Capítulo 93
Capítulo 93 – Damiel Sumer, 1.818 CIS (Calendario Solar Imperial)
—¿Estás bien? ¿Cuantos dedos ves?
—Dos...
—¿Y sabes quién soy?
—Olivia.
—Ajá... vaya, aún no te hemos perdido del todo. Eso es bueno. ¿Puedes levantarte?
Podía. Aún estaba aturdido y seguía convencido de que en lo más profundo de mi mente un insecto zumbaba, pero el cuerpo me respondía. Un cuerpo que, a pesar de lo vivido, únicamente presentaba hematomas, cortes y golpes, nada de quemaduras ni desprendimientos de piel.
Me puse en pie bajo la atenta mirada de mi hermano mayor y Olivia. Ambos me miraban con fijeza, interés incluso, de brazos cruzados. No estábamos demasiado lejos del salón de las escaleras, a tan solo un par de salas de distancia, pero tal era el silencio y la paz que se respiraba en el almacén en el que nos habíamos colado que parecía que estuviésemos a kilómetros.
Flexioné brazos y piernas, hice varias sentadillas e incluso lancé un par de estocadas al aire, siguiendo sus instrucciones. Dije mi nombre, mi edad... y no sé cuántas cosas más me preguntaron. Después, dando por concluido el examen, Olivia dio un paso al frente, situándose frente a mí, a tan solo un metro, y alzó la mano.
El bofetón resonó con tanta fuerza que por un instante creí que lo habría oído hasta el mismísimo "Fénix".
—¿¡Pero se puede saber qué os pasa!? ¿¡Es que acaso no era evidente que no debíais enfrentaros a ese tipo!? ¡Era un agente de los Señores del Sueño! ¡Un maldito Archeón! Y vais vosotros, pedazo de imbéciles, y os lanzáis a la carga como dos malditos descerebrados... Sol Invicto, Damiel, ¿a cuantos más queréis cabrear? ¿¡Es que no te has dado cuenta que aún estás vivo!?
—Desde luego hay que tenerlos bien puestos —admitió Davin, de brazos cruzados junto a la Pretor—. La mayoría de personas habrían enloquecido de solo verlo. Vosotros, sin embargo, no solo no os habéis asustado sino que habéis utilizado el entorno para sobrevivir... lo de meterte la cabeza en la cascada de sangre fue brutal. Veo que Giordano sigue tan loco como de costumbre.
—Y más. Ahora se pasa semanas enteras perdido en mitad del desierto, haciendo el Sol Invicto sabe qué —respondí, ignorando la mirada furibunda que Olivia me dedicaba para concentrarme en la cómplice de mi hermano—. No le teme a nada.
—Y tú tampoco, por lo que veo —respondió Davin—. ¿Tantas ganas tienes de que volvamos a estar juntos, Damiel?
Choqué su mano a modo de respuesta. La estreché con fuerza con las mías, agradeciendo a los dioses aquella segunda oportunidad, y besé su mejilla con cariño. Me hubiese gustado poder abrazarlo también, y estoy convencido de que a él también, pero Olivia nos miraba con una expresión tan asesina que ni tan siquiera lo intenté. En lugar de ello me volví hacia ella y le tendí la mano, ansioso por poder tocarla. Sorprendentemente, Olivia seguía tal y como la recordaba, joven, vibrante y hermosa, llena de fuerza y furia, pero algo en ella había cambiado. O mejor dicho, algo en mí era diferente, y es que, mientras que en el pasado su mera visión había bastado para que mi corazón se acelerase, en aquel entonces únicamente despertó mi ternura. Quería a aquella chica, la quería con todo mi corazón, pero de una forma totalmente diferente. El paso del tiempo, supuse.
—Me alegro de veros, chicos —dije—, pero tengo que ir con Marcus. El "Fénix"...
—Olvídate de Giordano —replicó Olivia con frialdad—, a estas alturas debe estar más que muerto. Lo habéis cabreado mucho. Por suerte, vuestra locura ha tenido sentido. ¡Habéis logrado sacarlo de su escondite!
—Para ser más exactos, habéis hecho mucho más —aclaró Davin—. No solo lo habéis sacado de su escondite, sino que habéis logrado que abra la puerta para llevar al pobre Marcus... ¿y sabes lo mejor de todo, hermanito? Que alguien se ha encargado de mantener esa puerta abierta.
—¿Alguien? ¿Puerta? —Confuso, miré a uno y otro, en busca de respuestas—. Creo que no os entiendo, chicos, pero tengo que ir a por Giordano, y tengo que ir ya. No puedo permitir que...
—¡A la mierda con Giordano! —exclamó Olivia con vehemencia—. ¡Esta es nuestra oportunidad de acabar con el "Fénix", Damiel! ¡Es la oportunidad con mayúsculas! Lo demás no importa.
