Capítulo 59

Capítulo 59 – Damiel Sumer, 1.812 CIS (Calendario Solar Imperial)




El silencio era estremecedor.

No era la primera vez que vivía a un coronación. Hacía tan solo unas semanas que había asistido al de Lucian Auren, y aunque en aquel entonces los medios habían sido muchísimo mejores, con la sala del trono del Palacio Imperial como escenario y cientos de mujeres y hombres arropándole con sus armas en alto, los uniformes relucientes y los cascos cubriendo sus rostros, el sentimiento fue diferente. Para Lucian Auren nosotros no éramos más que parte del decorado: personas que componían su entorno, su concepto de Imperio. Personajes secundarios. Para Doric Auren, sin embargo, nosotros lo éramos todo. Éramos su pasado, su presente y su futuro: nosotros éramos su Albia, y así nos hacía sentir.

Tuve un nudo en la garganta a lo largo de toda la ceremonia. No había nada de oficial en aquel nombramiento celebrado en la plaza mayor de una ciudad situada prácticamente a las afueras de Albia. Tampoco lo había en sus invitados, personas normales y corrientes que habían sacado sus mejores galas para acompañar a su nuevo Emperador, ni en los miembros del ejército que lo acompañábamos. Doric no quería uniformes de gala ni sables ceremoniales: no quería palabrería ni cánticos innecesarios. Él quería a su ejército con sus trajes de batalla manchados y arrugados, con los cascos a los pies y los rostros al descubierto. Quería ver los ojos de aquellos a los que iba a gobernar. Quería transmitirnos el halo de esperanza del que se había hecho portador gracias a la espada de Kyrem, el arma que lo marcaba como el elegido por el Sol Invicto, y demonios, lo consiguió. Consiguió que yo mismo vibrase de emoción al escucharle jurar lealtad a Albia; que mi Magna Lux latiera acelerada en mi pecho al alzar su arma y provocar que los rayos solares dibujasen una especie de aureola a su alrededor... Logró que absolutamente todos los Pretores allí presentes nos volviésemos a sincronizar como en el pasado, convirtiéndonos en un solo hombre con distintas caras al que Albia necesitaba.

Al que él necesitaba.

Doric consiguió hacernos sentir partícipes de su batalla. Logró que nuestros corazones se abriesen y nuestras rodillas cediesen para jurarla lealtad; que no tuviésemos miedo a enfrentarnos a todo un Imperio con tal de traer de regreso la luz del Sol Invicto al Trono.

Demonios, Doric Auren logró que volviese a creer: consiguió que desenfundase mi espada, la alzase al cielo y, uniéndome al grito encabezado por la Unidad Reiner, gritase a pleno pulmón junto a otros tantos miles de personas que daría mi vida por Albia.

Impresionante.




La ceremonia duró cerca de tres horas en las que, tras ser nombrado Emperador por la gobernadora de Gherron, Doric fue nombrando uno a uno a los líderes de su ejército. Por el momento nuestras líneas no eran tan amplias como las del enemigo, ni probablemente lo conseguiríamos nunca, pero estaban compuestas por el suficiente número de guerreros como para causar grandes estragos. Ciudadanos de a pie y ex-combatientes, legionarios, nómadas de las estepas Dynnar, Magi de la Academia, Pretores de la Casa de las Espadas, Pretores de la Casa de la Noche... y Pretores de la Casa de las Tormentas.

Sí, la Casa de las Tormentas, como suena.

Además de por la coronación, aquel día pasaría a la historia por ser el día en el que nació la sexta Casa Pretoriana. O mejor dicho, el día en que volvió del olvido. Los estudios en el Castra Praetoria no trataban aquel tema, pero según los antiguos edictos imperiales, antes del Cisma de Kyrem había existido una sexta Casa. Una hermandad de hombres y mujeres cuya misión existencial era velar por los intereses de Albia en el extranjero. Pensadores, guerreros, diplomáticos, exploradores... el poder de la Tormenta protegía a unos Pretores que, aunque hacía ya siglos que habían sido borrados del mapa como castigo por la traición del propio Kyrem, encajaban a la perfección en el gran esquema de Albia.

Vanya Noctis fue presentada como su líder. La Optio de la Unidad Reiner, la misma que había recorrido medio Gea en busca de Doric Auren hasta localizarlo, había dejado atrás su carrera en la Casa de las Espadas para empezar una nueva dinastía de guerreros que con el tiempo llevarían la luz del Sol Invicto más allá de las fronteras. Había sido una decisión sorprendente, desde luego, pero valiente. No cualquiera se habría atrevido a desarrollar un proyecto de aquellas características, y más cuando parte de él se había gestado en los laboratorios de Gherron.

