Capítulo 74

Capítulo 74 – Noah Valens, 1.817 CIS (Calendario Solar Imperial)




Se pueden decir muchas cosas de los Ballaster, desde que sus creencias son arcaicas hasta que su población vive anclada en el pasado en según que zonas del país. No tienen apenas ejército, ni tampoco están interesados en conseguirlo. Para ellos es mucho más importante cultivar sus campos y viñedos. Como digo, se les pueden echar en cara miles de cosas, pero no que no sepan organizar una buena fiesta. La gran duquesa había prometido que habría un antes y un después de aquel cumpleaños, y no se equivocaba. Vaya que no...

¡Ballaster! Qué emoción viajar por primera vez fuera de mi país. Para muchos era una tarea rutinaria: algo que, aunque no llegaba a llenarles del todo, y más cuando el destino era un país como aquél, no tenían más remedio que hacer. Para mí, sin embargo, era una auténtica novedad. Aquella era la primera vez que dejaba el suelo albiano y la aventura prometía. No iba a ser tan emocionante como los viajes a Nymbus de los que hablaba Lansel, ni tampoco como montar una Fortaleza en mitad del desierto, pero confiaba en que lo pasaríamos bien. De hecho, la Emperatriz estaba convencida de ello y yo la creía.

Joel Osric se había encargado de todo, desde la selección del palacete hasta del banquete. Había seleccionado al grupo de baile de Jyn para amenizar la velada, contactado con los De Valefort para el vino y a la empresa Kadi para la seguridad. Incluso había contratado a un grupo de decoradoras para que bañasen de flores y pétalos amarillos el impresionante salón donde nos encontrábamos. El venado de cristal que coronaba la mesa de canapés, las copas y la mantelería azul... el asesor personal de la gran duquesa lo había orquestado todo para que la velada resultase perfecta, y tras una hora de asistencia puedo confirmar de que no lo estaba haciendo nada mal. Al contrario. Los invitados, centenares de nobles procedentes de toda Ballaster y una amplia representación del resto de países aliados, todos vestidos de azul, por cierto, se mostraban enormemente satisfechos ante el gran espectáculo que se había organizado para ellos. Las bandejas de comida iban y venían llenas de exquisitos manjares y bebidas aromáticas mientras que la banda de música amenizaba el ambiente con dulces melodías de flauta y violín; malabaristas y equilibristas deambulaban mostrando sus habilidades por todo el salón, con los rostros cubiertos por máscaras ganchudas... y en mitad de todo aquel gran espectáculo azul estaba yo, siempre cerca de la Emperatriz, acompañándola allá donde decidiese ir.

Genial.

Me gustaba estar con la Emperatriz. A diferencia de lo que cabría esperar de alguien con su posición, Vanys Noctis era cercana, divertida y risueña... y se le notaban sus orígenes. No diré que era un poco bruta, que lo era, pero sí que la sangre ardía con mucha virulencia en sus venas. Aquella mujer había pertenecido a la Casa de las Espadas durante muchos años. Le encantaba practicar con armas en su tiempo libre, disparar, ejercitarse, salir a correr y, en general, recordar los viejos tiempos. Además, era una auténtica experta con la espada, de las mejores espadachinas que había visto, y disfrutaba entrenándome. De hecho, la Emperatriz había dado clases de esgrima a todos los miembros de su guardia, pero de entre todos yo era su favorita. Y no porque lo dijese yo, eh. Simplemente se notaba. Era muy dura conmigo, exigente y a veces incluso excesiva, pero me trataba con tanto cariño que no se lo tenía en cuenta. Al contrario, era un honor. A veces me preguntaba a qué se debía esa predilección hacia mí. Siendo quien era, era comprensible que desconfiase. Sin embargo, no lo hacía. Puede que precisamente porque era quien era valoraba el doble que hubiese decidido quedarme a su lado. Y no solo eso. Era la más joven, la más dulce... y la más dócil, la verdad. Mis compañeras a veces le llevaban la contraria, siempre tratando de velar por su seguridad, pero yo aún no era capaz de hacerlo. Siempre hacía lo que me pedía, la obedecía y seguía pasase lo que pasase, lo que le otorgaba una libertad que hacía tiempo que no tenía.

Una libertad que no estaba dispuesta a dejar escapar.

—Las flores son de Ostara, mi señora. Contraté a una agencia para que las recogiesen a mano y una a una de los campos de Lallarti, al norte. El proceso suele ser muchísimo más industrial, con maquinaria trabajando para su recolección, pero dadas las circunstancias creí oportuno que la manipulación fuese manual. Se sorprendería de la falta de delicadeza que pueden llegar a tener esos drones.

—Ya me imagino... la verdad es que nunca me he fiado demasiado de esas máquinas. Insisten en que las de protección son los más seguras, pero donde esté un Pretor que se quite todo lo demás.

Joel Osric sonrió con cortesía. Hacía rato que la Emperatriz le escuchaba hablar de todos sus esfuerzos por conseguir que la fiesta fuese "perfecta" y empezaba a estar cansada. De hecho, estaba agobiada. Le atendía con corrección, por supuesto, pero sus sonrisas glaciales y su expresión empezaban a denotar cansancio. Ni le importaban las flores ni muchísimo menos cómo las hubiese recogido. Joel Osric, sin embargo, no se daba por aludido. El asistente de la gran duquesa parecía cómodo junto a la Emperatriz y no quería separarse de ella. Lógico.

—¿Y le he hablado ya del procesamiento de la uva del vino tinto de los viñedos De Valefort? Es apasionante. Verá...

