Capítulo 75

Capítulo 75 – Jyn Corven, 1.817 CIS (Calendario Solar Imperial)




Joel Osric me estaba apuntando con la pistola al pecho cuando vi la sombra de un Pretor adentrarse en la sala donde él y sus cuatro colaboradores nos tenían acorraladas contra la pared. Tras de mí se encontraba la gran duquesa con el tobillo torcido y el maquillaje del rostro corrido por las lágrimas de impotencia. Aunque había intentado luchar, ya no le quedaban fuerzas para ello. Y a su lado, yaciendo sobre su propio charco de sangre, había dos de sus guardaespaldas. Los hombres de Osric los habían ejecutado a sangre fría, sin mediar palabra alguna, dejándonos a nosotras dos como únicas supervivientes del atroz ataque.

Y ahora era mi turno.

Osric me preguntaba porqué no me apartaba... que qué me llevaba a intentar proteger a aquella anciana mujer con mi propia vida, y la verdad es que yo no sabía qué responder. Sencillamente estaba plantada frente a ella, con los pies fijos en el suelo, dispuesta a no moverme por voluntad propia. Y lo hacía sin tener motivo alguno, la verdad. Ni Ballaster era mi país, ni aquella mujer era mi Emperatriz. Sin embargo, ahí estaba el instinto, el poder de la sangre como lo había llamado mi tío Luther en el pasado, impidiéndome apartarme de la trayectoria de una muerte casi segura.

Absurdo, ¿no?

—¡No me obligues a hacer algo que no quiero, Jyn Corven! —exclamó el asistente de la gran duquesa—. He ordenado que ninguno de tus bailarines ni ningún albiano sufra daño alguno: esto no tiene nada que ver con Albia. Apártate y no te pasará nada.

—¿Y dejar que la asesines a sangre fría? —respondí, y negué con la cabeza—. No vas a salir con vida de esta, Osric. En cuanto abandones el edificio serás detenido por traición.

—No me cogerán —dijo él con convencimiento—. Nunca me cogerán. ¡Vamos, apártate, maldita sea! ¡Apártate, o...!

El sonido de un cuerpo al caer captó la atención de ambos. Osric y yo volvimos la mirada más allá de sus espaldas y, surgido de la nada, vimos una sombra aparecer y desaparecer alrededor de sus colaboradores, arrancándoles la vida con profundos cortes en la garganta. El último trató de detenerla disparando su arma, pero el proyectil se perdió en la sala, sin lograr alcanzar a su objetivo. Inmediatamente después, la sombra volvió a materializarse a su lado y dibujó un fugaz corte en su cuello, arrebatándole la vida de un tajo. Osric gritó, presionó el gatillo de su pistola dos veces, pero no sirvió de nada. La sombra se materializó por última vez a su lado, mostrando al fin su auténtica identidad. Aidan le arrebató el arma de un manotazo, encajó un fuerte puñetazo en su mandíbula y, sin darle tiempo a reaccionar, hundió el codo en su estómago, haciéndole caer de bruces al suelo. Abatido sobre sus rodillas, Osric cruzó el brazo sobre el vientre y empezó a toser. Inmediatamente después, silenciándolo al menos por un tiempo, Aidan lo golpeó por última vez a la altura de la nuca, lo que provocó que cayese inconsciente. El Pretor desvió entonces la mirada hacia mí, dedicándome una fugaz sonrisa llena de orgullo, y se apresuró a agacharse junto a la gran duquesa, la cual seguía en el suelo conmocionada.

La sangre de sus hombres había manchado su vestido.

—Majestad —le dijo, tomando sus manos con delicadeza—, tranquila, está a salvo. Estamos retomando el control del edificio. Ahora no se mueva: la ayuda está en camino.

—Sumer... —respondió ella con la voz temblorosa—. Mis invitados, Sumer. Mis invitados... mi gente... ¿están bien? ¿Qué ha pasado con ellos? ¿Están...?

—No es el momento, Alteza. Una vez hayamos salido...

—¡Responde, Sumer! ¿¡Qué ha sido de mi gente!?

Aunque a veces se nos olvidase, aquella mujer era una Auren y en momentos como aquel lo demostraba. Por encima de su propio bienestar estaba el de su pueblo. Por desgracia, su cumpleaños se había convertido en un baño de sangre que la sociedad de Ballaster tardaría en olvidar, yo incluida. Ni lo sucedido ni la expresión sombría que en aquel entonces cubrió de sombras su rostro al obligar a mi padre a decir lo que, en el fondo, todos temíamos.

—Ha habido muertos, no la voy a engañar —confesó—. Prácticamente todos los agentes de seguridad han sido asesinados. También algunos invitados, aunque en la mayoría de casos ha sido a causa del fuego cruzado. Lo lamento, Alteza.