Tuve la tentación de interesarme por el tema. Doric parecía abierto a mostrarnos sus avances dentro de la materia militar: quería compartir con todos sus agentes el inicio de la nueva Albia, pero la mezcla de tecnología y magia con la que habían convertido a los muchachos que en aquel entonces ya eran considerados Pretores de la Casa de las Tormentas en guerreros me tiró para atrás. Revivir los rituales de iniciación tantos años después no era algo que me llamase la atención. Diana, sin embargo, no tuvo tantos reparos. Mi querida prima no solo aprovechó la ocasión para enterarse de absolutamente todo cuanto pudo, sino que, además, no dudó en transmitirnos todo el conocimiento adquirido horas después, cuando finalizada la coronación y la celebración regresamos a la tienda de campaña prefabricada que se nos habían asignado a los Sumer para prepararnos para la reunión que aquella misma tarde se celebraría en el centro de mando.

—De momento son pocos —explicó, tumbada boca arriba en su litera, mientras yo me ataba las botas. No muy lejos de allí, mirando por una de las ventanas, Davin permanecía en silencio, sumido en sus propios pensamientos—. Algunos no han sobrevivido al ritual.

—¿Ritual? —preguntó Lansel desde su cama, con los brazos cruzados bajo la nuca—. ¿Qué clase de ritual se supone que les han hecho? La Magna Lux sigue en el Palacio Imperial.

—Están aprovechando fragmentos de Magna Lux de caídos —respondió Lyenor, acomodada alrededor de la mesa, al otro lado de la pared de lona que separaba las dos estancias.

Miré a través del hueco de la puerta. A su lado, tomándose un café mientras nos escuchaba charlar, Aidan asintió con la cabeza. Al igual que Diana, tanto él como su esposa habían aceptado la oferta de Doric de visitar los laboratorios, y aunque por el momento no habían dicho demasiado al respecto, ambos parecían bastante sorprendidos.

—Es un proceso diferente al habitual —prosiguió Cross—, pero por el momento bastará. Hasta que no recuperemos el Palacio Imperial, tendremos que conformarnos.

—Los resultados no son malos —admitió Aidan—. Aún tienen mucho que aprender, por supuesto: los muchachos que han aceptado el reto eran civiles en su mayoría, pero están haciendo un buen trabajo con ellos. La Unidad Reiner está apoyando a Noctis en los entrenamientos... y nosotros también lo vamos a hacer. Además, cuentan con la ayuda de varios Magi de la Academia. Si se les da un poco de tiempo, esos muchachos podrán ser de gran ayuda.

—Pero no tenemos tiempo —murmuró Marcus desde su propia litera, donde permanecía sentado en la cama superior, llenando de munición el cargador de su pistola—. Cuanto antes actuemos, menos preparados estarán.

Miré de reojo a Marcus, pensativo, y asentí. Tenía razón. En cierto modo todos estábamos ansiosos por empezar cuanto antes con lo que fuese que iba a pasar. La espera desesperaba. No obstante, no estaba en nuestras manos la fecha.

—Hoy se decidirán los primeros pasos en la reunión con el alto mando —dije, poniéndome ya en pie—. Aidan, Lyenor y yo asistiremos. Tan pronto sepamos algo, os lo transmitiremos. Probablemente nos toque esperar, pero por si acaso no os relajéis demasiado. Tengo la sensación de que Doric quiere ponerse en marcha.

—El Emperador Doric —corrigió Davin desde la ventana. Giró sobre sí mismo, para mirarnos, y cruzó los brazos sobre el pecho—. Por cierto, Diana y yo hemos estado hablando y tenemos ciertas dudas. Haciendo números, aquí hay tres Centuriones, tres Optios y cinco Pretores... demasiadas medallas, ¿no creéis? Deberíamos organizarnos. Alguien debe ponerse al mando, y creo que todos sabemos quién es ese alguien.

Mi padre y yo intercambiamos una fugaz mirada a través de la puerta, divertidos ante la aportación de Davin. A ninguno de los dos nos había pasado desapercibido precisamente el recuento de los tres Optios. Pero más allá de aquella curiosidad, mi hermano tenía razón. A partir de ahora tendríamos que combatir juntos, espalda contra espalda, y necesitábamos a alguien al mando.

Y sí, todos sabíamos quien debía ser ese alguien. De hecho, ese alguien y su Optio, por supuesto.

Hice un ademán con la cabeza a mis compañeros para que saliésemos de la habitación común y nos uniésemos a Lyenor y Aidan en el salón. Ambos parecían un tanto sorprendidos por nuestra reacción, pero sabían perfectamente a qué se debía. Éramos jóvenes y estúpidos, muy estúpidos a veces, pero no ciegos.

