Capítulo 7
Capítulo 7 – Damiel Sumer, 1.794 CIS (Calendario Solar Imperial)
Hésperos, la gran ciudad. Para muchos aquel gran laberinto de rascacielos, luces de neón y diversión había acabado convirtiéndose en una cárcel de la que era difícil escapar. Hésperos era seductora; una amante cálida y comprensiva cuyos brazos se convertían en una trampa letal si no eras capaz de abandonarlos a tiempo.
Personalmente he de admitir que me hubiese gustado poder disfrutar un poco más de sus mieles. Siendo un chaval de diecisiete años lo que más me apetecía era perderme en su noche y bebérmela a sorbos hasta caer inconsciente. Deleitarme de su música, de su diversión, conocer a sus gentes, enamorarme de ellas y romperles el corazón... reír y llorar, acostarme y amanecer bajo la luz del Sol Invicto. Quería, al menos durante algunos días, ser un habitante más. Alguien cuyas responsabilidades fuesen mínimas y que gozase de la libertad casi absoluta de hacer lo que quisiera.
Sí, lo quería, pero como ya he dicho, tan solo durante unos días. El resto del tiempo quería ser lo que era, un agente de la Noche. Por suerte, aquel "castigo" me iba a permitir disponer de unos cuantos días para mí, por lo que, después del largo y aburrido viaje en tren en el que el silencio había sido nuestro mejor compañero, Lansel, mi hermano, la Optio y yo regresamos al Jardín de los Susurros, donde nuestro auténtico hogar nos aguardaba sumido en sombras.
—Lucian Auren, el hermano del Emperador, ha convocado una reunión a la que debo asistir. Se celebrará esta tarde, así que imagino que estaré incomunicada durante unas cuantas horas. ¿Seréis capaces de no meteros en líos durante ese rato?
Aunque intentaba ser amable y cercana, Lyenor Cross jamás se ganaría la simpatía de mi hermano Davin. Mientras que con aquel tipo de advertencias cargadas de buen humor lograba arrancarnos una sonrisa a Lansel y a mí, para mi hermano era poco menos que una ofensa. Era una lástima, pues además de ser una magnífica agente, Lyenor era una mujer encantadora gracias a la que mi padre había logrado mantener los pies en el suelo, pero mientras siguiese tan cerca de él, Davin jamás la aceptaría. Lo consideraba una deslealtad a mi madre.
Yo, en cambio, estaba satisfecho con ella. Lógicamente habría preferido que fuese mi madre quien ocupase el corazón de mi padre, pero dadas las trágicas circunstancias agradecía que estuviese a su lado.
—Intentaremos portarnos bien —dije al ver que ninguno de mis dos compañeros respondían—. Pero no prometemos nada, Optio.
—¿Tenéis algo planeado? —respondió, agradecida al ver que le seguía la corriente—. Si acabo pronto podríamos ir esta noche a tomarnos algo a "La Espada y la Luz". Mi hermana me ha dicho que Rolf Maaxen, el dueño, ha inventado un nuevo cóctel. Quizás...
—No contéis conmigo —sentenció Davin con brevedad—, no voy a salir.
Breve y cortante, ese era mi hermano. Quizás no fuese capaz de vencer al enemigo con la espada, pero su lengua era tan afilada que bien podría haber doblegado ejércitos enteros a base de palabras.
—¿Aún te duelen las heridas, Davin? —preguntó la Optio, preocupada—. Puedo llevarte al departamento médico si lo necesitas.
—No, gracias —sentenció él, distante, y apartó la mirada—. No me duelen. Simplemente quiero quedarme en mi habitación, nada más. De hecho voy a retirarme ya. Si necesitáis algo ya sabéis donde estoy.
Y sin más abandonó la sala para hundirse en la oscuridad del pasadizo, donde rápidamente se perdió convertido en una sombra más. Ya a solas, los tres presentes nos miramos los unos a los otros, prefiriendo mantener el silencio y fingir que no había sucedido nada a enfrentarnos a lo que tarde o temprano acabaría convirtiéndose en un auténtico problema.
Lyenor se cruzó de brazos, luchando consigo misma para mantener la expresión amable que tanto le caracterizaba. Mi hermano no se lo ponía fácil precisamente. Por suerte para él, aún le quedaba paciencia suficiente para aguantarlo al menos un día más.
—En fin, ¿y vosotros? —nos preguntó—. ¿Os animáis? Invito a la primera ronda.
—Nosotros nunca decimos que no a una copa gratis, jefa —respondió Lansel.
Una hora después, tras haberme dado una ducha y haber cambiado el uniforme por ropas más cómodas, salí del mausoleo. En el exterior el día estaba despejado, con el cielo libre de nubes y la suave brisa meciendo las ramas de los árboles. La temperatura era agradable, lo que había provocado que los pájaros piasen y cantasen en la lejanía, alegres.