—Muertos... —murmuró Elyana, furiosa. Apoyó la mano sobre uno de los charcos de sangre que la rodeaba y apretó los dedos contra el suelo. Acto seguido, tras dibujar el símbolo sagrado con los dedos en el aire, se plantó la mano sobre el pecho, a la altura del corazón—. El Sol Invicto me perdone, ¿cómo imaginar lo que iba a suceder? ¿Cómo imaginar...?

—Era imposible, Alteza —intervine, tratando de consolarla—. Por desgracia, hay monstruos que no muestran lo que realmente son hasta que ya es demasiado tarde, y ese hombre, Joel Osric, es uno de ellos.

La gran duquesa asintió con la cabeza, secundando mis palabras. Trataba de no mirar a su antiguo asesor, ahora tirado en el suelo, pero incluso así se podía leer en su mirada el odio que en aquel entonces ardía en su interior.

—Lo pagará —murmuró para sus adentros, aceptando la mano de mi padre para incorporarse—. Juro por mi vida que lo pagará muy caro.




Tardaron tres horas en asegurar el perímetro y permitirnos salir de la gran pesadilla en la que se había convertido la celebración. Miembros de la guardia privada de la gran duquesa que se habían quedado en su palacio acudieron a su encuentro y la escoltaron de regreso a su hogar, esquivando las nubes de periodistas que aguardaban más allá de las puertas del jardín. Parte del secuestro se había televisado en las cadenas públicas de varios países, incluido Albia, y media Gea ardía en deseos de saber cuál había sido el desenlace del inolvidable cumpleaños de la gran duquesa. Al verlos en la lejanía temí verme obligada a atenderlos tal y como siempre había hecho, pero por suerte mi padre encontró una ruta segura por la que evacuar tanto a mis bailarines como a mí misma sin tener que compadecer ante los medios. Nos metimos en uno de los furgones policiales que la ya veterana comisaria Grace Liliard había preparado para nosotros en la parte trasera del edificio y, sumiéndonos ya en la oscuridad casi total del vehículo, nos aislamos de lo que había sido una experiencia que todos tardaríamos en olvidar.

Alcanzada las cinco de la madrugada el vehículo se detuvo ante las puertas de nuestro hotel, donde otra docena de periodistas nos estaban esperando. Mi padre descendió el primero, dedicándoles una breve pero amable sonrisa, y asegurándoles que cuando llegase el momento de dar declaraciones, lo haría encantado, alzó dos grandes muros de oscuridad a través de los cuales nos apresuramos a entrar a la recepción del hotel. Una vez atravesadas las puertas, ordené a mis bailarines que se retirasen a sus habitaciones de inmediato.

—Gracias por sacarnos de ahí, Aidan —dije, acercándome a él para darle un beso en la mejilla—. Lo necesitábamos.

—¿Gracias? —respondió él con sorpresa—. A veces me da la sensación de que se te olvida que soy tu padre, Jyn. He hecho lo que debía hacer.

—Imagino que sí —admití—, pero incluso así te lo agradezco. Ahora tendrás que ir a la comisaría con ella, ¿verdad?

Aidan volvió la vista atrás. Rodeada de policías y con el rostro contraído en una mueca de hastío, Grace Liliard aguardaba de brazos cruzados al regreso de mi padre.

—Me temo que sí. Es muy grave lo que ha pasado. Por suerte, tanto la Emperatriz como la gran duquesa están bien, pero podría haber sido una auténtica catástrofe.

Asentí con la cabeza. Irónicamente, a pesar del aterrador momento que me había tocado vivir, ya no sentía miedo. De hecho, estaba tranquila. Mis vivencias a lo largo de todos aquellos años habían sido tan duras y dolorosas que, llegado a aquel punto, me habían insensibilizado un poco.

—Nunca tendremos la oportunidad de pasar unos días tranquilos, ¿eh? —reflexioné con amargura—. Parece que la mala suerte nos persigue.

—Lo parece, sí, pero mientras no nos atrape, seguiremos adelante. —Aidan me rodeó los brazos con cariño y depositó un suave beso en mi frente, a modo de despedida—. Descansa tú también, ¿de acuerdo? En cuanto pueda volveré a verte.

Subí a mi habitación con una desagradable sensación de vacío. Estaba dolida por lo sucedido, ofendida porque alguien se hubiese atrevido a atacarnos de un modo tan cruel como habían hecho, pero aún más por haber impedido que mi grupo de baile pudiese demostrar su valía. Por desgracia, la violencia y la muerte era algo con lo que había que lidiar en Gea. A lo largo de mi vida lo había visto en muchas ocasiones, y en cierto modo me había acostumbrado. Lo que aún no era capaz de asimilar, sin embargo, era el deseo del universo de impedirme triunfar. Cada vez que las cosas empezaban a salirme bien sucedía algo, el destino me guardaba un revés, y tardaba años en recuperarme.