Preferí no responder. No lo comprenderían. En lugar de ello permanecí en silencio hasta que, por fin, salimos de la estancia y regresamos al salón donde Marcus y yo nos habíamos enfrentado al Archeón. El cuerpo del ser había desaparecido, pero aún quedaban grandes salpicaduras de sangre en las escaleras y en el suelo. Por suerte, no había ni rastro de él ni de ninguno de los suyos. Recorrimos la estancia a la carrera, adentrándonos en el corredor que previamente había elegido el "Fénix" para desaparecer, y juntos nos internamos en un gran salón por cuyo techo abovedado se colaba la luz de las estrellas. En su interior, perfectamente repartidos para cubrir todas las paredes y suelos, había cientos de espejos estratégicamente situados para lograr la sensación de estar caminando por el cielo estrellado.
Me detuve en la entrada. La estancia era muy grande, perfecta para celebrar grandes bailes, pero no tenía nada más. Solo espejos. Olivia y Davin, sin embargo, se internaron en su interior y empezaron a recorrerla en dirección a la pared del fondo.
—¡Vamos! —exclamó la Pretor al ver que me quedaba atrás—. ¡Date prisa!
—¡Pero...!
—¡No hay peros, maldito cabezota! ¡Ven aquí!
Cualquiera le decía que no. Me adentré en la sala con paso rápido, alcanzándolos en pocos segundos, justo cuando, pasada más de media estancia, uno de los espejos reflejó algo. Desde la distancia parecía una pared, pero en cuanto nos acercamos comprendí que, en realidad, era la entrada a unas escaleras. Davin se adelantó, adentrándose en primera posición, y descendió los peldaños a la carrera. Inmediatamente después, Olivia y yo le seguimos. Descendimos a través de más de cien peldaños tenuemente iluminadas por antorchas colgadas en la pared. Una vez abajo, nos adentramos en una pequeña caverna en cuyo interior, sujetando uno de los puntos de luz contra la pared, aguardaba alguien.
Nos apresuramos a acudir a su encuentro.
—¡Damiel! —exclamó Lansel al verme llegar—. ¿Estás bien? ¡Luther nos ha contado lo que ha pasado!
—¿Luther? —pregunté con perplejidad—. ¿¡Mi tío está aquí!?
Lansel respondió con una sonrisa. Por supuesto que estaba allí. Aquel era el final de nuestra historia, el desenlace del capítulo más oscuro de nuestra familia... ¿cómo no iba a estar? A pesar de todas nuestras diferencias, Luther Valens no dejaba de ser mi tío y como tal no iba a dejarnos librar aquella última batalla en solitario.
—¿Dónde está el resto?
—Seguidme.
Corrimos a través de la gruta hasta adentrarnos en un corredor circular de paredes blancas al final del cual, en lo alto de un gran barranco, aguardaba el resto de miembros de mi familia. Luther y Aidan en un lateral, observando en silencio la estructura que aguardaba en el corazón de la gran explanada de oscuridad que se abría ante nosotros, y Misi a su lado, con unos binóculares entre manos.
—¡Tienen a Giordano! —exclamó la Pretor alertada en cuanto me vio aparecer—. ¡Se lo han llevado a esa torre!
—Y el "Fénix" está con él —sentenció mi padre.
Mi tío miró por un instante a Aidan, con los ojos entrecerrados, pero rápidamente volvió la vista al frente. En mitad de la noche, pues lo que teníamos ante nosotros era un campo pelado bañado por la luz de mil estrellas, aguardaba una torre. La misma torre que, años atrás, mi hermano y mi padre habían visitado pocos días antes de que Davin ingresara en Zarangorr.
La misma torre donde el "Fénix" había nacido y se había criado.
Sentí un escalofrío al centrar la mirada en su puerta principal y ver varias figuras custodiándola. Tres de ellas pertenecían a meros clones de Alice Fhailen, todas ellas armadas y uniformadas. Las otras dos, sin embargo, tenían una naturaleza totalmente distinta.
Cerré los ojos por un instante. Me dolía el corazón de solo pensar que tendría que volver a enfrentarme a aquellos seres.
—Tranquilo, Damiel, Davin y yo nos encargaremos de ellos —anunció Olivia con determinación al ver mi expresión—. Total, ¿qué más da? Cuando estás muerto, todo da un poco igual. ¿Qué es lo peor que nos pueden hacer? ¿Torturarnos el resto de la eternidad?
—Es todo un reto —la secundó Davin con un amago de sonrisa en los labios—. Pero vale la pena. Me hubiese gustado haber sido yo quien acabase con el "Fénix", pero... —Davin negó suavemente con la cabeza—. Mi papel en esta historia acabó hace ya mucho tiempo. Debéis ser vosotros quiénes lo hagáis.
—Y eso significa que a partir de ahora estaréis solos —sentenció Olivia—. ¡Totalmente solos! ¿Podréis hacerlo?
No pude evitar que una sonrisa se dibujase en mis labios al escuchar la pregunta. Desvié la mirada primero hacia Lansel, después hacia Misi y por último a mi padre y mi tío. Llegado a aquel punto, la pregunta ya no tenía sentido. Teníamos que hacerlo costase lo que costase. La gran duda era, ¿cómo?
Asentí con la cabeza.
—La pregunta ofende, Olivia —respondí—. Por supuesto que lo haremos.
