Capítulo 77
Capítulo 77 – Damiel Sumer, 1.817 CIS (Calendario Solar Imperial)
El viaje prometía.
Las primeras horas fueron aburridas. La Fortaleza de Jade estaba muy lejos y el ambiente en el coche no era demasiado festivo precisamente. A aquellas horas el día anterior habíamos estado despidiéndonos de mi cuñado, así que, como es de imaginar, mi hermana no estaba demasiado contenta. Lansel sí, en cambio. Él estaba exultante: feliz de poder volver a estar los tres juntos, y yo... bueno, yo no sé muy bien cómo estaba. La situación era triste. Apreciaba a Nat. Además, me dolía ver a Jyn así. Tenía también mis propios problemas personales, y para qué engañarnos, me desesperaba la capacidad del "Fénix" para aparecer y desaparecer arrastrando consigo las vidas de los míos. Tampoco me animaba mucho saber lo que había acontecido en la casa de Jyn, con la fantasmagórica visión del infierno que nuestro enemigo había creado, ni tampoco el saber que mi hermana había estado a punto de caer en sus garras. Era, en definitiva, una auténtica mierda. No obstante, a pesar de todo, había una parte de mí que sí que se alegraba de lo que estaba a punto de suceder. Nos dirigíamos a la Fortaleza, allí donde nos esperaban los nuestros, los compañeros, amigos y hermanos con los que tanto había vivido durante tantos años, y qué demonios, tenía ganas de estar con ellos.
Pero como digo, el viaje iba a ser largo y aunque durante las primeras horas el ambiente fue bastante lúgubre, con la caída del primer atardecer las cosas mejoraron. Paramos en una de las gasolineras del camino para llenar el depósito y comer algo, y ya con las fuerzas renovadas nos volvimos a lanzar a las cada vez más frías carreteras.
Yo conducía. Lansel se había ofrecido en varias ocasiones, pero después de las últimas experiencias prefería encargarme personalmente. Mi buen amigo era un apasionado de la velocidad y de la buena música. Bien hasta ahí. El problema era que siempre mezclaba ambos conceptos. Apretaba el acelerador al máximo mientras toqueteaba la radio en busca de la mejor cadena. Y todo sin mirar en ningún momento la carretera, con lo que aquello comportaba. Salidas de carril, aproximaciones innecesarias a otros coches... y un estado de nervios por mi parte que, francamente, no me apetecía sufrir. Así pues, estaba mejor a mi lado, sentadito y toqueteando las pantallas, pero lejos del volante y los pedales.
Jyn también era una buena candidata para coger los mandos del coche. Mi hermana conducía bastante bien, con prudencia pero sin dormirse en los laureles. De hecho, de los tres era la más sensata al volante, pero tras pasar toda la noche en vela sus sentidos estaban un poco mermados, por lo que era mejor que descansase un poco. Es por ello que le habíamos dejado los asientos traseros, donde iba tumbada desde el inicio del viaje. De vez en cuando la mirada, con la esperanza de verla con los ojos cerrados y respirando rítmicamente, pero de momento se resistía. Ni tenía sueño ni quería dormirse. Con descansar un poco le bastaba.
Al menos al principio.
—Eh, ¿lo oís? ¡Esta es la cadena que os decía! La presentadora es una amiga mía del pueblo, de Shide. Hace años que no la veo, pero de pequeña era un auténtico bombón... el Bosque de Nymbus no está muy lejos de aquí, ¿por qué no hacemos una parada? Conozco un restaurante que...
Antes de que pudiese animarse más, lo frené. Aunque me hubiese encantado volver al Bosque de Nymbus, y más en su compañía, el mejor guía con vida que existía, no era el momento, y mucho menos con Jyn a bordo.
—No estamos de viaje de placer, Lansel —le recordé, dedicándole una fugaz mirada a través del retrovisor—. Quizás más adelante, pero de momento no podemos.
—No es un viaje de placer, se nota —replicó él con acidez—. Sois los tíos más muermos con los que he viajado en años...
