y volví la vista atrás. La cuenta atrás estaba a punto de llegar a su final.




Aidan Sumer, 1.818 CIS (Calendario Solar)




Había mucho de Orace Alaster en él. Aquel hombre llevaba toda su vida luchando para desembarazarse de la mancha que su padre había dejado en su apellido, pero lo cierto era que había demasiado en él como para poder desvincularse. Su mirada, su sonrisa... y sus movimientos. Orace no había sido nunca un buen Pretor, pero sí un buen esgrimista. Como todo buen aristócrata, el heredero de los Alaster había recibido clases privadas de esgrima desde niño, y su pericia en el arte de la espada era inigualable. Era, como solía llamarle mi hermano Jarek, un auténtico maestro.

Y aquel muchacho era igual. Manteniendo en todo momento la posición, sujetando con una mano el arma y la otra dispuesta para lanzar hechizos, el "Fénix" se movía sobre el escenario con la seguridad y la fuerza de los auténticos eruditos. Era rápido y astuto, creativo y letal en sus ataque; uno de los mejores hombres que había conocido luchando...

Pero un hombre después de todo.

El poder de la Magna Lux me hizo superior a él rápidamente, convirtiendo sus ataques en oportunidades para romper su defensa. Alaster se movía con rapidez y gracilidad, asegurando los pasos, pero yo era aún más veloz que él. Cuando él se preparaba a dibujar una estocada yo ya estaba ejecutando la mía, obligándolo a retroceder; arrastrándolo al uso de una magia que, como pronto descubriría, consumía muchísima más energía de la que jamás habría imaginado. Y era poderosa, doy fe. Sus hechizos eran muy poderosos, pero mi escudo de sombras lo era más.

Aquella era una batalla perdida y lo sabía. Mientras intercambiábamos golpes y hechizos, en los ojos verdes del "Fénix" podía ver el reflejo de la muerte. Sabía que iba a morir; que aquellos eran sus últimos segundos de vida... pero no tenía miedo. Conocía lo que aguardaba más allá del velo y no temía enfrentarse a ello. No cuando con su vida serían muchas otras las que destruiría.

Moriría matando.

O al menos eso era lo que él creía. La realidad, sin embargo, era totalmente distinta. Yo conocía la forma de salvar las almas atrapadas en aquel lugar; yo sabía cómo darles una segunda oportunidad, y para ello únicamente tenía que acabar con él. Atravesar su corazón de una vez por todas y pronunciar las palabras que Damiel me había enseñado.

—¿¡Estás seguro de lo que vas a hacer!? —chilló cuando tras detener una de sus estocadas lo empujé y hundí la punta de mi espada en su hombro, dibujando un profundo aguijonazo en la carne.

El "Fénix" retrocedió, ahogando un grito de dolor, y alzó la mano a la herida. Sus ojos se enturbiaron al retirar los dedos y verlos manchados de carmín.

Retrocedió unos cuantos pasos más.

—¡¡Estás condenando a cientos de almas!! ¡¡Las vas a destruir!! ¡¡Las almas de tus hijos, de tu esposa... de todos aquellos a los que no supiste proteger!! ¡Mátame y ellos desaparecerán!

Giré el arma entre las manos con agilidad y descargué un corte horizontal que lo obligó a retroceder. El "Fénix" tropezó con uno de los focos del suelo y a punto estuvo de caer. Pasó por encima de él, estirando los brazos para mantener el equilibrio, y respondió a mi ataque con una estocada a media altura que fácilmente detuve con la espada. Giré mi filo alrededor del suyo, retorciendo su muñeca, y la aparté con brusquedad, obligándolo a retroceder aún más.

—Cállate —respondí.

Arremetí con fuerza contra él, lanzando dos estocadas a las que él rápidamente respondió interponiendo la suya. El "Fénix" aulló de dolor ante la violencia de la segunda, la cual prácticamente le arrancó el arma de las manos, y alzó la mano libre. De la palma surgió un brillo carmesí que se abalanzó sobre mí en forma de chorro de lava.

