Capítulo 73
Capítulo 73 – La Reina de la Noche, 1.817 CIS (Calendario Solar Imperial)
Por aquel entonces no había visitado demasiados lugares. La juventud y la guerra me lo habían impedido, pero con el tiempo recorrería prácticamente todo el mundo, y puedo asegurar que la ciudad de Vulpax es uno de los sitios más extraños en los que jamás estuve.
Construida bajo tierra, sorprendentemente cerca de un volcán activo conocido como el Ojo del Titán, la ciudad de Vulpax era uno de los pilares principales de Talos. Se trataba de un lugar construido en el interior de una impresionante caverna cuyos asfixiantes edificios servían de hogar a más de cien mil personas. Vulpax era gris, con calles muy estrechas labradas entre la piedra por la que únicamente las motocicletas tenían cabida. Los coches, desterrados de la ciudad, aguardaban en el exterior, en un macroaparcamiento elevado bajo el cual los ríos de lava del Ojo del Titán llenaban de vapores y calor cuanto les rodeaba. El ambiente estaba muy cargado, con un regusto a metal en el aire que provocaba que incluso respirar resultase complicado. Eso sí, había que admitir que la ciudad estaba muy limpia. Mirases donde mirases no había ni una mota de polvo, un papel fuera de una papelera o un sencillo envoltorio en el suelo. Tampoco había gritos ni ruidos que perturbasen la paz reinante. Aquel maldito hormiguero era siniestro, os lo aseguro.
—Pues aquí estamos —exclamó Balian Aesling tras descender la última de las escaleras del acceso. Ante nosotros, una decena de lenguas de asfalto se adentraban en la ciudad, partiendo en distintas secciones los enormes bloques de piedra que eran los edificios—. Qué pintoresco.
—Maravilloso —murmuró Juno entre dientes.
Aunque habíamos hecho el viaje hasta Talos por separado, llevábamos ya varias horas juntos recorriendo los lúgubres paisajes en coche. El trayecto no había sido especialmente ameno. Mientras que Juno conducía en completo silencio, subiendo el volumen de la radio cada vez que se me ocurría decir algo, Balian se limitaba a mirar su teléfono, indiferente. Ninguno de los tres nos sentíamos cómodos con la presencia de los otros, y no era para menos. Si bien Juno y yo no teníamos mala relación, entendía que le molestase que hubiesen decidido ponerle refuerzos. Nora Crassian era una delincuente muy importante para el Imperio; alguien que había arrebatado muchísimas vidas, y su detención o muerte era algo que todos deseaban. Y si para asegurarla debían arrebatarle el mérito a un Pretor y repartirlo entre varios, no dudaban en hacerlo. Después de todo, ¿qué éramos nosotros a parte de una herramienta para hacer justicia?
Juntos nos encaminamos hacia uno de los paneles informativos. Balian acercó su acreditación a la lente de lectura situada junto a la pantalla y el procesador nos mostró un mapa de la localización exacta de la posada que habíamos elegido para nuestra estancia. No era un lugar demasiado ostentoso, de hecho, creo que era la peor posada de Vulpax o incluso de todo Talos, pero era el lugar perfecto para pasar desapercibidos.
Grabé mentalmente la dirección. Según el callejero el lugar no estaba demasiado lejos, así que podríamos ir paseando tranquilamente. Después de tantas horas en el tren y después en el coche, necesitaba un poco de aire... si es que a lo que allí se respiraba se le podía considerar como tal.
—No cae demasiado lejos, podemos ir a pie —dije, convencida de que mi propuesta sería la primera en conseguir total consenso.
Para mi sorpresa, me equivocaba.
—No me parece mal —concedió Balian—. Necesito estirar las piernas.
—Es una buena idea —admitió Juno—. Eso sí, sed discretos. Aunque en esta ciudad parezca que todo el mundo va a lo suyo, hay más ojos de los que creéis.
—Claro —dije con cierto desconcierto—. Seremos discretos... y tú también, imagino.
Antes incluso de responder, por el modo en el que sonrió, más sombrío de lo habitual, supuse que Balian ya sabía lo que iba a pasar. Yo, en cambio, no tenía ni idea... y francamente, fue un auténtico jarro de agua fría.
Se aseguró de que no hubiese nadie cerca antes de hablar.
—Mi misión acaba aquí —anunció Juno con severidad, clavando sus ojos en mí—. En cuanto nos separemos os transmitiré la dirección exacta donde se encuentra Crassian. No tardéis en actuar: según he podido saber abandonará la ciudad en tres días. Desconozco hacia donde se dirige, pero todo apunta a que ha logrado contactar con algún miembro del "Nuevo Imperio". Localizadla y matadla, sin concesiones. Ese monstruo arrebató la vida a más de setenta personas durante la guerra, novatos y agentes independientes la mayoría. No tengáis piedad de ella.
No tengáis piedad de ella dijo... y aunque tomé nota de aquella última frase, en aquel entonces estaba tan impactada que no pude más que mirar a Balian en busca de una respuesta que por supuesto no me dio. En lugar de ello, mostrándose indiferente, se limitó a despedirse con un ademán de cabeza. Yo, en cambio, no pude evitar que un escalofrío me recorriese la espalda. Aunque confiaba en mí misma, el apoyo de alguien con la experiencia de Juno era necesario para asegurarnos de que la misión fuese un éxito. Nosotros, en el fondo, no dejábamos de ser poco más que novatos...
