Capítulo 8

Capítulo 8 – Davin Sumer, 1.794 CIS (Calendario Solar Imperial)




—Adelante, Davin, el Centurión te está esperando.

Danae Glorin apenas había cambiado desde que la conocía. Alta, delgada, con el cabello largo de un intenso color pajizo siempre recogido en una coleta y una perpetua expresión de autosuficiencia, la agente era una de las personas más cercanas que había a mi tío. Con el tiempo creí que su cercanía la llevaría hasta el puesto de Optio, tal y como había sucedido con Lyenor en el caso de mi padre, pero ella de momento en un segundo plano, observando todo desde la línea más operativa.

—Hola, Danae.

Aunque no me importaba que estuviese en el despacho de mi tío, me sorprendió encontrarla allí a aquellas horas de la noche. Imaginaba que en gran parte su presencia podía venir dada al sencillo hecho de que la unidad Valens operaba en la mayoría de ocasiones a partir de la media noche, pero probablemente la respuesta fuese más obvia y evidente. No obstante, prefería no planteármelo. La vida privada de mi tío Luther era tan íntima que a veces resultaba violento incluso hacer referencia a ella. Además, Danae era ese tipo de personas de las que era mejor intentar saber lo mínimo posible. Si bien era una mujer educada, su mirada amenazante sumada a los labios siempre teñidos de negro y el cinturón de cráneos que enmarcaba su delgada cintura la convertían en alguien de aspecto muy intimidatorio. Tampoco ayudaba que llevase las armas a la vista o la nuca totalmente tatuada con códigos alfanuméricos. Era, en definitiva, alguien con quien no tenía demasiado interés en relacionarme y, por el modo en el que en aquel entonces me trató, creo que el sentimiento era mutuo.

Danae desapareció de mi vista nada más entrar en el despacho de Luther. La mujer se fundió con las sombras reinantes y, dejando tras de sí únicamente una estela de oscuridad, se metió en una de las puertas laterales. Ya a solas, tras escuchar el picaporte de la puerta girar al otro lado del umbral, me interné en el despacho, lugar en el que, de pie frente a una chimenea, el único punto de luz de la sala, se encontraba mi tío.

Físicamente me daba un aire a mi tío. A pesar de ser un poco más alto y tener un cuerpo más atlético, la oscuridad casi absoluta en nuestra mirada y el cabello negro nos señalaba como familia. También lo hacía la palidez de piel, la suya mucho más intensa que la mía, aunque no el mapa facial. Mientras que yo no era un tipo que destacase por mi atractivo, Luther Valens no necesitaba más que hacer acto de presencia para convertirse en el centro de las miradas. Mi tío tenía algo especial, algo que le hacía único y que nadie era capaz de olvidar tras conocerlo. Algo parecido a un aura de fría solemnidad y poderío que lo convertía en el prototipo de Centurión de la Casa de la Noche con el que todos fantaseábamos convertirnos algún día.

—Davin —saludó desde la distancia.

En aquel entonces mi tío tenía cuarenta y cuatro años, cuatro menos que mi padre, pero mantenía la misma apariencia desde hacía diez. En el único lugar en el que la edad estaba dejando huella era en su mirada, la cual cada día era más sombría. Lejos quedaba ya la luz de la juventud e inexperiencia que le habían acompañado durante mi niñez. Ahora, el hombre que tenía ante mis ojos era poco más que la sombra de lo que había sido en el pasado.

—Me alegro de verte, tío —dije, adentrándome en la sala y acercándome a él para tenderle la mano—. Tienes buen aspecto.

—Tú también a pesar de todo —respondió, estrechándome la mano con fuerza—. ¿Cómo van esos huesos?

—Soldando rápido. Con suerte mañana ya estaré casi como nuevo.

—Ambos sabemos que vas a necesitar unos cuantos días más para ello, sobrino, pero me alegra ver que confías en tus posibilidades. Ven, siéntate conmigo.

