Capítulo 70

Capítulo 70 – Aidan Sumer, 1.817 CIS (Calendario Solar Imperial)




—Majestad, deberíamos actuar antes de que sea demasiado tarde. Sé que no es lo adecuado, y menos después de lo que ha costado conseguir la paz, pero todos sabemos que si lo dejamos en sus manos la perderemos una vez más, y bastante complicado ha sido ya conseguir su rastro como para desperdiciar esta oportunidad.

Una vez más Katrina Aesling tenía razón. Era un movimiento arriesgado, desde luego, pero dadas las circunstancias teníamos que intentarlo. Mi Prefecta lo sabía, yo lo sabía y, en el fondo, todos los allí presentes lo sabían. Era nuestra ocasión de oro para dar un golpe maestro al "Nuevo Imperio".

—Es una gran oportunidad, sí —admitió Veleth Randor, ex-capitán de la primera Legión y miembro del Alto Mando desde hacía ya cinco años—. ¿Pero a qué precio? En caso de que nos descubriesen podrían ser mal interpretadas nuestras intenciones, Majestad. De hecho, podríamos causar un problema diplomático si no lo gestionamos bien. Debemos ser prudentes... debemos ser cautelosos. —El militar negó con la cabeza—. Es un tema demasiado delicado como para tratarlo con tanta vehemencia.

—¿Vehemencia? —sorprendida ante el término, Katrina parpadeó con incredulidad—. ¡Vehemencia sería haberles informado después de atacar! No, capitán, esto no es vehemencia, esto es justicia. Esa mujer se nos escapó una vez: no pienso permitir que vuelva a hacerlo.

—Nadie quiere que vuelva a escapar —admitió el capitán Trammel, conciliador—, pero debemos ser precavidos, Prefecta. Las relaciones con Talos pasan por un buen momento; sería un error actuar en su territorio sin antes consultárselo.

Trammel tenía razón. Su lógica era aplastante, eso era innegable, pero vivíamos una situación excepcional y, por lo tanto, nuestros actos debían ir en consecuencia.

—Talos no va a permitir que actuemos en su país —intervine, mostrando abiertamente mi posición al respecto—. Lo harán ellos con el resultado que ya todos conocemos. Sus tropas están muy bien equipadas, no lo pongo en duda, pero mi nieta de tres meses es más sutil que ellos. No nos engañemos, si lo dejamos en sus manos Nora volverá a escapar y todos los esfuerzos de la Unidad Cross no habrán servido para absolutamente nada. Majestad... —Desvié la mirada hacia el Emperador, el cual me miraba con interés desde el final de la mesa, y fijé los ojos en él—, creo que es el momento de demostrar a la Casa de la Noche que Albia sigue confiando en ella. Permita a una de nuestras Unidades que se encargue de esta operación y nada ni nadie tendrá que saber jamás que Nora Crassian se ocultaba en Talos.

No le estaba poniendo las cosas fáciles al Emperador Kare Vespasian. Ni yo ni ninguno de los agentes allí reunidos. Aquella misma mañana Lyenor Cross me había informado sobre el sorprendente hallazgo de Juno Calvin, una de sus Pretores, y yo había hecho lo oportuno con mi Prefecta. Una hora después, ya todo el Alto Mando se encontraba en la Sala Lunar, discutiendo sobre una operación cuyo éxito dependería de la decisión que tomase nuestro inexperto nuevo Emperador.

Me gustaba Kare Vespasian, no voy a mentir. Aunque aún llevaba demasiado poco tiempo como para poder considerarle un buen líder, su llegada había dado una estabilidad a Albia por la que muchos llevábamos décadas luchando. Kare era un hombre justo y férreo en sus decisiones cuya participación en la guerra había puesto en manifiesto que, a pesar de haber formado parte de la flota aérea en su juventud, no temía verter su propia sangre por su país. En general era un hombre que caía bastante bien entre el pueblo, y no solo por su apellido. El ser el hijo de Marcus Vespasian y el primo de Doric Auren había ayudado. También el haberse casado con una de las heroínas del momento, la Pretor Vanya Noctis, pero lo que realmente había marcado la diferencia habían sido todas y cada una de las decisiones que tanto habían hecho cambiar nuestro país a lo largo de aquel lustro. El retorno de la iglesia Solar, el tratado de paz con Talos, la fundación de la Marca Dynnar, la guerra contra Freyvarg en Throndall, el retorno de la Casa de las Tormentas, la creación de las Fortalezas Solares... en muy poco tiempo Kare Vespasian había hecho grandes y valientes cambios en un país en el que la tradición había marcado su curso durante muchos siglos, y eso era algo que nadie podía pasar por alto.