Me gustaba el Jardín de los Susurros. Para mucho aquel lugar lleno de naturaleza salvaje, plantas carnívoras y panteones ocultos podía llegar a ser un tanto siniestro, pero yo me sentía muy cómodo en él. De noche resultaba un poco intimidatorio, sobre todo cuando los agentes más traviesos se dedicaban a llenar de sombras los caminos, pero en aquel entonces, bañado por la luz del sol, era, sin lugar a dudas, uno de los lugares más hermosos de la ciudad.
Deambulé por la zona durante los diez minutos que Lansel siempre tardaba en reunirse conmigo. Desconocía cómo lo hacía, o mejor dicho, el motivo, pero fuese cual fuese la situación, él siempre aparecía diez minutos después que yo. Ni uno más ni uno menos, diez clavados. En varias ocasiones le había preguntado al respecto, pero Lansel era tan críptico en sus respuestas que había acabado dándome por vencido. Así pues, paseé tranquilamente por los alrededores durante un rato hasta que, alcanzado el segundo preciso, mi buen amigo y compañero surgió de entre los árboles, tras de mí.
—Eh, Lansel —saludé, y señalé uno de los caminos con el mentón para que nos pusiésemos en marcha—. He hablado con Oli. Está en el Castra Praetoria con la nueva remesa de novatos. Quiere presentarnos a alguien. ¿Te parece que vayamos antes de irnos al centro?
—Por mí no hay problema, pero creo que no le caigo demasiado bien a tu novia, ya lo sabes.
—No es mi novia —aclaré por enésima vez, incapaz de disimular la sonrisita que aquel comentario siempre despertaba en mí—. Y si no te comportaras como un auténtico capullo cada vez que quedamos con ella le caerías bien.
—Juré que no cambiaría jamás por una tía y ella no va a ser una excepción, compañero —aseguró él en tono jocoso—. Pero vayamos a verla, al menos logra alegrarme la vista. Por cierto, Damiel, no es que le espíe, pero he vuelto a oír a tu hermano hablar por teléfono con tu tío. Han quedado esta noche.
Preferí no contestar. La actitud de mi hermano empezaba a molestarme, y no solo porque a veces se comportase como un idiota. Si quería lanzarse por las escaleras y enfrentarse a un dron a sabiendas de que probablemente moriría, allá él. No me importaba. Al contrario, aunque me doliese poder perderle, comprendía su comportamiento puesto que, en el fondo, yo haría lo mismo. La impetuosidad formaba parte de la esencia de los Sumer. No obstante, el secretismo y el victimismo tras los que últimamente se escondía me ponían de los nervios. Si quería ir a ver a nuestro tío, ¿por qué no me avisaba e íbamos juntos? Davin intentaba mantenerme al margen, marcar las distancias conmigo, y yo no entendía el motivo. Y lo peor era que de mí no era del único que se estaba alejando. Con padre y el resto de compañeros estaba haciendo algo parecido, y mejor no hablar con Lyenor. A ella ni tan siquiera la incluía en la lista de familiares.
Pero aquel día no quería enfadarme. A pesar de todo estaba de buen humor y quería disfrutar de unas horas de diversión con mi buena amiga Olivia Harper, por lo que me obligué a mí mismo a dejar de lado todas las preocupaciones. En lugar de seguir dándole vueltas puse rumbo hacia el Castra Praetoria, en el Palacio Imperial, y tras unos cuantos minutos de paseo por las imponentes calles de Hésperos, Lansel y yo nos plantamos en la entrada, donde mi querida Olivia ya nos esperaba en compañía de un joven aspirante a Pretor.
¿He dicho ya cuánto quería a Olivia? Incluso siendo una agente de la Corona, los más tibios de todos los Pretores, aquella chica se había ganado mi respeto al enfrentarse a la muerte cara a cara y salir victoriosa durante el periodo de adaptación a la Magna Lux. Además, habíamos compartido tanto juntos que dudaba que jamás pudiese llegar a apartarme de ella. Aquella chica formaba parte de mi vida y yo de la suya, y así sería hasta el final.
—¡Eh, Olivia! —exclamé al verla.
Y aunque odiaba que levantase la voz, pues era una de las personas más discretas que conocía, me dedicó una amplia sonrisa llena de cariño a modo de respuesta.
—¡Damiel Sumer! Dichosos los ojos —dijo, y nos fundimos en un fuerte abrazo bajo la atenta mirada de Lansel y el niño—. Me alegro de verte, amigo mío.
—Lo mismo te digo, estás estupenda.
—¿Estupenda? —intervino Lansel, provocador, y se cruzó de brazos con una amplia sonrisa maliciosa atravesando su pálido rostro—. ¿Pero tú a donde miras, Damiel? ¿Es que no ves que va vestida de la Casa de la Corona? ¡No te regodees en su desgracia!
—Sigues creyéndote gracioso, eh, Jeavoux —replicó Olivia con recelo—. En fin, confío en que algún día alguien te abra los ojos.