Seguía siendo un provocador. Mi padre decía que con el paso de los años se calmaría: que ese sentido del humor suyo tan negro cambiaría. Sin embargo, mi buen amigo había cumplido ya los cuarenta y dos y seguía igual o incluso peor... y daba gracias al Sol Invicto por ello. De no haber sido por él, creo que habríamos acabado lanzándonos por las ventanillas del coche.
—No lo dirás por mí, ¿no? —respondí, entrando de pleno en su juego—. Yo te sigo la corriente, ya lo sabes.
—A ti no te puedo criticar, eres mi jefe, pero a tu hermana... —Lansel puso los ojos en blanco—. No la recordaba así, la verdad. Es una auténtica decepción.
—Ya te dije que había cambiado.
Jyn nos dedicó una mirada asesina a ambos. Llevaba un rato sentada en la parte trasera, mirando a través del parabrisas en silencio, probablemente sumida en sus propios pensamientos. Ni seguía nuestra conversación ni participaba. De hecho, creo que ni tan siquiera nos escuchaba... hasta ahora.
—No os paséis —nos advirtió—. No estoy de humor.
—Se nota, se nota. —Lansel se encogió de hombros—. Llevas todo el viaje en silencio.
—¿Y qué esperabas? —replicó a la defensiva—. Después de lo que ha pasado...
Lansel y yo intercambiamos una mirada rápida.
—Ha sido un golpe duro, sí —admití—, pero hay que mirar al frente, Jyn. ¿Crees que al capitán le gustaría verte así? Se cabrearía, te lo aseguro.
—Vaya que sí se cabrearía —me secundó Lansel—. Y mira que no lo hacía nunca, pero esto sí que le molestaría. Conociéndolo, querría que estuvieses enfadada, con ganas de venganza incluso, pero no triste. Se le caía el alma a los pies cada vez que te veía decaída.
—Lo sé, lo sé, pero...
Jyn desvió la mirada hacia una de las ventanillas, tratando de disimular la tristeza. Aún era muy pronto para reponerse de una tragedia como la vivida, pero tenía que animarse. Como bien decía Lansel, Trammel no lo hubiese soportado.
—Vamos, Jynny, piensa en la parte positiva de todo esto —insistió Lansel—. ¿Hace cuanto tiempo que no estamos los tres juntos?
—¿Cómo me has llamado? —murmuró mi hermana, alzando una ceja a modo de advertencia.
Pero Lansel ni la escuchaba ni la miraba.
—¡Es más! ¿Hace cuanto que no estamos los tres juntos... solteros? —Lansel se frotó las manos—. ¡Si no fueseis tan sosos podríamos hacer un poco de ruta antes de llegar a la Fortaleza! Conozco un bar en Herrengarde que...
Soltada la bomba, era cuestión de segundos que mi hermana reaccionase.
—¿Solteros? —Jyn abrió los ojos de par en par. Apoyó las manos en los cabeceros de nuestros asientos y se incorporó, situándose entre ambos. Sentí su mirada clavarse en mi nuca—. ¿De qué demonios habla, Damiel? ¿Ha pasado algo con Victoria? Creía que estaba en Talos.
—¡Y lo está! —insistió Lansel—. Pero no precisamente en viaje de placer... ¡cuéntaselo, Damiel! ¡Merece saberlo!
—¡Sí! —exclamó Jyn—. ¡Cuéntamelo! ¿Qué ha pasado?
Irónicamente, la historia de cómo Victoria había decidido dejarme y volver a Talos con la niña y su familia logró sacar a mi hermana de su silencio. No se alegraba de ello, ni muchísimo menos, pero el ver que no era la única que no estaba pasando por el mejor momento la consoló.
—Tiene miedo —sentencié tras explicarle por encima las últimas discusiones antes de la toma final de la decisión—. Ve que la gente muere a mi alrededor y no quiere que Alexia pueda llegar a unirse a la lista. Es normal. Yo, en su lugar, habría hecho lo mismo, la verdad. Una cosa es que ella pueda estar en peligro, pero la niña no tiene porque verse envuelta en todo esto.