—Por supuesto que lo haréis —repitió Davin con orgullo, y me guiñó el ojo—.Confío en vosotros. Espero que tardemos en volver a vernos. Tío, padre, hermano, compañeros... ¡hasta siempre!
Hasta siempre. Davin y Olivia se miraron con complicidad, chocaron la mano y, sin más, se lanzaron barranco abajo, desenfundando sus espadas. Les separaba una distancia importante, más de quinientos metros, pero ellos lo recorrieron a gran velocidad, convirtiéndose en dos estelas de oscuridad. Corrieron con toda su alma hasta alcanzar la edificación, y tan pronto sus guardianes les vieron aparecer entre la noche, se dispusieron a detenernos...
—Damiel, Lansel, Misi y tú buscaréis a Marcus —ordenó Aidan, sin apartar la mirada del frente. Luces y estallidos de sangre y fuego iluminaban la noche. Se oía el metal entrechocar en la distancia; las armas martillear y las gargantas gritar—. Luther y yo nos ocuparemos del "Fénix".
—No voy a dejaros solos —respondí a la defensiva, negando con la cabeza. En la torre, los Pretores se movían como estelas en mitad de la destrucción—. Es una maldita locura.
—¿Insinúas que dos Centuriones no pueden con un hechicero, muchacho? —preguntó mi tío, cortante—. Obedece.
Quise discutir, pero Lansel me lo impidió apoyando la mano sobre mi antebrazo. No era el lugar ni el momento. Demás, Luther, en el fondo, tenía razón. Mi padre seguía estando por encima de mí en la cadena de mando, por lo que le debía obediencia. Además, no estaba dispuesto a dejar a Marcus abandonado...
Sentí frustración. Sentí un nudo en el estómago, rabia y furia. Deseaba acabar con la vida de ese hombre. Lo deseaba con todas mis fuerzas, pero había hecho un acuerdo con mi padre. Él me había hecho prometer que no sería yo quien acabaría con el "Fénix", que debía seguir adelante, luchando por la familia y por Albia, y yo le había jurado que cumpliría con mi palabra...
¿Pero cómo hacerlo sabiendo lo que aquella decisión comportaba?
Respiré hondo, consciente de que probablemente aquel sería el último día que vería a mi padre. Clavé la mirada en él, tratando de ver más allá de sus ojos, comprender qué era lo que su mente estaba planeando, y volví la vista al frente. La batalla continuaba frente a la torre, con los Pretores desatados blandiendo sus armas y los Archeones lanzando chorros de fuego hacia sus adversarios. Ambos estaban bañados en sangre y dejaban huellas rojizas a su paso. Se movían como estrellas fugaces en la noche...
Gritos y más fuego. Una ráfaga de disparo, el sonido del metal al entrechocar y, de repente, un estallido de luz al aparecer de la nada dos puertas blancas. Desconcertados, los Archeones las miraron, confusos ante su repentina aparición, momento en el que los dos Pretores aprovecharon para cargar contra ellos y embestirlos contra su interior. Las puertas se abrieron, los cuatro cruzaron sus umbrales... y tal y como habían aparecido, volvieron a desaparecer, sellándose para siempre.
Perpleja, la única guardia que quedaba con vida miró a su alrededor, sin comprender qué acababa de suceder. ¿Brujería, quizás? ¿Una alucinación?
Una señal en realidad.
Salimos a la carrera. Nos deslizamos por la tierra oscura que componía los muros del barranco y corrimos con todas nuestras fuerzas, esfumándonos en la oscuridad de la noche. Sobre nosotros las estrellas iluminaban un camino cuyo final se encontraba en el centro de la explanada, alzándose en forma de torre hasta rasgar el cielo. Recorrimos la distancia que nos separaba del edificio, arrasando con la guardia que había en nuestro camino, hasta alcanzar el pórtico de entrada.
Habíamos llegado.
Entramos en el interior de un gran recibidor de paredes blancas en cuyo interior aguardaban dos escaleras. Unas ascendían en forma de caracol, perdiéndose en las plantas superiores, mientras que las otras descendían a una planta subterránea sumida en la oscuridad total. Lansel y yo nos adelantamos, asegurando la planta media, mientras que Luther y Misi se asomaban a las escaleras para comprobar qué aguardaba en su interior. Inmediatamente después nos separamos e iniciamos la última etapa.
Marcus Giordano, 1.818 CIS (Calendario Solar)
Era ella, estaba convencido. A lo largo de las últimas horas había visto muchos clones e incluso les había dado muerte, pero no me cabía la más mínima duda de que aquella era la verdadera. Sus movimientos, su mirada, su sonrisa llena de desprecio... sí, aquella perturbada que con tanta ansia me observaba, como si desease devorarme, era la auténtica Alice Fhailen.
Me di cuenta de ello justo antes de que hundiese el primer puñal en mi estómago. Hasta entonces había estado inconsciente. Me habían llevado de un lugar a otro, me habían gritado y golpeado, pero apenas había sido consciente de ello hasta despertarme. ¿Y qué mejor forma de hacerlo que siendo apuñalado?