Tomamos asiento en la mesa de despacho que coronaba la sala, una amplia superficie de madera negra en cuyo corazón había grabados en plata la media luna y el cuchillo de la Casa de la Noche. El despacho de mi tío era un lugar amplio y poco amueblado en el que las paredes de piedra desnudas estaban repletas de inscripciones hechas con pintura blanca. No había apenas mobiliario salvo la mesa, las sillas y una butaca situada frente a la chimenea. En los laterales había dos puertas siempre cerradas, y del techo, colgando cual arañas, lámparas cuyas bombillas habían sido sustituidas por velas.

No era un lugar especialmente acogedor, pero mi tío se sentía cómodo en él. De hecho, pocas eran las ocasiones en las que, si no estaba trabajando, no se encontraba allí. En aquella sala, como le gustaba decir, era en el único lugar en el que podía encontrar la paz suficiente como para poder reflexionar.

—¿Cómo estás? —preguntó con interés—. Por lo que he oído, en los últimos tiempos tu Unidad pasa mucho tiempo en la frontera con Talos. ¿Estáis trabajando en alguna operación importante?

—Eso parece —respondí—, aunque no sabría decirte. Lo cierto es que no sé muy bien a qué nos dedicamos, el Centurión no ha querido compartirlo con nosotros. Según dice, el Emperador le ha exigido que lo mantenga en secreto.

—Diría que me sorprende, pero te mentiría. Ni es la primera vez que nuestro querido Emperador hace algo así, ni sera la última —contestó mi tío, pensativo—. Puede que con el tiempo descubras la verdad, o puede que simplemente caiga en el olvido. Te sorprendería la cantidad de veces que me han ordenado arrebatar una vida y ni tan siquiera me han explicado el motivo. Al final, con el tiempo, te acabas limitando a ejecutar órdenes, nada más. Al menos mientras sigas siendo un Pretor raso, claro. En cuanto empieces a ascender, las cosas cambiarán.

—Ascender —dije, sin poder evitar que una sonrisa amarga se dibujase en mis labios—. Imagino que sí, aunque lo veo muy lejano, tío, ya lo sabes.

—Y es por ello que quería que hablásemos. Por cierto...

Mi tío se tomó unos segundos para abrir uno de los cajones de la mesa y sacar de su interior un objeto alargado cubierto por una tela blanca que depositó frente a mí con cuidado. Lo señaló con el mentón.

—Es para ti.

—¿Para mí?

—Sí, es un regalo cuya procedencia te explicaré cuando llegue el momento.

—¿Qué momento? ¿No puedes decírmelo ya?

Convencido de que se trataría de algún tipo de arma familiar o con un pasado digno de mención, me apresuré a coger el paquete. Para mi sorpresa, sin embargo, el peso era muy liviano, por lo que rápidamente descarté aquella opción. Desenvolví el nudo de la cuerda que mantenía la tela doblada y extraje de su interior el objeto. Se trataba de una pluma. Una pluma larga y rosada, cubierta por una suave película de purpurina, cuyo tacto aterciopelado y dulce aroma hechizaron mi mente momentáneamente. De todos los objetos que hubiese esperado recibir de manos de mi tío, aquel era el último.

Tardé unos segundos en responder.

—Cada día me desconciertas más, tío —dije finalmente—. ¿A qué se debe este regalo? ¿De dónde lo has sacado? ¿Es algún tipo de veneno? ¿Algún arma?

—En absoluto, es la pluma de un vestido, ni más ni menos. No te recomiendo que la utilices como arma, los resultados no serían demasiado positivos para ti.

—¿Entonces? ¿Qué hago con ella? ¿Por qué me la das?

—Querido Davin, no seas impaciente. Como ya te he dicho, cuando llegue el momento te lo diré. Tú confías en mí, ¿verdad?

Más que una pregunta, era una afirmación. Obviamente confiaba en él. Luther, además de mi tío, era uno de los miembros más destacado de la casa de la Noche, por lo que no había alternativa. No solo tenía que creer en él, sino que prácticamente estaba obligado.

—Por supuesto que creo en ti, tío.

—Pues guárdalo con cariño, vale la pena.

—Lo haré, por supuesto, pero...