—Pero tú no tienes la culpa de lo que pasa —reflexionó mi hermana con tristeza—. Lo comprendo, sí, pero...
—Me pidió que fuese con ellas a Talos —confesé, arrancando una exclamación de sorpresa a Lansel con ello. Ni tan siquiera mi buen amigo lo sabía—. Que dejase el caso del "Fénix" en manos de mi padre y el resto de la Unidad... que empezásemos de cero, pero me negué. Ni quiero ni puedo hacerlo.
Hubo unos segundos de tensión.
—¿¡Que qué!? —Lansel parpadeó con incredulidad—. No te lo tomes a mal, hermano, ¿pero tu esposa está mal de la cabeza o qué le pasa? ¡Eres un maldito Pretor! ¿¡Es que acaso se le ha olvidado!?
Esta vez fueron Jeavoux y Jyn los que se miraron con complicidad, recuperando de un plumazo aquella buena sintonía que siempre había habido entre ellos. La verdad es que no sé cómo se las arreglaba Lansel para conseguirlo, pero de todos él era el que mejor relación tenía con el sector femenino de la familia.
—No se le olvida, no —expliqué—. El problema es que nunca entendió lo que implicaba. Ser Pretor conlleva unas limitaciones y unas obligaciones que tan solo pueden comprender los miembros de la Hermandad. Tú eres el claro ejemplo, Jyn. Has vivido rodeada de Pretores prácticamente toda tu vida, pero incluso así nunca sabrás realmente lo que esto significa. Ni tú ni nadie.
—Estoy contigo —me secundó Lansel—. Sol Invicto, ¿cuántas veces hemos hablado de esto? Aún recuerdo cuando me hablaste de Victoria. Me cae bien, lo sabes, es una muchacha encantadora, sí, inteligente y preciosa, pero no es una de las nuestras. No lo entiende... y nunca lo entenderá. Un Pretor no puede estar con un civil. ¡No es compatible!
Respondí con un sencillo encogimiento de hombros. Tiempo atrás no había estado de acuerdo con Lansel. Inocente de mí, había querido creer que lo mío con Victoria podría funcionar. Que si nos esforzábamos podríamos conseguirlo. Lamentablemente, la realidad había puesto en evidencia lo que siempre había temido. Los Pretores no habíamos nacido para aquel tipo de vida, y mucho menos para compartirla con civiles.
Era imposible.
—¿Pero entonces este es vuestro final? —preguntó Jyn con timidez, un tanto abrumada por todo lo que estaba escuchando—. ¿Os vais a divorciar?
—No lo sé —confesé—. Prefiero no pensar en ello de momento.
En realidad sí que lo sabía. Victoria había dejado la decisión en mis manos, por lo que al final sería yo era el que dictaminaría nuestro futuro. Y no era fácil, la verdad. Había muchas opciones. Podría ir a Talos y recuperarla: empezar desde cero con ella y la niña e intentar esforzarme un poco más para que las cosas saliesen bien entre nosotros. De todas las alternativas, aquella era la más tentadora... la más dulce. No obstante, también existía la posibilidad de pasar página y seguir adelante con mi vida, tal y como siempre había ido haciendo hasta ahora. Olivia, Misi, Nancy y ahora Victoria. Un tachón más en la lista.
En fin, era una decisión muy complicada. Una decisión que, con el "Fénix" libre, no me veía con fuerzas a tomar.
—Bueno, bueno... y después de este momento de confesiones digno de un programa de radio... —intervino Lansel de repente, dedicándonos una amplia sonrisa a todos—. ¿¡Qué os parece si recuperamos el tiempo perdido y hacemos una parada en Herrengarde!? ¡No viene de camino, pero...!