—Creo que la mejor forma de comprobar su calidad es probando una copa, Joel —interrumpió la Emperatriz, dedicándole una fugaz sonrisa carente de humor—. Si me disculpa...

—Por supuesto, por supuesto. Tiene usted razón, Alteza: venga, le conseguiré una copa de la mejor cosecha. Acompáñeme.

La Emperatriz aprovechó que Joel se adelantaba para poner los ojos en blanco. Me miró de reojo, esbozando una sonrisa traviesa, y negó con la cabeza. Aunque no le disgustaban aquel tipo de eventos, y mucho menos cuando había buen vino de por medio, le costaba disimular lo mucho que le aburrían según que conversaciones. Ella era una mujer de acción, no una damisela a la que se pudiese entretener hablando de flores y vino. Desafortunadamente, tenía que cumplir con el protocolo y mostrarse educada y correcta, así que no tenía más remedio que seguirle el rollo un poco más.

—Con que me torture a mí hay más que suficiente —me dijo en apenas un susurro—. Diviértete un poco tú que puedes.

—No importa, Majestad —respondí—. En el fondo no es tan aburrido...

—Venga ya, Noah, no seas tan correcta. —La Emperatriz chasqueó la lengua—. Es un pesado. Date un paseo, en serio. Tengo entendido que han invitado también a Reiner: búscalo, por favor. Si está por aquí quiero verlo.

—Por supuesto, Alteza.

Mi puesto fue suplido rápidamente por Luan, una de mis compañeras, lo que me dio cierta libertad para poder deambular por el salón y los jardines de los alrededores con la excusa de Reiner. En realidad el avezado antes Centurión y ahora Prefecto de la Casa de las Espadas no se encontraba en Ballaster, cosa que por supuesto la Emperatriz sabía, por lo que la búsqueda no me dio buenos resultados. Por suerte, el rato de descanso me sirvió para poder localizar a mi tío en el interior del salón, junto a una de tantas columnas, atendiendo a varios medios. A lo largo de aquella jornada daría como mínimo cinco entrevistas. También me permitió beber un poco del fantástico vino del que tanto hablaba Joel Osric, conocer a distintos diplomáticos procedentes de todo el continente que aseguraban haber conocido a mi padre en otros tiempos, y, en general, divertirme un poco. No bailé, ni tampoco conversé con toda la gente que me hubiese gustado, pero aquella puesta de largo me sirvió para ver con mis propios ojos la realidad de la que tanto hablaba la Emperatriz. La alta sociedad tenía que guardar las formas en todo momento, sonreír cuando no querían y escuchar a gente que les aburría... fingir ser quienes no eran... pero de vez en cuando también tenían derecho a divertirse, y aquel día era el gran ejemplo. Mirase donde mirase había gente sonriendo; gente disfrutando de la velada y yo no iba a ser menos.

Paseé por el salón principal en busca de Reiner hasta alcanzar la columnata junto a la cual se hallaba el acceso a la sala donde pronto todos nos reuniríamos para asistir al espectáculo de las chicas de Jyn. Hasta entonces, sin embargo, impidiendo el paso había un agente de seguridad. Me acerqué a curiosear, preguntándome dónde se encontraría mi prima, y seguí con el paseo hasta dar con la mesa del alce. Cogí un pastelito rosado de una de las decenas de bandejas planteadas que la llenaban y volví a mirar al frente. Ante mí, repartidos en distintos grupos, los invitados no paraban de parlotear animadamente. ¿El tema? En el fondo, por mucho que intentasen disimular, todos lo sabíamos. Los allí presentes querían saber qué era aquello que la gran duquesa iba a comunicarles, y como auténticos buitres que eran la mayoría, ya se frotaban las manos imaginando.

La Emperatriz creía que iba a anunciar su retirada. La gran duquesa Auren ya era una mujer mayor a la que el tiempo se le acababa. Aún tenía años por delante, por supuesto, pero las obligaciones del puesto la superaban. Elyana Auren se había ganado un merecido descanso, pero para poder disfrutar de él primero tenía que elegir a alguien como heredero. La gran duda era... ¿a quién? Ni tenía hijos ni sobrinos. Tampoco marido ni hermanos. La duquesa era una mujer solitaria que no había llegado a formar una familia tras enviudar. Lo más parecido que tenía a un sobrino era Kare Vespasian, y bastante tenía con ser el Emperador de Albia como para sumarle más cargas. No. La duquesa debía tener otro nombre en mente; otra persona a quien confiarle su reino, y pronto, muy pronto, lo descubriríamos...

¿Osric, quizás?

Jyn apareció por una de las puertas laterales poco antes de que llegase a la puerta que daba a los jardines. Al verla tuve la tentación de acudir a su encuentro y saludarla, tal y como llevaba días esperando, pero alguien se me adelantó. Siguiendo con lo previsto, Nat Trammel dejó el grupo de Pretores de la Corona junto al cual se encontraba charlando y, logrando arrancarle una sonrisa de pura sorpresa ante su inesperada aparición, la estrechó con fuerza contra su pecho. Se abrazaron, se besaron... y en fin, todas esas cosas que suelen hacer las parejas cuando se reencuentran tras unos días sin verse.

En definitiva, no era el mejor momento para interrumpir, así que salí a los jardines y deambulé entre los árboles. En aquella zona también había habido mucha gente, pero con el paso de las horas y la caída de las temperaturas con la llegada de la noche se había ido vaciando. De hecho, para cuando yo salí ya no quedaban más de una docena de personas diseminadas por los alrededores. Les eché un rápido vistazo, asegurándome que entre ellos no se encontrase el Prefecto Reiner, y me adentré en uno de los caminos de piedra que había entre los árboles. Se respiraba paz. Busqué un banco en el que sentarme y saqué el teléfono del bolsillo interior de la chaqueta. Pocos segundos después, tal y como me había prometido que haría, el dispositivo empezó a sonar con el nombre de Gherys Dern en la pantalla.

