Capítulo 80
Capítulo 80 – Damiel Sumer, 1.818 CIS (Calendario Solar Imperial)
—Así que tú eres el famoso Damiel Sumer... vaya, es un auténtico placer conocerte, jovencito. Lansel me ha hablado de ti en muchas ocasiones.
No podía mirarla a los ojos. Aunque lo intentaba, aquellas dos esferas de luz blanca brillaban demasiado como para poder sostenerle la mirada. Por suerte, a ella no parecía ofenderla. Néfeles conocía las limitaciones humanas, y si bien todos estábamos fascinados con su mera presencia, con su cuerpo delgado y delicado, su cabello negro como la noche y su belleza etérea, era consciente de que su presencia estaba saturando nuestras mentes. Su mera existencia atentaba contra gran parte de aquello en lo que creíamos, contra los límites de la realidad, por lo que debía ser precavida. Una demostración de poder demasiado excesiva podría acabar con nosotros...
—No sé qué decir —respondí, desviando la mirada de su rostro a su garganta, allí donde pendía un inquietante símbolo lleno de triángulos y ojos—. Espero que no haya mentido demasiado. Y si lo ha hecho, que sea para dejarme mejor.
—Alguna mentirijilla ha soltado, sí. —Néfeles dejó escapar una risotada angelical—. Pero nada que te deje en mal lugar, puedes estar tranquilo, Damiel... el hijo mediano: el haz de luz que brilla incluso entre las sombras. Decían que eras prometedor desde que naciste... que lucharías como el elegido del Sol que eres... y no se equivocaban, solo que no es el Sol quien te ha elegido precisamente.
Respondí con una sonrisa. Quería mirar atrás en busca de mis compañeros, hermana y padre. Quería asegurarme de que lo que estaba viendo era real, que no era producto de mi imaginación, pero tal era el magnetismo de aquel ser que no podía apartar la mirada. Y es que, aunque en otras ocasiones me había topado con lo sobrenatural, siempre se había tratado de seres que pendían entre los dos mundos. Personas que, como Somnia, tenían el don de la magia y podían utilizarlo a su favor. Néfeles, sin embargo, era diferente. Ella no tenía nada de humana: ella era producto del mundo de los sueños, de la realidad oculta más allá del velo, y tal era su poderío que no necesitaba más que una sonrisa para dejarme petrificado allí para el resto de la eternidad.
—No lo pongas nervioso, por favor —pidió Lansel, logrando con su intervención que mi mente percibiese su presencia junto a ella, frente al pozo—. El viaje hasta aquí no ha sido fácil.
—A la Estrella del Desierto no le gusta que haya intrusos viajando por sus dunas. Es... ¿cómo decirlo? ¿Protectora? —La niña ensanchó la sonrisa con diversión—. Entre nosotros, es un alma de lo más complicada. Atormentada, diría yo. Dice ser feliz en su océano de arena, pero yo tengo mis dudas. Ningún ser puede llegar a ser feliz del todo sin un lago en el que bañarse u océano en el que bucear, ¿no creéis?
Lansel y yo intercambiamos una fugaz mirada, sin saber qué responder. A nuestro alrededor la lluvia empezaba a caer con muchísima fuerza, trazando cortinas de oscuridad que nos impedían ver más allá. En algún lugar tras de mí podía percibir la presencia del resto de mis compañeros, su respiración y el levísimo latido de su Magna Lux en el pecho, pero había una gran distancia entre nosotros. Una distancia que iba más allá de la física.
—Pero decidme a qué tanto interés en verme, muchachos. ¿Se trata de lo mismo que la última vez, Lansel? ¿El chico de la luna?
—¿Quién es el chico de la luna? —preguntó Aidan tras de mí, surgiendo entre las sombras como una llama en mitad de la noche—. Permítame presentarme, señora: mi nombre es Aidan Sumer y ellos son...
—A ti también te conozco, Aidan Sumer —respondió Néfeles, desapareciendo ante nuestros ojos para volver a aparecer unos metros por detrás, junto a mi padre—. El más noble y valiente de los guerreros de la Noche... protector del Sol Invicto, de Albia y de la sangre.
Ya de espaldas a mí, la jovencísima aparición se acercó a Aidan para depositar un inesperado beso en su frente. Perplejo a la par que sobrepasado, mi padre no pudo más que responder con una sonrisa, totalmente colorado. Lyenor apareció al instante a su lado, de brazos cruzados y con una expresión ceñuda que evidenciaba que, de este mundo o no, no le gustaba en absoluto lo que acababa de hacer.