—Si quisieras ser tú no te diría que no, querida.
A pesar de todo Olivia saludó a Lansel con un rápido beso en la mejilla. Entre ellos jamás habría la afinidad que había habido tiempo atrás con Soren, su hermano, pero se apreciaban... o al menos eso quería creer. Lo cierto era que con aquel par nunca se sabía.
—Hace mucho que no sé nada de vosotros —prosiguió Olivia—. Imagino que tendréis mil historias que contarme.
—No lo dudes —aseguré—. Ha pasado de todo durante este tiempo.
—Yo tampoco he estado ociosa, la verdad. Pero ya te lo contaré luego. Si os he traído aquí es porque alguien quería saludaros. Cada vez que me lo cruzo me pregunta por vosotros, así que cuando recibí tu mensaje de que estabas aquí se lo dije.
—Y te doy las gracias por ello, Olivia —dijo el niño—. No sé si os acordáis de mí, pero...
Aunque tardé unos segundos en reconocerlo, pues había cambiado mucho desde la última vez en que nos vimos, tan solo necesité mirar a aquel niño de diez años a los ojos para recuperar del pasado su recuerdo. Alto y de constitución atlética, con los ojos dorados y el cabello castaño oscuro ahora rapado, no cabía la menor duda de que aquel muchacho uniformado ahora de recluta era Marcus Giordano, el muchacho al que dos años atrás habíamos salvado la vida.
Su mera presencia logró revolverme los sentimientos. No eran muchas las ocasiones en las que podíamos ver cara a cara el resultado de nuestras intervenciones.
—¡Marcus! —interrumpí, y me apresuré a tenderle la mano—. ¡No sabes cuánto me alegro de verte, chaval! La última vez que nos vimos estabas en el hospital, medio muerto.
—¿Tú eres Giordano? —preguntó Lansel con perplejidad—. Vaya, ¡quién te ha visto y quién te ve, chico! Y yo que pensaba que no ibas a sobrevivir.
Lejos de molestarse ante el comentario, el muchacho nos estrechó la mano con fuerza a ambos, muy contento de volver a vernos. Para nosotros, aquel niño asustado y mal herido que habíamos encontrado por casualidad en el jardín de su casa había caído en el olvido. Hacía dos años que perseguíamos al asesino de su familia, sí, pero por alguna razón tanto él como su padre habían quedado en un segundo plano. Para él, sin embargo, nosotros éramos los héroes gracias a los que seguía con vida. Héroes a los que admiraba y a los que no había día que no diese las gracias por haberle salvado.
Muy irónico.
—No sabía que te ibas a meter en el Castra Praetoria —dije con sorpresa— Mi enhorabuena. ¿Cuánto llevas?
—Tan solo unos meses —explicó el joven—, tiempo más que suficiente para comprobar que esto no es fácil. El proceso es duro, pero confío en que valdrá la pena.
—Ten paciencia, aún tienes mucho camino que recorrer —aseguró Lansel—. ¿Y has pensado ya a qué Casa te gustaría pertenecer?
Antes incluso de que hablase, yo ya sabía la respuesta. Tan solo había que mirarle a los ojos para saberlo. Aquel muchacho se había metido en el Castra Praetoria en gran parte para seguir los pasos de su padre y abuelo, pero era innegable que nosotros también habíamos influido en su decisión. Y era precisamente por ello por lo que era evidente a qué Casa quería pertenecer. Marcus estaba en deuda con nosotros, y hasta que no nos devolviese el favor, no pararía.
—Marcus es de los nuestros —dije—. Se nota que las sombras corren por sus venas, ¿me equivoco?
—En absoluto, Damiel —aseguró—. Quiero seguir los pasos de mi abuelo y unirme a vuestra Casa. Mi padre, que es de la Casa de las Espadas, dice que en el frente necesitan gente, pero creo que el día que me salvasteis la vida mi destino quedó marcado. Damiel, Lansel, quiero unirme a vuestra Casa, y confío en que, llegado el momento, pueda convertirme en uno más dentro de vuestra Unidad. Sería un gran honor para mí.
Debo admitir que aquellas palabras me llegaron muy hondo. Aquel muchacho era aún muy joven, tenía todo el proceso de adaptación aún por delante y muchos años en los que cambiar de idea, pero tal fue la determinación con la que pronunció aquellas palabras que logró convencerme. Marcus quería unirse a la Casa de la Noche y a la Unidad Sumer, y mientras yo formase parte de ella, haría todo lo que estuviese en mis manos para que así fuese.
—Si eso es lo que deseas, haré todo lo posible por ayudarte a entrar, Marcus —dije con total sinceridad—. Aprende todo lo que puedas durante estos años y fortalécete: el camino que te espera no es fácil. Saca toda la fuerza que haya en ti y utilízala para ser el mejor. Si dentro de cinco años consigues sobrevivir, llama a mi puerta. Te doy mi palabra de que si aún lo deseas, en nuestra unidad habrá un hueco reservado para ti.
