Capítulo 92

Capítulo 92 – Jyn Corven, 1.818 CIS (Calendario Solar Imperial)




—Yo envié a Somnia para que cuidase de tu hermano. Lo hice porque he visto lo que va a pasar, Jyn, y lo necesitamos con vida. Albia lo necesita. Puede que creas que estoy siendo egoísta, injusta incluso, pero si algo he aprendido a lo largo de todos estos años es que más allá de nuestros deseos particulares se encuentra el bien común. Y dirás... ¿qué sabrá una muerta del bien común? Pues mucho, te lo aseguro. Más de lo que jamás podrías imaginar. Cuando se cruza el velo la realidad se ve de una forma diferente. Al principio duele la separación con el mundo de los vivos. De hecho, ese dolor no acaba de desaparecer nunca, pero con el paso del tiempo va disminuyendo, lo que te permite ver más allá; abrir los ojos a lo que aguarda en el otro lado y conocer a seres diferentes. Almas que abandonaron el mundo de los vivos hace ya muchos siglos, pero que desde el de los muertos siguen velando por su país tal y como hacían antes. Y entre esas almas, cariño mío, se encuentra la del Sol Invicto.

—¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo, madre?

Jyn Valens respondió con un sencillo asentimiento. Un leve gesto de cabeza que, sumado a su mirada llena de perspicacia, logró estremecerme.

—Por muy oscuros que creas que son los días, su luz siempre iluminará vuestros pasos, Jyn... estéis donde estéis. Nunca os ha abandonado ni nunca lo hará, tienes mi palabra.

—Pues no lo parece.

—Pero así es —insistió ella tomando mi mano con firmeza—. Eres mucho más inteligente de lo que tratan hacerte creer, Jyn. Tus hermanos son y han sido fuertes, tu padre valiente y yo astuta, pero tú, querida niña, eres inteligente. Probablemente la más inteligente de todos; la única capaz de comprender la magnitud de todo lo que está por venir.

—Y por ello a la que habéis elegido para que se sacrifique, ¿verdad? Enviaste primero a Somnia para guiar a mi hermano y después se la mandaste a mi tío para que me la trajese. Para que me transmitiese el mensaje... tu mensaje.

—Mi mensaje —admitió. Y sonrió.

Y lo hizo de tal modo que, incluso una hora después, cuando tras cruzar la puerta que separaba el prado de Ilean del corazón de la fortaleza de Herrengarde nos preparamos para iniciar el último asalto, no lograba quitármela de la cabeza. Ni su sonrisa ni tampoco sus palabras. Mi madre había sido totalmente sincera conmigo, mucho más de lo que jamás habría sido con ninguno de los varones de la familia, y aunque daba gracias por ello, había habido mucha crueldad en sus palabras. Muchísima más de la que creía capaz de aceptar. Por desgracia, aunque dura, había sido tan clara que no había podido rechazar su petición. En el fondo de mi alma, por mucho que me doliese, tenía razón. El Sol Invicto requería un sacrificio por nuestra parte, necesitaba que sus guerreros sobreviviesen a aquel duro trance, y para ello yo era la que debía ocupar el lugar del "Fénix". Yo, Jyn Corven. La pequeña de los tres hermanos; la niña que mi tío y mi padre habían dado en adopción para intentar proteger. La misma que había crecido en el seno de la familia con la Magna Lux de mi tío Jarek colgada al cuello. La que desde pequeña había tenido claro que deseaba convertirse en la mejor bailarina de Albia. La que había recorrido gran parte del continente dirigiendo el cuerpo de baile primero desde el escenario y después desde bambalinas como directora. A la que habían tenido que salvar en Ballaster de las garras del "Fénix"; la que había huido de Albia por culpa de Lucian Auren. La que lloró como una niña las dos muertes de Doric Auren... pero que sin duda se uniría de nuevo a él en caso de que volviese a renacer una vez más. La que amó a dos hombres y se casó con uno al que con el tiempo perdió. La bailarina que en mil ocasiones intentó alzar el vuelo pero a la que jamás permitieron volar con libertad. La presa favorita del "Fénix"; la carga de la Unidad. Medio Sumer y medio Valens, pero totalmente Corven...