No pude reprimir una sonrisa al coger el teléfono y escuchar su voz en el auricular.

—Hola, Gherys. Tan puntual como de costumbre.

—Ya me conoces: soy un hombre de palabra —respondió en tono risueño—. ¡Te he visto en la televisión! De lejos y de perfil, pero eras tú, estoy convencido. ¿Por que llevas la capa azul? ¿Ya te han echado de la Corona?

Incluso en la distancia y a través de un teléfono, mi buen amigo lograba sacarme una sonrisa.

—¡Más quisieras! Es protocolo. La gran duquesa lo ha pedido y... en fin, la Emperatriz dijo que dadas las circunstancias no nos costaba nada complacerla. ¿Y dices que me has visto? ¿Y a mi tío? ¡Está dando entrevistas!

—Lo sé, lo sé, él también ha salido. Ambos. Incluso tu prima y Trammel... os lo estáis pasando bien, ¿eh? Desde luego no parece que estéis sufriendo demasiado. ¿Sabes ya lo que va a anunciar?

Me puse en pie y empecé a caminar sin rumbo fijo, adentrándome cada vez más en la zona más oscura del jardín. La música y las voces iban quedando atrás, dejando espacio a los sonidos propios de la noche de Ballaster. Los coches que aguardaban más allá de los altos muros, el ulular del viento, el sonido de las hojas al danzar bajo las estrellas... y el relinchar de caballos.

—Eh, ¿qué es eso? —preguntó Gherys con curiosidad al oírlos—. ¿Dónde estás? ¿Vas a las caballerizas? Dicen que los caballos de la gran duquesa son los más rápidos de todo el continente.

—¿Y eso a quién se lo has oído decir? ¿A Joel Osric, quizás? —Por tonto que parezca, me reí de mi propio chiste—. Aquí todo es lo mejor de lo mejor.

—Bueno, déjales, pobres. Bastante tienen con no ser albianos... oye, en serio, ¿vas a ir a verlos? Mi hermana siempre quiso un caballo pero mis padres no podían permitírselo. Si les haces una foto se la enviaré.

—¿Hermana? No sabía que tenías una hermana.

—Si yo te contara...

Me encaminé hacia las caballerizas. No se encontraban demasiado lejos de allí pero para acceder a ellas tenía que pasar por un puente curvo bajo el cual aguardaba un estanque de aguas claras lleno de peces. Los recorrí con paso tranquilo, disfrutando de las bonitas vistas, y ya al otro lado me dirigí a la entrada del edificio rojo que era el establo.

Me detuve frente a la puerta entreabierta para que Gherys pudiese escuchar su cántico. El dispositivo móvil no captaba toda la belleza de sus voces, pero incluso así diez segundos de escucha bastaron al Pretor para embriagarse del mágico momento.

—Es increíble —dijo en tono soñador—. Me encantaría estar allí.

—Ya... —respondí, y sin poder evitar que las palabras brotasen de mis labios con alarmante sinceridad, seguí hablando—. Y a mí que estuvieses conmigo.

Unos segundos de silencio. Al otro lado de la línea Gherys cogió aire.

—¿De veras?

Me gustaría decir que la sensación de opresión que en aquel entonces sentí fue resultado de las mariposas en el estómago. Habría sido muy romántico. De hecho, habría sido muy propio de mí. Mi hermana decía que era demasiado tierna y en cierto modo tenía razón. No obstante, aquella vez fue algo diferente lo que despertó aquella sensación en mí. Volví la vista hacia la puerta del establo, alejando momentáneamente el teléfono de mi oreja, y la empujé. Procedente del interior del edificio el relinchar de los caballos se estaba volviendo nervioso... demasiado acelerado para no despertar mi alerta. Encendí la linterna integrada en el teléfono e iluminé mi alrededor. Ante mí se abría un amplio corredor de tierra en cuyos laterales aguardaban más de una veintena de cajones cerrados mecánicamente.

Me adelanté unos pasos más. El fragmento de Magna Lux que marcaba el ritmo de mi corazón latía cada vez con mayor fuerza, inundando de la palabra peligro mi mente. Había algo en aquel lugar que lo provocaba, pero por más que lo buscaba, no lograba localizarlo. Todo parecía demasiado tranquilo como para despertar ninguna sospecha. Sin embargo...

—¿Noah? —escuché preguntar a Gherys a través del altavoz del teléfono—. ¡Maldita sea, Noah, responde! ¿Qué pasa?

Buena pregunta. Me adelanté unos cuantos pasos más, adentrándome aún más en el corazón de los establos, y comprobé que no hubiese nadie por la zona. Estaba muy acompañada, sí, pero únicamente por los equinos. El resto del edificio estaba vacío... aunque hacía poco que había habido alguien. Alguien cuyo perfume a rosas había quedado impregnado en varios puntos.

Traté de aclarar mi mente. Los cada vez más nerviosos relinchos de los caballos impedían que pudiese pensar con claridad.

—¡Noah! —insistió Gherys.

—Perdona, perdona —respondí, llevándome de nuevo el teléfono a la oreja—. He entrado en el establo y... no sé, noto algo.

—¿Notas algo? —El tono del Pretor cambió por completo al escuchar aquellas palabras—. ¿A qué te refieres? ¿Tu radar?