—Tu padre te va a matar cuando se entere de que vas prometiendo puestos en su Unidad, Damiel —dijo Olivia aprovechando la pausa entre canción y canción.
Era posible que se enfadase, sí, pero en cuanto le mirase como me había mirado a mí, le aceptaría de buena gana. Aquel muchacho prometía, estaba convencido... Claro que para cuando Marcus Giordano acabase su etapa de preparación aún quedaba media década, por lo que no me preocupaba en exceso. Llegado el momento ya veríamos qué hacer.
—No te creas, su viejo está tan loco o más que él —dijo Lansel—. El Centurión más loco que he conocido en mi vida.
—Por eso te gusta tanto, ¿eh? —apunté yo—. La verdad es que mi padre es un tipo bastante especial. Quizás no esté loco como dice Lansel, pero no es un Centurión cualquiera.
—Sin duda. Los agentes de la Casa de la Noche sois extraños —dijo Olivia—. Os tomáis la justicia por vuestra propia mano y eso es peligroso. ¿Habéis oído lo de Laen Mardis?
—¿Lo de quién?
Con la música atronando en la pequeña sala subterránea en la que nos encontrábamos era complicado escucharla hablar. Tras la visita al Castra Praetoria, Olivia nos había llevado al distrito de las Mil Columnas, donde una pequeña discoteca nos aguardaba oculta en el interior de una estación de Metro abandonada. Su nombre era "Nexo", y aunque en aquel entonces parecía poco más que un aparcamiento algo descuidado en el que centenares de jóvenes se amontonaban para pegar botes al ritmo de la estridente música underground que pinchaba el DJ, con el tiempo acabaría convirtiéndose en uno de los locales de referencia de la ciudad.
Pero hasta que no mejorasen el sistema de sonido iba a ser complicado poder oír a Olivia y su suave voz aterciopelada... muy complicado.
—¡Pero habla más alto, chica! —exclamó Lansel sin pudor alguno—. ¡Pareces un pajarito!
—Eh, Lansel —dije a modo de advertencia—. No te pases.
—¡Pero es que no la oigo!
—¡No es mi problema que estés sordo como una tapia, Jeavoux! —respondió ella a la defensiva, y se cruzó de brazos. Por suerte para los tres, cuando habló lo hizo en tono más alto, no tanto como nosotros, que aprovechábamos el alboroto para hablar a gritos, pero sí lo suficiente como para que al menos se la entendiese—. Laen Mardis era un tipo muy importante en la ciudad, uno de los miembros fijos de los círculos de comercio. Allí donde se moviese dinero estaba él metido. Un pez gordo, vaya.
—Cierto —admitió Lansel—. Mardis es uno de los tipos que financia a los Magus de la Academia... pero hay mucha leyenda negra a su alrededor. Mi padre lo conoce desde que eran niños y me advirtió que no debía acercarme a él. Es peligroso.
—Estoy de acuerdo con tu padre —secundó Olivia—. Mardis ha estado metido en escándalos muy turbios... historias extrañas con críos.
No era la primera vez que oía hablar de gente peligrosa en Hésperos. Como en cualquier otro lugar, el dinero abría muchas puertas, y si bien en Albia la gente como nosotros nos encargábamos de cerrarlas, al menos en los casos más escandalosos, siempre se nos escapaban algunos.
Su simple mención logró revolverme el estómago. Concentré la mirada en mi botellín de cerveza y traté de relajarme. El trabajo a veces me absorbía demasiado. Mi padre decía que aquella cualidad la había heredado de mi madre, aunque por el modo en el que a veces se quedaba en silencio, pensativo, creo que también podría ser cosa suya.
—Pues como os decía, Mardis ha aparecido muerto esta noche —prosiguió Olivia—. Asesinado para ser más precisos. Le han cortado el cuello de un tajo.
—Seguramente se lo merecía —respondió Lansel con frialdad—. ¿Pero y eso qué tiene que ver con nuestra Casa? ¿Acaso crees que todos los asesinatos de toda Gea son cosa nuestra?
—¿Pero quieres dejarme acabar? —preguntó Olivia, haciendo acopio de toda su paciencia—. Por el Sol Invicto, Jeavoux, ¿por qué no podrás parecerte un poco más a Soren?
Aunque un tanto cruel para mi gusto, aquel golpe bajo logró dejar a Lansel fuera de juego. Mi buen amigo respondió con una sonrisa maliciosa y un comentario que prefiero no recordar, pero a partir de entonces permaneció algo más callado. Aunque lo disimulase e incluso a veces asegurase lo contrario, la herida dejada por la muerte de su hermano Soren seguía doliendo.
—La autopsia ha revelado que la hoja con la que le han cercenado el cuello estaba impregnada de lirio gris —explicó la joven—. Imagino que no es necesario que explique dónde se encuentra la mayor plantación de esa planta venenosa y quién la utiliza, ¿verdad?