Néfeles decidió contentarla besándola a ella también. Se acercó con paso liviano a la Centurión y, poniéndose de puntillas para ello, le besó el mentón.
—A ti también te conozco, Lyenor Cross. Equilibrada, bondadosa y justa. Una madre para aquellos que no tienen... y la inspiración para aquellas que te admiran. —La aparición dio un paso atrás y desvió la mirada hacia un punto en concreto donde aguardaban los restos de un antiguo arco—. Diana Valens, la Reina de la Noche.
Mi prima apareció de pie sobre las rocas, en posición de ataque. Desconocía cuándo, pero había tenido tiempo de desenfundar su cuchillo y prepararse para asaltar a Néfeles en caso de ser necesario. No confiaba en ella... y no era para menos. Si para nosotros su presencia ya era inquietante, no quería ni imaginar lo que en aquel entonces debía estar pasando por la atribulada mente de la más joven del equipo.
—Demasiado joven para cargar con tantos fantasmas, jovencita. Deberás luchar para demostrar que eres justa portadora de ese nombre con el que te gusta ser llamada. Reina de la Noche solo hay una y me temo que no eres tú precisamente.
—¡Qué sabrás tú! —respondió ella con nerviosismo.
—Algo sé. —Néfeles soltó una carcajada aguda—. Sé que a tu lado se encuentra la Directora de Jade, la rata más sabia de toda la biblioteca. Siempre a la sombra de Danae Golin, la auténtica maestra de los secretos. Ahora que la domadora del saber ha muerto el destino te augura un gran futuro, querida Misi Calo.
Misi apareció unos pasos por detrás de Aidan y Lyenor, con el rostro pálido congelado en una mueca de confusión. Sus ojos parecían asustados.
—Aunque no tanto como al Señor del Desierto. ¡Dichosos los ojos, amigo Giordano! Cuando nos conocimos en el Bosque de Nymbus eras poco más que un niño: ahora eres un auténtico guerrero. Te mueves por una senda peligrosa: la línea que separa los dos mundos es muy fina, pero por alguna extraña razón a los Dioses les gusta que lo hagas. ¿Será que les has caído en gracia? —Néfeles volvió a desaparecer para volver a aparecer a su lado, entre Misi y él. Apoyó las manos sobre sus mejillas y depositó un cálido beso en sus labios—. Preguntaría el motivo, pero es más que evidente...
La antepasada de Lansel logró lo que hasta ahora pocas personas habían conseguido, y fue dejar a Marcus Giordano sin palabras. El Pretor la miró, alzando tan solo una ceja, desconcertado, y sonrió, pero poco más. Después de aquel saludo, ¿acaso se podía decir alguna otra cosa?
Néfeles se alejó unos pasos y se agachó. Apoyó la mano sobre algo y pronto descubrimos que era la rodilla de Jyn, la cual, aún en el suelo, observaba todo con sus ojos negros. Para ella aquella visión era tan extraña como para el resto, pero después de haber visto de primera mano el infierno del "Fénix" no la podía considerar realmente impactante. No la olvidaría, desde luego, pero no llegaba al nivel ni para igualarse.
—Has hecho un gran sacrificio para llegar hasta aquí, jovencita. Tu carga es igual de pesada o incluso más que la de tus compañeros, pero no gozas de espaldas tan fuertes como las suyas. —Apretó con suavidad la mano sobre su rodilla—. Ojalá pudiese decirte que el destino te va a traer paz y felicidad. Que todo lo vivido hasta ahora acabará convirtiéndose en una pesadilla que con el tiempo olvidarás. Ojalá pudiese, te lo aseguro... pero no quiero mentirte. Lo siento. Querido Lansel...
Néfeles se multiplicó, situando a cada una de sus copias junto a uno de los miembros del grupo. Todos la sentimos muy cerca, prácticamente rozándonos, pero a la vez muy lejos. La auténtica, por supuesto, no se encontraba allí.
—Preguntaba antes si el motivo de vuestra visita es el chico de la luna, y aunque ninguno de vosotros habéis respondido, vuestros ojos lo han hecho por vosotros —prosiguió—. Lo llamáis el "Fénix". Hay quien lo conoce como "el intruso", pero su nombre en mi mundo es el del chico de la luna. Un nombre que quizás no signifique nada para vosotros, pero que da sentido al papel que el destino le tiene reservado.