—¿Te vas? —repetí con perplejidad tras unos segundos de auténtica sorpresa—. Pe... pe... pero Juno...
—Que el Sol esté con vosotros —sentenció ella, y sin darme opción a réplica se alejó a paso rápido hasta desaparecer por una de las avenidas.
Ya a solas, tuve que hacer un auténtico esfuerzo para intentar mostrarme indiferencia cuando por dentro estaba realmente preocupada.
—No te irás a rajar, ¿verdad, Valens? —me preguntó Balian con acidez, dedicándome una sonrisa burlona—. Con una cobarde en el equipo tengo más que suficiente.
—¿A ti qué te parece? —respondí.
Y dándole un codazo al pasar por su lado, inicié el periplo por la silenciosa ciudad subterránea.
Deambulamos por Vulpax durante casi veinte minutos, recorriendo estrechísimas avenidas en fila para no chocar con los pocos viandantes que venían en dirección contraria. La ciudad, en general, era agobiante, con poco espacio para moverse y una continua sensación de cansancio aferrándose a los tobillos con cada paso. La temperatura era alta pero no lo suficiente como para sentir la asfixia que en aquel entonces padecía. Cuanto más nos adentrábamos en aquella maldita cuadrícula de piedra más ganas tenía de irme... pero estando Aesling al acecho, ¿cómo hacerlo?
Me gustaría decir que a él le pasaba lo mismo. Que el agobio y el mal estar se veían reflejados en sus ojos grises... pero no. Mi compañero parecía tan tranquilo que incluso empezaba a sospechar que se estaba burlando de mí. Balian silbaba mientras caminaba, con las manos metidas en los bolsillos y la mirada paseándose por las fachadas de los edificios que nos aprisionaban. Era como si, en el fondo, le diese igual... como si incluso le divirtiera. Increíble pero cierto.
—¿Por qué me miras tanto? —me preguntó tras quince minutos de paseo.
A aquellas alturas de la caminata estaba ya tan convencida de que se estaba riendo de mí que no había podido evitar girarme y tratar de fulminarlo con la mirada.
—¿Qué pasa? ¿Te gusto, o qué?
—¿Tú? ¿A mí? —Logrando arrancarme por primera vez desde que iniciásemos el viaje una sonrisa con su estúpido y arrogante gesto, Balian me guiñó el ojo—. Ni en tus mejores sueños, idiota. ¿No te has visto la cara o qué?
—Precisamente porque me la veo a diario lo digo, Valens... ¿o debería llamarte Reina de la Noche?
Seguí caminando. Balian conseguía que mi apodo sonase ridículo en su boca. Lograba hacerme sentir incómoda con su mera presencia... ponerme nerviosa, y no precisamente por su cara. Aunque no era un tipo especialmente feo, su mal carácter lo convertía en uno de los Pretores más aborrecibles que conocía, pero de los más prometedores, según decían. De estatura media, unos centímetros más bajo que yo, delgado como una hoja y con el cabello rubio corto, Balian Aesling era el claro reflejo de la nueva generación de Pretores de la que siempre hablaba Lyenor: pretenciosos, soberbios y peligrosamente inexpertos...
El futuro de Albia.
—Cállate, anda.
Llegamos a la posada poco después, justo cuando una pareja de clientes la abandonaba con la expresión tan sombría como el recepcionista que aguardaba tras el mostrador. Balian y yo los dejamos salir, recibiendo un educado "gracias" a cambio, y entramos. Poco después, sin necesidad de mostrar nuestras acreditaciones, solo pagando las habitaciones por adelantado, ya nos encontrábamos subiendo las escaleras de dos en dos, dirección a la tercera planta. Recorrimos un silencioso y poco acogedor corredor, pasando por delante de varias puertas antes de alcanzar las nuestras, y probamos las llaves electrónicas que nos habían dado. Cumpliendo con la rigurosidad y efectividad habitual de Talos, ambas abrieron a la perfección. Entramos. Inmediatamente después, sin prestar atención alguna a la pequeña y poco aseada habitación, nos dirigimos a la puerta interior que comunicaba con la contigua. Balian se adelantó a abrirla.
—Estoy de acuerdo con Juno: intenta ser discreta. Nuestro objetivo es peligroso, cualquier movimiento en falso podría dar al traste con la misión.
—Soy discreta —repliqué, molesta ante la insistencia—. Sé lo que tengo que hacer.
—Por si acaso —insistió él—. Actuaremos mañana, ¿de acuerdo? Hoy aprovecharemos el resto del día y la noche para habituarnos a la zona y reconocer el terreno. Nos lleva varias jornadas de ventaja.
—¿Mañana? —Sorprendida ante inesperado planteamiento, me crucé de brazos, a la defensiva—. ¿Por qué esperar? Ya has oído a Juno: se va a ir en breves. No deberíamos perder la oportunidad. ¿Qué pasa si ha logrado adelantar el viaje?
Aesling dejó escapar un suspiro, exacerbado. Resultaba sorprendente teniendo en cuenta que tenía mi edad, pero lograba hacerme sentir como una niña. Una maldita niña... demonios, yo, la Reina de la Noche. La misma que había matado en decenas de ocasiones y que, de haber podido, habría participado en la guerra mientras él aguardaba escondido tras las faldas de Giordano y Calo...