—¿Insinúas que por el mero hecho de que a ese cerdo lo hayan matado con lirio gris ya es cosa de la Casa de la Noche? —intervine, fingiendo una indignación que, por supuesto, no era real—. ¡Lo que hay que oír!
Aproveché que Lansel se llevaba su cerveza a los labios para guiñar el ojo a Olivia con complicidad. Siempre cabía la posibilidad de que no fuese así, pero era evidente que la muerte de Mardis era cosa de algún compañero de mi Casa. Un asesinato de aquel calibre en plena noche, con un corte en la garganta y con lirio gris de por medio, era señal de que los hijos de la media luna habían decidido intervenir. Lógicamente el asesino de Mardis nunca sería revelado, pero con haber dejado nuestra huella a modo de aviso era más que suficiente. Los Hijos de la Noche obedecíamos órdenes del Emperador y cumplíamos con la legislación albiana, pero si por alguna razón considerábamos que sujetos como Mardis debían ser eliminados, no dudábamos en hacerlo.
—Perdone usted, caballero —ironizó Olivia—. Probablemente no haya sido cosa vuestra, de acuerdo, pero desde luego que el caso haya recaído en manos de una de vuestras unidades es sospechoso, amigo mío. De hecho, me extraña que no lo supieras, ¿acaso no te ha contado nada tu tío?
Incluso tocado, Lansel no pudo reprimir una estruendosa carcajada al escuchar la pregunta. Mi buen amigo palmeó la barra con fuerza, partiéndose de risa, y siguió soltando carcajadas durante largo rato mientras se encaminaba al baño masculino del local. Yo, por mi parte, ni tan siquiera dibujé una sonrisa. Que mi tío Luther Valens, Centurión de la Unidad Valens, se hubiese quedado al mando del caso no me sorprendía. A diferencia de nosotros, su coto de caza era Hésperos. Lo que sí que me chocaba era que mi hermano no me lo hubiese dicho.
Su constante deseo de poner distancia entre nosotros empezaba a molestarme mucho.
—Por tu cara presiento que te he estropeado la noche, ¿me equivoco? —se lamentó Olivia. Apoyó la mano sobre mi hombro y, cercana, lo apretó con suavidad—. Lo siento, Damiel, no era mi intención.
—¿Estropearme tú la noche? —dije, obligándome a mentir, y deposité mi mano sobre la suya—. Eso es imposible, Oli. Incluso disfrazada con ese traje de la Casa de la Corona, sigues siendo de las pocas que logran alegrarme el día con una simple sonrisa.
Mis palabras lograron sonrojar a mi compañera. La Pretor apartó la mirada, incapaz de borrar la sonrisa tímida que en aquel entonces decoraba su bello rostro, y se llevó el botellín de cerveza a la boca, tratando de ocultar lo evidente.
Yo, por mi parte, no pude más que mantenerle la mirada, disfrutando de aquella bonita expresión que tanto echaba de menos.
—Nunca vas a cambiar, ¿verdad, Damiel?
—No entra en mis planes, no te voy a mentir... pero tranquila, por hoy no volveré a hacerlo más. Eso que has dicho de mi tío me da que pensar. Dime una cosa, Olivia, y quiero que seas totalmente sincera. ¿Se le relaciona directamente con el asesinato?
—¿A Luther? —preguntó, y rápidamente negó con la cabeza—. En absoluto. Tu tío tiene muy buena fama, ya lo sabes. Es uno de los Centuriones más respetados... y no solo porque sea el más cercano al Emperador. El trabajo de su Unidad es impecable. No obstante... —Olivia bajó el tono de voz—. Es evidente que mientras el caso esté en sus manos, no va a salir a la luz el nombre del asesino. Siempre y cuando el culpable sea alguien de vuestra Casa, claro, de lo contrario es cuestión de minutos que lo detengan, si es que no lo han hecho ya.
Respondí con una sonrisa carente de humor. Conocía lo suficiente a mi tío para saber que si había aceptado el caso era porque había algo que ocultar, por lo que no esperaba que hubiese ninguna detención. De hecho, me extrañaría que lo contrario.
Me pregunté si sería precisamente para hablar sobre lo ocurrido el motivo del encuentro entre mi hermano y él. Siempre había sentido curiosidad por la relación que les unía. Para mi tío, Davin era muy especial, y no solo por el mero hecho de que fuese su sobrino. El parecido de Davin con mi madre era clave en su relación, y cuanto más iba avanzando en el tiempo, más evidente era que, a pesar de seguir siendo familia, Luther Valens no quería saber nada del resto de los Sumer.
—¿Damiel?