—¿Y cuál es ese papel? —pregunté—. Le estamos buscando: necesitamos llegar hasta él.
—El papel no te lo puedo rebelar, querido —respondió la copia que se encontraba a mi lado, con voz aterciopelada—. Pero si lo que deseas es buscarlo, estás en el lugar adecuado. No lo encontrarás en vuestro mundo, no. Al menos ya no.
—¿Como es posible que un humano haya cruzado el umbral, Néfeles? —preguntó Lyenor—. Sé de otros casos, pero el "Fénix" ha obtenido un poder incomparable con ninguno de ellos. Esa prisión en la que encierra las almas de sus víctimas parece producto de la imaginación más que de la realidad.
—De los Dioses, diría yo —intervino Lansel—. Los Dioses del Sueño.
Néfeles asintió con la cabeza.
—Tiene buenos amigos más allá del velo, sí —nos confesó—. Amigos poderosos... pero no tengo permitido hablar de ellos aquí. El desierto pertenece a la Estrella, no a mí. Venid al otro lado del velo y recibiréis la ayuda que necesitáis. Si lo que queréis es encontrar a ese hombre, os puedo llevar hasta donde se oculta... pero el precio a pagar será alto. Demasiado alto... pero como digo, no puedo hablar aquí, lo lamento.
Néfeles selló los labios, sentenciando así su discurso. A continuación, haciendo desaparecer sus copias a excepción de una, la que se encontraba junto a Lansel, tomó la mano de su bisnieto y besó el dorso con cariño. Él le correspondió enterrando su mano entre las suyas.
—Lansel, querido niño, no todos pueden cruzar el portal, lo sabes. Puedo abrir mis puertas para dos únicamente, y me temo que no eres tú quien debe librar esta batalla... —Néfeles retrocedió un paso, situándose de nuevo en el pozo, y volvió la mirada hacia mí—. Damiel Sumer, alguien te está esperando al otro lado. ¿Quién deseas que te acompañe? Elige bien, pues las puertas al otro lado se abren únicamente una vez...
Liberado momentáneamente de su hechizo, volví la vista atrás. Tenía un motivo por el cual llevarme a cualquiera de los presentes... pero también muchas razones para no hacerlo.
Diana necesitaba saldar su deuda con la familia; era fiera y astuta... una gran guerrera. Pero también era aún demasiado joven e inexperta: un torbellino de emociones fácilmente descontrolable.
Jyn, por su parte, era mi hermana, sangre de mi sangre. Una de las personas que más había sufrido y que con más ansias deseaba la muerte de nuestro gran enemigo. Lamentablemente, la falta de Magna Lux en su pecho la convertía en alguien débil a quien no quería poner a prueba. Con perder a un hermano había tenido suficiente: dos no lo soportaría.
Marcus también era un gran candidato. Mi buen amigo era feroz, valiente y letal como pocos. El mejor arma que podría blandir cualquiera... pero también alguien que ocultaba demasiado tras sus silencios. Confiaba en él plenamente, pero el corazón a veces le cegaba y no podía permitirme errores. Además, nadie como él para cuidar de los míos mientras yo no estuviese. Nadie como él para proteger a Jyn.
Lyenor era una gran opción. Inteligente, calmada, sensata y valiente: la mujer de mi padre era una de esas personas con las que habría ido al fin del mundo si me lo hubiese pedido. Por desgracia desconocía cuál era el destino que aguardaba al otro lado del umbral y no deseaba ponerla en peligro. En caso de perderla, jamás me lo perdonaría. Además, mi padre la necesitaba. Para cumplir su promesa ella tenía que sobrevivir, ¿no?
Lo que me llevaba, obviamente, a mi padre. El mejor candidato en teoría. El hombre que me había dado la vida, que me había visto crecer y del que había aprendido absolutamente todo. El espejo en el que siempre había querido verme reflejado. El hombre en mayúsculas... mi ejemplo a seguir. Me hubiese encantado llevarlo conmigo, os lo aseguro. Poder sentirme arropado por su infinito cariño; protegido. Sin embargo, con él no podía volar. Mientras él estuviese cerca yo no podría acabar de alzar el vuelo, no podría actuar con total libertad, por lo que debía seguir adelante solo. Su lugar estaba allí, cuidando del resto: liderando la Unidad como siempre había hecho.