Aquella a la que Marcus Giordano llamaba "bailarina"...

La misma que, a pesar de aceptar su destino, no pudo evitar que lágrimas de dolor y miedo bañasen sus ojos cuando, llegado el momento de la verdad, no tuvo más remedio que mentir a uno de los hombres a los que más había querido para poder cumplir con su deber.

—No te muevas de aquí, Jyn —me pidió mi tío Luther a los pies de las escaleras donde nuestros caminos se separaban—. Volveré a por ti, te lo prometo. En cuanto acabemos con el "Fénix" te sacaré de aquí.

—Tranquilo, hermano —respondió mi madre, rodeando mis hombros con el brazo en un gesto cariñoso—. Cuidaré de la pequeña. Conmigo estará bien.

—No lo pongo en duda, hermana —respondió él sin apartar la mirada de mí—, pero quiero asegurarme. Jyn...

—Tranquilo, tío. Te esperaré aquí.

—Júramelo.

Mi tío no era estúpido. Aunque mi madre se había encargado de que Davin y Olivia lo mantuviesen lejos de nosotras para poder hablar en privado, Luther sospechaba que estaba sucediendo algo. El qué ni tan siquiera se lo imaginaba. Ni sabía el motivo real de mi presencia allí, ni muchísimo menos lo que había aceptado hacer. No obstante, estaba preocupado, y no era para menos. Aunque no había conocido a la Jyn Valens del pasado, estaba convencida de que la mujer que ahora era mi madre no era la misma que había sido en vida.

Pero incluso así, confié en ella.

—Jyn —insistió Luther al no recibir respuesta por mi parte. Apoyó las manos en mis brazos y me zarandeó con suavidad, obligándome a mirarle a los ojos—. Jyn, júralo.

Y lo hice. Apoyé el rostro en su pecho y pronuncié las palabras que esperaba escuchar... o al menos parte de ellas. Luther escuchó la primera parte de la frase, pero no el final. Pero sí, juré algo, juré que pasara lo que pasara siempre haría cuanto estuviese en mi mano para cuidar de él y del resto de mi familia, tal y como ellos siempre habían hecho, y besé su mejilla. Después, dedicándole una última sonrisa, retrocedí unos pasos para que pudiese seguir adelante.

—Bien hecho —dijo mi madre pocos segundos después, tras asegurarse de que hubiesen dejado ya la escalera—. Has tomado la decisión correcta, cariño. Ahora es cuestión de esperar el momento oportuno. Aquí aprenderás mucho... mucho más de lo que el mundo de los vivos jamás te permitiría. Yo misma te lo enseñaré.

—¿Me enseñarás magia?

Mi madre tomó mi mano y tiró suavemente de mí, para dejar atrás las escaleras y adentrarnos en un largo pasadizo de paredes blancas. En aquel entonces desconocía dónde nos encontrábamos, pero no era ni en el mundo real ni en el del "Fénix". Estábamos en un sitio diferente; un lugar a caballo de ambas realidades creado por el poder de la mente de mi madre.

—¿Magia? —Jyn Valens dejó escapar una sonora risita musical que retumbó por todo el pasadizo—. ¿Los muertos podemos hacer magia? Sinceramente, yo creo que no. Esto... esto no es magia: al menos no como la que utilizan los mortales. Pero tranquila, te enseñaré muchas cosas... muchísimas, pero lo primero es acabar con el "Fénix". Vas a tener que ser valiente, Jyn. ¿Estás preparada?

—Creo que sí.

—Entonces adelante.

Jyn Corven nunca abandonaría aquel túnel. La Jyn Corven viuda, maltratada por la vida y asustada se quedó entre aquellas paredes, atrapada en sus miedos. La real, aquella que durante tantos años había luchado por alzar el vuelo, en cambio, sí consiguió salir adelante. Lo hizo cogida de la mano de la única persona que a aquellas alturas era capaz de consolarla, pero lo hizo con la seguridad de que estaba haciendo lo correcto. Que a pesar de que el precio a pagar era alto, no se estaba equivocando.