Pero además de todos sus actos y decisiones, lo que más me gustaba del nuevo Emperador era que creía en mí. Aquel hombre sabía que podía confiar en los Sumer y en el resto de Pretores que fielmente lo seguíamos y apoyábamos, y escuchaba nuestros consejos.

—Tiene sentido lo que dice el Centurión Sumer —exclamó Kare Vespasian tras unos segundos de silencio—. Talos no va a permitir que actuemos abiertamente en su país... pero el Capitán Randor también está en lo cierto al decir que podríamos llegar a poner en peligro la estabilidad de nuestro acuerdo. Si por alguna razón descubriesen a nuestros hombres actuando más allá de la frontera, el Rey Kritias exigiría una explicación que me temo que no podría darle.

—No nos descubrirán —aseguró Katrina con decisión—. Mis hombres son invisibles, Alteza: podrían ejecutar la misión sin ser vistos en ningún momento.

Me gustaba la confianza que Katrina Aesling tenía en los agentes de la Noche. Aquella mujer creía ciegamente en sus ojos, y aunque cara al exterior la apoyaba, lo cierto era que nuestra situación no era tan buena como a ella le gustaba decir. La guerra nos había arrebatado a muchos Pretores capaces de ocultar su rastro, dejándonos en su lugar a jóvenes guerreros cuya falta de experiencia podría llegar a jugar en nuestra contra. Teníamos una Casa joven y decidida, pero demasiado verde. Por suerte, aquello no era algo que todos supiesen. El Emperador y el resto del Alto Mando se podía hacer una idea, pero tan solo nosotros conocíamos los números.

—Y en caso de que se aprobase la operación, ¿a quién pretendes enviar? —preguntó el ministro de defensa, Marko Gurza, con su pétrea mirada fija en mi Prefecta. Al igual que él, otros tantos miembros del ejército allí presentes, incluidos Trammel y Randor, observaban a Aesling con dudas, conscientes de que no estaba siendo del todo sincera—. La Casa de la Noche cuenta con muy buenos agentes entre sus filas pero la mayoría de ellos se encuentran más allá de la frontera, ocupados. Necesitamos una intervención rápida: deberías tirar de la cantera, Prefecta.

—Soy consciente de ello —aseguró Aesling—, pero como ya he dicho en muchas ocasiones, mis agentes están preparados. Cualquiera de ellos podría llevar a cabo la operación a la perfección, pero si lo que os preocupa es su preparación, el propio Sumer podría liderar el equipo.

—¿Aidan Sumer? —exclamó Nat Trammel con sorpresa—. Pero...

Agradecí que dejase la frase sin acabar. Conocía a Trammel y sabía cuánto me apreciaba; cuán protector se había vuelto con toda la familia, incluido con Damiel y conmigo, y sabía que no quería que me involucrara más de lo debido en aquella operación. Era peligrosa. Por suerte, mi nombre quedó descartado rápidamente. El Emperador me prefería allí, a su lado, y en el fondo, yo también.

—Pedí a Sumer que dejase el campo hace cinco años —le recordó el Emperador a Aesling con una sonrisa conciliadora en los labios—, y sigo manteniendo mi deseo de tenerlo cerca. Hace tiempo que la Casa de la Noche me pide oportunidades para demostrar su valía y cada vez que se las doy vuelven a casa con un éxito bajo el brazo. Su efectividad está más que demostrada... pero este es un caso especialmente delicado, Prefecta. Como ya hemos dicho, si se detectase a nuestros agentes podríamos poner en peligro la estabilidad entre nuestros países.