Formamos un arco a su alrededor y, al unísono, hincamos la rodilla derecha en el suelo. Aquel nombramiento no iba a ser tan formal ni tan impresionante como el de la mañana, pero para la mayoría de nosotros, sería el que recordaríamos con mayor emoción.

Aidan y Lyenor se pusieron en pie.

—Un Auren nos unió —empecé—. Y después un Auren nos separó. Konstantin, Lucian... hemos vivido tiempos complicados. Tiempos en los que hemos estado enfrentados y en los que la distancia y las rivalidades han estado a punto de destruirnos. Sin embargo, de nuevo un Auren nos ha pedido ayuda, y aquí estamos todos, reunidos de nuevo. —Negué suavemente con la cabeza—. Porque hay cosas que por mucho que se intenten romper, son indestructibles.

—Lo son —admitió Lyenor.

Y situándose junto a mi lado, hincó también la rodilla, convirtiéndose en la última pieza del puzzle. Habría quien diría que faltaban algunas; que Luther Valens y Danae Golin deberían haber estado ahí... pero yo no era de esos. La auténtica Unidad Sumer estaba al fin completa.

Aidan se tomó unos segundos para mirarnos a los ojos a todos y cada uno de nosotros. No sonreía, al menos no abiertamente, pero en sus ojos se reflejaba el orgullo que aquella imagen despertaba en él. Se cruzó de brazos, pensativo, y tras casi un minuto de silencio sepulcral, alzó la mano derecha.

—Levantaos —nos ordenó—. No quiero juramentos ni promesas: no las necesito. Sois mis hombres, mis hermanos, mis hijos: mis camaradas, y confío plenamente en vosotros. Si tuviese que dejar mi vida en manos de alguien sería en las de cualquiera de vosotros, así que únicamente os diré una cosa antes de que todo esto empiece: hagamos que Albia se sienta orgullosa de nosotros.




El Emperador nos reunió en su pabellón poco antes de la caída del sol. El día había sido largo y su rostro mostraba el cansancio acumulado, pero no parecía importarle. La situación había cambiado notablemente en las últimas horas y más que nunca necesitaba nuestro apoyo.

Lyenor, Aidan y yo fuimos de los primeros en llegar. Para cuando entramos en la sala de reuniones ya había media decena de hombres rodeando a Doric, discutiendo frente a una mesa de mapas. Él, situado en el medio de todos, asesores en su mayoría, no apartaba la vista del frente, visiblemente pensativo. Por su expresión, había algo que le preocupaba.

Pocos minutos después, descubriríamos el qué.

Aguardamos durante casi diez minutos a que todos los asistentes acudiesen a la llamada. Altos mandos de las legiones, oficiales de la inteligencia militar, informadores, Pretores, agentes de las estepas Dynnar... La sala no era demasiado grande, por lo que muchos acabaron de pie al fondo, apoyados contra la pared de contrachapado. Nosotros, en cambio, encontramos sitio en la primera fila de sillas. Tendríamos muy buena visibilidad de todo.

—Fíjate —me susurró Lyenor.

No muy lejos de allí, de pie y apoyado contra la puerta, con una expresión extraña cruzándole el rostro, Kare Vespasian permanecía en silencio, con los ojos sumidos en sombras. Parecía preocupado... parecía angustiado. Me pregunté qué le pasaría.

—Hay rumores de que Lucian va a cargar contra su padre, Marcus Vespasian —me explicó Lyenor—. Vicus lo escuchó anoche en los pasadizos del Castra Praetoria. Si eso es cierto, a Doric no le queda más remedio que empezar a moverse.

—¿Vicus va a venir? —preguntó mi padre con curiosidad—. ¿Y el resto?

Vicus Maledor era el Optio de Lyenor Cross, un hombre singular al que resultaba extraño imaginar sin su Centurión. Después de tantos años juntos, estaban muy unidos.

—Vicus y Nyxia vendrán —confesó ella—. Les he pedido a todos que se posicionaran de nuestro lado, y han aceptado. Sin embargo, al resto no los voy a mover. Quiero que se queden en Hésperos: necesitamos ojos allí.

Los últimos en entrar en la sala de reuniones fueron los Centuriones Reiner y Noctis. Uniformada con su nuevo color azul marino, la antigua Optio de la Unidad Reiner parecía otra persona. Su rostro y expresión seguía siendo la misma, por supuesto, feroz y marcada por la determinación, pero su aura era diferente.