Y mentiría si dijese que no había lágrimas en mis ojos cuando alcanzamos la puerta tras la cual se encontraba mi destino. Las había, pero no había arrepentimiento en ellas. Eran lágrimas de tristeza por separarme de mi vida y de mi familia. Por saber que no volvería a ver a mi hermano Damiel ni a mi padre; que no me reencontraría con mis primas ni con mi tío. Que tampoco volvería a reír con las bromas de Lansel ni discutir con Misi... que nunca volvería a abrazar a Lyenor.

Que no podría recuperar a Marcus.

Pero también eran lágrimas de alegría y orgullo por saber que había un papel para mí en el esquema de las cosas. Que el Sol Invicto confiaba en mí y que, gracias a lo que iba a hacer, los míos podrían salir adelante. Que podrían luchar la maldita guerra para la que les estaban preparando...

Lágrimas por los que perdía, pero también por aquellos a los que recuperaba. A Davin y a mi madre ya los había encontrado, pero no pararía hasta dar con mis padres adoptivos y con Nat. Mi querido capitán Trammel.

Era complicado no sentir miedo ante lo que se acercaba, pero todo era mucho más fácil cuando al volver la vista atrás solo veía cenizas en mi vida. El "Fénix" nos había hecho mucho daño a todos, pero tan solo yo había quedado herida de muerte. A mí ya no me quedaba nada a lo que aferrarme... y lo que era aún peor, ya no me quedaban fuerzas para intentarlo.

Pero antes de desvanecerme, aprovecharía aquella oportunidad. La bailarina volvía al escenario por última vez y esta vez no iba a fallar.




Damiel Sumer, 1.818 CIS (Calendario Solar Imperial)




El Conducto de Salvación nos arrastró al corazón de un laberinto de túneles y corredores que fluctuaba por toda la estructura, entre las distintas plantas. Por sus dimensiones era físicamente imposible que se hallasen dentro de la fortaleza. Aunque el primero había sido bastante estrecho y claustrofóbico, una vez recorrido nos habíamos adentrado en un recibidor de planta circular cuyo techo se alzaba varios metros por encima de nuestras cabezas. Un lugar en el que, una vez todos entramos, la puerta a través de la cual habíamos accedido se cerró, encerrándonos entre sus estrechas paredes.

Todos desenfundamos nuestras armas, alerta. Pocos minutos antes, tras recorrer toda la zona, Giordano había asegurado que en el interior de aquella pequeña sala tan solo había dos puertas, una de entrada y otra de salida. En aquel entonces, sin embargo, eran cinco las que nos rodeaban.

Cinco puertas, cinco Pretores. Las cuentas no fallaban.

—Sabe que estamos aquí —exclamé, poniendo en palabras lo que en aquel entonces ya todos pensábamos—. Conociéndolo, querrá divertirse a nuestra costa.

—Puede ser —admitió Aidan—, otra cosa es que se lo permitamos. Seguiremos juntos: no vamos a dividirnos. Sería un error.

—Apoyo al jefe —secundó Lansel—. Llegado a este punto, lo mejor es que sigamos juntos.

—Elegid entonces puerta —dijo Giordano—. Iré delante.

—No —sentencié, y aunque apenas teníamos espacio para movernos, apoyé la mano sobre su hombro para presionarla con suavidad—. Esta vez iré yo delante, Marcus. Tú quédate con mi padre. Misi, eres la más inteligente de los cinco: dime que puerta debo atravesar.

La Pretor buscó aprobación en la mirada de mi padre, el cual me apoyó. Si alguien era capaz de elegir correctamente, si es que había alguna manera de hacerlo, esa era Misi. Pero no era una decisión fácil. Tratándose de cinco puertas idénticas, era complicado encontrar un motivo por el cual elegir una u otra.

Se cruzó de brazos y una a una las examinó detenidamente. Tan metódica como de costumbre, Misi cumplía con el protocolo estipulado para este tipo de casos. Un protocolo que ni Marcus, Lansel ni yo habíamos seguido jamás. Nosotros éramos hombres de acción; agentes de los que se metían en problemas y salían de ellos como podían. Ella, por suerte para todos, tenía el conocimiento suficiente no solo para evitarlos, sino también para salvarnos la vida.