No nos lo estaban poniendo fácil. Normalmente teníamos que luchar para obtener los permisos más delicados, pero en la mayoría de ocasiones contábamos con el apoyo de algún miembro del consejo. En aquel entonces, sin embargo, todos parecían totalmente cerrados en banda. El tema de Talos era demasiado complicado como para poder abordarlo directamente...

Era el momento de poner a prueba la imaginación.

—¿Y por qué enviar una Unidad entera? —intervine—. Si mandásemos a agentes individuales nos podríamos cubrir las espaldas. Talos impide la presencia de Unidades Pretorianas en su territorio, pero no ha cerrado el paso para los turistas. En caso de que alguno de nuestros hombres fuesen descubiertos únicamente tendría que mostrar su tarjeta conforme se encuentra de vacaciones en la zona. Así nos cubriríamos todos las espaldas...

Intercambio de miradas, silencio tenso... murmullos por lo bajo. Alguna que otra sonrisita pícara... pero ni una palabra. Nadie sabía qué decir ante mi propuesta, y es que, a veces, cuanto más descabellada fuese la idea, más gustaba.

—¿Pretores de la Casa de la Noche de vacaciones en Talos? —preguntó el Emperador, divertido ante mi proposición. Miró a unos, después a otros y, dibujándose poco a poco una sonrisa en sus labios, asintió—. Es retorcido, pero podría funcionar. ¡De acuerdo, adelante Casa de la Noche! ¡Contáis con mi apoyo! Buscad y acabad con esa mujer antes de que vuelva a atacar... ¿Ves? Es por cosas como estas por las que me gusta tenerte aquí, Sumer. Sin ti estas reuniones serían más aburridas. Prefecta, prepara un equipo para que parta esta misma tarde. Lo dejo todo en sus manos.




—Aidan, en serio, ¿qué le das?

—Es mi carisma, Aesling, ya lo sabes. Soy encantador.

Satisfechos ante los buenos resultados obtenidos en la reunión, la Prefecta y yo abandonamos el Palacio Imperial con muy buen sabor de boca. Últimamente las cosas empezaban a irnos bastante bien. Poco a poco la sociedad se estaba olvidando de lo acontecido durante la guerra y la Casa de la Noche empezaba a alzar el vuelo. Aún quedaba mucho camino por recorrer, desde luego, pero los éxitos cosechados en los últimos tiempos nos estaban allanando el camino.

Algunos me preguntaban cuál era la clave. Los compañeros de la Casa del Invierno tampoco estaban pasando por su mejor momento y querían recuperar el terreno perdido. Lamentablemente, no tenía ningún otro consejo que darles que no fuese el que debían seguir trabajando. Gente como la Prefecta Aesling eran de gran ayuda pero sin una buena base y esfuerzo la palabrería no servía de nada.

Juntos regresamos al Jardín de los Susurros donde nadie nos estaba esperando. A excepción de Lyenor, cuya agente era la que había obtenido la localización del objetivo, ningún otro Pretor sabía nada. La reunión se había celebrado en secreto, como de costumbre, y salvo nosotros, nadie diría nada. Después de todo, para la mayoría aquella operación era una más de tantas que se realizaban a diario. Para nosotros, sin embargo, era mucho más. ¿El motivo? Claro y conciso: Nora Crassian.

Nora Crassian, o como era más conocida entre los suyos, "Luciérnaga", era una antigua Pretor de la Casa del Sol Invicto cuya participación en la guerra había supuesto una gran debacle para los agentes independientes. Conocedora de su modus operandi, pues hasta entonces ella misma había sido una de ellos, durante la guerra "Luciérnaga" había descargado toda su ira contra sus compañeros más novatos, arrebatando la vida de ocho nuevas promesas en tan solo dos horas. A continuación, con las manos aún manchadas de sangre, había seguido con su espiral de destrucción en los alrededores de la Torre del Oro, donde había dado muerte a todos aquellos soldados que habían intentado refugiarse tras haber sido heridos.