Grité. No solía hacerlo, pues prefería tragarme el dolor y no mostrar debilidad ante mis enemigos, pero en aquel entonces tal fue el aguijonazo de agonía que recorrió mi cuerpo que no pude reprimirme. Traté de encogerme, incapaz debido a las cadenas con las que me habían atado a la camilla sobre la cual me encontraba, y me sacudí. Forcejeé, desesperado, pero el metal resistió mis tirones.
Fhailen soltó una estruendosa carcajada ante mi reacción. Dejó caer la cabeza atrás, rió enloquecida, como si mi sufrimiento le causara enorme diversión, y volvió a mirarme. Inmediatamente después, guiñando el ojo derecho, regresó junto a la mesilla donde aguardaba una caja metálica repleta de finos cuchillos de punta acabada en aguja. Eligió uno al azar y lo alzó para enseñármelo.
—Hay doce, ¿crees que los aguantarás todos, "señor del Desierto"?
No me dio tiempo a responder. Alice giró el puñal entre los dedos y lo hundió hasta la empuñadura en mi hombro derecho, arrancándome un segundo grito. Había algo extraño en el metal. Algo que lograba que el cuerpo me ardiese por dentro, como si algún tipo de sustancia lo estuviese devorando.
Empecé a marearme. Si lo que pretendía era matarme, lo estaba haciendo bastante bien. Por desgracia para ella, estaba siendo demasiado lenta. Cualquier segundo jugaba a mi favor.
Alice aplaudió entusiasmada. Cogió otro de los cuchillos y lo alzó triunfal, dispuesta a clavarlo en algún otro extremo de mi anatomía. La malnacida estaba disfrutando. Lo hizo girar entre los dedos, teatral, y ensanchó la sonrisa hasta deformar el rostro en una mueca macabra. Acto seguido, empezó a describir el arco. Bajó el brazo con rapidez, con violencia incluso, y lo estrello contra mi pecho, muy cerca de la garganta.
Maldije al sentir su puño golpearme. Alice me había golpeado con fuerza. Por suerte, sin embargo, el cuchillo había quedado colgando del extremo del tentáculo de oscuridad que acababa de crear. Un tentáculo que, convirtiéndose en un brazo, cerró los dedos alrededor de la empuñadura y dirigió el arma hacia su dueña.
Alice abrió mucho los ojos al ver su propio cuchillo apuñalarla varias veces. Creo incluso que soltó una carcajada, aunque no logré distinguirlo de los gritos. No importa. Aguardé unos segundos a que el poder de mi Magna Lux acabase el trabajo y, sesgada su no vida, deposité el arma sobre la caja, junto al resto. A continuación concentré mi mente en la cerradura de mis cadenas, la cual se encontraba en la parte baja de la camilla, donde el metal dibuja una cruz a su alrededor, y activé de nuevo mi Magna Lux. La oscuridad se coló dentro del cierre y empezó a crecer. Primero poco, llenando hasta todos y cada uno de los rincones del metal. Después multiplicó su tamaño. Primero se duplicó, después se triplicó... y por último se expandió más allá de la jaula de metal, libre tras haberlo hecho estallar.
Me incorporé con lentitud, sintiendo las puñaladas palpitar. La muy cerda de Fhailen me había herido de gravedad, mucho más de lo que hubiese esperado, pero por fin estaba donde siempre había merecido estar. Bajé de la camilla, aún con las armas clavadas en la piel, y pateé el cuerpo del suelo. Su muerte no era definitiva, pues en el fondo ya había cruzado el umbral hacía tiempo, pero al menos no molestaría en un buen rato. Me alejé unos pasos de la camilla, hasta alcanzar una pared donde apoyarme. Me encontraba dentro de una sala médica de paredes verdes y armarios llenos de instrumental médico. Al final de la estancia había una puerta cerrada tras la cual estaba convencido de que aguardaba algún vigilante, y junto a los armarios, en la esquina, un gran depósito metálico en cuyo interior había todo tipo de material quirúrgico manchado de sangre. No mi sangre, por suerte.
Abrí uno de los muebles y saqué unas gasas con las que poder taponerme las heridas. Seguidamente, respirando hondo, me arranqué uno a uno los cuchillos. Primero el del estómago, de cuya herida manó un manantial de sangre brillante, y después el del hombro.
Permanecí unos minutos quieto, tratando de recuperarme. Mi cuerpo se debería regenerar a gran velocidad, como el de cualquier otro Pretor, pero por alguna extraña razón le estaba costando reaccionar. ¿El entorno, quizás? Me acerqué al fregadero que había junto al depósito y abrí el grifo para mojarme la cara. No me veía, pero estaba convencido de que debía estar blanco como la cera. Mala señal. Metí la cabeza bajo el chorro de agua y regresé a la camilla. A los pies aguardaba mi espada ceremonial y mi pistola. Las recogí haciendo un auténtico esfuerzo para agacharme y, cogiendo aire para poder caminar, recorrí la sala hasta la puerta. Apoyé la oreja en su superficie. Al otro lado había alguien... recé para que solo fuese una réplica de Alice.