Era injusto.

Aquella vez, sin embargo, no iba a permitir que estropease mis planes. Mis chicas necesitarían unos días para olvidar lo ocurrido, desde luego, pero seguiríamos adelante. Me negaba a que aquel nuevo incidente truncase nuestra carrera...

Pero no iba a ser fácil, era consciente de ello. Mientras me desvestía y me metía bajo la ducha para quitarme las manchas de sangre ajena que aún marcaban mi cuerpo como recordatorio de lo ocurrido, pensaba en ello y sabía que iba a ser complicado recuperar la confianza de mis chicos. Para ellos aquel era su primer contacto con la muerte y no era algo fácil de olvidar. ¿Y qué decir de sus padres? No me lo iban a perdonar.

Maldita sea.

Intenté relajarme y dejar la mente en blanco. Mientras me secaba el pelo me miraba en el espejo; contemplaba mi rostro y mi expresión, tratando de reconocer a la Jyn Corven del pasado en ellos. Años atrás Ballaster había sido escenario del principio de mi historia con la Unidad Sumer. Habían sido tiempos complicados, con muerte y dolor, pero con el halo de esperanza e inocencia propias de la juventud enmarcándolo todo.

¿Cuánto había pasado de aquello? ¿Dieciséis años? ¿Diecisiete?

Era tentador volver la vista atrás y perderme en su recuerdo. La felicidad de aquellos días había logrado alegrar los momentos más oscuros de los últimos años. En aquel entonces, sin embargo, tal era mi humor que ni tan siquiera tenía ganas de intentarlo. Quería olvidar, cerrar los ojos y alejarme de cuanto me rodeaba, y la única forma de conseguirlo era dejar la mente en blanco.

Si al menos hubiese estado Nat allí para consolarme...

Pocos brazos eran tan reconfortantes como los de mi querido capitán Trammel. Lamentablemente sabía que aquella noche no podría disfrutar de su presencia, que su lugar estaba ahora lejos de allí, junto a la Emperatriz, y no quería molestarle. Es más, no debía hacerlo. Así pues, en lugar de llamarle tal y como me habría gustado hacer, me limité a mandarle un mensaje de texto confirmando que tanto mis chicos como yo estábamos bien y me acosté.




Unas horas después me despertó la luz de la mañana colándose a través de los huecos de la persiana. Comprobé el reloj adormilada, con los párpados más pesados de lo habitual, y me levanté al ver que eran más de las diez y media. Miré los mensajes del teléfono, todos de mi hermano, Lansel y mis primas, y, un tanto decepcionada ante la ausencia de respuesta por parte de Nat, me vestí y bajé al comedor en busca de un buen desayuno.

No encontré a ninguno de mis bailarines en el salón. Clare Clerigo, mi mano derecha, había intentado convencerlos para bajar, pero ninguno de ellos había encontrado fuerzas suficientes para hacerlo, lo que la había llevado a quedarse ella también en la cama. Una auténtica lástima por un lado, aunque de agradecer por otro. Francamente, no tenía ganas de aguantar las penas de nadie, y mucho menos de unos críos a los que les faltaba mucho aún por vivir. Así pues, viéndome obligada a desayunar sola, disfruté de los minutos de soledad en compañía de una buena taza de café humeante hasta que, superada la media hora, mi teléfono empezó a sonar.

Lo saqué del bolsillo con rapidez, convencida de que sería Nat quien llamaba tras el número cifrado, y respondí.

—¿Nat?

Hubo unos segundos de tenso silencio.

—No soy Nat, lo siento. Soy Lyneth Olvian, Jyn, no sé si me recuerdas...

Puse los ojos en blanco. De todas la llamadas que podría haber recibido, aquella no era la más inesperada, pues la subalterna de Nat era tremendamente correcta y servicial, pero sí la más desagradable. Ni me caía bien, ni jamás lo haría por mucho que lo intentase.

—Te recuerdo, sí —respondí, cortante—. Dime.

Consciente de la falta de afinidad entre nosotras, la soldado prefirió no alargar la conversación más de lo necesario.

—Siento molestarte, te lo aseguro, pero llevo toda la noche intentando contactar con el capitán Trammel y no logro localizarlo —dijo con corrección. Estaba preocupada, se percibía en su tono, aunque intentaba disimular—. No responde a las llamadas.