El cambio de Casa le había sentado bien.

Su llegada marcó el inicio de la sesión. Doric se alejó unos pasos de la mesa e hizo una señal a uno de sus ayudantes para que iniciase la proyección. Apagaron las luces. Poco después, tal y como había supuesto, ante nosotros apareció un gran mapa en blanco y negro de Albia. Hésperos en el centro, Herrengarde en el norte, Gherron en el este, Solaris al sur y Denarium al oeste: las grandes capitales del Imperio marcando las cuatro zonas en las que pronto la guerra teñiría de sangre todo cuanto encontrase en su camino.

Doric cogió el marcador, una larga y fina vara metálica acabada en un pico rojo, y señaló Hésperos.

—La capital del Imperio y la base principal del General Lucian Auren —empezó—. Todos la conocéis muy bien: es el ojo del mundo, la capital de Albia... el centro neurológico de todo el Imperio. Quien controle Hésperos, controlará el país. Es por ello que Lucian no ha salido del Palacio Imperial: sabe que sus muros son prácticamente inexpugnables.

—El Palacio Imperial dispone de un avanzado sistema de seguridad que lo convierte en una fortaleza casi invencible en caso de asedio —confirmó uno de los legionarios allí presentes. Un oficial de muy alto rango por sus condecoraciones—. Si Lucian Auren lo activa, será complicado entrar.

—Pero no imposible —sentenció Doric—. Quiero que os quede claro a todos: nuestro objetivo es Hésperos. Vamos a tomar la ciudad, y lo vamos a hacer en los próximos días. El General Lucian ha empezado a mover sus ejércitos: no podemos seguir esperando. Como bien sabéis... —La ciudad de Ossen apareció en el mapa rodeada por un círculo rojo—. Iniciamos nuestra reconquista de Albia desde el este. Ossen fue la primera ciudad a la que nos enfrentamos, y después seguimos hasta Gherron...

El avance de la guerra fue apareciendo en el mapa. Después de Ossen, una línea discontinua marcó el camino hasta la ciudad de Gherron, que también fue rodeada en rojo. Seguidamente, en el norte, Herrengarde se unió al grupo de ciudades leales a Doric Auren.

—Y podríamos seguir avanzando: podríamos conquistar toda Albia, que mientras mi tío tenga a Hésperos en su poder, de nada servirá —prosiguió Doric—. Es por ello que debemos actuar de inmediato. Varios agentes de nuestra inteligencia militar han estado rastreando la zona. Evaluando cuál es la mejor ruta para llegar cuanto antes a Hésperos. Dada nuestra posición, el Paso de Cartana es la única vía posible, y el General Lucian es consciente de ello. De hecho, se nos ha adelantado. —Doric señaló el Paso en el mapa con el marcador—. La Legión XI ha sido dispuesta en el Paso. Como ya sabéis, se trata de una Legión muy amplia con un elevado número de vehículos terrestres. Según parece, su Legata ha extendido a todas sus tropas por Cartana y ha hecho levantar un campamento que bien podría considerarse una fortaleza. —Doric negó con la cabeza—. Pretenden detenernos, pero no lo van a conseguir. Vamos a atacar: vamos a eliminar la XI Legión y seguiremos avanzando, hacia Hésperos.

Hubo un hormigueo de comentarios en respuesta a la decisión de Doric. Enfrentarse cara a cara a una Legión tan poderosa como la XI era todo un reto, y más teniendo en cuenta que llevaban días instalados en su campamento, pero era lo que necesitábamos. Hasta ahora las victorias de Auren habían sido sencillas. Se había enfrentado a una legión en Ossen, sí, pero el factor sorpresa había tenido un gran peso en la victoria. A partir de ahí, el viaje hasta Gherron se había complicado un poco más, pero no había encontrado un auténtico enemigo que pusiera en peligro sus planes. Ahora, por fin, Lucian había enviado a ese enemigo.

Ahora podrían ponerse a prueba.

—Una vez acabemos con la Legión XI seguiremos hasta Hésperos —siguió—. No obstante, es posible que nos veamos debilitados por el enfrentamiento, por lo que recibiremos ayuda por parte de nuestros amigos y aliados del norte... —Doric lanzó un rápido vistazo a Kare Vespasian—. El General Vespasian va a iniciar el descenso hacia Hésperos con su Legión VII. Además, contamos con el apoyo de aliados en Talos, que avanzarán desde el oeste, apoyando a Vespasian. Si el Sol Invicto nos sonríe, pronto se unirán y nos abrirán paso para que, una vez venzamos a la XI Legión, tengamos el camino libre hasta la capital.