—La sangre es muy importante para mí, Davin, ya lo sabes —me interrumpió con aire pensativo—. Tu madre era mi única familia y desde que la perdí nada ha vuelto a ser lo mismo. Os tengo a vosotros, mis sobrinos, pero ambos sabemos que tu hermano es mucho más Sumer que Valens. Es el vivo reflejo de tu padre.

Aunque era innegable, preferí no responder. Mi hermano era un auténtico Sumer, de eso no cabía la menor duda, pero también había parte de Valens en él. Quizás no de una forma tan evidente, pero había ciertos detalles en él como algunas miradas o sonrisas que eran inequívocamente herencia de mi madre.

—Por suerte, hay mucho de mi hermana en ti, y cuanto más mayor te haces, más evidente es. Y doy gracias al Sol Invicto por ello, el mero hecho de mirarte a la cara me ayuda a mantener aún más vivo si cabe su recuerdo.

Agradecí sus palabras con una sonrisa. A diferencia de mi padre o mi hermano, a los que les encantaba el contacto físico, mi tío era un hombre distante y poco cariñoso al que le gustaba mantener las distancias. Afortunadamente, yo no necesitaba un abrazo para sentirme querido por él. Luther Valens expresaba con tanta naturalidad y sinceridad sus sentimientos que sus palabras eran más que suficientes para hacerme comprender cuánto me quería.

—Siempre logras animarme, tío —confesé—. Ojalá pudiésemos vernos más. Mi padre dice que cuando acabemos con nuestra misión es posible que pasemos una temporada en Hésperos, pero imagino que es cuestión de tiempo que nos manden a otro lugar.

—La Unidad Sumer es viajera por naturaleza, ya lo sabes —me recordó—. Para los agentes de la Noche es muy importante conocer bien el terreno para poder aprovecharnos del entorno y beneficiarnos de nuestros poderes. El que los tuyos sean capaces de actuar como lo hacen en cualquier lugar con tantísimo éxito es algo digno de admiración. Recuerdo que tu tío Jarek decía que eran los reyes de la improvisación, y en cierto modo así es.

—Imagino que trabajar siempre en el exterior es lo que comporta.

—Probablemente. Es una vida sacrificada, desde luego. Y la respeto, te lo aseguro, pero no la comparto. No todos hemos nacido para vivir así.

En realidad no la respetaba ni apoyaba, pero siendo yo parte de la Unidad Sumer jamás diría lo contrario en mi presencia. En el fondo, mi tío odiaba el estilo de vida que consideraba causante de la muerte de mi madre y mi hermana. Lo detestaba con toda su alma... aunque no tanto como a mi padre. Por él sentía un odio que, aunque jamás demostraba abiertamente, se percibía en su mirada, y es que, aunque no hubiese pruebas de ello, al menos no que yo conociese, él lo considerable el auténtico culpable de lo sucedido.

—Te voy a ser sincero, Davin —prosiguió—. Preferiría tenerte más cerca. Estoy convencido de que Aidan está encantado de tenerte a su lado, pero el ritmo tan frenético que caracteriza a su Unidad le impide dedicarte más tiempo. Un tiempo que necesitas si lo que quieres es desarrollar por completo tus capacidades, lo sabes. Estoy convencido de que eres capaz de hacer grandes cosas, no me cabe la menor duda, no obstante, ahora mismo estás limitado por el tipo de Unidad al que perteneces.

—Podría ser —admití—. Es cierto que siempre estamos muy ocupados viajando de un lugar a otro, y...

—No tenéis tiempo para desarrollarte —insistió—. Como ya te he dicho, quiero ser sincero contigo, así que seré directo. Y no quiero que me des una respuesta ahora, pero sí que te lo plantees seriamente. Recuerdas a Val Widow, ¿verdad? Mi Optio desde hace años.

Asentí con la cabeza. Lo recordaba, por supuesto. Val, al igual que Danae Golin, era una de aquellas personas que era difícil de olvidar. Difícil por la enorme cantidad de tatuajes que decoraban su cuerpo, su cabellera roja fuego y su mirada de ojos grises, pero también por su carácter tremendamente voluble, su humor negro y, sobre todo, por la falta total y absoluta de escrúpulos. Una auténtica joyita, como decía mi padre.