No paramos en Herrengarde, ni tampoco en el Bosque de Nymbus. El viaje siguió adelante, pero su tono fue totalmente diferente. Atrás quedaba el silencio y la tensión. Jyn seguía triste, por supuesto, y en el fondo nosotros también, pero las conversaciones y las bromas lograron que poco a poco el ánimo fuese mejorando hasta el punto que, superada la media noche, los tres ya estábamos embriagados del fuerte vínculo de amistad y fraterniadad que años atrás nos había unido.
Un vínculo que, pasase lo que pasase, jamás perderíamos.
A las cuatro de la madrugada hicimos cambio de conductor. Por aquel entonces ya atravesábamos el norte del país, una zona especialmente montañosa en la que la nieve había dejado atrás el buen tiempo y los días soleados del centro de Albia. Personalmente me gustaba aquella parte del país. Aunque Herrengarde quedaba lejos de allí, al oeste, aquellos paisajes fríos y nevados me traían buenos recuerdos de cuando, siendo aún una Unidad joven, Lucian Auren nos había enviado a aquella zona en busca de objetivos a los que eliminar. En aquel entonces la sombra del "Fénix" ya existía, pero no era ni muchísimo menos tan alargada como ahora. Además, contaba con la compañía de Misi y Marcus, mi padre seguía al mando de la Unidad y, sobre todo, Davin aún seguía con vida. Lejos, sí, como Jyn, que por aquel entonces no se separaba de Doric y Trammel, pero vivo después de todo.
Buenos tiempos desde luego... muy buenos tiempos.
—Dime una cosa, Damiel... —dijo Jyn de repente, rompiendo el silencio que hacía una hora que nos acompañaba.
Tumbado en la parte de atrás, Lansel dormía plácidamente, emitiendo suaves ronquidos que de vez en cuando subían de tono con tanta brusquedad que mi hermana y yo no teníamos más remedio que mirarnos y reír.
—Nada ha vuelto a ser lo mismo desde lo de Olivia, ¿verdad?
Olivia...
Su mera mención me provocó un nudo en la garganta. No, nada había vuelto a ser igual desde su muerte, es cierto. Por aquel entonces Olivia y yo ya no estábamos juntos: ella se había encargado de romper conmigo poco antes de morir, pero incluso así su asesinato había sido tan doloroso y devastador que creo que nunca había llegado a recuperarme del todo. Imagino que el sentimiento de culpabilidad estaba detrás de ello. De haber muerto de otra forma, probablemente lo habría podido superar, pero siendo mi propia familia la culpable de lo ocurrido era muy complicado pasar página.
—Me gustaría poder decirte que sí, pero te mentiría —confesé a media voz—. He querido a otras chicas, pero el sentimiento que me unía a ella era diferente. Supongo que la inocencia de la edad y su final influyen, no lo sé, pero sí, nunca ha vuelto a ser lo mismo. ¿Por? ¿Te preocupa?
Jyn se encogió de hombros.
—La vida da muchas vueltas, hermana. Yo soy un caso un poco especial. Es más, te puedo asegurar que el culpable de que mis relaciones no hayan salido bien soy yo. Tanto con Misi como con Nancy no estuve a la altura, y supongo que tampoco con Victoria. Ni estaba cuando me necesitaban, ni me esforcé por intentarlo. Sencillamente no me apetecía. No me llenaban... —Le dediqué una fugaz mirada—. Pero que yo sea así no implica que el resto sea igual.
Jyn asintió, comprensiva. Podía llegar a entender mi posición hasta cierto punto.
—Cada uno es un mundo, sí. Y puede que Misi, Nancy y Victoria no hayan sido las mujeres de tu vida, ¿pero y qué pasa ahora con la niña? ¿Acaso ella no te importa?
—¿Con Alexia? Por tu alma, no digas tonterías Jyn. Claro que me importa. La quiero como jamás he querido a nadie, pero seamos realistas: yo no puedo cuidar de ella. Siempre estoy fuera, yendo y viniendo de una punta de Albia a otra. —Negué con la cabeza—. Aunque quisiera, no podría cuidar de ella. Y me gustaría, te lo aseguro, pero Alexia está bien con Victoria ahora mismo, y más en Talos. Mientras el "Fénix" siga con vida, no estarán seguras a mi lado.