Las cosas se estaban complicando para Lucian Auren. Con tres grandes amenazas procedentes del este, oeste y norte, iba a tener que jugar muy bien sus cartas si no quería llevarse sorpresas. Sin duda, estaba siendo inteligente. Doric tenía gente a su favor, aliados en los que apoyarse, y sabía cómo jugar sus cartas.

De nuevo hubo comentarios, aunque en esta ocasión no duraron más que unos segundos. La imagen proyectada cambió y en lugar del mapa de Hésperos, Doric nos mostró el Paso de Cartana.

—El campamento de la XI Legión ha levantado un muro de energía tras el cual sus tropas están protegidas. Según hemos podido saber, los accesos están muy vigilados, por lo que no va a ser fácil acceder. Al menos no mientras el muro esté activo... —Doric dirigió la mirada hacia la puerta, donde Vespasian, Noctis y Reiner permanecían de brazos cruzados, en silencio—. Existe un generador situado en el centro del campamento gracias al cual las torres de suministro pueden mantener el muro activo. Noctis, quiero que tú y tu nueva Unidad de la Casa de las Tormentas os encarguéis de destruirlo. Nos abriréis paso. —Le dedicó un asomo de sonrisa—. Es un buen momento para que demostréis lo que tú y los tuyos sois capaces de hacer. ¿Puedo contar contigo?

La Centurión se llevó el puño al pecho a modo de respuesta.

—Por supuesto.

—Perfecto. —Doric asintió, agradecido—. Noctis nos abrirá paso. Reiner, quiero que tu Unidad esté preparada para entrar en combate de inmediato. Una vez hayamos logrado abrirnos paso, el grueso del ejército irrumpirá en el campamento, pero necesito que tú y los tuyos hagáis vuestra magia.

—Lo haremos —aseguró Reiner—. ¿Cuando quiere que nos pongamos en marcha, Emperador?

Doric dejó el marcador sobre la mesa de mapas e hizo un ademán con la cabeza para que el proyector se apagase y se encendiesen las luces. De nuevo bañado por el brillo de los fluorescentes, el joven Emperador rodeó la mesa hasta situarse frente a las primeras filas de sillas.

Ya cara a cara con sus hombres, nos dedicó una última sonrisa.

—Hoy. Esta madrugada Noctis y sus Pretores de la Tormenta partirán hacia el Paso de Cartana, así que necesito que absolutamente todos preparéis a vuestros hombres para entrar en combate de inmediato. Dentro de tres horas iniciaremos el avance. Dispondremos vehículos para que en menos de diez horas alcancemos el campamento. Después esperaremos hasta que Noctis y Reiner nos abran paso. A partir de ahí, todos sabéis lo que tenéis que hacer...

No escuché sus últimas palabras, pues la sala se alborotó ante el anuncio, pero por algunos comentarios sueltos que logré oír, Doric estaba dispuesto a participar en el asalto. De hecho, lo iba a encabezar...

De locos. Mentiría si dijese que no tenía ganas de entrar en acción, pero la decisión había sido tomada con tan poco tiempo que comprendía el nerviosismo reinante. Los legionarios no estaban acostumbrados a trabajar a contrarreloj, y mucho menos los nómadas de las estepas. Para ellos ya estaba siendo bastante reto el controlarse y trabajar ordenadamente como para que, de repente, anunciasen algo tan grande. Era, sin duda, un auténtico golpe de efecto para ellos... una bofetada. Para nosotros, sin embargo, era más de lo mismo. Los agentes de la Noche estábamos acostumbrados a que nos cambiasen los planes de un momento a otro, a tener que reaccionar sin previo aviso, y nos gustaba. De hecho, nos encantaba, y si además nuestro nuevo líder iba a la cabeza, nos gustaba aún más.

Me sentí muy satisfecho ante la decisión de Doric. Quería entrar en combate cuanto antes. Lamentablemente, como pronto descubriría al quedarme hasta después de la reunión por petición expresa del propio Emperador, para mí había otros planes.




—Lansel, Nancy, preparad vuestras cosas: partimos de inmediato.

—¿Nos vamos? —respondió Lansel, bajándose de un salto de la litera—. ¿Ya? ¿A dónde? ¿Al Paso de Cartana?

Ni tan siquiera pregunté cómo lo sabían antes de haberlos informado. Ante mí tenía a media docena de agentes de la Noche: lo grave habría sido que no lo supieran.

Misi, Nancy, Marcus, Davin y Diana desviaron la atención hacia mí. A pesar de las horas, todos estaban despiertos y uniformados, a la espera de órdenes inminentes. La noticia de que el ejército de Doric se ponía en marcha empezaba a extenderse por toda la ciudad. Con suerte, en una hora ya todo el campamento estaría preparado para entrar en batalla.