—Lo que sea, Marcus, lo que sea... —me dije en apenas un susurro.
Apoye la mano en el pomo, dispuesto a salir, pero antes de girarlo volví la mirada atrás. Volví a la mesilla a recoger uno de los puñales de Fhailen y regresé. Inmediatamente después, con el arma sujeta con firmeza entre los dedos, abrí la puerta y me abalancé sobre las espaldas del hombre que había junto al marco. Clavé el puñal en su garganta, dibujando un profundo corte de lado a lado, y tiré el cuerpo de boca al suelo, sin llegar a ver su rostro ni sus ropajes. Preferí no hacerlo. En lugar de ello volví la mirada a mi alrededor, reconociendo un pasadizo de hospital, y elegí el lateral derecho para iniciar mi fuga. Ni sabía a dónde iba, ni si había elegido bien la dirección, pero dadas las circunstancias no dudé. Fui poniendo un pie delante de otro, dejando un reguero de sangre a mi paso, y fui avanzando hasta alcanzar un recodo. Giré hacia la derecha, disparé a la cabeza al clon de Alice que había al final del pasadizo y seguí caminando, sintiendo que el dolor del estómago se me agudizaba más y más.
La sangre ya me había empapado la ropa.
Me detuve para coger aire. Volvía a marearme. Cerré los ojos, respiré hondo y me obligué a mí mismo a dejar la mente en blanco. Estaba demasiado cerca del "Fénix" como para morir. Sin embargo...
El rugido de una explosión procedente de algún lugar al final del pasadizo captó mi atención. Abrí los ojos, con el sabor de la sangre ya en la boca, y volví la vista hacia el lateral. Al final del corredor, procedente de una puerta, acababan de irrumpir dos clones de Fhailen a las que estaban disparando. Ambas atravesaron el umbral a la carrera, se situaron en los laterales del marco y, a punto de contraatacar, cayeron al ser alcanzadas por mi lluvia de disparos.
Las detonaciones se detuvieron por un instante. Avancé lentamente hacia la puerta, con precaución, y me asomé. Al otro lado del umbral había un largo pasadizo de piedra que conectaba con un mirador interior. Lo recorrí con paso lento, escuchando de nuevo reanudarse el tiroteo, y me agaché para recorrer los últimos metros. Al final del corredor aguardaba una balconada rectangular desde la cual se podía ver una escalera de caracol que ascendía a lo largo de decenas de plantas, hasta perderse más allá de donde alcanzaba la vista. Y en mitad de aquella escalera, intercambiando disparos con los más de veinte guardias que había dispersos por los distintos niveles, estaban ellos.
—¡Giordano, agáchate! —gritó Lansel al ver que me asomaba al balcón.
Una llamarada verde barrió la barandilla donde me encontraba, lanzándome contra la pared de piedra. Choqué con violencia, golpeándome con fuerza la cabeza, y caí de rodillas al suelo. Inmediatamente después, una segunda llamarada de origen desconocido se abalanzó sobre mí. Me incorporé, viéndola avanzar a gran velocidad, con tan solo un par de segundos para reaccionar, e intenté activar mi Magna Lux. Antes de conseguirlo, sin embargo, unas manos surgieron del interior de la pared y tiraron de mí hacia su interior, arrancándome del pasadizo justo cuando el fuego barría el lugar donde me encontraba. Volví la vista atrás, casi tan asustado como agradecido, preguntándome qué me aguardaría al final de aquellos finos brazos, y para mi sorpresa, no supe qué decir. Su presencia allí me rompió absolutamente todos los esquemas.
—¡Jyn...!
La bailarina me soltó, retrocediendo unos pasos para mirarme con los ojos muy abiertos. Estaba nerviosa, casi temblando, y se había quemado parte de los dedos al salvarme. Por suerte, estaba bien...
Sentí un vuelco en el corazón al darme cuenta de que su presencia allí no era producto de mi imaginación. Jyn Corven estaba ante mí, en mitad de un pasadizo blanco, repleto de luz cegadora, y no estaba sola. Tras ella, a una distancia prudencial, mirándola con la expresión ceñuda, había otra mujer. Una mujer de larga cabellera negra cuya mirada y parecido delataron su identidad.
—Y Jyn Valens... Sol Invicto, ¿qué hacéis aquí? Jyn, ¡tú no deberías estar aquí! ¿¡Has venido con Luther, verdad!? ¡Te ha traído él!
Las piezas encajaron en mi mente con repentina rapidez a pesar de su negativa. La bailarina me miraba con miedo, probablemente asustada ante todo lo que estaba sucediendo. Había estado tan cerca de la muerte que incluso a mí me costaba creer que me hubiese salvado en el último instante.
—¡Jyn! —insistí ante la falta de respuesta. Me adelanté un paso e intenté cogerla de la muñeca, pero ella retrocedió—. ¡Jyn, ¿qué demonios!?
—No te metas, Giordano —intervino la otra mujer, acudiendo al encuentro de su hija para coger su mano y alejarla—. Espera aquí y sobrevivirás, de lo contrario sal ahí fuera, y...