¿Era o no era para partirle la cara?
—A ver, Reina de la Noche... no seamos cortos, por favor. La tendremos vigilada —dijo con petulancia—. No sé tú, pero yo no pretendo irme de copas, te lo aseguro. La vigilaremos y nos aseguraremos de que no se vaya. En caso de que lo intente, actuaremos, pero primero necesitamos un poco más de tiempo para asegurar el tiro. Crassian esa una asesina en mayúsculas: un paso en falso y acabaremos ambos muertos... y créeme, no pienso morir aquí.
Dando por finalizada la conversación, Balian giró sobre sí mismo y se adentró en su habitación, donde se dejó caer en la polvorienta cama. No había traído consigo demasiadas pertenencias, solo una mochila que había dejado encima de una mesa. Yo, en cambio, llevaba una maleta alto más grande cargada de todo tipo de enseres que, como pronto descubriría, no solo no eran demasiado útiles sino que ponían en evidencia que no estaba acostumbrada a aquel tipo de operaciones en el exterior.
—¿Quién se supone que te ha puesto al mando, Aesling? —le recriminé, resistiéndome a finalizar así la conversación—. Que seas el hijo de la Prefecta no significa nada.
Fue un golpe bajo, lo admito. Aquello era algo que no debía decir, y menos siendo quien era, pero francamente aquel maldito lugar estaba sacando lo peor de mí.
—¿El hijo de la Prefecta? —dijo, dedicándome por un instante una mirada asesina—. Podría ponerme a tu altura y decirte que si me pongo al mando es porque no quiero acabar muerto como tu primo Davin, pero no voy a hacerlo. Sencillamente lo hago porque tengo más experiencia que tú, Reina de las Mentiras... ah, no, disculpa, Reina de la Noche. A veces me confundo.
Me lo gané a pulso. En aquel entonces reaccioné mal cerrando la puerta de un empujón con el que prácticamente la arranqué de sus goznes, pero no pude evitarlo. Aunque ya tuviese veintitrés años seguía aún era un poco idiota... y seguiría siéndolo unos cuantos años más. Lo siento.
Aquel día comí sola. Tenía la esperanza de que Aesling me dijese de ir juntos pero ante su silencio decidí seguir mi propio camino acercándome a uno de los bares de los alrededores para llenar el estómago. Un rato después, pocos minutos antes de las cuatro, volví a mi habitación donde Balian me envió al teléfono un mapa actualizado de la ciudad con la zona que debía reconocer. Él, por su parte, se ocuparía de otra casualmente más cercana a nuestro objetivo.
¿Raro, eh?
Discutimos una vez más, nos insultamos sacando a relucir los trapos más sucios que el uno conocía del otro y, llegando a la conclusión de que no íbamos a entendernos, nos pusimos a trabajar. Él se fue a su zona y yo a la mía, donde pasé muchas horas deambulando y memorizando cuanto me rodeaba. Locales, edificios, fachadas, negocios...
No resultó demasiado divertido, la verdad. Aquella ciudad era tan aburrida como el propio Talos, pero el trabajo era el trabajo, así que lo hice sin rechistar. En el fondo, aunque algunos dudasen de mí, era bastante buena en lo mío. Me distraía con facilidad y tenía mal carácter, sí, pero a la hora de rastrear terreno y localizar personas no había nadie mejor que yo. Y una vez más, así lo demostré cuando, tras cinco horas de intensa búsqueda no solo cree una copia mental de la zona sino que, además, logré localizar a Nora Crassian.
Fue un encuentro muy casual, pero significativo. Tras patearme toda la zona de cabo a rabo había decidido tomar asiento en el banco de una de las minúsculas plazas que había entre bloque y bloque y disfrutar de un merecido descanso con un batido del Sol Invicto sabe qué cuando, de repente, ella apareció por uno de los callejones. Iba hablando por el teléfono, con el cabello recogido en un moño, vestida con una casaca gris que le llegaba por los tobillos y unos zapatos de tacón negros. No iba maquillada en exceso, lo que dejaba entrever ojeras oscuras y unos pómulos mucho más marcados que en las fotografías de archivo. ¿Una mala época quizás, Nora?
Tuve la tentación de ir a por ella. Juro de todo corazón que habría pagado por poder hundir mi cuchillo en su garganta y arrancarle el fragmento de Magna Lux mientras estuviese aún viva... pero habría sido un error. Uno más que añadir a la lista de grandes fracasos de la Reina de la Noche, aquellos por los que ya todos me conocían, así que, haciendo un auténtico esfuerzo, me controlé y me limité a observarla desde la distancia con disimulo. Escuché parte de su conversación, memoricé su atuendo y aspecto, y cuando más segura estuve de que no podría pillarme, le hice una fotografía.
Aquella noche, pletórica tras mi gran éxito y haberme tomado un par de cervezas de más en uno de los bares de los alrededores, regresé a la habitación llena de energía, con ganas de revancha. Por el momento Balian estaba ganando la partida pero confiaba que la instantánea haría cambiar de lado la balanza. Fue una lástima que mi compañero tuviese un as bajo la manga.
—No está mal —admitió—. Pero yo tengo algo mejor.