Me apresuré a retroceder, esquivando por apenas unos centímetros las últimas gotas. El suelo humeó al desintegrarse la madera.

—No vas a poder resistir eternamente —le dije, alzando de nuevo la espada—. ¡No cuentas con el apoyo del Sol Invicto!

—¿¡Y quién lo necesita!? ¡Los Señores del Sueño están conmigo!

—¿Ah, sí? —respondí, y alcé las cejas—. Pues dime, muchacho, ¿dónde están? ¡Dónde están esos aliados tuyos! ¡Estás solo!

Lejos de desesperar, una sonrisa cansada se dibujó en sus labios.

—La vida es perecedera, Sumer: la muerte eterna. Me esperan al otro lado del velo, ¿o es que acaso no te has dado cuenta? ¡Esto que he creado...! ¡Esto que tú y los tuyos os habéis atrevido a mancillar con vuestra mera presencia es la mayor creación de los últimos años! ¡Mi poder va más allá de los límites humanos!

—Más allá del velo no te espera nada, "Fénix". Absolutamente nada. Un camino de oscuridad. El vacío: el olvido. Nadie acudirá a tu encuentro. ¡Vas a morir lleno de rencor e ira, esperando algo que no va a llegar jamás!

—¿Y acaso eso te importa?

—¿Francamente? —contesté, y describí un rápido arco de abajo arriba con el que el "Fénix" no pudo más que retroceder para evitar ser herido de muerte—. No.

Giré sobre mí mismo, trazando un corte horizontal que de nuevo golpeó el arma de mi adversario. Me incorporé, descerrajé un tercer ataque en diagonal, me abalancé sobre él, aprovechando que cedía su defensa al intentar detener el avance de mi arma, y hundí con fuerzas el puño libre en su estómago. Orland gritó de dolor, retrocedió y chocó contra la pared, quedando a mi merced. Alzó su espada, dispuesto a cargar, pero se la arrebaté de un golpe seco en la hoja, concentrando para ello todas mis fuerzas.

El arma emitió un fuerte sonido metálico al chocar contra el suelo.

Ya desarmado, el "Fénix" se dispuso a lanzar otro de sus hechizos, a la desesperada, pero mi espada cayó sobre su mano, mordiendo la carne con voracidad y separándola del brazo de un tajo limpio. Volvió a gritar... pero esta vez lo hizo apenas sin fuerza. Repentinamente pálido, el "Fénix" vio su mano caer al suelo con los ojos muy abiertos, se llevó la otra a la muñeca, en un gesto instintivo, y cerró los ojos. Aproveché entonces para volver a hundir el puño en su estómago dos veces seguidas, le cogí por el cuello y, alzándolo a peso, lo estrellé de espaldas contra la pared, arrancándole el aire de cuajo.

—Este es el final, Alaster —le susurré.

Y lo dejé caer a mis pies. El asesino alzó su mirada ya desorbitada hacia mí, consciente de que la batalla estaba perdida, y dibujó un intento de sonrisa burlona cubierta de sangre.

—Incluso si muero, venzo esta batalla, Sumer —dijo con voz pastosa, empezando a tener problemas para articular palabra—. Perdiste hace mucho tiempo... tu mujer... tu hijo... tu vida... te lo he arrebatado prácticamente todo, Sumer... te lo he quitado...

Alcé la punta de la espada hasta apoyarla sobre su pecho, a la altura del corazón. El "Fénix" desvió la mirada por un instante, con un asomo de sombra en los ojos, pero rápidamente volvió a mirarme. Ensanchó la sonrisa, dejando a la vista los dientes totalmente manchados de sangre.

—¡Hazlo! ¡Hazlo si te atreves! ¡Destrúyelos! ¡Bórralos de la existencia! ¡Acaba para siempre con ellos! ¡Hazlo! ¡Lo estás deseando! ¡¡Hazlo!! ¡Haz...!