Sentir de nuevo la presión de la mano de Olivia sobre mi hombro me hizo apartar de mi mente todos aquellos turbios pensamientos relacionados con mi familia. Centré la mirada en los bonitos ojos de mi compañera y, aprovechando que en aquel preciso momento Lansel se unía de nuevo a nosotros, alcé mi cerveza.
—En fin, chicos, ¿qué tal si brindamos por habernos reencontrado una vez más? —propuse.
—Claro, ¿por qué no? —respondió Olivia, y alzó también su bebida—. Convirtámoslo en una tradición. Cada vez que volváis de donde sea que hayáis ido, avisadme y vendremos a celebrar que los tres seguimos con vida. En el fondo, por muy imbécil que sea Lansel, me alegro de veros a los dos.
—Me parece bien —secundó Lansel—. Eso sí, solo espero que para la próxima vez traigas a alguna amiga guapa, Olivia. Me canso de hacer de aguantavelas.
Pasamos unas cuantas horas más disfrutando de la música y de la buena bebida hasta la medianoche. Olivia tenía mucho que contarnos, y aunque nosotros también, preferí escucharla, atento a todo aquello que quisiera compartir. Bebimos, brindamos, recordamos los años que pasamos juntos en la Castra Praetoria y, alcanzado cierto momento de la noche, incluso nos plantamos los tres en mitad de la pista y empezamos a bailar. No fue demasiado rato, pero me lo pasé tan, tan bien, con Olivia entre los dos, cogiéndonos por los hombros y riendo a carcajadas, que durante el resto de la noche olvidé todo lo que hasta entonces me había preocupado. Mardis, mi hermano, los asesinatos, los casos sin resolver... absolutamente todo quedó en un segundo plano.
Alcanzada la una de la madrugada, el teléfono de Lansel y el mío sonaron a la vez al recibir un mensaje colectivo. Ambos le echamos un rápido vistazo, sin dejar de escuchar lo que en aquel entonces Olivia contaba, e intercambiamos una fugaz mirada que a ella no le pasó por alto.
—¿Trabajo? —dijo, y aunque intentó que no se notase, su tono de voz rebeló cierta decepción—. ¿A estas horas?
—Nuestra Optio nos reclama —respondió Lansel—. Me temo que te dejamos por una más madura, Olivia.
—Pues vaya —murmuró—. ¿Y os tenéis que ir los dos?
—Me temo que sí —contesté, y me bebí de un trago el contenido restante del tubo de cristal que tenía entre manos—. Pero podemos quedar otro día. Creo que vamos a pasar unas semanas en Hésperos, así que si quieres...
—¡Claro!
Tras recoger nuestras chaquetas del ropero, los tres salimos a la fría noche albiana. Recorrimos un par de calles con paso tranquilo, aprovechando la brisa nocturna para despejarnos, y una vez alcanzado nuestro coche, dejamos a Lansel en su interior, calentándose las manos con la calefacción. Olivia y yo, sin embargo, seguimos caminando un poco más hasta alcanzar una parada de taxis donde tres jóvenes conductores aguardaban tranquilamente a la llegada de nuevos clientes.
—¿Estás segura de que no prefieres que te acerquemos nosotros? —le propuse por tercera vez—. Nos va de camino.
—No, no os va de camino —respondió ella con sencillez, e hizo un ademán de cabeza hacia uno de los conductores para que fuese arrancando el motor de su vehículo—. Además, no te preocupes tanto, soy una Pretor de la Casa de la Corona, ¿de veras crees que alguien en su sano juicio me haría algo? —Me dedicó una sonrisa sincera—. Estaré bien.
Tenía razón, nadie se atrevería a ponerle una mano encima siendo quien era, pero incluso así no podía evitar sentir cierto miedo al dejarla sola en la ciudad. Años atrás mi padre había creído que dejaba a salvo a mi hermana y mi madre en casa, y el resultado había sido tan nefasto que ninguno de los tres jamás podría olvidarlo jamás.
—De acuerdo, como tú quieras —dije, dándome por vencido, y la acompañé hasta la puerta del vehículo—. Nos vemos mañana.
En realidad no volvería a verla al día siguiente, ni tampoco a lo largo de muchas semanas, pero en aquel entonces no tenía la menor idea de lo que estaba a punto de suceder, por lo que me despedí de ella con la intención de seguir viéndola. Tomé con la mano derecha su mentón y, logrando con ello dejarla sin palabras y probablemente sin aliento, le planté un suave beso en los labios. Seguidamente, despidiéndome ya con un guiño, cerré la puerta del coche y aguardé en la acera a que el vehículo se pusiera en marcha.
El teléfono empezó a vibrar en mi bolsillo justo cuando me encaminaba hacia el coche de Lansel.
—Lyenor —saludé tras aceptar la llamada y llevarme el dispositivo a la oreja—. Vamos para allí, danos unos min... ¿mi hermano? No, no estoy con él... ¿y dices que no te coge el teléfono? En fin... intentaré contactar con él pero no prometo nada. Si no te lo coge a ti no creo que... sí, sí, tranquila, ya vamos para allí. ¿Pero qué te pasa? ¿Por qué estás tan...? De acuerdo, de acuerdo, vamos de inmediato. En diez minutos estamos allí.