Mientras que yo paseaba por la ciudad, memorizando calles y haciendo fotografías, Balian Aesling no solo había logrado entrar en el edificio donde se alojaba nuestro objetivo, sino que además se había colado en su habitación y había hecho una copia de la memoria de su ordenador. Una gesta a la que, aunque ninguno de los dos dimos mayor importancia, era digna de una felicitación.
Una vez más, Aesling iba un paso por delante.
Tragándome el orgullo por el bien de la misión, me senté a su lado en la cama. Quería que revisásemos las conexiones de Crassian; que revisásemos las aplicaciones de comunicación, leyésemos los correos electrónicos y un largo etcétera, así que nos pusimos manos a la obra.
Un rato después, tras haber navegado por su información más privada, llegamos a la conclusión de que Crassian había estado informándose de las diferentes formas de viajar a Ballaster. Su idea inicial, al menos por fechas, había sido la de huir al otro continente, a Volkovia probablemente. No obstante, hacía una semana que sus búsquedas se habían centralizado en Ballaster, y tal y como pronto descubriríamos, había un motivo claro para ello.
—¿Mmm...? Fíjate, alguien le ha dado acceso a la base de datos del Castra Praetoria. De hecho... espera, espera, ese nombre... —Balian me miró de reojo, con sincera preocupación por primera vez en la misión—. ¿Esa no es tu hermana?
Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo al ver entre sus búsquedas el nombre de Noah. Crassian se había estado interesando por ella, por su aspecto y carrera, pero sobre todo por su posición dentro del entramado Imperial. Noah era alguien importante a su manera. No formaba parte de la casta política, ni tampoco del Alto Mando, pero su cercanía a la Emperatriz como miembro de su guardia personal la convertía en alguien clave en Albia.
Alguien que, muy a mi pesar, se había convertido en el objetivo de Nora.
Apreté los puños por lo bajo, sintiendo la rabia desperar en mí. Ya fuese porque esa asesina iba tras la Emperatriz o directamente a por ella, se había convertido en el foco de atención. Mi hermana... mi querida y dulce hermanita pequeña...
No podía permitirlo.
—¡La voy a matar! —advertí a voz en grito, poniéndome en pie—. ¡No voy a permitirlo! ¡No, no, no! ¡Ni de broma! ¡Esa mujer...!
—Espera —me pidió Balian, siguiendo con la búsqueda—. Fíjate, aunque se ha centrado en tu hermana, no es el único miembro de tu familia por el que se ha interesado. Sobre ti también se ha informado... y sobre tus padres. ¿Qué sentido tiene...? Tu padre...
Balian dejó la frase en el aire, cosa que agradecí enormemente. De haber sacado a relucir algún trapo sucio más probablemente habríamos acabado llegando a las manos. Es más, estoy convencida de ello. Por suerte, lejos de hacerlo, el agente dejó de lado el motor de búsquedas para bucear por el correo personal de Crassian. Al parecer ya lo había estado revisando con anterioridad, pero no había encontrado nada que le interesase. Ahora, tras el último descubrimiento, parecía haberse dado cuenta de algo.
Abrió un correo tras otro, dedicándoles tan solo unos segundos a cada uno, hasta localizar el que estaba buscando. Leyó las escasas líneas que lo conformaban y volvió la mirada hacia mí. Por aquel entonces, ya demasiado furiosa como para poder pensar con claridad, tuve que hacer un auténtico esfuerzo para volver a sentarme y asomarme a la pantalla.
—Te necesito con la mente clara —me pidió Balian—. Esto es importante.
—Esa perra va a por mi hermana: ¿cómo demonios quieres que piense con claridad?
—Haciéndolo, sin más —sentenció él—. Crassian ha pasado una larga temporada sola, escondida de la justicia. Durante todo este tiempo ha intentado contactar con miembros del "Nuevo Imperio", pero por mucho que lo ha intentado no ha logrado dar con ninguno de ellos. Al menos hasta hace unas semanas. Esta cadena de correos es con un tal L.V....
—Mi padre —comprendí de inmediato.
Balian asintió con gravedad.
—Sí, es él. Vaya, por las iniciales he supuesto que era él. La mayor parte de los miembros del "Nuevo Imperio" están reportados, pero siempre cabe la posibilidad de que se nos escape alguno. No obstante, como te decía, creo que es él. De hecho, tendría sentido. Si te fijas...
—¡Mi padre no forma parte del "Nuevo Imperio"! —intervine, endureciendo la expresión—. Luchó por Lucian Auren en la guerra, sí, ¡pero no es un terrorista! ¡Él sigue trabajando para Albia!
Me hubiese gustado dar más detalles al respecto: contarle todo lo que mi padre me había dicho en la última visita, pero cumpliendo con la promesa que le había hecho, no dije nada. Por mucho que ensuciasen y arrastrasen su nombre por el suelo, nunca podría entrar más en profundidad, así me lo había hecho jurar. No obstante, lo que no iba a permitir era que lo metiesen en el saco del "Nuevo Imperio". No era justo... no era digno.
Balian alzó las manos.
—Eh, eh, no me des explicaciones —se apresuró a decir—. No las quiero escuchar. No eres responsable de los actos de tus padres.
—Lo sé, lo sé, pero...