Asentí con la cabeza, demasiado concentrada en cuanto me rodeaba como para darme cuenta de que no podía verme. Me acerqué a uno de los cajones y deslicé la mano sobre la puerta metálica tras la cual se encontraba su ocupante. Se trataba de una amplia pantalla cerrada que cubría todo el cajón en cuya zona central, a la altura de los ojos, había un ojo de buey a través del cual se podía ver al caballo. En la parte derecha había pequeña consola de control que controlaba el sistema de apertura, pero por lo demás era un muro liso y metálico, sin nada reseñable. Muy diferente a lo que habría imaginado.

—Sí —admití—. Noto algo... es raro. Es como si fuese a pasar algo... como si algo fallase.

—¿Qué ves?

Relinchos cada vez más nerviosos. Los caballos no paraban de moverse agitados dentro de los cajones, levantando nubes de polvo marrón en su interior.

—Oscuridad y caballos, poco más. Eso sí, los tienen encerrados en una especie de caja de metal. Es... —Golpeé la pantalla con los nudillos—, es diferente de lo que imaginaba. Están encerrados.

—Cada vez te oigo peor... están muy nerviosos. ¿Has mirado si les pasa algo?

—Es complicado saber. Están encerrados... —Tras un rápido vistazo por la ventana me acerqué a la consola. Aunque a simple vista el animal parecía estar bien, era evidente que algo sucedía dentro del cajón—. ¿Es posible que se estén ahogando? Lo parece desde luego. Voy a abrir. Hay una consola de control que conecta con el motor de la puerta. ¿Podrías...?

—Por supuesto. Haz lo que te diga.

Aguardé unos segundos a que Gherys se conectase a su ordenador. Una vez en él, hice una fotografía a la consola y la puerta en general y se la mandé. La tecnología de Ballaster no distaba demasiado de la albiana, por lo que no tuvo demasiados problemas para identificar el modelo. Independientemente del proveedor que lo hubiese envasado, el sistema era el mismo. Me pidió que sacase la tapa del dispositivo hundiendo las uñas en dos puntos clave de las junturas, lo que conseguí no sin ciertas dificultades. Una vez fuera, leí el código alfanumérico que había inscrito en la parte interior de la tapa y saqué la protección que cubría las placas de cerámica sobre las cuales habían adherido la circuitería. Para mí todo aquello era un universo desconocido: una ciencia que incluso llegaba a hacerme sentir incómoda por lo cerca que estaba de la herejía. Para Gherys, en cambio, era el pan de cada día.

Volví a mandarle una foto del interior de la consola.

—Ahora necesito que desconectes los dos cables amarillos, los cortes por la mitad y los unas... así, bien hecho. Saca el de color rojo y vuelve a poner la tapa... bien, ahora dame unos segundos. Me voy a descargar el cifrado. En cuanto tenga el código tendrás que introducirlo rápidamente. Va cambiando cada cinco segundos.

—¿Nadie sabe que estamos manipulando el sistema?

—De momento no, pero no tardarán. Vamos, atenta. Empiezo...

La puerta se abrió lateralmente tan pronto introduje el último de los códigos. Dentro el caballo se puso en pie y relinchó, ansioso por escapar, pero no pudo hacerlo. Un arnés lo sujetaba con correas a un sistema de seguridad propio del cajón. Lo iluminé con el teléfono, cegándolo momentáneamente, y me acerqué, tratando de apaciguarlo con suaves caricias en la crin. El ejemplar era enorme, con la piel blanca y la crin negra. Su hocico era algo más alargado de lo habitual, al igual que sus patas y su cola; sus ojos, dos bolas de fuego negro, brillaban nerviosos en sus órbitas, como si hubiese algo que lo asustase...

Rápidamente detecté qué era lo que iba mal. Anudadas a sus cuatro patas el animal tenía unos pequeñas bombonas rojas cuyo contenido, sin necesidad de verlo ni olerlo, hizo saltar todas mis alarmas.

—¿¡Pero qué demonios...!?

—¿Qué pasa? ¿Qué has visto? —preguntó Gherys—. ¿Qué hay?

Me agaché para comprobar los depósitos. Su mera presencia enervaba al animal. Acerque con cuidado las manos a una de ellas y, logrando con aquel sencillo gesto recibir una coz que a punto estuvo de alcanzarme de pleno la cara, opté por retroceder. Les hice una fotografía y se la envié a Gherys. En la oscuridad casi total del cajón solo podía ver el color rojo del metal...

—¿Qué es eso? —quise sabe—. Lo tiene el caballo en...

El estruendo de todas las puertas de los cajones al abrirse a la vez silenció mis palabras. Volví la mirada hacia fuera, sobresaltada, e hice ademán de salir. Antes de lograrlo, sin embargo, hubo un nuevo sonido. El sonido de todos los arneses que mantenían a las monturas atadas al caer al suelo...

Y el de decenas de válvulas al empezar a soltar gas.

Me pegué de espaldas a la pared justo a tiempo para evitar que el caballo de mi cajón me arrollase. Me fue de poco, apenas unos centímetros, pero suficiente para que al menos no acabase pisoteada por sus poderosas patas. Lamentablemente, de lo que no pude escapar fue de la cortina de gas que, de repente, tiñó de rojo toda la estancia. Aguanté la respiración...

Me lancé al suelo y me arrastré hasta la entrada del cubículo. Procedente del resto de cajones los caballos del establo salían en estampida por la puerta principal, dejando tras de sí nubes de humo carmesí. Un humo que poco a poco empezaba a enturbiar mi mente...