Mi futuro, en el fondo, estaba junto al hombre con el que había compartido todo. La persona con la que había empezado mi carrera como Pretor y con el que, si el Sol Invicto así lo quería, la acabaría. Mi hermano, mi mejor amigo... mi alma gemela.
—Lansel, ¿te apuntas a esta aventura?
Ni tan siquiera se inmutó. Había estado tan convencido de que lo elegiría que la mera pregunta logró arrancarle una sonrisa de pura diversión.
—Oh, vamos, ¿acaso lo dudas?
—Iremos juntos entonces. Padre...
Pero padre ya no estaba allí. Ni él ni nadie más salvo la propia Néfeles y Lansel. El resto aguardaba más allá de las cortinas de lluvia, al otro lado de la línea.
Agradecí que me ahorrase aquella disculpa. Tarde o temprano tendría que dársela, pero en aquel entonces mis emociones estaban demasiado trastocadas como para enfrentarme a ello.
—De acuerdo —dije—, Néfeles: la decisión está tomada. Iremos juntos.
—Siempre juntos —me secundó Lansel.
Si mi respuesta la sorprendió, no dio muestras de ello. Néfeles simplemente asintió con la cabeza, se apartó un par de pasos del pozo y lo señaló con un ademán de cabeza para que nos situásemos junto a él. Una vez con los codos reposando sobre el borde, la aparición apoyó sus suaves y frías manos sobre nuestros hombros y los apretó con suavidad.
—No temáis por ellos —susurró refiriéndose al resto—. Estarán bien. Ahora únicamente debéis asomaros y dejaros llevar. Al otro lado ya os están esperando.
Lansel y yo nos dedicamos una breve mirada antes de hundir los ojos en el pozo. Ambos estábamos inquietos, asustados ante el camino que se abría ante nosotros, pero sabíamos que juntos todo sería mucho más fácil.
—Hasta el final —le dije.
—Hasta el final —respondió.
Y cumplimos con nuestra palabra.
La oscuridad total de la noche estrellada nos aguardaba en las aguas del pozo. Podía ver constelaciones en su reflejo, planetas y satélites. También veía mi rostro y el de Lansel, aunque la imagen no tardó en enturbiarse. Una moneda cayó en el agua, rompiendo la serenidad de su superficie, y las estrellas se perdieron en las profundidades del pozo.
Surgieron escalones en la penumbra. Peldaños que, pendiendo en la nada, marcaron nuestro avance. Descendí uno tras otro, adentrándome en la escalera infinita hasta sumirme en la oscuridad total. Hasta no ver nada... hasta sentir que el suelo se desvanecía bajo mis pies. A pesar de ello, seguí adelante. No veía tampoco a Lansel, pero percibía su presencia tras de mí. Ambos avanzábamos por la nada, con un claro objetivo, y pronto lo encontramos.
Una puerta de luz se abrió ante nosotros, dándonos la bienvenida a un amplio estudio de techos de madera. La luz de la mañana se colaba a través de una claraboya, bañando de claridad una estancia rectangular de suelo caoba en cuyo interior tan solo había una mesa desordenada llena de hojas de árboles ya secas.
Las observamos desde la distancia. Hedían a corrupción.
Pasamos de largo hasta el fondo de la sala, donde aguardaban unas escaleras de caracol. En la barandilla colgaban campanillas doradas y lazos rojos que decoraban de tonalidades festivas el lugar. Paso a paso, Lansel y yo fuimos descendiendo, sintiendo el sonido de nuestros pasos ser devorado por el silencio absoluto, hasta alcanzar la planta inferior. Allí, aguardando al final de los extremos del largo pasadizo donde nos encontrábamos, esperaban dos lugares... o mejor dicho, dos salidas. La de la derecha llevaba a un denso bosque de poderosos árboles cuyo suelo estaba cubierto de hojas. La luz era tenue y el ambiente húmedo. Se oían pájaros en la lejanía; el gorgoteo de las fuentes naturales y el fluir de un río. En el otro extremo, sin embargo, la visión era totalmente diferente. Allí aguardaba una pradera totalmente nevada tiznada de ceniza. Había una fuerte ventisca.
Decidimos seguir descendiendo.
En la siguiente planta encontramos un pasadizo con tres salidas diferentes. La primera de ella daba a un taller artesanal. En la mesa principal había restos de ropa, una máquina de coser y varias cintas rosadas. El suelo estaba cubierto de resina y de pintura. Era un lugar humilde. En la segunda salida, por el contrario, había un bonito salón cuyas vidrieras de colores teñían de tonalidades rosadas la estancia. En el centro de la sala había una gran mesa alargada preparada para doce comensales. Las copas brillaban; los platos relucían.