Hundí el arma en su pecho, arrancándole un último grito. Empujé el metal primero con fuerza, hasta alcanzar el órgano, y después con algo más de lentitud, recreándome en el profundo aullido de dolor que en aquel entonces escapó de sus labios. El "Fénix" abrió los ojos de par en par, arqueó la espalda y siguió gritando. Chilló con todas sus fuerzas, logrando con ello que cuanto nos rodeaba empezase a desmoronarse. El suelo tembló, se llenó de grietas y el decorado se desprendió de la estructura. La realidad a nuestro alrededor crepitó, astillándose con el sonido de mil relámpagos, y decenas de voces empezaron a chillar a coros. Cientos.

Miles.

El "Fénix" se sacudió por última vez, intentó alzar las manos hacia la espalda e incluso logró cerrar los dedos de la que le quedaba sobre el metal. Desvió la mirada hacia mí... y entonces sucedió algo. Algo que por un instante logró desconcertarme de tal modo que olvidé cuanto estaba sucediendo. Tras el cuerpo maltrecho de Alaster se dibujó un rectángulo, algo parecido a una portezuela blanca, que de repente se abrió hacia dentro. Una sombra surgió bajo el umbral... y de la nada unas manos blancas y finas rodearon la garganta del "Fénix". Vi unos ojos en la oscuridad... unos ojos negros que me miraban... y todo quedó en silencio cuando un cuchillo cercenó la garganta de cuajo del "Fénix", silenciándolo para siempre. Los ojos negros se alzaron entonces hacia mí, un rostro pálido surgió de entre las sombras y sus labios me dedicaron una última sonrisa. Después, sin darme ni tan siquiera tiempo a reaccionar, pronunciaron dos palabras. Dos únicas palabras con las que nuestra historia llegó a su fin.

Los brazos de Jyn se aferraron al pecho del "Fénix", obligándolo a quedarse con ella, mientras que un repentino fogonazo de luz me arrastró más allá de la realidad. Tiró de mí con la fuerza de un huracán y, hundiéndome en las profundidades de la luz más intensa y cegadora que jamás había visto, todo a mi alrededor implosionó. Las voces fueron silenciadas, el escenario fue engullido por la columna de luz y todo, absolutamente todo, desapareció... yo incluido.

Desperté unas horas después, o quizás unos minutos, no lo sé, en el frío suelo del interior de la cueva donde habíamos atravesado el arco. A mi lado estaba Damiel, cubierto de sangre y vacilante, con el rostro contraído en una mueca de miedo y oscuridad impropia de él. Me tenía sujeto por el pecho y me sacudía con fuerza...

Mis oídos tardaron unos segundos más en captar su voz.

—¡¡Aidan!! —gritaba—. ¡¡Maldita sea, Aidan!! ¡¡Despierta!!

—Estoy despierto... —murmuré, mareado y confuso... conmocionado. Muy conmocionado.

Mi hijo asintió con la cabeza, dándole las gracias al Sol Invicto por haberme traído de vuelta, y me estrechó con fuerza contra su pecho. A continuación, ayudándose de las pocas fuerzas que le quedaban para incorporarse, volvió la mirada a su alrededor. Ya no quedaba ni rastro del arco, ni tampoco de Somnia. Luther había desaparecido... y con él Diana y Misi.

Volví la mirada con lentitud hacia los que sí que habían logrado volver. Lansel estaba en el suelo, malherido pero vivo. Sonreía con los ojos llenos de lágrimas mientras sujetaba entre manos un fragmento de cristal. Murmuraba algo. Y unos metros más al fondo, con la espalda apoyada contra la pared y ahora Damiel arrodillado a su lado, estaba Marcus. El Pretor seguía inconsciente, con el rostro lleno de heridas y de sangre... pero vivo. Podía sentir su Magna Lux latir desde allí...

Pero nada más.

Nadie más volvió del otro lado del umbral.

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