En definitiva, aquella asesina se había llevado por delante la vida de más de setenta leales, ocho de ellos agentes de la Noche, lo que la convertía en un claro motivo por el que el "Nuevo Imperio" y sus seguidores debían ser exterminados.

—Crassian es peligrosa —reflexioné mientras recorríamos los caminos de tierra el uno junto al otro, bajo la luz de la mañana—. ¿Crees que tu chico podrá con ella?

—No me cabe la más mínima duda. Mi chico, como tú dices, es uno de los mejores agentes independientes que tenemos hoy en día, Sumer. Enviarle a él es sinónimo de éxito.

—Pero es un poco joven, ¿no crees? La experiencia es un grado, ya lo sabes.

Katrina respondió con una sonrisa llena de misterio.

—Confía en mí, podrá hacerlo. Este reto será bueno para él.

No me hubiese importado tener a Katrina Aesling como mentora. Decían de ella que a veces era demasiado severa y que solía reservar las formas para las reuniones con el Alto Mando, pero a mí me parecía una mujer de lo más interesante. Alta, delgada, con el cabello rubio ceniza recogido en una coleta y el rostro de una jovencita de no más de treinta a pesar de haber cumplido ya los cincuenta y cinco años, Aesling era una de esas mujeres a las que era difícil no pararte a mirar. Físicamente estaba muy bien, no nos vamos a engañar, pero lo que realmente me gustaba de ella era su personalidad. Katrina tenía un sentido del honor y de la justicia que pocas veces se veía en los agentes de la Noche. Además, era valiente como pocas. Atrevida y deslenguada cuando era necesario, pero cordial y amable el resto de ocasiones.

Resultaba extraño que tuviese tan mala prensa. Según decían, Katrina era una "zorra desalmada" con la que era mejor no cruzarte. A mi modo de ver, sin embargo, éramos muy afortunados de tenerla como Prefecta.

—¿Y qué hay de la tuya? —preguntó con curiosidad—. ¿Crees que aguantará la presión? La he visto perder las formas ya en demasiadas ocasiones como para no tener dudas.

—Oh, tranquila, es una fierecilla, pero no es estúpida. Es una Valens, ¿recuerdas?

Mientras que Katrina Aesling había elegido a su hijo adoptivo para que partiese de inmediato hacia Talos, yo había decidido darle la oportunidad a Diana. Obviamente antes lo había consultado con Damiel, su auténtico Centurión, pero ambos habíamos llegado a la conclusión de que sería una buena oportunidad para ella. Aquella operación le serviría para ponerse a prueba a sí misma, pero también para aprender a confiar en otros. Además, Diana necesitaba demostrarse a sí misma y al resto de Albia que se podía seguir confiando en los Valens, así que no podíamos desperdiciar la oportunidad.

—Me temo que ni yo ni nadie puede olvidar quién es —respondió la Prefecta—. En fin, ¿has hablado ya con Cross?

El tercer agente implicado pertenecía a la Unidad de mi querida Lyenor Cross, la cual nos estaba esperando no muy lejos de allí, de pie frente a una alfombra de rosas, de brazos cruzados y con cara de pocos amigos. Al vernos llegar la Centurión hizo un ligero ademán con la cabeza a modo de saludo hacia la Prefecta, sin mirarla a la cara, y aguardó pacientemente a que Katrina se despidiese para clavar sus cada vez más fieros ojos en mí.

Estaba enfadada y no le faltaba razón.

—¿Qué demonios significa que van a ir el hijo de Aesling y Diana? —me preguntó en apenas un susurro una vez nos quedamos a solas—. ¡Esta operación me pertenece! Ha sido Juno quien se ha jugado la maldita vida para conseguir ese rastro, no esos críos. ¿Por qué lo has permitido?

—O era eso o no había operación —respondí con brevedad, encogiéndome de hombros—. Lo siento, Lyenor, pero no querían mandar a una Unidad completa a Talos. Temen poner en peligro el tratado.