—Lo comprendo, pero... no sé, me entristece que te des por vencido tan pronto. Creía que al fin habías encontrado tu camino.
—¿Mi camino? Jyn, cariño, mi camino está allí donde estén mis botas, ni más, ni menos.
Ofendida ante el tono ácido de mi respuesta, mi hermana me palmeó la pierna con fuerza.
—No te pases, idiota. Solo me preocupo por ti.
—Lo sé, lo sé. Era broma.
—Hablando en serio, Damiel, ¿qué pasará cuando él muera? ¿Volverás a por ellas?
Aquella era una gran pregunta. La pregunta que pronto marcaría mi futuro y probablemente mi vida. Lástima que a aquellas alturas de la vida aún no tuviese una respuesta clara.
—No lo sé. Lo primero es acabar con el "Fénix", después ya veremos. ¿Satisfecha?
Conociéndola sabía que se moría por seguir preguntando, ansiosa por saber cuánto me pasaba por la cabeza, pero por el momento decidió no hacerlo. Con aquella primera dosis había tenido más que suficiente para lo que sea que se estuviese planteando. Yo, sin embargo, quería más. Dado que ella había abierto la veda, no iba a desaprovechar la ocasión.
—¿Puedo preguntar yo también? Ya que la noche va de confesiones...
—Prueba —respondió ella—. Pero no prometo nada, eh.
Me froté las manos. No me consideraba alguien ni curioso ni cotilla, pero las circunstancias me habían obligado a pasar tanto tiempo fuera de casa que me había perdido prácticamente toda la vida de mi hermana. Apenas sabía nada de lo que le había pasado ni de lo que había vivido, y quería arreglarlo. Recuperar el tiempo, como se solía decir.
—Siempre sentí algo de curiosidad sobre lo tuyo con Marcus. Si estabais prometidos, ¿por qué no os casasteis?
—Directo, ¡eh!
—Bueno, es un tema sobre el que Lansel y yo hemos debatido en algunas ocasiones. Te veíamos antes casada con el propio Doric que con Trammel. Y no es que no nos cayese bien, te lo aseguro. Ambos coincidimos en que que de todos tus novietes y amigos es el que más te ha querido con diferencia, de ahí a que nos sorprendiese tanto tu decisión. —Me encogí de hombros—. ¿Qué pasó? ¿Marcus te hizo algo?
Jyn aminoró para dejar pasar a un vehículo rojo que la quería adelantar. La carretera ante nosotros surgía de la oscuridad con la llegada del halo de luz que emitían nuestros faros, trazando un camino serpenteante cuyo final se hallaba al otro lado de la cordillera que estábamos cruzando.
Volvió a acelerar. A lo largo de las últimas tres horas nos habíamos cruzado con diez o doce coches, no más, por lo que era probable que pasásemos un buen rato avanzando en solitario.
—No nos casamos porque no quiso —confesó al fin, sin apartar la mirada del frente—. Al principio nos veíamos mucho, todo lo que podía, pero con el paso del tiempo nos fuimos distanciando. El trabajo le impedía venir a verme, pero yo no se lo tenía en cuenta. Sabía que la decisión no era suya. Lucian Auren os obligaba a ello. Era difícil. La situación no nos hacía feliz a ninguno de los dos, pero confiábamos en que mejoraría. Que con el paso del tiempo tendría más libertad. —Jyn negó suavemente con la cabeza—. Por desgracia, no fue así. El tiempo entre encuentro y encuentro se fue ampliando hasta que llegó el momento en el que dejamos de vernos. Y no porque no volvierais. Misi siempre me avisaba cuando pisabais Hésperos. Fue cosa de Marcus. Empezó a leer artículos en la prensa en los que me relacionaban con Escalar y decidió dejarme. O mejor dicho, decidió que dejásemos de vernos. —Me dedicó una fugaz mirada—. Un poco triste, ¿no crees? Marcelo y yo no estábamos juntos... al menos al principio. Las cosas cambiaron cuando di por sentado que lo nuestro había acabado. Marcus empezó a hacer su vida y yo hice lo mismo. Pero hasta entonces te aseguro que no hice nada con nadie. Le respetaba y quería demasiado.