—Murió hace dos semanas durante una infiltración —confesó con frialdad—. No voy a oficializar su pérdida hasta que no finalicemos la operación, pero es cuestión de tiempo que salga a la luz, con lo que ello implica.

—Vaya... —murmuré, sorprendido ante la inesperada noticia—. Lo lamento, tío.

—No lo hagas, ha muerto sirviendo a Albia, tal y como siempre deseó. Un poco antes de tiempo, desde luego, pero ten por seguro que en sus más de cuarenta años de servicio ha aportado mucho al Imperio. —Luther juntó las manos sobre la mesa—. Pero dejando de lado la parte más emocional, su pérdida ha dejado un hueco libre en mi unidad. Ahora mismo no tengo un Optio en el que apoyarme, querido sobrino, y lo necesito. Soy un hombre desconfiado, lo sabes. Me cuesta llegar a creer en las personas. Por desgracia, he vivido muchas decepciones, de ahí mi precaución. Sin embargo, como bien sabes, si hay alguien en quien confío ciegamente es en mi familia, y más en concreto, en ti.

—¿Significa eso lo que creo que significa?

Sentí un gran vacío en el estómago al verlo asentir con la cabeza. Mi tío me estaba proponiendo que me uniese a él, que dejase la Unidad Sumer y me convirtiese en su mano derecha, con lo que aquello comportaba. Volvería a Hésperos, que no era poco, y empezaría una nueva vida en la que él se encargaría de entrenarme y convertirme en el gran agente que creía que podría llegar a ser. Además, ascendería. No alcanzaría el puesto de Centurión, al menos no mientras él estuviese con vida, pero llegaría mucho más lejos de lo que probablemente jamás conseguiría en la Unidad Sumer. Después de todo, era evidente que, llegado el momento, sería Damiel quien ocuparía el puesto de Optio, y cuando mi padre muriese o se retirase, el de Centurión. Aquello me posicionaba como posible aspirante a segundo de mi hermano, pero teniendo en cuenta su forma de pensar y actuar, sin duda preferiría a alguien como Lansel a su lado...

El corazón empezó a latirme con fuerza en el pecho. La oferta era muy tentadora, y más para alguien ambicioso como yo, y es que, aunque mi tío confiase plenamente en mí, yo no me engañaba. Sabía que era un agente limitado que tendría muchos problemas para poder avanzar en mi carrera profesional, que probablemente jamás pasaría del rango que en aquel entonces ostentaba, por lo que aquella oferta era tremendamente tentadora...

Claro que aceptarla era sinónimo de abandonar mi unidad, romper la tradición familiar y separarme de mi hermano y padre. Renunciar en cierto modo a mi apellido paterno... abandonar el núcleo duro de los Sumer.

Sin dudas, era una cuestión muy complicada.

Empecé a taconear en el suelo involuntariamente, incapaz de disimular el nerviosismo. Fuese cual fuese la decisión que tomase, cambiaría para siempre mi vida. Tenía que meditar.

—Vaya, tío, no sé qué decir —dije con la mirada gacha—. No me lo esperaba.

—¿Por qué? —respondió él con sencillez, cruzándose de nuevo de brazos—. ¿Acaso crees que no mereces esta oportunidad? Ese es tu gran problema, Davin, que alguien te lo ha hecho creer. Mi oferta es en firme: piénsalo y dame una respuesta cuando estés preparado. Ahora finge sorpresa, tu hermano está a punto de entrar.

Pocos segundos después Damiel irrumpió en la sala sin llamar a la puerta. Atravesó el corto corredor hasta el despacho y se detuvo bajo el umbral de la entrada, con los ojos encendidos. Su rostro rebelaba que estaba en un gran estado de tensión, pero también que había rabia en su corazón.

Tras un rápido sondeo de la sala, centró la mirada en mí. Recorrió la distancia que nos separaba a grandes zancadas y plantó la mano sobre mi hombro.

Lo apretó con fuerza.

—Siento interrumpir la velada, Luther, pero la Unidad Sumer requiere a mi hermano.

—¿Luther? —respondió mi tío, sorprendido, y se puso en pie—. Aún recuerdo cuando me llamabas tío, Damiel.