—¿Insinúas que mis agentes no son profesionales? —Lyenor dio un paso al frente, encarándose conmigo—. ¿Que no son capaces de hacerlo sin ser descubiertos? ¿Que van a fallar?

Lo dicho, estaba fuera de sí. Cogí aire. No era fácil sobrellevar aquel tipo de situaciones sin perder las formas.

—En absoluto —dije, dedicándole una sonrisa tranquilizadora—. Sé perfectamente que tu Unidad es una de las mejores, cariño, es solo que el Alto Mando...

—¿Quieres que te diga por donde te puedes meter tu Alto Mando, Sumer?

Lyenor no solía ponerme las cosas complicadas, pero aquella mañana hizo la excepción. Tenía razón para estar enfadada, eso era innegable. Juno Calvin era la agente que se había arriesgado para dar con el rastro de Nora. De hecho, ella prácticamente en solitario había logrado no solo localizarla, sino que también había conseguido que pasase al menos dos noches en un mismo lugar. Y no había sido fácil, os lo puedo asegurar. El trabajo había sido espectacular.

Pero a ojos del Imperio, aquello no significaba nada. Juno, al igual que el resto de agentes, simplemente eran herramientas: hombres y mujeres sin apellidos ni caras cuyos éxitos y fracasos pertenecían en su totalidad a Albia. Así pues, sí, Cross era la gran artífice de aquella operación, pero nada más. La última decisión quedaba en manos del Emperador y de la Prefecta.

—Cálmate, ¿quieres? —le pedí bajando el tono de voz—. Podrían escucharte.

—¿Crees acaso que me importa? —Lyenor se cruzó de brazos, a la defensiva—. Además, la única que podría oírme es tu amiga Aesling y no me importa lo más mínimo.

—¿Mi amiga?

Aunque era tentador pensar que Lyenor estaba exagerando, lo cierto era que no le faltaba razón. Mi querida esposa no soportaba a Katrina Aesling y mi cercanía a la Prefecta no ayudaba a mejorar las cosas. ¿El motivo de la mala relación? Sencillo. Antes de finalizar la guerra Lyenor y yo nos habíamos planteado seriamente la posibilidad de jubilarnos; de abandonar el servicio e iniciar una vida en común alejados de la vida política de Albia. Ambos llevábamos más de cincuenta años de lucha y teníamos ganas de descansar: de disfrutar el tiempo que nos quedaba. Habíamos valorado la posibilidad seriamente y, finalizada la guerra, tras unos meses de espera, presentamos nuestra dimisión. Como era de esperar, la noticia le cayó como un jarro de agua a muchos, entre ellos el Emperador, pero la respetaron. Después de tantos años de sacrificio entendían nuestra postura. El Cónclave de la Casa de la Noche, sin embargo, no fue tan tolerante.

Vivíamos tiempos complicados. Después de todo lo sucedido, la organización se encontraba en pleno proceso de selección de Prefectos y tanto Lyenor como yo éramos dos candidatos muy valorados. Nuestros compañeros nos querían dirigiendo la Casa, en lo más alto de la cadena de mando, y eso era algo de agradecer. Después de una época tan oscura, con la muerte de Davin atormentándome a diario y Luther y Danae visitándome cada noche en sueños, recibir una palmada en la espalda era importante. No obstante, teníamos las ideas muy claras. Queríamos desaparecer, así que pusimos la petición sobre la mesa del Cónclave...

Y aunque había muchos que estaban en contra, la solicitud fue aprobada. Lyenor y yo quedamos libres del cargo con la condición de que debíamos sacrificar nuestros votos para la elección de Prefectos. Como agentes ya jubilados nuestras leyes internas nos impedían participar en el sondeo. Una auténtica liberación... pero también un problema. En la lista de candidatos, entre otros nombres, se encontraba el de Katrina Aesling, una impetuosa agente a la que la suerte no había acompañado nunca pero en la que tanto Lyenor como yo creíamos ciegamente. Ambos la considerábamos la aspirante perfecta y. consciente de ello, a sabiendas de que sin nuestros votos no podría vencer la votación, nos hizo una promesa. Nos pidió que nos quedásemos unos cuantos meses más, un año como mucho, y la apoyásemos, y a cambio, pasado aquel periodo, ella misma nos liberaría de nuestros puestos con todos los honores. Una propuesta de lo más tentadora, y más teniendo en cuenta cuanto nos importaba el bienestar de Albia y de la Casa de la Noche, así que no dudamos en aceptar. Sellamos el trato con ella y, sin mostrar duda alguna durante las votaciones, le brindamos nuestro apoyo.