—¿La jefa? —preguntó Lansel al verme tomar asiento a su lado. Arrancó el motor del vehículo y rápidamente se incorporó al tráfico nocturno—. Creo que me ha estado llamando a mí también, pero...
—Ha pasado algo —interrumpí con brusquedad—. No me lo ha querido decir, pero es evidente. Estaba muy nerviosa... tiene mala pinta. Espero que mi padre esté bien.
Media hora después nos encontramos con Lyenor Cross en la sala común de nuestro mausoleo, en los subterráneos del Jardín de los Susurros. Durante todo el trayecto traté de contactar con mi hermano utilizando mi teléfono y el de Lansel, pero no hubo respuesta. Cross, por su parte, también probó suerte, pero el resultado fue el mismo. Mi hermano estaba desaparecido, y aunque en lo más profundo de mi ser sabía perfectamente dónde se encontraba, confiaba en que tarde o temprano se dignaría a dar señales de vida. De lo contrario tendría que traerlo a la fuerza y aquello era algo que quería evitar al menos de momento.
Cuando entramos en la sala de reuniones Lyenor se encontraba de pie frente a la pizarra, con una tiza entre manos y el tablero garabateado. Sobre la mesa había una radio en la que únicamente se escuchaba estática, y junto a esta, extendido todo lo ancho que era, un mapa de Talos.
Talos...
Un mal presentimiento se apoderó de mí al verlo. Me detuve durante un instante para ver los círculos rojos que Lyenor había marcado sobre su superficie y tomé asiento. En la pizarra, además de tres códigos alfanuméricos, había apuntadas varias direcciones y nombres, pero por su sonoridad parecían albianas.
Me pregunté qué estaría pasando.
—Buenas noches, Optio —saludó Lansel con aparente indiferencia. Mi compañero se dejó caer pesadamente en una de las sillas y, sin prestar demasiada atención a la pizarra, echó un vistazo al mapa. Lanzó un silbido—. ¿Nos vamos de turismo a Talos, jefa?
Tal fue la mirada llena de advertencia que Lyenor le dedicó a Lansel que mi compañero rápidamente cambió el tono. Se incorporó en la silla, con la expresión ahora neutra, y analizó con rapidez el texto de la pizarra. Mientras tanto, la Optio siguió paseando de arriba abajo por la sala hasta que, pasados cinco minutos, decidió cerrar la puerta, dando así por sentado que Davin no iba a unirse a nosotros. A continuación, con el rostro endurecido por una expresión llena de determinación, acudió a nuestro encuentro al cabecero de la mesa.
—No habéis logrado dar con Davin, ¿verdad? —preguntó con frialdad, a pesar de saber perfectamente la respuesta.
—No —respondí—. No coge el teléfono, Optio. Lo siento.
—No eres tú quien lo va a sentir, tranquilo —replicó, y se cruzó de brazos—. Voy a ser muy sincera con vosotros, muchachos. Como ya sabéis Lucian Auren ha convocado a los altos cargos de la Casa de la Noche, y tras mucho debatir se nos ha asignado una misión en la que se nos requiere en acción desde mañana mismo. Memorizad los nombres y los lugares que he apuntado en la pizarra. Una vez los borre, no volveremos a mencionarlos.
Me apresuré a obedecerla a sabiendas de que, si bien a mí se me podía llegar a olvidar algún dato, la memoria prodigiosa de Lansel los grabaría a fuego. Leí el listado tres veces, esforzándome por no desconcentrarme, y una vez memorizados, volví a centrar la atención en Lyenor. Pocas veces la había visto tan seria y tensa como aquella noche.
—Imagino que os estaréis preguntando quiénes son esas personas. Nuestro Centurión siempre comparte con nosotros todo lo que sabe sobre nuestros objetivos, así que yo voy a hacer lo mismo. Nuestro servicio de espionaje lleva varios meses investigando una red de tráfico de información. Hace tiempo que se detectaron movimientos extraños por parte de uno de nuestros Magus de la Academia, y tras una ardua investigación se ha podido confirmar que ha estado mercadeando con conocimiento secreto. Como podréis imaginar, es algo muy grave. La Casa del Sol Invicto ha tomado medidas y el sujeto en cuestión ha sido detenido e interrogado. Los nombres que tenéis en la pizarra pertenecen a su círculo de influencia más cercano. No podemos confirmar que todos sean clientes o que hayan recibido la información, pero no podemos arriesgarnos a dejarlos libres. Buscadlos y eliminarlos. Las direcciones pertenecen a pisos francos en los que se han producido las transacciones. Investigadlos en busca de más pistas y, una vez acabado vuestro trabajo, prendedles fuego. Que nadie sepa que habéis estado allí.