Nosotros, sin embargo, teníamos otro destino.

—No —respondí—. Nos vamos a reunir con la VII Legión, al sur de Herrengarde. Tenemos un Rapax preparado en los hangares. Os quiero con el equipo allí en media hora, ¿de acuerdo?

Salí de la tienda dejando tras de mí una estela de nerviosismo y dudas. Todos querían saber más, querían entender el motivo de aquel repentino cambio de planes, pero no había tiempo para ello. A partir de ahora las cosas iban a suceder muy rápido y teníamos que ser ágiles. Mucho más ágiles de lo que habíamos sido nunca.

Aguardé unos segundos al escuchar a Davin y Diana salir tras de mí. Aunque no quería despedirme del resto, pues confiaba plenamente en que nos volveríamos a ver, con ellos era diferente. Mi hermano y prima tenían un destino distinto al mío, y si bien era cuestión de días de que se uniesen a nosotros, no quería arriesgarme. El éxito de su misión primaba por encima de todas las demás.

Abracé a Diana en cuanto se abalanzó sobre mí. Besé su frente con cariño, sujetándola con firmeza entre mis brazos, y le estreché la mano a mi hermano cuando me la tendió.

—Herrengarde —dijo Davin, sujetando mi mano entre las suyas—. ¿Vas a apoyar al General Vespasian, verdad?

—No le van a poner las cosas fáciles —respondí, y tras besar la mejilla derecha de Diana, casi en el ojo, la solté—. Hay rumores de que Lucian va a mandar a la I Legión, la Lumina, para frenarles el avance.

—¿La I Legión? —preguntó Diana con sorpresa—. ¡Esa era la que comandaba el propio Emperador!

—Así es —la secundó Davin—. Ahora la dirige un hombre al que llaman Espectro. Se desconocen sus orígenes, pero dicen que es peligroso... que no tiene piedad. Está haciéndoselo pasar francamente mal a Talos.

Asentí con la cabeza. Había oído habladurías sobre el tal Espectro, pero no le había prestado demasiada atención. De todas las Legiones, aquella era a la que menos ganas tenía de enfrentarme. En ella había buenos guerreros: hombres y mujeres con los que había compartido batalla años atrás, y no deseaba tener que combatir.

Muy a mi pesar, a aquellas alturas poco importaba lo que yo quisiera.

—Mantendré la guardia alta —respondí—. De todos modos, el General Vespasian está al mando: él decide. Si quiere que acabe con él, lo haré gustoso. Tened vosotros cuidado también en vuestro viaje. Estaremos muy lejos: no podría acudir en vuestra ayuda aunque quisiera.

—¿Y quién dice que te vamos a necesitar? —preguntó Diana, burlona, y me sacó la lengua—. Este será su final, ¡palabra!

—Eso espero. Nos vemos pronto.

Ambos asintieron, convencidos, y volvieron a entrar en la tienda justo cuando una tercera persona salía de ella. Alguien que, aunque hubiese preferido que se quedase dentro, no me sorprendió en su reacción. Conociéndolo, bastante bien se lo estaba tomando...

Me persiguió a lo largo de más de cien metros.

—¡Damiel! —exclamó Marcus al ver que no me detenía. Me cogió del antebrazo con fuerza y, adelantándose unos pasos, se detuvo ante mí, cerrándome el paso—. Por favor, ¡espera un momento!

Comprobé mi reloj. Era tentador escudarme con el tiempo para escapar de lo que sería una conversación de lo más desagradable, pero decidí quedarme. Marcus, a pesar de todo, era un compañero más, alguien con quien había pasado muchos años, y era lo justo.

Me crucé de brazos a la defensiva, dándole unos segundos para hablar. Conocía lo suficiente a Giordano como para saber que la charla sería breve, así que le dejé empezar. Cuanto antes acabásemos, mejor.

—¿Me dejas fuera? —preguntó, soltándome ya el brazo y retrocediendo un par de pasos para mantener la distancia—. Has nombrado a Lansel y a Nancy, ¿qué pasa conmigo? ¿No voy?

—No —respondí con brevedad—. Esta vez te quedas con Aidan y el resto.

Perplejo ante mi respuesta, me miró con los ojos desorbitados, como un niño incapaz de comprender lo que su padre le estaba diciendo.

—¿Por qué? ¿Ya no formo parte de la Unidad?

—Ya no hay Unidad: todos estamos juntos en esto —expliqué con rapidez, apartándome del camino para que un transporte ligero conducido por un legionario pudiese pasar—. Te quedarás con ellos e irás al Paso de Cartana esta misma noche.