Y una vez más, logró conseguirlo. Misi se incorporó, lanzó un último vistazo a todas las puertas y se plantó frente a la inicial, la que habíamos cruzado para entrar. La miró de arriba abajo, apoyó la mano sobre su superficie blanca y asintió.

—Esta.

—Vamos allá entonces —respondí.

No puse en duda su decisión. Quizás debería haberlo hecho teniendo en cuenta que aquél era el único camino que la lógica dictaba que no debíamos recorrer, pero mi confianza en ella era tal que abrí la puerta sin dudarlo y crucé el umbral. Ante mí, labrado en la piedra ahora negra había un estrechísimo túnel. Volví la vista atrás, hacia donde Misi aguardaba ansiosa, y asentí con la cabeza. Una vez más, había vuelto a acertar. A continuación, consciente de que apenas tendría movilidad en el interior de aquel estrecho lugar, me agaché y me preparé para entrar.

Tras de mí, Lansel soltó una ligera risita aguda producto del nerviosismo.

—¿Estamos seguros de querer meternos ahí?

No respondí. En lugar de ello apoyé las manos en el suelo y gateé al interior del túnel, rezando porque aquella tortura no se alargase demasiado. Di un primer paso, un segundo, un tercero... y tras unos largos e intensos segundos inacabables dejé atrás el pequeño recibidor para adentrarme en mi totalidad en el sombrío túnel. Una vez en su interior, Lansel se unió a mí a regañadientes seguido por Misi, mi padre y por último Giordano.

Avanzamos por el cada vez más estrecho lugar durante larguísimos minutos. Dentro de la piedra tan solo había oscuridad, por lo que no tardamos demasiado en vernos atrapados y ciegos en el interior de lo que perfectamente podría convertirse en nuestra tumba. A pesar de ello, seguimos avanzando. Lo hicimos incluso cuando el pasadizo se estrechó hasta el punto de que mis hombros rozaban contra la afilada piedra de las paredes, provocando cortes en mi uniforme y piel; cuando el suelo se llenó de cristales que se clavaban en nuestras palmas...

Incluso cuando de las paredes empezaron a caer gusanos que se aferraban en nuestros cuerpos y pelo, resbaladizos y pestilentes.

No nos detuvieron tampoco los charcos de sangre que de repente se formaron bajo nuestras manos y rodillas, ni tampoco los rostros que se reflejaban en su superficie. Eran hombres y mujeres que nos observaban y nos hablaban, aunque de sus labios no surgía voz alguna. Simplemente nos miraban desde donde fuese que estuviesen, atentos a nuestros movimientos... buscando el momento perfecto para que sus repugnantes garras surgiesen de la tierra para hundirse en nuestra piel.

Chillé cuando la primera mano se cerró alrededor de mi cintura. Me agité y maldije. Forcejeé... Aceleré el paso, luchando contra las garras que con tanta fuerza trataban de arrastrarme al interior del subsuelo. Avancé cuanto pude, ignorando los gritos de rabia y angustia de los que me seguían, y no me detuve hasta que, al fin, en la lejanía logré ver el final del camino. Un agujero en la piedra... un hueco por el que escapar.

Me dejé caer por él. No había mucha altura, quizás cuatro o cinco metros, pero incluso así mi cuerpo crujió al estrellarse contra el suelo de piedra. Fue un golpe fuerte. Por desgracia, no tuve tiempo para regocijarme en el dolor. Tal y como caí, rodé por el suelo, esquivando por tan solo unas décimas de segundo la caída de ocho afilados filos de metal procedentes de los mandobles que empuñaban los habitantes de la estancia. Rodé sobre mí mismo, colándome por entre las piernas de uno de ellos, y me incorporé justo a tiempo para desenfundar mi espada y detener el ataque de otro.

—¡Sol Invicto! —grité al ver ocho grandes y feroces armaduras humanas alzar sus armas contra mí—. ¡Daos prisa!