—Mi padre tampoco era una joya —prosiguió—. De hecho, era un auténtico cerdo. De no haber sido por Katrina es probable que a estas alturas estuviese muerto... así que, en serio, no me des explicaciones. Además, lo que te iba a decir es que, tal y como dices, tu padre no forma parte de ese "Nuevo Imperio". En el correo Crassian intenta contactar con él, pedirle ayuda, pero él se la niega escudándose en que no apoya a asesinos. La conversación es muy breve, pero tu padre es bastante tajante... puede que de ahí la decisión de Crassian. Está sola y aislada: abandonada a su suerte. Nadie responde a sus comunicaciones. Puede que sea por ello por lo que ha decidido ir a por tu hermana. Piénsalo con frialdad: Noah es el eslabón más débil de la guardia de la Emperatriz. Si logra acabar con ella, no solo podría llegar a su Majestad, sino que, además, le daría un buen bofetón a tu padre, ¿entiendes a lo que me refiero?
Lo entendía, sí. Me costaba asimilarlo, mi mente en aquel entonces no podía trabajar con claridad, pero comprendía a lo que se refería. En el fondo, mi hermana no era alguien lo suficientemente importante como para convertirse en el blanco real de un miembro del "Nuevo Imperio". La venganza, sin embargo, daba más sentido a su interés.
—De todos modos, la interrogaremos antes de matarla —aseguró—. Al menos si tenemos la posibilidad. Crassian es una Pretor con muchos años de experiencia. Tendremos que actuar con contundencia. Un único golpe, a poder ser. Si entramos en combate, es probable que nos venza, así que por favor, Diana, tú...
—Reina de la Noche.
Puso los ojos en blanco.
—¡Joder, lo que sea! ¡Qué complicada eres! Mira, limítate a descansar esta noche, ¿de acuerdo? Yo me ocupo de la vigilancia. Mañana iremos a por ella.
Quise preguntar una vez más quién demonios lo había puesto al mando, pero no lo hice. No tenía fuerzas para enzarzarme en una pelea. En lugar de ello asentí con la cabeza, agradecida por la deferencia, y regresé a mi habitación, donde me dejé caer en la cama sin tan siquiera molestarme a cerrar la puerta comunicante. Balian tenía razón: necesitaba descansar para aclarar las ideas, pero ambos sabíamos que no iba a conseguir dormir. Después de lo que habíamos descubierto era totalmente imposible.
Cogí el mando del televisor y lo encendí para que hubiese un poco de ruido de fondo. La imagen no era demasiado nítida, y mejor no hablemos de la calidad, pero me sirvió para que la voz furiosa que me susurraba al oído quedase eclipsada por el sonido. A continuación, sin importarme que mi compañero me oyese, que sin duda lo haría, cogí el teléfono y marqué el número de mi hermana. No solía llamarla. De hecho, siempre era ella la que tenía que llamarme a mí para hablar pero aquella noche necesitaba escuchar su voz. Asegurarme de que estaba bien.
—¿Diana? —preguntó Noah con perplejidad al otro lado de la línea—. ¿Estás bien, hermana? ¿Ha pasado algo?
Adelantándose a mi respuesta, Balian se asomó por la puerta con el dedo índice apoyado sobre los labios a modo de advertencia. No podía decirle nada. De hecho, por el bien de la misión, no podía mencionar ni tan siquiera donde me encontraba. Por suerte, no era mi objetivo. Alcé la mano derecha hacia mi compañero y, mostrándole el dedo corazón, le invité a que se fuese.
Él, divertido ante el gesto, asintió y desapareció.
—He oído que vas a Ballaster —dije, volviendo la mirada hacia la pantalla de la televisión donde una periodista daba las noticias del país en su extraño idioma—. ¿Cuándo sales?
—¿Lo has leído en la prensa, no? —Sin necesidad de verla, supe que Noah estaba sonriendo—. Pues sí, vamos a Vespia. Salimos mañana. Vamos a ver el espectáculo de Jyn. Por lo visto la gran duquesa Elyana Auren va a celebrar su cumpleaños y la ha contratado para amenizarlo. La Emperatriz Vanya va en representación de la corona.
—Y tú vas a escoltarla, claro.
—¡Es genial! —aseguró, entusiasta—. Me lo ofreció y no pude decir que no. ¡Tengo tantas ganas de ver a Jyn...! Además, el tío también va a venir, y creo que Trammel también se apunta. Hay rumores de que la duquesa va a hacer algún tipo de comunicado. Ya sabes, está muy mayor: no te extrañe que empiece a plantearse el futuro de Ballaster.
Sonreí, contagiada por la alegría que irradiaba mi hermana. Noah últimamente era tan feliz que resultaba complicado no dejarse llevar por su buen humor. Decía sentirse muy apreciada y valorada por la Emperatriz y sus compañeros, y eso era algo que agradecía enormemente. Después de la guerra ambas habíamos quedado en una situación muy comprometida de la que nos habría costado mucho salir sin la ayuda de los Sumer y los Vespasian.
—Suena bien.
—Sí, suena muy bien. Va a ir bastante prensa: seguro que salimos en la televisión. De hecho, el tío tiene que cubrir varias entrevistas, así que al menos él saldrá. Podrías venir... es más, ¡deberías venir! Si se lo pides a Damiel seguro que te deja.