—¡Jyn! —insistí, ignorando a Valens y tratando de alcanzar a mi bailarina.
Intenté coger su mano de nuevo, pero su madre me apartó de un empujón en el hombro herido, logrando que la punzada de dolor me derribara. Valens se detuvo a mi lado, con los ojos encendidos, y me pisoteó el estómago, arrancándome un profundo aullido de dolor. Mi bailarina dijo algo en la distancia, pero tal era mi agonía que no logré escucharlo. Sencillamente vi como su madre volvía a cogerla del brazo y, obligándola a dejarme en el suelo sobre mi propio charco de sangre, se alejaron hasta perderse más allá de la luz.
—Jyn... —murmuré apenas sin aliento—. Jyn, no hagas ninguna tontería...
Damiel Sumer, 1.818 CIS (Calendario Solar)
—¿¡Dónde se ha metido Giordano!? ¡Era él, lo juro! ¡Lo he visto! ¿¡Tú no lo has visto, Damiel!?
Me agaché justo cuando un fogonazo se estrelló en la barandilla tras la cual me escondía. Descendí unos cuantos peldaños, medio piso, y me asomé en el momento preciso en el que el Archeón se disponía a lanzar una segunda bocanada de fuego. Me incorporé, apunté el arma hacia su garganta y disparé dos veces. Los disparos surgieron propulsados a gran velocidad del cañón, pero no alcanzaron el objetivo. Un metro antes de acertar chocaron contra un escudo invisible y cayeron al suelo, haciendo saltar chispas a su alrededor. Furioso, el agente volvió a atacar lanzándome en esta ocasión una bocanada de lava.
Misi, Lansel y yo saltamos de las escaleras hacia la terraza del nivel inferior para evitar ser alcanzados por el fuego líquido. Misi se encaramó con agilidad sobre la barandilla y saltó al interior del balcón mientras que Lansel y yo lo tuvimos algo más complicado. Choqué contra la barandilla y a punto estuve de caer. Por suerte, logré encaramarme y colarme dentro. Mi buen amigo, por contra, resbaló al piso inferior, donde se coló en la terraza justo cuando un estallido de fuego verde derretía el metal de la baranda.
Lo perdimos de vista.
—¡Cuidado! —gritó Misi.
Rodé por el suelo justo cuando el cuchillo de una de las clones de Alice Fhailen se clavaba en el suelo, allí donde mi corazón había latido un segundo antes. Intenté incorporarme, pero el clon se abalanzó sobre mí, con el rostro enrojecido y el arma firmemente sujeta entre los dedos. La cogí por las muñecas, inmovilizándola sobre mí, con el filo del puñal prácticamente rozando mi nariz, y me la quité de encima de una patada en el pecho. Inmediatamente después, ya fuera de mi alcance, Misi la derribó con un disparo entre los ojos.
La Pretor se apresuró a agacharse a mi lado. Un piso por encima, asomado a su propio balcón y con los ojos totalmente encendidos, el Archeón con el que llevábamos cerca de seis minutos combatiendo volvió a atacar. Las losas bajo nuestros pies temblaron. Misi y yo nos incorporamos, pero rápidamente tuvimos que volver a lanzarnos al suelo cuando empezó a agrietarse. Mi compañera retrocedió con un ágil salto, pero la baldosa donde iba a situar el pie desapareció en aquel preciso momento, dejándola sin apoyo. Lanzó un grito, extendió el brazo hacia mí... y sin saber exactamente en qué me apoyé para ello, salí disparado hacia ella, embistiéndola con mi propio peso contra el suelo. Rodamos unos metros, esquivando por pura casualidad otra de las grietas, y tan pronto pudimos nos incorporamos.
Un proyectil de insectos nos alcanzó de pleno.
El impacto me impulsó hacia atrás, pero esta vez logré reaccionar a tiempo. Cree un globo de oscuridad alrededor de mi rostro y los parásitos se escabulleron de inmediato, asustados. Misi, por su parte, hizo lo mismo, aunque antes de ello retrocedió un paso, metiendo el pie en una de las grietas. La Pretor perdió el equilibrio y se precipitó por la brecha.
Una vez más me tuve que apresurar a cogerla en el aire. Me abalancé sobre la brecha, cerré la mano alrededor de su muñeca y tiré de ella con fuerza, haciéndola subir justo cuando un nuevo fogonazo de fuego verde chocó contra la terraza. Empuje a Misi por encima de mi cuerpo, tratando de protegerla con él, y me incorporé, dispuesto a responder de una vez por todas a los incesantes ataques del Archeón.
Por desgracia, algo pasó antes de que pudiese actuar. Misi lanzó un grito, un aullido más de miedo que de dolor. Volví entonces la mirada hacia ella, y en ese momento una gran llamarada de fuego verde surgió de la nada desde el lateral derecho. Un lateral donde, surgido de la nada, había otro Archeón. Misi se giró sobre sí misma, más por instinto que por protección, pues ambos sabíamos que no iba a servir de nada, y me miró. Inmediatamente después, me empujó contra la brecha por la que ella había estado a punto de precipitarse pocos segundos antes. Perdí el equilibrio, me deslicé por la piedra... y durante los pocos segundos que duró la caída, a través de la grieta pude ver como el fuego abrasaba cuanto encontraba a su paso, borrando del mapa a Misi.