Una lluvia de metal cayó sobre mí. Una tras otra las armaduras iban lanzando rudos ataques que mi espada lograba detener a duras penas. Estaba en el lateral de una sala no demasiado grande ténuemente iluminada. Había velas en el suelo con las que chocaba al retroceder; un Sol Invicto al que le faltaban los ojos grabado en el suelo. Manchas de sangre en las paredes, en las armaduras... y vacío en su interior. Nadie aguardaba dentro del metal. Tan solo oscuridad. La misma oscuridad que me rodeaba y que poco a poco estaba apoderándose de cuanto me rodeaba.

Otro golpe. Me dolía la muñeca de detener estocadas. Tenía las manos llenas de cristales y aún sentía gusanos trepar por mis brazos... algunos se habían colado bajo de mi ropa incluso.

Me agaché para evitar un corte horizontal que volaba directo a mi cuello. De no haberlo hecho, me habría separado la cabeza del cuerpo. Alcé la espada para interponerla en la trayectoria de dos de las armas y rápidamente lancé un barrido con la pierna derecha, logrando derribar a uno de mis oponentes. Inmediatamente después, impulsándome con fuerza, me abalancé sobre otra de las armaduras, apartándola lo suficiente como para poder colarme y pasar al otro extremo de la sala.

Mis oponentes no tardaron más que unos segundos en girarse y disponerse a seguir atacando; tiempo suficiente para poder valorar el espacio del que disponía y la situación. Además de las ocho armaduras que me atacaban había otras tantas formando guardia en las paredes. Hice un rápido recuento antes de que el primer mandoble cayese sobre mí. ¿Cuántos habría? ¿Veinte? ¿Treinta?

Dibujé un arco horizontal a mi alrededor para mantener a cierta distancia a mis oponentes. Me superaban en número y mis golpes no parecían afectarles, pero eso no era algo que me preocupase. Podía con ellos. De hecho, a la velocidad que se movían, podría con toda la sala incluso. No obstante, no podía perder el tiempo. Necesitaba seguir avanzando, y para ello lo primero era vencer aquel obstáculo.

Claro que no iba a ser fácil hacerlo en solitario...

—¡Pero queréis mover el maldito culo! —exclamé tras esquivar una estocada por apenas unos centímetros. Gire sobre mí mismo, respondí con un golpe seco en el yelmo de la armadura y retrocedí a tiempo de evitar una punzada en el vientre. Acto seguido, agachando la cabeza para evitar que me la cortasen, estrellé de nuevo mi arma contra otra de las armaduras y aparté a otra con una fuerte patada en la pechera—. ¡¡Lansel!!

Una sombra cayó del techo sobre uno de los seres. Hundió el cuchillo que llevaba entre manos en la juntura del cuello y giró el arma, levantando lo suficiente el yelmo como para poder hundir los dedos y tirar de él hasta arrancarlo.

Sí, arrancarlo. Marcus tiró con todas sus fuerzas y, logrando con ello que la armadura se desmoronarse sin vida, le arrebató el casco. Inmediatamente después, empleando el propio yelmo a modo de arma, se abalanzó sobre otro de los guerreros y lo estrelló contra la máscara facial. La armadura retrocedió un paso, desequilibrado por un instante, y trató de contraatacar. Antes de conseguirlo, sin embargo, Giordano volvió a golpearle con el casco con tanta violencia que hizo saltar por los aires el suyo. El ser retrocedió un paso, levantó el brazo armado, pero antes de poder blandir el arma cayó al suelo sin vida.

Mientras tanto, ya rodando por el suelo para esquivar dos ataques simultáneos, mi compañero se disponía a derribar al siguiente.

Impresionante.