La tercera salida daba al interior de una cueva.
Descendimos una planta más donde aguardaban cuatro salidas que tan siquiera nos molestamos en mirar. Seguimos bajando durante largo rato, sin mirar atrás, sin escuchar el sonido que escapaba de las cada vez más ruidosas puertas, hasta alcanzar, por fin, la planta baja. Una vez allí nos adentramos en un tranquilo salón de paredes oscuras en cuyo interior, sentada cómodamente tras una gran mesa de madera repleta de muñecos de trapo, madejas de lana, agujas y botones, aguardaba Néfeles. Allí la antepasada de Jeavoux parecía aún más joven de lo que se había mostrado anteriormente, apenas una niña de doce años jugando con muñecos.
—Os habéis adelantado —dijo al vernos—, pero por suerte me ha dado tiempo de acabar.
Néfeles se levantó para recibirnos. Entre manos llevaba una muñeca de cabello ceniza cuyas vestimentas lograron provocarme un escalofrío. Desvié la mirada hasta la mesa, donde aguardaban el resto de muñecos, y contemplé con inquietud que podía reconocer a muchos de ellos. Sus ropas y cabellos de colores los delataban.
—Oh, Damiel —exclamó al ver mi expresión—. No te preocupes: estoy cuidando de ellos.
—¿Son lo que creo que son? —preguntó Lansel en apenas un susurro.
—Lo son, sí, pero no debéis preocuparos. Mientras vosotros estáis aquí, ellos están gozando de un dulce sueño... os encontráis en mi hogar, amigos míos: aquí yo soy la dueña y señora, así que no hay de qué preocuparse. Mientras estén conmigo, estarán a salvo.
—¿Y acaso no lo estaban en el Laberinto de Huesos? —pregunté a la defensiva—. ¿Qué sueño es ese del que hablas?
La mirada de Néfeles se ensombreció por un momento.
—Damiel, ¿de veras crees que soy la única capaz de viajar hasta el Laberinto de Huesos? Igual que yo muchos otros podrían acudir y divertirse a su costa. —La niña negó con la cabeza—. Confiad en mí: estarán bien... pero no os entretengáis más de lo necesario. Alguien os está esperando. Una vieja conocida, según dice. Ella os ayudará en esta mision vuestra.
Lansel y yo intercambiamos una rápida mirada llena de desagrado.
—¿Quién es ella? —respondió mi buen amigo—. ¡Dijiste que serías tú quien nos ayudarías, Néfeles! ¿A qué viene este cambio de planes?
—¿Queréis llegar hasta el chico de la luna o acabar con él, Lansel? —La niña negó con la cabeza y volvió a su mesa, donde cogió otro de los muñecos—. No perdáis el tiempo: os está esperando más allá de la puerta que aguarda al final de la sala. Ella... —Néfeles negó suavemente con la cabeza—. Al igual que yo hice con Lansel, ella te eligió hace mucho tiempo, Damiel, así que no creo que vaya a engañarte. No obstante, ten cuidado. Nuestras leyes no son como las vuestras.
Podríamos haber seguido preguntando; indagando sobre el motivo de su decisión, pero no lo hicimos. El tiempo pasaba con rapidez y tal y como acababa de advertirnos, el Laberinto de Huesos no era un lugar seguro. Así pues, seguimos adelante. Recorrimos la estancia no sin antes lanzar un último vistazo a los muñecos de trapo que aguardaban en la mesa de Néfeles con la mirada perdida en el techo y seguimos hasta alcanzar un estrecho y lúgubre corredor al final del cual aguardaba una puerta de hierro negro cerrada.
Apoyé la mano sobre el pomo y lo apreté con fuerza antes de abrirlo.
—Creo saber quien es esa mujer de la que habla —dije volviendo la vista atrás.
—Somnia —respondió mi compañero, adivinando mis pensamientos—. Te has encontrado ya dos veces con esa bruja... confiemos en que esta sea la última.
Asentí con la cabeza y abrí. Inmediatamente después una bofetada de hedor ácido me golpeó las fosas nasales al aparecer ante mí un imponente pantano lleno de lagunas negras y suelo embarrado. Atravesé el umbral de la puerta y me adentré unos pasos. La humedad era pegajosa.