Entonces sucedió algo... algo sorprendente e inesperado, pero de lo más conmovedor. Al seguir en la Casa, el nombre de Lyenor y el mío fueron los vencedores en la votación. El resto de agentes sabían que pronto les diríamos adiós, pero incluso así apuntaron nuestros nombres en sus papeletas. Fue, como digo, un momento de lo más emocionante, un auténtico homenaje... pero también un gesto complicado de sobrellevar. Semanas atrás, antes de saber el resultado, no había tenido la más mínima duda sobre lo que quería hacer con mi futuro. Quería a Lyenor y quería estar con ella, nada más. No obstante, el ver mi nombre sobre la mesa provocó que algo cambiase en mí. Mi yo más protector volvió de entre los muertos, ansioso por seguir luchando por mi país. Sentía que necesitaba más, que debía aceptar aquel puesto, que debía hacerlo por el Imperio, por Jyn y por Davin... que debía hacerlo por mí mismo...

Y a punto estuve de hacerlo.

Sin embargo, lo rechacé. Fue una decisión muy complicada, no os voy a mentir, pero Lyenor lo necesitaba, y en aquel entonces, por encima de todo lo demás, estaba ella. La quería más que a mí mismo, y si dejarlo todo la hacía feliz, yo también lo sería, estaba convencido. Así pues, di la espalda al puesto y, por supuesto, ella hizo lo mismo, permitiendo así que tanto Ezequiel Azaryan como Katrina Aesling alcanzasen los puestos de Prefectos, tal y como habíamos calculado.

Y si todo había salido según lo previsto, ¿por qué no lo dejamos? ¿Por qué cinco años después Lyenor Cross y Aidan Sumer seguían activos? La respuesta era fácil, pero a la vez muy complicada. Me gustaría decir que fue la presión lo que me obligó a seguir. Que Katrina falló a su palabra o que el Emperador se negó a dejarme ir. Sería fantástico poder poner cualquiera de aquellas excusas. Lamentablemente, estaría mintiendo. No lo dejé porque no quise, ni más, ni menos. Me gustaba estar en el ojo del huracán, ser una pieza importante dentro del nuevo Imperio. Sentirme especial... sentirme único. Y amigos, os voy a ser muy sincero... la nueva Prefecta tuvo gran culpa de mi decisión, y Lyenor era consciente de ello. De ahí que no la soportase; de ahí que, en lo más profundo de su alma, la odiase por impedir que pudiésemos empezar desde cero.

Triste, ¿eh? Lyenor estaba convencida de que Katrina estaba detrás de todo aquel complot; que sus cantos de sirena me nublaban la mente... Pues bien, Lyenor se equivocaba en parte, pero no en todo. Yo mismo me había labrado mi propio futuro dentro de la nueva Albia. Me había esforzado por mi país, había dado todo lo que podía ofrecer, y mi patria me había respondido alzándome hasta el Alto Mando, donde los años de experiencia y la cercanía del Emperador me habían convertido en una pieza clave. Así pues, en ese sentido se equivocaba. No obstante, sí que tenía razón en lo de los cantos de sirena. No soy estúpido, sé perfectamente cuando una mujer trata de mantenerme a su lado... cuando me sonríe y me mira de forma especial, y Aesling lo hacía. Su objetivo era que no abandonase la hermandad, estoy convencido de ello, pero incluso así yo me dejaba. Después de todo, ¿a quien no le gusta que le hagan sentir especial de vez en cuando?