—Después de lo que ocurrió ayer, debe estar con la Emperatriz —contesté, incómoda al ver que aquella desconocida parecía más preocupada por mi marido que yo misma—. O con el Centurión Sumer.

—Eso supuse —insistió Lyneth—. De hecho, contacté con la Pretor Luan y el Centurión Sumer para consultarlo, pero ninguno de los dos sabe nada. Aidan me remitió a ti...

Silencio. Había decenas de posibilidades, desde que siguiese en el palacete hasta que hubiese perdido el teléfono durante el enfrentamiento, pero por alguna estúpida razón, a mi mente acudió la más descabellada: que hubiese muerto. Era improbable, Nat era un magnífico soldado y según el propio Osric había ordenado que no atacasen a los albianos, pero durante un combate todo era posible. Absolutamente todo...

Sentí que empezaban a temblarme las piernas.

—Seguro que estará ocupado ayudando a las autoridades locales —dijo Lyneth de inmediato al percibir mi nerviosismo—. No te preocupes: ya conoces al capitán. Estará bien. Seguiré intentando contactar con él. Si lo consigues tú antes...

—Te avisaré, sí —dije con apenas un hilo de voz—. Haz tú lo mismo, ¿de acuerdo?

—Claro. Hablamos.

Tardé unos segundos en reaccionar tras colgar la llamada. Hasta entonces había logrado dejar mi mente libre de preocupaciones, pero tras aquella conversación me costaba mucho mantener la calma. Lo más probable era que Nat estuviese bien pero hasta que no escuchase su voz no me quedaría tranquila.

Marqué su número y llamé varias veces sin éxito. Nadie respondía a las llamadas. Seguidamente, contacté con Noah, a sabiendas de que ella estaría junto a la Emperatriz y el resto de su escolta. Conociendo el modus operandi de Albia ya debían estar de camino a Albia, pero mientras pudiese decirme algo sobre el paradero de Nat tendría más que suficiente.

Respondió al tercer tono.

—¡Jyn! Me alegra oírte. ¿Estás bien? ¿Te han hecho daño?

—Estoy bien, tranquila —respondí, secundando lo que ya le había confirmado por mensaje—. ¿Y tú? ¿Dónde estás?

—En el aeropuerto de Vespia —confesó—. El Emperador ha mandado una de sus naves para recogernos. En un par de horas partiremos de regreso a Albia. ¡Sol Invicto, lo de anoche fue de locos! El tío os acompañó al hotel, ¿verdad?

—Sí, sí... se encargó de que llegásemos bien. —A pesar de que no podía verme, forcé una sonrisa. Aunque normalmente habría pasado un buen rato hablando con ella, y más después de lo sucedido la noche anterior, no había tiempo que perder—. Oye, Noah, ¿está Nat con vosotros? Intento contactar con él pero no responde al teléfono.

—¿Nat? —Hubo unos segundos de silencio—. Me temo que no. Creía que estaría contigo... imagino que estará con la comisaria y su equipo de investigación. Están blindando la ciudad entera. La gran duquesa ha ordenado cerrar el tráfico y todas las salidas. Aunque detuvieron a Osric, hubo miembros de su equipo de asalto que escaparon. Ahora les están dando caza.

Una chispa de alivio despertó en mí al escuchar aquellas palabras.

—¿Puede que Nat forme parte de alguno de los equipos de búsqueda?

—Probablemente. No te preocupes, prima, seguro que está bien. De todos modos intentaré enterarme de su paradero. En cuanto sepa algo, te aviso.

Aunque la llamada a Noah logró apaciguar mi nerviosismo, pasé la siguiente hora tratando de contactar con Nat, llamando a todos aquellos que pudiesen saber algo de él sin éxito. Nadie parecía saber nada de él. Los invitados a la fiesta aseguraron haberlo visto por el salón durante la celebración, e incluso una de las Pretores de la Casa de la Corona me confirmó que lo había visto combatir, pero nada más. Su rastro acababa ahí.

Era enloquecedor.

Alcanzada la una del medio día Laura y Lenjo, dos de mis bailarines, dejaron su encierro para unirse a mí en la cafetería. Ambos estaban bastante impactados aún, con los ojos hinchados tras una noche llena de pesadillas y lágrimas, pero las horas empezaban a serenarnos.

Les invité a unos refrescos. En cualquier otra ocasión les recomendado un buen trago, algo con lo que endulzar el mal momento, pero teniendo en cuenta que aún eran menores de edad preferí no propasarme. Ya tendrían tiempo para ello. Además, aquella misma tarde tanto ellos dos como el resto de mis chicos regresarían a Albia en un expreso reservado por Aidan, por lo que cuanto más serenos estuviesen cuando los viesen sus padres, mejor.