Su ímpetu logró inspirarme. Detuve un último ataque que iba directo a mi cadera y, dando por zanjada la etapa de defensa, me lancé al ataque. Cargué contra una de las armaduras, esquivando su ataque con una rápida finta, y la empujé con todas mis fuerzas, lanzándola contra otro de sus aliados. Salté entonces al suelo, rodando a tiempo para evitar ser alcanzado por uno de los mandobles, y me incorporé justo cuando uno de los seres se disponía a hundir su arma en la espalda de Giordano. Un golpe seco en la parte trasera del casco bastó para hacerlo saltar por los aires y evitar el peor de los desenlaces. Alertado por el golpe del yelmo en su espalda, Marcus me dedicó una fugaz mirada, sobresaltado al darse cuenta de lo que había estado a punto de suceder. Le había ido de muy poco. Articuló un gracias y rápidamente volvió a centrar la atención en su objetivo.

A partir de entonces, tan solo necesitamos tres minutos más de lucha espalda contra espalda para acabar con el resto de oponentes.

—Sol Invicto, ¡qué bestia eres" —exclamé tras ver la última armadura caer a los pies de Giordano. Apoyé la mano sobre su cabeza y le froté el pelo rapado con cariño, logrando arrancarle una sonrisa traviesa—. ¿Cómo sabías lo que tenías que hacer?

—¿Saberlo? —Giordano apartó de una patada uno de los yelmos del suelo—. ¿De veras crees que lo sabía? Me halagas, jefe.

Como siempre, logró dejarme sin palabras. Ni el paso de los años ni el tiempo perdido en el desierto podrían apagar jamás la llama de salvajismo que ardía en su interior.

Me acerqué al centro de la sala para comprobar el techo. Si bien ambos habíamos saltado por la misma apertura, ahora ya no había ni rastro de ella.

Maldije entre dientes. Unidos éramos indestructibles; por separado, sin embargo, nos debilitábamos notablemente. Era preocupante.

—¿Y el resto? —preguntó Marcus con sorpresa, enfundando el cuchillo en el cinto—. ¿Dónde están? Los vi bajar.

—Pues ya ves —respondí encogiéndome de hombros—. Me temo que de momento estamos solos.

—¿Por qué será que no me sorprende? En fin... ¿vamos?

Seguimos a través de la única puerta que comunicaba con el exterior. Estaba oculta entre las armaduras, disimulada en la piedra, pero tras un par de minutos de búsqueda logramos localizarla. La cruzamos y, una vez más, surgimos a uno de los corredores interiores de la fortaleza. Miramos a ambos lados, preguntándonos hasta cuándo seguiríamos correteando sin ton ni son por aquel lugar, y elegimos el derecho por puro azar. Recorrimos todo el pasillo, girando en tres recodos, como si de la anatomía de una serpiente se tratase, hasta alcanzar un recibidor en cuyo lateral derecho aguardaba el inicio de una gran escalera doble que conectaba con el acceso principal.

Y custodiándola desde el último escalón, volvimos a ver a uno de los hombres de oscuro.

Dimos la vuelta. Recorrimos de nuevo toda la serpiente, pasamos por delante de la puerta de la sala de las armaduras y seguimos por el pasadizo hasta su final. Atravesamos una arcada, salimos a un puente exterior que conectaba con una de las torres secundarias y entramos en el edificio. Una vez en su interior recorrimos dos pasadizos más, cruzamos ante una puerta sospechosamente parecida a la anterior y seguimos adelante, recorriendo de nuevo los tres recodos...

Antes incluso de verla supe lo que nos aguardaba al final del camino: la escalera doble.

—Sol Invicto —maldije entre dientes—. No hay vuelta atrás, ¿verdad?

—Yo diría que no... parece que si lo que queremos es seguir, tendremos que enfrentarnos a ese hombre. —Marcus hizo una breve pausa con tintes dramáticos—. Un solo hombre.

—Un solo hombre, sí —le secundé.

Pero ambos sabíamos que era mucho más. Detrás de aquella casaca negra abotonada hasta el cuello y aquella corta melena rubia recogida en una coleta se ocultaba un ser cuyo poder no era necesario ver para poder percibir. Irradiaba energía; irradiaba poder, y todo sin perder el aspecto severo de una expresión carente de emoción alguna.

Mientras lo observaba permanecer totalmente quieto al final de la escalera, observando el vacío, me pregunté si tras aquel disfraz habría realmente un humano.