—Vaya...
—Sí, vaya. —Jyn dejó escapar un suave suspiro—. Es un chico magnífico. Me alegro que ahora esté con Misi. Recuerdo que el día de mi boda vino a verme antes de la ceremonia. Diana y él no se aguantaban, así que le pedí que nos dejase a solas. Era la primera vez que nos veíamos desde hacía mucho tiempo y yo estaba muy emocionada. Abrumada por todo lo que estaba pasando. Doric, la guerra, la boda... eran muchas emociones juntas. La cuestión es que me dijo que quería hablar en privado, y por un instante, tonta de mí, creí que quizás querría arreglar las cosas. Es absurdo: estaba a punto de casarme, pero por un momento tuve el presentimiento de que no solo venía a felicitarme.
Jyn entrecerró los ojos, dejando que su mente volase al pasado. Por su expresión supuse que guardaba aquel recuerdo con especial cariño. Había sido un buen día; el día en el que al fin la familia había vuelto a unirse, y todo gracias a ella.
Siempre estaría en deuda por haberme regalado aquellas horas con mi hermano antes de perderlo definitivamente.
—¿Y qué fue lo que te dijo?
Jyn respondió con una risotada aguda.
—Nada. No me dijo nada. Nos abrazamos, me besó la mejilla, o la frente, no lo recuerdo, y nada más. —Se encogió de hombros—. Creo que me susurró al oído algo parecido a una felicitación, pero nada más.
Nada más. Sonreí al escucharle decir aquellas palabras. A veces, como había podido comprobar en muchas ocasiones, un silencio o una mirada decía mucho más que las palabras, y creo que, aunque no lo dijo, aquel fue uno de esos momentos.
Una buena historia, desde luego. No era exactamente lo que esperaba escuchar pero me alegraba ver que recordaba aquella etapa de su vida con tanto cariño. Después de todo lo sucedido entre ellos habría podido comprender que el tener que volver a verse no fuese un trago agradable. Por suerte, mi hermana parecía satisfecha con la nueva situación. Giordano estaba con Misi, y si ambos eran felices juntos, ella también. Y no solo Jyn, claro. Yo también. Había querido a Calo, pero no era el hombre adecuado para ella. Con suerte, Marcus podría darle todo lo que yo no había sido capaz.
—¿Contento? —preguntó Jyn, empleando el mismo tono que poco antes había utilizado yo a modo de burla—. Eres un auténtico cotilla, Damiel Sumer.
En realidad no lo era, solo me preocupaba por mi hermana, ¿pero para qué contradecirla? Con tal de verla sonreír, valía la pena la mala fama.
Cristopher Hark y Diana nos dieron la bienvenida a través de los grandes altavoces ocultos en la verja de entrada tan pronto nuestro coche alcanzó la cámara de vigilancia. Bajé la ventanilla tan solo un centímetro a pesar de saber que parte de la ventisca de arena que nos había acompañado a lo largo de los últimos kilómetros se metería en el coche al hacerlo y alcé la mano a modo de saludo. Inmediatamente después, la puerta se abrió. Atravesé la entrada a velocidad baja, basándome en el recuerdo que tenía de aquel lugar para conducir a ciegas, y dejé el coche junto al pórtico de la torre de invitados, aparcado en mitad de la nada. Jyn y Lansel me miraron, con el nerviosismo y la emoción brillando en sus miradas, y asentí.
Había llegado el momento.