El sonido de su Manga Lux al golpear contra el suelo fue lo último que escuché antes de estrellarme contra el suelo de piedra de la terraza inferior. Lansel apareció a mi lado, con el rostro mucho más pálido de lo habitual, y se apresuró a levantarme. Acto seguido, sin tan siquiera darme la opción a preguntar, tiró de mí hacia el interior de uno de los pasadizos.
Aquella batalla, muy a mi pesar, estaba más que perdida.
—¡Misi...! —acerté a decir.
Pero no dejé de correr. Atravesamos el corredor a gran velocidad, adentrándonos en el interior del edificio de nuevo, y una vez en uno de tantos cruces de caminos nos decantamos por el lateral derecho, donde seguimos con la huida. Recorrimos el pasadizo sin mirar atrás, prácticamente embistiendo a las dos clones que pretendían detenernos, y no paramos hasta alcanzar unas escaleras de caracol que conectaban con la planta superior e inferior. Lansel se asomó... y rápidamente salió disparado hacia atrás, alcanzado por un disparo en el pecho.
Cayó a mis pies, retorciéndose de dolor.
—¡Alto! —gritó el tirador desde el piso superior.
Asomó la cabeza, pero me aseguré de que volviese a retroceder presionando el gatillo de mi arma cuatro veces seguidas. Cogí entonces a Lansel por el pecho, arrancándole un grito de dolor involuntariamente, y me lo cargué a las espaldas. Volví la mirada atrás, percibiendo ya la inminente llegada de otros tantos clones, miré arriba, allí donde estaban a punto de volver a disparar, y finalmente volví la atención hacia el hueco de la escalera.
—Cógete, Lansel —murmuré.
Y salté.
Quince segundos de caída después aterrizamos en el interior de una gran masa de agua verdosa, donde el peso de nuestros cuerpos tiró de nosotros hasta el fondo. Fuimos absorbidos por la fuerza de la gravedad, sin posibilidad alguna de luchar contra ella, y seguimos descendiendo hasta cruzar al otro extremo del agua, donde llegamos a un suelo arenoso por el que rodamos.
Permanecimos tendidos en el suelo unos segundos, aturdidos por la caída. Volví lentamente la mirada hacia Lansel, el cual se encontraba a escasos metros de mí, y estiré el brazo hacia él. Inmediatamente después, sacando fuerzas de donde no me quedaban, me puse en pie de un brinco, le arrebaté la espada que aún llevaba enfundada en el cinto y la alcé justo cuando los afilados colmillos de una enorme cobra se abalanzaban contra él.
El monstruo lanzó un siseo furioso al golpear contra el metal. Alzó la cola, la sacudió con rabia y se dispuso a un segundo ataque...
Aidan Sumer, 1.818 CIS (Calendario Solar)
Oía su voz.
La había oído mientras avanzábamos por los pasadizos de ónice, enfrentándonos a nuestras propias sombras y clones; mientras descendíamos las escaleras que conectaban con el subsuelo de su escondite, allí donde, bajo grandes cúpulas de cristal, habíamos recorrido decenas de salas de exposición de cuadros.
La había oído mientras intercambiaba espadazos con espadachines sin rostro bajo la luz de las velas; mientras me ocultaba tras columnas para evitar los disparos de los clones de Alice Fhailen que aún quedaban en pie.
La había oído cuando, viéndome atrapado contra la pared frente a cinco Pretores, Luther había acudido a mi rescate. Lo había hecho de mala gana y sin mirarme a la cara en ningún momento, concentrándose en hundir su espada en el corazón muerto de los jóvenes agentes que el "Fénix" había asesinado hacía décadas, pero lo había hecho. Y mientras que su espada sesgaba la última de las vidas, Alaster me había susurrado al oído.
Su voz me había guiado a través de todos aquellos escenarios y enfrentamientos, haciéndose más sonora cuanto más nos acercábamos a su guarida, y no me había abandonado en ningún momento, incluso cuando, tras dejar atrás el último puente, Luther y yo habíamos salido a la gran explanada. La explanada de césped rodeada de montañas en cuyo corazón únicamente aguardaba un arco de piedra en ruinas.
La entrada a su guarida.
Recorrimos los últimos metros con las armas bajadas pero firmemente sujetas entre los dedos. Ambos habíamos sufrido heridas durante el camino, pero tal era nuestra determinación que no nos importaba dejar huellas de sangre a nuestro paso. Aún no sabía cómo lo que iba a hacer, si es que me quedaba alguna alternativa, pero el objetivo era claro. Aquella noche Orland Alaster moriría, y a no ser que las cosas cambiasen radicalmente, sería en mis manos. Pero poco importaba ya a aquellas alturas. Después de un viaje tan duro, solo quería ponerle el broche final.
Pocos metros antes de alcanzar el arco de piedra nos detuvimos. A simple vista no había nada al otro lado del umbral, tan solo la alfombra verde de césped que cubría el suelo, pero ambos percibíamos la magia que desprendía aquella acumulación de rocas.