Aún más sorprendido si cabe por lo que estaba sucediendo, Marcus parpadeó varias veces, con la mirada fija en mí. Sus ojos brillaban con desconcierto.

—¿Pero por qué? ¡No lo entiendo! ¡Llevo toda la vida luchando con Lansel y contigo! ¡Espalda contra espalda! ¿Por qué no me envías a mí también? ¡Mi lugar está con vosotros!

¿Ah, sí? Traté de disimular mi malestar, pero muy a mi pesar no pude evitar que una gélida sonrisa llena de acidez se dibujase en mi rostro. Una sonrisa cuyo significado, por supuesto, él ya conocía después de tantos años.

Se llevó la mano al pecho, a la altura del corazón, y bajó la mirada. Una vez más no habíamos necesitado palabras para entendernos. Negó con la cabeza.

—Estás enfadado conmigo, ¿verdad? Te conozco bien y sé lo que significa esa cara.

—¿Enfadado? —respondí, y aunque ambos sabíamos perfectamente la respuesta, fingí no saber de qué me estaba hablando—. ¿Por qué iba a estar enfadado, Marcus? ¿Acaso tengo motivo?

—Lo siento —dijo de inmediato, apoyando la mano sobre mi hombro para poder mirarme directamente a los ojos—. No sé qué creerás que ha pasado, pero... —Negó con la cabeza—. Lo lamento, no puedo decirte más. Ayer... ayer tuve un mal día, estaba tocado, y Misi estuvo ahí. Ella tampoco estaba bien, y...

—¿Misi?

Esta vez fui yo el que lo miró con auténtica confusión. Estaba enfadado con Marcus, sí, pero por lo sucedido unos días atrás, en la granja de Kitane. En aquel entonces habíamos tenido una discusión de tal calibre que habíamos estado a punto incluso de llegar a las manos. Él, sin embargo, parecía haberlo olvidado.

Parpadeé con cierta perplejidad. No necesitaba escuchar más para entender lo que estaba pasando. Algo había oído, no voy a mentir, pero había supuesto que era una tontería más de Lansel.

Ver para creer.

Desconcertado ante mi reacción, Marcus hizo ademán de apartar la mano de mi hombro, avergonzado. Por el modo en el que sus ojos centellearon, supe que estaba totalmente abochornado por lo que acababa de pasar. Era una situación humillante, no nos vamos a engañar, pero en cierto modo también fue divertida. Tan divertida y tierna que, sin necesidad de decir nada más, logró que se me pasara el enfado de inmediato. Con aquello ya había habido castigo suficiente.

Apoyé la mano sobre la suya para impedir que la apartase.

—No sé qué hay entre vosotros, pero no me importa —respondí con sinceridad—. De hecho, creo que no hay nadie mejor para ella que tú, así que déjate de tonterías. Estaba cabreado, sí, pero por lo del otro día. Nunca entenderé como alguien como tú puede llegar a perder los papeles de esa forma. —Aparté la mano de la suya para apoyar el dedo índice en su frente—. Eres inteligente y astuto como pocos, decidido, valiente... un auténtico genio cuando no se te cruzan los cables. Un gran hombre: de los mejores que conozco de hecho. Y es precisamente por ello que espero más de ti: que espero que cuando te dé una orden la cumplas. Que me escuches... que me apoyes. Me habría encantado que me acompañases, lo sabes, pero no era tu lugar. Tenía que hacerlo yo.

Los ojos de Marcus brillaron con fuerza al escuchar aquellas palabras. Me miró con fijeza, con una mezcla de tristeza y agradecimiento iluminando su rostro, y se mordió los labios. Quería hablar, pero no se atrevía. Había algo que lo perturbaba, algo que no le dejaba pensar con claridad desde hacía tiempo, y necesitaba confesarlo.

Necesitaba compartir conmigo lo que fuese que le pasaba por la cabeza tal y como en tantas otras ocasiones le había pasado, y por primera vez desde que lo conocía, lo hizo.

—Perdóname —dijo, haciendo un gran esfuerzo por mantener la mirada alta—. Perdí los papeles, lo sé. A veces me comporto como un auténtico imbécil, pero... —Volvió a morderse los labios—. Necesitaba venir. Necesitaba llegar a Gherron cuanto antes y... —Negó suavemente con la cabeza—. Entenderé si quieres partirme la cara por lo que voy a decirte. Es más, entenderé que me odies, pero Lansel cree que lo adecuado es que te lo cuente, y creo que tiene razón.