Nancy nos estaba esperando bajo el umbral de la puerta cuando llegamos. A la cabeza del grupo, empujé la puerta para dejar pasar a mi hermana, la cual rápidamente fue alcanzada por el fuerte abrazo de la Pretor. Nancy besó con cariño las mejillas de Jyn, asegurándole a voz en grito que se alegraba de verla, e hizo lo mismo con un Lansel que, como de costumbre, no dudó en corresponderle al abrazo. Finalmente, llegó mi turno. Cerré la puerta y al volver la vista al frente vi que Nancy no acudía a mi encuentro. En lugar de ello, al igual que Lansel, mi buena amiga miraba con una sonrisa de agradecimiento en los labios cómo, a pesar de las diferencias que las habían arrastrado a una larga temporada sin hablarse, Misi y Jyn estaban abrazadas. Mi hermana tenía el rostro enterrado en su hombro, y ella... en fin, ¿qué puedo decir de Misi? Pasase lo que pasase ella siempre estaría ahí para cuando la necesitase.
Misi Calo... qué complicado era no quererla en momentos así.
—¿Y dices que Lansel no ha querido decirte quién es ese misterioso contacto con el que tenéis que reuniros? Suena extraño. Creía que entre vosotros no había secretos.
—Y no los hay. En el fondo me da igual quién sea esa persona: con que me ayude, me basta.
—Con que te ayude... —Misi se cruzó de brazos, pensativa—. Vas a cruzar la línea, Damiel. Esa línea a la que prometiste que jamás te acercarías... de hecho, vas a provocar que todos la crucemos.
—No obligo a nadie a seguirme.
—No es necesario: sabes que te seguiríamos hasta el final del mundo si fuera necesario. Por tu familia, que aunque no compartamos sangre también es la mía, cualquier cosa, jefe.
—Nuestra familia.
Marcus me había dicho en cierta ocasión que el mundo se veía de una forma diferente desde lo alto de las torres de la Fortaleza de Jade, y aquella noche comprobé que tenía razón. De pie frente al océano de arena y bajo el manto de estrellas, Misi y yo contemplábamos la inmensidad el uno junto al otro, disfrutando de la paz de la noche. Y sí, el mundo se veía de una forma distinta desde allí. El silencio, la paz... era como si, más que cambiar de país, hubiésemos cambiado de universo: de realidad. Como si en aquel lugar no existiese absolutamente nadie más que nosotros. Nada que pudiese perturbarnos... ni pasado ni futuro: solo presente. Un presente prometedor en el que la altura lograba hacerte creer capaz de absolutamente todo.
—Pero volviendo al tema de Lansel —siguió Misi—. En serio, ¿por qué no te dice quién es? ¿Quiere hacerse el interesante o qué? He estado pensando en toda la gente de la que me ha hablado a lo largo de estos años pero no caigo en quién puede ser.
—Dice que en cuanto Marcus vuelva nos lo contará todo, pero que de momento tenemos que esperar. Que él es una pieza clave para ir a donde sea que nos estará esperando esa persona.
—¿Marcus? —Misi me miró de reojo, con curiosidad, y negó con la cabeza—. Marcus ya no es el mismo de antes, Damiel. El desierto y el aislamiento lo han cambiado. Ahora pasa muchas horas solo vigilando las dunas desde su torre, o directamente viajando por ellas. Parece tener una afinidad especial con lo desconocido... como tú.
Afinidad con lo desconocido, bonita manera de decirlo. Comprendía lo que quería decir Misi, aunque lo cierto era que, en realidad, Marcus y yo éramos muy diferentes en ese sentido. Mientras que a mi buen amigo le apasionaba el mundo oculto, la magia y lo desconocido, yo simplemente era una víctima de él. El mundo de la magia hacía tiempo que me buscaba de mano de Somnia, pero siempre me había resistido a caer en sus redes. Después del viaje a Gynae, sin embargo, mi visión de las cosas habían cambiado. Podría seguir rechazándolo y negándolo el resto de mi vida si quería, pero entonces la guerra con el "Fénix" no acabaría jamás. Lo necesitaba para poder vencerlo: para poder llegar hasta él y matarlo, así que no iba a seguir resistiéndome. Al contrario. Había llegado el momento de dejarme llevar, de tomar su mano y estrecharla con fuerza, y si para ello tenía que esperar al regreso de Giordano o viajar hasta el mismísimo infierno, lo haría.