Cogí aire y desenfundé mi pistola, ordenando a Giordano que hiciera lo mismo con un ligero ademán de cabeza. Nos miramos fijamente, sin necesidad de decir palabra para leer el uno en los ojos del otro el próximo movimiento, y nos preparamos. Cinco segundos, cuatro, tres...

Dibujamos toboganes de oscuridad sobre los reposabrazos para poder deslizarnos por la escalera mientras disparábamos. Recorrimos los más de cincuenta escalones que nos separaban del piso inferior a gran velocidad, acertando todos y cada uno de los disparos en nuestro objetivo. Hombros, pecho, garganta, frente... ningún disparo se perdió, todos se hundieron con precisión en él, tirándolo de espaldas al suelo. Marcus y yo recorrimos los últimos metros que nos quedaban, saltamos al suelo y, dispuestos a acercarnos a nuestro objetivo para comprobar que estaba muerto, algo sucedió. Un crujido en las paredes y suelo, un aullido lobuno procedente de todos los rincones de la sala y, de repente, todo empezó a cambiar. Las losas de piedra se agrietaron bajo nuestros pies, dejando paso a grandes tentáculos acabados en punta que, como látigos, empezaron a golpear cuanto les rodeaba. Las lámparas del techo se convirtieron en llamaradas, las paredes se tiñeron de la sangre que caía del techo y de las escaleras empezó a caer agua verde. Agua podrida que traía consigo pestilencia y nubes de insectos.

El suelo volvió a temblar. Marcus y yo rodamos para esquivar uno de los látigos bulbosos que surgían de entre las losas, y al alzar la vista descubrimos que la figura de negro volvía a estar en pie. Sus ojos eran dos bolas de fuego. Extendió una mano hacia nosotros y una nube de insectos se estrelló contra mi rostro, derribándome. Me palmeé la cara con fuerza, tratando de quitármelos, sintiendo miles de agujas clavarse en mi piel. Dibujando cortes y agujeros en ella... por los que se colaban en mi interior.

Los zumbidos me nublaron la mente.

De repente algo me cogió por la parte trasera de la cabeza y tiró de mí con fuerza, arrastrándome por el suelo. Uno de los tentáculos se aferró a mi pierna, pero no importó. Siguieron tirando de mí hasta que, de golpe, mi rostro se sumergió en agua...

No, no era agua. Era sangre. Me metieron el rostro en la catarata de sangre que caía por las escaleras, y gracias a ello la nube de insectos salió en desbandada. Giordano me cogió de nuevo por la cabeza, sin cuidado alguno, y me la sacó de la corriente. Inmediatamente después, empujándome a un lado, se apresuró a interponer una pantalla de oscuridad justo cuando un segundo enjambre se abalanzaba sobre nosotros.

De nuevo el zumbido sacudió mi mente.

—¡Espabila! —me gritó.

Reaccioné al recibir una patada en el costado por parte de mi buen amigo. Sentía los insectos recorrer mi anatomía, de cabeza a los pies. La sangre resbalaba por mi rostro, empapando mi uniforme... y la magia lo envolvía todo. Magia tan poderosa que había borrado por completo la fortaleza, transportándonos al corazón de un pantano.

Un tercer proyectil de insectos volvió a atacarnos. Giordano se dispuso a activar un nuevo escudo, pero esta vez me adelanté. Me puse en pie y no solo lancé una pantalla de oscuridad, sino que hice que los insectos saliesen propulsados, convortiéndose en chispas gracias al poder de la Magna Lux. Marcus se incorporó, alzando su espada, y se situó a mi lado. Ante nosotros, en mitad del pantano, se alzaba el hombre de la coleta rubia, aunque ya no era él. Su figura parpadeaba, mostrando sus dos facetas. Por un lado la humana; por el otro la monstruosa. Cuernos, piernas de chivo, dientes afilados...