—Ya, bueno, no lo sé. —Me encogí de hombros—. Si tengo tiempo puede que me pase.
—Sería genial... oye, te noto un poco apagada. ¿Estás bien?
Decidí colgar antes de que Noah pudiese sacarme información. Era una experta en ello. Además, no necesitaba más. Con escuchar su voz y saber que estaba bien era más que suficiente para mí. Dejé el teléfono sobre la mesilla, centré la mirada en la televisión y, dejando la mente en blanco, dejé que el tiempo pasase libremente. Los segundos, los minutos, las horas...
—Es la hora.
El reloj del teléfono marcaba las seis de la mañana cuando la voz de Balian me despertó. Abrí los ojos con lentitud, sintiendo el cansancio apretar mi cuerpo contra el colchón, y volví la mirada hacia él. El agente ya vestía su uniforme de la Casa de la Noche.
—¿Qué hora es? —pregunté, incorporándome sobre la cama.
Balian respondió depositando mi propia pistola sobre mis rodillas.
—La hora de actuar. Vamos, en marcha.
No estaba acostumbrada a actuar a aquellas horas de la mañana. Lo mío era la noche y su manto de oscuridad... la madrugada y los seres nocturnos que la habitaban. El momento propicio en el que la población descansa y solo aquellos que tienen algo que ocultar están despiertos. En Vulpax, sin embargo, las cosas funcionaban de una forma un tanto diferente. La noche era para descansar, por supuesto, y, precisamente porque las autoridades sabían que era el momento ideal para que los delincuentes se pusieran en movimiento, lanzaban centenares de agentes a las calles para velar por la seguridad de los ciudadanos. Así pues, la mejor hora para actuar era el amanecer. En aquella franja horaria la población seguía descansando y los agentes se retiraban... el momento perfecto. Teníamos que aprovecharnos de ello.
Me vestí a toda prisa y preparé mis armas. Aquella mañana estaba cansada y tenía la cabeza un poco embotada, pero tenía ganas de actuar. De hecho, tal era mi vehemencia que incluso antes de pisar la calle yo ya había desaparecido a ojos de la población, escudándome tras mi abrigo de oscuridad. Me pegué a la pared del edificio continuo, consulté el mapa mental que había hecho de la ciudad y, sin esperar a Balian, empecé a correr. Unos minutos después, tras aprovechar todos los callejones y atajos que había aprendido el día anterior para llegar lo antes posible al edificio donde se alojaba Nora, encontré la puerta del portal medio abierta, invitándome a pasar. Y dentro, envuelto en su capa de oscuridad, a Balian Aesling. El agente me dedicó una fugaz mirada llena de complicidad, desenfundó su pistola y, encabezando una vez más la marcha, se adentró en las estrechas escaleras que conectaban las distintas plantas del edificio. Subimos el primer tramo a gran velocidad, prácticamente volando sobre los peldaños, y seguimos hasta alcanzar el quinto nivel. Una vez allí, situándonos a lado y lado del marco, mi compañero me hizo un ademán con la cabeza para que abriese la puerta. Cogí aire, retrocedí unos pasos y, empleando para ello toda la fuerza de la que era capaz de reunir, me abalancé contra ella, arrancándola de sus goznes. La madera crujió con fuerza al estrellarse contra el suelo. Mala suerte. Si queríamos ser discretos, no lo íbamos a conseguir. En fin, no importa. Rodé por el suelo y me incorporé. Acto seguido, sintiendo ya el latido del fragmento de Magna Lux de Crassian al ritmo del mío desde el interior de la vivienda, recorrí el pasadizo principal a la carrera, con el arma dispuesta a disparar. Ante mí, al final de un largo y estrecho corredor, alguien se estaba incorporando sobre un colchón. Alguien cuyo rostro rápidamente reconocí cuando se volvió hacia mí. Era ella. Nos miramos... y por un instante conectamos.
—Valens... —murmuró.
Fue más rápida que yo. Aunque disparé mi arma con su pecho como objetivo, Nora giró sobre sí misma, esquivando el proyectil por apenas décimas de segundo. La mujer desapareció de mi campo visual, adentrándose en la sala donde se encontraba, y no volvió a aparecer hasta que, una vez alcanzada la entrada, volví a disparar, localizándola junto a una mesa. El proyectil impactó contra la pared del fondo, a unos centímetros de su cabeza. Inmediatamente después, surgida de sus manos, una poderosa ráfaga de fuego se abalanzó sobre mí, envolviéndome en llamas mi brazo derecho. Tuve suerte de lograr interponerlo a tiempo. Caí al suelo, donde rodé con rapidez, sintiendo la piel y el pelo arder. Por suerte, antes de que las llamas pudiesen ir a más, una esfera de oscuridad se dibujó a mi alrededor, aislando el fuego. Las llamas consumieron el oxígeno reinante y, con gran rapidez, se extinguieron, dejándome en el suelo con la mano en carne viva.
Me incorporé justo a tiempo para ver a la sombra que era Balian disparar varios proyectiles contra Crassian. Ella los desvió interponiendo varias placas de hielo en su camino. Dirigió la mano hacia Balian y una fuerte ráfaga de viento lo estrelló contra la pared lateral, a los pies de la cual el Pretor cayó perdiendo por un momento su arma. Nora se apresuró entonces a abalanzarse sobre él y cerrar las manos alrededor de su cuello.