No conocía aquel lugar aunque había algo familiar en él. Sus árboles, altos y de troncos gruesos, con largas ramas de hojas amarillentas cayendo cual lágrimas, enmarcaban una gran explanada donde decenas de lagunas de aguas negras nos aguardaban burbujeando. Había muchos insectos revoloteando por la zona cuyo zumbido rompía el silencio. Desafortunadamente, aquel no era el único sonido que nos aguardaba. Al iniciar nuestro avance el crujido de cientos de huesos bajo nuestros pies se unió al hilo musical, convirtiendo nuestro periplo en el más tétrico de nuestros viajes. A pesar de ello, nos nos detuvimos. Al contrario. Ocultando nuestros cuerpos tras una cortina de oscuridad Lansel y yo corrimos entre las lagunas, sin saber exactamente hacia donde íbamos, guiándonos únicamente por el instinto, hasta lograr alcanzar el otro extremo. Una vez allí, frente a las primeras líneas de árboles de un profundo bosque, localizamos un camino oculto entre unos matorrales cuyas antorchas clavadas en el suelo delimitando el sendero despertaron en mí viejos recuerdos del pasado. Desenfundé mi espalda ceremonial, consciente de que probablemente allí no serviría de demasiado, e inicié el camino.
A nuestro alrededor las llamas de las antorchas se tornaban azules con nuestra llegada.
—Conozco lo que nos espera al final del camino —dije—. Estamos en Throndall.
—¿Throndall? —respondió Lansel con desagrado—. ¿Estás seguro? El calor es abrasador, amigo mío. Más bien diría que nos encontramos al sur de Solaris.
Estuviésemos donde estuviésemos, poco importa, lo cierto era que, tal y como sospechaba, al final del sendero, enmarcada contra la noche perpetua, encontramos la cabaña de Somnia. Tal y como ambos habíamos imaginado, la bruja que ya en dos ocasiones había acudido a mi encuentro había regresado una vez más para marcar mi vida con sus palabras.
Debo admitir que los últimos metros me resultaron los más pesados y cansados de toda mi existencia. Sabía que una vez alcanzase el porche de aquella cabaña nada volvería a ser como antes. Que mis años de total y absoluta devoción al Sol Invicto quedarían empañados por aquella afrenta... pero incluso así seguí adelante. No lo hacía voluntariamente, sino arrastrado por los acontecimientos y el deber. No quería, pero debía hacerlo... y lo hice. Atravesamos el último tramo de antorchas y, alcanzado al fin los terrenos de la cabaña, nos detuvimos. En la distancia, sentada en la misma mecedora donde años atrás la había visto por primera vez, Somnia me aguardaba con una sonrisa dibujada en el rostro. Me estaba mirando... y parecía divertida.
Demasiado divertida como para no despertar todas mis alarmas.
Di un paso al frente, confuso ante lo que a mi modo de ver era una provocación, y me equivoqué. Una vez más, erré al adelantarme. Tan pronto me alejé de Lansel una barrera de fuego se abrió antre nosotros, obligándonos a separarnos. Él retrocedió, yo me adelanté... y entonces, de repente, todo se llenó de carcajadas, del crujir de huesos... y del sonido del metal al cortar la noche.
Más allá de la barrera de fuego, que como pronto descubriría era en realidad un aro que rodeaba toda la cabaña, centenares de seres que no podía ver acababan de alzarse para, en tromba, abalanzarse sobre mi buen amigo Jeavoux.
—¡Lansel! —grité, acercándome cuanto podía al aro de fuego.
El sonido de las espadas al chocar, los cuerpos al caer al suelo y las palabras que escapaban de la garganta del Pretor respondieron a mi llamada. Primero escuché de sus labios exclamaciones de sorpresa, después comentarios jocosos... después maldiciones.
Los segundos empezaron a correr a gran velocidad. Trataba de bordear el aro de fuego, pero no había resquicio alguno por el que colarme y regresar a su lado.
—¡Lansel! —volví a gritar sin saber qué hacer o decir, impotente—. ¿¡Qué está pasando!? ¡¡Maldita sea!! ¡¡Lansel!!
Más golpes, un cuerpo al caer al suelo... alguien rodando. Un grito de dolor procedente de la garganta de Lansel, espadas al entrechocar y una nueva maldición.
—¡Por tu alma, Damiel, no pierdas el tiempo! —gritó de repente, tratando de enmascarar tras seguridad un nerviosismo que a cada segundo que pasaba iba incrementándose más y más—. ¡Haz lo que tengas que hacer y sal!