El hombre gritó y de las fauces del monstruo surgió un chorro de ácido que cayó donde previamente nos encontrábamos. Marcus y yo rodamos por el suelo, nos incorporamos para esquivar el ataque de dos de los látigos y volvimos a saltar cuando un géiser de sangre ardiente surgió del suelo. Esquivé otro proyectil de insectos, el cual me pasó peligrosamente cerca y volví a rodar, evitando que una bocanada de fuego me abrasara. Tras de mí escuché a Giordano gritar. Quise acudir en su ayuda, pero no podía. En lugar de ello alcé la espada justo cuando, surgido de la nada, una gran figura cánida formada de plasma se abalanzaba sobre mí. Sus fauces chasquearon cerca de mi rostro, llenándome de espumarajos escarlata la cara. Forcejeé con él, quitándomelo de encima de un empujón, y atravesé su anatomía con un tajo horizontal, convirtiéndolo en una nube de sangre. Alcé el brazo, interponiéndolo justo cuando una nueva tanda de insectos me embestía, y traté de seguir avanzando. Cientos de agujas se clavaron en mi antebrazo, convirtiéndolo en un amasijo de carne y sangre. Sentí que se me despegaba la piel... que la carne se separaba del hueso... pero seguí. Me abrí paso entre los tentáculos, los cuales llenaron de latigazos mi espalda, y atravesé una cortina de sangre. Ya todo mi cuerpo ardía, como si me hubiese convertido en una gran llama de fuego. La cabeza me zumbaba, perdía la piel, los huesos se quebraban...

Pero a pesar de ello seguí. Recorrí los últimos metros, sintiendo ya los ojos de fuego del ser fijos en mí y me abalancé sobre él con la espada extendida. Lo embestí como si fuese un toro, como si la vida me fuese en ello, hasta hundir el metal en su cuerpo. Enterrarlo en su corazón, en el humano y en el monstruo. El ser separó de nuevo las fauces, chilló de dolor... y cuanto me rodeaba empezó a carbonizarse. Cientos de géiseres de sangre estallaron, tiñéndolo todo de carmín; millones de insectos zumbaron a la vez, el aire se llenó de gritos de dolor, el suelo tembló...

Y como si de una gran bola de energía se tratase, la realidad se rompió a nuestro alrededor, mezclando el pantano con la fortaleza. Las luces parpadearon, el mundo giró, caímos y subimos a la vez, flotamos y nos ahogamos, gritamos y enmudecimos... y de repente, cuando ya creía que iba a perderme en un pozo sin fondo, caí al suelo de culo, estrellándome contra la fortaleza con tal fuerza que la piedra se quebró bajo mi peso. Parpadeé, sintiendo el peso de la realidad golpearme la cabeza, y durante unos segundos me quedé mudo, bordeando la inconsciencia.




Un rato después, no sé si fueron minutos u horas, logré despertar justo cuando alguien me cargaba a sus espaldas. Subíamos por la escalera a gran velocidad... no, las bajábamos. Huíamos. Escapábamos del salón donde el cuerpo sin vida del hechicero yacía sobre un charco de sangre, con un gran corte en el estómago que prácticamente había separado la parte superior de la inferior. Ahora había muchas más personas en la sala, una decena de Alice Fhailen que, cogiéndolo sin cuidado alguno por los tobillos, arrastraban el cuerpo de Giordano por el suelo...

Y en el centro de la sala, observando con una expresión sombría el cuerpo de su agente caído, estaba el "Fénix". Incluso desde la distancia le vi apretar los puños con fuerza. Estaba furioso... estaba fuera de sí. Murmuró unas palabras por lo bajo, entrecerró los ojos y desvió la mirada hacia Giordano. Inmediatamente después, adelantándose al grupo de guardianas, se internó por un pasadizo lateral seguido del resto de su escolta.

Sentí que el corazón se me rompía al ver a Giordano desaparecer. Intenté incorporarme, soltarme, forcejear con quien fuese que me cargaba a sus espaldas, pero no conseguí liberarme de su presa.

—¡Para! —exclamó de repente una voz de mujer tras de mí—. ¡Vas a lograr que nos descubran!

—Tú siempre tan escandaloso, hermanito —respondió el hombre que me cargaba—. La boca cerrada, ¿de acuerdo? Nosotros cogemos el relevo.

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