Corrí a su encuentro. Arremetí con todas mis fuerzas contra ella y, alejándola de mi compañero, ambas caímos al suelo, donde empezamos a forcejear. Logré encajarle un puñetazo en la cara, pero su respuesta fue más contundente que la mía. Nora no solo me golpeó tres veces el rostro con fugaces puñetazos, sino que, empleando para ello el poder de su Magna Lux, me cegó con un potente fogonazo de luz solar.
Sentí los ojos arder en las cuencas oculares.
Me llevé las manos al rostro, momento que ella aprovechó para volver a golpearme. Hundió su puño en mi estómago, dejándome sin aire, y apoyó su pie descalzo sobre mi rostro, aprisionándolo contra el suelo.
—No te muevas, Pretor —dijo de repente, dirigiéndose seguramente hacia Balian—, o te juro por mi alma que le aplasto la cabeza.
—¿De veras crees que eso me va a detener? —replicó él, convirtiéndose en poco más que un silueta difusa a mi modo de ver. Poco a poco iba recuperando la vista de nuevo—. Estás acusada del asesinato de más de setenta inocentes durante la guerra, Nora Crassian. Levanta las manos y recibirás justicia, de lo contrario te estarás sentenciando.
—Justicia —dijo ella en tono jocoso, y apretó con aún más fuerza mi rostro contra el suelo, arrancándome un grito de dolor. Balian, frente a ella, a apenas unos metros, no apartaba el arma de su rostro, con el dedo firmemente apoyado sobre el gatillo—. ¿De qué justicia me hablas, Balian Aesling? ¿De la impartida por un soldado mediocre que colaboró en el asesinato del auténtico Emperador? No me hagas reír, por favor. Prefiero la muerte antes de someterme al juicio de tu sucia Albia. Debería darte vergüenza... claro que, siendo quien eres, dudo incluso que conozcas esa maldita palabra. ¿Cómo crees que le sentará a la zorra de tu madre adoptiva que le mande tu fragmento de Magna Lux?
Furiosa ante la provocación traté de concentrarme para convocar el poder de mi propio fragmento. Me costaba pensar con claridad, pero sabía que si era capaz de reunir el poder suficiente podría acabar con ella. Encontraría la forma de atravesarle el corazón y silenciarla para siempre...
Lamentablemente, Nora reaccionó a tiempo. Tan pronto notó el aumento de pulsaciones de mi corazón, la Pretor convocó una aguja de hielo que hundió a gran velocidad en mi pecho, peligrosamente cerca del fragmento. Rápido, fue muy rápido... tanto que no pude hacer nada para evitarlo. Sencillamente sentí un insoportable latigazo de dolor recorrerme todo el cuerpo y mi voz escapar a través de mi garganta en forma de grito agónico. Instintivamente traté de alzar las manos al pecho, allí donde el hielo estaba congelando mi cuerpo, pero no llegué ni tan siquiera a rozarlo con la punta de los dedos.
Antes de lograrlo se hizo la oscuridad.
Y en mitad de la negrura más total y absoluta, cayendo por un agujero infinito en el que únicamente me acompañaba mi propio silencio, tan solo una voz logró que combatiese el miedo que con tanta voracidad estaba devorando mi valentía y abriese los ojos. Una voz que se transformó en la mano que logró detener mi descenso a los infierno.
Abrí los ojos. Estaba en mitad de la nada y a la vez en mitad de todo; aquí y allí, en el pasado y en el presente... en Albia y en Talos. En Dynar, en Throndall... en Nymbus... estaba en todas partes... y alguien me acompañaba. Alguien que, desde el otro lado de un gran espejo, me miraba con ojos tristes.
Davin.
—¿A dónde te crees que vas, Diana? —me dijo con cordialidad, con el mismo rostro que lo había visto la última vez antes de morir, cinco años atrás—. ¿Huyendo de las responsabilidades?
—¡Davin! —respondí, y mi voz atravesó el espejo, llenándolo de ecos—. Davin, ¿de veras eres tú?
—¿A ti qué te parece? —preguntó con diversión. Tras de él la oscuridad reinante era diferente a la mía, con destellos de luz púrpura y extrañas formas a su alrededor. ¿Botellas, quizás?—. Vamos, aún es pronto para ti. Te necesito un poco más de tiempo ahí fuera... te necesito con vida para sacarme de aquí.
—¿De dónde?
—No lo sé... pero tienes que sacarme. Me lo debes.
Perdida en mitad del extraño limbo en el que me encontraba, la presencia de Davin me hizo llorar. Me aferré con ambas manos a la suya, ansiosa por abrazarlo, por pedirle perdón por todo lo ocurrido en Solaris y no volver a separarme de él jamás, y traté de avanzar. Traté de ir hasta él... de atravesar el espejo. Él, en cambio, no me lo permitió. Tan pronto vio que lograba apoyar los pies en el marco negó con la cabeza y, sacando el segundo brazo al exterior, me cogió con fuerza de los antebrazos.
—Te quiero, Diana. ¿Tú me quieres?
—Con locura.
—Entonces no me falles.