—¿No vas a volver con nosotros, Jyn? —preguntó Laura, aprovechando que Lenjo había ido al servicio y nos habíamos quedado solas en la mesa—. Mis padres dicen que quieren hablar contigo...

—Me lo puedo imaginar —respondí, paseando la yema del dedo por el borde de mi copa—. Supongo que todos los padres querrán hablar conmigo. En fin, volveré, sí, aunque no sé exactamente cuándo. Tengo cosas que hacer aquí.

—¿Puedo preguntar el qué?

Lancé un suspiro a modo de respuesta. No sé qué me disgustaba más, si el tener que quedarme en la ciudad a la espera de que Nat apareciese o volver a Albia y ver con impotencia como los padres de mis alumnos obligaban a sus hijos a abandonar el cuerpo de baile.

—Mi marido —respondí, tratando de simplificar. Después de lo ocurrido, no podría culpar a ningún padre de tomar aquella decisión—. No sé si lo vistes en la fiesta.

—¿Al capitán? Sí, claro. Estuve hablando un rato con él... es un hombre muy simpático. Decía tener muchas ganas de vernos en acción.

Así era Nat. Dulce, cariñoso, hablador... resultaba complicado no enamorarse un poco más de él cuando hacía cosas como aparecer por sorpresa en otro país para ver a mis chicos actuar.

—Es encantador, sí —admití—. La cuestión es que no lo localizo. Imagino que estará colaborando con la policía local, pero...

—¿De quién habláis? —interrumpió Lenjo, dejándose caer en su silla. El joven bailarín cerró las manos alrededor de su refresco y le dio un largo sorbo, sediento—. ¿Quién colabora con la policía? ¿El Centurión Sumer?

A su lado, Laura negó con la cabeza, disgustada por su falta de consideración.

—El Capitán Trammel —corrigió—. Eres un metomentodo. Estábamos hablando nosotras.

—¡Perdona, pero yo también estaba hablando! —replicó él, a la defensiva, y dio otro sorbo a su bebida—. ¿Y decís que ahora está colaborando con la policía? El capitán, digo. Lo vi en la fiesta... de hecho, fue él quien se aseguró de que ni a Claus ni a mí nos pasase nada. Se portó genial. Incluso creía que vendría con nosotros al hotel. De hecho, dijo que lo haría, que quería verte, Jyn, pero entonces apareció ese tipo del pelo rubio y salió tras él.

—¿Tipo del pelo rubio? —pregunté, inquieta—. ¿De qué tipo hablas?

Lenjo se encogió de hombros.

—No sé, era un noble, creo. Uno extranjero. Yo no hablé con él, pero Creta sí. Estuvieron bastante rato juntos... —Miró de reojo a su compañera—. Creo que él estaba ligando con ella... y ella se dejaba. Luego se queja de que hablan, pero es que...

Levanté la mano, frenando el tema antes de que empezase. Sabía lo que insinuaba y no quería escucharlo. Si no nos protegíamos entre nosotros, ¿quién lo iba a hacer? Además, me interesaba mucho más lo de ese hombre rubio. El que Nat hubiese abandonado a mis chicos para ir tras él no era normal, y mucho menos en un escenario de guerra como el del palacete.

¿Sería posible que...?

Me obligué a mí misma a no conjeturar. Dadas las circunstancias era lo peor que podía hacer si lo que quería era mantener la calma.

—Laura, pide a Creta que baje de inmediato: tengo que hablar con ella.

Los dos bailarines se miraron entre sí, sorprendidos ante mi petición, pero obedecieron. Laura abandonó la cafetería con paso ligero, consciente de que me corría prisa, mientras que Lenjo, algo incómodo ante mi cambio de tono, permaneció en la mesa en silencio, mirando el contenido de su refresco, hasta que le di permiso para que se retirase. Lo que menos me apetecía a aquellas alturas era tener que soportar las suspicacias de un jovencito deslenguado.

Una eternidad después, Laura apareció con Creta de la mano. La bailarina, la cual se caracterizaba por una salvaje melena pelirroja llena de bucles y mirada felina, tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Durante el combate había visto morir a varias personas ante ella. De hecho, incluso la sangre de una le había salpicado en el pelo, lo que la había arrastrado a pasar toda la noche debajo de la ducha, temblando y sollozando, tratando de quitársela.

Un auténtico drama.

La recibí con un abrazo maternal, logrando así que rompiese a llorar al verme. Aunque muy valiente para según qué cosas, aquella joven era tremendamente delicada. Tanto que, después de lo ocurrido, no descartaba que se acabase rompiendo y la perdiésemos durante una larga temporada.