—No hace tanto de ello —admitió él y levantó la mano de mi hombro para tendérsela—. Perdona, tío, no quería ser maleducado.

—Si me diesen un trono por cada vez que un Sumer ha irrumpido en mi despacho sin llamar ahora sería rico, sobrino, así que no te disculpes. Lo llevas en la sangre.

—A mucha honra —respondió él, y tras un rápido apretón de manos volvió a palmearme el hombro—. Davin, vamos, la Optio nos ha convocado.

—¿Ha pasado algo?

Olvidando momentáneamente la oferta, me despedí de mi tío con un rápido ademán de cabeza y seguí a mi hermano al exterior, donde me cogió del brazo y tiró de mí con fuerza hasta la entrada del mausoleo. Una vez fuera, ya en el Jardín de los Susurros, ambos nos fundimos con la noche, saliendo del campo visual de cualquier curioso. Deambulamos por los caminos de tierra en silencio, siguiendo yo los pasos de Damiel, y no nos detuvimos hasta que, transcurridos unos minutos, alcanzamos la entrada al panteón de la Unidad Gilbert, desaparecida en combate hacía ya medio siglo.

Ya a solas, Damiel se tomó unos segundos antes de volver a aparecer con el teléfono móvil en la mano. Miró la pantalla por un instante, pensativo, y, sin mediar palabra alguna, estrelló con fuerza su puño contra mi cara. El golpe me hizo retroceder al perder el equilibrio, pero por suerte logré mantenerme en pie. Peplejo ante su inesperada reacción me llevé la mano al pómulo y le miré con fijeza durante unos segundos. Acto seguido, concentrando en ello todas mis fuerzas, se lo devolví con el objetivo de derribarlo.

Desafortunadamente para mí, Damiel ni tan siquiera se inmutó. En lugar de ello alzó su teléfono y, con desprecio, me lo lanzó a las botas.

—¡Maldito imbécil, ¿por qué no coges las llamadas!? ¡¡Llevamos horas tratando de contactar contigo!!

—¿Conmigo? —respondí a la defensiva, y saqué el teléfono, dispuesto a mostrarle la pantalla.

Pero no lo hice. Al presionar uno de los botones el terminal se iluminó y en el registro de llamadas descubrí una enorme cantidad de perdidas, todas pertenecientes a la Optio, mi hermano y Lansel. Incluso había varias de números desconocidos. Mis compañeros llevaban cerca de dos horas intentando contactar conmigo, pero por alguna extraña razón el dispositivo ni había sonado ni había vibrado...

Apreté los puños con fuerza, furioso. No entendía qué estaba pasando, pero fuese lo que fuese, la reacción de mi hermano estaba siendo desproporcionada. No había respondido a las llamadas, sí, ¿y qué? ¿Acaso era para tanto?

Por desgracia, pronto descubriría que sí.

—Vuelve a pegarme y te juro que te arrepentirás, Damiel —le advertí, guardando ya el teléfono en el bolsillo—. No juegues conmigo.

—¿Yo? ¡Eres tú el que juega con nosotros, maldito egoísta! ¿Se puede saber qué demonios te pasa? ¡En cualquier otra unidad ya estarías en la calle, Davin, lo sabes!

—¿Y eso es lo que tanto te preocupa? —respondí, incapaz de evitar envenenarme con mis propias palabras—. No me hagas reír, anda. ¡En el fondo te importa una mierda que me puedan echar! Es más, te lo pondría más fácil, ¿no crees?

—¿Más fácil? —preguntó él, desconcertado—. ¿De qué demonios hablas, Davin? ¿Es que acaso te olvidas que somos hermanos?

Consciente de que ambos acabaríamos arrepintiéndonos de lo que estaba sucediendo en aquel encuentro, decidí no responder. En lugar de ello me froté los labios ahora ensangrentados con el dorso de la mano y fijé la mirada en el suelo, donde el teléfono de mi hermano brillaba. Lansel le estaba llamando.

Lo recogí y se lo lancé.

—Tu novia te llama —le dije con acidez—. Cógelo antes de que se ponga celosa.