—Lyenor, me conoces lo suficiente como para saber que he intentado velar por tus intereses por encima de todo —insistí—. De hecho, dentro del equipo de ataque que se va a formar Juno es el pilar principal. Diana y Balian Aesling son meros acompañantes. La apoyarán y protegerán cuando sea necesario, pero ella será la líder.

—No —respondió con determinación—. Cumpliremos órdenes, por supuesto. Si la Prefecta exige que Juno participe, lo hará, pero no se manchará las manos de sangre. Me niego. Ya ha puesto su vida en peligro: que lo hagan ahora los demás. ¿No querían gloria? ¡Pues que se la ganen!

Lyenor desapareció ante mis ojos, esfumándose de mi visión en apenas décimas de segundo. El viento trajo su perfume poco después, pero para cuando quise localizarla ya no se encontraba en los alrededores. Lyenor llevaba ya mucho tiempo dolida con la situación que le estaba obligando a vivir y con cada día que pasaba las dispuestas y los desencuentros entre nosotros iban a más.

Me pregunté hasta cuándo seguiría aguantando. Su capacidad de esfuerzo era abrumadora. Mi egoísmo, por desgracia, también. Quería pensar que llegaría el día en el que Albia ya no me necesitaría; el día en que las nuevas generaciones podrían valerse por sí mismas... pero por el momento, ese día aún estaba muy lejos.

Lo siento, Lyenor.




—¿Balian Aesling? —La simple mención del nombre logró que el joven Gherys Dern pusiera los ojos en blanco, horrorizado—. ¡Sol Invicto, espero que sea una broma, Centurión! ¡Ese tío es un auténtico imbécil!

—¿Imbécil? —Diana soltó una sonora carcajada nerviosa—. Es un bastardo prepotente al que sus padres abandonaron con tal de no tener que soportarlo. Un mentiroso, un estirado, un hijo de...

Balian Aesling no era la mejor compañía. El hijo adoptivo de la Prefecta era un chico conflictivo al que le gustaba avasallar a cuantos se le cruzaban por el camino, aprovechándose de sus capacidades. No obstante, a pesar de su mal carácter, era uno de los mejores Agentes de la Noche que actualmente teníamos entre nuestras filas. Aún tenía muchísimo que aprender, desde luego, y no era descabellado que su arrogancia lo llevase a la tumba antes de tiempo, pero incluso así confiaba en él. Eso sí, no voy a negar que me preocupaba un poco el que Diana se juntase con él. Si ya de por sí mi sobrina era pura dinamita, mezclarla con alguien como Aesling era un auténtico suicidio. De hecho, creo que era una de las peores y mejores ideas que habíamos tenido en mucho tiempo... así que, sin lugar a dudas, el éxito estaba casi asegurado.

—Veo que conoces bien al chico —dije tras dejarla que se desfogase durante unos minutos—. Me alegro, así podré ahorrarme las presentaciones.

—¡Al infierno con él, Aidan!

Diana se puso en pie y tiró de un empujón la silla de la sala de reuniones donde hacía rato que aguardaba sentada. El estruendo de la madera al chocar contra la pared resonó por toda la guarida, despertando ecos en los túneles. En otros tiempos Lansel, Damiel o el propio Marcus habrían acudido a la carrera a ver qué sucedía. En aquel entonces, sin embargo, nadie hizo nada puesto que, por triste que pareciese, no había nadie más. El resto de Pretores de la Unidad Sumer, Eddie Wood, Cassari Morme y Asher Coolan, se encontraban lejos de la capital, cumpliendo con su deber en distintas localizaciones.

Gherys Dern, por su parte, ni tan siquiera se inmutó. Acomodado en su butaca, al lado de donde antes había estado la de Diana, miró de reojo a su compañera y, ocultando bajo el cuello de la chaqueta una sonrisa traviesa, se limitó a negar con la cabeza.

—Menuda suerte la tuya, Reina —se burló—. ¿No había nadie peor con quien emparejarla en todo el planeta, verdad, Centurión?

—¡Esto es una maldita condena! —exclamó ella, furiosa—. ¿Por qué tengo que ir con él? ¡Puedo hacerlo yo sola, Aidan! Sea lo que sea, puedes confiar en mí. Cumpliré con mi deber.