—¿¡Qué está pasando!?
—¿¡De veras quieres saberlo!? —Más golpes—. ¡Porque yo preferiría que movieras el culo!
—¡Pero...!
—¡Damiel, maldita sea! ¡Date prisa! Aunque querría, dudo que pueda esperarte eternamente...
El eco de las carcajadas de Somnia procedentes de la cabaña respondieron por mí. Volví la vista atrás, sintiendo el corazón acelerarse en mi pecho de pura rabia, y haciendo un auténtico esfuerzo para separarme de mi compañero, corrí hasta la cabaña. Recorrí la explanada a gran velocidad, prácticamente volando sobre el césped, hasta su entrada. Una vez frente al pórtico, ascendí las escaleras, incapaz de borrar el sonido cada vez más angustioso que me llegaba de la batalla más allá de la línea de fuego, y alcé mi espada contra ella.
Al otro lado del filo, aún sentada en su mecedora, Somnia me miró de reojo.
—¡Detenlo! —le exigí a gritos—. ¡Detenlo ahora mismo, o...!
—¿O qué? —respondió.
Y sin temor alguno, sin puso en pie. Acercó su mano desnuda al arma y apoyó la mano sobre el filo. Inmediatamente después, sintiendo una repentina oleada de calor emerger de la empuñadura como si el mismísimo Sol Invicto se hubiese apoderado de ella, la dejé caer al suelo, con la piel de la palma abrasada. La bruja soltó una carcajada burlona, profundamente divertida, y se agachó para recogerla. Desconozco cuales eran sus intenciones, pero no eran buenas, estoy seguro. No se habría atrevido a matarme, pero sabe el Sol qué podría haber llegado a hacer... Por suerte, no logró apoderarse de ella. No se lo permití. Antes de que pudiese alcanzarla me apresuré a apartarla de una fuerte patada, lanzándola más allá de la barandilla del porche, al céped. Inmediatamente después, cogiendo a mi oponente desprevenida, me abalancé sobre Somnia.
Estrellé su espalda contra la pared de madera y la alcé a peso, sujetándola por la garganta.
—¡Detenlo! —insistí, acercando mi rostro al suyo. Podía ver el brillo enfebrecido de mis ojos en el reflejo de los suyos—. ¡Páralo ahora mismo!
Somnia intentó alzar la mano y alcanzar la mía, pero la detuve antes de que pudiese hacerlo. Cerré los dedos alrededor de su muñeca y la estampé contra el muro. Empecé a apretar con fuerza. Procedente del otro extremo del aro de fuego los quejidos de dolor de Jeavoux empezaban a ser demasiado constantes como para seguir perdiendo el tiempo.
—¡¡Hazlo!!
—Puedes partirme los huesos si quieres... —respondió ella, clavando al fin sus profundos y sabios ojos en los míos—. Pero eso no cambiará nada. ¡No deberías haberlo traído!
—¡Eso no importa ahora! ¡Haz que pare! ¡Detenlo!
—¿Y por qué debería? Él no es nadie para mí, Damiel, pero tú...
Volví la mirada atrás instintivamente. Más allá del fuego aguardaba Lansel, pero también el resto de mi familia. Todos aquellos que confiaban ciegamente en mí... los que aguardaban que regresara con respuestas. No podía fallarles.
—Tú me elegiste —le recordé, volviendo la vista hacia ella—. Esta es la tercera vez que acudes a mí.
—Y será la última, te lo aseguro... —respondió, bajando el tono de voz hasta convertirlo en un amenazante susurro—... a no ser que aceptes de una vez por todas tu destino, Damiel. Tienes un papel clave que desempeñar en el gran esquema de Gea, pero hasta que no seas capaz de aceptarlo, no podrás comprenderlo... Y yo, niño estúpido, soy la luz que te puede guiar por la senda que te aguarda. ¡Yo! Así que, ¿qué tal si dejas de resistirte? Hay quienes en tu familia han comprendido que más allá de vuestros propios intereses, hay grandes cuestiones en juego.
El gran esquema de Gea, el destino... En cualquier otro momento aquellas palabras habrían logrado captar mi atención. No me caracterizaba por ser ambicioso, pero había algo de ansia en mí. Como cualquier otro guerrero, deseaba alcanzar la gloria y obtener el reconocimiento que merecía... pero en aquel momento, con los gritos de mi buen amigo de fondo y el aliento de mi familia en la nuca, nada podría surgir efecto conmigo. Mi mente estaba cerrada a cualquier propuesta o tentación.