Antes de ello, sin embargo, me aseguré de que respondiese a mis preguntas.

—Siéntate, por favor, Creta —le pedí—. Laura, pídele un refresco, por favor.

—Por supuesto, Jyn.

Mientras que la joven se acercaba a la barra a pedir la consumición, Creta depositó sus blancas manos sobre la mesa, en busca de las mías. Necesitaba calor... necesitaba sentirse protegida. Las tomé con firmeza y besé el dorso.

—Tranquila, cariño: estás a salvo.

Creta me respondió con una mirada de ojos vidriosos. Estaba haciendo un esfuerzo por no romper a llorar.

—Quiero volver a casa —murmuró entre dientes, apretando mis manos con fuerza—. Mi madre está muy enfadada... tiene miedo.

—Es comprensible —admití—. Todos estamos muy enfadados con lo que ha pasado, pero no tienes de qué temer. Ya ha pasado lo peor.

—Si tú lo dices...

—Claro que sí, preciosa. Ahora debes estar tranquila, ¿de acuerdo? Esta tarde cogerás el tren y en unas horas volverás a estar en casa. En unos días esto no será más que una pesadilla.

Se encogió de hombros. Mis palabras no acababan de convencerla, pero nunca lo diría abiertamente. Me quería demasiado para ello.

—Oye, Creta, tengo que hacerte una pregunta. Me comentaban antes tus compañeros que estuviste hablando con un hombre rubio en la fiesta. Necesitaría... eh, no, no pongas esa cara. No te juzgo: puedes hablar con quien quieras. Simplemente quisiera saber quién era, nada más.

—Vino él a hablarme —se apresuró a decir con las mejillas encendidas—. Yo estaba concentrada, te lo prometo, Jyn.

—Te creo, te creo —respondí, apaciguadora—, no hace falta que te disculpes de nada, en serio. Solo quiero saber quién era. ¿Te dijo su nombre? ¿Recuerdas como era?

Se tomó unos segundos antes de responder. Después de todo lo acontecido después, le costaba rememorar la conversación con el noble.

—No sé si me dijo su nombre... puede que sí, pero no me acuerdo. Tenía un acento un poco raro... exótico, aunque dijo que era albiano. Era un hombre muy agradable, educado... y guapo. Era un poco mayor, de la edad de mis padres. Dijo que te conocía...

—¿Que me conocía? —Un escalofrío me recorrió la espalda—. ¿A mí?

—Sí, dijo que erais amigos. Que os conocíais hace mucho tiempo y que quería darte una sorpresa. Le dije que el capitán te había dado precisamente una sorpresa apareciendo y se puso muy contento. Dijo que tenía ganas de conocer a Nat. —Se encogió de hombros—. No sé, Jyn, no recuerdo mucho más. —Hizo una breve pausa—. Bueno, miento. Sí recuerdo algo más. Sus ojos... tenía unos ojos muy especiales. Eran de color verde, pero de distintas tonalidades.




—¡Es él, Aidan! ¡Él lo tiene!

Aquellas fueron las palabras que marcaron nuestros siguientes cuarenta días. Días en los que, sin apenas dormir ni comer, mi padre y yo recorrimos no solo Ballaster, sino también el norte de Albia en busca de Nat y del "Fénix". Buscamos en todos los lugares donde tiempo atrás se había escondido, desde los pisos francos que había compartido con Gregor Waissled hasta los de Alice Fhailen. Visitamos el antiguo templo de Alaya Cyrax, regresamos al palacete de la condesa Margot Swarz e incluso viajamos hasta la torre a las afueras de Marismas de Plata, donde había vivido durante unos años con sus padres antes de acabar vilmente con ellos. Visitamos la antigua academia de Lysa Lainard, o al menos lo que quedaba de ella después de haber ardido, y contactamos con absolutamente todos los miembros de la red de espías de mi padre. Viajamos a Solaris, a Hésperos, a Herrengarde... Hicimos cuanto pudimos, tanto a través de los cauces legales como aquellos que bordeaban la ilegalidad, pero por increíble que parezca, no conseguimos nada. Absolutamente nada. El "Fénix" había desaparecido, y con él la esperanza de volver a ver a Nat con vida.

Mi querido Nat.

Con cada día que pasaba sentía que poco a poco algo en mí iba muriendo. Me gustaría decir que era la esperanza, ese halo de positividad que, incluso en el peor momento, había logrado ayudarme a salir adelante. Sin embargo, era otra cosa. Era algo mucho más personal; una parte de mí que, aunque hasta entonces no había sido consciente, había empezado a morir el día en el que nos arrebataron a Davin.