—No lo dudo —respondí—, pero la decisión no es mía, Diana. Recoge tus cosas: en veinte minutos sales. Tu nuevo mejor amigo, Juno Calvin y tú tenéis un tren esperando. Dern, a ti te necesito también. Vendrás conmigo, ¿de acuerdo? Te daré más detalles de la operación, Diana, pero será más tarde. De momento prepara la maleta: te vas de vacaciones a Talos.

—¿¡A Talos!?

Dejé a los dos jóvenes y revoltosos Pretores gritándose entre sí para volver a salir a los jardines y encaminarme de regreso al aparcamiento. La casa que compartía con Lyenor no estaba demasiado lejos de allí. Ninguno de los dos solíamos pasar demasiado tiempo en ella, pues la mayoría de días preferíamos quedarnos en nuestras guaridas del Jardín o en alguna de las habitaciones del Palacio Imperial, para ahorrar tiempo, pero aquella noche debía ir. Lyenor tardaría en volver, tenía el orgullo herido y se haría de rogar, pero tarde o temprano regresaría a casa, y allí estaría yo esperándola. Era lo mínimo que podía hacer. Nadie me daría jamás el premio al mejor marido, pero no podrían negarme que al menos lo intentaba. Que lo consiguiese ya era otra historia...

Era una lástima que las cosas nunca fueran tan fáciles.




Alguien estaba esperando en la puerta de entrada cuando aparqué el coche frente al jardín. No llevaba demasiado, pues aún llamaba al timbre cuando lo vi, pero por su expresión parecía disgustado. Salí del vehículo con paso tranquilo, reconociéndolo de inmediato, y me acerqué a su encuentro armándome de paciencia. No me apetecían más quebraderos de cabeza de los que ya tenía, pero de aquel no podía escapar. Muy a mi pesar, mientras siguiese formando parte del Alto Mando, no podría evitarme aquel tipo de visitas.

—Theoric Griffin —dije y le tendí la mano a modo de saludo cuando se giró—. Lo más parecido a un mensajero real que conozco. Espero que me traigas buenas noticias, compañero. ¿Mi sobrina está bien?

El Pretor de la Corona respondió estrechándome la mano, con una sonrisa en el rostro. Nos conocíamos hacía mucho tiempo de vista, pero no había sido hasta la entrada de Noah en su Casa que no me había molestado en saber su nombre. Como ya sabéis, los agentes de su Casa no me caían especialmente bien. No obstante, con el inesperado giro que habían dado los acontecimientos respecto a Noah, mi visión empezaba a cambiar. Eran aburridos y estaban muy acomodados, desde luego, eso era innegable, pero jugaban un papel crucial en el porvenir del país.

—Centurión —respondió él, correspondiendo a mi apretón de manos con fuerza—. Está bien, sí. Noah es una joven de lo más prometedora. Ha conquistado a su Majestad en apenas unos días.

—Eso es bueno. No esperaba menos de ella. Entonces... —Saqué las llaves del bolsillo y me dispuse a abrir la verja—. ¿A qué se debe la visita? Dudo que hayas venido hasta aquí solo para que te invite a una cerveza.

—Nunca diría que no a un trago —dijo con cordialidad—. Pero no es ese el motivo de mi visita, no. Al menos no el principal. Sin embargo, aceptaré de buen grado esa cerveza. Lo que tengo que comunicarle es un tanto privado; sería mejor hablarlo en un lugar más discreto.

Sin necesidad de tener en la mente el tan conocido radar de los agentes de la Corona, todas mis alarmas saltaron. Griffin lo enmascaraba con cordialidad y sonrisas, pero su presencia allí evidenciaba que se trataba de algo importante.

Dejé escapar un suspiro. Hundí la llave en la cerradura y abrí. Acto seguido, le invité a pasar.

—Privado, ¿eh? —dije, e hice un ademán de cabeza para que se adentrase en el jardín—. De acuerdo, agente... veamos qué tengo en la nevera.

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