No sé cómo lo conseguí, pero tras unos segundos de auténtico terror en los que creí que de un momento a otro alguno de los equinos aparecería de la nada para pisotearme el cráneo logré cruzar a rastras la salida. Rodé por el suelo, alejándome el máximo posible de la humareda, y sintiendo ya los pulmones a punto de explotar, cogí aire.

Me pasé unos segundos jadeando, con el cuerpo en completa tensión de pura angustia. A pesar de volver a respirar notaba que me faltaba oxígeno, que dos manos presionaban mis pulmones...

Por desgracia, había demasiado por lo que preocuparse más allá de mis limitaciones físicas. La noche se estaba llenando de gritos... y de disparos.

Luché conmigo misma para ponerme en pie. Me aparté el pelo de la cara y alcé la mirada hacia el cielo cada vez más rojizo. Me dolía el pecho horrores y no era solo por la falta de aire. Fuese cual fuese la toxina que los caballos estaban dispersando estaba luchando contra mi sistema inmunológico, tratando de envenenarlo. Por suerte, yo era más fuerte. El poder de la Magna Lux y del Sol Invicto impedirían que la infección me destruyese. Lamentablemente, no todos los presentes tendrían esa posibilidad.

Tenía que reaccionar. Tenía que...

El sonido de una voz en la lejanía gritando mi nombre logró atravesar la burbuja de desconcierto en la que me veía atrapada para captar mi atención. Parpadeé un par de veces, paseando la mirada por mi alrededor, confusa, hasta lograr localizar junto a la puerta del establo, tirado en el suelo, mi dispositivo móvil. La humareda roja lo había hundido en las tinieblas hasta hacerlo desaparecer, pero el sonido de la voz que surgía de su interior parecía tener un poder especial en mí. Un poder capaz de sacarme de la prisión carmesí en la que poco a poco estaba cayendo... de hacerme resurgir de las tinieblas.

Una voz que a partir de aquel día deseé que siempre me acompañase.

—Noah, por favor, dime qué está pasando. Puedo ayudarte. Vamos, respóndeme, por favor. Respon...

—Gherys —dije al fin, recogiendo el terminal y llevándome al oído tras separarme unos cuantos metros del edificio. Me alejé hasta alcanzar el otro extremo del puente, donde me dejé caer junto al lago—. Gherys... Gherys no sé qué está pasando. Hay humo rojo por todas partes... humo que no me deja pensar con claridad, y...

—¿Humo rojo? ¿De qué demonios hablas?

Hundí la mano en el agua, lo que logró que algo en mí se apaciguara. Cerré los ojos y dejé que la sensación de calma que me aportaba la frescura del lago relajase mi mente y poco a poco fuese apartando las tinieblas. Era una sensación extraña, como si el agua me estuviese limpiando de la infección... pero a su vez me arrebatase parte de la energía.

Con cada segundo que pasaba, más debilitada me sentía.

—Noah, en serio: ¿qué ha pasado?

Más gritos, disparos... tenía que reaccionar, pero no podía. No lograba que mi mente pensara con claridad. Además, aquella voz...

—¡Maldita sea, Noah! —gritó de repente—. ¡Sea donde sea que estás, levanta ahora mismo! ¡Lo están emitiendo por la televisión! ¡Están atacando el palacete!

—Nos atacan, sí... —admití, incapaz de comprender el auténtico significado de aquellas palabras—. Los caballos...

Hubo un breve silencio.

—Ya veo —comprendió Gherys—. Necesitas limpiar tu organismo. La Magna Lux te está ayudando, pero mientras sigas absorbiendo la toxina, no podrás liberarte de ella. ¿Qué ves a tu alrededor?

La cabeza empezaba a darme vueltas.

—¿A mí alrededor? Cielo, oscuridad, árboles... un lago...

—¿Un lago? De acuerdo: escúchame con atención y haz lo que te digo. Deja el teléfono en el suelo y métete en el agua. Sumérgete. A continuación activa tu escudo. La toxina solo se expande por el aire, así que no podrá llegar a ti una vez estés dentro. Espera unos segundos y verás como tu mente se aclara... después sal sin desactivarlo. ¿Puedes hacerlo?

Las órdenes danzaban en mi mente, dibujando extrañas imágenes carentes de sentido alguno. Me veía a mí misma saltando al agua... pero sumergiéndome en el océano. Y veía en la lejanía una isla llena de riscos, y en el más alto, mirándome con curiosidad, veía a mi madre. Danae Golin. Me estaba sonriendo... me estaba hablando. Sus labios se movían pero no podía oír lo que decía. No importaba: solo quería ir con ella. La echaba tanto de menos...

—¡¡Noah, reacciona!! ¡La Emperatriz está en peligro! ¡Te necesita! ¡¡Vamos, vuelve!!

La Emperatriz...

Dejé caer el teléfono al suelo y me lancé de cabeza al lago. No era aún consciente de lo que hacía, pues mi cuerpo se movía por sí mismo, arrastrado por algún tipo de fuerza incontrolable. Me sumergí unos metros, dejando a mi propio ser hundirme hasta las profundidades, y una vez en ellas dejé que pasaran los segundos. Uno, dos, tres...

En el quinto mi mente empezó a aclararse.

En el décimo logré recuperar el autocontrol...

Y en el veinteavo ya volvía a ser dueña de mi propio ser. Activé el escudo protector que el poder de la Magna Lux me brindaba y, haciendo acopio de las escasas fuerzas que me había dejado el ataque químico, salí del agua. La nube roja se abalanzó sobre mí de nuevo, pero mis defensas la repelieron. Ahora no podría hacerme nada. Recogí el teléfono del suelo, me lo llevé a la oreja y, dejando atrás el establo, la debilidad y el miedo, corrí a toda velocidad hacia el edificio principal.