—Puede esperar —respondió él, cogiéndolo al vuelo—. Tenemos trabajo. La Optio nos ha asignado una operación y como tú no estabas ha nombrado a Jeavox líder. Tenemos que eliminar varios objetivos, y...

—¿Ha elegido a Lansel antes que a ti? —pregunté con cierta sorpresa—. Ver para creer.

—Lo ha hecho para no cabrearte, es evidente. Además, Lansel lleva más tiempo que yo en la Unidad. Yo soy el novato, ¿recuerdas?

Me crucé de brazos a la defensiva. Por supuesto que sabía que mi hermano era el novato, aunque he de admitir que a veces se me olvidaba. El potencial de Damiel era tan apabullante que en realidad era yo quien quedaba eclipsado por él y no al revés. No obstante, él había llegado el último, así que era comprensible que no hubiesen decidido asignarle como líder del equipo... claro que esa no era la cuestión. Teniendo a la Optio con nosotros, ¿qué sentido tenía todo aquello? ¿Acaso ella no iba a participar en la operación?

—No lo entiendo —dije—. ¿Por qué elige a Lansel? Ella es la jefa en ausencia del Centurión. ¿Ya va a cargarnos el muerto tan pronto?

—Davin, en serio... ¿tan mal te cae que ni tan siquiera eres capaz de ver un poco más allá? —Damiel dejó escapar un suspiro—. No sé quién demonios te está envenenando, si es que hay alguien, pero deberías empezar a abrir los ojos. Lyenor es lo mejor que le ha pasado a la Unidad y a padre en los últimos años, así que deberías estar agradecido. Sin ella...

Damiel siguió hablando, pero no lo escuché. Sus palabras me habían hecho pensar. El que no hubiese estado localizable durante un par de horas no era razón suficiente para su comportamiento. Es más, el mero hecho de haberme ido a buscar era extraño, pero que encima me hubiese dado un puñetazo evidenciaba que algo iba mal... algo que, sumado al hecho de que Lyenor no fuese a participar en la operación, dejaba entrever que estaba sucediendo algo muy grave.

Algo que tan solo necesité mirar fijamente a mi hermano para descubrir.

—¿Le ha pasado algo, verdad? —pregunté de repente, interrumpiendo su discurso. Él entornó los ojos, incapaz de ocultar lo evidente, mientras que yo, sintiendo un repentino pinchazo en el corazón, me llevé las manos al pecho—. ¿Le han matado?

—Bueno...

—¡Bueno no es una respuesta! —repliqué sin ser consciente de cuánto estaba alzando la voz—. ¡Responde! ¿¡Le han matado!?

—No lo sabemos —confesó al fin—. No dan señales de vida y eso no es buena señal, pero desconocemos si simplemente están incomunicados o qué está pasando. Si no responden en unas horas Cross se desplazará para Talos para cumplir con la misión.

—¿Y qué pasa con padre?

Aunque conocía perfectamente la respuesta, necesité escucharla una vez más. La vida de los agentes de las Casas Pretorianas era así, una marcha continua por el peligroso desfiladero de la vida. Un paso en falso y una caída sin fin: la muerte.

Sabía a lo que nos exponíamos. Lo había sabido desde el primer minuto, desde el primer segundo, pero en aquel entonces, en mitad de la noche, rodeado de silencio y árboles, con los ojos verdes de mi hermano fijos en mí, suplicándome algo que su garganta no se atrevía a articular, comprendí al fin su significado.

Me llevé la mano al mentón y me lo froté con nerviosismo. Aquella noche iba a tomar una decisión que iba a cambiar mi vida para siempre, pero no iba a ser precisamente la respuesta a la propuesta de mi tío. Por suerte, aquella fue mucho más fácil.

—De acuerdo, iré a por él.

—¿A por él? ¿A Talos? —replicó Damiel—. ¡Cross no te lo permitirá!

—¿Acaso crees que le voy a pedir permiso? —respondí, y le tendí la mano—. Tú decides hermano, o vienes conmigo o me cubres las espaldas. A la mierda Cross y la Unidad, lo primero es lo primero.

Y por supuesto me estrechó la mano. En el fondo, él ya había tomado la decisión incluso antes de que yo me la hubiese planteado.

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