Lo había visto anteriormente en otras personas. Por aquel entonces lo conocía de poco, pero el Damiel con el que había convivido antes de la muerte de Olivia y el de después era una persona totalmente diferente. Era como si, en cierto modo, le hubiese arrebatado parte del corazón... parte de su alma, y ahora me estaba sucediendo lo mismo a mí. El "Fénix" me había quitado tanto que ya ni tan siquiera era capaz de verter lágrimas de dolor. Ya no me quedaban. Ahora, en lugar de ello, me consumía. Con cada uno de sus actos y apariciones se llevaba parte de mí, de mi humanidad, hasta el punto que ya poco quedaba de la Jyn que había sido años atrás.

¿Podría volver a ser la de antes? No, desde luego que no. Tiempo atrás, cuando miraba a Damiel, fantaseaba con la posibilidad de que sus ojos recuperasen el brillo que tiempo atrás los había iluminado. Que recobrase esa parte de su ser que le habían robado. Ahora que al fin podía entender lo que había vivido, sabía que no había vuelta atrás. La destrucción había empezado, y por mucho que intentase detenerla, era cuestión de tiempo de que acabase consumiéndome del todo.

Pero aunque la herida hubiese sido mortal, aún me quedaba mucho camino por recorrer, y en él, una vez más, el "Fénix" quería dejar su huella. Quería recordarme que ahí estaba, acechándome, vigilándome... esperando el momento perfecto para caer sobre mí, y en aquella ocasión eligió el antiguo hogar de mis padres como escenario.

Tan pronto abrí el buzón y encontré en su interior un paquete supe que el juego no había acabado aún. Cuarenta días después, mi padre me había convencido para detener la búsqueda por el bien de ambos durante unas semanas, para recuperar un poco de aire y serenarnos, pero aunque había aceptado la propuesta, ambos sabíamos que no iba a poder parar. Lo haría con él o en solitario, pero ya no había otro objetivo en mi vida que no fuese encontrar al "Fénix". Y es precisamente por ello por lo que no le dije nada cuando al rasgar el paquete vi la alianza de boda de Nat. Podría haberlo hecho: Aidan se encontraba a tan solo unos metros de mí, subido al coche, a punto de arrancar para irse. Sin embargo, no lo hice. Sencillamente me lo guardé en el bolsillo y, aceptando el reto, entré en casa. Dejé el bolso en el recibidor, colgué la chaqueta y fui al salón, donde me dejé caer en el sillón. Una vez a solas, volví a sacar el paquete y acaricié el anillo con las yemas de los dedos. No había mensaje alguno junto a la joya, ni tampoco ninguna mancha de sangre ni ningún indicio que dejase entrever lo peor, pero por aquel entonces estaba ya tan convencida de que no iba a volver a ver a Nat con vida que ni tan siquiera me planteé otra alternativa. Paseé el anillo entre mis dedos, incapaz de pensar, incapaz de verter una sola lágrima, y permanecí en silencio durante unos segundos, sin poder ver más allá del muro de rabia y de impotencia que en aquel entonces sentía. El corazón me latía con tanta virulencia que ni tan siquiera podía seguir el hilo de mis propios pensamientos. Veía imágenes, rostros, movimiento, recuerdos, pero no podía concentrarme en ninguno de ellos. Estaba demasiado rota para ello.

Apreté los dedos alrededor del anillo y cerré los ojos.

—Lo mataré —prometí en un susurro—. Aunque sea lo último que haga en la vida. Lo haré, te lo prometo, Nat, lo mataré. No pararé hasta encontrarlo... te doy mi palabra. Estés donde estés...

Una única lágrima brotó de mi ojo derecho al lograr recuperar la última imagen de mi marido. Me concentré en ella, aferrándome al recuerdo de nuestro encuentro en la fiesta de la gran duquesa, poco antes de que nos separásemos para siempre, y me dejé envolver por la fantasía durante el breve periodo que la debilidad me permitió flaquear. Poco después, dando por finalizado aquel pequeño respiro, me encaminé hacia las escaleras y subí al piso superior. Por el camino saqué el teléfono y marqué el número de mi hermano, pero no llegó a cogérmelo. O quizás sí, no lo recuerdo. Es posible que respondiese, pero para cuando lo hizo yo ya no era dueña de mi propia mente. Tenía aún el teléfono en la mano, sí, y probablemente aún siguiese apoyado en mi oreja, pero mi mente ya no reaccionaba ante aquel estímulo. Mi cerebro y todo mi ser estaba atrapado por lo que al abrir la puerta encontré. Porque estaba allí. Él. El "Fénix", sumido en la oscuridad. El "Fénix" mirándome desde el otro lado del velo, sonriéndome con diversión, con sus ojos verdes de distintas tonalidades clavados en mí...