—Me has salvado —dije a mi compañero, logrando arrancarle una exclamación de triunfo—. Te debo una, Gherys.

—Me conformo con que vuelvas con vida —respondió—. Los malabaristas y equilibristas de las máscaras están atacando. Van armados con ametralladoras y están gaseando a los invitados... han acabado con los agentes de seguridad. Parece un secuestro, Noah... ¡Busca a la Emperatriz y sácala con vida de ahí!

Sentí un vuelco en el corazón al escuchar aquellas palabras. Jamás me perdonaría si le hicieran algo a mi querida Emperatriz. Jamás.

—¡Cuenta con ello! ¿Algún consejo?

—Las bombonas tienen un punto amarillo por el cual sale un gas de color blanquecino. Creo que es la válvula de salida de los gases residuales. Estoy convencido de que si disparas ahí, las harás explotar.

—¿Tu crees?

—No suelo equivocarme, ya lo sabes. ¡Confío en ti, Noah! ¡Suerte!

Colgué la llamada y me guardé el teléfono en el bolsillo. Inmediatamente después desenfundé mi pistola y me preparé para el inminente enfrentamiento. Los gritos aún quedaban lejos, al igual que los disparos, pero estaba a punto de acceder a la zona del jardín principal y sabía lo que aquello implicaba. Era cuestión de segundos que llegase al área de batalla...

Y cumpliendo con mi pronóstico, así fue. Atravesé la última línea de árboles y me adentré en el mismo espacio libre por el que anteriormente había estado paseando, disfrutando de la noche. Ahora el aire estaba teñido de rojo, lo que me dificultaba la visión. Por suerte, mi radar captaba a la perfección la localización de cada uno de los componentes de aquel macabro espectáculo. Desde los invitados que yacían en el suelo gritando y retorciéndose, y los caballos que correteaban por la zona aterrorizados, hasta los artistas que, con el rostro oculto tras sus máscaras respiratorias, intercambiaban disparos con los pocos agentes de seguridad que aún seguían en pie.

—¡Por Albia! —grité, dejándome llevar por el espíritu guerrero que de repente había invadido mi mente—. ¡Por el Imperio!

Disparé al primero de los malabaristas por la espalda, atravesando limpiamente su cráneo por detrás. Su dedo quedó encasquillado en el gatillo del arma, provocando que su ametralladora escupiera una ráfaga de disparos. Por suerte, se perdieron en la noche. Inmediatamente después, el hombre cayó al suelo, provocando que tres de sus compañeros se girasen y me viesen. Los tres dirigieron sus armas hacia mí, pero tan solo uno ellos llegó a activarla. Al primero le atravesé la máscara de un tiro entre los ojos mientras que al segundo, localizando el punto amarillo del que hablaba Gherys en la parte trasera de la bombona que cargaba a las espaldas, lo hice saltar por los aires. El tercero logró disparar pero rápidamente fue alcanzado por las llamas de la explosión. Su proyectil, sin embargo, sí logró alcanzarme... o mejor dicho, lo habría logrado de no haber sido absorbido por mi escudo. La barrera invisible de fuerza que me rodeaba detuvo la bala a un par de metros de mí y la expulsó con fuerza, tirándola a los pies de uno de los invitados inconscientes que poblaba el suelo.

Barrí la zona con la mirada, asegurándome de que no hubiese más asaltantes a mi alrededor, y corrí hacia la puerta. Procedente del interior de la fiesta los disparos se multiplicaban. Mis compañeras se habían dividido en distintos grupos, lo que provocaba que el intercambio de fuego se diese no solo en un punto, sino en más de siete diferentes. Lamentablemente no tenía tiempo para ayudarlas a todas. Mi objetivo era claro: salvar a la Emperatriz. Lo demás, muy a mi pesar, estaba en un segundo plano.

Tal y como atravesé la puerta una ráfaga de disparos procedente de uno de los artistas situados tras la mesa de aperitivos me dio la bienvenida. Los proyectiles impactaron con fuerza contra mi escudo, debilitándolo, pero no lograron llegar a rozarme. Los míos, en cambio, hicieron caer de espaldas a mi objetivo. Me adentré en la sala, recorrí parte del recibidor a la carrera y, guiándome por el grito de advertencia de uno de mis compañeros, me lancé al suelo, donde rodé a tiempo para esquivar otra ráfaga de disparos. Me refugié tras una columna. Al menos había cinco personas disparándome; demasiado para mi escudo. Cogí aire, me concentré para crear un dibujo mental de la localización de cada uno de ellos e hice ademán de salir. Inmediatamente después, varias ráfagas de disparos barrieron la zona, haciendo saltar por los aires esquirlas de la columna tras la cual me escondía. Cogí aire, sintiendo la sangre brotar de mi frente al ser alcanzada por uno de los fragmentos, y volví a asomarme. Mis objetivos, agrupados en el rincón lateral derecho, se ocultaban tras columnas y maceteros, lo que me complicaba las cosas. Tendría que hacerlo de otra manera...

Volví la vista atrás, hacia el cuerpo del malabarista al que acababa de derribar, y me lancé rodando a por él. Lo aferré con fuerza por la pierna derecha. A continuación, arrastrándolo a base de fuerza bruta tras la mesa, me apresuré a arrancarle la bombona de la espalda. Pesaba bastante, la verdad, y no dejaba de liberar gas, pero no había otra forma. Dejé de respirar, asegurándome así de no absorber la toxina que yo misma había metido en el escudo al coger el depósito, y volví a rodar por el suelo, alcanzando de nuevo la columna. Durante el trayecto cuatro proyectiles acribillaron de nuevo mi escudo, debilitándolo de forma alarmante, pero no me detuve. Me incorporé, calculé la distancia que nos separaba y, mostrándome una última vez, lancé la bombona con todas mis fuerzas. Acto seguido, disparé una única vez.