Luther y yo intercambiamos una breve mirada antes de seguir adelante. Desde nuestro reencuentro apenas habíamos hablado.
—Nos está esperando —dije, rompiendo el tenso silencio reinante.
—Es probable —admitió él.
—El "Fénix" sabía que esto sucedería tarde o temprano, así que seguramente esté preparado.
—¿Y eso te preocupa?
Me encogí de hombros.
—No, imagino que no. Incluso aquí, sigo siendo un Pretor y él no.
—¿Y eso acaso significa algo? —Luther negó suavemente con la cabeza—. Hay muchos hombres mucho más poderosos que los Pretores, Sumer. No me digas que no lo sabes.
Luther y sus lecciones. Diría que resultaba irónico que incluso en aquel entonces, a punto de enfrentarnos al "Fénix", siguiese con sus charlas y demostrando que él era el gallo del corral, ¿pero para qué engañarnos? Si no lo hubiese hecho, no habría sido él.
Puse los ojos en blanco, tan burlón como de costumbre, y volví la mirada al frente, logrando con aquel gesto enfadarle un poco más de lo que ya estaba. Era un experto en la materia.
—Tú y tus charlas... Sol Invicto, Luther, tengo más de setenta años. Ten piedad.
—¿Piedad? —Luther frunció aún más el ceño—. Que te den, Sumer. Creía que con el tiempo asentarías la cabeza, pero veo que no. Sigues igual de bocazas que de costumbre.
—Y yo que pensaba que con los años se te endulzaría el carácter... —dejé escapar un suspiro—. Antes de cruzar, debo confesarte algo.
—Sol Invicto, esto sí que es un maldito castigo...
Reacio al principio pero muy interesado después, Luther escuchó mi relato sobre la desaparición de Lyenor. El hermano de mi primera mujer había notado su ausencia desde el principio, pero no lo había mencionado creyendo que podría haberse quedado en el camino. Por suerte, su destino era algo mejor que la muerte. Irónicamente, mi yo del futuro había asegurado que tan solo debía dejar que otro cumpliese mi cometido para liberarla; que era cuestión de tiempo de que llegasen refuerzos. Por desgracia, tan solo Luther había venido a mí, y por la expresión sombría de su semblante mientras le narraba lo ocurrido, era evidente que no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.
—Si lo que me estás preguntando es si estoy detrás de la desaparición de Cross, tranquilo, ten por seguro que no. No es mi estilo. Y que yo sepa, tampoco hay nadie más de camino, así que... —Luther se encogió ligeramente de hombros—, te han engañado. ¿Sorprendido?
Ironías aparte, no, no estaba sorprendido. Desde el principio había intentado aferrarme a la idea de que tarde o temprano aparecería alguien que salvaría la situación y nos permitiría tanto a mi hijo como a mí regresar al mundo de los vivos con la conciencia limpia. Lo había querido creer, pero me había resultado complicado. Muy complicado. A aquellas alturas de la vida me quedaban pocos aliados en los que creyese ciegamente, y todos estaban allí. El que alguien regresara del pasado o de entre los muertos para ayudarme era muy difícil.
Imposible en realidad.
Sonreí sin humor. Si aquel era el final que me tocaba vivir, lo aceptaba. Muy a mi pesar, por mucho que quisiera a Lyenor, la muerte del "Fénix" estaba por encima de todo...
—La encontraré —dijo de repente Luther, dibujando una expresión de sorpresa en mi rostro—. Oh, vamos, no pongas esa maldita cara. No lo hago por ti, es por ella. Cross es una buena mujer y una gran Pretor: Albia necesita gente cualificada que la proteja. Ya tiene bastantes energúmenos como para dejar escapar a los buenos. Así que tienes mi palabra, la encontraré.
Diría que me sorprendió. Es más, me hubiese gustado creer que estaba utilizando a Lyenor como excusa para tenderme la mano y acercar posturas... pero obviamente habría sido estúpido de haberlo hecho. Su comportamiento se correspondía a lo que esperaba de él, ni más, ni menos. Luther era así, frío e insufrible; un listillo con aires de grandeza que creía saberlo todo... pero también una buena persona. Alguien sensato que, por encima de las rencillas personales, sería fiel a aquello en lo que creía hasta el final.
—Todo por Albia, ¿eh? —dije, y asentí con la cabeza, agradecido—. Cuento contigo.
—No te pongas tierno, Sumer, sigo sin olvidar lo que me hiciste. El que ahora nuestros caminos se hayan cruzado no significa nada. Si no mueres ahí dentro, tarde o temprano lo harás ahí fuera, y es probable que yo sea la mano que sujete el arma que te atraviese el corazón.
—Tranquilo, no me hago ilusiones. Esto es una tregua temporal.
—Exacto —sentenció, y señaló el frente con el mentón—. Vamos, ha llegado el momento.
Asentí con la cabeza e intercambiamos una última mirada en la que por un instante creí percibir un atisbo de complicidad.
Finalmente cruzamos el arco.
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