Y no estaba solo. Tras él, inmovilizados por nudosas manos negras que los sujetaban con firmeza contra la propia oscuridad, había decenas de personas que gritaban y suplicaban ayuda. Hombres y mujeres magullados y visiblemente maltratados que tan pronto me vieron enloquecieron de puro pánico, implorando ayuda.

Apelando a mi humanidad para liberarlos de donde fuese que el "Fénix" los tenía atrapados.

Francamente, no sé cómo no enloquecí ante tal visión... y mucho menos cuando, entre los prisioneros del "Fénix", mirándome como solo podría mirarme ella, vi a Jyn Valens.

—Cuanto tiempo sin vernos, mi querida Jyn —dijo el "Fénix" con alegría—. Tienes mejor aspecto que la última vez... en la fiesta de la anciana de Ballaster estabas preciosa. ¿Qué te ha pasado? ¿Una mala racha?

Alaster ensanchó la sonrisa con maldad, desviando momentáneamente la mirada hacia atrás, allí donde, de rodillas e inmovilizado, Nat Trammel me miraba con los ojos inyectados en sangre y la boca tapada por una mano. Al igual que el resto de prisioneros, mi marido estaba desnudo, con el cuerpo totalmente blanco lleno de moretones y cortes recientes de los que ya no manaba sangre.

Ya no le quedaba.

Me lo quedé mirando con una mezcla de asombro y angustia frente a la que no pude más que caer de rodillas. Su aspecto distaba mucho del hombre fuerte y enérgico que siempre había sido. Ahora, en su lugar, tan solo había un cascarón maltratado y agonizante a punto de convertirse en cadáver, si es que realmente no lo era...

Logró liberarse de una de las manos que lo aprisionaba y extendió el brazo hacia mí, suplicante. En su mirada podía leer su desesperación... me rogaba ayuda. Necesitaba que lo ayudase, que lo sacase de aquella prisión cuanto antes... y yo quería hacerlo.

No soportaba verlo así.

Me puse en pie y di un paso, dispuesta a adentrarme en aquel pequeño averno en su búsqueda.

—¡No! —gritó de repente alguien desde la oscuridad—. ¡No lo hagas!

Reconocí la voz de Davin en aquella advertencia, pero no logré encontrarlo entre los presentes. Veía mujeres, hombres, ancianos, niños... pero no había ni rastro del gran Pretor que había sido mi hermano. Sin embargo, no necesitaba verlo para percibir su presencia allí, protegiéndome. Tratando de ayudarme incluso más allá del velo.

Me detuve. El "Fénix" parecía ansioso por verme avanzar, por adentrarme en aquel micro infierno que había creado ante mis ojos, pero tras el primer paso supe que no debía dar ni uno más. No si no quería adentrarme en una senda de la que no podría escapar.

—¿Qué sucede, Jyn? ¿Tienes miedo acaso? —preguntó el "Fénix" al ver que no avanzaba—. ¿Acaso no llevas años esperando este momento? Tú y yo, cara a cara. ¡Vamos, ajustemos cuentas! Te he quitado a tu madre, a tu hermano y ahora a tu marido... ¿no quieres venganza? —Tendió la mano hacia mí—. Soy todo tuyo, cariño.

Todo mío...

Di un paso más al frente, arrastrada por el sentimiento de rabia y frustración que con fiereza crecía en mi corazón.

—¡No! —insistió la voz de Davin, la cual al fin pude localizar en boca de un niño de cabello castaño y ojos asustados. Era comprensible que no lo hubiese reconocido: en aquel entonces, yo era poco más que un bebé—. ¡Jyn, no lo hagas! ¡Si entras en el portal no podrás salir! ¡Morirás! ¡No te dejes llevar por sus provocaciones!

—¿Pero acaso crees que le importa, Davin? —replicó el "Fénix", risueño—. ¡Lo nuestro va más allá de la vida o la muerte! Jyn, cariño, morirás, sí, ¿pero acaso importa? A estas alturas, ¿qué te queda? Lo veo en tus ojos... en tu expresión. Estás a punto de caer... de sucumbir. Vamos, te estoy dando la oportunidad con la que tanto fantaseas. Tú y yo, solos, sin intermediarios. Sin Pretores que nos interrumpan... Querías matarme, pues aquí me tienes. Solo tienes que atravesar la línea: después todo quedará en tus manos.

Volví a mirar al suelo. Estaba a tan solo dos metros de la línea donde la oscuridad dividía la realidad en dos. En un lado, mi mundo: mi hogar, mi casa, mi vida. Al otro, el abismo del que el "Fénix" era dueño...

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