Me atrajo para plantarme un rápido beso en la frente y, dedicándome una última palabra de aliento mientras lo hacía, me impulsó con todas sus fuerzas hacia arriba por el túnel por el que antes había caído. Empecé a subir, primero empujada por su fuerza y después por mis propios pies, hasta lograr alcanzar de nuevo mi cuerpo. Me vi a mi misma tirada en el suelo, con una aguja atravesando mi pecho, y a Balian forcejeando con Nora.
Ella parecía haberse apoderado de su arma, y él...
Era cuestión de segundos que lo matase. Tenía que ser rápida. Muchísimo más de lo que jamás había sido. Nadé los últimos metros que me quedaban hasta mi cuerpo, y...
...cuando lo alcancé una poderosa oleada de dolor me dio la bienvenida. El hielo seguía clavado en mi pecho, congelando mis músculos y mi sangre: absorbiendo la poca vida que me quedaba. Era cuestión de segundos que el fragmento de Magna Lux dejase de bombear energía y que mi corazón se detuviese... que desapareciese convertida en ceniza.
Estaba muriendo.
Escuché a Balian gritar y las fosas nasales se me llenaron del olor metálico de la sangre. No sabía qué había pasado, pero uno de los dos estaba sangrando copiosamente. ¿Sería Crassian? Por el timbre de voz del grito diría que no, pero no podía arriesgarme. Me llevé las manos al pecho, allí donde seguía enterrada la aguja, y cerré los dedos a su alrededor. Me concentré, mentalizándome de que iba a ser un momento terroríficamente doloroso... y tiré con todas mis fuerzas.
De nuevo me vi a mí misma al borde del abismo, perdiendo el equilibrio, a punto de caer por el túnel. Por suerte, esta vez no necesité que ninguna mano me sostuviese. Yo misma me di el empujón que necesitaba para mantenerme consciente y, liberándome al fin del agónico dolor, arranqué la aguja. Jamás olvidaré aquel momento. La sangre, el aguijonazo de dolor... pero también la libertad. Desconozco qué tenía aquel trozo de hielo, pero era algo más que simple agua congelada. Mucho más...
Me incorporé con lentitud, sintiendo la sangre empapar mi uniforme pero el dolor disminuir, y desvié la mirada hacia el interior de la sala. Me fallaba la visión, pero juraría que Crassian estaba sobre Balian, tratando de hundir su propio cuchillo en su garganta. Él se resistía, pero poco a poco ella estaba ganando terreno...
Iba a morir.
Era el momento de la verdad. Me levanté, desvaneciéndome bajo mi capa de sombras, y me situé tras Crassian. Ella no era consciente de mi presencia: Balian la tenía ocupada. La distracción perfecta. Apreté los dedos con fuerza alrededor de la aguja, furiosa, y la hundí con todas mis fuerzas en su espalda, a la altura del corazón. Un único movimiento: un golpe letal. La mujer lanzó un grito, dejó caer el cuchillo... y cayó sobre Balian convertida en polvo.
Únicamente su fragmento de Magna Lux sobrevivió al ataque.
Agotada, me dejé caer en el suelo, junto a mi compañero. Ambos estábamos embadurnados en nuestra propia sangre, con heridas de mucha más gravedad de lo que a simple vista parecía. Por suerte, no eran mortales. Al menos no ahora que nuestro cuerpo había iniciado el proceso de recuperación. Le tendí la mano a Balian, reconociendo en su expresión agradecimiento, y le ayudé a incorporarse. Ya hombro contra hombro, fue él quien me tendió la mano, pero únicamente para que se la chocase.
—Buen trabajo, Valens —dijo, frotándose el sudor de la frente con la mano llena de sangre—. Creía que estabas muerta.
—Yo también —admití—. Pero no... aún no puedo permitírmelo. Tengo antes algo que hacer.
—¿Solo una cosa? —respondió, y tendiéndome la mano para que se la cogiese, nos ayudamos el uno al otro a levantarnos. Una vez en pie, me dedicó un rápido guiño—. De eso nada, Reina de la Noche: el Sol Invicto tiene muchas más misiones para ti, así que vete mentalizándote. Ahora que has demostrado lo que eres capaz de hacer, no lo va a olvidar fácilmente.
—¿Es eso un halago?
Balian se encogió de hombros. Quizás no fuese a aceptarlo jamás, pero sí, no cabía la menor duda de que había sido un piropo.
A pesar del dolor, le dediqué una sonrisa maliciosa.
—Vaya, vaya... ¿has tardado, eh? Los chicos no suelen tardar tanto en caer rendidos a mis pies. Eres duro.
—Más quisieras, Valens, más quisieras... en fin, hemos hecho la parte más complicada, pero aún no ha acabado. Siéntate, lo primero es que te mire esas heridas. Sangras como un maldito cerdo. Después limpiaremos esto y nos largaremos... pero lo primero es lo primero.
Dicen que más allá de las fachadas todos los Pretores tenemos un lado humano por el que el Sol Invicto nos elige. Una parte bondadosa y otra guerrera que nos convierte en los ángeles guardianes perfectos para el Imperio. Curiosamente en Talos descubrí que aquella teoría era cierta. Si hasta el mismísimo Balian Aesling era capaz de ser gentil, entonces nada podría evitar que aún quedase esperanza para Albia y sus guerreros... para Albia y su eterna lucha.
Para Albia e incluso para mí.
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