Los cinco tiradores aullaron de dolor y agonía al ser alcanzados por la explosión. Me incorporé, salí de mi escondite y, aprovechándome de su posición de debilidad, disparé hasta silenciar las cinco voces.

Antes de seguir con mi avance aseguré la zona barriendo cada metro cuadrado que me rodeaba con el radar y la vista. No quería sorpresas, y mucho menos sorpresas que me vinieran por la espalda. Era importante. Una vez confirmada la ausencia de enemigos, me encaminé hacia el salón principal, donde los disparos no solo no habían cesado, sino que continuaban con mayor fiereza. Corrí hasta la entrada y me detuve junto al umbral de la puerta. No muy lejos de donde me encontraba, ocultos tras unas mesas volcadas, tres tiradores acosaban a una de mis compañeras con incesantes ráfagas de fuego.

Malditos cerdos.

Apreté los puños con fuerza, furiosa, y los abatí a los tres con tres disparos mortales en la cabeza. A continuación, saltando por encima de sus cadáveres y las mesas, seguí avanzando hasta alcanzar la posición de mi compañera Hilda. Al otro lado del gran salón, diseminados en varios grupos, el combate seguía ferozmente.

—¿¡Dónde está la Emperatriz!? —pregunté, descubriendo al agacharme a su lado que había sido alcanzada por cuatro disparos en la pierna derecha. Tuve la tentación de quedarme con Hilda para auxiliarla, pero no había tiempo para ello. Lo primero era lo primero—. ¿¡La has visto!?

—Luan y Sumer la estaban intentando evacuar a por las escaleras —respondió con los dientes apretados. Las balas le ardían en la pierna—. Deberían estar arriba...

Alcé la mirada hacia las escaleras en cuestión. Se trataba de un impresionante escalinata doble de amplios peldaños de mármol situada no muy lejos de allí, al fondo de la sala, justo al lado de donde otra de las Pretoras de la Casa de la Corona intercambiaba disparos con un par de acróbatas de máscara ganchuda. Lancé mi mente hacia los escalones, haciéndola ascenderlos uno a uno hasta alcanzar el piso superior. Una vez en lo alto hizo un rápido barrido. Había disparos, muchos disparos, y alguien hablando... alguien vociferando.

Asentí con la cabeza y volví la mirada hacia mi compañera del fondo de la sala.

—¡Leiba, cúbreme! —grité—. ¡Voy a subir!

Mi compañera respondió incorporándose y barriendo con una intensa ráfaga de disparos las columnas tras las cuales se ocultaban sus oponentes. Me incorporé y, concentrando toda la fuerza en las piernas, me lancé a la carrera. Atravesé el salón a gran velocidad, convirtiéndome en el objetivo de otros tiradores cuyas balas lograron al fin destruir mi escudo, y no me detuve hasta alcanzar el primer peldaño. Una vez en él me lancé sobre la escalera, tratando de ocultar mi cuerpo tras el pasamanos, y empecé a ascender a cuatro patas. Varios proyectiles me pasaron muy cerca, demasiado incluso para no sentir una punzada de miedo en el corazón. A pesar de ello seguí y no me detuve hasta llegar al piso superior, donde salí a un pasadizo. Miré a izquierda y derecha, descubriendo al instante que había enfrentamientos en ambos lados, y volví a activar mi radar. La Emperatriz no estaba lejos de allí...

Recorrí a la carrera el corredor al final del cual la localicé hasta alcanzar la puerta del salón donde un grupo de cinco hombres la tenían acorralada. La Emperatriz se encontraba contra la pared, oculta tras unos maceteros, protegida por mi tío y Luan, la cual se dedicaba únicamente a mantener activo el escudo mientras ellos disparaban. Por el momento estaban aguantando bien el intercambio de fuego, pero era cuestión de tiempo que perdiesen. La cobertura del enemigo era mucho mejor que la suya, y el número, por desgracia, muy superior.

Se les acababa el tiempo...

Me agaché junto al umbral de la puerta. Mis oponentes no me habían visto, pero sí mi tío. Alcé el dedo índice, señalé a uno de los atacantes, el cual estaba concentrado en vaciar el cargador de su arma contra el ónice negro del macetero central, y preparé mi arma. Inmediatamente después, comprendiendo mis intenciones, Aidan dejó de disparar y se abalanzó sobre la Emperatriz, para cubrirla con su propio cuerpo. Ella se quejó al ser derribada contra el suelo, donde pateó para liberarse, pero rápidamente comprendió el motivo. Apunté mi arma en el punto amarillo del depósito del malabarista que tenía como objetivo y apreté el gatillo.

Todo templó a nuestro alrededor.

La explosión en cadena de las cinco bombonas me hizo salir disparada contra el suelo, donde rodé varios metros hasta acabar estampada contra la pared. Permanecí unos segundos tendida sobre la alfombra, aturdida por el impacto. La cabeza me daba vueltas... Por desgracia, mi descanso finalizó pronto. El sonido de unos pasos procedentes del fondo del corredor captaron mi atención. Alcé la mirada, pero antes de que pudiese reaccionar una mujer con el rostro cubierto por una máscara de gas recién salida del fondo del corredor dirigió su arma hacia mí.