Llegado a aquel punto, ya no había vuelta atrás.
—¿Cuándo crees que volverá?
—¿Sinceramente? —Misi se encogió de hombros—. No lo sé. Se fue hace más de dos meses con Mario, y aunque han avanzado bastante, aún tienen mucho por delante. Nancy y yo estuvimos discutiendo la posibilidad de explicarle lo que ha sucedido para que volviese ya, pero no estoy segura de que sea lo adecuado. No está de vacaciones: está ayudando a la fundación de un nueva Fortaleza, con todo lo que eso significa. Ha llegado el momento de que la Casa de las Espadas comparta sus secretos con el resto de hermandades, y esta es la mejor forma de hacerlo. Además, entre tú y yo, Damiel... —Bajó el tono de voz, confidencial—. Tenemos que aprovechar que por una vez esos nómadas se centran y deciden construir algo en vez de destruirlo...
Misi me guiñó el ojo con complicidad, logrando arrancarme una sonora carcajada.
—Cuanta razón tienes —admití—. No se te escapa una, eh.
—Bueno, por algo me nombrasteis directora de todo esto, ¿no crees? —Ensanchó la sonrisa con satisfacción—. De todos modos, no creo que tarde mucho más en volver. Es cuestión de semanas, un par de meses como mucho.
—Nos irá bien un poco de tiempo para reflexionar y calmarnos —respondí—. Mi hermana lo necesita, te lo aseguro. Es todo demasiado reciente. Además, así le damos un poco de margen a mi padre. El Alto Mando lo tiene muy presionado: tardará en venir. Hasta mi regreso Asher Coolan se encargará de la Unidad con la ayuda de Lyenor.
—Una buena decisión, sí señor.
Asentí con la cabeza. Aunque confiaba en todos los miembros de la Unidad Sumer, incluido el joven Gherys Dern, él era el que mejor podría cumplir con el papel. Los años de experiencia le habían preparado para ello. Además, sería un buen empujón en su carrera. Por el momento Asher se conformaba con ser un Pretor raso, pero tarde o temprano sería reclamado como Optio en alguna otra Unidad, así que debía prepararse.
Siendo sincero, no me preocupaba. Puede que fuese un error por mi parte ser tan confiado, pero vivíamos en tiempos de paz y en mi mente ya no había más espacio para problemas. Necesitaba coger aire para poder enfrentarme a lo que se nos venía encima, y sin duda la única manera de hacerlo era dejando de lado temporalmente la Unidad. A mis chicos, a mi país e incluso a mi hija y mi esposa. Ahora tenía que concentrarme en mi misión, y para ello era vital que no dejase que nada más allá de las personas que me rodeaban me preocupase. Ni conflictos morales ni problemas personales. Ya habría tiempo para ello.
Cerré los ojos y dejé que la brisa del desierto llenase mis pulmones. A mi lado, Misi seguía observando la noche en silencio, con los prismáticos colgados del cuello. De vez en cuando notaba sus ojos fijos en mí, mirándome con curiosidad, pero no me molestaba. Al contrario. Si bien en otros tiempos había llegado a incomodarme el mero hecho de que su corazón y el mío siempre latiesen al mismo ritmo con inquietante precisión, nos separasen tan solo metros o kilómetros, como si estuviesen creados para estar totalmente sincronizados, en aquel entonces su presencia me resultaba tranquilizadora. Tanto que, por extraño que parezca, por unas horas deseé que el tiempo se detuviese y la vigilancia nocturna durase eternamente. Sin ruidos, sin preocupaciones... sin nada que nos perturbase. Únicamente nosotros dos, la noche y las estrellas.
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