—¿Eliminamos a los sujetos sin más? —pregunté, un tanto sorprendido por lo acontecido—. ¿O quieres que los interroguemos?
—Matadlos —sentenció ella, y sin necesidad de decir más, borró todos los nombres de la pizarra. Seguidamente, incapaz de variar la expresión de preocupación que la acompañaba desde el inicio de la reunión, tomó asiento en la cabecera de la mesa—. Al ser el más veterano de los tres, Davin debería haber quedado al mando de la operación, pero dado que no se ha presentado, Lansel, será responsabilidad tuya.
—¿Mía? Vaya, empezaba a creer que nunca iba a llegar este día. Cuenta conmigo, Optio.
Inquieto ante aquella decisión empecé a taconear bajo la mesa, incómodo. Aunque entendía la posición de Lyenor, sabía que aquello iba a empeorar aún más si cabe las relaciones internas de la unidad. Por desgracia, Davin no le había dejado otra alternativa, por lo que aceptaba la decisión. En el fondo, incluso siendo él más veterano, era innegable que Lansel era el más adecuado de los tres para tomar las riendas de la operación.
—¿Qué harás tú de mientras, Lyenor? —pregunté—. ¿Irás a Talos?
La mirada de Cross se ensombreció ante la pregunta. La mujer volvió la atención al mapa y, entristecida, dejó escapar un profundo suspiro.
—Acordé con el Centurión que si no contactaba conmigo cada veinticuatro horas debería dar por sentado que la unidad había caído y tendría que acabar yo su misión. Al menos intentarlo. Me pidió que le diese un margen de treinta horas como mucho, y que de lo contrario, actuara. —Hizo una breve pausa—. Muy a mi pesar, el plazo está a punto de acabar, por lo que...
—¡Si el Centurión está en apuros, yo también quiero ir! —interrumpí con determinación, incapaz de reprimirme—. ¡Sola no lograrás nada!
Aunque me gustaría describirme como alguien impetuoso e imprevisible, lo cierto era que en aquel entonces ninguno de mis compañeros se sorprendió ante mi reacción. Al contrario, les habría decepcionado que no lo hubiese hecho. Al fin y al cabo era mi padre el que estaba perdido en Talos, sin dar señales de vida. Lamentablemente, Aidan y Lyenor ya habían discutido sobre aquella posibilidad y yo no cabía en el equipo de reserva. En caso de que fallasen, Cross tendría que encargarse de todo en solitario, lo más rápido posible, sin detenerse a buscar al resto de sus compañeros. Sencillamente tendría que acabar el trabajo y volver...
Si es que existía aquella posibilidad, claro.
En el fondo, era una misión de la que nadie esperaba que regresara.
—Tú ya tienes una misión asignada, Damiel —respondió con sencillez—. Pero te agradezco tu interés. Lansel, imagino que no es necesario que te recuerde que no se toleran tonterías en la Unidad Sumer, ¿verdad? Otros Centuriones de la Noche están informados sobre la misión, así que incumplid mis órdenes y ya sea yo o cualquier de ellos, os lo haremos pagar muy caro. ¿Queda claro? —Lyenor nos dedicó una sonrisa cansada—. Sé que no me fallaréis, chicos. Ahora iros a la cama, mañana a primera hora os tendréis que poner en marcha.
—Me encargaré de que se cumpla con la misión, Optio —aseguró Lansel—. Pero tengo una duda. ¿Qué pasa con Davin? ¿Debemos contar con él, o...?
—Yo sé dónde está Davin —intervine desviando la mirada hacia el suelo de piedra—. Me encargaré de traerlo.
Lyenor fijó la mirada en mí, pensativa. En lo más profundo de su ser deseaba que no encontrase a Davin, era evidente, pero no me iba a detener. Aunque aquel joven se estuviese convirtiendo en una fuente de preocupaciones le apreciaba, y así seguiría haciendo mientras por sus venas corriese la sangre de los Sumer. No obstante, que lo apreciase no implicaba que fuese a aceptar su comportamiento, y así me lo hizo saber cuándo, a punto de salir de la sala de reuniones, con Lansel ya atravesando los pasadizos subterráneos, me llamó.
—Damiel, si mañana a primera hora tu hermano no se presenta quedará automáticamente fuera de la misión y será amonestado, con lo que ello implica —dijo, y con la tristeza apoderándose ya de su rostro, fijó la mirada en la radio—. No puedo aceptar estas faltas de disciplina.
Aunque lo entendía, no pude evitar que aquella advertencia me doliese como si me la estuviesen haciendo a mí mismo. Apreté los puños con fuerza.
—Lo traeré —me limité a decir.
Y sin más salí de la sala de reuniones y de la cripta a gran velocidad, con un objetivo claro: el despacho de mi tío Luther Valens. Aquella noche, le gustase o no, volveríamos a vernos las caras tras mucho tiempo sin apenas tener contacto.
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