—¡Maldita....!

Un disparo directo en la máscara la hizo caer de espaldas, a mitad de frase. Volví la vista atrás, con el corazón latiendo enloquecido en el pecho, y tomé la mano que alguien me tendía. Mi tío tenía el rostro teñido de sangre y las ropas hecha harapos, pero estaba bien. Al menos todo lo bien que se podía estar en aquellos momentos. Y tras él, Luan intentaba retener a la Emperatriz, la cual ansiaba con todas sus fuerzas unirse a nosotros.

—Sabía que no me fallarías, pequeña —me dijo Aidan con orgullo—. Buen trabajo.

—Gracias, tío —respondí con la voz aún temblorosa—. Esa mujer...

—Ni lo pienses.

Juntos regresamos al interior de la sala, donde Luan y Vanya aguardaban más allá de una cada vez más estrecha cortina de llamas. Lo bordeamos por el lateral derecho, dedicándoles tan solo una fugaz mirada a lo que quedaba de los cuerpos, y una vez junto al resto, me cuadré ante la Emperatriz.

—¿Está usted bien, Alteza?

Irradiando su habitual aura de fortaleza y determinación, Vanya Vespasian asintió con la cabeza. Ella también había participado en el enfrentamiento, por supuesto. De hecho, cargaba ya con muchos caídos a sus espaldas aquella noche. La corona no le había hecho olvidar su pasado como Pretor de la Casa de las Espaldas. No obstante, la falta de entrenamiento había provocado que uno de los disparos le rozase el hombro...

Resultaba aterrador ver la sangre manchar la manga de su vestido.

—Oh, Sol Invicto, su brazo...

—¡Ni se te ocurra, Noah! —respondió, alzando el dedo índice a modo de advertencia—. Tú no, por favor.

—Alteza, tenemos que sacarla de aquí de inmediato —dijo Luan, dedicándome un breve asentimiento de cabeza a modo de agradecimiento—. Noah, tú y yo la escoltaremos hasta el exterior. Sumer irá en busca de la gran duquesa, si es que sigue con vida, claro.

Una fuerte punzada de angustia me aguijonó el corazón al volver la mirada hacia mi tío y descubrir que no era precisamente en la líder de Ballaster en quien estaba pensando. Aidan tenía a Jyn en mente, como era normal. Yo la había olvidado, concentrándome por completo en la Emperatriz, pero él no. En todo momento la había tenido presente, y ahora que al fin había logrado poner a salvo a nuestra líder, mucho más.

Le iba a costar mucho anteponer la seguridad de la duquesa de Ballaster a la de su hija.

Sentí un nudo en el estómago. Sabía lo que tenía que hacer, mi lugar estaba junto a la Emperatriz, pero me horrorizaba la idea de no poder ayudarlo. Si ella muriese...

No quería ni imaginarlo.

—¡No pienso escapar como las ratas! —exclamó Vanya, volviendo la mirada hacia la Pretor, desafiante—. ¿Acaso se te olvida quien soy, Luan? ¡En mi pecho late un cristal como el tuyo!

—Y doy gracias al Sol Invicto por ello, Alteza —insistió la Pretor—, de lo contrario es posible que estuviésemos muertos. Pero como bien dice, no se me olvida quien es. Es la Emperatriz de Albia, ¿recuerda? Y como tal debo asegurar su supervivencia cueste lo que cueste. El Emperador Vespasian...

—Kare no huiría —replicó con cansancio, consciente de que no podría vencer aquella batalla—. Él daría la cara.

—No lo dudamos, Alteza —respondió Aidan, acudiendo al rescate de Luan—, pero no tenemos tiempo para discutir al respecto. Lo lamento: sabe cuáles son las reglas.

Las sabía, por supuesto que las sabía. Ni era la primera vez que tenía aquella discusión ni tampoco sería la última, pues su instinto guerrero le impedía aceptar definitivamente su nueva condición, pero en todos los casos sabía cuál sería el desenlace.

Me dedicó una mirada melancólica antes de aceptar finalmente su destino. Tal y como en cierta ocasión me había confesado, pasarían los meses, años y décadas, que jamás dejaría de ser un Pretor al servicio de Albia. Jamás.

—De acuerdo —concedió finalmente—. Salgamos de aquí... Sumer, confío en ti.

Me hubiese gustado poder decirle algo a mi tío, desde desearle suerte a pedirle por favor que antepusiera a Jyn a la gran duquesa, pero Luan no me lo permitió. Tan pronto la Emperatriz aceptó ser escoltada nos pusimos en marcha. Mi compañera volvió a activar su escudo y, situándose delante de Vanya y yo detrás, iniciamos el camino de salida empleando otra ruta por la que, por suerte, apenas encontramos resistencia.

Eso sí, antes de lograr huir de la gran locura en la que se había convertido el cumpleaños de la gran duquesa de Ballaster algo sucedió. Algo que, aunque en aquel entonces no di mayor importancia, marcaría para siempre nuestro futuro. Y es que, mientras atravesábamos los jardines delanteros del palacio hacia la cochera, en busca de un vehículo con el que abandonar el recinto, en la lejanía vi a Nat Trammel. Lo vi fugazmente corriendo tras un hombre de cabello rubio rizado cuya presencia en aquel entonces no despertó nada en mí. Poco después, desapareció entre los árboles y su recuerdo se perdió entre la marabunta de sentimientos y preocupaciones que en aquel entonces atormentaban mi mente.

¿Cómo imaginar que, en realidad, a quien perseguía era el mismísimo Orland Alaster, alias el "Fénix"?

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