—¿Partirte la cara? —respondí, sorprendido ante el cambio de tono—. ¿De qué hablas? ¿Qué tienes que contarme?

Por un instante olvidé el tiempo. Olvidé la cuenta atrás, la Rapax que nos estaba esperando en el hangar y, en general, lo olvidé todo. Sencillamente me centré en Marcus, en entender de una vez por todas qué era lo que tanto atormentaba a mi buen amigo, y por un instante no hubo nada ni nadie más.

—¿Qué pasa? —insistí—. Vamos, tío, no sé de qué va esto, pero...

—Necesitaba venir a Gherron para ver a Jyn —confesó al fin—. Cuando tu hermano y Diana aparecieron en el tren y dijeron que estaría aquí...

—¿A Jyn? —interrumpí con desconcierto—. ¿Te pusiste así conmigo por ella?

Asintió con lentitud, melancólico, y me mostró el anillo que llevaba en el dedo meñique. El anillo de mi hermana. El mismo anillo sobre el que Lansel y yo habíamos hablado en muchas ocasiones, preguntándonos si se lo habría dado el Emperador.

Necesité unos segundos para ordenar las ideas.

—¿Se lo regalaste tú?

—Sí.

—¿En serio? ¿Estábais juntos?

Nunca había visto así a Marcus, con el rostro teñido de aquella tristeza tan profunda. Una tristeza que me permitió al instante comprenderlo todo. Unir las piezas: darle sentido a muchas palabras que en otros tiempos no había logrado entender. Miradas, sonrisas, actitudes...

Dejé escapar un suspiro.

—Maldita sea, Marcus... ¿por qué no me lo dijiste antes? Creía que éramos amigos.

—Sabíamos que no te iba a gustar... que no te iba a parecer bien. —Se encogió de hombros—. Lo siento, sé que tendría que habértelo dicho antes, pero no me atrevía. Me faltaba coraje.

—Tan valiente para unas cosas y tan cobarde para otras... —dije entre dientes—. Francamente, no sé qué decir. No sé si me ofende más el que no hayáis sido capaces de confiar en mí, o el que creyeses que no me iba a parecer bien. ¿Por qué demonios me iba a negar a que estuvieses con Jyn? Eres como un hermano para mí: de habérmelo contado os habría echado una mano. —Lancé una maldición por lo bajo—. Eres un auténtico idiota. No sé qué demonios te estará pasando ahora mismo por la cabeza, pero necesito que te concentres. Ya lo has soltado: ahora céntrate. Cuando todo esto acabe ya habrá tiempo para hablar y discutir si es necesario, ¿de acuerdo? Ahora quiero que te prepares para ir al Paso de Cartana y demuestres lo que eres capaz de hacer. Y antes de que te acabes de volver loco del todo... no vienes a esta misión no solo porque estuviese enfadado contigo, que lo estaba, sino por una sencilla razón: necesito que ayudes a mi padre. Esto es una maldita guerra y quiero al mejor a su lado, ¿te queda claro? —Le di una suave palmada en el hombro a modo de despedida—. Vamos, ponte las pilas, Giordano. Te quiero en plena forma y con la mente despejada. Deja las tonterías para la vuelta.

De vez en cuando todos necesitamos que nos den un empujón. Que nos cojan por los hombros y nos sacudan hasta quitarnos las tonterías de la cabeza y ver lo realmente importante. Para comprender que, más allá del yo, existe el nosotros, y que la clave del éxito reside en aceptarlo. Tiempo atrás mi padre había compartido conmigo aquella reflexión, y aunque a lo largo de mi vida hubo muchas ocasiones en las que creí olvidarla, por suerte aquella no fue una de ellas. A aquellas alturas sabía diferenciar las prioridades de lo que no lo eran, y aunque a veces la línea era tremendamente fina, no me dejaba engañar. Marcus se había equivocado: me había fallado al no confiar en mí. Se había dejado llevar por un miedo irreal que lo había arrastrado a años de silencio y desconfianza. Años de mentiras. Sin embargo, ya había pagado por su error. Marcus había pagado con creces: ahora solo le quedaba seguir adelante, recuperarse y, de una vez por todas, volver a ser el mismo.

Pero primero había una guerra que ganar.

Marcus asintió con la cabeza, profundamente agradecido por mis palabras. Se llevó de nuevo la mano al pecho, allí donde su Magna Lux latía al mismo son que la mía, y apretó el puño.

—Puedes contar conmigo —aseguró—. No fallaré.

—Más te vale. Nos vemos en Hésperos, amigo mío.

Le tendí la mano y él me la estrechó con fuerza, con entusiasmo. Con determinación.

—Nos vemos en Hésperos.

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