—¡No sé de qué demonios me hablas, ni me importa! —respondí, confuso ante toda su palabrería—. ¡Intentas confundirme, bruja, pero no vas a conseguirlo!
—¡No entiendes porque ni tan siquiera escuchas, Damiel! ¡Hace demasiado que dejaste de hacerlo! —Somnia chasqueó los dientes con rabia—. ¡Pero me resisto a creer que te hayas perdido! Lleguemos a un acuerdo... un trato, Sumer. Cesaré el hostigamiento de tu amigo si así lo deseas, pero a cambio me escucharás. Escucharás todas y cada una de las palabras que tengo que decirte... y después decidirás. ¿De acuerdo? Pero primero escucharás hasta el final.
No deseaba hacerlo. De hecho, no quería otra cosa que seguir apretando su garganta hasta partirla... hasta acabar de una vez por todas con ella. Pero no podía. Ni los gritos de Lansel me lo permitían, ni tampoco las palabras que anteriormente Néfeles me había dedicado. Ella podría llevarme hasta el "Fénix", pero no ayudarme a vencerlo. Aquel poder únicamente lo tenía Somnia... y si estaba dispuesto a escuchar, me lo entregaría.
Solo escuchar...
Sabía que en realidad habría mucho más. Que una vez supiese lo que tenía que decirme probablemente mi visión de las cosas cambiaría, pero llegado a aquel punto no tenía otra alternativa. En el fondo, había venido precisamente por ello.
Apreté los dientes con fuerza, dedicándole una rápida disculpa muda al Sol Invicto por lo que estaba a punto de hacer, y aflojé la presa. Primero un poco, después lo suficiente como para que aquella maldita bruja pudiese liberarse. Somnia se apartó unos pasos, apretando teatralmente su cuello, como si le hubiese hecho algún daño, y volvió a su mecedora, donde se dejó caer. Inmediatamente después, el clamor de la batalla cesó.
Todo había acabado.
—¿Lansel? —grité, apresurándome a descender las escaleras. Me acerqué unos metros al aro de fuego—. ¡¡Lansel!!
—Damiel —respondió él con cansancio desde el otro lado, exhausto—. ¡Sol Invicto, no sé qué demonios has hecho, pero...! —Más jadeos—. Se han esfumado. ¡Han... han desaparecido! ¡Demonios, vaya batalla! ¡Te lo has perdido...! ¡Si lo hubieses visto...!
Lansel siguió hablando, pero su voz se perdió en el silencio reinante. Habría tiempo para hablar, pero no sería ni en aquel lugar ni en aquel momento. Acababa de sellar un trato y ahora me tocaba cumplir con mi parte. Ella me reclamaba... y debía acudir a su llamada.
Y así hice.
Regresé. Ascendí los peldaños uno a uno, sintiendo como me alejaba de la luz del Sol Invicto con cada paso, hasta al fin alcanzar el porche donde Somnia me esperaba. Una vez frente a ella, me crucé de brazos y la observé en silencio mientras ella me contemplaba con interés, probablemente queriendo ver más allá de lo que aguardaba a simple vista. Un más allá que, aunque en aquel entonces no sabía que existía, dormía en mi interior, a la espera de que alguien lo despertase.
—Quieres acabar con el chico de la luna —dijo sin rodeos—, y yo puedo enseñarte cómo hacerlo. Al igual que tú, ese joven fue elegido por uno de los míos hace tiempo, por lo que no va a ser fácil vencerlo. No obstante, no hay nadie invencible. Se le puede matar... pero el precio a pagar será alto. Mucho más alto de lo que probablemente estés dispuesto a pagar.
—Tu habla: yo decidiré si quiero pagarlo o no.
—La cuestión no es si debes pagarlo o no, Damiel. La cuestión es: ¿le interesa al mundo que lo pagues? Tu vida tiene un precio demasiado alto como para malgastarlo en cuestiones menores como ese chico de la luna. Como ya te he dicho, tienes un papel importante a desempeñar... un papel vital que podría cambiar el curso de la historia... pero no insistiré. Leo en tus ojos que la decisión está tomada, así que en vez de discutir buscaremos una solución. Nos llevará tiempo. Ponte cómodo, me gustaría poder decirte que esta conversación será breve, pero me temo que no va a ser posible. Tenemos muchísimo de lo que hablar...
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